El círculo interior
—¡No vuelvas a asustarme así! —la reprendió Callie el miércoles por la noche.
Faltaba poco para que se pusiera el sol, y Luce estaba en la cabina telefónica de Espada & Cruz, un diminuto cubículo beige situado en medio del vestíbulo principal. No brindaba la menor intimidad, pero al menos no había nadie merodeando por allí. Aún tenía los brazos doloridos por el castigo en el cementerio del día anterior, y el orgullo herido por el modo en que Daniel se había esfumado cuando los sacaron de debajo de la estatua. Pero durante quince minutos, Luce iba a hacer lo posible por olvidarse de todo aquello y absorber cada una de las alegres y frenéticas palabras que su mejor amiga iba a soltarle. A Luce le sentó tan bien escuchar la voz aguda de Callie que casi no le importó que le gritara.
—Prometimos que no dejaríamos pasar ni una hora sin hablarnos —continuó Callie en tono acusador—. ¡Pensaba que te habían devorado viva! O que estabas incomunicada y que te habían puesto una de esas camisas de fuerza que tienes que romper a mordiscos para rascarte la cara. Por lo que sabía, podías haber descendido al noveno círculo del…
—Vale, «mamá» —le respondió Luce riendo y adoptando el papel del instructor de respiración de Callie—. Relájate.
Por una fracción de segundo se sintió culpable, pues no había utilizado su única llamada para telefonear a su madre de verdad, pero sabía que Callie se habría puesto como una fiera si alguna vez descubría que Luce no había aprovechado su primera oportunidad para contactar con ella. Y, aunque pareciera raro, siempre le resultaba relajante escuchar la voz histérica de Callie. Era una de las muchas razones por las que las dos se llevaban tan bien: en realidad, la paranoia exagerada de su mejor amiga ejercía un efecto tranquilizador en Luce. Podía imaginarse a Callie en la residencia de Dover, yendo de un lado a otro por la moqueta naranja de su habitación, con su zona T untada de exfoliante y separaciones de espuma entre las uñas color fucsia todavía húmedas de sus pies.
—¡No me llames mamá! —la interrumpió Callie de mal humor—. Empieza a contarme. ¿Cómo son los demás alumnos? ¿Dan todos miedo y se pasan el día tomando diuréticos ilegales como en las películas? ¿Qué tal las clases? ¿Y la comida?
A través del teléfono, Luce podía oír de fondo la película Vacaciones en Roma en la diminuta tele de Callie. La escena preferida de Luce siempre había sido aquella en la que Audrey Hepburn se despierta en la habitación de Gregory Peck y todavía está convencida de que la noche anterior solo ha sido un sueño. Luce cerró los ojos e intentó visualizar la escena de la película en su cabeza. Imitando el susurro adormilado de Audrey, Callie reconocería:
—Había un hombre, y se portaba tan mal conmigo… Fue maravilloso.
—Vale, princesa, lo que quiero es que me hables de tu vida —se burló Callie.
Por desgracia, no había nada en Espada & Cruz que Luce pudiera considerar maravilloso. Al pensar en Daniel, ay, por octogésima vez ese día, se dio cuenta de que el único parecido entre su vida y Vacaciones en Roma era que tanto a ella como a Audrey les gustaba un hombre que era tremendamente grosero y no se fijaba para nada en ellas. Luce apoyó la cabeza en el linóleo beige de las paredes del cubículo. Alguien había grabado las palabras ESPERANDO EL MOMENTO OPORTUNO. En circunstancias normales, ahora vendría cuando Luce le contaba a Callie todo sobre Daniel.
Pero, por alguna desconocida razón, no lo hizo.
Cualquier cosa que hubiera querido decir sobre Daniel no habría estado basada en nada que hubiese ocurrido realmente entre ellos. Y a Callie le gustaban los chicos que hacían un esfuerzo para demostrarte que te merecían. Habría querido oír cosas como cuántas veces le había abierto la puerta, o si se había dado cuenta de lo bueno que era su acento francés. Callie no pensaba que hubiera nada reprochable en los chicos que escribían ese tipo de poemas ñoños que Luce jamás se tomaría en serio. Luce no tenía mucho que decir de Daniel. De hecho, Callie estaría mucho más interesada en oírla hablar de alguien como Cam.
—Bueno, hay un chico por ahí… —le susurró Luce al teléfono.
—¡Lo sabía! —chilló Callie—. Nombre.
