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Diez días

Cuando Luce despertó la mañana del martes, Shelby ya se había marchado. La cama estaba hecha, con el edredón de patchwork doblado a los pies, y el chaleco grueso rojo y su bolsa de mano habían sido retirados del perchero junto a la puerta.

Luce, todavía en pijama, metió una taza con agua en el microondas para hacerse un té y luego se sentó para consultar el correo electrónico.

Para: Lucindap44@gmail.com

De: callieallieoxenfree@gmail.com

Fecha: Lunes, 16 de noviembre, 1.34 am

Asunto: Procurando no ofenderme

Querida Luce:

Recibí tu mensaje. Lo primero es lo primero: también te echo de menos. Sin embargo, se me ha ocurrido una cosa totalmente fuera de lugar: se llama tú-y-yo-nos-ponemos-al-día. ¡La loca de Callie y sus ideas descabelladas! Sé que andas liada. Sé que estás sometida a un control estricto y que te resulta difícil escabullirte. Lo que no sé es ni un solo detalle de tu vida. ¿Con quién almuerzas? ¿Qué asignatura es la que más te gusta? ¿Qué pasó con aquel chico? ¿Lo ves? Ni siquiera sé su nombre. Es algo que detesto.

Me alegra que tengas teléfono, pero no me escribas para decirme que vas a llamarme. Hazlo y punto. Llevo mucho tiempo sin escuchar tu voz. Pero no estoy enfadada contigo. De momento.

Besos y abrazos,

Callie

Luce cerró el mensaje. Resultaba prácticamente imposible hacer enfadar a Callie. En realidad, nunca lo había hecho. Que su amiga no sospechara que Luce mentía era una prueba más de lo distanciadas que estaban. Luce se sentía muy avergonzada, y notaba el peso de la vergüenza en los hombros.

Pasó al siguiente mensaje:

Para: Lucindap44@gmail.com

De: thegaprices@aol.com

Fecha: Lunes, 16 de noviembre, 8.30 pm

Asunto: Nosotros también te queremos, cariño

Luce, pequeña:

Tus e-mails siempre nos alegran el día.

¿Qué tal va el equipo de natación? ¿Ya te secas bien el cabello ahora que empieza a hacer frío fuera? Sí, lo sé, soy una pesada pero te echo de menos.

¿Crees que en Espada & Cruz te darán permiso para abandonar el campus la semana que viene por el Día de Acción de Gracias? ¿Te parece que papá llame al director? Aunque no queremos hacernos muchas ilusiones, tu padre salió a comprar un pavo ecológico de la marca Tofurky, por si acaso. Tengo el congelador repleto de pasteles. ¿Todavía te gusta el de boniato?

Te queremos y pensamos en ti todo el día.

Mamá

La mano de Luce quedó suspendida sobre el ratón. Era martes por la mañana. El Día de Acción de Gracias se celebraría en una semana y media. Y aquella era la primera vez que se acordaba de sus vacaciones favoritas. Sin embargo, con la misma rapidez con que le vino el recuerdo a la cabeza, intentó olvidarlo. Estaba segura de que el señor Cole no le permitiría volver a su casa para el Día de Acción de Gracias.

Cuando iba a hacer clic en «Responder», reparó en un recuadro de color naranja que parpadeaba en la parte inferior de la pantalla. Miles estaba conectado e intentaba comunicarse con ella por chat.

Miles (8.08): ¡Buenos días, señorita Luce!

Miles (8.09): Me MUERO de hambre. ¿Tú te despiertas tan hambrienta como yo?

Miles (8.15): ¿Quieres desayunar? Me pasaré por tu habitación de camino. ¿5 minutos?

Luce miró el reloj. Las 8.21.

Un golpe retumbó en su puerta. Ella aún estaba en pijama. Todavía no se había peinado. Entornó la puerta.

El sol de la mañana caía sobre el suelo de madera del pasillo. Al verlo, Luce se acordó de cuando bajaba a desayunar por la escalera de madera, siempre iluminada por el sol, de la casa de sus padres y el modo en que todo el mundo parece más brillante visto desde un pasillo con luz.

Ese día Miles no llevaba su gorra de los Dodgers, de modo que aquella era una de las raras ocasiones en que Luce le pudo ver claramente los ojos. Eran de un intenso color azul, como el del cielo en verano a primera hora de la mañana. Llevaba el pelo mojado y las gotas le caían sobre los hombros de la camiseta blanca. Luce tragó saliva, incapaz de impedir que su mente se lo imaginara en la ducha. Él le sonrió, dejándole ver su hoyuelo y una sonrisa inmaculada. Ese día tenía un aspecto muy californiano, y a Luce le sorprendió lo bien que le sentaba.

