17

Dos días

Luce se despertó con el ruido de una percha agitándose en la barra de su armario. Antes de ver quién podía ser la persona responsable de aquel alboroto, fue bombardeada por un montón de ropa. Se incorporó en la cama, apartando una montaña de vaqueros, camisetas y jerséis. Se quitó un calcetín de rombos de la cabeza.

—¿Arriane?

—¿Cuál te gusta más, el rojo o el negro? —Arriane sostenía dos vestidos de Luce contra su cuerpo menudo, balanceándose como si los llevara puestos.

Los brazos de Arriane no lucían la horrible pulsera de localización que había tenido que llevar en Espada & Cruz. Luce no se había dado cuenta hasta entonces, y se estremeció al recordar el cruel voltaje que se hacía pasar a Arriane cuando traspasaba los límites. Cada día que Luce pasaba en California, sus recuerdos de Espada & Cruz se volvían más difusos, hasta que de pronto cosas como esa la devolvían de golpe a la agitación de su estancia allí.

—Elizabeth Taylor dice que solo un tipo de mujer puede llevar el color rojo —prosiguió Arriane—. Tiene que ver con el escote y el color de la piel. Por suerte, tú tienes ambas cosas.

Sacó el vestido rojo de la percha y lo arrojó al montón.

—¿Qué haces aquí? —preguntó Luce.

Arriane se llevó las manos diminutas a las caderas.

—Pues ayudarte a hacer la maleta, boba. Te vas a casa.

—¿Que me voy a casa? ¿A qué casa? ¿Qué quieres decir? —balbuceó Luce.

Arriane se echó a reír y se acercó para cogerla de la mano y sacarla de la cama.

—A Georgia, tesoro. —Le dio una palmadita en la mejilla—. Con los buenos de Harry y Doreen. Y parece ser que una amiga tuya va también en avión.

Callie. ¿Vería de verdad a Callie? ¿Y a sus padres? Luce se tambaleó donde estaba sin saber de pronto qué decir.

—¿No quieres pasar Acción de Gracias con tu familia?

Luce intentó recuperar el aliento.

—¿Y qué hay de…?

—No te preocupes —dijo Arriane tirándole de la nariz—. Fue idea del señor Cole. Tendremos que seguir con la farsa de que sigues muy cerca de casa de tus padres. Y este parecía el modo más simple y divertido de hacerlo.

—Pero en su mensaje de texto de ayer decía que…

—No quería darte falsas esperanzas hasta haber ultimado todos los detalles, incluyendo —dijo con un saludo cortés— al acompañante perfecto. A uno de ellos, por lo menos. Roland estará aquí en cualquier momento.

Se oyó un golpe en la puerta.

—¡Es tan bueno! —Arriane señaló el vestido rojo que seguía en la mano de Luce—. ¡Ponte este, muñeca!

Luce se puso el vestido a toda prisa y luego se metió en el cuarto de baño para cepillarse los dientes y peinarse. Arriane acababa de aparecer con una de esas situaciones en las que no se puede hacer otra cosa más que dejarse llevar. No había que dar vueltas a nada. Solo actuar.

Salió del baño esperando encontrarse con Roland y Arriane haciendo algo propio de ellos, como uno subido a su maleta y el otro intentando correr la cremallera para cerrarla.

Pero quien había llamado a la puerta no era Roland.

Eran Steven y Francesca.

¡Mierda!

Luce tenía ya en la punta de la lengua la expresión «Os lo puedo explicar todo». El problema era que no se le ocurría nada que decir que la excusara de esa situación. Miró a Arriane en busca de ayuda, pero esta seguía metiendo las zapatillas de deporte de Luce en la maleta. ¿Acaso no se había dado cuenta de la magnitud del problema en el que estaban a punto de meterse?

Francesca dio un paso adelante y Luce se preparó para hacerle frente. Pero entonces las mangas anchas y acampanadas del jersey de cuello alto de color carmesí de Francesca envolvieron a Luce en un abrazo inesperado.

—Hemos venido a desearte buen viaje.

—Claro que te echaremos de menos mañana en lo que cariñosamente llamamos «la cena de los desplazados» —dijo Steven tomando la mano a Francesa y apartándola de Luce—. Pero siempre es mejor para los alumnos que estén con su familia.