—Daniel. «Daniel». Luce se aclaró la garganta.
—Cam.
—Directo, sin rodeos, explícamelo. Empieza desde el principio.
—Bueno, de hecho todavía no ha pasado nada.
—Él piensa que estás buena, bla, bla, bla. Te dije que el pelo rapado hacía que te parecieras a Audrey. Venga, va, ve al grano.
—Bueno… —Luce se interrumpió. El ruido de pasos en el vestíbulo hizo que se callara. Se inclinó y sacó la cabeza del cubículo para ver quién estaba interrumpiendo los mejores quince minutos que había tenido en tres días enteros.
Cam se dirigía hacia ella.
Hablando del rey de Roma… Se tragó las patéticas palabras que tenía en la punta de la lengua: «Me dio la púa de su guitarra». Todavía la tenía en el bolsillo.
El comportamiento de Cam era normal, como si por un golpe de suerte no hubiera oído lo que ella acababa de decir. Parecía ser el único chaval de Espada & Cruz que no se cambiaba el uniforme cuando acababan las clases. Pero el negro sobre negro le quedaba bien, de la misma manera que a Luce le hacía parecería cajera de un colmado.
Cam daba vueltas a un reloj de bolsillo dorado cuya cadena llevaba anudada al dedo índice. Luce siguió el movimiento del reloj por un momento, casi hipnotizada, hasta que Cam lo detuvo de golpe con la mano. Miró el reloj y luego alzó la vista para mirarla a ella.
—Lo siento. —Frunció los labios, confuso—. Pensaba que había reservado para la llamada de las siete. —Se encogió de hombros—. Pero debo de haberme equivocado.
Al mirar la hora, a Luce se le cayó el alma a los pies Apenas había intercambiado quince palabras con Callie… ¿Cómo podían haber pasado ya sus quince minutos?
—¿Luce? ¿Hola? —Callie parecía impaciente al otro lado del teléfono—. Estás un poco rara. ¿Hay algo que no me estás contando? ¿Ya me has reemplazado por alguna suicida del reformatorio? ¿Y qué me dices del chico?
—Chisss —Luce le siseó al teléfono—. Espera, Cam —lo llamó mientras mantenía el teléfono lejos de su boca. Él ya estaba a medio camino de la salida—. Espera un momento… Estoy —tragó saliva—, estoy acabando.
Cam se guardó el reloj en el bolsillo frontal de la americana negra y volvió sobre sus pasos en dirección a Luce. Arqueó las cejas y se rió al oír la voz de Callie saliendo cada vez más alta del auricular.
—¡Ni te atrevas a colgarme! —protestaba Callie—. No me has explicado nada. ¡Nada!
—No quiero fastidiar a nadie —le dijo Cam en tono de broma mientras señalaba el teléfono parlante—. Coge mi turno, ya me lo devolverás otro día.
—No —respondió Luce rápidamente. Tenía muchas ganas de seguir hablando con Callie, pero imaginaba que Cam tendría las mismas ganas de hacerlo con quienquiera a quien fuera a llamar. Y al contrario que la mayoría de las personas en aquel colegio, Cam se había portado muy bien con ella. No quería que perdiera su turno para telefonear, sobre todo ahora, que estaba demasiado nerviosa para hablarle de él a Callie.
»Callie —dijo suspirando—. Tengo que irme. Te llamaré tan pronto como… —Pero para entonces solo escuchó el vago zumbido del tono de marcar. El teléfono estaba programado para interrumpir cada llamada a los quince minutos. Entonces vio parpadear el 0:00 en el pequeño temporizador. No habían tenido tiempo ni de decirse adiós, y ahora habría de esperar una semana entera para llamar. El tiempo se alargaba en la mente de Luce como un abismo interminable.
—¿Tu mejor amiga? —preguntó Cam, apoyándose en el cubículo al lado de Luce. Todavía tenía sus oscuras cejas arqueadas—. Tengo tres hermanas pequeñas, casi puedo oler a las mejores amigas por el teléfono.
Se inclinó hacia delante como si fuera a oler a Luce, arrancándole una tímida sonrisa. Pero al instante se quedó inmóvil. Aquella inesperada cercanía hizo que le diera un vuelco el corazón.
—Déjame adivinar. —Cam se irguió y levantó la barbilla—. ¿Quería saberlo todo sobre los chicos malos del reformatorio?
