Nueve días
Una serie repetida de chasquidos y golpes metálicos interrumpían el canto de las águilas pescadoras. Un prolongado y sonoro sonido de metal contra metal, y el ruido de una fina hoja de plata al rebotar en la cazoleta del oponente.
Francesca y Steven luchaban.
Bueno, no; en realidad practicaban esgrima. Estaban haciendo una demostración para sus alumnos antes de que se enfrentaran en combate.
—Saber cómo blandir una espada, tanto si se trata de un florete de poco peso como estos de hoy como de algo tan peligroso como un sable corto, es una habilidad muy valiosa —dijo Steven con voz grave rasgando el aire con la punta de su arma efectuando movimientos breves, como si estuviera utilizando un látigo—. Los ejércitos del Cielo y del Infierno pocas veces se enzarzan en combates, pero cuando lo hacen… —Sin mirar, desplomó bruscamente su arma a un lado en dirección a Francesca, y ella, también sin mirar, alzó la espada y detuvo el golpe—. Siguen ajenos a la artillería moderna. Las dagas, los arcos y las flechas, las enormes espadas ardientes… esas son nuestras armas eternas.
El combate que tuvo lugar a continuación solo era de exhibición, una mera lección. Francesca y Steven ni siquiera llevaban las máscaras.
Era ya la última hora de la mañana del miércoles, y Luce estaba sentada entre Jasmine y Miles en el amplio banco de la terraza. Toda la clase, incluidos los profesores, se habían cambiado de ropa e iban ataviados con la vestimenta blanca habitual de los practicantes de esgrima. La mitad de la clase sostenían en la mano unas máscaras negras con rejilla. Luce había llegado al armario de material para coger una justo después de que alguien se llevara la última, pero eso no le había preocupado en absoluto. Confiaba en poder zafarse de la vergüenza de demostrar frente a toda la clase su ineptitud: por el modo en que los demás manejaban las armas en la terraza era evidente que lo habían hecho antes.
—La idea es ofrecer al adversario el menor blanco posible —explicó Francesca al corro de estudiantes que tenía alrededor—. Así que hay que desplazar el peso sobre un pie y avanzar con el pie de la espada. Y, luego, balancearse atrás y adelante hasta penetrar en la línea de tiro y retroceder.
De pronto ella y Steven se lanzaron a una carga de embestidas y paradas, provocando un repiqueteo intenso al repeler de forma ágil los embates de cada uno. Francesca descargó un golpe oblicuo a la izquierda y entonces él atacó hacia delante; ella se balanceó hacia atrás, de modo que alzó rápidamente la espada y la giró y la posó en la muñeca de él.
—Touché! —exclamó ella riéndose.
Steven se volvió hacia la clase.
—Touché en francés significa «tocado». En esgrima los puntos se cuentan por toques.
—De haber luchado de verdad —siguió Francesca—, me temo que ahora la mano de Steven yacería en el suelo ensangrentada. Lo siento, cariño.
—Está bien —dijo él—. Está bien.
Entonces arremetió contra ella de lado y fue casi como si se separara del suelo. En el estrépito que siguió, Luce perdió de vista la espada de Steven mientras atravesaba el aire una y otra vez, hasta casi cortar a Francesca, la cual lo esquivó de forma lateral a tiempo y apareció detrás de él.
Pero él la esperaba y le apartó el arma antes de desplomar la punta de su espada contra el empeine de la mujer.
—Me temo, querida, que te has levantado con mal pie.
—Eso ya se verá.
Francesca levantó una mano y se arregló el pelo. Los dos se miraban con furia.
Cada ronda de combate violento provocaba la alarma en Luce. Ella estaba acostumbrada a sentirse inquieta, pero curiosamente el resto de la clase también estaban nerviosos. Era una inquietud mezclada con excitación. Nadie podía mantener la calma contemplando a Francesca y Steven.