—No entiendo nada —respondió Luce—. ¿Vosotros lo sabíais? Creía que estaba castigada hasta nueva orden.

—Esta mañana hemos hablado con el señor Cole —dijo Francesca.

—Y no te castigamos para reprenderte, Luce —explicó Steven—. Era el único modo de asegurarnos de que estuvieras a salvo bajo nuestra tutela. Sin embargo, con Arriane estarás en buenas manos.

Francesca, que nunca permanecía más tiempo del debido en un sitio, se llevó a Steven hacia la puerta.

—Hemos oído decir que tus padres tienen muchas ganas de verte. Al parecer, tu madre tiene un congelador repleto de tartas. —Hizo un guiño a Luce y luego tanto ella como Steven se despidieron con un saludo y se marcharon.

El corazón de Luce estaba henchido de felicidad ante la perspectiva de ir a casa y ver a su familia.

Sin embargo, se sentía triste por Miles y Shelby. Sin duda les sabría mal que ella se fuera a Thunderbolt y los abandonara allí. Ni siquiera sabía dónde estaba Shelby. No podía irse sin…

Roland asomó la cabeza por la puerta abierta de la habitación de Luce. Tenía un aspecto profesional, con su traje oscuro de raya diplomática y su camisa blanca. Se había cortado un poco las rastas negras y doradas, eran más de punta, lo que hacía que sus ojos oscuros y profundos resaltaran todavía más.

—¿Hay moros en la costa? —preguntó mientras dirigía a Luce su habitual sonrisa diabólica—. Se nos ha colgado un parásito. —Hizo un gesto con la cabeza hacia alguien que estaba detrás de él, que al instante asomó con una bolsa de viaje en la mano.

Era Miles.

Dirigió a Luce una sonrisa maravillosamente natural y se sentó al borde de la cama. Luce se imaginó presentándoselo a sus padres: se quitaría la gorra de la cabeza, les daría la mano a ambos, felicitaría a mamá por su labor casi terminada…

—Roland, ¿qué parte de la expresión «misión secreta» no has entendido? —preguntó Arriane.

—Es culpa mía —admitió Miles—. Vi a Roland dirigiéndose hacia aquí… le obligué a que me lo contara todo. Por eso ha llegado tarde.

—En cuanto el tío oyó las palabras «Luce» y «Georgia» —Roland dirigió el pulgar hacia Miles—, hizo la maleta en un nanosegundo.

—Habíamos hecho una especie de pacto para Acción de Gracias —dijo Miles clavando la mirada en Luce—. No podía permitir que ella lo incumpliera.

—No. —Luce reprimió una sonrisa—. No podía.

—Hum… —Arriane levantó una ceja—. Me pregunto qué dirá Francesca de esto. Tal vez deberíamos preguntar primero a tus padres, Miles…

—Vamos, Arriane. —Roland sacudió la mano con un gesto de desdén—. ¿Desde cuándo consultamos a las autoridades? Yo me encargo del muchacho. No se meterá en ningún problema.

—¿Meterse en ningún problema? ¿Dónde? —Shelby se abrió paso en su habitación con la esterilla de yoga balanceándose de una cuerda que le cruzaba la espalda—. ¿Adónde vamos?

—A casa de Luce, en Georgia, para Acción de Gracias —dijo Miles.

En el pasillo, detrás de Shelby, se alzó una cabeza de pelo muy rubio. Era el ex novio de Shelby. Tenía la piel pálida, fantasmal. Shelby tenía razón: le pasaba algo raro en los ojos. Eran muy pálidos.

—Por última vez, Phil. Ya te lo he dicho: ¡adiós! —Shelby le cerró rápidamente la puerta en la cara.

—¿Quién era ese?

—Mi asqueroso ex novio.

—Parece un chico interesante —dijo Roland mirando la puerta, distraído.

—¿Interesante? —rezongó Shelby—. Una orden de alejamiento sí sería interesante.

Miró la maleta de Luce, luego la bolsa de viaje de Miles y a continuación empezó a arrojar al azar sus pertenencias en un baúl negro pequeño.

Arriane puso las manos en alto.