—¡No! —Luce negó con vehemencia que pensara en los chicos… hasta que se dio cuenta de que Cam solo estaba bromeando. Se ruborizó e intentó seguir con la broma—. Quiero decir que… le he dicho que aquí no hay ninguno que sea bueno.
Cam parpadeó.
—Eso es justamente lo que hace que resulte emocionante, ¿no crees?
Él permaneció muy quieto, y Luce le imitó, con lo que el repiqueteo del reloj de bolsillo en su americana parecía sonar con una potencia inusitada.
Luce estaba como congelada al lado de Cam y entonces sintió un repentino escalofrío al percibir una presencia negra deslizándose por el vestíbulo. La sombra parecía jugar a la rayuela de forma deliberada en los paneles del techo, oscureciendo uno, luego el siguiente, y luego el otro. Maldita sea. Nunca era una buena idea estar a solas con alguien —y, sobre todo, con alguien que le prestaba tanta atención como Cam en ese instante— cuando llegaban las sombras. Sentía que se le escapaban tics nerviosos, por mucho que intentase mantener la calma mientras la oscuridad bailaba alrededor del ventilador del techo. Si solo hubiese eso, Luce podría haberlo soportado. Bueno, quizá. Pero la sombra también estaba haciendo el peor de los ruidos posibles, el mismo sonido que Luce había oído cuando una cría de búho se cayó de una palmera y murió aplastada. Deseó que Cam dejara de mirarla, deseó que ocurriera algo para que desviara su atención de ella, deseó que… Daniel Gregori apareciera.
Y, efectivamente, apareció. Salvada por el chico guapo con sus agujereados vaqueros y su aún más agujereada camiseta blanca. No tenía mucha pinta de salvador, encorvado bajo una pila de libros y con aquellas ojeras grises bajo los ojos grises. En realidad parecía un poco hecho polvo. El pelo rubio le caía sobre los ojos y, cuando se fijó en Luce y en Cam, Luce observó que los entrecerró. En ese momento estaba tan preocupada por lo que pudiera molestarle a Daniel que casi no se dio cuenta de la transcendencia de lo que había ocurrido: un segundo antes de que se cerrara la puerta del vestíbulo, la sombra se escabulló por la ranura y desapareció en la noche. Era como si alguien hubiera encendido una aspiradora y se hubiese llevado todo el polvo del vestíbulo.
Daniel les saludó con la cabeza, pero no se detuvo al pasar junto a ellos.
Cuando Luce miró a Cam, él estaba observando a Daniel. Se volvió hacia Luce y le dijo en un tono de voz excesivamente alto:
—Casi se me olvida decírtelo, Luce. Doy una pequeña fiesta esta noche en mi habitación, después del evento social. Me encantaría que vinieras.
Daniel todavía podía oírles. Luce no tenía ni idea de qué era eso del evento social, pero se suponía que antes debía encontrarse con Penn. En principio, iban a ir juntas.
Clavó su mirada en la nuca de Daniel; sabía que tenía que darle una respuesta a Cam con respecto a lo de la fiesta, y de hecho no tenía por qué resultar tan duro, pero, cuando Daniel se volvió y la miró con aquellos ojos a su parecer profundamente tristes, el teléfono empezó a sonar, y Cam se dispuso a descolgarlo al tiempo que le decía:
—Tengo que contestar. ¿Vendrás?
Casi imperceptiblemente, Daniel asintió con la cabeza.
—Sí —respondió Luce—. Sí.
—Todavía no entiendo por qué tenemos que correr —se quejaba Luce entre jadeos veinte minutos después. Intentaba seguir a Penn mientras caminaban a toda prisa por las instalaciones hacia el auditorio para acudir al misterioso Evento Social del Miércoles en la Noche, del que Penn aún no le había contado nada. Luce apenas había tenido tiempo de subir a su habitación, ponerse brillo de labios y sus mejores vaqueros, por si se trataba de ese tipo de evento social. Todavía estaba intentando recuperar el aliento tras su encuentro con Cam y con Daniel, cuando Penn irrumpió en su habitación y la arrastró afuera.
—Los que llegan tarde de forma crónica nunca son conscientes de lo mucho que les fastidian los planes a los puntuales y normales —le espetó Penn mientras caminaban por un tramo de césped bastante húmedo.
—¡Ja! —se oyó una risa a sus espaldas.
Luce se volvió y sintió que se le iluminaba la cara al identificar la figura pálida y flacucha de Arriane, que corría para alcanzarlas.
