Nuevos descubrimientos
—Y ahora, ¿adónde vas? —le preguntó Cam, bajándose las gafas de sol de montura de plástico rojo.
Había aparecido en la entrada del Agustine tan de repente que Luce casi se chocó con él. O quizá ya estaba allí y ella no se había dado cuenta por la prisa que tenía en llegar a clase. Fuera como fuera, se le aceleró el corazón y empezaron a sudarle las manos.
—Eh… ¿a clase? —respondió Luce, porque, ¿adónde parecía que podía ir si no? Iba cargada con los pesados libros de Cálculo y el trabajo inacabado de Religión.
Aquel podía ser un buen momento para disculparse por haberse esfumado el día anterior, pero ya llegaba muy tarde. En las duchas del vestuario no había agua caliente, así que había tenido que volver a la residencia. De algún modo, lo ocurrido después de la fiesta ya no le parecía importante. No quería prestarle más atención al hecho de haberse marchado, sobre todo ahora que Daniel la había hecho sentir tan patética. Tampoco quería que Cam pensase que era una maleducada. Solo quería esquivar a Cam de alguna forma y estar sola, para dejar atrás la cadena de situaciones vergonzosas de esa mañana.
Solo que… cuanto más la miraba Cam, menos prisa tenía por irse. Y el rechazo de Daniel parecía herir menos su orgullo. ¿Cómo podía conseguir todo eso una sola mirada de Cam?
Cam, con su piel clara y el cabello negro azabache, era distinto de cualquier otro chico que hubiera conocido. Emanaba confianza en sí mismo, y no solo porque conociera a todo el mundo —y supiera cómo conseguir cualquier cosa— antes de que Luce ni averiguara siquiera dónde estaban sus clases. En ese momento, de pie fuera del edifico gris y monótono, Cam tenía el aspecto de una fotografía artística en blanco y negro con matices rojos en Technicolor.
—Así que a clase, ¿eh? —le dijo Cam bostezando de manera grotesca. Estaba bloqueando la entrada, y un divertido mohín en su boca despertó en Luce la curiosidad de querer saber qué estaba tramando. Llevaba una bolsa de lona colgada del hombro y una taza desechable de café exprés en la mano. Paró la música del iPod, pero se dejó los auriculares colgando alrededor del cuello. Una parte de Luce quería saber qué canción había estado escuchando y dónde había conseguido aquel café exprés de contrabando. La juguetona sonrisa que le pareció entrever en sus ojos verdes la animó a preguntárselo directamente.
Cam tomó un sorbo del café espumoso, levantó el dedo índice y dijo:
—Déjame compartir contigo mi lema sobre las clases de Espada & Cruz: más vale nunca que tarde.
Luce rió, y entonces Cam se subió las gafas de sol. Los cristales eran tan oscuros que ocultaban sus ojos por completo.
—Además —dijo dirigiéndole una sonrisa que formaba un arco blanco—, es casi la hora del almuerzo y tengo picnic.
¿Almuerzo? Pero si Luce ni siquiera había desayunado. Aunque le sonaban las tripas, y la mera idea de que el señor Cole la reprendiese por haberse perdido toda la clase excepto los últimos veinte minutos le resultaba cada vez menos tentador.
Hizo un gesto con la cabeza señalando la bolsa.
—¿Hay suficiente para dos?
Cam le pasó el brazo por los hombros y recorrieron el reformatorio, pasando por delante de la biblioteca y de la sombría residencia. Al llegar a la cancela metálica del cementerio, se detuvo.
—Sé que este lugar te parecerá un poco extraño para hacer un picnic —le explicó—, pero es el mejor sitio para que no nos molesten durante un rato, al menos dentro del recinto del colegio. A veces parece que me falte el aire allí dentro.
Hizo un gesto señalando el edifico, y Luce comprendió perfectamente aquella sensación. Allí se sentía reprimida y expuesta al mismo tiempo. Pero Cam parecía ser la última persona que pudiera experimentar el síndrome del estudiante nuevo. Era tan… sereno. Después de la fiesta del día anterior, y en ese momento, con el café exprés en la mano, nunca habría imaginado que él también se sentía tan oprimido. O que la escogería a ella para compartir sus sentimientos.
