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Once días

Para: thegaprices@aol.com

De: lucindap44@gmail.com

Fecha: Lunes, 15 de noviembre, 9.45

Asunto: Resistiendo

Queridos mamá y papá:

Siento no haberos escrito antes. En la escuela hay mucho que hacer, pero he tenido muy buenas experiencias. De momento, mi asignatura favorita es la de humanidades. Ahora hago un trabajo para subir nota que me está llevando mucho tiempo. Os echo de menos y espero veros pronto. Gracias por ser unos padres tan fabulosos. Creo que no os lo he dicho suficientes veces.

Os quiere,

Luce

Luce hizo clic en «Enviar» en el portátil y rápidamente cambió a la presentación en línea que Francesca estaba dando en clase. Todavía no se había acostumbrado a estar en una escuela en la que disponían de ordenadores y conexión inalámbrica a internet en medio de la clase. En Espada & Cruz había siete ordenadores para los alumnos y todos se encontraban en la biblioteca. Aun en el caso de disponer de la contraseña encriptada de acceso a la web, la mayoría de los sitios estaban bloqueados, excepto unos pocos de carácter académico.

El e-mail a sus padres lo había escrito movida por un sentimiento de culpa. La noche anterior había tenido la extraña sensación de que el mero hecho de acercarse en coche a la comunidad de jubilados del monte Shasta había sido una deslealtad respecto a sus padres verdaderos, los que la habían criado en esta vida. Claro que, en cierto modo, esos otros padres también eran reales. Sin embargo, la idea seguía siendo demasiado reciente y nueva como para que Luce pudiera asumirla.

Shelby al final no se había enfadado ni una décima parte de lo que podría haberlo hecho por acompañarla en coche todo ese camino para nada. En vez de eso, salió disparada con el Mercedes y condujo hasta una hamburguesería de la cadena In-N-Out, donde compró un par de bocadillos de queso asados a la parrilla con salsa especial.

—No le des más vueltas —dijo Shelby limpiándose los labios con una servilleta—. ¿Tú sabes cuántos ataques de ansiedad me ha provocado mi maldita familia? Créeme, soy la última persona en el mundo que te criticaría por ello.

En ese instante Luce recorrió la clase con la vista, vio a Shelby y se sintió enormemente agradecida hacia aquella chica que, una semana antes, la había aterrado. Shelby llevaba la espesa cabellera rubia hacia atrás cogida con una diadema de paño y tomaba apuntes de las explicaciones de Francesca con diligencia.

Todas las pantallas que Luce alcanzaba a ver con su visión periférica mostraban la presentación en PowerPoint de color azul y dorado que Francesca hacía avanzar a velocidad de tortuga. Incluso la de Dawn. La chica ese día tenía un aspecto especialmente alegre, con su vestido de punto de color rosa chillón y una cola alta. ¿Se había recuperado ya por completo de lo ocurrido en el yate? ¿O acaso disimulaba el terror que sin duda había sentido y que tal vez sentía todavía?

Luce volvió la vista hacia la pantalla de Roland e hizo una mueca de disgusto. No le sorprendía que se hubiera mantenido prácticamente invisible desde su llegada a la Escuela de la Costa, pero ahora que por fin había aparecido en clase le desagradaba ver a su antiguo compañero de reformatorio acatar las normas.

Por lo menos Roland no parecía especialmente interesado en la clase que llevaba por título «Oportunidades laborales para nefilim: tu habilidad especial te puede dar alas». De hecho, la expresión de la cara del chico era más de decepción que de otra cosa. Tenía los labios fruncidos y no dejaba de negar con la cabeza. Igualmente resultaba extraño que cada vez que Francesca establecía contacto visual con los alumnos pasara por alto a Roland.

Luce desplegó la ventana de chat de la clase para ver si Roland estaba conectado. Aquella herramienta estaba pensada para que los estudiantes intercambiaran preguntas, pero las preguntas que Luce tenía para Roland no se referían al tema tratado en clase. Él sabía algo más de lo que había dejado entrever el otro día que seguro que tenía que ver con Daniel. También quería preguntarle dónde se había metido el sábado y si había oído hablar de la caída por la borda de Dawn.