—¡Ey! —Luce, todavía en pijama, se apretó todo lo que pudo contra la puerta—. Acabo de leer tus mensajes. Me gustaría desayunar contigo, pero todavía no estoy vestida.

—Puedo esperar.

Miles se apoyó en la pared del pasillo. Su estómago rugió. Cruzó los brazos sobre la cintura para amortiguar el sonido.

—Me daré prisa.

Se echó a reír y cerró la puerta. Se quedó de pie frente al armario intentando no pensar en Acción de Gracias, en sus padres, en Callie o en el motivo por el cual tanta gente importante de pronto se le escurría entre los dedos.

Sacó de un tirón un jersey gris y largo del tocador y se lo puso rápidamente junto con unos vaqueros negros. Se cepilló los dientes, se puso unos pendientes de aro grandes de plata y un chorrito de crema para las manos, cogió el bolso y se contempló un momento en el espejo.

No tenía el aspecto de una chica metida en una especie de guerra de poderes en una relación, ni el de una chica que no podía volver a casa para Acción de Gracias. En ese momento, no parecía más que una chica con ganas de abrir la puerta y encontrarse con un chico que la hiciera sentir normal y feliz y, en realidad, en cierto modo, maravillosa.

Un chico que no era su novio.

Suspiró y abrió la puerta a Miles. El rostro de él se iluminó.

Al salir al aire libre, Luce se dio cuenta de que el tiempo había cambiado. El aire matutino, aunque bañado por el sol, era tan fresco como la noche anterior en la cornisa del tejado con Daniel. Y entonces le pareció glacial.

Miles le tendió su enorme chaqueta de color caqui, pero ella la rechazó con un ademán.

—Lo único que necesito para entrar en calor es un café.

Se sentaron a la misma mesa de la semana anterior. Al instante, un par de alumnos que trabajaban como camareros se apresuraron hacia ellos. Ambos parecían tener amistad con Miles, y su actitud era despreocupada y bromista. Luce jamás disfrutaba de un trato como aquel cuando se sentaba con Shelby. Mientras los chicos acribillaban a preguntas a Miles —que cómo había ido la partida nocturna de Fantasy Football, que si había visto el vídeo en YouTube del tipo que le gastaba una broma a su novia, que si tenía algún plan para después de clase—, Luce escrutó sin éxito la terraza en busca de su compañera de habitación.

Miles respondió a todas las preguntas de los chicos, pero no se mostró interesado en prolongar mucho más la conversación. En cambio, señaló a Luce.

—Esta es Luce. Quiere una taza grande del café más caliente que tengáis y…

—Huevos revueltos —dijo Luce, doblando el pequeño menú que la cafetería de la Escuela de la Costa imprimía a diario.

—Lo mismo para mí. Gracias. —Miles devolvió los menús y centró toda su atención en Luce—. Parece que últimamente no nos vemos mucho fuera de clase. ¿Qué tal va todo?

La pregunta de Miles la cogió desprevenida, tal vez porque desde esa mañana albergaba un gran sentimiento de culpa. Le gustó no oír la apostilla de «¿Dónde te escondías?» o «¿Acaso me estás esquivando?». Solo una pregunta: «¿Qué tal va todo?».

Ella lo miró contenta, pero al responder se olvidó de sonreír y prácticamente lo hizo con una mueca dolorosa.

—Todo va muy bien.

—Hum, oh-oh.

«Una pelea horrible con Daniel». «Mentiras a mis padres». «Perder a mi mejor amiga». A una parte de ella le habría gustado contárselo todo a Miles, pero sabía que no debía hacerlo. No podía. Eso llevaría su amistad a un punto que ella no sabía si era el deseable. Nunca había tenido a un hombre como amigo con el que compartirlo todo y confiar tanto como en una amiga. ¿Las cosas no se podrían… complicar?

—Miles —dijo al fin—, ¿qué hace la gente aquí por Acción de Gracias?

—No sé. Me temo que nunca he estado aquí para saberlo, aunque me hubiera gustado. El Día de Acción de Gracias en mi casa es algo odiosamente ostentoso. Somos cien personas por lo menos. Y se sirven como diez platos. Y, además, hay que ir de etiqueta.