Tras él se alzaba la otra parte del destartalado reformatorio. Desde allí no había mucha diferencia entre lo que había a un lado y al otro de la cancela del cementerio.
Luce se dejó llevar.
—Prométeme que me salvarás de cualquier estatua que se venga abajo.
—No —respondió Cam con una seriedad que borró por completo el tono jocoso de las palabras de Luce—. Eso no volverá a ocurrir.
Luce miró hacia el lugar donde, solo unos días antes, Daniel y ella habían estado a punto de acabar en el cementerio definitivamente. Pero el ángel de mármol que se había caído ya no estaba, y el pedestal estaba vacío.
—Venga —dijo Cam, arrastrándola consigo. Esquivaron franjas de malas hierbas, y Cam se volvía a menudo para ayudarla a rebasar montículos de porquería desenterrada de dudosa procedencia.
En un momento dado, Luce estuvo a punto de perder el equilibrio y se sujetó a una de las lápidas para no caerse. Era un bloque grande y pulido con un lado rugoso e inacabado.
—Siempre me ha gustado esta —dijo Cam, haciendo un gesto hacia la lápida rosácea en la que Luce estaba apoyada. Luce se dio la vuelta y observó la inscripción.
—«Joseph Miley» —leyó en voz alta—, «1821—1865. Sirvió con valor en la Guerra de la Agresión del Norte. Sobrevivió a tres balas y a cinco caballos, antes de encontrar la paz final».
Luce hizo crujir sus dedos. ¿Quizá a Cam solo le gustaba porque era la única lápida rosada entre todas las grises? ¿O porque tenía unas espirales que formaban una especie de cresta en la parte superior? Lo miró enarcando una ceja.
—Sí, lo sé —dijo Cam sin darle mucha importancia—. Me gusta que la lápida explique cómo murió. Es honesto, ¿no crees? Normalmente, la gente no quiere entrar en detalles.
Luce apartó la mirada. Sabía muy bien a qué se refería Cam, porque recordaba el inescrutable epitafio de la lápida de Trevor.
—Piensa en lo interesante que resultaría que en este lugar estuviera escrito por qué murió cada uno. —Señaló una tumba pequeña un poco más allá de la de Joseph Miley—. ¿Cómo crees que murió ella?
—Hummm… ¿Fiebre escarlata? —intentó adivinar Luce.
Resiguió las fechas con los dedos. Cuando murió, esa chica era más joven que Luce. Luce no quería darle muchas vueltas a cómo podría haber ocurrido.
Cam inclinó la cabeza, pensativo.
—Quizá —dijo—. O eso o un misterioso incendio en el granero mientras la joven Betsy se estaba echando una inocente siestecita con el vecino.
Luce empezó a fingir que se había ofendido, pero, por el contrario, la cara expectante de Cam la hizo reír. Hacía mucho tiempo que no pasaba un buen rato con un chico y, aunque sin duda aquel lugar resultaba un poco más macabro que el cine al aire libre donde solía coquetear, también lo eran los estudiantes de Espada & Cruz, de cuyo grupo ahora, para bien o para mal, Luce formaba parte.
Siguió a Cam hasta la parte más baja del cementerio, donde se hallaban las tumbas más ornamentadas y los mausoleos. Las lápidas parecían estar mirándolos desde lo alto de la pendiente, como si Luce y Cam fueran actores en un anfiteatro. El sol de mediodía relucía con un color anaranjado a través de las hojas de un roble gigante, y Luce se colocó la mano a modo de visera. Era el día más caluroso que habían tenido en toda la semana.
—Y mira a este tío —dijo Cam señalando una tumba enorme que tenía columnas corintias—. Un auténtico prófugo. Quedó sepultado cuando cedió una de las vigas de un sótano. Así que ya sabes: nunca te escondas en plena redada de confederados.
—¿De verdad ocurrió eso? —preguntó Luce—. ¿Desde cuándo eres un experto en todo esto?
