Seis días
Mientras se apresuraba con ellos por el laberinto formado por aquel casino a oscuras, Arriane se movía como si tuviera visión nocturna.
—Vosotros tres, tranquilizaos —dijo con voz cantarina—. Os sacaré de aquí en un instante.
Llevaba a Luce bien asida por la muñeca, y ella, su vez, agarraba a Miles; Miles tenía cogida por la mano a Shelby, la cual se lamentaba de la indignidad de tener que huir por piernas.
Arriane los guiaba sin equivocarse y, aunque Luce no veía lo que hacía, se oía a personas refunfuñar y quejarse cuando Arriane los apartaba con un empellón. «¡Lo siento!», exclamaba. «Perdón» y «Disculpe».
Los llevó por pasillos oscuros llenos de turistas nerviosos que utilizaban sus móviles como linternas. Subieron escaleras sin luz, llenas de polvo por el desuso y repletas de cajas de cartón vacías. Finalmente, abrió de una patada la salida de emergencia, los condujo por ella y llegaron a un callejón oscuro y estrecho.
La callejuela se encontraba entre el Mirage y otro hotel gigantesco. De una hilera de contenedores de basuras emanaba el hedor putrefacto de la comida en descomposición. Un reguero de agua de alcantarilla de color verde ácido dibujaba una especie de riachuelo repugnante que dividía el callejón en dos. Delante de ellos, en medio de la iluminada y animada Strip con sus luces de neón, un reloj negro anticuado dio las doce.
—¡Ah! —Arriane inspiró profundamente—. El comienzo de otro glorioso día en la Ciudad del Pecado. Me gustaría iniciarlo directamente con un gran desayuno. ¿Quién tiene hambre?
—Hummm… bueno —farfulló Shelby mirando a Luce, luego a Arriane y finalmente al casino en general—. ¿Qué es…? ¿Cómo…?
La mirada de Miles estaba clavada en la cicatriz brillante y marmórea que recorría un lado del cuello de Arriane. Luce ya estaba acostumbrada a ella, pero era evidente que sus amigos no sabían qué pensar.
Arriane señaló con el dedo a Miles.
—Este parece capaz de zamparse tantos gofres como pesa. ¡Vamos, conozco una cafetería repugnante!
Mientras recorrían el callejón para salir a la calle, Miles se volvió hacia Luce y articuló con los labios:
—¡Es impresionante!
Luce asintió. Era todo cuanto podía hacer para mantenerse al ritmo de Arriane mientras esta cruzaba a toda carrera la Strip. Vera. No se la podía quitar de la cabeza. Todos los recuerdos que había vislumbrado en un instante habían sido dolorosos y asombrosos, por lo que se hacía una ligera idea de lo que habían representado para Vera. Sin embargo, para Luce también habían resultado profundamente satisfactorios. En mucha mayor medida que en cualquier otra de sus visiones a través de las Anunciadoras, esta vez había podido sentir una de sus vidas anteriores. Curiosamente había visto también algo en lo que nunca antes había reparado: sus antiguos yoes tenían una vida. Llevaban vidas completas e importantes antes de que Daniel apareciera.
Arriane los condujo hasta una cafetería de la cadena IHOP situada en un edificio marrón, bajo y estucado tan antiguo que podría ser anterior a cualquier otra cosa que hubiera en la Strip. El establecimiento parecía más claustrofóbico y triste que cualquier otro IHOP.
Shelby fue la primera en entrar, empujó las puertas de cristal, que hicieron sonar las campanillas baratas que colgaban en lo alto pendidas con cinta adhesiva. Tomó un puñado de pastillitas de menta que había en un cesto junto a la caja y luego se hizo con un compartimiento situado en el rincón posterior de la sala. Arriane se deslizó junto a ella mientras que Luce y Miles ocuparon el otro asiento de cuero desgastado de color naranja.
Con un silbido y un rápido gesto circular, Arriane pidió una ronda de café a una camarera rechoncha y guapa, que llevaba el lápiz en el pelo.
Los demás se concentraron en leer el menú, que era grueso y estaba encuadernado en espiral. Volver las páginas era una batalla contra los restos de sirope de arce que lo pegaban todo y también un buen modo de evitar hablar sobre el problema del que se acababan de librar por los pelos.
Finalmente Luce tuvo que preguntar:
—¿Qué haces aquí, Arriane?
—Pedir algo que tenga un nombre raro. El Rooty Tooty, creo, como aquí no tienen los bocadillos Moons Over My Hammy… Siempre me cuesta decidirme.
