Hecha una furia
Luce tenía una hoja con el horario, un cuaderno que había empezado a escribir en la clase de Historia Europea Contemporánea del año anterior en Dover, dos lápices del número dos, su goma preferida, y el repentino mal presentimiento de que Arriane podría tener razón respecto a las clases de Espada & Cruz.
El profesor aún no había aparecido, los endebles pupitres estaban dispuestos en hileras desordenadas, y un montón de cajas llenas de polvo hacía de barricada frente al armario del material escolar.
Y lo que es peor: nadie parecía darse cuenta del caos. De hecho, nadie parecía darse cuenta de que se encontraban en una clase. Estaban todos apiñados junto a las ventanas, dando las últimas caladas a los cigarrillos o clavándose en otro lugar de la camiseta los imperdibles extragrandes que exhibían. Solo Todd estaba sentado, grabando un dibujo intrincado con el bolígrafo en el pupitre. Sin embargo, los demás alumnos nuevos ya parecían haber encontrado su lugar. Cam estaba rodeado por los chicos con pinta de pijos de Dover. Debieron de conocerse la primera vez que ingresó en Espada & Cruz. Gabbe estaba saludando a la chica del piercing en la lengua, a la que había visto antes fuera liándose con el tipo del piercing en la lengua. Luce sintió una envidia estúpida porque no se atrevió a nada que más que a sentarse al lado del inofensivo Todd.
Arriane revoloteaba entre los demás, susurrando cosas que Luce no podía entender, como si fuera un princesa gótica. Cuando pasó al lado de Cam, este le alborotó el pelo recién cortado.
—Bonita rapada, Arriane —dijo sonriente mientras le tiraba de un mechón de la nuca—. Mis felicitaciones al estilista. Arriane le dio un manotazo.
—Quita las manos, Cam. O que es lo mismo: ni en sueños. —Movió la cabeza señalando a Luce—. Y puedes felicitar a mi nueva mascota, que está allí.
Los ojos color esmeralda de Cam brillaron al posarse en Luce, que se puso tensa.
—Claro que lo haré —respondió, y empezó a caminar hacia ella. Sonrió a Luce, que estaba sentada con los pies cruzados bajo la silla y las manos enlazadas sobre el pupitre pintarrajeado.
—Los alumnos nuevos tenemos que mantenernos unidos —dijo—. ¿Sabes a qué me refiero?
—Pero ¿tú no habías estado aquí antes?
—No creas todo lo que diga Arriane. —Se volvió para mirar a Arriane, que los observaba con recelo desde la ventana.
—Ah, no, ella no me ha dicho nada de ti —replicó Luce con rapidez al tiempo que intentaba recordar si era verdad o no. Estaba claro que Cam y Arriane no se llevaban bien, y aunque Luce le agradecía que la hubiera acompañado aquella mañana, aún no estaba preparada para tomar partido por nadie.
—Me acuerdo de cuando era nuevo aquí… por primera vez. —Se rió para sus adentros—. Mi grupo acababa de separarse y estaba perdido. No conocía a nadie. Alguien que no hubiese tenido —miró a Arriane— nada que hacer podría haberme enseñado cómo funcionaba todo.
—Vaya, ¿y tú no tienes nada que hacer? —preguntó Luce, sorprendida al notar una cadencia coqueta en su propia voz.
Cam sonrió confiadamente y le arqueó una ceja.
—Y pensar que no quería volver aquí…
Luce se sonrojó. No solía mezclarse con rockeros, aunque también era cierto que hasta el momento ninguno de ellos se había acercado tanto a su mesa, ni se había agachado a su lado, ni la había mirado con unos ojos tan verdes. Cam se llevó la mano al bolsillo y sacó una púa verde de guitarra con el número 44.
—Este es el número de mi habitación. Ven cuando quieras.
La púa tenía un color bastante parecido al de sus ojos, y Luce se preguntó cómo y cuándo las había conseguido, pero antes de que pudiera responderse —y quién sabe cuál hubiese sido la respuesta— Arriane tiró con fuerza del hombro de Cam.
—Perdona, me parece que no me has entendido: yo la he visto primero. Cam resopló y respondió la mirada en Luce.
