ESCENA III

Entran OTELO, DESDÉMONA y acompañamiento.

OTELO

Querido Miguel, ocupaos esta noche de la guardia.

Impongámonos un límite digno

y no festejemos sin mesura.

CASIO

Yago ya tiene instrucciones. Sin embargo,

mis propios ojos estarán de vigilancia.

OTELO

Yago es muy leal.

Buenas noches, Miguel. Mañana temprano

quiero hablaros.— Vamos, amor:

el bien adquirido es para gozarlo,

y el goce del nuestro estaba esperando.—

Buenas noches.

Salen OTELO, DESDÉMONA [y acompañamiento].

Entra YAGO.

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

Sale.

YAGO

Si consigo meterle un trago más,

con lo que lleva bebido esta noche,

se pondrá más agresivo y peleón

que un perro consentido. Y Rodrigo, mi pagano,

a quien el amor casi ha vuelto del revés,

se ha servido a la salud de su Desdémona

libaciones de a litro, y está de guardia.

A tres mozos de Chipre, briosos y altivos,

y en punto de honor muy arrebatados,

ejemplo palpable del ánimo isleño,

los he alegrado con copas bien llenas,

y también están de guardia. Y, en medio

de este hatajo de borrachos, haré que Casio

trastorne la isla. Aquí llegan.

Entran CASIO, MONTANO y caballeros.

Si la suerte realiza mi sueño,

mis barcos marcharán con viento espléndido.

CASIO

MONTANO

YAGO

¡Eh, traed vino!

[Canta] «Choquemos la copa, tintín, tin[15];

choquemos la copa, tintín.

El soldado es mortal

y su vida fugaz.

¡Que beba el soldado, tintín, tin!».

¡Vino, muchachos!

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

MONTANO

YAGO

¡Querida Inglaterra!

[Canta] «Esteban fue rey ejemplar[16]

y quiso ahorrar con su calzón.

Y por seis céntimos de más

al sastre puso de ladrón.

Su fama nunca tuvo igual,

mas tú eres de otra condición.

No tires tu viejo gabán,

que el lujo arruina la nación».

¡Eh, más vino!

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

TODOS

CASIO

Sale.

MONTANO

A la explanada, señores, a montar la guardia.

YAGO

Ved a este hombre que acaba de salir:

es un soldado capaz de dar órdenes

al lado de César. Mas ved también su mal:

con su virtud forma un equinoccio perfecto;

ambos se extienden igual. ¡Qué pena!

Temo que la confianza que en él pone Otelo

en un mal momento de su vicio

trastorne la isla.

MONTANO

¿Suele estar así?

YAGO

Es el prólogo invariable de su sueño:

si la bebida no le mece la cuna,

está despierto la doble vuelta del reloj.

MONTANO

Convendría informar al general.

Tal vez no se dé cuenta, o su bondad

valore las virtudes de Casio

y no vea sus faltas. ¿No os parece?

Entra RODRIGO.

YAGO [aparte a RODRIGO]

¿Qué hay, Rodrigo?

Anda, sigue al teniente, vamos.

Sale RODRIGO.

MONTANO

Es lástima que el noble moro

confíe un puesto semejante

a quien tiene un mal tan arraigado.

Sería un acto de lealtad

informar a Otelo.

YAGO

Yo nunca, por esta bella isla.

Quiero bien a Casio, y haré lo que pueda

por curarle su vicio.

VOCES [desde dentro]

¡Socorro, socorro!

YAGO

¡Escuchad! ¿Qué ruido es ese?

Entra CASIO persiguiendo a RODRIGO.

CASIO

¡Voto a…! ¡Granuja, infame!

MONTANO

¿Qué pasa, teniente?

CASIO

¡Un granuja enseñarme mi deber!

¡Le voy a dejar como una criba!

RODRIGO

¿A mí?

CASIO

¿Qué dices, infame?