Aunque le tomara el pelo, Luce se sintió extrañamente privilegiada por el hecho de estar allí con Cam. Él le sostuvo la mirada para asegurarse de que estaba sonriendo.
—Es solo un sexto sentido. —Y le dedicó una amplia e inocente sonrisa—. Pero, si te gusta, también tengo un séptimo sentido, y un octavo, y un noveno…
—Impresionante. —Sonrió—. Aunque ahora mismo me quedaría con el sentido del gusto. Me estoy muriendo de hambre.
—A su servicio.
Cam sacó un mantel de la bolsa y lo extendió en una zona con sombra que había bajo el roble. Desenroscó la tapa de un termo, y a Luce le llegó el olor a café. No solía tomar el café solo, pero le observó llenar un vaso con hielo, verter el café y añadir la cantidad justa de leche.
—He olvidado traer azúcar —dijo.
—Ah, yo no tomo.
Luce bebió un sorbo del café con leche helado, el primer sorbo delicioso de cafeína prohibida que tomaba aquella semana en Espada & Cruz.
—Pues qué suerte —repuso Cam, mientras sacaba el resto del picnic.
Los ojos de Luce se abrieron como platos cuando vio todo lo que llevaba: una barra de pan negro, rodajitas de queso, una terrina de aceitunas, un cuenco con huevos rellenos y dos manzanas verdes relucientes. Parecía imposible que Cam hubiese metido todo eso en la bolsa… o que hubiera planeado comerse todo aquello él solo.
—¿Se puede saber de dónde has sacado todo esto? —le preguntó Luce. Y mientras fingía concentrarse en cortar un trozo de pan, siguió diciendo—: ¿Y con quién planeabas hacer un picnic antes de encontrarte conmigo?
—¿Antes de encontrarme contigo? —Cam rió—. Apenas puedo recordar mi triste vida antes de ti.
Luce le dirigió una mirada ligeramente aviesa para que supiera que el comentario le había parecido muy malo… y solo un poquito halagador. Se recostó, apoyó los codos en el mantel y cruzó las piernas a la altura de los tobillos. Cam estaba sentado con las piernas cruzadas frente a ella, y cuando alargó el brazo para coger el cuchillo del queso su brazo rozó la rodilla de Luce, y ya no lo apartó. La miró como diciendo: «No pasa nada, ¿verdad?».
Como ella ni parpadeó, se quedó tal como estaba, tomó el trozo de pan de la mano de Luce y usó su pierna como si fuera un tablero mientras untaba un triángulo de queso sobre la rebanada. A Luce le gustó la sensación de aquel peso, y con el calor que hacía, eso significaba algo.
—Empezaré con la pregunta más fácil —dijo incorporándose—. Ayudo en la cocina un par de días a la semana. Forma parte del trato de readmisión en Espada & Cruz. Se supone que tengo que «compensar». —Su mirada expresaba indiferencia—. Pero no me importa. Supongo que me gusta la cocina, bueno, sin contar las quemaduras de aceite. —Les dio la vuelta a sus muñecas, y Luce pudo ver decenas de pequeñas cicatrices en los antebrazos—. Gajes del oficio —dijo sin afectación—. Pero también me encargo de la despensa.
Luce no pudo resistir pasar los dedos sobre los diminutos puntos blancos e hinchados que se difuminaban sobre su piel aún más pálida. Antes de que pudiera sentirse avergonzada por su atrevimiento y retirara la mano, Cam se la cogió y la estrechó.
Luce observó sus dedos entre los del chico. No se había dado cuenta del parecido del tono de sus pieles. En un lugar lleno de personas bronceadas, la palidez de Luce siempre la había cohibido. Pero la piel de Cam era tan llamativa, tan perceptible, casi metálica… y ahora se daba cuenta de que ella debía de parecerle a él. Le temblaron los hombros y se sintió un poco mareada.
—¿Tienes frío? —le preguntó él con voz tranquila.
Cuando ambos se miraron a los ojos, ella supo que él sabía que no tenía frío.