—Verás, pensaba que aún existía algo parecido al libre albedrío. Quizás tu mascota piense por sí misma y tenga otra idea.
Luce abrió la boca para decir que sí, que por descontado pensaba por mí misma, solo que era su primer día allí y todavía estaba viendo cómo funcionaba todo, pero, en el momento en que iba a decirlo, sonó el timbre y la pequeña reunión alrededor de su pupitre se disolvió.
Los demás se sentaron en los pupitres que había a su alrededor, y enseguida Luce dejó de llamar la atención por el hecho de estar allí sentada, correcta y formal, sin dejar de mirar a la puerta, a la espera de que apareciese Daniel.
Comprobó, por el rabillo del ojo, que Cam la miraba con disimulo. Se sintió halagada… y nerviosa, y también frustrada. ¿Daniel? ¿Cam? ¿Cuánto llevaba en la escuela? ¿Cuarenta y cinco minutos? Y su cabeza ya hacía malabarismos con dos chicos diferentes. La única razón por la que estaba en aquel internado era porque, la última vez que le interesó un chico, las cosas fueron terriblemente, terriblemente mal. No podía enamorarse (¡dos veces!) el primer día de clase.
Miró a Cam, que volvió a hacerle un guiño y se apartó el cabello oscuro de los ojos. Aparte de ser guapo —que lo era—, le pareció que su amistad podría resultarle útil. Como ella, todavía se estaba adaptando a la escuela, aunque era evidente que ya había estado por allí otras veces. Y era amable con ella. Pensó en la púa verde con el número de su habitación, y esperó que no se la diera a todo el mundo. Podrían ser… amigos. Quizá era todo lo que Luce necesitaba. Quizá entonces ella dejaría de sentirse tan fuera de lugar en Espada & Cruz.
Quizá entonces sería capaz de olvidar que la única ventana de la clase tenía el tamaño de un sobre, estaba cubierta de cal, y daba a un impresionante mausoleo del cementerio.
Quizá entonces podría olvidar el olor a peróxido que desprendía la punki rubia de bote que se sentaba delante de ella y que le hacía cosquillas en la nariz.
Quizá entonces podría prestar atención al estricto y bigotudo profesor que entró en el aula diciendo «dejad de hacer tonterías y sentaos» y cerró la puerta con decisión.
Sintió una punzada de decepción en el pecho. Le llevó un instante saber por qué. Hasta el momento en que el profesor cerró la puerta, había mantenido la leve esperanza de que Daniel también asistiría a su primera clase.
¿Qué tenía en la hora siguiente? ¿Francés? Consultó el horario para saber en qué aula era. Justo en ese momento, un avión de papel pasó deslizándose por encima de su horario, rebasó el pupitre y aterrizó cerca de su bolsa. Se cercioró de que nadie se hubiese dado cuenta, pero el profesor estaba ocupado rompiendo un trozo de tiza a medida que escribía algo en la pizarra.
Luce miró algo inquieta hacia la izquierda. Cuando Cam le devolvió la mirada, le guiñó un ojo y la saludó con la mano, flirteando, ella sintió que todo su cuerpo se tensaba. Pero él no parecía haber visto lo que había ocurrido, ni tampoco que fuese el responsable del avión.
—Pssst —alguien chistó detrás de él. Era Arriane, que con la barbilla le indicaba que cogiera el avión de papel.
Luce se agachó para recogerlo y vio su nombre escrito con letras pequeñas y negras en una de las alas. ¡Su primer mensaje!
—¿Ya estás buscando una salida?
No es una buena señal.
Estaremos en este infierno hasta la hora de comer.
Sin duda, tenía que tratarse de una broma. Luce revisó el horario y comprobó horrorizada que las tres clases de la mañana eran en esa misma aula, la 1, y las tres las daba el señor Cole.
El profesor se apartó de la pizarra y empezó a desplazarse por el aula con aspecto soñoliento. No hizo presentación alguna para los nuevos alumnos, y Luce no tenía claro si se alegraba de ello o no. El señor Cole se limitó a tirar un programa de la asignatura sobre las mesas de los nuevos alumnos. Cuando las hojas grapadas aterrizaron delante de ella, Luce se inclinó con interés para echarles un vistazo. «Historia Mundial —decía—. Sorteando la maldición de la humanidad». Hummm, la historia siempre había sido la asignatura que mejor se le daba, pero ¿sortear las maldiciones?
