Acción de Gracias
Cuando Luce entró por la puerta de la casa de sus padres en Thunderbolt, lo encontró todo exactamente igual.
El perchero del vestíbulo seguía dando la impresión de estar a punto de desplomarse por el exceso de chaquetas. El olor a toallitas para la secadora y al limpiador Pfledge hacía que la casa pareciera todavía más limpia de lo que estaba. El sofá de flores de la sala de estar estaba descolorido a causa del sol de la mañana que se colaba por los estores. Un montón de revistas de decoración sureña manchadas de té cubrían la mesita, con las páginas favoritas marcadas con puntos de lectura hechos con tickets de la compra, para cuando se hiciera realidad el sueño de sus padres de pagar la hipoteca y disponer por fin de un poco de dinero extra para la remodelación.
Andrew, el caniche diminuto de su madre, se acercó trotando hacia los invitados para olerlos y dar el mordisco acostumbrado en la parte posterior del tobillo de Luce.
El padre de Luce dejó su bolsa de viaje en el vestíbulo y le pasó el brazo por el hombro. Ella observó su imagen reflejada en el estrecho espejo de la entrada: padre e hija.
Las gafas sin montura de él le resbalaron por la nariz al besarle la coronilla, cuyo pelo volvía a ser negro.
—Bienvenida a casa, Luce —dijo—. Te hemos echado mucho de menos por aquí.
Luce cerró los ojos.
—Yo también os he echado mucho de menos. —Era la primera vez en semanas que no mentía a sus padres.
Su casa tenía un ambiente acogedor y estaba repleta de los aromas embriagadores típicos de Acción de Gracias. Luce tomó aire y al instante se imaginó todos y cada uno de los platos envueltos en papel de aluminio que se mantenían calientes en el horno. Pavo frito relleno de setas, la especialidad de su padre; salsa de arándanos y manzana, vol-au-vents y una cantidad de tartas de pastel de calabaza y nueces pacanas —la especialidad de su madre— suficiente para alimentar a todo el estado. Seguramente llevaba cocinando toda la semana.
La madre de Luce la cogió por las muñecas. Sus ojos de color avellana estaban ligeramente vidriosos.
—¿Cómo estás, Luce? —le preguntó—. ¿Estás bien?
Era todo un alivio estar en casa. Luce notó que sus ojos también se le humedecían los ojos. Luego asintió y se abalanzó sobre ella para darle un abrazo.
Su madre llevaba el pelo negro cortado a la altura de la barbilla; estaba muy bien peinado y marcado con laca, como si el día anterior hubiera ido a la peluquería, lo que, conociéndola, era lo más probable que hubiera hecho. Tenía un aspecto más joven y atractivo del que Luce recordaba. Comparada con los padres ancianos que había querido visitar en el monte Shasta, e incluso comparada con Vera, la madre de Luce parecía feliz y vivaracha, y no estaba marcada por el dolor.
Esto se debía a que no había tenido que pasar por lo que habían pasado los demás: la pérdida de una hija. Perder a Luce. Sus padres habían organizado su vida en torno a ella. Si ella muriera, quedarían destrozados.
No podía morir como en vidas anteriores. No podía arruinar la vida de sus padres en esta ocasión, ahora que conocía más cosas sobre su pasado. Estaba dispuesta a hacer todo lo posible para que ellos fueran felices.
Su madre recogió los abrigos y los gorros de los demás chicos en el vestíbulo.
—Espero que tus amigos hayan venido con hambre.
Shelby señaló con el pulgar a Miles.
—Vaya con cuidado con esos deseos.
A los padres de Luce no les molestaba acoger en su mesa de Acción de Gracias a unos cuantos invitados de última hora.
Cuando, justo antes del mediodía, el Chrysler New Yorker de su padre había rebasado las altas puertas de hierro de Espada & Cruz, Luce ya lo estaba esperando. No había podido dormir en toda la noche. Entre la extrañeza que le provocaba regresar a Espada & Cruz y su nerviosismo por juntar a un grupo tan variopinto de personas por Acción de Gracias al día siguiente, su mente no podía descansar.
Por fortuna, la mañana pasó sin ningún incidente; tras dar a su padre el abrazo más largo y afectuoso que le había dado a nadie, le dijo que tenía algunos amigos que no sabían dónde pasar las vacaciones.
Al cabo de cinco minutos, ya estaban todos metidos en el coche.
Ahora se encontraban en el hogar de la infancia de Luce, contemplando fotografías enmarcadas de ella a distintas edades, mirando a través de las mismas ventanas por las que ella había mirado durante más de una década mientras tomaba cuencos de cereales. Parecía un poco surrealista. Mientras Arriane iba a la cocina para ayudar a su madre a montar la nata, Miles abrumaba a preguntas a su padre sobre el enorme telescopio que tenía en su despacho. Luce se sintió muy orgullosa de sus padres por hacer que todo el mundo se sintiera bienvenido.
El sonido de una bocina en la calle le hizo dar un respingo.
Se sentó en el borde del sofá hundido y levantó una tablilla del estor. En la calle, un taxi de color rojo y blanco se detenía frente a la casa, echando bocanadas de humo en el frío aire otoñal. Aunque tenía las ventanas tintadas, el pasajero solo podía ser una persona.
Callie.
Una de las botas de piel rojas hasta la rodilla de Callie asomó por la puerta trasera y se apoyó en la acera de asfalto. Un segundo más tarde, apareció el rostro en forma de corazón de su mejor amiga. La piel de porcelana de Callie estaba algo sonrojada, llevaba el pelo caoba un poco más corto, cortado en un ángulo elegante a la altura de la barbilla. Los ojos de color azul pálido le brillaban. Por algún motivo, no dejaba de mirar al interior del taxi.
—¿Qué miras? —preguntó Shelby levantando otra tablilla para poder mirar. Roland se deslizó al otro lado de Luce y también miró fuera.
Justo a tiempo para poder ver salir del taxi a Daniel…
Seguido de Cam, en el asiento delantero.
Los dos chicos llevaban unos abrigos largos y oscuros, parecidos a los que vestían en la escena de la orilla que ella había vislumbrado. Tenían el pelo brillante bajo la luz del sol. Y por un instante, solo por un instante, Luce se acordó de por qué al principio en Espada & Cruz los dos le habían llamado tanto la atención. Eran bellos. No se podía decir de otro modo. Eran fabulosos y extraordinarios, de un modo casi antinatural.
