Cinco días
Alguien los había delatado.
El domingo por la mañana, mientras el resto del campus aún permanecía extrañamente silencioso, Shelby, Miles y Luce se encontraron sentados en fila a un lado del despacho de Francesca, a la espera de ser interrogados.
El despacho de la profesora era más grande que el de Steven. También era más luminoso, tenía el techo alto e inclinado y tres enormes ventanas que daban al bosque en dirección al norte, cada una de ellas adornada con unas cortinas gruesas de terciopelo de color lavanda descorridas para mostrar un cielo asombrosamente azul. La única obra de arte de la estancia era una gran fotografía enmarcada de una galaxia que colgaba sobre un magnífico escritorio con revestimiento de mármol. Las sillas de estilo barroco en las que estaban sentados eran bonitas pero incómodas. Luce no conseguía dejar de moverse.
—Una nota anónima, ¡y un huevo! —musitó Shelby haciendo referencia al seco e-mail que había recibido cada uno de ellos de parte de Francesca esa mañana—. Esa desgraciada cotorra inmadura de Lilith.
Luce no creía que Lilith ni ningún otro alumno hubiera podido saber que habían abandonado el campus. Alguien más había puesto sobre aviso a sus profesores.
—¿Por qué tardan tanto?
Miles señaló con la cabeza en dirección al despacho de Steven, que estaba al otro lado de la pared y en el que se oían las voces de sus profesores discutiendo en voz baja.
—Es como si estuvieran decidiendo el castigo antes de escuchar nuestra versión de los hechos. —Él se mordió el labio inferior—. Por cierto, ¿cuál es nuestra versión de los hechos?
Pero Luce no lo escuchaba.
—Realmente no creo que pueda ser tan difícil —murmuró ella, más para sí que para los demás—. Basta con adoptar una postura y actuar en consecuencia.
—¿Cómo? —preguntaron Miles y Shelby a la vez.
—Lo siento —contestó Luce—. Es solo… ¿Os acordáis de lo que Arriane explicó anoche sobre inclinar la balanza hacia un lado? Pues se lo comenté a Daniel, y él se puso muy raro. En serio, ¿acaso no es obvio que hay una respuesta correcta y otra equivocada?
—Para mí, sí —dijo Miles—. Hay una opción buena y otra mala.
—¿Cómo podéis decir algo así? —preguntó Shelby—. Es precisamente ese modo de pensar el que nos ha metido en este embrollo. ¡La fe ciega! ¡La aceptación sin más de una dicotomía prácticamente obsoleta! —El rostro se le enrojeció y levantó tanto la voz que posiblemente Francesca y Steven podían oírla—. Estoy tan cansada de ángeles y demonios que toman partido. Todo ese bla, bla, bla de si esos son malos o son lo demás, como si supieran qué es lo mejor para el universo entero.
—¿Insinúas que Daniel tomará partido por el mal? —se mofó Miles—. ¿Que traerá el fin del mundo?
—Me importa un carajo lo que Daniel haga —repuso Shelby—. Y, la verdad, me resulta difícil creer que todo dependa de él.
Pero tenía que ser así. A Luce no se le ocurría ninguna otra explicación.
—Mira, tal vez las líneas no sean tan claras como nos han contado —prosiguió Shelby—. Quiero decir, ¿quién dice que Lucifer sea tan malo…?
—Tal vez… ¿todo el mundo? —apuntó Miles buscando una mirada de apoyo de Luce.
—¡Error! —refutó Shelby—. Un grupo de ángeles muy persuasivos que intentan conservar su status quo. Solo porque hace mucho tiempo ellos vencieron en una batalla, se creen que tienen la razón.