Un estudio más detallado del programa bastó para que Luce comprendiera que Arriane tenía razón con lo del infierno: un montón de lecturas imposibles, EXAMEN, en mayúsculas y en negrita, cada trimestre y un trabajo de treinta páginas sobre —¿en serio?— el dictador depuesto que escogieras. Los temas que Luce se había perdido durante las primeras semanas aparecían marcados con grandes paréntesis en rotulador negro. En los márgenes, el señor Cole había escrito: «Venga a verme para la elección del trabajo de investigación». Si había una manera más efectiva de hundir a alguien, Luce se moriría de miedo.
Al menos tenía a Arriane sentada en la fila de atrás. Luce estaba contenta de que ya existiera un precedente para el envío de mensajes de SOS. Solía intercambiarse mensajes a hurtadillas con Callie, pero, para poder hacer algo parecido allí, Luce sin duda tendría que aprender a construir aviones de papel. Arrancó una hoja del cuaderno e intentó tomar el de Arriane como modelo.
Tras minutos de origami frustrado, otro avión aterrizó en su pupitre. Miró hacia Arriane, que asintió con la cabeza y puso los ojos en blanco como diciendo: «Aún tienes mucho que aprender».
Luce se encogió de hombros a modo de disculpa, se volvió de cara a la pizarra y desplegó el segundo mensaje:
Ah, y hasta que no tengas buena puntería, mejor que no me envíes mensajes que tengan algo que ver con Daniel. El tipo que tienes detrás es famoso en el campo de fútbol americano por sus recepciones.
Era bueno saberlo. Ni siquiera había visto que Roland, el amigo de Daniel, se había sentado detrás de ella. Se volvió apenas y pudo verle las rastas con el rabillo del ojo. Echó un vistazo a su cuaderno abierto y consiguió leer su nombre completo: Roland Sparks.
—Nada de enviar mensajes —dijo el señor Cole con severidad, lo cual hizo que Luce volviera la cabeza de inmediato para prestar atención—. Nada de copiar, ni de mirar los apuntes de los demás. No pasé por la universidad para que ustedes me atiendan a medias.
Luce asintió al unísono con todos los demás alumnos atontados al tiempo que un tercer avión aterrizaba en medio de su pupitre.
¡Solo quedan 172 minutos!
Ciento setenta y tres agobiantes minutos después, Arriane conducía a Luce a la cafetería.
—¿Qué te ha parecido?
—Que tenías razón —respondió Luce en estado catatónico, mientras trataba de recuperarse de las tres primeras horas de clase, que habían sido un suplicio—. ¿Quién querría enseñar una asignatura tan deprimente?
—Ah, Cole se relajará pronto. Siempre que hay alumnos nuevos pone esa cara de «nada de impertinencias». En todo caso —dijo Arriane dándole un golpecito con el codo—, podía haber sido peor. Te podía haber tocado la señorita Tross.
Luce consultó su horario.
—La tengo en Biología por la tarde —dijo con desazón. En el mismo instante en que Arriane se echaba a reír, Luce sintió un empujón en el hombro. Era Cam, que pasaba a su lado de camino al comedor. Luce se habría caído si él no llega a sujetarla.
—Eeeh, cuidado.
Sonrió, y ella se preguntó si la había empujado adrede. Pero no parecía tan infantil. Luce miró a Arriane para ver si se había dado cuenta de algo. Arriane arqueó las cejas, casi invitando a Luce a decir algo, pero ninguna de las dos lo hizo.
Al cruzar los polvorientos ventanales que separaban el lóbrego vestíbulo de la aún más lóbrega cafetería, Arriane cogió a Luce del codo.
—Evita a toda costa la pechuga de pollo frita —le aconsejó mientras seguían a la muchedumbre hacia el jaleo del comedor—. La pizza está buena, el chili es pasable y, de hecho, la sopa de verduras no está mal. ¿Te gusta el pastel de carne?