Pero ¿qué hacían allí?
—Justo a tiempo —murmuró Roland.
Al otro lado de Luce, Shelby preguntó:
—¿Quién los ha invitado?
—Eso mismo estaba pensando yo —dijo Luce sin poder evitar sentir cierto desvanecimiento al ver a Daniel a pesar de lo complicadas que estuvieran las cosas entre ellos.
—Luce —Roland se rió al ver la cara de ella mirando a Daniel—, ¿no te parece que deberías abrir la puerta?
Sonó el timbre.
—¿Es Callie? —exclamó la madre de Luce desde la cocina por encima del ruido de la batidora.
—¡Ya voy! —gritó Luce con el pecho encogido.
Por supuesto que quería ver a Callie. Pero superior a su alegría por ver a su mejor amiga era su anhelo por ver a Daniel. Por tocarlo, abrazarlo y olerlo. Por presentárselo a sus padres.
Ellos se darían cuenta, ¿verdad? Ellos verían que Luce había encontrado a la persona que le había cambiado la vida para siempre.
Abrió la puerta.
—¡Feliz Día de Acción de Gracias! —exclamó una voz con un fuerte acento sureño. Luce parpadeó varias veces hasta que su cerebro logró relacionar esa voz con la imagen que se le ofrecía ante sus ojos.
Gabbe, el ángel más bello y de modales más correctos de Espada & Cruz, se encontraba de pie en el porche de su casa con un vestido de punto de color rosa. Su pelo rubio era un frenesí fabuloso de trenzas, recogidas en pequeños remolinos en lo alto de la cabeza. Su piel tenía un brillo suave y delicado, no muy distinto al de Francesca. En una mano sostenía un ramo de gladiolos, y en la otra, una fiambrera de plástico blanco.
A su lado, con el pelo teñido de rubio pero con las puntas marrones, estaba el demonio Molly Zane. Sus vaqueros negros desgastados combinaban con un jersey negro deshilachado, como si todavía siguiera las normas de vestimenta de Espada & Cruz. Molly había multiplicado sus piercings faciales desde la última vez que Luce la había visto. Balanceándose sobre el antebrazo, llevaba una pequeña cazuela negra de hierro forjado. Tenía la mirada clavada en Luce.
Luce vio cómo los demás enfilaban el largo acceso a la casa. Daniel llevaba al hombro la maleta de Callie, pero Cam era el que estaba inclinado y sonreía con una mano posada en el antebrazo derecho de la chica mientras charlaba con ella. Callie no sabía si mostrarse nerviosa o totalmente encantada.
—Pasábamos por aquí… —Gabbe sonrió abiertamente tendiéndole las flores a Luce—. Yo he hecho un helado de vainilla, y Molly ha traído un aperitivo.
—Langostinos picantes Diablo. —Molly levantó la tapa de la cazuela y Luce olió el caldo picante de ajo—. Receta de la familia.
Molly cerró la tapa, pasó junto a Luce para entrar en el vestíbulo y allí se tropezó con Shelby.
—¡Se dice perdón! —dijeron con brusquedad las dos al unísono mirándose con suspicacia.
—¡Qué bien! —Gabbe se inclinó para dar un abrazo a Luce—. Molly acaba de hacer una amiga.
Roland acompañó a Gabbe a la cocina, y entonces Luce pudo ver bien a Callie. Cuando sus miradas se cruzaron, no pudieron evitarlo: las dos chicas sonrieron de oreja a oreja y corrieron a abrazarse.
El impacto del cuerpo de Callie dejó casi sin aliento a Luce, pero no le importó. Se abrazaron con fuerza y hundieron la cara en sus cabellos; la dos se reían como solo es posible entre amigas tras una larga separación.
Luce se separó a su pesar y se volvió hacia los dos chicos que se encontraban un poco rezagados. Cam tenía el aspecto de siempre: controlado, a gusto, elegante y guapo.
Daniel, en cambio, parecía incómodo, y tenía buenos motivos para estarlo. No se habían hablado desde que la había visto besando a Miles, y ahora se encontraban ante la mejor amiga de Luce y ante Cam, el ex enemigo… o lo que fuera, de Daniel.
Sin embargo…
Daniel estaba en su casa. A muy pocos metros de la casa de sus padres. ¿Perderían la cabeza si supieran quién era él en realidad? ¿Cómo podía presentarles a un chico que era responsable de miles de muertes y hacia el que ella se sentía atraída prácticamente siempre como un imán? ¿Alguien imposible, escurridizo, misterioso y a veces incluso miserable cuyo amor ella no comprendía? ¿Alguien que colaboraba con el diablo, ¡maldita sea!, y a quien —si creía que presentarse allí sin ser invitado y con ese demonio era una buena idea— tal vez no la conocía tan bien?
—¿Qué hacéis aquí?
Habló en un tono de voz seco, porque no podía hablar con Daniel sin hablar también con Cam y no podía hablar con Cam sin desear arrojarle algo pesado a la cabeza.
Cam habló primero.
—¡Feliz Día de Acción de Gracias para ti también! Nos dijeron que el mejor sitio para pasar este día era tu casa.
—Hemos conocido a tu amiga en el aeropuerto —añadió Daniel con el tono insípido que usaba cuando él y Luce estaban en público.
Era un modo de hablar muy formal y de inmediato ella ansió estar a solas con él para ser ellos de verdad. Así, ella le agarraría por la solapa de aquel estúpido abrigo y le sacudiría hasta que se lo contara todo. Aquello había ido demasiado lejos.
—Nos pusimos a hablar y compartimos el taxi —prosiguió Cam haciéndole un guiño a Callie.
Callie sonrió a Luce.
—Yo me imaginaba cómo sería una reunión íntima en casa de los Price, pero esto es mucho mejor. Así podré hacerme una mejor idea de todo.
Luce notó que su amiga le escrutaba la cara intentando saber qué pensar de esos dos chicos. Sin duda ese Día de Acción de Gracias se estaba volviendo incómodo a toda velocidad. No era así como se suponía que tenían que ir las cosas.