Hasta ese día, Luce se había preguntado a menudo por qué los nefilim no formaban parte de los equipos destacados de la Escuela de la Costa. Jasmine, de hecho, había respondido con una mueca de disgusto cuando Luce le había propuesto presentarse junto con Dawn a las pruebas para entrar en el equipo de natación. Hasta que esa mañana había oído decir a Lilith en el vestuario que todos los deportes, excepto la esgrima, eran «tremendamente aburridos», Luce había creído que los nefilim simplemente no eran dados a los deportes. Pero no era así. Simplemente, escogían con esmero a qué juego querían jugar.
Luce se estremeció al imaginarse a Lilith —que conocía la traducción al francés de todos los vocablos referidos a la esgrima y que Luce ni siquiera sabía en inglés— lanzándose al ataque con su porte esbelto y su carácter malintencionado. Si el resto de la clase fuese apenas una décima parte de hábiles que Francesca y Steven, al final de la clase Luce sin duda quedaría reducida a un montón de extremidades cercenadas.
Sus profesores eran claramente unos expertos, y rechazaban y lanzaban embestidas con agilidad. La luz del sol se reflejaba en sus espadas y en su vestimenta acolchada de color blanco. Las ondas espesas y rubias del cabello de Francesca caían en cascada formando un halo precioso sobre sus hombros al girar hacia Steven. Sus pies dibujaban unos pasos tan bellos y elegantes en el suelo que el combate parecía una danza.
Ambos tenían una expresión obstinada en la cara, y reflejaban una determinación brutal de vencer. Tras los primeros toques, quedaron empatados. Seguramente estaban cansados. Llevaban combatiendo más de diez minutos sin apuntarse ningún tanto. Empezaron a luchar con tanta fiereza que los filos de las armas dejaron de verse; solo quedó un encono magnífico, un suave zumbido en el aire y el chasquido incesante de las espadas al chocar entre ellas.
Con cada choque de espadas empezaron a saltar chispas. ¿Chispas de amor o de odio? En algunos momentos, casi parecían ambas cosas.
Y aquello inquietó a Luce. Se suponía que el amor y el odio debían ocupar espacios claramente opuestos en el espectro. La distinción resultaba tan clara como… bueno, como la que en otros tiempos le había parecido que existía entre ángeles y demonios. Pero eso ya no era así. Observó a sus profesores con reverencia y temor, mientras en su mente se abría paso el recuerdo de la disputa de la noche anterior con Daniel. Los sentimientos de amor y de odio —que, aunque sin ser exactamente odio, sí era una sensación de enfado creciente— se mezclaban en su interior.
Entonces se oyó una ovación de sus compañeros de clase. A Luce le parecía que apenas había apartado la vista, y sin embargo no lo había visto. La punta de la espada de Francesca había tocado el pecho de Steven. Cerca del corazón. Ella apretaba su fina arma contra él hasta casi arquearla. Los dos permanecieron en silencio durante un instante mirándose fijamente. Luce no sabía si eso también formaba parte de la demostración.
—Justo al corazón —dijo Steven.
—Como si tuvieras corazón —musitó Francesca.
Por un momento los dos parecieron ajenos al hecho de que la terraza estaba llena de alumnos.
—Una victoria más para Francesca —declaró Jasmine. Volvió la cabeza hacia Luce y bajó la voz—: Pertenece a una larga saga de ganadores. ¿Steven? No tanto.
Aquel comentario parecía estar cargado de connotaciones, pero Jasmine se acomodó con un leve salto en el banco, se puso la máscara y se ajustó la cola, preparada para el combate.
Mientras los demás estudiantes alborotaban a su alrededor, Luce intentó imaginarse algo parecido entre ella y Daniel: con ella sacando ventaja y teniéndolo a merced de su espada, igual que Francesca tenía a Steven. En realidad, resultaba prácticamente imposible de imaginar. Y eso la preocupaba, no porque quisiera dominar a Daniel, sino porque no quería estar siempre sometida. La noche anterior se había sentido a merced de él. El recuerdo de aquel beso la inquietaba, la sonrojaba y la abrumaba, pero no del modo en que tendría que hacerlo.