—Soy vegetariana —respondió Luce. Miraba hacia las mesas buscando a dos personas en particular: Daniel y Cam. Se sentiría mucho más cómoda si supiera dónde estaban, porque así podría comer fingiendo que no los había visto. Pero por el momento no los veía…
—Vegetariana, ¿eh? —Arriane frunció la boca—. ¿Padres hippies, o es un pobre intento de rebelión?
—Nada de eso, es solo que a mí no…
—¿… te gusta la carne? —Arriane cogió a Luce por los hombros y la hizo girar noventa grados para que pudiera mirar directamente a Daniel, que estaba sentado al otro lado del comedor. Luce exhaló un profundo suspiro. Allí estaba—. ¿Te refieres a toda clase de carne, esa incluida? —exclamó Arriane—. ¿A «él» tampoco le hincarías el diente?
Luce le propinó un cachete a Arriane y la arrastró hasta la cola. Arriane se estaba partiendo de risa, pero Luce notaba que se había sonrojado muchísimo, lo cual debía de resultar espantosamente evidente bajo aquella luz fluorescente.
—Cállate, te ha oído —susurró. Una parte de Luce se alegraba de poder bromear sobre los chicos con una amiga. Suponiendo que Arriane fuera su amiga.
Todavía estaba confundida por el modo en que había reaccionado aquella mañana cuando vio a Daniel. La atracción que sentía hacia él… no podía entender de dónde venía y, aun así, ahí estaba otra vez. Se obligó a apartar los ojos de su cabello rubio, de la línea suave de su mandíbula. Se negaba a que la pillaran mirando. No quería darle otro motivo para que le hiciera aquel gesto obsceno con el dedo por segunda vez.
—Bah —se burló Arriane—, está tan concentrado en esa hamburguesa que no oiría ni la llamada de Satán.
Señaló a Daniel, que parecía realmente concentrado en masticar la hamburguesa. Aunque, para ser más exactos, su aspecto era el de alguien que finge estar muy concentrado en masticar una hamburguesa.
Luce observó a Roland, el amigo de Daniel, que estaba al otro lado de la mesa. La estaba mirando directamente. Cuando sus miradas se encontraron, movió las cejas, y aunque Luce no supo con qué intención lo hacía, se sintió algo incómoda.
Luce se volvió hacia Arriane.
—¿Por qué todos son tan raros en este colegio?
—No me lo tomaré como una ofensa —dijo Arriane mientras cogía una bandeja de plástico y le pasaba otra a Luce—. Ahora pasaré a explicarte el delicado arte de elegir asiento en la cafetería. Verás, nunca hay que sentarse cerca de… ¡Luce, cuidado!
Todo lo que hizo Luce fue dar un paso hacia atrás, pero, al hacerlo, sintió que alguien le propinaba un brusco empujón. Supo inmediatamente que iba a caerse. Alargó las manos en busca de algo en lo que apoyarse, pero lo único que encontró fue la bandeja llena de comida de otra persona. Se lo llevó todo por delante y cayó en el suelo de la cafetería emitiendo un ruido sordo, y con un cuenco de sopa de verduras entero en la cara.
Cuando logró apartarse los suficientes trozos de remolacha pastosa de los ojos para ver, Luce alzó la vista. El duendecillo más enfadado que nunca había visto se hallaba de pie ante ella. La chica llevaba el pelo teñido de rubio y de punta, exhibía al menos diez piercings en la cara y tenía una mirada asesina. Le enseñó los dientes a Luce y susurró:
—Si el mero hecho de verte no me hubiese quitado el apetito, te habría obligado a pagarme otra comida.
Luce se disculpó tartamudeando. Intentó levantarse, pero la chica le clavó el tacón de aguja de su bota negra en el pie. Luce sintió una punzada de dolor y tuvo que morderse el labio para no gritar.
—Creo que lo dejaré para otra ocasión —dijo la chica.
—Ya basta, Molly —intervino Arriane con aire conciliador, y se agachó para ayudar a Luce a levantarse.
Luce se estremeció de dolor. Sin duda el tacón de aguja iba a dejarle un cardenal.
Molly se irguió para enfrentarse a Arriane, y Luce tuvo la sensación de que no era la primera vez que se veían las caras.
—Qué deprisa te has hecho amiga de la novata —gruñó Molly—. Eso es mal comportamiento, A. ¿No se suponía que estabas en libertad condicional?