—¡Es la hora del pavo! —gritó su madre desde la puerta. Su sonrisa se truncó en una mueca de confusión al ver la gente que había fuera—. Luce, ¿qué ocurre?
Llevaba su viejo delantal de rayas verdes y blancas anudado en torno a la cintura.
—Mamá —dijo Luce haciendo un gesto con la mano—, esta es Callie, y Cam y…
Le hubiera gustado extender la mano para tocar a Daniel, o hacer algo, cualquier cosa que indicara a su madre que él era alguien especial, alguien único. Y también para hacerle saber a él también que todavía lo quería, que todo cuanto había entre ellos iba a salir bien. Pero lo único que hizo fue quedarse parada.
—Este es Daniel.
—Está bien. —Su madre miró a los recién llegados con suspicacia—. Bueno, pues, hum, ¡bienvenidos! Luce, cariño, ¿puedo hablar contigo un momento?
Luce se acercó a su madre hasta la puerta después de levantar un dedo a Callie para indicarle que regresaría en un instante. Siguió a su madre por el vestíbulo, por el pasillo a oscuras decorado con fotografías enmarcadas de la infancia de Luce, y hasta el acogedor dormitorio de sus padres, que estaba iluminado con una lámpara. Su madre se sentó sobre la cama blanca y cruzó los brazos.
—¿No tienes que contarme nada?
—Lo siento mamá —dijo Luce desplomándose en la cama.
—Mira, no quiero excluir a nadie de una comida de Acción de Gracias, pero ¿no te parece que hay un momento en que hay que poner un límite? ¿No te bastaba con un coche lleno de gente?
—Tienes razón, mamá —dijo Luce—. Yo no he invitado a toda esa gente. Estoy tan sorprendida como tú de que hayan aparecido todos.
—Es que tenemos tan poco tiempo para estar contigo… Nos encanta conocer a tus amigos —dijo la madre de Luce acariciándole el pelo—, pero nos hacía más ilusión pasar un rato contigo.
—Sé que es una gran imposición, mamá. —Luce volvió la mejilla hacia la palma abierta de su madre—. Daniel es especial. No sabía que iba a venir, pero como está aquí, necesito pasar un poco de tiempo con él, igual que contigo y con papá. ¿Te parece bien?
—¿Daniel? —repitió su madre—. ¿Ese rubio tan guapo? ¿Vosotros estáis…?
—Sí. Estamos enamorados.
Por algún extraño motivo, Luce temblaba. A pesar de las dudas que tenía sobre su relación, decir en voz alta a su madre que quería a Daniel lo hacía más verdadero, le recordaba que, pese a todo, ella lo quería de verdad.
—Entiendo. —Su madre asintió sonriendo sin que sus rizos color castaño peinados con laca se movieran—. Bueno, tampoco podemos echar a patadas a todo el mundo menos a él, ¿no?
—Gracias, mamá.
—Dale las gracias también a tu padre. Y, cariño, la próxima vez avísanos con un poco más de tiempo. De haber sabido que traías a casa a un chico especial, habría bajado del desván el álbum de fotografías de cuando eras un bebé.
Le hizo un guiño y estampó un beso en la mejilla de Luce.
De regreso a la sala de estar, Luce se dirigió primero a Daniel.
—Me alegro de que al final hayas podido estar con tu familia —dijo él.
—Espero que no estés enfadada con Daniel por haberme traído —intervino Cam. Luce quiso ver cierta altanería en la voz, pero no la encontró—. Estoy seguro de que a los dos os gustaría que yo no estuviera, pero —miró a Daniel— un pacto es un pacto.
—Desde luego —respondió Luce en tono frío.
La cara de Daniel no delataba nada hasta que se ensombreció. Miles acababa de entrar del comedor.
—Hum… Oye, tu padre está a punto de hacer un brindis. —Miles tenía los ojos clavados en Luce de un modo que ella pensó que posiblemente lo hacía para no cruzar la mirada con Daniel—. Tu madre me ha pedido que te pregunte dónde quieres sentarte.
—Oh, en cualquier sitio. ¿Tal vez al lado de Callie?
Luce sintió cierto pánico cuando pensó en todos los invitados y en la urgencia de mantenerlos a la máxima distancia posible entre ellos. Y a Molly, lejos de todos.
—Debería haber hecho tarjetas para la mesa.
Roland y Arriane se habían apresurado a colocar la mesa de jugar a las cartas junto a la de comer de tal modo que ahora el banquete llegaba incluso a la sala de estar. Alguien había puesto un mantel de color dorado y blanco, y sus padres incluso habían sacado la vajilla de cuando se casaron. Las velas estaban encendidas, y las jarras, llenas de agua. Al poco, Shelby y Miles sacaron unos cuencos humeantes de judías verdes y puré mientras Luce se sentaba entre Callie y Arriane.
La cena de Acción de Gracias, pensada en principio como una comida íntima, había pasado a ser para doce comensales: cuatro humanos, dos nefilim, seis ángeles caídos (tres de cada bando, del Bien y del Mal) y un perro disfrazado de pavo con su cuenco con sobras debajo de la mesa.
Miles fue a sentarse delante de Luce, pero Daniel lo fulminó con una mirada amenazadora. Él entonces retrocedió y, cuando Daniel iba a tomar asiento, Shelby le quitó el sitio. Con una sonrisa y cierta actitud triunfante, Miles se sentó a la izquierda de Shelby y delante de Callie mientras que Daniel, con una actitud algo molesta, se acomodó a la derecha, frente a Arriane.
Alguien daba patadas a Luce por debajo de la mesa, intentando llamar su atención, pero ella no apartaba la vista del plato.
En cuanto todo el mundo estuvo sentado, el padre de Luce se puso de pie en la cabecera de la mesa mirando a la madre al otro lado, e hizo chocar el tenedor contra la copa de vino tinto.
—Tengo fama de dirigir uno o dos discursos interminables en estas fechas. —Se rió—. Pero nunca hemos recibido a tanta gente joven y hambrienta en casa, así que iré al grano. Quiero dar las gracias a mi querida esposa Doreen, a mi adorada hija Luce y a todos vosotros por acompañarnos. —Fijó la vista en Luce y dibujó una mueca especial que hacía cuando se sentía especialmente orgulloso—. Es maravilloso ver cómo progresas, que te has convertido en una jovencita muy guapa con muchos y fantásticos amigos. Esperamos que todos vuelvan de nuevo. Salud para todos. Por la amistad.