Luce miró cómo las cejas de Shelby se arqueaban cuando se desplomaba contra el respaldo rígido de la silla. Esas palabras hicieron pensar a Luce en algo que había oído en otra parte…
—Los vencedores reescriben la historia —murmuró. Eso era lo que Cam le había dicho aquel día en Noyo Point. ¿No era eso lo que Shelby quería decir? ¿Que los perdedores entonces adquieren mala fama? Sus puntos de vista eran parecidos. Lo único es que Cam, como no podía ser de otro modo, era legítimamente malévolo, y Shelby, en cambio, solo hablaba.
—Exacto. —Shelby asintió mirando a Luce—. Un momento. ¿Qué…?
En ese instante, Francesca y Steven entraron por la puerta. Francesca se acomodó en el asiento negro giratorio de su escritorio. Steven se puso en pie detrás de ella, con las manos ligeramente posadas en el respaldo del asiento. Con sus vaqueros y su camisa blanca limpia y almidonada, Steven parecía tan despreocupado como Francesca parecía severa con su vestido entallado negro de cuello cuadrado y rígido.
Aquello hizo reflexionar a Luce sobre la charla de Shelby acerca de las líneas difusas y las connotaciones de palabras como «ángel» y «demonio». Evidentemente, era superficial hacer juicios de valor atendiendo únicamente a la vestimenta de Steven y Francesca, pero de nuevo no se trataba solo de eso. En muchos sentidos, resultaba fácil olvidar cuál de ellos era qué.
—¿Quién quiere ser el primero? —preguntó Francesca mientras posaba sus cuidadas manos sobre la base de mármol—. Sabemos todo lo que ha ocurrido, así que no hace falta entrar en detalles. Ahora tenéis la ocasión de contarnos el motivo.
Luce tomó aire. Aunque no esperaba que Francesca les cediera la palabra tan rápidamente, no quería que Miles o Shelby intentaran encubrirla.
—Fue culpa mía —dijo—. Yo quería… —Miró la cara ojerosa de Steven y bajó la cabeza—. Vislumbré algo en las Anunciadoras, algo sobre mi pasado y quise saber más.
—Por lo tanto, ¿te expusiste a un viaje peligroso, el acceso prohibido a una Anunciadora, poniendo además en peligro a dos compañeros que realmente deberían haber sido más juiciosos, justo al día siguiente de que otra compañera de clase hubiera sido secuestrada? —preguntó Francesca.
—Eso no es justo —replicó Luce—. Tú misma quitaste importancia a lo que le había ocurrido a Dawn. Creímos que solo íbamos a ver algo, pero…
—Pero ¿qué? —intervino Steven—. ¿Os disteis cuenta de lo estúpido que es pensar así?
Luce se agarró al reposabrazos de la silla intentando contener las lágrimas. Francesca estaba enfadada con los tres, mientras que el enojo de Steven parecía recaer exclusivamente en Luce, lo cual no era justo.
—Vale, sí. Salimos de la escuela y nos fuimos a Las Vegas —admitió al fin—. Pero si nos pusimos en peligro fue solo porque vosotros me teníais a oscuras. Vosotros sabíais que había alguien que me perseguía y es posible que incluso sepáis por qué. Yo no habría abandonado el campus si me lo hubierais dicho.
Steven miraba a Luce con los ojos como brasas.
—Si de verdad insinúas que nosotros tenemos que ser así de explícitos contigo, Luce, entonces me siento muy decepcionado. —Posó una mano sobre el hombro de Francesca—. Tal vez tenías razón acerca de ella, querida.
—Un momento —dijo Luce.
Pero Francesca la detuvo con un gesto de la mano.
—¿Tenemos que ser explícitos también sobre el hecho de que la oportunidad que se te ha dado en la Escuela de la Costa para un crecimiento educativo y personal es en tu caso una experiencia única en mil vidas? —Se le sonrojaron las mejillas—. Nos has puesto en una situación muy incómoda. La escuela principal —señaló entonces la parte sur del campus— tiene sus castigos y sus programas de servicio a la comunidad para los estudiantes que se pasan de la raya. Pero Steven y yo no tenemos definido ningún sistema de castigo. Hasta ahora hemos tenido la fortuna de contar con unos alumnos que no han ido más allá de nuestros límites, que son realmente laxos.