Ella quería a Daniel, pero…
Debería poder pronunciar esa frase sin necesidad de esa conjunción horrible; sin embargo, le resultaba imposible. Lo que en ese momento tenían no era lo que quería. Y si las normas del juego iban a ser siempre así, entonces ella no sabía si quería jugar. ¿Qué clase de pareja era ella para Daniel? ¿Qué clase de pareja era él para ella? Si alguna vez se había sentido atraído por otras chicas… seguramente se lo había planteado también. ¿Habría alguien que pudiera proporcionar condiciones de igualdad a cada uno?
Cuando Daniel la besaba, Luce sabía en lo más profundo de su ser que él era su pasado. Bajo su abrazo, luchaba con desesperación para que él se convirtiera en su presente. Pero en cuanto sus labios se separaban, la certeza de que él fuera su futuro se desvanecía. Necesitaba tener la libertad para tomar esa decisión. Ni siquiera sabía qué había más allá.
—Miles —exclamó Steven, que había asumido de nuevo por completo su papel de profesor, y envainaba la espada en un estuche estrecho de cuero negro a la vez que señalaba con la cabeza la esquina orientada al noroeste de la terraza—. Tú te enfrentarás a Roland allí.
Miles, sentado a la izquierda de Luce, se inclinó hacia ella y susurró:
—Tú y Roland os conocéis de hace tiempo, ¿cuál es su talón de Aquiles? No pienso perder contra el nuevo.
—Hum. Pues no lo sé, la verdad.
Luce se quedó en blanco. Volvió la mirada hacia Roland, que ya tenía el rostro tapado por la máscara, y se dio cuenta de las pocas cosas que sabía de él: el catálogo de productos del mercado negro; que tocaba la armónica y también que había hecho reír mucho a Daniel en su primer día en Espada & Cruz. De hecho, nunca pudo averiguar de qué habían hablado… Ni tampoco qué hacía Roland en la Escuela de la Costa. En lo tocante al señor Sparks, Luce estaba totalmente perdida.
Miles le dio un golpecito en la rodilla.
—Luce, estaba bromeando. Es prácticamente imposible que ese tipo no me dé una patada en el culo. —Se puso en pie entre risas—. Deséame suerte.
Francesca se había encaminado hacia el otro lado de la terraza, cerca de la entrada al pabellón, y tomaba sorbos de una botella de agua.
—Kristy y Millicent, a esa esquina —indicó a dos nefilim peinadas con coleta y con zapatillas de deporte negras iguales—. Shelby y Dawn, venid a mediros aquí. —Luego hizo un gesto hacia el rincón de la terraza en el que se encontraba Luce—. Los demás vais a mirar.
Luce se sintió aliviada de que no hubieran mencionado su nombre. Cuanto más presenciaba el método de enseñanza de Francesca y Steven, menos lo comprendía. Una demostración amedrantadora sustituía cualquier formación verdadera. No se trataba de mirar y aprender, sino de mirar y lucirse directamente.
Cuando los seis primeros alumnos ocuparon sus posiciones en la terraza, Luce sintió una gran necesidad de aprender todo el arte de la esgrima de una vez.
—En garde! —gritó Shelby al tiempo que arremetía con un golpe de fondo para luego quedarse agachada con las piernas flexionadas y la punta de la espada a pocos centímetros de Dawn, cuya espada seguía envainada.
Los dedos de Dawn zigzagueaban por su cabello corto y negro mientras se lo recogía con horquillas en forma de mariposa.
—No puedes gritar en garde mientras me preparo para un combate, Shelby. —Su voz era incluso más aguda cuando se enfadaba—. ¿Acaso te criaste entre lobos? —resopló con el último pasador de plástico aún entre los dientes—. Vale —dijo entonces sacando la espada—. Ya estoy lista.
Shelby, que había guardado su posición de fondo baja durante toda la sesión de peluquería de Dawn, se incorporó entonces y se miró las uñas.