Luce se esforzó por sonreír, esquivando las miradas furtivas que se dirigían todos sus «amigos».
—Tiene toda la razón. —Daniel rompió el silencio incómodo que siguió y alzó la copa—. ¿Qué tiene de bueno la vida sin amigos en quienes confiar?
Miles apenas lo miró, y hundió la cuchara de servir en el puré de patatas.
—Dicho por el mismísimo señor Confianza.
Los Price estaban demasiado ocupados haciendo pasar las bandejas a los extremos opuestos de la mesa como para darse cuenta de la mirada severa que Daniel dirigió a Miles.
Molly empezó a servir en el plato de Miles una buena ración de su aperitivo de langostinos picantes, que nadie había probado aún.
—Di «basta» cuando tengas suficiente.
—Uau, Molly, guarda un poco de ese picante para mí. —Cam alargó el brazo para coger la cazuela de langostinos—. Dime, Miles, Roland me contó que hiciste un buen alarde de habilidad en esgrima hace unos días. Supongo que eso volvió locas a las chicas. —Se inclinó hacia delante—. Luce, tú estabas allí, ¿no?
Miles se quedó a medio gesto en el aire con el tenedor. Sus grandes ojos azules parecían confusos acerca de las intenciones de Cam, como si este esperara oír decir a Luce que sí, que las chicas, incluida ella, se volvieron realmente locas.
—Roland también dijo que Miles perdió —comentó Daniel plácidamente, y pinchó un poco del relleno.
Al otro extremo de la mesa, Gabbe mitigó la tensión con un ronroneo intenso de satisfacción.
—Dios mío, señora Price, estas coles de Bruselas son un bocado celestial. ¿No te parece, Roland?
—Hummm —asintió Roland—. Realmente me transportan a tiempos más sencillos.
Entonces la madre de Luce empezó a recitar la receta mientras su padre se extendía acerca de la producción local. Luce, por su parte, intentó disfrutar de aquel extraño tiempo con su familia, y Callie se inclinó para decirle que todo el mundo parecía fabuloso, sobre todo Arriane y Miles. Sin embargo, había muchas cosas que había que atender. Luce sentía como si tuviera que desactivar una bomba en cualquier momento.
Unos minutos más tarde, tras pasar por segunda vez el relleno entre los comensales, la madre de Luce dijo:
—¿Sabes? Tu padre y yo nos conocimos cuando teníamos tu edad.
Luce había oído esa historia unas trescientas cincuenta veces.
—Él era quarterback del Athens High. —Su madre hizo un guiño a Miles—. En esa época los tipos atléticos también volvían locas a las chicas.
—Sí. En efecto, había doce Trojans y dos que estábamos en el primer equipo. —El padre de Luce se echó a reír, y ella esperó a que dijera la frase de siempre—. Solo tuve que demostrarle a Doreen que fuera del campo no era un tipo tan duro.
—Me parece fabuloso que ustedes tengan un matrimonio tan sólido —dijo Miles mientras cogía otro de los famosos bollos de levadura de la madre de Luce—. Luce tiene suerte de tener unos padres tan sinceros y francos con ella y con los demás.
La madre sonrió encantada.
Pero antes de que pudiera decir nada, Daniel intervino:
—El amor es mucho más que eso, Miles. Señor Price, ¿no le parece que una relación de verdad es algo más que simple diversión y juegos? ¿Que exige algo de esfuerzo?
—Claro, claro. —El padre de Luce se limpió los labios con la servilleta—. ¿Por qué si no se habla del compromiso del matrimonio? Si duda, el amor tiene altibajos. Así es la vida.
—Bien dicho, señor Price —dijo Roland con un apasionamiento que no cuadraba con su cara tersa de adolescente—. Yo también he vivido mis altibajos.
—Oh, vamos —intervino Callie para sorpresa de Luce. La pobre creía que todos eran lo que aparentaban—. Hacéis que todo parezca muy grave.
—Callie tiene razón —dijo la madre de Luce—. Sois jóvenes y alegres, deberíais pasarlo bien.
Pasarlo bien. ¿Así que ese ahora era el objetivo? ¿Acaso alguna vez pasarlo bien había sido posible para Luce? Se quedó mirando a Miles, que sonreía.
—Yo me lo paso bien —dijo articulando cada sílaba para que Luce le leyera los labios.
Aquello cambiaba las cosas por completo para Luce, que no dejaba de mirar una y otra vez alrededor en la mesa y se daba cuenta de que, pese a todo, ella también se lo estaba pasando bien. Roland fingía sacarle la lengua a Molly enseñándole un langostino en su lugar y ella se reía, quizá por primera vez en la vida. Cam intentaba halagar a Callie, ofreciéndose incluso a untarle la mantequilla en el bollo, algo que ella declinó con una mueca de sorpresa y una negación tímida de cabeza. Shelby comía como si estuviera entrenándose para una competición. Y alguien le seguía acariciando los pies por debajo de la mesa. Ella cruzó la mirada con los ojos de color violeta de Daniel. Él le guiñó un ojo y ella sintió un cosquilleo en el estómago.
Aquella reunión tenía algo de extraordinario. Era el Día de Acción de Gracias más animado desde que la abuela de Luce murió y los Price dejaron de ir a la zona pantanosa de Louisiana para pasar las vacaciones. Ahora esa era su familia: toda esa gente, ángeles, demonios, o lo que quiera que fuesen. Para bien o para mal, en tiempos complicados con sus altibajos, e incluso para momentos de diversión. Como su padre acababa de decir: así era la vida.
Para ser una chica con cierta experiencia en la muerte, la vida —y punto— era la cosa por la que Luce de pronto se sintió más completamente agradecida.
—Bueno. Ya estoy harta —anunció Shelby al cabo de unos minutos—, de tanta comida, claro. ¿Los demás estáis llenos? Vamos a recoger todo esto. —Soltó un silbido y dibujó un lazo en el aire con un dedo—. Ya tengo ganas de volver a ese reformatorio al que vamos todos, hum…
—Ayudaré a quitar la mesa. —Gabbe de puso de pie de inmediato y empezó a apilar platos, mientras arrastraba a la malhumorada Molly a la cocina con ella.