—¿Es que no puedes hacer nada sin llevar séquito? —preguntó a Luce. Luego se volvió hacia Roland—. ¿Me imagino que asumirás también la responsabilidad por ella?

—¡Es el espíritu de las vacaciones! —exclamó Roland entre risas—. Vamos a ir a casa de los Price para Acción de Gracias —le dijo a Shelby, cuya cara se iluminó al instante—. Cuantos más seamos, más divertido.

A Luce le costaba creerse lo bien que cuadraba todo. Un Día de Acción de Gracias con su familia, Callie, Arriane y Roland, Shelby y Miles. No podía ser mejor.

Solo le preocupaba una cosa. Y mucho.

—¿Y qué hay de Daniel?

En realidad, lo que quería preguntar era: «¿Está informado sobre esta salida?» y «¿Qué historia se traen de verdad él y Cam?». Y: «¿Sigue enfadado conmigo por ese beso?». Y: «¿Está mal que Miles también venga?». Y: «¿Qué posibilidades hay de que Daniel aparezca en casa de mis padres mañana a pesar de que dice que no puede verme?».

Arriane carraspeó.

—Sí, ¿qué hay de Daniel? —repitió despacio—. El tiempo lo dirá.

—¿Tenemos billetes de avión o algo? —preguntó Shelby—. Porque si vamos a viajar en avión tengo que llevarme mi kit de serenidad, los aceites esenciales y mi esterilla eléctrica. No quisiera encontrarme sin ellos a treinta y cinco mil pies de altura.

Roland chasqueó los dedos.

A sus pies, la sombra que arrojaba la puerta abierta se levantó del suelo de madera y se levantó como una trampilla que llevara a un sótano. Una ráfaga de frío se alzó del suelo seguida de un estallido lóbrego de oscuridad. Olía a heno mojado mientras se iba convirtiendo en una esfera pequeña y compacta. Entonces, tras una indicación de cabeza de Roland, se agrandó y se convirtió en una gran puerta negra. Se parecía a las puertas oscilantes de las cocinas de los restaurantes con un cristal redondo de vidrio en lo alto. La diferencia es que esta estaba hecha de neblina oscura de Anunciadora, y lo que se veía a través de ella era un remolino de oscuridad lúgubre e inhóspita.

—Es igual a una que vi en el libro —dijo Miles, claramente impresionado—. Yo lo único que logré hacer fue una especie de ventana trapezoidal muy rara. —Dirigió una sonrisa a Luce—. De todos modos, logramos que funcionara.

—Tú, muchacho, no te separes de mí —dijo Roland—, y verás lo que es viajar con estilo.

Arriane hizo una mueca.

—¡Mira que es fanfarrón!

Luce volvió la cabeza hacia Arriane.

—Pero creí que habías dicho…

—Lo sé. —Arriane levantó una mano—. Sé que repetí todo ese rollo de lo peligroso que es viajar con Anunciadoras. Y no quiero ser uno de esos ángeles odiosos que dicen «Haz lo que digo, no lo que hago». Pero todos, Francesca, Steven, el señor Cole, todo el mundo… estuvimos de acuerdo con ello.

¿Todo el mundo? Luce no podía imaginárselos a todos juntos sin echar de menos una parte deslumbrante. ¿Qué pintaba Daniel en eso?

—Por otra parte —Arriane sonrió con orgullo—, estamos en presencia de un maestro. Roland es uno de los mejores transportadores por Anunciadora. —Y añadió, susurrando en un aparte hacia Roland—: No dejes que esto se te suba a la cabeza.

Roland abrió la puerta de la Anunciadora, que crujió y chirrió sobre sus goznes de sombra y se abrió mostrando un pozo frío y grande de vacío.

—Hum. ¿Qué es lo que hace que viajar por las Anunciadoras sea tan peligroso? —quiso saber Miles.

En la habitación Arriane señaló la sombra que había debajo de la lámpara del escritorio, detrás de la estera de yoga de Shelby. Todas las sombras temblaban.

—Un ojo no experto no sabe distinguir en qué Anunciadora es posible transponerse. Y créenos cuando os decimos que siempre hay acechadores indeseables a la espera de que alguien las abra por accidente.

Luce se acordó de la desagradable sombra marrón con que había tropezado. Aquella acechadora indeseable le había brindado la desagradable visión de Cam y Daniel en la playa.