Luce hizo una mueca. Arriane no tenía ninguna necesidad de actuar de un modo tan evasivo. Era obvio que su acción de rescate no había sido una coincidencia.
—Ya sabes a qué me refiero.
—Vivimos tiempos muy extraños, Luce. Pensé que era mejor pasarlos en una ciudad igualmente extraña.
—Sí, pero pronto terminarán, ¿no? Según el calendario de la tregua…
Arriane dejó su taza de café en la mesa y apoyó la barbilla en la palma de la mano.
—Bueno, aleluya. Parece que, después de todo, aprendes algo en esa escuela.
—Sí y no —respondió Luce—. Hace poco oí a Roland decir que Daniel estaba contando los minutos, y que tenía que ver con la tregua, pero no sabía exactamente de cuántos minutos estábamos hablando.
A su lado Miles pareció ponerse en tensión al oír mencionar el nombre de Daniel. Cuando la camarera se acercó para tomar nota él fue el primero en pedir con voz muy alta y prácticamente arrojándole el menú.
—Bistec y huevos, poco hechos.
—¡Oh! ¡Qué varonil! —exclamó Arriane dirigiendo una mirada aprobatoria a Miles mientras escogía lo que quería a pito pito colorito—. Un Rooty Tooty Fresh’N Fruity —anunció con expresión circunspecta, articulando cada sílaba como si fuera la mismísima reina de Inglaterra.
—Para mí, bollos rellenos de salchicha —dijo Shelby—. Bueno, no, mejor una tortilla de clara de huevo sin queso. Pero ¡qué caray! No, no, mejor bollos rellenos con frankfurt.
La camarera se volvió hacia Luce.
—¿Y tú, bonita?
—Un desayuno normal. —Luce sonrió disculpándose por sus amigos—. Los huevos revueltos sin carne.
La camarera asintió, y se encaminó tranquilamente hacia la cocina.
—Muy bien. ¿Y qué más oíste decir? —preguntó Arriane.
—Hummm. —Luce empezó a juguetear con el frasco de sirope que había junto a la sal y la pimienta—. Hubo una conversación sobre… ya sabes, el fin del mundo.
Shelby, con una risita burlona, se puso tres tubos pequeños de crema de leche en el café.
—¡El fin del mundo! ¿De verdad os creéis esa chorrada? Decidme, ¿cuántos milenios llevamos esperándolo? ¡Y los humanos se creen pacientes y apenas llevan dos mil años! ¡Ja! Como si fuera a cambiar alguna cosa.
Arriane tenía cara de estar a punto de poner a Shelby en su sitio, pero entonces dejó el café en la mesa.
—¡Qué maleducada por no haberme presentado a tus amigos, Luce!
—Hummm. Ya sabemos quién eres —dijo Shelby.
—Sí. Había todo un capítulo dedicado a ti en mi libro de historia de los ángeles de octavo —añadió Miles.
Arriane dio unas palmaditas.
—¡Y pensar que me dijeron que ese libro había sido prohibido!
—¿En serio? ¿Apareces en un libro de texto? —Se rió Luce.
—¿De qué te sorprendes? ¿No te parezco histórica? —Arriane se volvió hacia Shelby y Miles—. Bueno, habladme de vosotros. Necesito saber con quién anda mi chica.
—Con una nefilim incrédula no practicante. —Shelby levantó la mano.
Miles tenía la mirada clavada en su comida.
—El inútil ta-ta-taranieto en octavo grado de un ángel.
—No es cierto. —Luce dio una palmadita en el hombro de Miles—. Arriane, deberías haber visto cómo nos ha ayudado esta noche a pasar a través de la sombra. Ha estado fabuloso. Por eso estamos aquí, porque leyó ese libro y además él podía…
—Sí, eso me preguntaba yo —repuso Arriane con tono sarcástico—. Pero lo que más me preocupa es esta chica. —Hizo un gesto en dirección a Shelby. El rostro de Arriane adoptó una expresión más grave de la que Luce estaba acostumbrada a ver en ella. Incluso sus frenéticos ojos de color azul claro parecieron aquietarse—. No son estos buenos tiempos para ser una no practicante de lo que sea. Todo está cambiando constantemente, pero al final se pasarán cuentas. Y no tendrás más remedio que optar por uno u otro bando. —Arriane miró fijamente a Shelby de forma deliberada—. Todos tenemos que saber dónde estamos.
Antes de que alguien pudiera responder, la camarera reapareció con una gran bandeja de plástico de color marrón con comida.