La madre de Luce seguía dirigiéndoles miradas furtivas a todos, intentando ver el encuentro desde la perspectiva de su hija. Lo cual era imposible. Había captado la idea de Daniel con rapidez y no dejaba de mirar a los dos de un lado a otro. Luce quería una oportunidad para demostrar a su madre que lo que ella y Daniel compartían era algo sólido y maravilloso, distinto a cualquier otra cosa en el mundo, pero tenían demasiada gente alrededor. Lo que debería haber parecido fácil resultaba difícil.
Andrew dejó de mordisquear las plumas de fieltro que tenía en torno a la nuca y empezó a emitir gañidos en dirección a la puerta. El padre de Luce se puso de pie y fue a buscar la correa del perro. Fue un alivio.
—Hay alguien a quien le apetece dar su paseo después de la cena —anunció.
La madre de Luce también se puso de pie, y Luce la siguió hasta la puerta y la ayudó a ponerse la gabardina. Luego pasó la bufanda a su padre.
—Gracias por haber estado tan estupendos esta noche. Lavaremos los platos mientras estáis fuera.
Su madre sonrió.
—Tú nos haces sentir muy orgullosos, Luce. Por cualquier cosa. Recuérdalo.
—Me gusta ese Miles —dijo su padre mientras colocaba la correa al collar de Andrew.
—Y Daniel es… bueno, extraordinario —comentó la madre a su padre con un tono de voz especial.
Luce se sonrojó y miró de nuevo hacia la mesa. Volvió entonces la mirada hacia sus padres como suplicando: «Ahora no me abochornéis».
—¡Muy bien! ¡Que tengáis un largo y bonito paseo!
Luce sostuvo la puerta abierta y los vio salir en la noche con el perro inquieto y prácticamente ahogado por la correa. El aire frío que se colaba a través de la puerta resultaba refrescante. La casa estaba caldeada con tanta gente. Justo antes de que sus padres desaparecieran por la calle, a Luce le pareció vislumbrar un destello en el exterior.
Algo parecido a un ala.
—¿Habéis visto eso? —dijo sin saber a quién se lo decía.
—¿Qué? —preguntó su padre volviéndose. Parecía tan satisfecho y feliz que a Luce casi se le partió el corazón.
—Nada.
Luce esbozó una sonrisa forzada mientras cerraba la puerta. Sintió que tenía alguien a su espalda.
Era Daniel. La calidez que la hacía tambalear en cualquier sitio.
—¿Qué has visto?
Su voz era glacial, aunque no de rabia, sino de miedo. Ella volvió su mirada hacia él, fue a cogerlo de las manos, pero él se volvió en otra dirección.
—¡Cam! —exclamó—. ¡Saca el arco!
Al otro lado de la habitación, Cam levantó la cabeza.
—¡¿Ya?!
Un zumbido en el exterior de la casa lo hizo callar. Se apartó de la ventana y rebuscó en su abrigo. Luce vio entonces el destello plateado y se acordó: las flechas que había recogido de la Proscrita.
—Avisa a los demás —dijo Daniel antes de volver la cara hacia Luce. Separó entonces los labios y su mirada desesperada hizo pensar a Luce que tal vez tenía intenciones de besarla. Sin embargo, lo único que dijo fue—: ¿Tenéis un sótano de refugio para las tormentas?
—Dime lo que ocurre —pidió Luce.
Oyó el agua en la cocina, donde Arriane y Gabbe cantaban Heart and Soul a varias voces con Callie mientras limpiaban los platos. Vio la expresión asustada de Molly y Roland mientras despejaban la mesa. Y, de pronto, Luce se dio cuenta de que aquella cena de Acción de Gracias no había sido más que una pantomima. Una tapadera. El problema es que no sabía de qué.
Miles asomó junto a Luce.
—¿Qué ocurre?
—Nada que te concierna —respondió Cam. No lo dijo con brusquedad sino constatando un hecho—. Molly. Roland.
Molly apartó el montón de platos.
—¿Qué quieres que hagamos?
Daniel fue el que respondió, dirigiéndose a Molly como si de pronto pertenecieran al mismo bando.
—Avisa a los demás. Y buscad escudos. Irán armados.
—¿Quiénes? —preguntó Luce—. ¿Los Proscritos?
Los ojos de Daniel se posaron en ella y mostró un gesto apesadumbrado.
—Se suponía que no nos encontrarían esta noche. Sabíamos que era posible, pero de verdad no quería que esto ocurriera aquí. Lo siento.
—Daniel —le interrumpió Cam—, ahora lo que importa es defenderse.
Un golpeteo fuerte sacudió la casa. Cam y Daniel se dirigieron por instinto hacia la puerta delantera, pero Luce negó con la cabeza.
—Es la puerta de atrás —susurró—. En la cocina.
Se quedaron quietos un instante, atendiendo al crujido de la puerta trasera al abrirse. Entonces se oyó un grito largo y penetrante.
—¡Callie!
Luce se echó a correr por la sala de estar, estremecida al imaginarse la escena en que se encontraba su mejor amiga. Si Luce hubiera sabido que los Proscritos iban a aparecer, no habría permitido que Callie viniera. Ella jamás habría regresado a casa. Si ocurría algo malo, Luce nunca se lo perdonaría.
Al pasar por la puerta de la cocina, Luce vio a Callie escudada por el cuerpo diminuto de Gabbe. Estaba a salvo, por lo menos por ahora. Luce suspiró aliviada, y casi cayó contra la muralla de músculos que detrás de ella habían erigido Daniel, Cam, Miles y Roland.
Arriane estaba de pie en el umbral encalado, sosteniendo en lo alto una enorme tabla de cortar. Parecía dispuesta a golpear a alguien que Luce aún no podía distinguir.
—Buenas noches.
Era una voz masculina, engolada y formal.
Cuando Arriane bajó la tabla, apareció en la entrada un chico alto y enjuto ataviado con una gabardina marrón. Estaba muy pálido, tenía el rostro muy fino y una nariz prominente. Sus facciones le resultaron familiares. El pelo muy rubio y muy corto, los ojos blancos e inexpresivos…
Era un Proscrito.
Pero Luce lo había visto en algún otro sitio antes.
