ESCENA IV

Entran DESDÉMONA, EMILIA y el GRACIOSO.

DESDÉMONA

GRACIOSO

DESDÉMONA

GRACIOSO

DESDÉMONA

GRACIOSO

DESDÉMONA

GRACIOSO

DESDÉMONA

GRACIOSO

DESDÉMONA

GRACIOSO

Sale.

DESDÉMONA

¿Dónde habré perdido ese pañuelo, Emilia?

EMILIA

No lo sé, señora.

DESDÉMONA

Mejor habría sido perder mi bolsa

llena de ducados. Si mi noble Otelo

no fuese magnánimo, ni estuviese limpio

de la ruindad del celoso, bastaría

para darle que pensar.

EMILIA

¿No es celoso?

DESDÉMONA

¿Quién, él? Yo creo que el sol de su tierra

le quitó esos humores[28].

EMILIA

Mirad. Aquí viene.

Entra OTELO.

DESDÉMONA

Ahora no voy a dejarle hasta que llame

a Casio.— ¿Cómo está mi señor?

OTELO

Bien, mi señora. [Aparte] ¡Qué duro disimular! —

Y, ¿cómo está mi Desdémona?

DESDÉMONA

Muy bien, mi señor.

OTELO

Dame la mano. Esta mano está húmeda.

DESDÉMONA

No conoce los años ni las penas.

OTELO

Es señal de largueza y libertad[29].

Caliente, caliente y húmeda. Esta mano

es muy libre; necesita ayuno y oración,

mucha penitencia, prácticas piadosas,

pues encierra a un ardiente diablillo

que suele rebelarse. Una mano buena,

una mano abierta.

DESDÉMONA

Bien puedes decirlo, pues con esta mano

te di mi corazón.

OTELO

Noble mano. Antaño la mano se daba

con el corazón; en los nuevos blasones

hay manos, mas no corazón[30].

DESDÉMONA

No te entiendo. Vamos, tu promesa.

OTELO

¿Qué promesa, mi bien?

DESDÉMONA

He hecho llamar a Casio para que te vea.

OTELO

Me aqueja un penoso catarro.

Déjame el pañuelo.

DESDÉMONA

Toma.

OTELO

El que te regalé.

DESDÉMONA

No lo llevo.

OTELO

¿No?

DESDÉMONA

No, de verdad.

OTELO

Mal hecho. Ese pañuelo se lo dio

a mi madre una egipcia: una maga

que casi leía el pensamiento.

Le dijo que, mientras lo tuviera,

sería muy querida y rendiría a mi padre

enteramente a su amor; mas que, si lo perdía

o regalaba, sería odiosa a los ojos

de mi padre, cuyo ánimo iría en pos

de otros amores. Al morir me lo dio,

y me pidió que lo entregara a quien la suerte

me diera por esposa. Así lo hice.

Tenlo en cuenta y quiérelo como a tus ojos.

Perderlo o regalarlo acarrearía

una ruina incomparable.

DESDÉMONA

¿Es posible?

OTELO

No miento. Es la magia del tejido.

Una sibila, que en el mundo había contado

el giro del sol doscientas veces,

cosió su bordado en profético furor;

hicieron la seda gusanos sagrados

y se tiñó en caromomia, que los sabios

prepararon con corazones de vírgenes.

DESDÉMONA

Pero, ¿es cierto?

OTELO

Cierto y verdadero, luego cuídalo bien.

DESDÉMONA

Entonces, ¡ojalá no lo hubiera visto nunca!

OTELO

¿Eh? ¿Por qué?

DESDÉMONA

¿Cómo es que hablas tan violento y excitado?

OTELO

¿Se ha perdido? ¿No está? ¡Habla! ¿Se ha extraviado?

DESDÉMONA

¡Dios nos bendiga!

OTELO

¿Qué respondes?

DESDÉMONA

Que no. Pero, ¿y si se hubiera perdido?

OTELO

¿Cómo?

DESDÉMONA

Digo que no se ha perdido.

OTELO

Tráelo, que lo vea.

DESDÉMONA

Podría traerlo, pero ahora no. Todo esto

es una excusa para que olvide mi ruego.

Vamos, haz que Casio sea rehabilitado.

OTELO

Tráeme el pañuelo. Tengo dudas.

DESDÉMONA

Vamos, vamos.

Nunca verás a hombre más apto.

OTELO

¡El pañuelo!

[[DESDÉMONA

Te lo ruego, habla de Casio.

OTELO

¡El pañuelo!]]

DESDÉMONA

Es un hombre cuya suerte siempre consagró

a la amistad que te profesa,

que compartió tus peligros…

OTELO

¡El pañuelo!

DESDÉMONA

La verdad, eres injusto.

OTELO

¡Dios!

Sale.

EMILIA

¿Conque no es celoso?

DESDÉMONA

Jamás le vi así.

Seguro que es la magia del pañuelo.

Me apena mucho haberlo perdido.

EMILIA

Un año o dos no revelan a un hombre.

Todos son estómagos y nosotras, comida.

Nos comen con hambre y, una vez llenos,

nos eructan.

Entran YAGO y CASIO.

