2

Caído del cielo

Moscú

15 de octubre de 1941

—¡Lucinda! —volvió a gritar Daniel, pero ya fue demasiado tarde: ella se marchó en ese instante. Él acababa de llegar a aquel inhóspito paisaje nevado. Pese a percibir un destello de luz a sus espaldas y el calor de un fuego cercano, solo había tenido ojos para Luce. Había corrido a su encuentro. En la esquina de la oscura calle, parecía diminuta con un abrigo raído que no era suyo. Parecía asustada. La había visto abrir una sombra y luego…—. ¡No!

Detrás de él, un misil alcanzó un edificio. El suelo tembló, la calle se sacudió y se agrietó, y una masa de cristales, acero y hormigón se acumuló en el aire antes de caer como una lluvia.

Después de aquello, un silencio sepulcral se cernió sobre la calle. Pero Daniel apenas se percató. Se quedó entre los escombros, sin terminar de creérselo.

—Continúa retrocediendo en el tiempo —masculló mientras se sacudía el polvo de los hombros.

—Continúa retrocediendo en el tiempo —dijo alguien.

Esa voz. Su voz. ¿Había eco?

No, se hallaba demasiado cerca para deberse al eco. Era demasiado clara para estar únicamente en su cabeza.

—¿Quién ha dicho eso? —Daniel echó a correr, pasó junto a un montón de andamios caídos y se detuvo en la esquina donde había estado Luce.

Dos gritos de sorpresa.

Daniel estaba frente a sí mismo. Solo que no era exactamente él, sino una versión anterior de sí mismo, una versión un poco menos cínica de sí mismo. Pero ¿de cuándo? ¿Dónde estaba?

—¡No os toquéis! —gritó Cam. Iba vestido de oficial, con unas botas militares y un voluminoso abrigo negro. Al ver a Daniel, los ojos le centellearon.

De forma inconsciente, los dos Daniel se habían acercado y habían empezado a andar uno alrededor del otro. En ese momento, se apartaron.

—Mantente alejado de mí —advirtió el más antiguo al más nuevo—. Es peligroso.

—Lo sé —rugió Daniel—. ¿Crees que no lo sé? —El mero hecho de hallarse tan cerca le revolvía el estómago—. Ya he estado aquí. Yo soy tú.

—¿Qué quieres?

—Yo… —Daniel miró a su alrededor, intentando orientarse. Después de vivir miles de años, de amar a Luce y perderla en todos ellos, el tejido de sus recuerdos estaba hecho jirones. Debido a la repetición, cada vez le costaba más recordar el pasado. No obstante, aquel lugar no estaba tan alejado en el tiempo, aquel lugar lo recordaba…

Una ciudad asolada. Nieve en las calles. Fuego en el cielo.

Podría ser una de un centenar de guerras.

Pero…

El lugar de la calle donde la nieve se había derretido. El oscuro socavón en aquel mar blanco. Daniel se arrodilló y tocó el círculo de ceniza negra que había manchado el suelo. Cerró los ojos. Y entonces recordó la forma precisa en la que ella había muerto en sus brazos.

Moscú. 1941.

Así que era eso lo que Luce estaba haciendo: viajar a sus antiguas vidas. Con la esperanza de comprender.

Pero sus muertes no seguían una pauta. Él lo sabía mejor que nadie.

No obstante, había determinadas vidas en las que él había tratado de advertirle esperando que eso cambiara las cosas. En ocasiones había abrigado la esperanza de mantenerla más tiempo con vida, aunque eso jamás le hubiera dado verdaderos resultados. Otras, como esa vez durante el asedio de Moscú, había optado por acelerar el proceso. Para ahorrarle sufrimiento. Para que su beso fuera lo último que ella sintiera en esa vida.

Y aquellas eran las vidas que proyectaban las sombras más largas a través de los eones. Aquellas eran las vidas que descollaban y atraían a Luce como un imán en su precipitado viaje al pasado. Las vidas en las que Daniel le había revelado lo que necesitaba saber, aunque era consciente de que eso la destruiría.

Como su muerte en Moscú. Daniel la recordaba vivamente y se sentía idiota. Las atrevidas palabras que le había susurrado, el apasionado beso que le había dado. La expresión de felicidad de Luce al recordarlo todo poco antes de morir. Eso no había cambiado nada. Ella había terminado igual que siempre.

Y él también se había quedado igual que siempre: desesperanzado. Deprimido. Vacío. Destrozado. Desconsolado.

Gabbe se adelantó para echar nieve con el pie sobre el círculo de ceniza donde había muerto Luschka. Sus alas livianas brillaron en la oscuridad, y un halo de luz envolvió su cuerpo cuando se encorvó. Estaba llorando.

El resto también se acercó: Cam. Roland. Molly. Arriane.

Y Daniil, el Daniel de una época anterior, completó el variopinto grupo.

—Si estás aquí para advertirnos de alguna cosa —gritó Arriane—, di lo que tengas que decir y márchate. —Se envolvió el cuerpo en sus alas iridiscentes, casi como si quisiera protegerse. Se colocó delante de Daniil, que parecía un poco perdido.

Para los ángeles, era ilegal y antinatural interactuar con sus antiguos yoes. Daniel notó un sudor frío y se sintió mareado, no sabía si por tener que revivir la muerte de Luce o por estar tan cerca de Daniil.

—¿Advertirnos? —se mofó Molly mientras caminaba alrededor de Daniel—. ¿Por qué iba Daniel Grigori a molestarse en advertirnos de algo? —Se encaró con él y lo provocó con sus alas cobrizas—. No, recuerdo lo que trama. Lleva siglos viajando por el pasado. Buscándola. Y siempre se le escapa.