—¡¿Phil?! —exclamó Shelby—. ¿Qué diablos haces aquí? ¿Y qué les pasa a tus ojos? ¿Están…?
Daniel se volvió hacia Shelby.
—¿Conoces a este Proscrito?
—¿Un Proscrito? —A Shelby se le rompió la voz—. No es un… es mi patético… Él…
—Él te ha utilizado —dijo Roland, como si supiera algo que los demás no sabían—. Debí darme cuenta. Debí haberlo reconocido como tal.
—Pero no lo hiciste —replicó el Proscrito con un tono de voz extrañamente tranquilo.
Palpó en el interior de su gabardina y sacó un arco de plata de un bolsillo interior. Luego sacó de otro bolsillo una flecha de plata y la colocó rápidamente. Apuntó a Roland y recorrió a todo el grupo apuntándolos a todos.
—Por favor, disculpad la intromisión. He venido a llevarme a Lucinda.
Daniel se acercó al Proscrito.
—Tú no te llevarás a nadie ni nada —dijo—, excepto una muerte rápida si no te marchas ahora mismo.
—Lo siento, pero no puedo hacer lo que me pides —repuso el muchacho con sus brazos musculados sosteniendo aún el arco tenso—. Llevamos mucho tiempo preparando esta noche de bendita restitución. No nos iremos con las manos vacías.
—¿Cómo has podido, Phil? —gimoteó Shelby, volviéndose hacia Luce—. No lo sabía… De verdad, Luce. No lo sabía. Pensé que era solo un desgraciado.
Los labios del muchacho dibujaron una sonrisa. Sus horribles e insondables ojos parecían salidos de una pesadilla.
—O me la entregáis sin oponer resistencia, o ninguno de vosotros sobrevivirá.
Cam soltó una risotada prolongada y profunda que sacudió la cocina e hizo que el muchacho de la puerta esbozara una mueca de incomodidad.
—¿Tú y qué ejército? —dijo Cam—. ¿Sabes? Creo que eres el primer Proscrito que conozco con sentido de humor. —Echó una mirada a la estrecha cocina—. ¿Por qué no salimos fuera tú y yo y solucionamos este asunto?
—Encantado —respondió el muchacho con una sonrisa en sus labios pálidos.
Cam giró los hombros hacia atrás, como si deshiciera un nudo y del punto justo donde sus omóplatos se unían, por su suéter de cachemira, emergió un enorme par de alas doradas. Estas se desplegaron a su espalda y pasaron a ocupar una gran parte de la cocina. Las alas de Cam eran tan brillantes que resultaban casi cegadoras al moverse.
—¡Qué diablos…! —susurró Callie parpadeando.
—Sí, es algo así —dijo Arriane mientras Cam arqueaba las alas hacia atrás y se abría paso junto al Proscrito, atravesaba el umbral y salía al patio trasero—. Luce ya te lo explicará. ¡Seguro!
Las alas de Roland al desplegarse hicieron el ruido de una bandada de pájaros al emprender el vuelo. La luz de la cocina resaltó su veteado oscuro de color dorado y negro al salir por la puerta detrás de Cam. Molly y Arriane iban justo detrás de él y se daban codazos para abrirse paso. Arriane impuso sus brillantes alas iridiscentes frente a las alas de color bronce turbio de Molly. Al salir al exterior desprendieron algo parecido a pequeñas chispas eléctricas. La siguiente fue Gabbe, cuyas sedosas alas blancas se desplegaron con la misma gracia que las de una mariposa pero con una velocidad tal que provocó una ráfaga de aire de olor floral en la cocina.
Daniel cogió las manos de Luce entre las suyas. Cerró los ojos, tomó aire y abrió sus enormes alas blancas. De haber estado completamente abiertas, habrían ocupado toda la cocina, pero las mantuvo replegadas cerca de su cuerpo. Refulgían y brillaban y, de hecho, casi resultaban demasiado bellas. Luce tendió las manos hacia ellas y las tocó. Por fuera eran cálidas y satinadas, pero por dentro rebosaban energía. Notó cómo esta circulaba por Daniel y pasaba a ella. Se sintió muy cercana a él, y lo entendió perfectamente. Como si fueran uno.
«No te preocupes. Todo va a ir bien. Siempre te cuidaré».
Sin embargo, lo que dijo en voz alta fue:
—Quédate a salvo. No te muevas de aquí.
—No —suplicó ella—. ¡Daniel!
—Volveré en un instante.
A continuación, arqueó las alas hacia atrás y salió a toda prisa por la puerta.
Ya solos en el interior, los seres no angelicales se agruparon. Miles se apoyó contra la puerta trasera y se puso a mirar por la ventana. Shelby tenía la cabeza metida entre las manos. El rostro de Callie estaba blanco como la nevera.
Luce cogió la mano de Callie.
—Creo que tengo que explicarte algunas cosas.
—¿Quién era ese chico del arco y la flecha? —susurró Callie estremecida pero asiendo con fuerza la mano de Luce—. ¿Y tú quién eres?
—¿Yo? Bueno, yo solo soy… yo. —Luce se encogió de hombros y notó un escalofrío recorriéndole el cuerpo—. No lo sé.
—Luce —dijo Shelby esforzándose por no echarse a llorar—, me siento como una idiota. Te juro que no tenía ni idea. Todo lo que le dije a él… solo me estaba desahogando. No paraba de preguntar acerca de ti y sabía escuchar, así que yo… bueno, no tenía ni idea de quién era en realidad. Yo jamás, jamás…
—Te creo —la interrumpió Luce. Se acercó a la ventana junto a Miles y miró hacia la pequeña terraza de madera que su padre había construido hacía unos años—. ¿Qué crees que pretende?
En el patio, las hojas de roble caídas habían sido apiladas con el rastrillo en unos montones pulidos. El aire olía a hoguera. En algún lugar a lo lejos, sonaba una sirena. Al pie de los tres escalones de la terraza, Daniel, Cam, Arriane, Roland y Gabbe permanecían juntos mirando la valla.
Pero Luce se dio cuenta de que no se trataba de la valla. Estaban frente a un grupo nutrido y oscuro de Proscritos, que permanecían en guardia apuntando con sus arcos de plata a la hilera de ángeles. El Proscrito no había acudido solo. Había reunido a un ejército.