Pero Roland no estaba conectado. La única persona de la clase que estaba conectada al chat era Miles. Un cuadro de texto con su nombre escrito en él asomó en su pantalla:

«¡Hola, holaaa!».

Miles se sentaba a su lado. Incluso le oía reírse por lo bajo. Resultaba entrañable que disfrutara tanto con sus propios chistes. Era exactamente la relación divertida y burlona que a ella le hubiera gustado tener con Daniel. Si no fuera porque él se pasaba el rato rumiando, y porque no estaba allí.

Pero no estaba.

Contestó:

«¿Qué tal el tiempo por ahí?»

«Ahora empieza a salir el sol —escribió él, todavía con una sonrisa—. Eh, oye, ¿qué hiciste anoche? Pasé por tu habitación para ver si querías cenar conmigo».

Luce levantó la vista del ordenador y la volvió hacia Miles. La expresión de sus ojos de color azul intenso parecía tan sincera que de pronto sintió la urgencia de contarle todo lo que le había ocurrido. Él había estado fabuloso el otro día escuchándola acerca de su experiencia en Espada & Cruz. Pero esa pregunta no se podía responder vía chat. Aunque le habría gustado mucho explicárselo, tampoco sabía si debía hablar de ello. Incluso incluir a Shelby en su plan secreto era un modo de buscarse problemas con Steven y Francesca.

La expresión de Miles pasó de su sonrisa despreocupada habitual a un cierto bochorno. Cuando se dio cuenta, Luce se sintió mal, a la vez que se sorprendía ligeramente por la reacción de él.

Francesca apagó el proyector. Al doblar los brazos sobre el pecho, las mangas de seda rosa de su camisa asomaron bajo su torera de cuero. Por primera vez Luce se dio cuenta de lo alejado que estaba Steven, sentado en la repisa de la ventana situada en el rincón oeste del aula. Apenas había dicho nada en todo el día.

—Vamos a ver ahora si habéis atendido —dijo Francesca sonriendo abiertamente a sus alumnos—. ¿Por qué no os ponéis por parejas y fingís que os entrevistáis el uno al otro?

Al oír que sus compañeros se levantaban de las sillas, Luce rezongó interiormente. De hecho, no había prestado la menor atención a nada de lo que Francesca había explicado y no tenía ni idea de en qué consistía el ejercicio.

Por otro lado, ella participaba de forma provisional en el plan de estudios de los nefilim. ¿Acaso era demasiado pedir a sus profesores que se acordaran de vez en cuando de que no era igual que el resto de sus compañeros?

Con un golpecito en la pantalla de su ordenador, Miles llamó la atención a Luce sobre el mensaje que le había escrito: «¿Quieres venir conmigo?». En ese instante apareció Shelby.

—Propongo hacer de la CIA o de Médicos Sin Fronteras —dijo Shelby haciendo un gesto a Miles para que le cediera el pupitre junto a Luce, pero él no se movió de su sitio.

—No pienso solicitar ni de broma una plaza para ser higienista dental.

Luce miró alternativamente a Shelby y a Miles. Los dos parecían sentirse dueños de ella, y ella no se había dado cuenta hasta entonces. En realidad, Luce quería hacer de pareja de Miles, porque no había estado con él desde el sábado. En cierto modo, lo había echado de menos como amigo. Del tipo de «vamos-a-tomar-un-café» y no del plan «paseemos-por-la-playa-al-atardecer-y-tú-me-sonríes-conesos-ojos-azules-tuyos-tan-increíbles». Desde que salía con Daniel, no pensaba en otros chicos, y para nada era de las que se sonrojaban en medio de la clase recordándose a sí mismas que no pensaban en otros chicos.

—¿Va todo bien por aquí?

Steven posó su mano bronceada en el pupitre de Luce y la invitó a hablar con una mirada.

Luce, sin embargo, seguía sintiéndose tan cohibida y nerviosa ante él por lo que les había dicho a ella y a Dawn en el bote salvavidas que ni siquiera había sacado el tema con Dawn.