—Eso ha sido hasta ahora —dijo Steven con la vista clavada en Luce—. Pero Francesca y yo estamos de acuerdo en que es preciso hacer un cambio y fijar un castigo severo.
Luce se inclinó hacia delante en su asiento.
—Pero Shelby y Miles no…
—Exacto —asintió Francesca—. Por ello, cuando acabemos, Shelby y Miles se presentarán ante el señor Kramer en la escuela principal para prestar servicios a la comunidad. La recogida de alimentos para la Fiesta Anual de la Cosecha empieza hoy, así que seguro que encontraréis una tarea adecuada para vosotros.
—¡Qué mier…! —espetó Shelby mirando a Francesca—. Quiero decir que la Fiesta de la Cosecha es mi diversión favorita.
—¿Y Luce? —quiso saber Miles.
Steven tenía los brazos cruzados y a través de la montura de concha de color carey de sus gafas atravesaba a Luce con sus ojos endemoniados de color avellana.
—Luce, estás castigada.
¿Castigada? ¿Eso era todo?
—Clase. Comida. Habitación —recitó Francesca—. Hasta nueva orden, y a menos que te encuentres bajo una vigilancia estricta, es lo único que te está permitido. Y nada de sumergirse en más Anunciadoras. ¿Lo has comprendido?
Luce asintió.
Steven añadió:
—No nos pongáis a prueba de nuevo. Incluso nosotros podemos llegar a perder la paciencia.
La combinación clase-comida-habitación no daba muchas opciones a Luce en una mañana de domingo. El pabellón estaba oscuro, y la cantina no se abría hasta las once para el almuerzo. Después de que Miles y Shelby se marcharan de mala gana al campo de adiestramiento para el servicio a la comunidad del señor Kramer, Luce no tuvo más opción que regresar a su habitación. Bajó el estor de la ventana que a Shelby le gustaba dejar levantado y se desplomó en la silla de su escritorio.
Podría haber sido peor. En comparación con las historias de celdas estrechas hechas con bloques de cemento destinadas a la reclusión individual de Espada & Cruz, a Luce le parecía que había salido bien parada. Nadie le había colocado ninguna pulsera de localización. De hecho, Steven y Francesca le habían impuesto las mismas restricciones que Daniel. La diferencia era que sus profesores realmente podían vigilarla día y noche, y Daniel no debía estar allí para nada.
Enfadada, encendió el ordenador, suponiendo que tendría cancelado su acceso a internet. Sin embargo, se pudo conectar y encontró tres mensajes de sus padres y uno de Callie. Al menos estando castigada podría comunicarse más con sus amigos y su familia.
Para: Lucinda44@gmail.com
De: thegaprices@aol.com
Fecha: Viernes, 20 de noviembre, 8.22
Asunto: El perro-pavo
¡Mira la fotografía! Con motivo de la fiesta vecinal para celebrar el otoño vestimos a Andrew de pavo. Como puedes ver por las marcas de mordiscos en las plumas, le encantaron. ¿Qué te parece? ¿Quieres que se lo volvamos a poner cuando vengas para Acción de Gracias?
Para: Lucinda44@gmail.com
De: thegaprices@aol.com
Fecha: Viernes, 20 de noviembre, 9.06
Asunto: Léelo
Tu padre acaba de leer mi e-mail y cree que tal vez te haya hecho sentirte mal. No queremos que te sientas culpable, cariño. Si te dejan venir a casa para Acción de Gracias, estaremos muy contentos. Si no, lo cambiaremos para otro día. Te queremos.