—Un momento, ¿me da tiempo a hacerme la manicura? —dijo provocando a Dawn lo suficiente para que adoptase una postura de ofendida y blandiera la espada.
—¡Qué grosera! —espetó Dawn. Pero, para sorpresa de Luce, su arte en esgrima mejoró al instante: rasgó el aire con la espada muy hábilmente y asestó un golpe en un costado a Shelby. Dawn era una luchadora fabulosa.
Jasmine, junto a Luce, se partía de risa.
—Un combate infernal.
Una sonrisa asomó también al rostro de Luce; jamás había conocido a nadie tan inquebrantablemente optimista como Dawn. Al principio, Luce había sospechado cierta falsedad, una fachada. En el Sur, de donde era ella, aquella actitud de felicidad constante no se consideraba auténtica. Sin embargo, Luce se había quedado impresionada ante lo rápido que Dawn se había recuperado de aquel día en el yate. El optimismo de Dawn parecía no tener límites. A esas alturas, a Luce le costaba estar junto a la chica y no reír. Y resultaba especialmente difícil cuando Dawn concentraba su animosidad infantil en propinar una paliza a alguien tan diametralmente opuesto a ella como Shelby.
La situación entre Luce y Shelby seguía siendo un poco extraña. Ella lo sabía, Shelby lo sabía, e incluso la lamparilla de noche en forma de Buda de su habitación parecía saberlo. La verdad es que Luce en cierto modo disfrutaba viendo cómo Shelby luchaba por su vida mientras Dawn la atacaba alegremente.
Shelby era una luchadora firme y paciente. Mientras la técnica de Dawn resultaba llamativa y vistosa, con las extremidades girando en un auténtico baile por la terraza, Shelby era muy prudente en las embestidas, y parecía casi como si las racionara. Mantenía las rodillas dobladas y no se rendía ante nada.
En cambio, había dicho a Luce que había dejado a Daniel después de pasar juntos una noche. Se había apresurado a explicar que había sido porque los sentimientos de Daniel hacia Luce interferían con cualquier otra cosa. Pero Luce no se lo creía. Había algo raro en la confesión de Shelby: algo que no cuadraba con la reacción de Daniel cuando Luce sacó a colación el tema la noche anterior. Él había actuado como si no hubiera nada que decir.
Un golpe sordo llamó la atención de Luce.
Al otro lado de la terraza Miles había caído de espaldas al suelo y Roland estaba literalmente sobre él. De hecho, volaba.
Las enormes alas que se habían desplegado de sus hombros eran como una capa gigantesca y estaban cubiertas de plumas, como si fueran las de un águila, pero mostraban un bello jaspeado dorado entretejido en las plumas de vuelo oscuras. Seguramente en su atuendo de esgrima tenía las rasgaduras finas que Daniel llevaba en su camiseta. Luce nunca había visto las alas de Roland y, como los demás nefilim, no podía apartar la vista de ellas. Shelby le había contado que solo unos pocos nefilim tienen alas, y ninguno de ellos iba a la Escuela de la Costa. Ver el porte de Roland al luchar, aunque se tratara de un combate de prácticas de esgrima, provocó una oleada de excitación en el grupo.
Las alas eran tan llamativas que Luce necesitó un momento para observar que la punta de la espada de Roland se alzaba justo encima del esternón de Miles y que lo mantenía pegado al suelo. El traje de esgrima de Roland, de un color blanco intenso, y sus alas doradas realzaban su silueta severa frente a los árboles oscuros y espesos que rodeaban la terraza. Con la máscara negra, Roland aún resultaba más intimidatorio, más amenazador, que si se le hubiera podido ver el rostro. Luce deseó que su expresión fuera de diversión, porque tenía a Miles en una posición realmente vulnerable. Se puso de pie para ir hacia él, y le sorprendió notar que le temblaban las rodillas.
—¡Oh, Dios mío, Miles! —exclamó Dawn desde el otro lado de la terraza. Dejó de lado su propio combate, de modo que Shelby le entró con un toque con coupé, tocó el pecho desprotegido de Dawn y ganó el punto de la victoria.