—Todo va muy bien —respondió Shelby, que cogió a Luce del brazo y se la llevó hacia la terraza, donde algunos estudiantes estaban ya distribuidos en parejas y ensayando sus entrevistas—. Luce y yo íbamos a hablar de nuestros currículums.

Francesca se asomó por detrás de Steven.

—Miles —dijo—, Jasmine aún no tiene pareja. Si pudieras acercar un pupitre a su lado…

Dos mesas más abajo, Jasmine decía:

—Dawn y yo no nos poníamos de acuerdo sobre quién hacía de actriz indie y quién era… —su voz cayó unos cuantos tonos— el director de casting, y me ha dejado por Roland.

Miles parecía decepcionado.

—Director de casting —farfulló—. Por fin he encontrado mi vocación.

Luce le vio dirigirse hacia su nueva pareja.

Aclarada la situación, Francesca se llevó a Steven de vuelta a la parte delantera del aula. Aunque Steven iba detrás de Francesca, Luce notó que aún la miraba.

Volvió la vista con disimulo a su teléfono. Callie todavía no le había contestado. No era nada propio de ella, y Luce se culpó a sí misma. Tal vez fuera mejor para ambas que Luce guardase las distancias. Sería solo por poco tiempo.

Siguió a Shelby afuera y se sentaron en el banco de madera que había donde la terraza se curvaba. Aunque el sol lucía con intensidad bajo el cielo despejado, el único sitio de la terraza que no estaba repleto de estudiantes era bajo la sombra de una secuoya muy alta. Luce apartó del banco con la mano una capa de hojas aciculares de color verde pálido, y se subió un poco más la cremallera del suéter.

—Realmente estuviste fantástica anoche —dijo en voz baja—. Yo me quedé… aterrada.

—Lo sé. —Shelby se echó a reír—. Parecías… —Puso cara de zombi temblequeante.

—Venga, dame un respiro. Fue duro. La única oportunidad que tenía de saber algo de mi pasado, y va y me quedo totalmente paralizada.

—Vosotros los del sur y vuestro sentimiento de culpa. —Shelby se encogió de hombros tranquilamente—. Date un respiro. Estoy segura de que encontrarás muchos más familiares en el lugar de donde venían esos dos vejetes. Incluso puede que algunos no estén tan a las puertas de la muerte. —Antes de que el rostro de Luce se desmoronara, Shelby añadió—: Lo que digo es que, si alguna vez tienes ganas de seguir la pista a algún otro pariente, solo tienes que decírmelo. Es raro, pero me caes bien, Luce.

—Shelby —susurró Luce de pronto apretando los dientes—, no te muevas.

Al otro lado de la terraza, la Anunciadora más grande y atroz que Luce había visto en su vida cobró forma bajo la sombra alargada de la enorme secuoya.

Lentamente, siguiendo la mirada de Luce, Shelby bajó la vista al suelo. La Anunciadora utilizaba la sombra del árbol para camuflarse. Había partes de ella que no dejaban de moverse.

—Parece nauseabunda, irascible o… no sé qué —comentó Shelby torciendo el gesto—. ¿No te parece que tiene algo malo?

Luce tenía la mirada posada en la escalera que llevaba hasta la planta baja del pabellón. Debajo de ellas había un montón de soportes de madera sin pintar que apuntalaban la terraza. Si Luce conseguía hacerse con la sombra, Shelby se podría reunir con ella debajo de la terraza sin que nadie se diera cuenta de nada. Ayudaría a Luce a vislumbrar el mensaje, y luego las dos volverían arriba para unirse de nuevo a la clase.

—No puedes estar pensando lo que creo que estás pensando… —dijo Shelby—. ¿A que no?

—Vigila un momento —contestó Luce—. Estate preparada para cuando te llame.

Luce bajó unos escalones hasta que la cabeza le quedó justo a la altura de la terraza, donde los demás estudiantes seguían ocupados con sus entrevistas.

Shelby estaba de espaldas a Luce. Si alguien notaba que Luce se había marchado, ella haría una señal.