—No… —susurró Daniel. Eso era imposible. Había salido en busca de Luce e iba a encontrarla.

—Lo que Molly quiere preguntarte —intervino Roland— es ¿qué te ha traído aquí? ¿De qué época vienes?

—Casi lo había olvidado —dijo Cam mientras se masajeaba las sienes—. Sigue a Lucinda en su viaje a su pasado. —Miró a Daniel y enarcó una ceja—. Quizá ahora te tragues tu orgullo y nos pidas ayuda.

—No necesito ayuda.

—No da esa impresión —se burló Cam.

—No te inmiscuyas —espetó Daniel—. Ya nos das suficientes problemas en el futuro.

—Oh, qué divertido. —Cam aplaudió—. Me has alegrado el día.

—Este juego es peligroso, Daniel —dijo Roland.

—Lo sé.

Cam soltó una risa siniestra.

—Bien. Por fin hemos llegado a la jugada final, ¿no?

Gabbe tragó saliva.

—Entonces… ¿algo ha cambiado?

—¡Luce lo está resolviendo! —exclamó Arriane—. Está abriendo Anunciadoras y viajando por ellas. ¡Y sigue viva!

A Daniel le centellearon los ojos violeta. Se volvió para contemplar las ruinas de la iglesia, el lugar donde había visto a Luschka por primera vez.

—No puedo quedarme. Tengo que alcanzarla.

—Si no recuerdo mal —dijo Cam en voz baja—, no lo harás nunca. El pasado ya está escrito, hermano.

—Tu pasado, quizá. Pero no mi futuro. —Daniel no podía pensar con claridad. Las alas le ardían dentro del cuerpo, desesperadas por salir. Luce se había ido. La calle estaba vacía. Nada lo retenía allí.

Echó los hombros hacia atrás y desplegó las alas, levantando aire a su alrededor. Sí. Aquella liviandad. Aquella hondísima libertad. Ya era capaz de pensar con más claridad. Lo que necesitaba era estar un momento a solas. Consigo mismo. Lanzó una mirada al otro Daniel y remontó el vuelo.

Momentos después, oyó de nuevo el sonido: el mismo ruido de aire levantado, el batir de otro par de alas, unas alas más jóvenes, alzando el vuelo.

El antiguo yo de Daniel lo alcanzó.

—¿Adónde vamos?

Sin hablar, se posaron en la cornisa de un edificio de tres pisos próximo al estanque del Patriarca cuyo tejado quedaba justo enfrente de la ventana de Luce. Desde allí, solían mirarla mientras dormía. Aquello estaría más fresco en la memoria de Daniil, pero el vago recuerdo de Luce soñando bajo las mantas aún le inundaba las alas de un grato calor.

Los dos estaban taciturnos. En la ciudad bombardeada, era triste e irónico que el edificio de Luce hubiera sobrevivido cuando ella no lo había hecho. Permanecieron callados en la fría noche, con las alas bien recogidas para no tocarse sin querer.

—¿Cómo le va en el futuro?

Daniel suspiró.

—La buena noticia es que algo es distinto en esta vida. De algún modo, la maldición se ha… modificado.

—¿En qué sentido? —Daniil lo miró, y la esperanza que le había iluminado los ojos se disipó—. ¿Te refieres a que, en su vida actual, todavía no ha tomado partido?

—Creemos que no. Eso es una parte. Parece que se ha introducido una laguna en la maldición que le ha permitido vivir más de lo habitual…

—Pero eso es muy peligroso. —Daniil habló deprisa, de forma atropellada, soltando el mismo discurso que Daniel se había repetido mentalmente desde la última noche en Espada & Cruz, cuando se había dado cuenta de que esa vez era distinto—: Ella podría morir y no volver. Podría ser el fin. Ahora todo pende de un hilo.

—Lo sé.

Daniil se quedó un momento callado y recobró la calma.

—Lo siento. Por supuesto que lo sabes. Pero… la pregunta es: ¿entiende ella por qué es distinta esta vida?

Daniel se miró las manos vacías.

—Una de las ancianas de Zhsmaelin consiguió interrogarla antes de que ella supiera nada de su pasado. Lucinda sabe que todos están centrados en el hecho de que no ha sido bautizada… pero desconoce muchas cosas.

Daniil se colocó en la cornisa y contempló la ventana sin luz de Luce.

—Entonces, ¿cuál es la mala noticia?

—Me temo que yo también desconozco muchas cosas. No puedo predecir las consecuencias de su huida al pasado si no la encuentro y la detengo, antes de que sea demasiado tarde.

En la calle sonó una sirena. El ataque aéreo había concluido. Pronto los rusos saldrían a peinar la ciudad en busca de supervivientes.

Daniel rebuscó entre los jirones de su memoria. Ella había viajado a una vida anterior, pero ¿a cuál? Se volvió y miró a su antiguo yo de hito en hito.

—Tú también lo recuerdas, ¿verdad?

—¿Que… ha viajado a su pasado?

—Sí. Pero ¿a qué vida? —Hablaron a la vez, sin despegar los ojos de la calle.

—¿Y cuándo se detendrá? —preguntó Daniel con brusquedad, retirándose de la cornisa. Cerró los ojos y respiró hondo—. Luce es distinta ahora. Es… —Casi la olía. Pura luz, como el sol—. Algo fundamental ha cambiado. Por fin tenemos una oportunidad real. Y… y nunca he estado más contento… ni más aterrado. —Al abrir los ojos, le sorprendió ver que Daniil asentía.

—Daniel…

—¿Sí?

—¿A qué esperas? —le preguntó, con una sonrisa—. Ve a buscarla.

Sin decir nada más, Daniel abrió una sombra proyectada en la cornisa, una Anunciadora, y entró en ella.