Luce tragó saliva. Arriane no había mencionado nada sobre la libertad condicional. Además, tampoco entendía que aquello tuviera que impedirle hacer nuevas amigas. Pero aquellas palabras bastaron para que Arriane cerrase el puño y lo descargase sobre el ojo derecho de Molly.
Molly retrocedió tambaleándose, pero fue Arriane quien llamó la atención de Luce. Había empezado a convulsionarse, levantando y sacudiendo los brazos.
Luce se horrorizó al comprender que se trataba de la pulsera. Estaba emitiendo algún tipo de descarga a través del cuerpo de Arriane. Increíble. Sin duda, aquel era un castigo cruel e inusual. Se le revolvió el estómago al ver cómo le temblaba todo el cuerpo a Arriane pero Luce pudo cogerla justo cuando se iba a caer al suelo.
—Arriane —susurró—, ¿estás bien?
—Genial. —Arriane abrió los ojos, parpadeó y al instante volvió a cerrarlos.
Luce dio un grito ahogado; luego, uno de los ojos de Arriane volvió a abrirse.
—Te he asustado, ¿eh? Oh, qué tierno. No te preocupes, las descargas no van a matarme —musitó—. Solo me hacen más fuerte, y además, valía la pena ponerle un ojo morado a esa vaca, ¿sabes?
—¡Venga ya, disolveos, disolveos! —tronó una voz ronca a sus espaldas. Randy jadeaba en la puerta de salida, con la cara roja. Ya era un poco tarde para intervenir, pensó Luce, pero entonces vio que Molly se acercaba hacia ellas tambaleándose, con los tacones de aguja resonando en el suelo de linóleo. Aquella chica no tenía ninguna vergüenza. ¿De verdad quería darle una paliza a Arriane con Randy allí delante?
Por suerte, los fornidos brazos de Randy la detuvieron a tiempo. Molly pataleó intentando liberarse y se puso a gritar.
—Será mejor que alguien empiece a hablar —les espetó Randy al tiempo que estrujaba a Molly hasta dejarla sin fuerzas—. Pensándolo mejor, vosotras tres: castigadas mañana por la mañana. En el cementerio. Al amanecer. —A continuación miró a Molly—. Y tú, ¿ya te has calmado?
Molly asintió con frialdad, y Randy la soltó. Se agachó para ver a Arriane, que seguía en el regazo de Luce con los brazos cruzados sobre el pecho. Al principio Luce pensó que Arriane estaba enfurruñada, como un perro rabioso con un collar eléctrico, pero entonces sintió que el cuerpo de Arriane daba una pequeña sacudida y comprendió que todavía se encontraba a merced de la pulsera.
—Venga —dijo Randy con un tono más suave—, vamos a desconectarte eso. Alargó el brazo para ayudar a Arriane a incorporar su cuerpo pequeño y tembloroso, y solo se volvió un instante en la puerta para recordarles sus órdenes a Luce y Molly.
—¡Al amanecer!
—Lo estoy deseando —respondió Molly con voz melodiosa, y luego se agachó para coger el plato de pastel de carne que se le había caído de la bandeja.
Lo balanceó un segundo por encima de la cabeza de Luce, luego le dio la vuelta y le aplastó la comida contra el pelo. Luce pudo oír el chof de su propia mortificación al tiempo que todos en Espada & Cruz contemplaban a la nueva alumna, la chica pastel de carne.
—Impagable —dijo Molly mientras sacaba una cámara plateada minúscula del bolsillo trasero de sus vaqueros negros—. Di… «pastel de carne» —ordenó con voz cantarina mientras tomaba unos primeros planos—. Esto quedará genial en mi blog.
—¡Bonito sombrero! —se mofó alguien al otro lado de la cafetería.
Luce miró inquieta a Daniel, rezando para que de alguna forma no hubiera presenciado la escena. Pero no. Estaba negando con la cabeza y parecía enfadado.
Si hasta ese instante, Luce había pensado que tenía una oportunidad de levantarse y deshacerse del problema… literalmente. Pero cuando vio la reacción de Daniel… eso la destrozó.
No iba a llorar delante de todas aquellas personas horribles. Tragó saliva con dificultad, se puso en pie y se encaminó a toda prisa hacía la puerta más cercana; necesitaba un poco de aire fresco.
