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Deseos infernales

Arriane retrocedió.

—No —susurró, convencida de la imposibilidad de esa opción—. Jamás.

Los ojos de Tess le suplicaron con temible intensidad.

—Podemos poner fin al secreto de nuestra aventura y proclamarla al universo.

El modo en que resonaba su voz y rebotaba en el techo del granero la inquietaba.

—¿No quieres eso? —le gritó Tess—. ¿No quieres que estemos juntas, reventar los grilletes arbitrarios que nos impiden ser nosotras mismas?

Arriane negó con la cabeza. Aquello era injusto. Tess estaba desquiciada. Tenía el alma más exquisitamente hermosa que Arriane había visto jamás, pero esa vez había ido demasiado lejos. Si Arriane le importaba lo más mínimo, Tess ya debía de saber cuál sería la respuesta de su amante.

Sin embargo…

Arriane titubeó y, por un momento, trató de ver la situación desde el punto de vista de Tess. Desde luego, quería poder amar a Tess abiertamente. Siempre querría. ¿Qué más tenía que hacer para demostrarlo?

¡No! ¿Cómo podía Tess pedirle eso? ¡Que se adhiriera al Infierno y no al Cielo! Eso no era amor. Era una locura.

—Quizá las normas sean acertadas —dijo Arriane, indecisa—. Quizá ángeles y demonios no deberían…

—¿Qué? —la interrumpió Tess—. Dilo.

—Lucifer jamás lo permitiría —espetó Arriane, evasiva, apartándose de Tess para pasear nerviosa por el granero. Pasó delante de las cuadras de los caballos, el redil de las vacas… Todo tenía su sitio. Miró a Tess, en la otra punta del granero. Jamás se había sentido tan lejos de aquella alma que tanto amaba.

—Lucifer podría permitirlo —empezó a decir Tess.

—¡Ya sabes lo que piensa del amor! —saltó Arriane—. Desde que… —Se interrumpió. Aquella vieja historia ya no importaba, en ese momento, no.

—No lo entiendes. —Tess soltó una risa falsa, como si Arriane no comprendiera algo tan sencillo como un problema aritmético—. Dice que, si te llevo conmigo…

—¿Quién lo dice? —Arriane levantó bruscamente la cabeza—. ¿Lucifer?

Tess retrocedió, como asustada, y por un instante, a Arriane le pareció ver algo en el techo del granero. Una estatua de piedra…, una gárgola que parecía observarlas, pero cuando pestañeó ya había desaparecido. Volvió a toparse con la mirada enloquecida de Tess, y se sintió traicionada.

—¿Se lo has contado?

Se acercó decidida a Tess, deteniéndose a escasos centímetros de su pecho, que se hinchaba por la sorpresa de verse confrontada. Pero Tess no reculó.

—¿Cómo te atreves? —espetó Arriane, y dio media vuelta.

Antes de que pudiera salir corriendo del granero, Tess la agarró por las muñecas. Arriane trató de zafarse y notó la fricción de los dedos de Tess en su piel.

—¡Déjame en paz! —gritó, aunque no era lo que quería decir, pero de todas formas Tess no escuchaba. Volvió a engancharla y tiró tan fuerte de la manga de su vestido que el tejido se desgarró.

—Sí, se lo he contado —bramó Tess, gritándoselo a la cara—. ¡Al contrario que a ti, a mí no me importa quién lo sepa!

Arriane la empujó. La empujó tan fuerte que cayó de espaldas sobre una torre de baldes de leche, que se le volcaron encima con gran estrépito. Su piel clara quedó salpicada de gotas blancas.

Tess apartó los cubos de una patada y se puso en pie como un resorte. Entonces —y eso no se lo esperaba Arriane— sus alas se abrieron de golpe en su espalda.

Nunca se enseñaban las alas; era algo que habían acordado hacía mucho tiempo. Era un recordatorio demasiado claro de que su amor no podía ser.

Las amplias alas de demonio de Tess inundaron el granero con su resplandor, dorado como la última luz del día, elevadas cumbres que se alzaban inmensas por detrás de sus hombros como dos picos gemelos. Se batían apenas a ambos lados de su cuerpo, completamente estiradas, rígidas, con las puntas algo dobladas en dirección a Arriane.

La postura ritual de lucha.

Los caballos relincharon y las vacas mugieron, como si percibieran la tensión, como si presintieran que algo terrible estaba a punto de ocurrir.

Lo que sucedió después no era algo que Arriane pretendiese, pero no pudo evitarlo: sus alas respondieron a la provocación. Se desplegaron de sus hombros con un apremio tan íntimamente satisfactorio que no pudo reprimir un grito de gozo. Sin embargo, unos segundos después, la angustió verlas hincharse a los lados.

Tess batió sus grandes alas doradas y su cuerpo se elevó. Se mantuvo en el aire unos segundos y luego se lanzó en picado a por Arriane. Las dos rodaron por el suelo del granero.

—¿Por qué haces esto? —chilló Arriane, agarrándola por los hombros y procurando frenarla mientras luchaban.

Tess agarró un mechón de la larga cabellera de Arriane y tiró de él hacia atrás para poder mirarla a los ojos.

—Para demostrarte que yo lucharía por ti, que haría lo que fuera por ti.