—No es el modo más deportivo de ganar —dijo Shelby enfundando la espada—, pero a veces es el único posible.
Luce se apresuró por delante de ellas y del resto de los nefilim que no estaban enzarzados en duelos, y se encaminó hacia Roland y Miles. Los dos resollaban. Roland ya había vuelto a posar los pies en el suelo y tenía las alas retraídas en la piel. Miles parecía estar bien; Luce era la única que no podía dejar de temblar.
—Me has ganado. —Miles rió nervioso, apartando a un lado la punta de la espada—. No he visto venir tu arma secreta.
—Lo siento, tío —dijo Roland con sinceridad—. No pretendía desplegar las alas en tu contra, pero me ocurre a veces cuando me dejo llevar.
—Bueno, ha sido un buen combate, hasta entonces, al menos. —Miles levantó la mano derecha para que le ayudara a levantarse—. ¿Se dice eso de «un buen combate» en esgrima?
—No, nadie lo dice. —Roland se levantó la máscara con una mano y, esbozando una sonrisa, dejó caer la espada de la otra. Agarró la mano de Miles y la alzó con un solo gesto rápido—. Ha sido un buen combate.
Luce suspiró aliviada. Roland, por supuesto, no haría daño a Miles. Roland era extravagante y poco convencional, pero no era peligroso, aunque hubiera estado del bando de Cam la última noche en el cementerio de Espada & Cruz. Pero si no había motivo para temerle, ¿por qué se había puesto tan nerviosa? ¿Por qué no lograba detener los latidos de su corazón?
Entonces supo por qué. Era por Miles. Porque era el amigo más cercano que tenía en la Escuela de la Costa. De hecho, últimamente cada vez que estaba con Miles pensaba en Daniel y en el montón de cosas que resultaban ser un impedimento entre ellos. A veces deseaba en secreto que Daniel fuera un poco como Miles: alguien alegre y sin complicaciones, una persona atenta y genuinamente cariñosa, menos acosada por problemas como ser víctima de una maldición desde los albores del tiempo.
Un destello blanco pasó por delante de Luce y se desplomó en brazos de Miles.
Era Dawn, que se abalanzó sobre el chico con los ojos cerrados y una sonrisa enorme dibujada en la boca.
—¡Estás vivo!
—¿Vivo? —Miles la dejó de nuevo en el suelo—. Si me he quedado sin aliento… ¡Menos mal que nunca has venido a verme jugar al fútbol americano!
Detrás de Dawn, observando cómo esta acariciaba a Miles por donde la espada había rozado su chaqueta blanca, Luce se sintió incómoda. No, no era que ella quisiera acariciar a Miles, ¿vale? Ella solo quería… bueno, no sabía lo que quería.
—¿La quieres? —Roland asomó a su lado y le entregó la máscara que había utilizado—. Eres la siguiente, ¿no?
—¿Quién, yo? No, no. —Ella negó con la cabeza—. La campana está a punto de sonar.
Roland negó a su vez.
—Buen intento. Basta con que te lo creas y nadie sabrá que nunca antes has practicado esgrima.
—Lo dudo mucho. —Luce tocó la máscara de malla fina—. Roland, tengo que preguntarte algo…
—No. No pretendía hacer daño a Miles. ¿Por qué todo el mundo se ha asustado tanto?
—Eso ya lo sé. —Intentó sonreír—. Es sobre Daniel.
—Luce, ya conoces las normas.
—¿Qué normas?
—Puedo conseguir muchas cosas, pero no puedo conseguirte a Daniel. Solo tienes que esperar.
—Espera un momento, Roland. Ya sé que él no puede estar aquí ahora mismo. Pero ¿qué normas son esas? ¿A qué te refieres?
Él señaló detrás de Luce. Francesca le hacía señas para que se acercara. Todos los demás nefilim habían tomado asiento en el banco, excepto unos cuantos que parecían prepararse para el siguiente combate. Jasmine y una chica coreana de nombre Sylvia; dos chicos altos y delgados cuyos nombres Luce nunca lograba recordar, y Lilith, de pie y sola, que examinaba la punta roma de goma de su espada con escrupulosidad.