—Bueno, ¿qué os parece un servicio tan rápido? —preguntó—. A ver, ¿quién de vosotros quería las salchichas…?
—¡Yo! —Shelby sorprendió a la camarera con su rapidez para alcanzar el plato.
—¿Alguien querrá ketchup?
Negaron con la cabeza.
—¿Extra de mantequilla?
Luce señaló la bola helada de mantequilla de sus tortitas:
—Estamos servidos. Gracias.
—Si necesitamos algo —respondió Arriane con la mirada clavada en la cara feliz que había dibujada con nata en su plato—, pegaremos un grito.
—Oh, seguro que lo haréis. —La camarera soltó una risita tímida mientras se colocaba la bandeja debajo del brazo—. Gritaréis como si el mundo se fuera a acabar, que lo hará.
En cuanto se marchó, Arriane fue la única que se puso a comer. Cogió un arándano que había en la nariz de la tortita, se lo echó a la boca y se relamió los dedos con placer. Luego miró la mesa en su conjunto.
—¡Al ataque! —dijo—. Un bistec o unos huevos fríos no valen nada. —Suspiró—. Vamos, chicos, habéis leído libros de historia. Ya sabéis lo que se dice…
—Yo no —replicó Luce—. Yo no sé nada.
Arriane chupó reflexivamente su tenedor.
—Es cierto. En tal caso, permíteme que te presente mi versión, que, de hecho, es mucho más divertida que la que ofrecen los libros de historia, porque no voy a censurar las grandes peleas, las palabras malsonantes ni las escenas de sexo. Mi versión tiene de todo excepto que no está en 3D, aunque esto último, en mi opinión, está sobrevalorado. ¿Habéis visto esa película de…? —Entonces advirtió la perplejidad de sus caras—. ¡Oh, bueno, no importa! De acuerdo, empezó hace milenios atrás. A ver, ¿es preciso que te ponga al día sobre Satanás?
—Fue el primero en enfrentarse a Dios. —La voz de Miles era monótona, como si repitiera una lección de tercero mientras pinchaba un trozo de bistec con su tenedor.
—Pero antes habían estado superunidos —añadió Shelby mientras rebañaba el sirope con un bollo—. Quiero decir que Dios llamaba a Satanás su «lucero de la mañana». Por lo tanto, no es que Satanás no fuera apreciado o querido.
—Pero prefirió reinar en el Infierno que servir al Cielo —intervino Luce. Ella no había leído las historias de los nefilim, pero sí El Paraíso perdido, o, por lo menos, CliffNotes.
—¡Es muy bonito! —Arriane sonrió inclinándose hacia Luce—. ¿Sabes? En otro tiempo Gabbe era muy buena amiga de las hijas de Milton. Le gusta atribuirse el mérito de esa frase, y yo siempre le digo que si no le basta con el número de admiradores que tiene. Pero bueno. —Arriane pasó a atacar con el tenedor los huevos de Luce—. Caramba, ¡qué ricos! ¿Nos podríais traer un poco de salsa picante? —gritó en dirección a la cocina—. Muy bien, ¿dónde nos habíamos quedado?
—En Satanás —dijo Shelby con la boca llena de tortita.
—Exacto. En fin, se pueden decir muchas cosas del Diablo Grande, pero en cierto modo él… —Arriane sacudió la cabeza— fue quien introdujo la idea del libre albedrío entre los ángeles. Quiero decir que realmente nos dio a los demás algo en que pensar. ¿Hacia qué bando te inclinas? Puestos a escoger, un buen número de ángeles cayeron.
—¿Cuántos? —preguntó Miles.
—¿Ángeles caídos? Los suficientes como para provocar un empate. —Arriane adoptó una actitud reflexiva por un instante, luego hizo una mueca y gritó a la camarera—: ¡Salsa picante! ¿Acaso no hay en este maldito local?
—¿Y los ángeles que cayeron pero que no se aliaron con…?
Luce se interrumpió al pensar en Daniel. Se dio cuenta de que hablaba entre susurros, pero le parecía que aquella era una conversación realmente importante como para tratarla en una cafetería, aunque fuera el establecimiento más vacío de la noche.
Arriane también bajó el tono de voz.
—Bueno, hay muchos ángeles que cayeron pero que técnicamente siguen estando aliados con Dios. Pero están también los que se aliaron con Satanás. A estos los llamamos demonios, aunque en realidad no son más que ángeles caídos que realmente tomaron una mala decisión.
»Yo no digo que haya sido fácil para nadie. Desde la Caída, los ángeles y los demonios han ido empatados, codo a codo, a la par. —Untó la mantequilla en la nariz de la tortita—. Pero todo eso puede estar a punto de cambiar.