—¡Suéltame! —Arriane no quería pelear con su amor, pero sus alas sentían aquel viejo magnetismo hacia el eterno enemigo. Chilló de dolor y abofeteó el rostro que jamás había querido sino mimar.

—Cuando te unas a mí —le dijo Tess, muy furiosa, inmovilizándole las manos contra el suelo—, él te aceptará. Aceptará nuestro amor.

Arriane negó con la cabeza, encogida de miedo bajo su amante. Temía lo que Tess pudiera hacer a continuación, pero debía decir la verdad.

—Es una trampa.

—¡Cállate!

—Una trampa para mandarme ahí abajo. Un alma más es lo único que él busca. —Arriane se esforzó por zafarse de su amante, por controlar sus propias alas plúmbeas, que echaban chispas cada vez que rozaban las de Tess—. Lucifer es solo un negociante —gritó por encima del bullicio de su riña—, que se queda en el mercado después de anochecer para hacer una última venta. En cuanto me uniera a ti…

Tess se quedó inmóvil, con el rostro encendido a escasos centímetros del suyo. Soltó el pelo de Arriane y le dejó las manos libres. Luego le acarició la mejilla.

—Entonces, ¿te lo pensarás?

Sus ojos azules desprendían tanto fuego que el corazón de Arriane se derritió.

—Recuerdo la primera vez que me despedí de ti —le susurró Tess—. Tenía mucho miedo de no volver a verte nunca.

Arriane se estremeció.

—Ay, Tessriel…

¿Cómo iba a resistirse a un último beso? La pelea terminó cuando Arriane acercó su cabeza hacia Tess, cuyo semblante cambió por completo. El amor surgió de nuevo e inundó el espacio que separaba sus cuerpos hasta que no hubo nada entre ellas. Enterraron los dedos en el pelo de la otra, enredaron sus extremidades y se abrazaron con fuerza. Cuando sus labios se encontraron, el cuerpo entero de Arriane se incendió de pasión frustrada. Absorbió aquel amor y deseó no deshacer jamás ese abrazo, consciente de que, cuando acabara…

También ellas habrían terminado.

Abrió los ojos despacio y contempló el rostro sereno de su verdadero amor. Arriane nunca podría ver a Tess como un demonio. Jamás.

La recordaría así.

Sin darse cuenta siquiera, sus labios se apartaron de los de Tess. Se notó el corazón pesado, incómodo, triste.

Se incorporó despacio, luego se puso de pie.

—N… no… no puedo unirme a ti.

Tess entrecerró los ojos, y su voz se volvió tremendamente fría, como solía ocurrirle cuando algo hería su orgullo. No se levantó del suelo.

—Eres un ángel caído, Arriane. Es hora de que lo digieras y bajes de tu pedestal.

—No soy esa clase de ángel caído. —«Yo no soy como tú.»— Yo caí por creer en el amor.

—¡Mentira! Caíste porque Daniel te arrastró con él, como me arrastró a mí, como a todos los demás.

Arriane se estremeció.

—Al menos el amor de Daniel no exige a nadie que traicione su naturaleza.

—¿Tan segura estás de eso?

La pregunta quedó en el aire. Arriane se acercó al comedero de la pared del fondo y añadió pienso, y un cubo de agua del pozo a los depósitos de los caballos.

—Yo creo en la causa de Daniel —dijo Arriane—. Creo en Lucinda.

—Te equivocas de nuevo: te los han asignado; debes vigilarlos o esos idiotas de la Escala vendrán a por ti.

—¡Eso no significa que no crea en ellos! ¡No renunciaré ni a Luce ni a Daniel!

—En cambio renuncias a lo nuestro. —Tess lloraba; sentada en el centro del granero, se enjugaba las lágrimas con el pañuelo embarrado—. Mañana es San Valentín, Arriane.

—Lo sé. Habíamos quedado en que volaríamos a la feria, donde estarán Lucinda y Daniel, y todos los demás —dijo Arriane con voz trémula—. Íbamos a disfrutar.

—¿Disfrutar? ¿Fingiendo que yo no soy tu amor y tú no eres el mío? ¿Fingiendo buscar lo que ya tenemos? —dijo Tess, ceñuda.

Arriane no contestó. Tess tenía razón. Su situación era insufrible.

Tess se puso en pie por fin y se acercó a Arriane. Le cogió el cubo de las manos y lo dejó en el suelo. Luego le acarició la mejilla.

—Deja que Luce y Daniel tengan su día de San Valentín y tengamos el nuestro. Celebra el amor verdadero haciendo un pacto conmigo. Únete a mí, Arriane. Podríamos ser muy felices juntas, si de verdad estuviéramos juntas.

Arriane se tragó el miedo que le nacía en la garganta.

—Te quiero, pero no puedo dar la espalda a mis promesas.

Se apartó de Tess. Sus ojos trataron de capturar todos los detalles de su amada: el lento vaivén de su pelo rojo bajo la brisa, sus blancos pies descalzos en la recia paja, su mano que aún parecía sostener la mano ausente de Arriane, las lágrimas que brotaban de sus luminosos ojos azules.

Incluso el espectacular brillo dorado de sus alas.

Esa sería la última vez que se verían. Ese sería su último adiós.