Para: Lucinda44@gmail.com
De: thegaprices@aol.com
Fecha: Viernes, 20 de noviembre, 12.12
Asunto: Sin asunto
¿Nos dirás algo? Besos,
Mamá
Luce sostuvo la cabeza entre las manos. Se había equivocado. Ni todos los castigos del mundo le facilitarían la tarea de responder a sus padres. ¡Por Dios! ¡Si habían llegado incluso a disfrazar al perro de pavo! Le rompía el corazón la idea de decepcionarlos. Así que dejó el asunto para más tarde y abrió el e-mail de Callie.
Para: Lucinda44@gmail.com
De: callieallieoxenfree@gmail.com
Fecha: Viernes, 20 de noviembre, 16.14
Asunto: ¡AQUÍ ESTÁ!
Creo que la reserva de avión que envío a continuación habla por sí sola. Dime tu dirección y tomaré un taxi en cuanto llegue el jueves por la mañana. ¡Es la primera vez que voy a Georgia! ¡Y con mi gran amiga, a la que hace tanto tiempo que no veo! ¡Va a ser fabuloso! ¡Nos vemos en SEIS DÍAS!
En menos de una semana, el Día de Acción de Gracias, la mejor amiga de Luce aparecería en casa de sus padres, que la estarían esperando a ella, mientras que Luce seguiría exactamente allí, castigada en su habitación. Sintió una tristeza enorme. Habría dado cualquier cosa por estar con ellos y pasar unos días con sus seres queridos, que le darían un respiro después de las extenuantes y confusas semanas que había pasado confinada entre esas paredes de madera.
Abrió un nuevo e-mail y escribió un mensaje apresurado:
Para: cole321@swordandcross.edu
De: lucinda44@gmail.com
Fecha: Domingo, 22 de noviembre, 09.33
Asunto: (Sin asunto)
Hola, señor Cole.
No se preocupe, no le voy a suplicar que me deje ir a casa por Acción de Gracias. Sé que es un esfuerzo inútil y no merece la pena. Sin embargo, no tengo valor para decírselo a mis padres. ¿Podría comunicárselo usted mismo? Dígales que lo siento mucho.
Aquí todo va bien. Echo de menos mi hogar.
Luce
Un golpe fuerte en la puerta hizo que Luce diera un respingo e hiciera clic en «Enviar» sin comprobar primero si tenía errores tipográficos o incómodos sentimentalismos.
—¡Luce! —Shelby la llamaba desde el otro lado de la puerta—. ¡Abre! Tengo las manos ocupadas con esa porquería de la fiesta del otoño. ¡Ten piedad!
Los golpes secos continuaban al otro lado de la puerta, cada vez más fuertes, acompañados de algún gruñido ocasional y algún que otro quejido.
Al abrir la puerta, Luce se encontró a Shelby resoplando, doblada por el peso de una enorme caja de cartón. Llevaba varias bolsas de plástico entre los dedos. Las rodillas le temblaban al entrar trabajosamente en el cuarto.
—¿Te ayudo?
Luce cogió una ligera cornucopia de mimbre que Shelby llevaba en la cabeza a modo de sombrero.
—Me han puesto en la sección de decoración —masculló Shelby dejando la caja en el suelo—. Habría dado lo que fuera por estar en limpieza, como Miles. ¿Sabes lo que ocurrió la última vez que alguien me obligó a usar una pistola de pegamento?
Luce se sentía responsable de los castigos de Shelby y de Miles. Se imaginó a Miles recorriendo la playa con una de esas varas para recoger la suciedad que había visto utilizar en Thunderbolt a los convictos en los márgenes de la carretera.
—Ni siquiera sé lo que es la Fiesta de la Cosecha.
—Es algo asquerosamente pretencioso, eso es lo que es —dijo Shelby revolviendo en la caja y arrojando al suelo bolsas de plástico con plumas, tubos de purpurina y un paquete de cartulinas—. Fundamentalmente, es un gran banquete al que acuden todos los donantes de la Escuela de la Costa a fin de recaudar dinero para el centro. Todo el mundo vuelve a casa sintiéndose muy caritativo después de haberse sacado de encima unas pocas latas viejas de guisantes y haberlas donado a un banco de alimentos de Fort Bragg. Ya lo verás mañana por la noche.