Luce bajó la mirada hacia los huevos, incapaz de comer.
—Antes has dado a entender que mi postura tenía algo que ver con todo esto, ¿verdad? —Shelby parecía menos vacilante de lo normal.
—No la tuya exactamente. —Arriane negó con la cabeza—. Sé que parece que todos estamos pendientes de un hilo. Pero al final un ángel poderoso tomará partido por un bando. Cuando esto ocurra, la balanza se inclinará hacia un lado. Y entonces importará mucho en qué bando te encuentras.
Las palabras de Arriane recordaron a Luce que cuando estuvo encerrada en el callejón que conducía a la pequeña capilla con la señorita Sophia esta no dejaba de decir que el destino del universo tenía algo que ver con ella y Daniel. Aquellas palabras de un ser maligno como la señorita Sophia en ese momento le habían parecido totalmente descabelladas. Aunque Luce no estaba muy segura sobre qué hablaba exactamente, sabía que tenía que ver con el regreso de Daniel.
—Es Daniel —musitó ella—. El ángel capaz de inclinar la balanza es Daniel.
Aquello explicaba su continuo pesar, que acarreaba como si fuera una maleta de dos toneladas. Explicaba por qué llevaba apartado de ella tanto tiempo. Lo único que no aclaraba era por qué parecía que la mente de Arriane albergase algunas reservas sobre el bando por el que se inclinaría la balanza. El bando que ganaría la guerra.
Arriane se dispuso a contestar, pero en lugar de hacerlo volvió a atacar el plato de Luce.
—¡Eh, camarera! ¿Me harás el favor de traer la salsa picante de una vez? —gritó.
Una sombra se desplomó sobre su mesa.
—Yo te daré algo realmente picante.
Luce se volvió y se estremeció ante lo que vio: un chico muy alto vestido con una gabardina marrón y larga desabrochada tras la que se veía el destello de algo plateado metido en el cinturón. Llevaba la cabeza rapada, tenía la nariz fina y recta, y lucía unos dientes perfectos.
Y sus ojos eran blancos. Unos ojos completamente vacíos de color. Sin iris, sin pupilas. Nada.
Su expresión extraña y vacua le recordó a la Proscrita. Entonces Luce no había podido ver bien a la chica y observar qué le pasaba en los ojos, pero ahora se podía hacer una idea bastante aproximada de ello.
Shelby miró al chico, tragó saliva con fuerza y se concentró en su desayuno.
—Yo no he sido —farfulló.
—Ya no hace falta —dijo Arriane al chico—. Te la podrás poner en el primer bocadillo que te serviré.
Luce observó con los ojos como platos cómo la figura diminuta de Arriane se ponía de pie y se restregaba las manos en los vaqueros.
—Ahora mismo vuelvo, chicos. ¡Oh, Luce! Recuérdame que te riña cuando regrese.
Antes de que Luce pudiera preguntar qué tenía que ver ese chico con ella, Arriane lo había cogido por la oreja, se la había retorcido con fuerza y le había golpeado la cabeza contra el mostrador de cristal junto a la barra.
El ruido rompió la tranquilidad nocturna del restaurante. El chico gritaba como un niño mientras Arriane le retorcía la oreja en la otra dirección y se le subía encima. Aullando de dolor, empezó a doblar su cuerpo enclenque hasta que se desembarazó con fuerza de Arriane y la arrojó contra una vitrina de cristal.
Ella rodó en todo lo largo y se detuvo al final dando contra un enorme pastel de merengue de limón; luego se incorporó apoyándose en la barra. Dio una voltereta hacia atrás en dirección hacia él y lo atrapó con una llave de cabeza con las piernas. A continuación, empezó a golpear la cabeza del chico con sus puños pequeños.
—¡Arriane! —gritó la camarera—. ¡No me toquéis los pasteles! ¡Intento ser tolerante, pero tengo que ganarme la vida!
—¡Vale, está bien! —gritó Arriane—. Ya continuaremos en la cocina.
Soltó al chico, bajó al suelo y le dio un puntapié con su zapato de plataforma. Él tropezó torpemente contra la puerta que llevaba a la cocina del restaurante.
—Vosotros tres, venid —les dijo a los de la mesa—. A lo mejor incluso aprendéis algo.
Miles y Shelby arrojaron sus servilletas de un modo que a Luce le recordó a los alumnos de Dover cuando arrojaban todas las cosas y salían corriendo al pasillo al grito de «¡Pelea! ¡Pelea!» en cada ocasión que se producía el mínimo indicio de pelea.