Cam se acercó más, y su voz se hizo un susurro.
—¿Supongo que ahora querrás que admita que te he visto cruzando el patio desde la ventana de la cocina y he empaquetado todo esto con la esperanza de convencerte para saltarnos la clase?
En ese momento Luce se habría puesto a juguetear con los cubitos de hielo de su vaso, si no se hubieran deshecho con el calor de septiembre.
—Y has ideado todo este picnic romántico —acabó ella—. ¿En el cementerio?
—Eh —le pasó un dedo por el labio inferior— eres tú la que ha sacado lo del romanticismo.
Luce se echó atrás. Él tenía razón: era ella la que se había lanzado… por segunda vez en un día. Sintió cómo le ardían las mejillas mientras intentaba no pensar en Daniel.
—Es broma —dijo, y sacudió la cabeza al observar que la mirada de Luce se había vuelto triste—. Como si no fuera evidente. —Contempló un buitre que sobrevolaba en círculos una enorme estatua blanca con forma de cañón—. Sé que esto no es el Edén —dijo, y le dio una manzana a Luce—, pero finjamos que estamos protagonizando una canción de los Smiths. Tengo que decir en mi favor que tampoco es que haya mucho con lo que sorprender en este colegio.
Se estaba quedando corto.
—Tal como yo lo veo —prosiguió Cam, recostándose en la manta—, el lugar no tiene importancia.
Luce le dirigió una mirada dubitativa. Prefería que no se hubiera alejado al recostarse, pero era demasiado tímida para acercarse.
—Donde yo me crié —se detuvo un instante—, las cosas no eran muy diferentes del estilo penitenciario de Espada & Cruz. El resultado es que soy del todo inmune a mi entorno.
—Ya, claro. —Luce negó con la cabeza—. Si te diera un billete de avión a California ahora mismo, ¿no te encantaría largarte de aquí?
—Hummm… no me tienta mucho —dijo Cam mientras se comía un huevo relleno.
—No te creo. —Luce le dio un empujoncito.
—Entonces debes de haber tenido una infancia feliz.
Luce mordió la piel verde y dura de manzana y se lamió el jugo que se le derramó por los dedos. Revisó con rapidez su catálogo mental de enfados paternos, consultas médicas, cambios de escuela… y las apariciones de sombras que se cernían como una mortaja sobre cualquier cosa. No, no se podía decir que hubiera tenido una infancia feliz. Pero si Cam no podía ver algo más esperanzador en el horizonte que Espada & Cruz, entonces quizá la suya había sido bastante peor.
Oyeron un susurro a sus pies, y Luce se hizo un ovillo en cuanto vio reptar a una serpiente gruesa, de color verde y amarillo. Guardando las distancias, Luce la observó por encima de las rodillas. No era una simple serpiente, sino una serpiente que estaba mudando la piel, de forma que de su cola se desprendía un envoltorio translúcido. Había serpientes por toda Georgia, pero nunca había visto cómo mudaban la piel.
—No grites —le dijo Cam al tiempo que le ponía una mano sobre la rodilla, lo cual la hizo sentir más segura—. Seguirá su camino si no la molestamos.
Pero no parecía tener mucha prisa, y Luce quería gritar con todas sus fuerzas. Siempre había odiado y temido a las serpientes. Eran tan resbaladizas y escamosas y…
—Aaag.
Estaba temblando, pero no apartó los ojos del animal hasta que desapareció bajo la hierba alta.
Cam sonrió, cogió la muda de piel y se la puso a Luce en la mano. Todavía parecía viva, como la piel de una cabeza de ajos cubierta de rocío que un día su padre había cogido del jardín. Pero aquello acababa de desprenderse de una serpiente. Qué asco. La tiró al suelo y se limpió la mano en los vaqueros.
—Oh, venga, ¿no crees que has sido genial?
—¿Me ha delatado el temblor de las manos?
Luce ya se sentía un poco avergonzada por haberse mostrado tan infantil.
—¿Y qué hay de tu fe en el poder de la transformación? —preguntó Cam mientras toqueteaba la piel—. Después de todo, es por eso por lo que estamos aquí.