—Si escoges una Anunciadora equivocada, fácilmente te puedes perder —explicó Roland— y no tener ni idea de adónde, o en qué tiempo, vas a transportarte. Si no os separáis de nosotros, no tenéis de qué preocuparos.

Nerviosa, Luce señaló el vientre de la Anunciadora. No recordaba que las otras sombras en las que se habían metido tuvieran una apariencia tan siniestra y oscura. O quizá era solo que entonces ella no conocía las consecuencias de sus actos.

—Espero que no aparezcamos en medio de la cocina de mi casa, porque si no mi madre tendrá un susto de muerte…

—Por favor… —Arriane chasqueó con la lengua haciendo que Luce, luego Miles y finalmente Shelby se colocaran frente a la Anunciadora—, ten un poco de fe.

Fue como abrirse paso en una niebla fría y húmeda, pegajosa y desagradable. Se deslizaba y enroscaba por la piel de Luce y se le adhería a los pulmones cuando respiraba. En el túnel retumbaba el eco de un ruido blanco incesante, similar al de una cascada. En las dos ocasiones anteriores en que había viajado en Anunciadora, Luce se había sentido torpe y con prisas, catapultada en la oscuridad para salir en algún sitio iluminado. En esta ocasión fue distinto. Perdió la noción del espacio y el tiempo, e incluso de quién era y adónde se dirigía.

Luego sintió una mano fuerte que tiraba de ella.

Cuando Roland la soltó, el estrépito de la cascada pasó a ser un goteo, y un tufillo a cloro le inundó la nariz. Vio un trampolín. Un trampolín que conocía, situado bajo un enorme techo arqueado flanqueado por vidrieras de colores rotas. El sol había pasado ya por esas ventanas elevadas, pero su luz seguía arrojando delicados prismas de colores a la superficie de una piscina olímpica. En las paredes, las velas chisporroteaban en hornacinas de piedra vertiendo una luz muy tenue. Habría reconocido aquel gimnasio-iglesia en cualquier parte.

—¡Dios mío! —susurró Luce atónita—. Hemos vuelto a Espada & Cruz.

Arriane escrutó la sala rápidamente sin dejar entrever ninguna emoción.

—En lo que respecta a tus padres cuando vengan a recogernos mañana por la mañana, has pasado todo el tiempo aquí. ¿Lo captas?

Arriane actuaba como si volver a Espada & Cruz para pasar una noche no fuera muy distinto a acomodarse en un motel anodino. Sin embargo, aquel regreso brusco a esa parte de su vida a Luce le sentó como un bofetón en la cara. Aquello no le gustaba. Espada & Cruz era un sitio miserable, pero en él le habían ocurrido cosas. Allí era donde se había enamorado y había visto morir a una amiga muy cercana. Y, más que en cualquier otro lugar, era un lugar donde ella había cambiado.

Cerró los ojos y soltó una risa amarga. Comparado con el presente, en esos tiempos ella no sabía nada. Sin embargo, entonces se sentía más segura de sí misma y de sus emociones de lo que se podía imaginar que volvería a sentir.

—¿Qué diablos es este sitio? —preguntó Shelby.

—Mi última escuela —dijo Luce mirando a Miles.

Él parecía intranquilo y se arrimó a Shelby contra la pared. Luce se acordó: eran buena gente, y aunque ella nunca les había hablado mucho de su estancia allí, sin duda la fábrica de rumores de los nefilim fácilmente podía haber proporcionado a sus mentes detalles suficientemente vívidos como para esbozar la perspectiva de una noche de terror en Espada & Cruz.

—Ejem… —dijo Arriane mirando a Shelby y Miles—. Y si los padres de Luce preguntan, vosotros también venís a esta escuela.

—Explícame cómo se supone que esto es una escuela —dijo Shelby—. ¿Qué hacéis, nadar y rezar a la vez? Roza un grado de eficacia estrafalaria nunca visto en la costa Oeste. Creo que echo de menos mi casa.

—Pues si esto no te gusta —respondió Luce—, deberías ver el resto del campus.

Shelby torció el gesto. Luce no la podía culpar por ello. Comparado con la Escuela de la Costa, aquel lugar era una especie de Purgatorio truculento. Por lo menos, a diferencia del resto de los alumnos que había allí, ellos se marcharían tras pasar la noche.