Luce tuvo que sujetarse a la encimera. Excepto Cam, los ángeles estaban desarmados. Y ella ya había visto lo que esas flechas podían hacer.
—¡Luce, detente! —exclamó Miles detrás de ella. Pero para entonces, Luce ya salía a toda prisa por la puerta.
Incluso en la oscuridad, observó que todos los Proscritos tenían una apariencia inexpresiva similar. Había igual número de chicos que de chicas y todos eran pálidos e iban vestidos con las mismas gabardinas marrones; en el caso de los chicos, llevaban el pelo muy rubio y muy corto y las chicas lucían unas colas apretadas, casi blancas. Las alas de los Proscritos se desplegaban en forma de arco. Tenían muy, muy mala pinta… llevaban la ropa hecha jirones e iban muy sucios, prácticamente cubiertos de mugre. Nada que ver con las alas gloriosas de Daniel o de Cam, ni con ninguno de los ángeles o demonios que Luce conocía. De pie uno junto al otro, mirando a través de sus extraños ojos vacíos, con las cabezas inclinadas en distintas direcciones, los Proscritos eran un ejército de pesadilla. Lo malo es que de aquel sueño horrible Luce no se podía despertar.
Cuando Daniel se dio cuenta de que ella estaba junto a los demás en la terraza, se volvió y la tomó con sus manos. Su cara perfecta tenía una expresión enormemente asustada.
—Te he dicho que te quedaras dentro.
—No —susurró ella—. No pienso permanecer encerrada ahí dentro mientras todos vosotros lucháis. No puedo ver a la gente a mi alrededor luchando por ningún motivo.
—¿Por ningún motivo? Mira, dejemos esta discusión para otro momento, Luce.
Daniel no dejaba de escrutar con la mirada el frente siniestro de Proscritos alineados cerca de la valla.
Luce apretó los puños en sus costados.
—Daniel…
—Tu vida es demasiado valiosa como para desperdiciarla por un arrebato. Ve adentro ya.
Un grito sonoro atronó en el centro del patio. La primera línea de diez Proscritos levantó sus armas contra los ángeles y arrojó las flechas. Luce levantó la cabeza a tiempo para ver a algo, o a alguien, precipitándose desde el tejado.
Era Molly.
La muchacha, convertida en una masa oscura, descendió desde lo alto blandiendo dos rastrillos de jardín y haciéndolos girar como bastones en sus manos.
Aunque los Proscritos la oían, no la podían ver. No obstante, los rastrillos de Molly giraron y eliminaron las flechas del aire como si quitaran malas hierbas del campo. Molly aterrizó con sus botas negras de combate mientras las flechas de plata de punta roma se desplomaban en el suelo bajo la apariencia inofensiva de ramitas. Luce, sin embargo, sabía que eran peligrosas.
—¡A partir de ahora, no habrá compasión! —aulló un Proscrito, Phil, desde el otro lado del patio.
—¡Llévatela dentro y coge las flechas estelares! —gritó Cam a Daniel encaramándose a la barandilla de la terraza y sacando su arco de plata. A continuación, arrojó y soltó en una rápida sucesión tres reflejos de luz. Los Proscritos retrocedieron cuando tres miembros de sus filas desaparecieron en nubes de polvo.
Arriane y Roland se precipitaron a toda velocidad en el patio barriendo las flechas con las alas.
Un segundo frente de Proscritos avanzaba, dispuesto a lanzar una nueva ráfaga de flechas. Cuando estaban a punto de disparar, Gabbe se subió a la barandilla de la terraza.
—Hum. Veamos. —Apuntó con mirada feroz la punta del ala derecha hacia el suelo de debajo de los Proscritos.
El césped tembló y a continuación se abrió una zanja nítida de tierra, tan larga como todo el patio trasero y de varios centímetros de anchura.
Aquello se llevó por lo menos a veinte Proscritos dentro del abismo oscuro.
Profirieron unos gritos ahogados y solitarios mientras se precipitaban hacia las profundidades. A saber hacia dónde. Los Proscritos que había detrás resbalaron y se detuvieron justo ante al temible abismo que Gabbe había abierto de la nada. Movieron las cabezas a izquierda y derecha para averiguar lo que acababa de ocurrir. Otros se tambalearon en el borde y acabaron desplomándose en el interior. Sus gritos fueron cada vez más débiles, hasta que dejaron de oírse. Al cabo de unos instantes, la tierra crujió de nuevo, como si tuviera un gozne oxidado, y se volvió a cerrar.
Gabbe replegó su ala plumosa al costado con una gran elegancia. Se limpió la frente.
—Bueno, esto debería ayudar.
Pero entonces otra lluvia brillante de flechas de plata se precipitó desde el cielo. Una de ellas cayó con un ruido sordo en el escalón superior de la terraza, a los pies de Luce. Daniel arrancó la flecha del escalón de madera, dobló el brazo y la arrojó bruscamente, como si se tratara de un dardo letal, directamente en la frente de un Proscrito que avanzaba.
Se produjo un destello, como el de un flash. El chico de los ojos en blanco ni siquiera tuvo tiempo de gritar por el impacto: simplemente se desvaneció en el aire.
Daniel escrutó el cuerpo de Luce y luego la palpó, como si no creyera que continuaba con vida.
Callie tragó saliva a su lado.
—¿Ese chico…? ¿De verdad que ese chico…?
—Sí —contestó Luce.
—No lo hagas, Luce —dijo Daniel—. No me hagas arrastrarte dentro. Tengo que luchar. Tienes que huir de aquí. ¡Ya!
Pero Luce ya había visto demasiadas cosas para estar de acuerdo. Regresó a casa para alcanzar a Callie, pero en la puerta abierta de la cocina tuvo una visión brutal de los Proscritos.
Había tres. Estaban dentro de su casa. Y tenían los arcos dispuestos para disparar.
—¡No! —gritó Daniel apresurándose para proteger a Luce.
Shelby salió tambaleándose de la cocina a la terraza y cerró la puerta de golpe a su espalda.
Al otro lado de la puerta se oyeron tres golpes claros de flecha.
—¡Eh! ¡Ella no tiene la culpa de nada! —gritó Cam desde el patio, señalando a Shelby con la cabeza un instante antes de lanzar una flecha a la cabeza de una Proscrita.