Sin embargo, cuando salió, la humedad sureña de septiembre la asfixiaba, la ahogaba. El cielo tenía ese color indefinido, un marrón grisáceo de una insipidez tan opresiva que hasta resultaba difícil saber dónde estaba el sol. Luce fue reduciendo el paso, pero no se detuvo hasta llegar al final del aparcamiento.
Deseaba que su coche viejo y abollado estuviera allí, para hundirse, en el asiento de tapicería desgastada, pisar el acelerador, encender el estéreo y largarse de aquel lugar. Pero allí de pie, en el asfalto negro y caliente, se impuso la realidad: estaba encadenada a aquel lugar, y dos enormes puertas metálicas la separaban del mundo exterior de Espada & Cruz. Además, aunque pudiera escapar… ¿adónde iría?
Aquel mal sabor de boca era cuanto necesitaba saber: aquella era su última parada, y las cosas no pintaban nada bien.
Era tan deprimente como cierto: Espada & Cruz era todo cuanto tenía. Se llevó las manos a la cara, sabía que debía volver. Pero, al levantar la cabeza, los restos de comida que había en sus manos le recordaron que aún estaba cubierta por el pastel de carne de Molly. Puaj. Primera parada, el baño más cercano.
De nuevo en el interior, Luce aprovechó que la puerta del lavabo de las chicas aún se balanceaba para colarse dentro. Gabbe, que ahora parecía aún más rubia e impecable que Luce (que daba la impresión de haber estado buceando en un contenedor de basura), se hizo a un lado.
—Huy, perdona, cielo —dijo. Su acento del sur era agradable, pero su cara se arrugó por completo al ver a Luce—. Oh, Dios, estás horrible. ¿Qué ha pasado?
¿Qué ha pasado? Como si no lo supiera ya todo el colegio. Seguramente se estaba haciendo la tonta para que Luce reviviera la mortificante escena.
—Espera cinco minutos —le respondió Luce, algo más brusca de lo que hubiera querido—. Estoy segura de que aquí los chismes se propagan como la peste.
—¿Quieres que te deje mi base de maquillaje? —le preguntó Gabbe al tiempo que le enseñaba una cajita de cosméticos azul pastel—. Todavía no te has visto, pero creo que vas a…
—Gracias, pero no. —Luce la cortó y se metió en el baño. Abrió el grifo sin mirarse al espejo, se mojó la cara con agua fría, y por fin se dejó llevar. Mientras lloraba, apretó el dispensador del jabón e intentó limpiarse el pastel de carne de la cara con un poco de aquel polvo rosa barato. Pero aún no sabía qué hacer con el pelo y con su ropa, que sin duda había tenido mejor aspecto y olor. Ahora tampoco era cuestión de preocuparse por causar una buena primera impresión a nadie.
La puerta del baño crujió al abrirse, y Luce se pegó a la pared como un animal en una jaula. Entró una chica desconocida, y Luce se tensó, temiéndose lo peor.
La chica era rechoncha y baja, y llevaba un montón de ropa superpuesta que no lo disimulaba en absoluto. El cabello negro y rizado le cubría la cara, que era más bien ancha, y usaba unas gafas de color púrpura que se tambaleaban cuando se sorbía la nariz. Parecía bastante sencilla, pero eso no significaba nada, las apariencias engañan. Ocultaba las manos tras la espalda, un detalle que, después de todo lo que le había sucedido a Luce aquel día, no le infundía mucha confianza.
—Oye, se supone que no deberías estar aquí sin autorización… —le dijo la chica. Por el tono uniforme de su voz parecía que estaba hablando en serio.
—Lo sé. —La mirada de la chica confirmaba la sospecha de Luce, era imposible tomarse un respiro en aquel lugar. Empezó a suspirar, vencida—. Yo solo quería…
—Es broma —le dijo la chica; sonrió, miró al techo y adoptó una postura más relajada—. He pillado un poco de champú del vestuario para ti —añadió, mostrándole dos inofensivas botellas de plástico de champú y de acondicionador—. Venga —le dijo al tiempo que le acercaba una silla plegable destartalada—, vamos a lavarte bien. Siéntate.