—¿Qué pajarraco te ha dicho que tú seas normal, Penn? —Arriane codeó a Luce y le señaló el suelo—. ¡Cuidado con las arenas movedizas!
Luce se detuvo con un chapoteo justo antes de aterrizar en un charco fangoso oculto en el césped.
—Por favor, ¡que alguien me diga adónde vamos!
—Miércoles en la noche —dijo Penn con sequedad—. Noche social.
—¿Hay… un baile o algo así? —preguntó Luce, mientras en su pista de baile mental ya veía a Daniel y a Cam moviéndose.
—Un baile en el que te morirías de aburrimiento. La palabra «social» es típica del doble lenguaje de Espada & Cruz. Verás, están obligados a organizar eventos sociales para nosotros, pero al mismo tiempo les aterroriza organizar eventos sociales para nosotros… ¡todo un aprieto! —gritó Arriane.
—Así que en lugar de montar algo decente —añadió Penn—, nos organizan eventos terribles, como noches de cine seguidas de disertaciones sobre la película o… Dios, ¿te acuerdas del último semestre?
—¿Cuando organizaron aquel simposio sobre taxidermia?
—Fue espeluznante —dijo Penn sacudiendo la cabeza.
—Esta noche, querida —dijo Arriane, arrastrando las palabras—, nos libraremos con facilidad. Todo lo que tenemos que hacer es roncar mientras nos pasan una de las tres películas que hay en la videoteca de Espada & Cruz. ¿Cuál crees que nos pondrán hoy, Penn perezosa? ¿Starman? ¿Joe contra el volcán? ¿O Este muerto está muy vivo?
—Toca Starman —gruñó Penn.
Arriane traspasó a Luce con una mirada de desconcierto.
—Lo sabe todo.
—Esperad un momento —dijo Luce mientras caminaba de puntillas por las arenas movedizas y bajaba la voz hasta convertirla en un susurro al acercarse al edificio principal—. Si ya habéis visto sus películas tantas veces, ¿por qué tanta prisa por llegar?
Penn abrió las pesadas puertas metálicas que daban al «auditorio», que, como pronto comprobó Luce, era un eufemismo para una vieja sala normal y corriente, con un techo falso bajo y sillas encaradas a una pared blanca y desnuda.
—Mejor que no te sientes en la silla eléctrica que hay junto al señor Cole —le explicó Arriane al tiempo que señalaba al profesor. Este tenía la nariz hundida en un grueso libro, rodeado por las pocas sillas vacías que quedaban en la sala.
Cuando las tres chicas pasaron por el detector de metales de la puerta, Penn dijo:
—Quien se sienta allí tiene que ayudarle a distribuir sus estudios semanales de «salud mental».
—Lo cual no sería tan malo… —terció Arriane.
—… si no tuvieras que quedarte hasta tarde para analizar los resultados —remató Penn.
—Y, por lo tanto, perdiéndote —prosiguió Arriane con una sonrisa mientras conducía a Luce hacia la segunda fila— la verdadera fiesta.
Por fin habían llegado al meollo de la cuestión. Luce dejó escapar una risita.
—Ya me han contado —dijo Luce, que por una vez sabía de qué hablaban—. Es en la habitación de Cam, ¿no?
Arriane miró a Luce un segundo y se pasó la lengua por los dientes. Luego miró más allá de Luce, casi a través de ella.
—¡Eh, Todd! —saludó, e hizo un gesto cursi con la mano. Empujó a Luce hacia una silla, reclamó para sí el asiento seguro que había al lado (aún dos sitios por detrás del señor Cole), y le dio unas palmaditas a la silla eléctrica—. ¡Ven a sentarte con nosotras, campeón!
A Todd, que se había quedado indeciso en la puerta, le alivió inmensamente que le dieran una orden, fuera la que fuera. Se dirigió hacia ellas, un poco incómodo. Cuando a duras penas había logrado sentarse, el señor Cole levantó los ojos de su libro, limpió sus gafas con el pañuelo y dijo:
—Todd, me alegra que estés aquí. Me pregunto si puedes hacerme un pequeño favor después de la película. Verás, el diagrama de Venn es una herramienta muy útil para…
—¡Qué mala eres! —dijo Penn asomándose entre Arriane y Luce.
Arriane se encogió de hombros, y sacó una bolsa de palomitas gigante de su bolso.