Luce los siguió un poco más vacilante. Si Arriane insinuaba que ese tipo había aparecido por culpa de Luce, eso le planteaba muchas otras preguntas espeluznantes. ¿Y la gente que se había llevado a Dawn? ¿Y aquella Proscrita que arrojaba flechas a la que había matado Cam en Noyo Point?
En el interior de la cocina se oyó un golpe fuerte, y tres hombres ataviados con delantales sucios se apresuraron a salir de ella presas del miedo. Cuando Luce pasó junto a ellos por la puerta batiente, Arriane tenía inmovilizado al muchacho con un pie en la cabeza mientras Miles y Shelby le ataban con el cordel de cocina. Él tenía los ojos vacíos dirigidos hacia Luce, pero parecía mirar a través de ella.
Lo amordazaron con un trapo de cocina, por lo que, cuando Arriane se mofó preguntándole «¿Querrás refrescarte un poco? ¿Qué tal en la sala de refrigeración de la carne?», no pudo más que gruñir. Había dejado de oponer resistencia.
Arriane lo agarró por el cuello, lo arrastró por el suelo, lo llevó a la sala refrigerada, le propinó un par de patadas por si acaso y luego cerró la puerta tranquilamente. Se restregó las manos como queriendo desempolvarlas y se volvió hacia Luce con expresión de enojo.
—¿Quién me persigue, Arriane? —Luce tenía la voz temblorosa.
—Mucha gente, pequeña.
—¿Ese era… —Luce recordó su encuentro con Cam— un Proscrito?
Arriane carraspeó. Shelby tosió.
—Daniel me dijo que no podía estar conmigo porque llamaba demasiado la atención. Me dijo que estaría a salvo en la Escuela de la Costa, pero ellos también fueron allí…
—Solo porque te interceptaron saliendo del campus. Tú también llamas la atención, Luce. Y cuando sales al mundo colándote en casinos y cosas parecidas nosotros lo notamos, y también los malos. Por eso, principalmente, es por lo que estás en la escuela.
—¿Qué? —Era Shelby—. ¿La escondéis con nosotros? ¿Y qué hay de nuestra seguridad? ¿Qué pasaría si los Proscritos aparecieran en el campus?
Miles no decía nada, solo miraba alarmado alternativamente a Luce y a Arriane.
—¿No entiendes que los nefilim te camuflan? —preguntó Arriane—. ¿Acaso Daniel no te habló de su… coloración protectora?
La mente de Luce retrocedió hasta la noche en que Daniel la había dejado en la Escuela de la Costa.
—Tal vez dijo algo sobre un escudo, pero… —Aquella noche le habían pasado tantas cosas por la cabeza… Había tenido bastante intentando asimilar que Daniel la abandonaba. Ahora sintió una nauseabunda sensación de culpa—. No lo entendí. Él no entró en detalles, se limitó a decir que tenía que permanecer en el campus. Yo pensé que estaba siendo demasiado protector.
—Por lo general, Daniel sabe lo que se hace. —Arriane se encogió de hombros y sacó la lengua a un lado de la boca en actitud reflexiva—. Bueno, a veces. De vez en cuando.
—¿Estás diciendo que quien sea que la persigue no la puede ver si está con un grupo de nefilim? —Esta vez era Miles, que parecía haber recuperado el habla.
—En realidad, los Proscritos no ven nada en absoluto —explicó Arriane—. Se volvieron ciegos durante la Revuelta. Ahora iba a hablar sobre esa parte de la historia. ¡Es muy buena! Lo de la extracción de los ojos y todo ese rollo edípico. —Suspiró—. ¡Oh, vaya! Sí, los Proscritos. Ellos ven la llama del alma, lo cual resulta más difícil de ver si te hallas en un grupo de nefilim.
Los ojos de Miles se agrandaron. Shelby se mordía las uñas con nerviosismo.
—Así que por eso confundieron a Dawn conmigo.
—Y por eso te ha encontrado el chico del refrigerador esta noche —aclaró Arriane—. ¡Y qué caramba! También es así como te he podido encontrar yo. Aquí eres como una vela en una cueva oscura. —Cogió un frasco de nata montada de la encimera y se echó un chorro directamente en la boca—. Me gusta tomar reconstituyente vegetariano tras una pelea. —Bostezó, y eso hizo que Luce consultara la hora en el reloj digital verde que había en la encimera. Eran las 2.30 de la mañana.
