ACTO SEGUNDO

ESCENA I

Entran MONTANO y dos CABALLEROS.

MONTANO

¿Qué se divisa en la mar desde el cabo?

CABALLERO 1.º

Nada, con este oleaje tan feroz.

Entre el cielo y el océano

no distingo ningún barco.

MONTANO

En tierra el viento ha soplado muy recio;

galerna tan ruda jamás sacudió las almenas.

Si así se ha embravecido mar adentro,

¿qué cuadernas de roble podrán seguir unidas

cuando las baten las aguas? ¿Qué puede ocurrir?

CABALLERO 2.º

Que la escuadra otomana se disperse.

Mirad desde la orilla espumeante:

las olas se rompen y azotan las nubes;

la mar encrespada, de gigantes melenas,

parece lanzarse contra la Osa brillante

y apagar las guardas de la Estrella Polar.

Jamás vi tumulto semejante

en un mar airado.

MONTANO

Si la escuadra turca no se halla

protegida y resguardada, se hundirá.

No pueden resistir.

Entra un tercer CABALLERO.

CABALLERO 3.º

¡Noticias, amigos! ¡El fin de la guerra!

La fiera tormenta ha alcanzado de tal modo

a los turcos que su plan ha fallado.

Un regio navío de Venecia presenció

el naufragio y la ruina del grueso de la flota.

MONTANO

¿Qué? ¿Es verdad?

CABALLERO 3.º

La nave, una veronesa, ya ha atracado.

Miguel Casio, teniente del intrépido moro,

ya está en tierra. Otelo aún navega

y viene hacia Chipre con plenos poderes.

MONTANO

Me alegro. Es buen gobernador.

CABALLERO 3.º

Pero a Casio, aunque le alivia la derrota

de los turcos, le inquieta la suerte de Otelo

y reza por él, pues quedaron separados

por el fiero temporal.

MONTANO

Quiera Dios que se salve: estuve a sus órdenes,

y en el mando es todo un soldado.

Vamos al puerto, no solo por ver

la nave arribada, sino además

por buscar en el horizonte al bravo Otelo,

hasta que no distingamos

entre cielo y océano.

CABALLERO 3.º

Muy bien, vamos, pues cada minuto

nos hace esperar una nueva llegada.

Entra CASIO.

CASIO

Os agradezco, valientes moradores

de esta isla, que honréis a Otelo.

El cielo le proteja de los elementos,

pues yo le perdí en un mar peligroso.

MONTANO

¿Es fuerte su nave?

CASIO

Muy bien construida, y el piloto,

hábil y muy afamado,

así que mi esperanza, que no sufre excesos,

goza de salud.

VOCES [desde dentro]

¡Barco a la vista!

Entra un MENSAJERO.

CASIO

¿Qué voces son esas?

MENSAJERO

La ciudad está desierta. La gente se agolpa

en las rocas gritando: «¡Barco a la vista!».

CASIO

Mi esperanza apunta al gobernador.

Cañonazo.

CABALLERO 2.º

Una salva de cañón. Son amigos.

CASIO

Os lo ruego, señor. Id allá

y averiguad quién ha llegado.

CABALLERO 2.º

Al momento.

Sale.

MONTANO

Decidme, teniente, ¿se ha casado el general?

CASIO

Con inmensa fortuna: logró una muchacha

que excede alabanzas y fama hiperbólica,

supera el floreo de la pluma elogiosa

y, en pura belleza creada,

fatiga el ingenio.

Entra el segundo CABALLERO.

¿Qué hay? ¿Quién llega?

CABALLERO 2.º

Un tal Yago, alférez del general.

CASIO

Ha tenido pronta y feliz travesía.

Tormentas, altas olas y vientos rugientes,

rocas hendidas y bancos de arena,

pérfidos escollos que atrapan la quilla inocente,

cual dotados de un sentido de belleza,

abandonan su fatal cometido

y dejan indemne a la divina Desdémona.

MONTANO

¿Quién es ella?

CASIO

La dama de que hablé,

la capitana de nuestro gran capitán,

encomendada al intrépido Yago,

cuya venida se adelanta una semana

a nuestro cálculo. Gran Júpiter, guarda a Otelo

e hincha sus velas con tu soplo potente,

que alegre la bahía con su espléndida nave,

palpite de amor en los brazos de Desdémona,

renueve nuestro ánimo abatido

[[y traiga regocijo a todo Chipre]].

Entran DESDÉMONA, YAGO, EMILIA y RODRIGO.

¡Mirad! El tesoro de la nave ya está en tierra.

¡Hombres de Chipre, hincad las rodillas!

¡Salud, señora! ¡Que la gracia del cielo

os siga, os preceda, os envuelva a cada paso!

DESDÉMONA

Gracias, valiente Casio.

¿Qué noticias tenéis de mi señor?

CASIO

Aún no ha llegado, aunque sé

que está bien y que pronto le veremos.

DESDÉMONA

Sí, pero temo…¿Cómo os separasteis?

CASIO

La gran lucha del cielo y el mar

distanció nuestras naves.

VOCES [desde dentro]

¡Barco a la vista!

CASIO

¡Escuchad! ¡Un barco!

[Cañonazo.]

CABALLERO 2.º

Una salva a la ciudadela.

Este también es amigo.

CASIO

Traedme noticias.

[Sale el CABALLERO.]

Bienvenido, alférez. [A EMILIA] Bienvenida, señora.—

No te enojes, mi buen Yago,

porque extienda mi saludo: mi crianza

me ha enseñado esta muestra de cortesía.

[Besa a EMILIA.]