—Solo puedo ocuparme de algunos estudiantes nuevos —contestó, tirándole un grano de maíz a Luce—. Has tenido suerte.
Cuando apagaron las luces, Luce echó un vistazo a su alrededor hasta que sus ojos se posaron en Cam. Pensó en la breve puesta al día por teléfono con Callie, y en que ella siempre decía que mirar una película con un chico era la mejor forma de saber cosas sobre él, cosas que no saldrían en una conversación. Al mirar a Cam, Luce pensó que sabía qué quería decir Callie: había algo emocionante en mirar por el rabillo del ojo qué bromas le hacían gracia a Cam, para compartir su risa.
Cuando él la miraba, Luce apartaba la mirada de forma instintiva, avergonzada; pero en una ocasión, antes de que pudiera hacerlo, la cara de Cam se iluminó con una amplia sonrisa. No sintió ningún reparo porque la sorprendiera mirándolo. Al alzar la mano para saludarla, Luce no pudo evitar pensar que las pocas veces que Daniel la había sorprendido observándolo había ocurrido exactamente lo contrario.
Daniel apareció tarde, junto a Roland, cuando Randy ya había hecho el recuento y los únicos asientos libres estaban en el suelo, en la parte delantera de la sala. Atravesó el chorro de luz del proyector y Luce se dio cuenta por primera vez de que llevaba una cadena de plata en el cuello, con algún tipo de medallón oculto bajo la camiseta. Luego desapareció de su vista, ni siquiera podía ver su silueta.
Resultó que Starman no era muy divertida, pero sí lo eran las constantes imitaciones de Jeff Bridges que hacían los demás alumnos. A Luce le costaba concentrarse en el argumento. Además, empezaba a experimentar aquella incómoda sensación de helor en la nuca. Estaba a punto de ocurrir algo.
Esta vez, cuando llegaron las sombras, Luce las estaba esperando. Al contarlas, se dio cuenta de que aparecían a un ritmo alarmante, y no podía saber si era porque en Espada & Cruz estaba más nerviosa o… si significaba algo más. Nunca habían sido tan agresivas…
Surgían del techo del auditorio, luego se deslizaban a ambos lados de la pantalla y finalmente reseguían las líneas de las tablas del suelo como tinta derramada. Luce se cogió a su asiento y sintió que una oleada de miedo le recorría las piernas y los brazos. Tensó todos los músculos del cuerpo, pero no pudo evitar los temblores. Un apretón en su rodilla izquierda hizo que mirara a Arriane.
—¿Estás bien? —preguntó esta.
Luce asintió, y se pasó las manos por los hombros para fingir que solo tenía frío. Deseaba que fuera así, pero aquel frío en particular no tenía nada que ver con el aire acondicionado demasiado fuerte de Espada & Cruz.
Sentía que las sombras tiraban de sus pies bajo la silla. Siguieron haciéndolo durante toda la película, como un peso muerto, y cada minuto le pareció una eternidad.
Una hora más tarde, Arriane acercó su ojo a la mirilla de la puerta broncínea del dormitorio de Cam.
—¡Yujuuu! —dijo con voz cantarina—. ¡La fiesta está aquí!
Del mismo bolso del que antes había sacado la bolsa de palomitas extrajo una especie de boa de plumas de color fucsia.
—Levántame —le ordenó a Luce, y le ofreció la pierna.
Luce anudó los dedos de ambas manos y los puso bajo la bota negra de Arriane. La observó encaramarse para cubrir la cámara de vigilancia con la boa, mientras apagaba el interruptor de la parte trasera.
—Eso no es para nada sospechoso —dijo Penn.
—¿A quién brindas tu lealtad, a los de la fiesta o a las rojas? —le rebatió Arriane.
—Solo digo que hay formas más inteligentes de hacerlo. —Penn dio un resoplido cuando Arriane volvió al suelo. Arriane le colocó la boa a Luce sobre los hombros, y Luce empezó a bailar shimmy al ritmo del tema de Motown que sonaba al otro lado de la puerta. Pero, cuando Luce le ofreció la boa a Penn para que diera un giro, se sorprendió al notar que todavía parecía nerviosa. Penn se estaba mordiendo las uñas y tenía la frente sudada. Era cierto que Penn llevaba seis jerséis durante el caluroso septiembre del sur… pero nunca tenía calor.
—¿Qué ocurre? —le susurró Luce, inclinándose hacia ella.