—Bueno, por mucho que me guste dar sopapos y cargarme a gente, habéis superado de largo vuestro toque de queda. —Arriane silbó y una espesa mancha de Anunciadora se desprendió de las sombras de debajo de las mesas de preparación.
—Esto no lo hago nunca, ¿vale? Si me lo piden, nunca lo hago. Viajar por las Anunciadoras es muy peligroso. ¿Lo has oído, héroe? —dijo pegándole un coscorrón a Miles en la frente. A continuación, abrió los dedos. La sombra adoptó de golpe la forma perfecta de una puerta en medio de la cocina—. Pero voy contrarreloj y este es el modo más rápido de llevaros a casa y poneros a salvo.
—Entendido —dijo Miles como si estuviera tomando apuntes.
Arriane lo miró y negó con la cabeza.
—Ni se te ocurra. Os voy a devolver a la escuela y allí os quedaréis… —Miró fijamente a cada uno de ellos—. O tendréis que responder ante mí.
—¿Vas a venir con nosotros? —preguntó Shelby mostrando al fin un poco de respeto hacia Arriane.
—Eso parece. —Arriane hizo un guiño a Luce—. Estás hecha una petarda, y alguien tiene que vigilaros.
La transposición con Arriane resultó más tranquila que el viaje de ida a Las Vegas. Fue como entrar en un sitio fresco después de haber estado al sol: la luz era un poco más apagada al pasar por la puerta, por lo que fue preciso parpadear un poco y acostumbrar la vista.
Luce se sintió casi decepcionada al verse de nuevo en su habitación después de las luces y la excitación de Las Vegas. Pero entonces pensó en Dawn y en Vera. Miró los objetos conocidos que indicaban que ya estaban de vuelta: dos camas de litera deshechas, las plantas en la repisa, las alfombrillas de yoga de Shelby apiladas en la esquina, la copia de Steven de La República con el punto de lectura en el escritorio de Luce… Y algo que no contaba con ver.
Daniel, vestido completamente de negro, atendiendo el fuego de la chimenea.
—¡Ah! —gritó Shelby arrojándose en brazos de Miles—. ¡Menudo susto! ¡Y en mi propio refugio! ¡Eso no está bien, Daniel!
Dirigió una mirada de enojo a Luce, como si ella tuviera algo que ver con aquella aparición.
Daniel no hizo caso de Shelby y se limitó a decir tranquilamente a Luce:
—¡Bienvenida!
Luce no sabía si correr hacia él o echarse a llorar.
—Daniel…
—¿Daniel? —Arriane profirió un grito ahogado. Tenía los ojos como platos, como si hubiera visto un fantasma.
Daniel se quedó helado. Era evidente que él tampoco contaba con encontrarse a Arriane.
—Solo la necesitaré un instante. Luego me iré. —Su voz sonaba culpable, incluso asustada.
—Vale —dijo Arriane asiendo a Miles y a Shelby por el pescuezo—. Ya nos íbamos.
—Ninguno de nosotros te ha visto aquí. —Hizo pasar a los dos delante de ella—. Nos vemos luego, Luce.
Shelby parecía tener una prisa tremenda por salir del dormitorio. Miles tenía una mirada tempestuosa y no apartó la vista de Luce hasta que Arriane prácticamente lo arrojó al pasillo y cerró la puerta detrás de ellos con un gran golpe.
Daniel se acercó entonces a Luce. Ella cerró los ojos y dejó que su proximidad la reconfortara. Aspiró su olor y se sintió feliz de estar en casa. No en la Escuela de la Costa, sino en el lugar en que Daniel la hacía sentirse como en su hogar, aunque fuera el más extraño de los lugares y su relación fuera un auténtico embrollo.
Como parecía ser ahora.
No la besó, ni siquiera la había abrazado. A Luce le sorprendió desear que lo hiciera aun después de lo que había visto. La falta de caricias por parte de él le provocó un dolor agudo en el corazón. Cuando abrió los ojos, Daniel se hallaba a pocos centímetros de ella, escrutando cada centímetro de su ser con sus ojos color violeta.
—Me has asustado.
Luce nunca le había oído decir eso, acostumbrada como estaba a ser ella la asustada.
—¿Estás bien? —preguntó él.
Ella negó con la cabeza. Daniel la tomó de la mano y la condujo sin decir nada a la ventana, lejos del calor del fuego y de regreso al frío de la noche, en la cornisa de la ventana por donde en otra ocasión había acudido a ella.