MONTANO

Vamos, teniente, os lo ruego. Basta.

CASIO

Si no me soltáis, os hundo el cráneo.

MONTANO

Vamos, vamos, estáis borracho.

CASIO

¿Borracho yo?

Pelean.

YAGO [aparte a RODRIGO]

Vamos, corre a anunciar el disturbio.—

[Sale RODRIGO.]

Quieto, teniente. ¡Por Dios, señores!

¡Socorro! ¡Basta, teniente! ¡Basta, Montano!

¡Socorro, señores! ¡Buena guardia tenemos!

Suena una campana.

¿Quién toca la campana? ¡Diablo!

La ciudad va a alborotarse. ¡Teniente, por Dios!

¡Basta! ¡Quedaréis deshonrado para siempre!

Entra OTELO con acompañamiento.

OTELO

¿Qué pasa aquí?

MONTANO

¡Voto a…! Estoy sangrando.

Me han herido de muerte.

OTELO

¡Por vuestra vida, basta!

YAGO

Basta, teniente. Montano, señores,

¿habéis perdido la noción del puesto y el deber?

Basta, os habla el general. Basta, por decencia.

OTELO

¿Qué es esto? ¿Cómo ha sido?

¿Nos hemos vuelto turcos, haciéndonos nosotros

lo que el cielo impidió a los otomanos?[17]

Por decencia cristiana, ¡basta de barbarie!

El que ceda a la furia con su acero

desprecia su alma: cae muerto si se mueve.

¡Que calle esa horrible campana! Espanta

el decoro de la isla. ¿Qué ocurre, señores?

Honrado Yago, que pareces muerto de pena,

habla. ¿Quién ha sido? Por tu lealtad te lo ordeno.

YAGO

No sé. Estaban tan amigos, ahora mismo;

por su trato parecían recién casados

antes de acostarse. Y en un momento,

cual si un astro los hubiese enloquecido[18],

sacan las espadas y se atacan uno a otro

en cruel enfrentamiento. No puedo explicar

cómo empezó esta riña tan absurda.

¡Así hubiera perdido en glorioso combate

las piernas que a verla me trajeron!

OTELO

Casio, ¿cómo habéis podido desquiciaros?

CASIO

Excusadme, os lo suplico. No puedo hablar.

OTELO

Noble Montano, siempre fuisteis respetado.

El decoro y dignidad de vuestra juventud

son bien notorios y grande es vuestro nombre

en boca del sabio. ¿Qué os ha hecho

malgastar de este modo vuestra fama

y cambiar el regio nombre de la honra

por el de pendenciero? Contestadme.

MONTANO

Noble Otelo, estoy muy malherido.

Yago, vuestro alférez, puede informaros

de todo lo que sé, ahorrándome palabras

que me cuestan. Y no sé que esta noche

yo haya dicho o hecho nada malo,

a no ser que sea pecado la caridad

con uno mismo o la defensa propia

cuando nos asalta la violencia.

OTELO

¡Dios del cielo!

La sangre empieza a dominarme la razón,

y la pasión, que me ha ofuscado el juicio,

va a imponerse. ¡Voto a…! Con que me mueva

o levante este brazo, el mejor de vosotros

cae bajo mi furia. Hacedme saber

cómo empezó tan vil tumulto y quién lo provocó,

y el culpable de esta ofensa, aunque sea

mi hermano gemelo, para mí está perdido.

En una ciudad de guarnición, aún inquieta,

con la gente rebosando de pavor,

¿emprender una pelea particular

en plena noche y en el puesto de guardia?

Es demasiado. Yago, ¿quién ha sido?

MONTANO

Si por parcialidad o lealtad de compañero

no te ajustas al rigor de la verdad,

no eres soldado.

YAGO

No toquéis esa fibra.

Que me arranquen esta lengua

antes que ofender a Miguel Casio.

Aunque creo que decir la verdad

no puede dañarle. Oídla, general.