Mirad: Casio y mi marido.

YAGO

No hay otro remedio: debe hacerlo ella.

¡Mirad qué suerte! Id a rogarle.

DESDÉMONA

¿Qué hay, buen Casio? ¿Alguna noticia?

CASIO

Mi ruego, señora. Os suplico

que, por vuestra favorable mediación,

yo pueda volver a existir y gozar

del afecto de aquel a quien, con toda

la entrega de mi alma, honro sin reservas.

No lo aplacéis. Si tan grave es mi delito

que ni acciones pasadas, penas presentes

o intención de servicios futuros

son rescate suficiente de su afecto,

el beneficio de saberlo solicito.

Así me envolveré en fingida complacencia,

resignado a seguir otro camino

al albur de la fortuna.

DESDÉMONA

¡Ah, noble Casio!

Mi defensa no encuentra consonancia:

mi esposo no es mi esposo, ni podría

conocerle si tuviera el semblante tan cambiado

como el ánimo. Por todos los santos os juro

que por vos he hecho lo imposible,

poniéndome al alcance de su enojo

por hablarle con franqueza. Debéis esperar.

Lo que pueda, lo haré: más de lo que me atrevo

a hacer por mí misma. Que eso os baste.

YAGO

¿Enojado mi señor?

EMILIA

Salió hace un momento

y, desde luego, con gran excitación.

YAGO

¿Cómo puede enojarse? Yo he visto

cómo el cañón hacía saltar sus batallones

por el aire y, como un diablo, arrebataba

a su propio hermano de su lado. ¿Enojado?

Será algo grave. Voy a buscarle.

Algo ha de pasar si está enojado.

DESDÉMONA

Ve con él, te lo ruego.

Sale YAGO.

Le habrá enturbiado su espíritu limpio

algún asunto de Estado, quizá de Venecia,

o alguna conjura malograda, recién

descubierta aquí, en Chipre. En esos casos,

cuando les preocupan cosas de importancia,

los hombres discuten por una minucia.

Ocurre así. Cuando el dedo nos duele, parece

que transmite dolor a los miembros sanos.

No; no pensemos que los hombres son dioses,

ni de ellos esperemos miramientos

como el día de las bodas. ¡Regáñame, Emilia!

Soy una torpe guerrera[31] y con el alma

acusaba de rigor a mi marido;

mas veo que he inducido a falso testimonio

y que le he acusado injustamente.

EMILIA

Dios quiera que sean asuntos de Estado,

como creéis, y no algún antojo o celos

caprichosos que os afecten.

DESDÉMONA

¡Cielo santo! Jamás le di motivo.

EMILIA

Sí, mas eso al celoso no le sirve.

El celoso no lo es por un motivo:

lo es porque lo es. Los celos son un monstruo

engendrado y nacido de sí mismo.

DESDÉMONA

Dios guarde de ese monstruo el alma de Otelo.

EMILIA

Así sea, señora.

DESDÉMONA

Voy a buscarle. Casio, quedad por aquí.

Si le veo bien dispuesto, le presentaré

vuestra súplica y haré lo imposible

por que acceda.

CASIO

Señora, con humildad os lo agradezco.

Salen DESDÉMONA y EMILIA.

Entra BIANCA.

BIANCA

Dios te guarde, amigo Casio.

CASIO

¿Qué haces que no estás en casa?

¿Cómo está mi bellísima Bianca?

Te juro, mi amor, que iba a visitarte.

BIANCA

Y yo iba a tu aposento. ¿Conque una semana

sin verme? ¿Siete días con sus noches?

¿Trece veces trece horas? ¡Y horas de ausencia

del amado, cien veces más largas

que las del reloj! ¡Qué agobio de cuenta!

CASIO

Perdóname, Bianca: estos días

me abrumaban muy graves pensamientos.

Te pagaré mi cuenta de ausencia

de manera más continua. Querida Bianca,

cópiame este bordado.

[Le da el pañuelo.]

BIANCA

Casio, esto, ¿de dónde ha salido?

Seguro que es prenda de una nueva amiga.

Ahora veo el motivo de la ausencia.

¿A esto hemos llegado? Vaya, vaya.

CASIO

¡Quita, mujer! Devuelve

tus viles recelos a la boca del diablo,

que es quien te los dio. Tú sospechas

que esto es de una amante, algún recuerdo.

Te juro que no, Bianca.

BIANCA

Pues, ¿de quién es?

CASIO

Ni yo lo sé. Lo encontré en mi aposento.

Me gusta el bordado. Antes que lo busquen,

como harán seguramente, quisiera una copia.

Toma y hazla, y ahora, déjame.

BIANCA

¿Qué te deje? ¿Por qué?

CASIO

Estoy esperando al general,

y no sería propio, ni es mi deseo,

que me vea con una mujer.

BIANCA

¿Y por qué?

CASIO

No es que no te quiera.

BIANCA

Es que no me quieres.

Te lo ruego, acompáñame un poco

y dime si he verte al atardecer.

CASIO

Apenas si puedo acompañarte, pues he

de seguir esperando; mas te veré luego.

BIANCA

Muy bien. Tendré que conformarme.

Salen.