—¿Luce? —dijo Francesca con voz grave, señalando el espacio libre ante Lilith—. A tu sitio.
—La prueba de fuego. —Roland silbó dándole una palmadita en la espalda—. Sin miedo.
A pesar de que solo había otros cinco alumnos en el centro de la terraza, a Luce le parecieron cien.
Francesca estaba de pie con los brazos cruzados de forma relajada sobre el pecho. Tenía una expresión calmada, pero para Luce su serenidad era forzada. Tal vez quería que Luce perdiera en el combate más brutal e incómodo posible. ¿Por qué si no la enfrentaba a Lilith, que era unos treinta y cinco centímetros más alta que Luce, y cuyo pelo rojo y enmarañado le salía por detrás de la máscara como si fuera la melena de un león?
—Nunca he practicado —adujo Luce con poca convicción.
—No te preocupes, Luce. No pretendemos que seáis duchos en este deporte —le contestó Francesca—. Intentamos medir vuestra capacidad relativa. Basta con que recuerdes lo que Steven y yo os hemos mostrado al inicio de la sesión y todo irá bien.
Lilith se rió, y dibujó una gran C en el aire con la punta del florete.
—La marca del Cero, perdedora —dijo.
—¿Ahora te dedicas a alardear del número de amigos que tienes? —replicó Luce.
Recordó lo que Roland le había dicho sobre no demostrar miedo. Se colocó la máscara y tomó el florete que Francesca le tendía. Ni siquiera sabía cómo se agarraba. Asió con torpeza la empuñadura y se preguntó si emplear la mano derecha o la izquierda. Ella escribía con la derecha, pero jugaba a los bolos y bateaba con la izquierda.
Lilith la miraba como si quisiera verla muerta, y Luce sabía que no se podía permitir el tiempo de hacer un swing para probarla con ambas manos. ¿En esgrima había swings?
Francesca se colocó detrás de ella sin decir nada. Sus hombros acariciaron la espalda de Luce y prácticamente envolvió con su cuerpo diminuto a la chica; luego le cogió la mano izquierda y la espada entre su mano.
—Yo también soy zurda —explicó.
Luce fue a decir algo, sin saber si debía protestar o no.
—Como tú.
Francesca se inclinó sobre ella para verle la cara y dedicarle una mirada de complicidad. Al recolocarle la empuñadura, una sensación cálida y tremendamente relajante fluyó a través de los dedos de Francesca hacia Luce. Fuerza, tal vez coraje… Luce no supo cómo funcionaba eso, pero se sintió agradecida por ello.
—Es mejor un agarre ligero —dijo Francesca, llevándole los dedos hacia la empuñadura de detrás de la cazoleta—. Empleas demasiada fuerza, la dirección del filo se vuelve menos hábil y los movimientos defensivos, más limitados. Si el agarre es demasiado flojo, entonces el arma se te puede caer.
Con un gesto tranquilo y elegante, Francesca colocó los dedos de Luce en torno a la empuñadura detrás de la cazoleta. Con una mano en la espada y la otra en el hombro de Luce, Francesca se apartó ligeramente a un lado bloqueando el movimiento.
—Paso adelante.
Luce fue hacia delante apuntando con la espada hacia Lilith.
La pelirroja se pasó la lengua por los dientes y dirigió una mirada celosa a Luce.
—Pase.
Francesca retiró a Luce como si fuera una pieza de ajedrez. Dio un paso atrás, le dio la vuelta para verle la cara y le susurró:
—El resto, simplemente, está de más.
Luce tragó saliva. «¿De más?»
—En garde! —gritó Lilith. Tenía las largas piernas dobladas y sostenía el florete directamente apuntado a Luce con la mano derecha.
Luce se retiró con dos pasos rápidos; cuando se sintió a una distancia bastante segura, arremetió hacia delante con el arma extendida.