—Lo dudo —dijo Luce—. ¿Recuerdas que estoy castigada?
—No te preocupes, te harán ir. Algunos de los mayores donantes son abogados de causas nobles, así que Francesca y Steven han de hacer el papel, lo cual significa que todos los nefilim tenemos que estar presentes con la mejor de nuestras sonrisas.
Luce torció el gesto tras comprobar su imagen no nefilim en el espejo. Un motivo más para quedarse donde estaba.
Shelby maldijo en voz baja.
—Me he olvidado el estúpido centro de mesa con forma de pavo en el despacho del señor Kramer —se quejó poniéndose de pie, antes de dar una patada a la caja de elementos decorativos—. Tengo que volver.
Cuando Shelby se abrió paso para dirigirse a la puerta, Luce perdió el equilibrio, se tambaleó y tropezó con la caja dando con el pie en algo frío y húmedo al caer.
Fue a parar de bruces al suelo. Lo único que amortiguó su caída fue la bolsa de plástico de las plumas, que estalló y arrojó todo el plumerío de colores debajo de ella. Luce miró atrás para ver el estropicio que había causado y esperando ver a Shelby con las cejas arqueadas y un gesto de exasperación. Pero su compañera estaba inmóvil y señalaba con una mano el centro de la habitación, donde había suspendida una Anunciadora de color marrón.
—¿No te parece un poco arriesgado invocar a una Anunciadora una hora después de haber sido castigada por invocar a una Anunciadora? —preguntó Shelby—. Realmente pasas de todo, ¿verdad? En cierto modo, me parece admirable.
—Yo no la he invocado —insistió Luce poniéndose de pie y quitándose las plumas de la ropa—. Me he tropezado y estaba ahí, esperando o algo.
Se acercó para examinar de cerca aquella lámina nebulosa de color pardo. Era lisa como una hoja de papel y no muy grande para ser una Anunciadora; sin embargo, el modo en que estaba suspendida en el aire frente a su cara, casi desafiándola a que la rechazara, inquietó a Luce.
No parecía necesitar que le diera forma. Apenas se movía en el aire y tenía la apariencia de haber estado flotando todo el día.
—Un momento —murmuró Luce—. Esta vino con la otra el otro día. ¿Te acuerdas?
Era la extraña sombra marrón que había acompañado a la sombra oscura que los había llevado hasta Las Vegas. Habían entrado las dos por la ventana el viernes por la tarde; y luego esta había desaparecido. Luce se había olvidado de ella hasta ese mismo momento.
—Bueno —dijo Shelby apoyándose en la escalera de su litera—. ¿Vas a vislumbrarla o qué?
La Anunciadora tenía el color de una habitación con humo, un desagradable tono marrón, y su tacto era parecido al de la neblina. Luce acercó la mano hacia ella y pasó los dedos por sus bordes húmedos. Notó que aquel aliento nebuloso le acariciaba el pelo. El aire en torno a la Anunciadora era húmedo, incluso un poco salobre. Un grito lejano de gaviota retumbó en el interior.
No debía vislumbrarla. No pensaba hacerlo.
Pero la Anunciadora pasó de ser como una tela de color marrón y brumosa a convertirse en algo claro y discernible con independencia de Luce. El mensaje de la sombra estaba tomando cuerpo.
Era la vista aérea de una isla. Al principio se encontraban en lo alto, así que Luce no podía ver más que un pequeño bulto de roca negra empinada rodeada de finos pinos. Lentamente, la Anunciadora fue enfocando más de cerca, como si fuera un pájaro que descendiera para posarse en las copas de los árboles, y así la imagen se centró en una pequeña playa desierta.