—Parecéis agotados —dijo Arriane—. Eso está bien, porque le prometí a Cole que seríamos muy discretos.

Roland había permanecido apoyado en el trampolín, frotándose las sienes y con los fragmentos de Anunciadora agitándose a sus pies. Entonces se incorporó y empezó a dar órdenes.

—Miles, tú dormirás conmigo en mi antigua habitación. Luce, tu habitación sigue vacía. Prepararemos una cama para Shelby. Vamos a dejar nuestro equipaje. Nos encontraremos en mi cuarto. Usaré mis antiguos contactos en el mercado negro para encargar una pizza.

La mención de una pizza bastó para sacar de su postración a Miles y a Shelby; a Luce, en cambio, le llevó más tiempo adaptarse. No le extrañaba que su habitación siguiera vacía. De hecho, contó que llevaba algo menos de tres semanas fuera de ese sitio. Con todo, parecía que hubiera pasado mucho más tiempo, como si cada día hubiera sido un mes y a Luce le resultaba imposible imaginar Espada & Cruz sin ninguna de esas personas, ángeles o demonios, que habían formado parte de su vida allí.

—No te preocupes. —Arriane estaba junto a Luce—. Este sitio es como la puerta oscilante del rechazo. La gente entra y sale todo el tiempo por ella, ya sea por cuestiones de libertad condicional, padres locos, lo que sea. Randy tiene la noche libre. Nadie más se interesará por nada. Si alguien se te queda mirando, lo único que tienes que hacer es devolverle la mirada. O me lo envías a mí. —Dobló la mano en un puño—. ¿Estás lista para salir ahí fuera? —preguntó señalando a los demás, que seguían a Roland por la puerta.

—Ahora mismo voy —dijo Luce—. Antes hay algo que necesito hacer.

Situada en el rincón más alejado en la zona este del cementerio, junto a la sepultura de su padre, la tumba de Penn era sencilla pero cuidada.

La última vez que Luce había visto el cementerio estaba cubierto por una espesa capa de polvo. Daniel le había dicho que eran las secuelas de las guerras entre ángeles. Luce no sabía si el viento se había llevado ese polvo o si el polvo de los ángeles desaparecía con el tiempo, pero el hecho es que el cementerio parecía haber recuperado su aire descuidado habitual. Asediado como siempre por un ejército en continuo avance de robles estrangulados por kudzu trepadoras. Yermo y agotado como siempre bajo un cielo sin color. Pero había una cosa que faltaba, algo que Luce no podía tocar y que sin embargo la hacía sentirse sola.

Una capa rala de mortecinas hierbas verdes había crecido en torno a la tumba de Penn de forma que ahora no desentonaba mucho entre las sepulturas centenarias que la rodeaban. Había un ramo de azucenas recién cortadas frente a una lápida sencilla de color gris que Luce se inclinó para leer:

PENNYWEATHER VAN SYCKLE-LOCKWOOD

AMIGA QUERIDA

1991-2009

Luce tomó aire con dificultad y las lágrimas asomaron a sus ojos. Había abandonado Espada & Cruz antes de poder enterrar a Penn, pero Daniel se había ocupado de ello. Por primera vez tras varios días, su corazón palpitó por él con añoranza. Porque había sabido mejor que ella el aspecto que debía tener la lápida de Penn. Luce se arrodilló sobre la hierba, llorando amargamente y acariciando inútilmente la hierba.

—Estoy aquí, Penn —susurró—. Siento haber tenido que abandonarte. Siento sobre todo haberte metido en todo esto. Merecías algo mejor, una amiga mejor.

Deseó que su amiga estuviera allí y poder hablar con ella. Sabía que la muerte de Penn era culpa suya, y eso casi le resquebrajaba el corazón.

—Ya no sé lo que me hago y tengo miedo.

Hubiera querido decir que extrañaba a Penn a todas horas, pero lo que realmente echaba de menos era la idea de una amiga a la que podría haber conocido mejor si la muerte no se la hubiera llevado tan pronto. Nada de eso era bueno.

—¡Hola, Luce!