—¿Bromeas?

Negó con la cabeza.

—Ojalá. Hablo en serio. Incluso tenemos que contratar aparcacoches.

Hizo una pausa antes de proseguir:

—Oye, pero ¿por qué me lo preguntas? ¿Necesitas un lugar adonde ir?

—Bueno…

—Estás invitada. —Él se echó a reír al ver su expresión de asombro—. Te lo ruego. Mi hermano, mi única cuerda de salvamento, está en la universidad y no irá a casa este año. Te enseñaré la zona de Santa Bárbara. Podemos librarnos del pavo y conseguir los mejores tacos del mundo en Super Rica. —Arqueó una ceja—. Tenerte conmigo hará que todo sea mucho menos temible. Puede que incluso sea divertido.

Mientras Luce reflexionaba sobre su propuesta, notó una mano en la espalda. A esas alturas conocía ya el tacto tranquilizador, casi terapéutico, de Francesca.

—Esta noche he hablado con Daniel —dijo Francesca.

Luce intentó mostrarse impasible cuando la profesora se inclinó hacia ella. ¿Acaso Daniel había ido a verla después de que Luce lo dejara plantado? La idea le hizo sentirse celosa, pero en realidad no sabía por qué.

—Está preocupado por ti. —Francesca se interrumpió, como si escrutara el rostro de Luce—. Le dije que vas muy bien, considerando que te encuentras en un entorno nuevo. Y también que estoy a tu disposición para cualquier cosa que necesites. Por favor, deberías acudir a mí si tienes alguna duda.

Su mirada se volvió más adusta, más dura. «Acude a mí en lugar de ir a Steven», era lo que parecía decir sin palabras.

Francesca se marchó con la misma rapidez con que había aparecido, con el forro de seda de su abrigo blanco de lana agitándose contra sus medias negras.

—Así que… Acción de Gracias —dijo al fin Miles frotándose las manos.

—Vale, vale. —Luce se tomó el café que le quedaba—. Me lo pensaré.

Shelby no apareció por el pabellón nefilim para las clases de la mañana, que consistieron en una sesión acerca de cómo invocar a antepasados angelicales, que era algo parecido a enviar un mensaje celestial de voz. A la hora del almuerzo, Luce empezó a inquietarse. Sin embargo, cuando iba a clase de matemáticas vislumbró el chaleco grueso rojo y se dirigió corriendo hacia ella.

—¡Eh! —dijo tirando de la espesa cola rubia de su compañera de habitación—. ¿Dónde estabas?

Shelby se volvió lentamente. La expresión de su rostro devolvió a Luce a su primer día en la Escuela de la Costa. Shelby tenía los orificios de la nariz a punto de estallar y sus cejas estaban totalmente encorvadas.

—¿Estás bien? —preguntó Luce.

—Sí.

Shelby se giró y empezó a manipular la consigna que le quedaba más a mano, pulsó una combinación y la abrió. En el interior había un casco de fútbol americano y aproximadamente toda una caja de botellas de Gatorade. En el dorso de la puerta había un póster de las animadoras de los Lakers.

—¿Esta es tu consigna? —preguntó Luce.

No conocía ningún nefilim que usara consigna, pero Shelby hurgó en aquella y arrojó descuidadamente por encima del hombro unos calcetines sudados y sucios.

Shelby cerró la puerta de golpe y pasó a la combinación de la siguiente consigna.

—¿Es que ahora te dedicas a juzgar lo que hago?

—No. —Luce negó con la cabeza—. Shelby, ¿qué te ocurre? Has desaparecido toda la mañana, no has ido a clase…

—Pero ahora estoy aquí, ¿no? —suspiró Shelby—. Francesca y Steven son mucho menos estrictos a la hora de conceder un día por asuntos personales que los humanoides de por aquí.

—¿Para qué necesitas un día asuntos personales? Anoche estabas bien hasta que…

Hasta que apareció Daniel.