En la esquina, Luce oyó cómo Dawn charlaba improvisando con Roland:

—¿Sabe? Me quedé de piedra cuando fui nominada para el Globo de Oro…

Luce volvió a mirar la mancha oscura que yacía en el césped, sin poder evitar preguntarse antes si los demás la habrían visto. Pero ahora no tenía tiempo que perder preocupándose por ello.

La Anunciadora se hallaba a unos tres metros, cerca de la terraza, a pesar de lo cual Luce quedaba resguardada de las miradas de los demás alumnos. Dirigirse directamente hacia ella habría resultado demasiado obvio. La intentaría obligar a levantarse del suelo y dirigirse hacia ella sin utilizar las manos, si bien no tenía ni idea de cómo hacerlo.

En ese momento notó la presencia de alguien apoyado al otro lado de la secuoya, oculto de la vista de los estudiantes de la terraza.

Cam fumaba un cigarrillo, tarareando para sí como si nada, teniendo en cuenta que estaba totalmente ensangrentado. Tenía el pelo apelmazado en la frente y los brazos llenos de rasguños y moretones. Su camiseta estaba mojada y manchada de sudor, y los vaqueros salpicados. Tenía un aspecto desagradablemente sucio, como si acabara de salir de una pelea, si no fuera porque allí no había rastro de nada. Solo estaba Cam.

Él le guiñó un ojo.

—¿Qué haces aquí? —susurró ella—. ¿Qué has hecho?

La cabeza le daba vueltas a causa del hedor desagradable que emanaba de su ropa ensangrentada.

—Salvarte la vida de nuevo. ¿Cuántas llevamos? —Tiró la ceniza del cigarrillo—. Hoy eran secuaces de la señorita Sophia y la verdad es que no puedo decir que no me lo haya pasado bien. Eran unos monstruos sangrientos. También van a por ti, ya sabes. Se ha corrido la voz de que andas por la zona y que te gusta pasear por el bosque sombrío sin compañía —apuntó.

—¿Y los has matado sin más?

Luce estaba horrorizada. Levantó la vista hacia la terraza para comprobar si Shelby, o alguien, podía verlos.

—En efecto, a un par de ellos, justo ahora, con estas manos. —Cam le mostró las palmas recubiertas de una masa roja y pegajosa que ella no deseaba ver—. La verdad es que el bosque es bonito, Luce, pero también está repleto de seres que te quieren ver muerta. Así que hazme un favor…

—No. No estoy dispuesta a hacerte ningún favor. Todo lo que tenga que ver contigo me da asco.

—Está bien. —Cam le dirigió una mirada de fastidio—. Entonces hazlo por Grigori, y no te muevas del campus.

Lanzó el cigarrillo al césped, echó atrás los hombros y desplegó las alas.

—No puedo estar siempre vigilándote, Luce. Y Dios sabe que Grigori tampoco.

Las alas de Cam eran altas y estrechas y le sobresalían por detrás de los hombros, brillantes, doradas y salpicadas con franjas negras. Le habría gustado que le repugnasen, pero no era el caso. Igual que las de Steven, las alas de Cam tenían una forma irregular, áspera, y también parecían haber sobrevivido a toda una vida de luchas. Las franjas negras daban una calidad oscura y sensual a las alas de Cam. Había algo atractivo en ellas.

Pero no. Ella detestaba todo lo que tuviera que ver con Cam. Y así sería siempre.

Cam sacudió las alas, y alzó los pies del suelo. Su aleteo extraordinariamente ruidoso provocó un remolino de aire que levantó las hojas del suelo.

—Gracias —dijo Luce sin más antes de que él se deslizara por debajo de la terraza y desapareciera entre las sombras del bosque.

¿Acaso Cam era el encargado de su protección? ¿Dónde estaba Daniel? ¿La Escuela de la Costa no era segura?

Al paso de Cam, la Anunciadora que había llevado a Luce a bajar la escalera se separó en espiral de su sombra como un pequeño remolino negro.

Se fue aproximando cada vez más.

Finalmente quedó suspendida en el aire justo por encima de la cabeza de Luce.

—Shelby —susurró esta—, ¡baja!

Shelby volvió la mirada hacia Luce y hacia la Anunciadora que oscilaba en forma de ciclón sobre ella.