De los labios de Luce brotó un sonido inédito, entre gemido y risa al mismo tiempo. Supuso que era un sonido de alivio. En realidad, aquella chica estaba siendo agradable con ella, no agradable como alguien podría llegar a serlo en un reformatorio, sino agradable como una persona normal. Y sin ningún motivo aparente, lo cual le provocó tal perplejidad que casi pierde el equilibrio.
—¿Gracias? —logró articular Luce, que todavía no acababa de dar crédito a cuanto estaba sucediendo.
—Oh, y seguramente necesitarás cambiarte —dijo la chica. Miró su jersey negro y se lo quitó; debajo llevaba otro idéntico.
Al ver la cara de sorpresa de Luce, añadió:
—¿Qué quieres que te diga? Tengo un sistema inmunitario hostil. Me veo obligada a llevar un montón de ropa.
—Bueno, ¿y estarás bien sin este? —preguntó Luce, más que nada por educación, pues lo cierto era que habría hecho cualquier cosa por quitarse de encima aquella capa de carne que llevaba adherida.
—Claro —contestó, haciendo un gesto con la mano para restarle importancia—. Tengo tres más debajo, y un par más en el vestuario, así que no te preocupes. Me duele ver a una vegetariana cubierta de carne: me pongo en el lugar de los demás con facilidad.
Luce se preguntó cómo aquella extraña podía saber cuáles eran sus preferencias alimenticias, aunque algo la intrigaba más:
—Eh… oye, ¿por qué eres tan buena conmigo?
La chica rió, suspiró y negó con la cabeza.
—No todo el mundo en Espada & Cruz es una puta o un chulo de playa.
—¿Eh?
—«Cruz & Espada… Putas y chulos de playa», es el pareado más bien cutre que utilizan en el pueblo para referirse a esta escuela, aunque está claro que aquí no hay auténticos chulos de playa. No voy a aburrirte con los nombres más vulgares que se les han ocurrido.
Luce rió.
—Lo que quería decir es que no todo el mundo aquí es un completo imbécil.
—¿Solo la mayoría? —preguntó Luce, y al instante se odió por sonar tan negativa. Pero había sido una mañana tan larga, y le habían pasado tantas cosas, que quizá aquella chica la perdonaría por haber sido un poco brusca.
Para su sorpresa, la chica sonrió.
—Exactamente. Y por su culpa los demás tenemos que cargar con el nombre. —Extendió la mano—. Soy Pennyweather van Syckle-Lockwood. Pero puedes llamarme Penn.
—Entendido —dijo Luce, demasiado cansada para darse cuenta de que, en una vida anterior, quizá habría reprimido una risa al oír un nombre así. Sonaba como si lo hubieran sacado directamente de las páginas de una novela de Dickens. Aquella chica, que incluso con un nombre así se las arreglaba para presentarse sin complejos, tenía algo que le inspiraba confianza—. Yo soy Lucinda Price.
—Y todo el mundo te llama Luce —prosiguió Penn—. Y te han trasladado del internado Dover, de New Hampshire.
—¿Cómo sabes todo eso? —le preguntó Luce lentamente.
—Ah, ¿sí? ¿Lo he adivinado? —Penn se encogió de hombros—. No, es broma, leí tu ficha, claro. Es una afición que tengo.
Luce la miró sin expresión. Quizá se había precipitado al pensar que podía confiar en ella. ¿Cómo podía Penn tener acceso a su ficha? Penn hizo correr el agua; cuando salió caliente, le indicó a Luce que bajara la cabeza para ponerla bajo el grifo.
—Verás, la cuestión es que —explicó— yo no estoy loca. —Levantó la cabeza mojada de Luce—. Sin ánimo de ofender. —Volvió a bajársela—. Soy la única chica de este colegio que no está aquí por orden judicial. Y quizá no lo creas, pero estar legalmente sana tiene sus ventajas. Por ejemplo, soy la única a la que le permiten ser ayudante administrativa. Lo cual no es muy inteligente por su parte, pues tengo acceso a un montón de mierda confidencial.
—Pero si no tienes que estar aquí…
—Cuando tu padre es el bedel del colegio, de alguna forma te dejan ir por libre, así que… —Penn dejó de hablar.