Justo en el momento en que apareció Daniel por la ventana, Shelby había palidecido y se había ido directamente a la cama sin decir nada y…

Mientras Shelby la miraba como si de pronto su coeficiente intelectual hubiera descendido a la mitad, Luce se percató del ambiente que reinaba en el resto del pasillo. Había chicas junto a las paredes grises donde terminaba la hilera de consignas de color teja: Dawn, Jasmine y Lillith; las pijas de chaqueta de punto como Amy Branshaw de las clases de la tarde de Luce; unas chicas de aspecto punk y con piercings, que se parecían un poco a Arriane, aunque no eran tan divertidas como ella, y otras a las que Luce no había visto antes; todas se apretaban los libros contra el pecho, hacían globos de chicle y dirigían la mirada al suelo alfombrado, al techo de vigas de madera y a las demás. Miraban en cualquier dirección excepto a Luce y a Shelby. Sin embargo, era evidente que todas ellas estaban pendientes de su conversación.

Comenzó a dilucidar el porqué con una sensación molesta en el estómago. Aquel era el mayor enfrentamiento entre un nefilim y un no nefilim que Luce había visto hasta el momento en la Escuela de la Costa. Todas las chicas del pasillo habían caído en la cuenta antes que ella.

Shelby y Luce estaban a punto de pelearse por un chico.

—¡Oh! —Luce tragó saliva—. Tú y Daniel…

—Sí. Estamos juntos. Desde hace tiempo. —Shelby no levantó la mirada hacia ella.

—Muy bien.

Luce se centró en respirar. Podía hacer frente a esa situación. Pero las murmuraciones que recorrían el muro de chicas le erizaron la piel y se puso a temblar.

—Lamento que esa idea te desagrade tanto —dijo Shelby con aire burlón.

—No, no es eso. —Pero Luce sentía desagrado hacia sí misma—. Siempre pensé que yo era la única…

Shelby se puso las manos en jarra.

—¿Pensabas que cada vez que desaparecías durante diecisiete años Daniel no hacía nada? ¡Despierta de una vez, Luce! Daniel tiene un tiempo previo a ti. O un intermedio. O lo que sea. —Se interrumpió y dirigió una mirada de soslayo a Luce—. ¿De verdad eres tan egocéntrica?

Luce se había quedado sin habla.

Shelby gruñó y se volvió hacia las chicas del pasillo.

—Este campo de fuerza plagado de estrógenos ha de disiparse —espetó sacudiendo los dedos hacia las chicas—. Vamos, moveos todas. ¡Ya!

Mientras las chicas se marchaban a toda prisa, Luce apretó la cabeza contra la consigna metálica y fría y deseó poder meterse y ocultarse dentro.

Shelby apoyó la espalda contra la pared que había junto a la cara de Luce.

—¿Sabes? —dijo con un tono de voz más suave—. Daniel es un novio de mierda. Y un mentiroso. Te miente.

Luce se incorporó con las mejillas enrojecidas para pegar a Shelby. Por muy enfadada que estuviera ella con Daniel en ese instante, nadie iba a hablar mal de él.

—Ay. —Shelby se zafó—. ¡Por Dios, cálmate!

Se deslizó por la pared hasta dejarse caer en el suelo.

—Mira, no debería haber hablado de esto. Fue una noche estúpida de hace mucho tiempo, y era evidente que el tío se sentía muy mal sin ti. Yo entonces no os conocía a ninguno de los dos y toda la leyenda sobre vosotros dos me parecía… tremendamente aburrida. Lo cual, por si te interesa, explica el enorme resentimiento que te he tenido.

Dio una palmadita en el suelo a su lado y Luce se deslizó por la pared para sentarse. Shelby esbozó una sonrisa tímida.

—Te lo juro, Luce. Nunca pensé que te conocería. Y desde luego, nunca creí que serías tan… guay.

—¿Guay? ¿Me tienes por guay? —preguntó Luce sonriendo para sus adentros—. Tenías razón cuando decías que solo estoy pendiente de mí misma.

—Hum, justo lo que pensaba. Eres del tipo de personas con las que es imposible estar enfadada, ¿no? —suspiró Shelby—. Está bien. Siento haber ido tras tu novio y, ya sabes, haberte odiado antes de conocerte. No volveré a hacerlo.

Era raro que lo que habría podido separar al instante a dos amigas las acercara aún más. Shelby no tenía ninguna culpa. Y si Luce sentía el menor enfado al respecto, lo tenía que tratar con… Daniel. Shelby había hablado de «una noche estúpida». Pero ¿qué había ocurrido en realidad?

Al atardecer Luce descendió por la escalera que llevaba a la playa. Hacía cada vez más frío conforme se aproximaba al agua. Los últimos rayos del sol se colaban por entre la fina capa de nubes y teñían el océano de color naranja, rosa y azul pastel. El mar en calma se extendía ante ella como un camino hacia el Cielo.