Cam se quitó las gafas de sol y Luce pudo contemplar aquellos ojos color esmeralda que irradiaban tanta confianza. Había vuelto a adoptar aquella pose increíblemente tranquila a la espera de que Luce respondiese.
—Empiezo a pensar que eres un poco raro —dijo ella finalmente, esbozando una leve sonrisa.
—Pues piensa en todo lo que aún te queda por saber —repuso, acercándose aún más. Más que cuando apareció la serpiente. Más de lo que ella esperaba. Alargó la mano y le acarició el cabello.
Luce se puso tensa.
Cam era guapísimo y misterioso. Lo que ella no lograba comprender era por qué de alguna forma seguía sintiéndose cómoda, cuando debería estar nerviosísima —como en aquel preciso instante—. Quería estar justo donde estaba. No podía apartar la mirada de sus labios, que eran carnosos y rosados, y que cada vez estaban más cerca, produciéndole cierta sensación de vértigo. El hombro de Cam la rozó, y ella sintió un extraño escalofrío. Luce captó el instante en que Cam abría los labios y cerró los ojos.
—¡Aquí estáis! —Una voz jadeante sacó a Luce de su ensueño.
Suspiró exasperada y desvió su atención hacia Gabbe, que, plantada frente a ellos con el cabello recogido a un lado en una coleta, y sonreía completamente inconsciente de la interrupción.
—Os he buscado por todas partes.
—¿Y por qué diablos lo has hecho? —le espetó Cam, fulminándola con la mirada, lo cual hizo subir repentinamente la consideración que Luce tenía de él.
—El cementerio ha sido el último lugar en el que he pensado —siguió parloteando sin dejar de contar con los dedos—: He mirado en vuestras habitaciones, debajo de las gradas, y también en…
—¿Qué quieres, Gabbe? —la interrumpió Cam, como si fuera su hermano mayor, como si se conocieran desde hacía mucho tiempo.
Gabbe parpadeó y luego se mordió el labio.
—Es por la señorita Sophia —dijo al final, chasqueando los dedos—. Sí, eso. Se ha puesto hecha una furia al ver que Luce no había ido a clase. Ha estado diciendo que eras una estudiante tan prometedora y todo eso.
Luce no podía entender a aquella chica. ¿De verdad estaba allí solo porque cumplía órdenes? ¿Se estaba burlando de Luce por causarle una buena impresión a una profesora? ¿Acaso no le bastaba con tener a Daniel y ahora venía a por Cam?
Gabbe debió de presentir que estaba interrumpiendo algo, pero se quedó allí de pie, parpadeando con sus ojos de cordero, jugueteando con uno de sus rubios mechones.
—Venga, ya vale —les exhortó, extendiendo las manos para ayudarlos a levantarse—. Volvamos a clase.
—Lucinda, puedes utilizar el ordenador del puesto tres —dijo la señorita Sophia tras consultar una hoja de papel cuando Luce, Gabbe y Cam entraron en la biblioteca. Nada de «¿Dónde has estado?». Ni la menor reprimenda por el retraso. La señorita Sophia acomodó a Luce al lado de Penn en la sección de informática de la biblioteca. Como si ni siquiera se hubiera percatado de que Luce había estado fuera.
Luce le dirigió a Gabbe una mirada acusadora, pero esta se limitó a encogerse de hombros y a esbozar un «¿Qué?» con los labios.
—¿Dónde has estado? —le preguntó Penn en cuanto Luce se sentó. Era la única que parecía haberse dado cuenta de que Luce no estaba en clase.
Luce miró a Daniel, que estaba prácticamente sumergido en el ordenador, en el puesto siete. Desde su asiento, todo lo que Luce podía ver era la aureola rubia de su cabello, pero fue suficiente para que se ruborizara. Se hundió en su silla y siguió mortificándose con la conversación que habían tenido en el gimnasio.
Después de todas aquellas complicidades con Cam y tras haber estado a punto de besarse, no podía olvidar lo que sentía por Daniel.