Tuvo que secarse las lágrimas antes de poder ver al señor Cole de pie al otro lado de la tumba de Penn. Ella se había acostumbrado tanto a la elegancia de los profesores de la Escuela de la Costa que el señor Cole le pareció anodino, con su traje arrugado de color marrón claro, su bigote y su cabello negro con la raya perfecta justo encima de la oreja izquierda.

Luce se puso de pie trabajosamente mientras se restregaba la nariz con la muñeca.

—Hola, señor Cole.

Él sonrió con amabilidad.

—Me cuentan que las cosas por allí te van bien. Todo el mundo dice que lo estás haciendo muy bien.

—Oh, no… —balbuceó—. No sé.

—Pues yo sí que lo sé. Y también sé que tus padres están muy contentos de verte. Es fantástico cuando se pueden conseguir estas cosas.

—Gracias —contestó ella, esperando que él entendiera lo muy agradecida que se sentía.

—Hay una pregunta que no puedo dejar de hacerte.

Luce supuso que le preguntaría algo profundo y siniestro sobre Daniel y Cam, el bien y el mal, lo correcto y lo incorrecto, la confianza y el engaño… Pero él se limitó a preguntar:

—¿Qué te has hecho en el pelo?

Luce tenía la cabeza metida en el lavamanos del cuarto de baño de chicas que había al final del pasillo de la cantina de Espada & Cruz. Shelby sostenía dos porciones de pizza de queso en un plato de papel para Luce. Arriane tenía en sus manos un frasco de tinte negro barato para el pelo, lo mejor que Roland había podido conseguir en tan poco tiempo, pero bastante parecido al color natural de Luce.

Ni Arriane ni Shelby habían cuestionado la decisión repentina de cambiar de imagen, lo cual Luce agradecía enormemente. Pero ahora se daba cuenta de que en realidad se habían limitado a esperar a que ella estuviera en una posición vulnerable para iniciar el interrogatorio mientras se teñía.

—Supongo que a Daniel le gustará —dijo Arriane con un tono de voz discreto pero inquisitivo—. Porque esto lo haces por él, ¿verdad?

—Arriane… —le advirtió Luce, que esa noche no estaba dispuesta a caer en la trampa.

Pero Shelby sí lo estaba.

—¿Sabes qué es lo que siempre me ha gustado de Miles? Que le gustas por ser quien eres y no por lo que te haces en el pelo.

—Ya veo que las dos estáis claramente a favor del uno o el otro. ¿Qué tal si os ponéis cada una la camiseta del Equipo Daniel y el Equipo Miles?

—Deberíamos encargarlas —dijo Shelby.

—La mía la tengo en la lavandería —repuso Arriane.

Luce intentó no escucharlas y se concentró en el agua caliente y en la extraña confluencia de cosas que le pasaban por la cabeza, se le colaban en el cuero cabelludo y finalmente se iban por el desagüe: los dedos rechonchos de Shelby la habían ayudado con el primer cambio de color cuando Luce pensó que era el único modo de empezar de nuevo. La primera prueba de amistad de Arriane hacia Luce fue ordenarle que le cortara el pelo negro para parecerse a ella. Y ahora eran sus manos las que masajeaban la cabeza de Luce, justamente en el cuarto de baño donde Penn le había limpiado el pastel de carne que Molly le había arrojado a la cabeza el primer día de su estancia en Espada & Cruz.

Era agridulce, y bonito, y Luce no sabía explicar qué significaba aquello. Lo único que sabía es que no quería esconderse más, ni de sí misma, ni de sus padres, ni de Daniel, ni siquiera de aquellos que le querían mal.

Recién llegada a California, había buscado una transformación facilona, pero ahora se daba cuenta de que el único modo válido de cambiar era ganándose el cambio. Aunque teñirse el pelo de negro no era la respuesta, y era consciente de que todavía no había llegado a ese punto, desde luego sí suponía un paso en la dirección correcta.

Arriane y Shelby dejaron de discutir sobre qué chico era el alma gemela de Luce. Las dos la miraron en silencio y asintieron. Lo notó incluso antes de ver su reflejo en el espejo: la pesada carga de la melancolía que había soportado, y en la que hasta entonces no había reparado, la había abandonado.

Volvía a ser ella misma. Estaba lista para regresar a casa.