Solo supo lo que hacía allí cuando alcanzó el amplio círculo de arena aún ennegrecida por la hoguera de Roland. Al poco se encontró agachada detrás de la gran piedra de lava desde donde Daniel se la había llevado. Donde los dos habían bailado y habían malgastado sus preciosos y escasos momentos juntos peleándose por algo tan estúpido como el color de su pelo.

Callie había tenido un novio en Dover con el que había terminado por culpa de una tostadora. Uno de ellos había atascado el aparato tras querer meter en él un bollo enorme, y el otro se enfadó de forma bárbara. Luce no recordaba todos los detalles, pero sí que se había preguntado: «¿Quién puede separarse por culpa de un electrodoméstico?».

Pero Callie le dijo que en realidad no habían terminado por eso: la tostadora solo había sido un símbolo de todo cuanto iba mal entre ellos.

Luce detestaba pelearse con Daniel. La disputa de la playa, sobre pelo teñido, le recordaba la historia de Callie. Le parecía como un adelanto de una discusión de mayor envergadura y más desagradable.

Al arroparse para resguardarse del viento, Luce cayó en la cuenta de que había bajado hasta allí para averiguar en qué se habían equivocado esa noche. Se había pasado el rato buscando como una idiota indicios en el agua, alguna prueba grabada en la áspera roca volcánica. Había rebuscado por todas partes menos en ella misma. Porque lo que Luce albergaba en su interior era precisamente el enorme enigma de su pasado. Quizá las respuestas estuvieran en algún lugar dentro de las Anunciadoras, pero por el momento quedaban lejos de su alcance.

No quería culpar a Daniel, la ingenua había sido ella al suponer que su relación siempre había sido exclusiva. Sin embargo, él tampoco le había dado a entender nunca lo contrario. En cierto modo, había permitido que se topara con esa sorpresa tan desagradable. Eso le resultaba muy molesto. Era un punto más en la larga lista de cosas que Luce creía que merecía saber y que Daniel no consideraba oportuno contarle.

Entonces notó algo parecido a la lluvia, una especie de llovizna en las mejillas y en las yemas de los dedos de tacto caliente en vez de frío. Tenía una consistencia ligera como el polvo y no era húmedo. Volvió el rostro al cielo y quedó deslumbrada por una intensa luz de color violeta. Como no quería protegerse la vista, continuó mirando incluso cuando la luz aumentó y resultó dolorosa. Las partículas oscilaron lentamente en dirección a las aguas, al borde justo de la costa, formando un dibujo y delimitando una silueta que ella reconocería en cualquier sitio.

Estaba más atractivo si cabía. Se aproximaba a la orilla con los pies desnudos suspendidos a unos pocos centímetros del agua. Sus amplias alas blancas parecían ribeteadas por una luz de color violeta y se agitaban de un modo casi imperceptible bajo el fuerte viento. Resultaba injusto el modo en que mirarlo la hacía sentir: pasmada, eufórica y un poco asustada. Apenas podía pensar en nada. Todos los enojos o enfados se desvanecían, dando paso a una atracción irreprimible hacia él.

—No dejas de aparecerte —susurró ella.

La voz de Daniel recorrió las aguas.

—Te dije que quería hablar contigo.

Luce notó que fruncía la boca.

—¿Sobre Shelby?

—Sobre el peligro al que te expones.

Daniel hablaba sin rodeos. Pensaba que la mención de Shelby le haría reaccionar, pero se limitó a ladear la cabeza. Llegó a la orilla húmeda de la playa, donde el agua se volvía espuma y se alejaba, y permaneció flotando sobre la arena ante ella.

—¿A qué te refieres con Shelby?

—¿En serio vas a fingir que no lo sabes?

—Un momento.

Daniel fue a posar los pies en el suelo y dobló las rodillas en cuanto rozó la arena con los talones desnudos. Al enderezarse de nuevo, sus alas retrocedieron, apartándose de su cara y levantando una ráfaga de aire. Por primera vez Luce se figuró que debían de ser muy pesadas.

Aunque a Daniel no le llevó más de un par de segundos alcanzarla, nunca sería lo bastante rápido para rodear a Luce por la espalda con sus brazos y atraerla hacia sí.

—No volvamos a empezar —dijo él.