Penn jugueteó con el dobladillo de su manga y se encogió de hombros. Parecía a punto de responder cuando se abrió la puerta a sus espaldas. Una vaharada de humo de tabaco, la música a todo volumen y los brazos de Cam repentinamente abiertos las recibieron.
—Has venido —le dijo a Luce con una sonrisa.
Incluso con aquella luz tan tenue, sus labios tenían un resplandor parecido al de las fresas, y cuando la abrazó, ella se sintió diminuta y a salvo. Solo duró un segundo; luego se volvió para saludar a las otras dos chicas, y Luce se sintió un poco orgullosa por ser ella a la que había abrazado.
Detrás de Cam, la habitación, pequeña y oscura, se hallaba atestada de gente. Roland estaba en una esquina, en el tocadiscos, e iluminaba unos vinilos con una lámpara negra. La pareja que Luce había visto en el patio unos días antes tonteaba junto a la ventana. Los pijitos con las camisas blancas formaban un grupo, y de vez en cuando controlaban a las chicas. Arriane no perdió el tiempo y se fue disparada al escritorio de Cam, que hacía las veces de barra. Casi al instante, ya tenía una botella de champán entre las piernas y reía mientras intentaba descorcharla.
Luce estaba perpleja. Ni siquiera habría sabido cómo conseguir alcohol en Dover, donde el mundo exterior era mucho más asequible. Y, aunque Cam llevaba solo unos días de vuelta en Espada & Cruz, parecía saber cómo conseguir cualquier cosa que necesitara para organizar una fiesta dionisíaca con todo el internado. Y, de alguna forma, todo el mundo allí parecía considerarlo normal.
Todavía en el umbral de la puerta, oyó el «pop» de la botella, los aplausos de los demás y a Arriane gritando:
—¡Lucindaaa, ven aquí! ¡Voy a hacer un brindis!
Luce podía sentir el magnetismo de la fiesta, pero Penn parecía mucho menos dispuesta a moverse.
—Ahora te alcanzo —le dijo, haciéndole un gesto con la mano.
—¿Qué pasa? ¿No quieres entrar?
La verdad era que Luce también estaba un poco nerviosa. Todavía no estaba segura de qué consecuencias podía tener todo aquello, y puesto que aún no sabía hasta qué punto podía fiarse de Arriane, sin duda tener a Penn al lado hacía que se sintiese mejor.
Pero Penn frunció el ceño.
—No… no es mi ambiente. Yo soy de bibliotecas… talleres sobre cómo usar el PowerPoint y cosas así. Si quieres piratear un archivo, es a mí a quien buscas, pero esto… —Se puso de puntillas y echó un vistazo al interior—. No sé… la gente de ahí dentro piensa que soy una especie de sabelotodo.
Luce puso la mejor cara de «eh, relájate» que pudo.
—Y ellos piensan que yo soy un pedazo de pastel de carne, y nosotras pensamos que ellos están majaras. —Se rió—. ¿No podemos pasar de todo eso?
Penn se mordió el labio, cogió la boa y se la puso sobre los hombros.
—Vale, de acuerdo —dijo, y entró arrastrando los pies delante de Luce.
Luce parpadeó mientras sus ojos se adaptaban a la luz. La cacofonía reinaba en la habitación, pero se podía oír la risa de Arriane. Cam cerró la puerta tras ella y la llevó de la mano para apartarla del resto de la gente.
—Me alegra mucho que hayas venido —le dijo inclinando la cabeza para que pudiera oírlo en la ruidosa habitación, y le puso la mano en la espalda. Tenía unos labios para comérselos, sobre todo cuando decía cosas como—: Cada vez que alguien llamaba a la puerta me levantaba de un salto con la esperanza de que fueras tú. Luce no sabía por qué Cam se había sentido atraído por ella tan rápido, pero en ningún caso quería estropearlo. Él era popular y sorprendentemente atento y sus atenciones eran más que un halago. La hacían sentirse más cómoda en aquel lugar extraño y nuevo. Sabía que si intentaba devolverle el cumplido se le trabaría la lengua con las palabras, así que se limitó a reír, lo cual también le hizo reír a él, que entonces la atrajo hacia sí para abrazarla de nuevo.
De repente, el único lugar donde Luce podía posar las manos era en el cuello de Cam. Él la abrazó muy fuerte, levantándola ligeramente, y Luce se sintió un poco mareada.