Lilith se agachó con destreza hacia la derecha de la espada de Luce, giró sobre sus talones y atacó desde abajo con la suya, que fue a chocar contra el hierro de Luce. Las dos espadas se deslizaron entre sí hasta que llegaron al punto medio y se detuvieron. Luce tuvo que emplear toda su fuerza para detener el florete de Lilith ejerciendo presión con el suyo. Le temblaban los brazos, pero le sorprendió comprobar que era capaz de repeler a Lilith desde su posición. Finalmente, su contrincante se apartó y retrocedió. Luce la vio agacharse y girar varias veces, y empezó a intuirla.
Lilith jadeaba mucho por el esfuerzo, pero también como táctica de despiste. Así, emitía un gran ruido mientras hacía un amago en una dirección, y luego con la punta del florete cambiaba vertiginosamente dibujando un arco alto para sobrepasar la defensa de Luce.
Luce decidió hacer lo mismo. Cuando viró hacia atrás la punta de su florete para conseguir su primer tanto, justo por debajo del corazón de Lilith, esta soltó un rugido ensordecedor.
Luce se estremeció y retrocedió. Ni siquiera creía haberla tocado con fuerza.
—¿Estás bien? —gritó a punto de quitarse la máscara.
—No está herida. —En vez de Lilith respondió Francesca con un sonrisa en los labios—. Está enfadada porque la estás ganando.
Luce no tenía tiempo de preguntarse qué podía significar el que Francesca de pronto pareciera pasárselo tan bien, ya que Lilith volvía a atacar apuntándola con la espada. Luce levantó la suya para chocar con la de Lilith y luego giró tres veces la muñeca antes de soltarse.
Luce tenía el pulso acelerado pero se sentía bien. Notaba que le recorría el cuerpo una energía que no había sentido en mucho tiempo. En realidad, aquello se le daba bien, casi tanto como a Lilith, que parecía nacida para empalar a la gente con objetos punzantes. A un solo punto, Luce, que jamás había sostenido una espada, se percató de que tenía opciones de ganar.
Oía que los demás alumnos lanzaban vítores, y que algunos incluso gritaban su nombre. Reconoció la voz de Miles y le pareció oír a Shelby, lo cual realmente la animó. Sin embargo, el ruido de sus voces se mezclaba con algo más que emitía un sonido estático a un volumen demasiado alto. Lilith luchaba con más encono todavía, pero de pronto a Luce le empezó a resultar difícil concentrarse. Retrocedió, parpadeó y volvió la vista al cielo. El sol permanecía oculto por los enormes árboles, pero eso no era todo. Una armada creciente de sombras avanzaban desde las ramas, como manchas de tinta extendiéndose justo por encima de la cabeza de Luce.
No. Ahora no. No con todo el mundo mirando. Y no cuando le podía costar el combate. Sin embargo, nadie más había reparado en ellas, y eso parecía imposible. Hacían tanto ruido que Luce no podía hacer otra cosa más que taparse los oídos e intentar no oírlas. Se llevó las manos a los oídos con un gesto que hizo que la punta de la espada se dirigiera hacia el cielo y confundiera a Lilith.
—¡No dejes que te asuste, Luce! ¡Es como un veneno! —gritaba Dawn con voz cantarina desde el banco.
—¡Usa el prise de fer, la toma de hierro! —gritaba Shelby—. ¡Lilith lo odia! Perdón: Lilith lo odia todo, ¡pero sobre todo la toma de hierro!
Y así, había muchas más voces que gente en la terraza. Luce hizo una mueca de asombro y se esforzó por no oír nada. Sin embargo, una voz se impuso por encima de la algarabía, aunque se manifestó como un susurro en su oído, justo detrás de su cabeza. Era la voz de Steven:
—Criba el ruido, Luce. Localiza el mensaje.