Luce cerró los ojos y dejó que la aupara. La boca de Daniel encontró la suya, y ella levantó la cara hacia el cielo dejando que su roce la inundara. No había oscuridad ni frío, solo la fabulosa sensación de estar bañada en su luz de color violeta. Incluso el fragor de las aguas del océano se vio anulado por un murmullo suave, la energía que recorría el cuerpo de Daniel.

Se asió al cuello de él con fuerza y le acarició los firmes músculos de los hombros y trazó el contorno blando y espeso de sus alas. Eran potentes, blancas y relucientes, y siempre le parecían mucho mayores de como las recordaba. Eran como dos velas enormes a cada costado, y cada centímetro de ellas era perfecto y suave. Ejercían cierta tensión al tacto, una tensión semejante a la de un lienzo bien extendido, aunque en este caso, la sensación era mucho más sedosa y deliciosamente suave y aterciopelada. Las alas parecían reaccionar a sus caricias, e incluso se extendían hacia delante para rozarla y acercarla más, hasta que Luce quedó sumergida en ellas, acurrucada cada vez más en su interior y, sin embargo, sin llegar a sentirse satisfecha por completo.

Daniel se estremeció.

—¿Estás bien? —susurró ella, pues él a veces se inquietaba cuando las cosas entre ellos empezaban a subir de temperatura—. ¿Te duele?

Pero aquella noche la mirada de él era ansiosa.

—Es fabuloso. No hay nada igual.

Y él entonces le deslizó los dedos hasta la cintura, y los metió por debajo del jersey. Por lo común, las más suave de las caricias de Daniel hacía que Luce perdiera la cabeza. Pero en esa ocasión su modo de tocarla era más enérgico. Casi violento. Luce no sabía qué le había pasado, pero le gustaba.

Daniel le recorrió la boca con los labios y luego prosiguió hacia arriba, por el puente de la nariz hasta llegar cariñosamente a sus párpados. Cuando se separaron, ella abrió los ojos y lo miró.

—¡Qué bonita eres! —susurró él.

Aunque aquellas palabras eran exactamente las que a la mayoría de las chicas les hubieran gustado oír, en cuanto Daniel las hubo pronunciado, a Luce le pareció como si le hubieran arrebatado el cuerpo y se lo hubieran sustituido por el de otra persona.

Por el de Shelby.

Y no solo el cuerpo de Shelby. A fin de cuentas, ¿qué posibilidades había de que solo hubiera sido ella? ¿Había habido otros ojos, narices y mejillas que hubieran sido besados por Daniel? ¿Y otros cuerpos que se hubieran arrimado a él en una playa? ¿Y otros labios a los que se hubiera aferrado? ¿Otros corazones palpitantes? ¿Habría intercambiado otros susurros de halagos?

—¿Qué te ocurre? —preguntó él.

Luce se sentía mal. Aunque podían llegar a empañar las ventanas con sus besos, en cuanto utilizaban la boca para otras cosas como hablar, todo se complicaba.

Ella apartó la cara.

—Me has mentido.

Contrariamente a lo que ella esperaba y deseaba, Daniel no se burló ni se enfadó. Se sentó en la arena, apoyó las manos en las rodillas y se quedó mirando las olas espumosas.

—¿En qué exactamente?

En cuanto las palabras salieron de su boca, Luce lamentó el curso que tomaba la conversación.

—Podría hacer lo mismo que tú y no decirte nada nunca más.

—No puedo contarte lo que sea que quieras saber si no me dices qué es lo que te molesta.

Ella pensó en Shelby, pero cuando se imaginó en el papel de celosa para que entonces él la tratara como a una niña, se sintió ridícula. En lugar de ello dijo:

—Tengo la impresión de que somos dos desconocidos. Es como si yo a ti no te conociera más que a cualquier otra persona.

—Oh.

El tono de voz de Daniel era tranquilo, y suy rostro conservaba una expresión enojosamente impasible, hasta el punto de que Luce llegó a desear poder sacudirle. No había nada que lo sacara de sus casillas.

—Daniel, me tienes secuestrada aquí. No sé nada. No conozco a nadie. Estoy sola. Cada vez que te veo levantas nuevos muros y no me dejas ir nunca más allá. Nunca. Me has arrastrado hasta aquí…

Aunque pensaba en California, era mucho más que eso. Su pasado, por limitada que fuera la idea que tenía de él, se desplegó en su mente como si fuera el rollo de una película que, al caer, rodara por el suelo.