Cuando la devolvió al suelo y Luce se dio la vuelta para ver quién más había en la fiesta, lo primero que vio fue a Daniel, y tuvo la impresión de que Cam no era de su agrado. Estaba sentado muy quieto en la cama con las piernas cruzadas, la lámpara negra hacía que su camiseta blanca pareciese violeta. En cuanto lo vio, ya le resultó imposible mirar hacia otra parte, lo cual no tenía sentido, puesto que tenía a un chico simpático y guapísimo justo a su lado, preguntándole qué quería tomar. No, ella no debería estar mirando a aquel otro chico guapísimo, pero infinitamente más antipático, que desde el otro lado de la habitación la estaba observando con aquella mirada tan penetrante, aviesa y críptica que ella no sabría descifrar que la viera mil veces.
Lo único que sabía era el efecto que aquella mirada le producía: todo lo demás se desenfocó, y Luce sintió que se derretía. Podría haber continuado perdida en esa mirada la noche entera si no hubiera sido por Arriane, que se había subido al escritorio y estaba dirigiéndose a Luce con la copa alzada:
—Por Luce —brindó y le dirigió una sonrisa de santa—, que sin duda estaba en las nubes y se ha perdido mi discurso de bienvenida, y nunca sabrá lo fantásticamente maravilloso que ha sido. Porque lo ha sido, ¿verdad, Ro? —se inclinó para preguntarle a Roland, y este le dio unas palmaditas afirmativas en el tobillo.
Cam puso en la mano de Luce una copa de plástico con champán. Cuando todos empezaron a corear «¡A la salud de Luce! ¡Por Pastel de Carne!», Luce se ruborizó y trató de tomárselo a risa.
Molly se deslizó hasta su lado y le susurró una versión más corta al oído: «Para Luce, que nunca lo sabrá».
Unos días antes, Luce se habría estremecido. Esa noche, en cambio, puso los ojos en blanco y le dio la espalda. Todo cuanto decía aquella chica la hería, pero mostrarlo solo parecía animarla, así que se limitó a agacharse y se sentó al lado de Penn, que le pasó un trozo de regaliz negro.
—¿Puedes creerlo? Creo que incluso me lo estoy pasando bien —dijo Penn mientras masticaba contenta.
Luce le dio un mordisco al regaliz y bebió un sorbito del champán efervescente. No era una combinación magnífica, casi como Molly y ella.
—Oye, ¿Molly es tan malvada con todos o yo soy un caso especial?
Por un momento pareció como si Penn fuera a decir lo contrario, pero luego le dio una palmadita a Luce en la espalda y dijo:
—Querida, contigo se comporta tan encantadora como siempre.
Luce miró a su alrededor: el champán fluía por la habitación, Cam tenía un tocadiscos antiguo muy chic y en el techo había una bola de espejos dando vueltas y proyectando estrellas en la cara de todo el mundo.
—Pero ¿de dónde sacan todo esto? —se preguntó en voz alta.
—Dicen que Roland puede pasar de contrabando cualquier cosa en Espada & Cruz —aseguró Penn con un eje de indiferencia—. No es que yo nunca le haya pedido nada.
Tal vez a eso se refería Arriane cuando dijo que Roland sabía romo conseguir cosas. La única cosa prohibida que Luce se imaginaba poder necesitar era un móvil. Pero por otro lado… Cam dijo que no le hiciera caso a Arriane en lo referente al funcionamiento del colegio. Y le habría parecido adecuado si no fuera porque la mayor parte de lo que había en la fiesta parecía ser cortesía de Roland. Cuanto más intentaba responder a sus propias preguntas, menos encajaban las cosas. Tal vez solo debía limitarse a ser lo bastante popular para que la invitaran a las fiestas.
—A ver, queridos marginados —dijo Roland en voz alta para que todos le prestaran atención. El tocadiscos emitía el zumbido estático cutre entre dos canciones—. Empieza la fase de micro abierto de la noche, quien tenga peticiones para el karaoke que me lo diga.
—¡Daniel Grigori! —Arriane gritó colocando las manos como altavoz.
—¡Ni hablar! —contestó Daniel sin vacilar.
—Oh, Grigori el callado sigue manteniéndose al margen —dijo Roland por el micrófono—. ¿Seguro que no quieres cantar tu versión de «Hellhound, on My Trail»?
—Me parece que esa es tu canción, Roland —dijo Daniel. Esbozó una leve sonrisa, pero a Luce le pareció que era una sonrisa de vergüenza, una sonrisa del tipo «eh, dejad de mirarme, por favor».