La luna se mostraba oblonga y baja en el cielo. Los búhos dormían en las secuoyas. Desde allí arriba Luce podía ver las olas batiendo suavemente la orilla; al otro lado del campus, brillaba una única luz en lo alto del pabellón nefilim, pero no podía decir si era el despacho de Francesca o de Steven.
Daniel y ella se sentaron en la cornisa con las piernas colgando. Se apoyaron en la leve inclinación del tejado que había detrás de ellos y miraron las estrellas que brillaban apagadas en el cielo, como si estuvieran cubiertas por una capa finísima de nubes. Al poco tiempo Luce se echó a llorar.
Porque él estaba loco por ella o ella por él. Porque su cuerpo había pasado por tantas cosas, entrando y saliendo de Anunciadoras, atravesando estados, y yendo de un pasado reciente al presente. Porque su corazón y su cabeza estaban confundidos y estar cerca de Daniel complicaba aún más las cosas. Porque Miles y Shelby parecían odiarlo. Por el horror patente en el rostro de Vera al reconocer a Luce. Por todas las lágrimas que su hermana había vertido por ella, y por el daño que Luce le había vuelto a hacer al aparecer en su mesa de blackjack. Por todas sus otras familias desconsoladas, hundidas en la tristeza porque sus hijas habían tenido la mala suerte de ser la reencarnación de una estúpida chica enamorada. Porque pensar en esas familias hacía que Luce echara tremendamente de menos a sus padres en Thunderbolt. Porque era la auténtica responsable del secuestro de Dawn. Porque tenía diecisiete años y todavía estaba viva contra todo pronóstico. Porque sabía lo suficiente para temer lo que el futuro pudiera depararle. Porque entretanto eran las 3.30 de la mañana y llevaba días sin dormir y no sabía qué más podía hacer.
Entonces él la abrazó, inundándole el cuerpo con su calor, atrayéndola hacia él y meciéndola en sus brazos. Ella sollozaba e hipaba, y deseó tener un pañuelo para limpiarse la nariz. Se preguntó cómo era posible sentirse tan mal por tantas cosas a la vez.
—Chissst —susurró Daniel—. Chissst.
El día anterior Luce se había sentido muy mal al ver a Daniel queriéndola hasta el olvido en aquella Anunciadora. La violencia insoslayable que parecía formar parte de su relación le había parecido infranqueable. Pero ahora, y sobre todo después de haber hablado con Arriane, Luce presentía que algo grande estaba a punto de ocurrir, algo que tal vez alteraría el mundo entero y que amenazaba a Luce y a Daniel. Los rodeaba, en el éter, y afectaba al modo en que ella se veía a sí misma y también a Daniel.
La mirada de impotencia que había visto en los ojos de Daniel poco antes de morir… ahora le parecía que formaba parte del pasado. Le hizo pensar en la forma en que la había mirado después de su primer beso en esta vida, en la playa cercana a Espada & Cruz. El sabor de sus labios en los suyos, el roce de su respiración en el cuello, sus manos fuertes en torno a ella: todo había sido maravilloso… excepto el terror que se leía en sus ojos.
Pero hacía tiempo que Daniel no la miraba de esa forma. Su mirada ahora era implacable, como si ella irremediablemente fuera a permanecer con él. Las cosas eran distintas en esta vida. Todo el mundo lo decía, y Luce también lo notaba: era una revelación cada vez más creciente en su interior. Se había visto morir y había sobrevivido. Daniel no tendría que sobrellevar él solo su castigo nunca más. Era algo que podían hacer juntos.
—Quiero decirte algo —confesó ella con la cara hundida en la camisa de él mientras se secaba los ojos con la manga—. Quiero hablar antes de que empieces tú.
Notó su barbilla acariciándole la coronilla cuando él asintió.
—Sé que tienes que ser muy cuidadoso con lo que me cuentas. Ya sé que otras veces he muerto. Pero no me voy a ir a ningún sitio esta vez, Daniel. Lo presiento. O, por lo menos, no lo haré sin oponer resistencia. —Intentó esbozar una sonrisa—. Creo que sería bueno para los dos que dejaras de tratarme como si fuera una pieza delicada de cristal. Así que te pido como amiga, novia, y como el amor de tu vida que soy, que me tengas más en cuenta. De lo contrario, me siento sola, nerviosa y…
Él le cogió la barbilla con el dedo y le hizo levantar la cabeza. La miraba con curiosidad. Luce supuso que la interrumpiría, pero no lo hizo.
—No me fui de la Escuela de la Costa para enojarte —prosiguió—. Me fui porque no comprendía la importancia de permanecer aquí. Y al hacerlo puse en peligro a mis amigos.