Conversando Montano y yo,

viene uno clamando socorro

y Casio detrás con espada amenazante,

dispuesto a arremeter. Este caballero

se interpone y pide a Casio que se calme.

Yo salí tras el tipo que gritaba,

temiendo que sus voces, como luego sucedió,

espantaran a las gentes. Mas fue veloz,

logró escapar, y yo volví al instante,

porque oí un chocar y golpear de espadas

y a Casio maldiciendo, lo que no había oído

hasta esta noche. Cuando volví,

que fue en seguida, los vi enzarzados

a golpes y estocadas, igual que cuando vos

después los separasteis.

De este asunto no puedo decir más.

Los hombres son hombres, y hasta el mejor

se desquicia. Aunque Casio le ha hecho algo,

pues la furia no perdona al más amigo,

me parece que Casio también recibió

del fugitivo algún insulto grave

que no tenía perdón.

OTELO

Ya veo, Yago,

que tu afecto y lealtad suavizan la cuestión

en beneficio de Casio. Casio, aunque os aprecio,

nunca más seréis mi oficial.

Entra DESDÉMONA con acompañamiento.

¡Mirad! ¡Hasta mi amor se ha levantado! —

Serviréis de ejemplo.

DESDÉMONA

¿Qué ha ocurrido?

OTELO

Ya nada, mi bien. Vuelve a acostarte.—

Señor, de vuestra cura yo mismo

me hago cargo.— Lleváoslo.

[Sacan a MONTANO.]

Yago, mira por toda la ciudad

y calma a los que se han alborotado

con la riña.— Vamos, Desdémona. Al guerrero

la contienda perturba el dulce sueño.

Salen OTELO, DESDÉMONA y acompañamiento.

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

YAGO

CASIO

Sale.

YAGO

¿Y quién va a decir que hago de malo,

cuando mi consejo es honrado y sincero,

muy puesto en razón y modo seguro

de ganarse al moro? Pues es lo más fácil

mover la complacencia de Desdémona

por una causa honrada: es más generosa

que los elementos de la naturaleza

y, en cuanto a ganarse al moro, él renunciaría

a su bautismo y a los signos de la redención

por un amor que le tiene encadenado,

pues ella puede hacer y deshacer lo que le plazca,

al punto que el deseo al moro le domine

sus pobres facultades. ¿Cómo voy a ser malvado

si, en vía paralela, indico a Casio

la línea recta de su bien? ¡Teología del diablo!

Cuando el Maligno induce al pecado más negro,

primero nos tienta con divino semblante,

como ahora yo. Mientras este honrado bobo

implora a Desdémona que remedie su suerte

y ella intercede por él, yo al moro

le vierto en el oído este veneno:

que aboga por Casio porque le desea;

y, cuanto más se afane por su bien,

tanto más minará la fe del moro.

Yo haré que su virtud se vuelva vicio

y con su propia bondad haré la red

que atrape a todos.

Entra RODRIGO.

¿Qué hay, Rodrigo?

RODRIGO

YAGO

¡Qué pobres son los impacientes!

¿Qué herida no ha sanado paso a paso?

Obramos con la mente, no con brujería,

y la mente necesita lentitud.

¿Acaso va mal? Casio te ha pegado

y a Casio un golpe tan chico lo expulsa.

Otras plantas van creciendo al sol,

mas lo que antes florece, antes da fruto[19].

Mientras tanto, calma. ¡Dios santo, amanece!

El placer y la acción acortan las horas.

Retírate, vete a tu aposento.

Vamos, ya te contaré. Anda, vete ya.

Sale RODRIGO.

Hay que hacer dos cosas. Mi mujer

ha de mediar por Casio con su ama.

Yo la incitaré.

Mientras, llamando aparte al moro

en su momento, haré que vea a Casio

suplicante con su esposa. Sí, es la manera.

El plan ya no admite desidia ni espera.

Sale.