—¿Cómo has tardado tanto? —preguntó bajando apresuradamente por la escalera justo a tiempo para ver cómo aquella enorme Anunciadora se desplomaba… en brazos de Luce.

Luce gritó, pero por suerte Shelby le puso una mano en la boca.

—Gracias —dijo Luce con la voz amortiguada por sus dedos.

Las chicas seguían acurrucadas a tres escalones de la terraza, a la vista de cualquiera que se encaminara hacia el lado sombreado. Luce no podía estirar las rodillas por el peso de la sombra. Era la más pesada que había tocado nunca, y la que tenía el tacto más frío. No era tan negra como las demás, sino que tenía un tono desagradablemente grisáceo. Algunas partes de ella todavía se agitaban y se encendían como relámpagos de una tormenta lejana.

—No me da buena espina —dijo Shelby.

—Vamos —susurró Luce—. Yo la he invocado. Te toca vislumbrarla.

—¿Que me toca? ¿Quién ha hablado aquí de turnos? Eres tú la que me ha arrastrado hasta aquí.

Shelby sacudió las manos como si lo último que quisiera hacer en la tierra fuera tocar el monstruo que Luce sostenía en brazos.

—Sé que dije que te ayudaría a seguir la pista de tu familia, pero me parece que el familiar que hay ahí no es de los que queramos conocer.

—Shelby, por favor —suplicó Luce gimiendo por el peso, el frío y la repugnancia que le producía la sombra—. No soy nefilim. Si no me ayudas, no podré hacerlo.

—¿Se puede saber qué os habéis propuesto?

Se oyó una voz a sus espaldas desde lo alto de la escalera. Steven tenía las manos apoyadas en el pasamanos y la mirada clavada en las chicas. De pie en lo alto, parecía más corpulento que en clase, como si hubiera doblado su tamaño. Sus ojos de intenso color castaño tenían una expresión de enojo, pero Luce notó el calor que irradiaban y se asustó. Incluso la Anunciadora que tenía en los brazos tembló y retrocedió.

Se asustaron tanto que gritaron.

El ruido hizo que la sombra saliera despedida de los brazos de Luce tan rápido que no pudo detenerla, y dejó tras de sí un rastro gélido y nauseabundo.

A lo lejos sonó una campana. Luce vio cómo todos los demás iban hacia la cantina para almorzar. Miles asomó la cabeza por la barandilla y vio a Luce, pero tras observar la expresión airada de Steven, se marchó sorprendido.

—Luce —dijo Steven con más educación de la que ella esperaba—, ¿te importaría venir a hablar conmigo después de la clase?

Cuando levantó las manos de la barandilla, dejó ver que la madera de debajo estaba chamuscada.

Steven abrió la puerta antes de que Luce llamara. Llevaba la camisa gris un poco arrugada y tenía la corbata negra de piqué suelta en el cuello. Con todo, había recuperado su apariencia serena, lo cual suponía todo un esfuerzo para un demonio, como había podido constatar Luce. Steven se limpió las gafas con un pañuelo con monograma y la hizo pasar.

—Pasa, por favor.

El despacho no era grande, pero sí lo bastante amplio para albergar un escritorio grande de color negro y tres estanterías altas negras, abarrotadas con cientos de libros manidos. En cualquier caso, resultaba cómodo e incluso acogedor, ni remotamente parecido a lo que Luce había imaginado que podía ser el despacho de un demonio. En el centro había una alfombra persa. El amplio ventanal estaba orientado al este, en dirección a las secuoyas. A esa hora, a la caída de la tarde, el bosque tenía un tono etéreo, casi de color azul lavanda.

Steven tomó asiento en una silla granate e invitó con un gesto a Luce a sentarse en otra. Ella contempló las obras de arte enmarcadas que llenaban hasta el último centímetro de pared desocupada. La mayoría eran retratos en distintos grados de detalle. Luce reconoció algunos bocetos del propio Steven y varios retratos favorecedores de Francesca.

Luce tomó aire y se preguntó cómo empezar.

—Siento haber invocado a esa Anunciadora. Yo…

—Luce, ¿le has contado a alguien lo ocurrido con Dawn en el agua?