YAGO

Señor, si os dieran sus labios

lo que a mí me regala su lengua,

quedaríais harto.

DESDÉMONA

Pero si no habla nada.

YAGO

Habla demasiado.

Lo noto cuando tengo ganas de dormir.

Aunque admito que, en vuestra presencia,

se guarda la lengua muy bien

y critica pensando.

EMILIA

Y tú hablas sin motivo.

YAGO

DESDÉMONA

¡Calla tú, calumniador!

YAGO

Turco soy si no es verdad:

jugáis levantadas, y en la cama, a trabajar.

EMILIA

A mí no me celebres con tus versos.

YAGO

Más vale que no.

DESDÉMONA

¿Qué dirías de mí si me celebrases?

YAGO

Mi noble señora, no me obliguéis,

que soy criticón o no soy nada.

DESDÉMONA

Vamos, inténtalo.— ¿Han ido al puerto?

YAGO

Sí, señora.

DESDÉMONA

[aparte] Alegre no estoy, mas el fingimiento

distrae mi estado.—

Vamos, ¿cómo me celebrarías?

YAGO

Lo estoy pensando, pero mi creación

saldrá de mi testa como el visco de la lana,

arrancando los sesos y todo. Mas de parto

está mi musa, y aquí está el retoño:

«La mujer que a la par es rubia y sabia

maneja sabiamente su ventaja».

DESDÉMONA

¡Vaya elogio! ¿Y la que es morena y lista?

YAGO

«La morena que es lista ve muy claro

que si da con un rubio da en el blanco».

DESDÉMONA

De mal en peor.

EMILIA

¿Y la que es guapa y tonta?

YAGO

«Nunca hubo guapa que fuera una tonta,

que aun tonteando se ganan la boda».

DESDÉMONA

YAGO

«La que es fea y tonta hace sus jugadas,

como las hace la más bella y sabia».

DESDÉMONA

YAGO

«Quien siempre fue bella, mas nunca orgullosa,

con lengua a su antojo, mas nunca chillona;

que, siendo pudiente, no iba recompuesta,

ni hacía su gusto, aun cuando pudiera;

que, llena de enojo y presta la venganza,

contuvo su ira y dejó que pasara;

cuya sensatez nunca prefirió

el basto conejo al tierno pichón;

cuyo pensamiento jamás revelaba

y a los pretendientes negó su mirada;

esta era capaz, si es que hubo tal hembra…».

DESDÉMONA

Capaz, ¿de qué?

YAGO

«… de criar idiotas y llevar las cuentas».

DESDÉMONA

CASIO

YAGO [aparte]

Trompetas dentro.

¡Es Otelo! Conozco su señal.

CASIO

Sí, es él.

DESDÉMONA

Vamos a recibirle.

CASIO

¡Mirad, ahí viene!

Entran OTELO y acompañamiento.

OTELO

¡Mi bella guerrera!

DESDÉMONA

¡Mi querido Otelo!

OTELO

Mi asombro es tan grande como mi alegría

al verte aquí ya. Bien de mi alma,

si viene esta bonanza tras la tempestad,

¡que soplen los vientos y despierten la muerte,

y la nave agitada escale montañas de mar

como el alto Olimpo y baje tan hondo

como el infierno desde el cielo!

Si ahora muriese, sería muy feliz,

pues temo que mi gozo sea tan perfecto

que no pueda alcanzar dicha semejante

en lo por venir.

DESDÉMONA

Quiera el cielo

que aumente nuestro amor y nuestro gozo

con el paso de los días.

OTELO

¡Así sea, benignos poderes!

No puedo expresar mi contento;

me corta la voz, es tanta alegría…

Se besan.

Otro, y otro; sea esta la mayor disonancia

de nuestros corazones.

YAGO [aparte]

¡Qué bien entonados!

Mas yo seré quien destemple esa música[12],

honrado que es uno.

OTELO

Vamos al castillo.— Noticias, amigos:

terminó la guerra; los turcos se ahogaron.

¿Cómo están los viejos amigos de la isla? —

Amor, verás lo bien que te acogen;

yo siempre vi en Chipre cariño.

Vida mía, hablo sin orden

y desvarío de felicidad.— Anda, buen Yago,

ve al puerto y que descarguen mis cofres.

Trae al capitán a la ciudadela;

es un buen marino y digno

de toda atención.— Vamos, Desdémona,

¡qué dicha encontrarte aquí en Chipre!

Salen [todos menos YAGO y RODRIGO].

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

YAGO

RODRIGO

Sale.

YAGO

Que Casio la quiere lo creo muy bien;

que ella le quiere es digno de crédito.

El moro, aunque no le soporto,

es afectuoso, noble y fiel,

y creo que será un buen marido

con Desdémona. Yo también la quiero;

no solo por lujuria, aunque tal vez

puedan acusarme de tan grave pecado,

sino en parte por saciar mi venganza,

pues sospecho que este moro lascivo

se ha montado en mi yegua. La sola idea

es como un veneno que me roe las entrañas,

y ya nada podrá serenarme

hasta que estemos en paz, mujer por mujer,

o, si no, hasta provocarle al moro

unos celos tan fuertes que no pueda

curar la razón. Para lo cual,

si este pobre chucho veneciano

al que sigo en la caza se deja azuzar,

tendré bien pillado a nuestro Casio,

le pintaré de faldero a los ojos del moro,

pues sospecho que Casio también se mete en mi cama,

y el moro, agradecido, me querrá y premiará

por dejarle insignemente como un burro

y maquinar contra su paz y sosiego

hasta la locura. Aquí está[14], mas borroso:

hasta el acto, el mal no revela su rostro.

Sale.