El agua estaba turbia a causa de la arena plateada y arcillosa. Unas cuantas rocas hacían frente a las suaves embestidas de la marea. De pie, oculto entre las rocas más altas…
Daniel contemplaba el mar, con una rama de árbol cubierta de sangre en la mano.
Luce dio un grito ahogado al acercarse y ver lo que Daniel miraba. No era el mar, sino la silueta ensangrentada de un hombre. Un cadáver que yacía rígido sobre la arena. Cada vez que las olas alcanzaban el cuerpo, se apartaban manchadas de un intenso color rojo oscuro. Luce no podía ver la herida que había matado al hombre. Alguien más, vestido con una gabardina oscura y larga, estaba inclinado sobre el cuerpo y lo ataba con una cuerda gruesa trenzada.
Con el corazón latiéndole a toda prisa, Luce volvió a mirar a Daniel. Su expresión era tranquila, pero le temblaban los hombros.
—Date prisa. Estás perdiendo el tiempo. La marea está bajando.
Tenía una voz tan fría que Luce se estremeció.
Un segundo más tarde, la escena de la Anunciadora desapareció. Luce contuvo el aliento hasta que la sombra se desplomó en el suelo formando un montón de cenizas. Al otro lado de la habitación, el estor que Luce había bajado antes se abrió con una sacudida. Luce y Shelby se miraron inquietas y vieron cómo una ráfaga de viento atrapaba a la Anunciadora, la levantaba y se la llevaba por la ventana.
Luce asió con fuerza a Shelby de la muñeca.
—Tú que te fijas en todo, ¿quién era el que estaba con Daniel? ¿El que estaba agachado sobre ese… —se estremeció— hombre?
—Por Dios, Luce, no lo sé. Me distraje con el cadáver, por no hablar de la rama ensangrentada que tenía agarrada tu novio. —El intento de Shelby por parecer sarcástica quedó amortiguado por el terror que denotaba su voz—. Así que… ¿él lo mató? —preguntó a Luce—. ¿Daniel mató a esa persona, quienquiera que fuera?
—No lo sé. —Luce hizo una mueca de disgusto—. No lo digas de ese modo. Tal vez tiene una explicación lógica…
—¿Qué piensas de lo que ha dicho al final? —preguntó Shelby—. He visto que movía los labios, pero no he podido entenderlo. Es algo que odio en las Anunciadoras.
«Date prisa. Estás perdiendo el tiempo. La marea está bajando».
¿Shelby no lo había oído? ¿No se había dado cuenta de lo insensible y despiadado que Daniel había parecido?
Entonces Luce cayó en la cuenta de que no hacía mucho que ella tampoco podía escuchar a las Anunciadoras. Antes, los ruidos que las acompañaban eran solo eso, ruidos: crujidos y zumbidos espesos y húmedos por las copas de los árboles. Había sido Steven el que le había explicado cómo escuchar las voces que contenían. En cierto modo, Luce deseó que no lo hubiera hecho.
Tenía que haber más en ese mensaje.
—Tengo que vislumbrarlo de nuevo —dijo Luce acercándose a la ventana abierta, pero Shelby la retuvo.
—¡Ah, no! ¡No lo harás! A estas alturas, la Anunciadora podría estar en cualquier sitio y tú estás castigada en tu cuarto, ¿recuerdas? —Shelby obligó a Luce a sentarse de nuevo en la silla de su escritorio—. Te vas a quedar aquí quieta mientras yo bajo al despacho de Kramer para recuperar mi pavo. Y luego las dos vamos a olvidarnos de que esto ha ocurrido. ¿De acuerdo?
—De acuerdo.
—Perfecto. Volveré en cinco minutos, así que no te me escapes.
Pero en cuanto se hubo cerrado la puerta, Luce ya había salido por la ventana y se había encaramado a la parte plana de la cornisa en la que ella y Daniel habían estado sentados la noche anterior. Era imposible borrar de su mente lo que acababa de ver, aunque eso la metiera en más problemas y tuviera que ver algo que no le gustara.