Ella giró rápidamente la cabeza a su alrededor, pero él se hallaba al otro lado de la terraza, mirando los árboles. ¿Se refería a los nefilim? ¿A todo el ruido y alboroto que estaban haciendo? Les miró los rostros, pero ni siquiera hablaban. Entonces, ¿quién era? Por un instante, cruzó la mirada con Steven y él levantó la barbilla hacia el cielo, como si señalara las sombras.
En los árboles que tenía sobre la cabeza, las Anunciadoras hablaban.
Y ella podía oírlas. ¿Llevaban mucho tiempo hablando?
Latín, ruso, japonés. Inglés con acento sureño. Francés chapurreado. Susurros, cantos, malas indicaciones, versos rimados. Y un prolongado grito de auxilio que helaba la sangre. Sacudió la cabeza a la vez que mantenía a raya la espada de Lilith, y las voces en lo alto se detuvieron con ella. Miró a Steven y luego a Francesca. Aunque no lo demostraran, ella sabía que lo escuchaban. Y también sabía que ellos sabían que ella también escuchaba.
El mensaje escondido tras el ruido.
Toda la vida había oído ese mismo ruido cuando las sombras se aproximaban: era un zumbido desagradable, si bien ahora era distinto.
Clash.
La espada de Lilith chocó contra la de Luce. La chica resoplaba como un toro enfadado. Luce se oyó a sí misma respirar tras la máscara, jadeaba mientras intentaba resistir la espada de Lilith. Entonces fue capaz de escuchar entre las voces. De pronto se pudo concentrar en ellas. Para alcanzar el equilibrio, lo único que tenía que hacer era diferenciar el ruido estático de lo verdaderamente importante, pero ¿cómo?
«Il faut faire le coup double. Après ça, c’est facile à gagner», le susurró una de las Anunciadoras en francés.
Luce apenas había hecho dos cursos de francés en el instituto, pero esas palabras llegaron a algún rincón de su cerebro. No solo su mente comprendió el mensaje, sino que en cierto modo su cuerpo también lo entendió. Caló en su interior hasta el tuétano, y recordó: en otro tiempo había estado en un lugar como aquel, en un combate a espada como ese, en un punto muerto igual.
La Anunciadora le recomendaba hacer un tocado doble, un movimiento de esgrima complicado en el que se combinan, uno detrás de otro, dos ataques individuales.
Su espada se deslizó por la de su contrincante, y ambas se separaron. Un instante antes de que lo hiciera Lilith, Luce arremetió hacia delante con un único gesto limpio e intuitivo, orientando la punta de la espada hacia la derecha, seguido de otro hacia la izquierda, y luego precipitándose hacia un lado de las costillas de Lilith. Los nefilim jaleaban, pero Luce no se detuvo. Se separó y luego arremetió de nuevo, hundiendo la punta de su espada en la guata a la altura del vientre de Lilith.
Ese era el tercer punto.
Lilith arrojó la espada al suelo de la terraza, se quitó la máscara con enojo y, antes de encaminarse a toda prisa al vestidor, dirigió a Luce una mirada aterradora. El resto de la clase se puso en pie, y Luce advirtió que sus compañeros la rodeaban. Dawn y Jasmine la abrazaban y le daban unos apretones suaves y delicados. Shelby se acercó para darle un palmetazo con la mano, y Luce observó que Miles aguardaba pacientemente detrás de ella. Cuando le llegó el turno, él la sorprendió levantándola del suelo y dedicándole un largo y estrecho abrazo.
Ella le devolvió el abrazo sin poder olvidar lo rara que se había sentido al dirigirse hacia él tras el combate y encontrarse con que Dawn se le había adelantado. En ese momento, simplemente se sintió feliz de tenerlo, feliz por su auténtico apoyo.
—Quiero que me des clases de esgrima —dijo él riendo.
Todavía en sus brazos, Luce elevó la mirada al cielo, a las sombras que pendían de las largas ramas. Sus voces ahora eran más suaves, menos nítidas, pero aun así más claras que en otras ocasiones; era como si ella por fin hubiera conseguido sintonizar una radio con ruido estático que llevaba escuchando durante años, si bien no sabía decir si aquello era motivo de alegría o de temor.