—De acuerdo, cambio de planes —masculló Daniel—. Buscad un lugar donde refugiaros cerca de aquí. Esto va por todos. —Se dirigió a Callie y a Shelby y, por primera vez en toda la noche, a Miles. Tomó a Luce por los brazos—. Mantente alejada de las flechas estelares —le suplicó—. Prométemelo.
La besó rápidamente y luego los dirigió hacia la pared posterior de la terraza.
El fulgor de tantas alas de ángel era tan brillante e intenso que Luce, Callie, Shelby y Miles tuvieron que protegerse los ojos. Se inclinaron y anduvieron agachados por la terraza mientras las sombras de la barandilla oscilaban ante ellos y Luce los conducía hacia la parte lateral del jardín. Para ponerse a salvo. Tenía que haber algún sitio en algún lugar.
De entre las sombras surgieron más Proscritos. Aparecieron en las ramas altas de los árboles a lo lejos, se acercaron a paso tranquilo por entre los arriates elevados de alrededor y el viejo columpio carcomido que Luce había usado de niña. Sus arcos de plata brillaban bajo la luz de la luna.
Cam era el único del otro bando que iba armado con un arco. No se detenía a contar los Proscritos a los que eliminaba. Se limitaba a disparar al corazón con precisión mortal una flecha detrás de otra. Pero por cada uno que eliminaba aparecía otro.
Cuando se quedó sin flechas, arrancó la mesa de picnic del lugar que había ocupado durante décadas y la sostuvo ante él con un brazo a modo de escudo. Descarga tras descarga, las flechas rebotaban en la mesa y caían al suelo a sus pies. Él no hacía más que inclinarse, recoger una y lanzar; inclinarse, recoger y lanzar.
Los demás tenían que ser más creativos.
Roland sacudió sus alas doradas con tanto vigor que el aire de alrededor devolvía las flechas de vuelta en la dirección de la que habían venido, llevándose a varios Proscritos ciegos juntos de una vez. Molly cargaba contra el frente una y otra vez, con los rastrillos girando como espadas de samurái.
Arriane arrancó el viejo neumático que había hecho de columpio de Luce del árbol y lo arrojó como si fuera un lazo, desviando las flechas hacia la valla mientras Gabbe corría recogiéndolas. Ella saltaba y giraba como un derviche, eliminando a los Proscritos que se acercaban demasiado dirigiéndoles una sonrisa suave mientras las flechas les mordían la piel.
Daniel se había apropiado de las herraduras oxidadas de los Price que había bajo el porche y las arrojaba contra los Proscritos; a veces llegaba a dejar sin sentido a tres a la vez con una sola herradura que les rebotaba en la cabeza. Luego se abalanzaba sobre ellos, les quitaba las flechas estelares de los arcos y se las hundía en el corazón con las manos.
Desde el extremo de la terraza de madera, Luce vio el cobertizo de su padre e hizo que sus tres compañeros la siguieran. Saltaron sobre la barandilla para pasar a la zona ajardinada de debajo e, inclinados, se apresuraron hacia allí.
Estaban casi en la entrada cuando Luce oyó un rápido zumbido, seguido del aullido de dolor de Callie.
—¡Callie! —exclamó volviéndose.
Pero su amiga seguía allí. Se restregaba el hombro por la zona en que la flecha la había tocado, pero por lo demás estaba ilesa.
—¡Escuece mucho!
Luce se inclinó para tocarla.
—¿Cómo…?
Callie negó con la cabeza.
—¡Al suelo! —gritó Shelby.
Luce se arrodilló, hizo agachar a los demás y todos se metieron en el cobertizo. Entre las sombras oscuras que proyectaban las herramientas del padre de Luce, el cortacésped y el anticuado equipo de deporte, Shelby gateó hacia Luce, los ojos brillantes y los labios temblorosos.
—No puedo creer lo que está pasando —susurró asiendo del brazo a Luce—. No te imaginas cómo lo siento. Es culpa mía.
—No es culpa tuya —dijo Luce de inmediato.
Shelby no sabía quién era Phil, ni lo que quería de ella en realidad, ni cómo iban a terminar las cosas esa noche. Luce sabía lo que era acarrear la culpa por algo que no se entendía, y no se lo deseaba a nadie, menos aún a Shelby.
—¿Dónde está? —preguntó Shelby—. Podría matar a ese desgraciado.
—No. —Luce retuvo a Shelby—. No vas a salir. Podrían matarte.
—No entiendo nada —dijo Callie—. ¿Por qué alguien querría hacerte daño?
En ese momento Miles se encaminó a la entrada del cobertizo y fue iluminado por la luz de luna. Llevaba sobre la cabeza uno de los kayaks del padre de Luce.
—Nadie hará daño a Luce —dijo mientras salía fuera con ello.
Iba directo a la batalla.
—¡Miles! —gritó Luce—. ¡Vuelve…!
Se levantó para ir tras él y luego se detuvo, sorprendida al verle arrojar el kayak contra uno de los Proscritos.
Era Phil.
Este se quedó pasmado con sus ojos inexpresivos, gritó y cayó al suelo en cuanto el kayak le dio. Atrapado e inmovilizado, sus alas sucias se debatían en el suelo.
Por un instante, Miles pareció sentirse orgulloso de sí mismo, y también Luce un poco. Pero entonces una Proscrita menuda dio un paso al frente, ladeó la cabeza como si fuera un perro atendiendo a un silbato silencioso, levantó el arco de plata y apuntó directamente al pecho de Miles.
—Sin compasión —dijo en un tono monótono.
Miles estaba indefenso ante aquella chica extraña que parecía carecer de cualquier sentimiento de piedad, ni siquiera por la persona más agradable e inocente del mundo.
—¡Basta! —gritó Luce con el corazón desbocado mientras salía del cobertizo.
Notó que la batalla se arremolinaba en torno a ella, pero lo único que veía era una flecha dispuesta a penetrar en el pecho de Miles. Dirigida para matar a otro de sus amigos.
La cabeza de la Proscrita se dobló sobre la nuca. Sus ojos vacíos se volvieron hacia Luce y entonces se abrieron levemente, como si, tal como Arriane había dicho, realmente fuera capaz de ver la llama ardiente del alma de Luce.
—No dispares. —Luce levantó los brazos en un gesto de rendición—. Es a mí a quien queréis.