Daniel la había arrastrado mucho más allá de California. La había arrastrado a lo largo de siglos de luchas como esta. Por muertes agónicas que provocaban dolor a todo su entorno: como esos agradables ancianos que había visto la semana anterior. Daniel había arruinado la vida de aquella pareja, matando a su hija. Y todo por ser una especie de ángel célebre que había visto algo que le apetecía y quería conseguir.

No. Él no solo la había arrastrado hasta California. La había arrastrado a una eternidad maldita. Una carga que debería haber soportado él solo.

—Por culpa de tu maldición sufro yo, y todas las personas que me quieren.

Daniel se estremeció como si acabara de encajar un golpe.

—Quieres volver a casa —dijo.

Ella dio una patada en la arena.

—Quiero volver atrás. Quiero que retires lo que fuera que hiciste y que me metió en este atolladero. Lo único que quiero es vivir una vida normal, y romper con gente normal por problemas normales, como una tostadora, y no por misterios sobrenaturales del universo que tú ni siquiera me confías.

—Espera.

Daniel había palidecido por completo. Tenía los hombros rígidos y le temblaban las manos. Incluso las alas, que instantes atrás parecían poderosas, presentaban ahora un aspecto frágil. A Luce le hubiera gustado extender la mano y tocarlas, como si, de algún modo, ellas pudieran hacerle ver si el dolor que ella veía en los ojos de Daniel era genuino, pero se contuvo.

—¿Estamos rompiendo? —preguntó él en voz baja.

—¿Estamos juntos, Daniel?

Él se puso de pie y le tomó la cabeza con las palmas de las manos. Antes de que ella pudiera separarse de él, notó que el calor le abandonaba las mejillas. Cerró los ojos e intentó resistirse al magnetismo de su contacto, pero era muy potente, más que cualquier otra cosa.

Aquello disipó su enfado, y dejó su identidad hecha añicos. ¿Quién era ella sin él? ¿Por qué la atracción hacia Daniel superaba cualquier cosa que la distanciase de él? La sensatez, la prudencia, el instinto de supervivencia: nada de eso podía competir con él. Seguramente, parte del castigo de Daniel consistía en que ella permaneciera atada a él para siempre, como la marioneta a su titiritero. Luce sabía que no debía desearlo con toda el alma, pero no podía evitarlo. Era verlo, sentir sus caricias… y el resto del mundo pasaba a un segundo plano.

Tan solo deseaba que quererlo no fuera tan duro.

—¿De qué iba eso de la tostadora? —le susurró Daniel al oído.

—Supongo que no sé lo que quiero.

—Yo sí. —Con actitud resuelta, la miraba intensamente—. Yo te quiero a ti.

—Lo sé, pero…

—Nada cambiará nunca esto, oigas lo que oigas, ocurra lo que ocurra.

—Pero yo necesito algo más que ser querida. Necesito que estemos juntos de verdad.

—Eso será pronto, te lo prometo. Todo esto es provisional.

—Eso ya me lo has dicho. —Luce observó que la luna se había alzado sobre sus cabezas. Era de color naranja intenso y estaba en fase menguante—. ¿De qué querías hablarme?

Daniel le colocó un mechón rubio detrás de la oreja y se lo quedó mirando un buen rato.

—De la escuela —dijo, con una vacilación que hizo pensar a Luce que no estaba siendo sincero—. Le pedí a Francesca que estuviera pendiente de ti, pero lo quería comprobar con mis propios ojos. ¿Aprendes alguna cosa? ¿Lo pasas bien?

De pronto Luce sintió muchas ganas de alardear ante él de su trabajo con las Anunciadoras, de su conversación con Steven y de las ocasiones en que había vislumbrado a sus padres. Pero el rostro de Daniel parecía más ansioso y abierto de lo que lo había estado en toda la velada. Parecía esforzarse por evitar una disputa, así que Luce decidió hacer lo mismo.

Cerró los ojos y le dijo lo que él quería oír. Que la escuela estaba bien. Y que ella estaba bien. Los labios de Daniel se posaron de nuevo en los de ella, fervientes, y Luce sintió que un cosquilleo le recorría todo el cuerpo.

—Tengo que marcharme —dijo él al fin poniéndose de pie—. Ni siquiera debería estar aquí, pero no puedo mantenerme lejos de ti. Me preocupo por ti sin cesar. Te quiero, Luce. Por mucho que duela.

Ella cerró los ojos contra el embate de sus alas y la arena que levantó al emprender el vuelo.