—No le falta razón, chicos —dijo Roland sonriente—. Aunque ya se sabe que las canciones de Robert Johnson vacían las salas de karaoke. —Cogió un disco de R. L. Burnside de la pila y lo colocó en el tocadiscos—. Mejor vayámonos al sur.
Cuando sonaron las notas graves de una guitarra eléctrica, Roland se adueñó del centro de la pista, que no eran más que unos pocos metros cuadrados de espacio libre y mal iluminado en mitad de la habitación. Todo el mundo estaba palmeando o llevando el ritmo con el pie, pero Daniel miraba la hora. Aún podía verlo asintiendo con la cabeza en el vestíbulo esa misma noche, cuando Cam la invitó a la fiesta. Como si Daniel quisiera que ella estuviera allí por alguna razón. Aunque, por descontado, cuando ella apareció no dio ninguna señal de haberse percatado de su existencia.
Si al menos pudiera estar con él a solas…
Roland monopolizaba tanto la atención de los invitados que solo Luce se dio cuenta de que Daniel se levantó en medio de la canción, se escurrió entre Molly y Cam y salió por la puerta en silencio.
Era su oportunidad. Mientras todos los demás estaban aplaudiendo, Luce se levantó.
—¡Otra, otra! —gritaba Arriane. Entonces, al darse cuenta de que Luce se había levantado de la silla, dijo—: Oh, ¿mi chica se ha levantado para cantar?
—¡No!
Luce no quería cantar en aquella habitación llena de gente, de la misma forma que tampoco quería reconocer por qué se había levantado. Pero allí estaba, de pie en medio de su primera fiesta en Espada & Cruz, mientras Roland le sostenía el micro bajo la barbilla. ¿Qué podía hacer?
—Lamento que… bueno… que Todd se esté perdiendo todo esto, llegó el eco de su voz por los altavoces. —Ya se estaba arrepintiendo de su pésima mentira, y del hecho de que ya no hubiera vuelta atrás—. He pensado que lo mejor será bajar y ver si ya ha acabado con el señor Cole.
Los demás no supieron muy bien cómo reaccionar ante aquella salida. Solo Penn gritó algo cortada:
—¡Vuelve pronto!
Molly sonrió con desdén.
—Un amor de cretinos —dijo fingiendo que se desmayaba—. Es tan romántico…
Pero, un momento, ¿acaso pensaban que le gustaba Todd? Bueno, a quién le importaba… la única persona que Luce no querría que lo pensara era la persona a la que había intentado seguir fuera.
Ignorando a Molly, Luce se escabulló hacia la puerta, y allí se topó con Cam, que la esperaba con los brazos cruzados.
—¿Quieres que te acompañe? —preguntó con un tono esperanzado.
Ella negó con la cabeza. Para cualquier otra cosa seguramente hubiese querido la compañía de Cam. Pero no en ese momento.
—Vuelvo en un momento —le respondió. Antes de que pudiera ver la decepción reflejada en su cara, se zafó de él y salió al pasillo. Tras el jaleo de la fiesta, el silencio le zumbaba en los oídos. Transcurridos unos segundos, pudo distinguir unas voces que susurraban justo a la vuelta de la esquina.
Daniel. Habría reconocido su voz en cualquier parte. Pero no estaba tan segura de con quién estaba hablando. Una chica.
—Oh, lo siento… —dijo ella, fuera quien fuera, con un acento claramente sureño.
¿Gabbe? ¿Daniel se había escapado de la fiesta para ver a Gabbe, la rubia descafeinada?
—No volverá a ocurrir —continuó diciendo Gabbe—, te juro que…
—No puede volver a ocurrir —musitó Daniel, pero su tono casi era el de una discusión de novios—. Prometiste que estarías allí, y no estabas.
¿Dónde? ¿Cuándo? Luce, desesperada, avanzaba poco a poco por el pasillo, procurando no hacer ruido.
Pero ambos se callaron. Luce se imaginó a Daniel cogiéndole la mano a Gabbe. Pudo visualizarlo inclinándose para darle un beso largo e intenso. Una ola de envidia le invadió el pecho. Uno de ellos suspiró al otro lado del pasillo.
—Tendrás que confiar en mí, cariño —añadió Gabbe con una voz edulcorada que bastó para que Luce la odiara definitivamente—. Solo me tienes a mí.