¿El padre de Penn era el bedel? Por el aspecto del lugar, a Luce ni siquiera se le había pasado por la cabeza que tuvieran un bedel.
—Ya sé lo que estás pensando —dijo Penn, mientras ayudaba a Luce a lavarse los últimos restos de salsa del pelo—. Que las instalaciones no están especialmente bien cuidadas, ¿verdad?
—No —mintió Luce, porque quería caerle bien y alargar el rollo de sé-mi-amiga, y no tenía el menor interés en aparentar que le importaba de verdad con qué frecuencia se cortaba el césped en Espada & Cruz—. No, no, están muy bien.
—Mi padre murió hace dos años —explicó Penn con tranquilidad—. Consiguieron que el viejo director Udell se convirtiera en mi tutor legal, pero nunca llegaron a contratar a un sustituto de papá.
—Lo siento —dijo Luce bajando la voz. Así que allí había alguien que sabía lo que era superar una pérdida importante.
—No pasa nada —repuso Penn, y se echó un chorro de acondicionador en la palma—. De hecho, la escuela está muy bien. Me gusta mucho estar aquí.
Luce levantó la cabeza de golpe, salpicando de agua todo el baño.
—¿Estás segura de que no estás loca? —bromeó.
—Es coña. Odio este lugar, es una mierda.
—Pero tú puedes irte —dijo Luce ladeando la cabeza con curiosidad.
Penn se mordió el labio.
—Sé que es un poco tétrico, pero, incluso si no estuviera atada a Udell, no podría irme. Mi padre está aquí. —Señaló el cementerio, que no se veía desde donde estaban—. Es todo lo que tengo.
—Supongo que eso es más de lo que otros tienen en este colegio —dijo Luce, pensando en Arriane. Recordó cómo le había cogido de la mano antes en el patio, y aquella mirada suplicante en sus ojos cuando le hizo prometer a Luce que se pasaría por su habitación esa noche.
—Se pondrá bien —dijo Penn—. No sería lunes si a Arriane no la llevaran a la enfermería víctima de un ataque.
—Pero no ha sido un ataque —replicó Luce—. Ha sido la pulsera. Lo he visto. Le estaba dando una descarga.
—En Espada & Cruz tenemos una definición muy amplia de qué es un «ataque». Por ejemplo, Molly, tu nueva enemiga, ha tenido algunos legendarios. Siguen diciendo que le van a cambiar la medicación. Con suerte, tendrás el placer de presenciar al menos una buena ida de olla antes de que lo hagan.
Penn estaba muy bien informada. A Luce se le pasó por la cabeza preguntarle cuál era el historial de Daniel, pero pensó que probablemente era mejor no tratar de satisfacer su intenso y complicado interés por él, de momento. Al menos hasta que pudiera hacerse una idea clara de lo que sentía.
Notó cómo las manos de Penn le escurrían el cabello.
—Bueno, ya hemos acabado —dijo Penn—. Creo que ya estás completamente libre de carne.
Luce se miró en el espejo y se mesó el pelo. Penn tenía razón. Aparte de la conmoción emocional y del dolor en el pie derecho, ya no quedaba ninguna señal de la pelea con Molly en el comedor.
—Me alegro de que tengas el pelo corto —añadió Penn—. Si lo hubieras tenido tan largo como en la foto de la ficha, nos habría llevado mucho más tiempo.
Luce la miró boquiabierta.
—Parece que no tendré que perderte de vista, ¿verdad? Penn la rodeó con su brazo y la llevó de camino a la puerta.
—Si me haces caso, nadie saldrá herido.
Luce la miró con preocupación, pero el rostro de Penn no dejaba entrever nada.
—Estás de broma, ¿no? —preguntó Luce.
Penn sonrió, repentinamente contenta.
—Venga, va, que tenemos que ir a clase. ¿No te alegra que por la tarde estemos en el mismo edificio?
Luce se rió.
—¿Cuándo vas a parar de saberlo todo sobre mí?
—No en un futuro próximo —dijo Penn mientras la guiaba hacia el vestíbulo y luego hacia el ceniciento edificio donde estaban las aulas—. Pronto estarás encantada, te lo prometo, resulta muy ventajoso tenerme como amiga.