Y nunca estarían juntos.
Eso era fundamentalmente lo que le había dicho Daniel en el gimnasio, después de que, había que reconocerlo, prácticamente se abalanzara sobre él.
El rechazo había herido su corazón hasta tal punto que estaba segura de que todo el mundo podía adivinar lo sucedido solo con mirarla. Penn, impaciente, daba golpecitos con su lápiz en el pupitre de Luce. Pero Luce no sabía cómo explicarlo. Gabbe había interrumpido el picnic con Cam antes de que Luce pudiera darse cuenta de lo que estaba pasando realmente. O de lo que estaba a punto de pasar. Pero lo más extraño, y lo que no lograba comprender, era por qué todo aquello parecía mucho menos importante que lo ocurrido con Daniel en el gimnasio.
La señorita Sophia estaba en medio de la sección de informática, chasqueando los dedos como una profesora de primaria para captar la atención de sus alumnos. Sus brazaletes de plata tintineaban como campanillas.
—¡Si alguno de vosotros ha hecho su árbol genealógico —gritó por encima del barullo que formaban los estudiantes—, entonces sabrá qué tipo de tesoros yacen en sus raíces!
—Oh, Dios, esa metáfora es horrible —susurró Penn—. Creo que voy a morirme. Mejor: mátame.
—Tenéis veinte minutos para acceder a Internet y empezar a buscar vuestro árbol genealógico —dijo la señorita Sophia, al tiempo que pulsaba el botón del cronómetro—. Cada generación abarca más o menos veinte o veinticinco años, así que intentad remontaros al menos seis generaciones.
Protesta general.
Un suspiro destacó sobre los demás en el puesto siete: Daniel.
La señorita Sophia se volvió hacia él.
—¿Daniel? ¿Tienes algún problema con este ejercicio?
Suspiró otra vez y se encogió de hombros.
—No, no, en absoluto. Está bien. Mi árbol familiar. Supongo que será interesante.
La señorita Sophia ladeó la cabeza con interés.
—Me tomaré lo que has dicho como un apoyo entusiasta. —Dirigiéndose de nuevo a la clase, dijo—: Confío en que encontréis algún tema que valga la pena para hacer un trabajo de investigación de diez o quince páginas.
Era imposible que Luce lograra concentrarse en ese momento. No cuando aún había tantas cosas por asimilar.
Ella y Cam en el cementerio: quizá no era la definición más apropiada de una cita romántica, pero Luce casi lo prefería así, pues no se parecía a nada de lo que había hecho antes. Saltarse la clase para deambular entre todas aquellas tumbas, compartir el picnic mientras Cam le servía un café con leche perfecto, reírse de su miedo a las serpientes… Bueno, ella podría haber pasado sin la escena de la serpiente, pero al menos Cam lo había llevado con delicadeza. Con mucha más delicadeza de la que Daniel había tenido en toda la semana.
Odiaba tener que admitirlo, pero era la verdad. Daniel no estaba interesado en ella.
Cam, por otro lado…
Lo observó, estaba solo unos pupitres más allá, y él le guiñó un ojo antes de ponerse a teclear. Era evidente que ella le gustaba. Callie no habría podido dejar de proclamar que era obvio.
Quería llamar a Callie en ese mismo instante, salir corriendo de la biblioteca y dejar la tarea del árbol genealógico para otro momento. Hablar de otro chico era la forma más rápida —quizá la única de quitarse a Daniel de la cabeza. Pero tanto las normas para utilizar el teléfono en Espada & Cruz como todos aquellos estudiantes a su alrededor —tan aplicados, ellos— le impedían hacerlo. Los diminutos ojos de la señorita Sophia peinaban la clase en busca de vagos.
Luce suspiró, derrotada, y abrió el programa de búsqueda en el ordenador. Tendría que permanecer allí durante otros veinte minutos, sin una sola neurona concentrada en aquel ejercicio. Lo último que deseaba era saber más cosas de su aburrida familia. Sus desganados dedos empezaron a teclear trece letras por impulso propio:
«Daniel Grigori».
«Buscar.»