Daniel sostuvo su cara frente a la suya. El color violeta de sus ojos prácticamente refulgía.
—Te he fallado muchas veces antes —susurró él—. Y puede que en esta vida me haya pasado de prudente. Debería haber sabido que pondrías a prueba cualquier límite que se te impusiera. No serías la chica que quiero si no lo hicieras. —Luce supuso que le sonreiría, pero no lo hizo—. En esta ocasión hay tanto en juego y he estado tan centrado en…
—¿Los Proscritos?
—Son los que se llevaron a tu amiga —explicó Daniel—. Apenas saben distinguir la derecha de la izquierda, y mucho menos de qué parte están. —Luce pensó en la chica a la que Cam había disparado con la flecha de plata, y en el muchacho atractivo de mirada vacía de la cafetería.
—Están ciegos.
Daniel bajó la mirada hacia sus manos y se restregó los dedos. Parecía sentirse mal.
—Sí, están ciegos, pero son brutales. —Levantó una mano y recorrió con el dedo uno de los rizos rubios de ella—. Fuiste lista al teñirte el pelo. Te mantuvo a salvo cuando yo no podía llegar a tiempo.
—¿Lista? —Luce estaba horrorizada—. Dawn hubiera podido morir solo porque a mí se me ocurrió manipular un frasco de lejía barata. ¿Cómo puedes considerar inteligente algo así? Si… si mañana me tiñera el pelo de negro, ¿tú crees que de pronto los Proscritos podrían encontrarme?
Daniel negó con la cabeza con brusquedad.
—No deberían haber entrado en el campus. Jamás deberían haber puesto sus manos en ninguno de vosotros. Trabajo día y noche para mantenerlos alejados de ti y de toda la escuela. Alguien los ayuda y no sé quién.
—Cam.
¿Qué otra cosa podía hacer él allí?
Pero Daniel negó con la cabeza.
—Sea quien sea lo lamentará.
Luce se cruzó de brazos. Todavía se notaba la cara enrojecida por el llanto.
—Me figuro que esto significa que no voy a poder ir a casa por Acción de Gracias. —Cerró los ojos intentando no imaginarse la cara de decepción de sus padres—. No, mejor no me lo digas.
—Por favor. —Daniel estaba serio—. No será por mucho tiempo.
Ella asintió.
—Lo que dura la tregua.
—¿Qué? —Él la agarró por los hombros—. ¿Cómo sabes…?
—Lo sé. —Luce deseaba que él no se diera cuenta de que había empezado a temblar y que el temblor aumentaba conforme intentaba actuar con más seguridad de la que sentía—. Y sé que pronto llegará un momento en que tú inclinarás la balanza entre el Cielo y el Infierno.
—¿Quién te ha dicho eso?
Daniel arqueó los hombros hacia atrás, en un intento de evitar que se le abrieran las alas.
—Lo he deducido. Cuando no estás aquí ocurren muchas cosas.
Por un instante la mirada de Daniel dejó entrever algunos celos. Al principio, a Luce le pareció casi reconfortante ser capaz de provocar algo así en él, pero no quería que se sintiera celoso, y menos aún cuando se traía entre manos tantas cosas importantes.
—Lo siento —dijo ella—. Lo último que ahora necesitas es que te distraiga. Parece que eso que haces… es realmente serio.
Ella lo dejó ahí, esperando que con ello Daniel se sintiera más cómodo y le contara más cosas. Tal vez aquella era la conversación más franca, honesta y madura que habían mantenido jamás.
Pero muy pronto un nubarrón que no creía siquiera que la pudiera amenazar cruzó el rostro de Daniel.
—Quítate todo eso de la cabeza. No tienes ni idea de lo que crees que sabes.
Luce fue presa de la decepción. Él seguía tratándola como a una niña. Un paso adelante, y diez atrás.
Recogió las piernas y se puso de pie en la cornisa.
—Hay una cosa que sí sé, Daniel —dijo bajando la mirada hacia él—. Que, si de mí dependiera, no habría dudas. Que, si el universo me esperara para inclinar la balanza, optaría por el bando del bien.
Daniel tenía sus ojos de color violeta clavados en el bosque oscuro.
—Optarías por el bando del bien —repitió. Su voz parecía entumecida a la vez que desesperadamente triste. Más triste de lo que ella le había oído jamás.
Luce tuvo que contener el impulso de agacharse y pedir disculpas. En lugar de ello, se dio la vuelta y dejó a Daniel. ¿Acaso no era obvio que él tenía que optar por el bien? ¿No es eso lo que haría cualquiera?