La última hora de la mañana se había vuelto ventosa, y Luce tuvo que inclinarse y sostenerse en los postigos de madera inclinados para guardar el equilibrio. Tenía las manos frías y sentía el corazón entumecido. Cerró los ojos. Cada vez que intentaba invocar a una Anunciadora, se acordaba de la poca formación que tenía para hacerlo. Siempre había tenido suerte, si bien era dudoso considerarse afortunada tras ver cómo tu novio se queda mirando a alguien a quien acaba de matar.
Una caricia húmeda le recorrió los brazos. ¿Sería la sombra marrón, esa cosa horrible que le había mostrado algo más horrible aún? Abrió los ojos.
En efecto, lo era. Se le había encaramado a los hombros como si fuera una serpiente. Se la quitó de encima y la sostuvo ante ella, intentando darle la forma de una pelota. La Anunciadora le rehuía el tacto, y retrocedía en el aire, fuera de su alcance, manteniéndose más allá del extremo del tejado.
Bajó la vista a los dos pisos que la separaban del suelo. Una hilera de alumnos abandonaban el edificio de la residencia para dirigirse a la cantina para el desayuno: una corriente abigarrada de gente que atravesaba el césped de intenso color verde. Luce se tambaleó. El vértigo la venció y se dejó caer hacia delante.
Pero entonces la sombra se apresuró como un jugador de fútbol y la derribó de espaldas de nuevo contra el tejado inclinado. Luce se quedó clavada contra las tablas de madera jadeando mientras la Anunciadora se volvía a abrir.
El velo de humo se desvaneció y se mostró iluminado. Luce regresó con Daniel y la rama ensangrentada. Volvió a los graznidos de las gaviotas que volaban en círculo en lo alto y al hedor a espuma putrefacta de la costa, a la visión de las olas gélidas rompiendo contra la playa. Y de nuevo también a los dos personajes del suelo. El cadáver estaba atado. El vivo estaba de pie frente a Daniel.
Era Cam.
No. Eso tenía que ser un error. Ellos se odiaban. Iban de una pelea a otra. Luce podía aceptar que Daniel ejecutara actos siniestros para protegerla de la gente que le iba a la zaga. Pero ¿qué cosa tan terrible podía llevarle a echar mano de Cam? ¿A colaborar con Cam, que tanto disfrutaba matando?
Estaban enzarzados en una discusión acalorada, pero Luce no podía entender las palabras. No oía nada por culpa del reloj de la cantina, que acababa de dar las once. Aguzó el oído y esperó a que las campanadas cesaran.
—Déjame llevarla a la Escuela de la Costa —oyó que suplicaba Daniel.
Aquello tenía que haber ocurrido justo antes de que llegara a California. Pero ¿por qué Daniel tenía que pedir permiso a Cam? A menos que…
—De acuerdo —decía Cam impertérrito—. Llévala a la escuela y después búscame. ¡No la fastidies! Estaré vigilando.
—¿Y luego? —Daniel parecía inquieto.
Cam escrutó a Daniel.
—Tú y yo tenemos trabajo.
—¡Oh, no! —gritó Luce golpeando la sombra con enfado.
Pero en el momento en que vio que había roto con las manos la superficie fría y resbaladiza lo lamentó. Se rompió en fragmentos que se acumularon formando un montón de cenizas a su lado. Ahora no podría ver nada más. Intentó recopilar los fragmentos tal como había visto hacerlo a Miles, pero se agitaban sin reaccionar.
Tomó un puñado de aquellos restos y sollozó.
Steven había dicho que en ocasiones las Anunciadoras distorsionaban la realidad, como las sombras arrojadas contra la pared de la caverna, pero que siempre contenían algo de verdad. Luce percibía la verdad en esos fragmentos fríos y húmedos, incluso cuando los estrujó firmemente como intentando liberar todo su dolor.
Daniel y Cam no eran enemigos. Eran aliados.