—No. Me dijiste que no lo hiciera.

—¿Se lo has contado a Shelby? ¿A Miles?

—No se lo he contado a nadie.

Él reflexionó un instante.

—¿Por qué llamaste «sombras» a las Anunciadoras el otro día en el barco?

—Se me escapó. Cuando era pequeña, siempre formaban parte de la sombra. Se separaban de ellas y se me acercaban. Era el modo en que las llamaba antes de saber qué eran. —Luce se encogió de hombros—. De hecho, es una estupidez.

—No es una estupidez.

Steven se puso de pie y se acercó a la estantería más alejada, de la que sacó un libro grueso con la cubierta roja polvorienta y lo colocó sobre la mesa: La República. Platón. Steven lo abrió por la página exacta que buscaba y giró el libro hacia Luce.

En él se veía una ilustración de un grupo de hombres dentro de una caverna, encadenados entre ellos y de cara a la pared. Por detrás había una hoguera ardiendo. Los hombres señalaban las sombras que proyectaban contra la pared otro grupo de hombres que andaban a sus espaldas. Bajo la imagen, se leía: «La alegoría de la caverna».

—¿Qué es esto? —preguntó Luce.

Su conocimiento sobre Platón empezaba y terminaba en que era amigo de Sócrates.

—Es la prueba de que el nombre que das a las Anunciadoras es muy apropiado. —Steven señaló la ilustración—. Imagina que estos hombres se pasan la vida viendo solo las sombras de la pared. Ellos interpretarán el mundo y lo que en él ocurre a partir de ellas, sin ver siquiera qué es lo que arroja esas sombras. No comprenderán que lo que ven son, de hecho, sombras.

Luce contempló al segundo grupo de hombres, que estaba justo detrás del dedo de Steven.

—¿Así que no pueden darse la vuelta ni ver jamás a la gente y las cosas que crean las sombras?

—Exacto. Y como no pueden ver lo que realmente arroja las sombras, suponen que lo que ven, las sombras de la pared, es la realidad. No tienen ni idea de que solo son meras representaciones y distorsiones de algo más real. —Hizo una pausa—. ¿Entiendes por qué te digo todo esto?

Luce negó con la cabeza.

—¿Quieres que deje de manipular a las Anunciadoras?

Steven cerró el libro de golpe y se fue hacia el otro lado de la estancia. A Luce le pareció como si en cierto modo le hubiera decepcionado.

—No quiero que dejes de manipular a las Anunciadoras, aunque tengo que pedirte que lo hagas. Debes entender a qué te enfrentas la próxima vez que invoques a una. Las Anunciadoras son sombras de sucesos pasados. Pueden ser útiles, pero también pueden contener distorsiones engañosas y, en ocasiones, pueden resultar peligrosas. Hay que aprender muchas cosas. Una técnica limpia y segura para invocarlas; y una vez afinado tu talento, es posible filtrar el ruido de la Anunciadora y su mensaje se puede oír claramente a través…

—¿Quieres decir ese zumbido? ¿Hay algún modo de oír a través de él?

—No importa. Todavía no. —Steven se volvió y hundió las manos en los bolsillos—. ¿Qué pretendíais Shelby y tú hoy?

Luce se ruborizó y se sintió incómoda. Aquella reunión no se estaba desarrollando como había esperado. Pensaba que la castigaría haciéndole recoger la basura.

—Intentábamos averiguar más cosas de mi familia —logró contestar al fin. Por suerte, Steven no parecía tener ni idea de que antes había visto a Cam—. Bueno, en realidad debería decir de «mis familias».

—¿Eso es todo?

—¿Estoy metida en un lío?

—¿No hacíais nada más?

—¿Qué otra cosa podía hacer?

Se le pasó por la cabeza que tal vez Steven pensaba que había intentado contactar con Daniel, enviarle un mensaje o alguna otra cosa; como si ella supiera cómo.

—Invoca a una ahora —dijo Steven abriendo la ventana. Había anochecido, y a Luce el estómago le decía que la mayoría de los alumnos estarían cenando en ese momento.

—No… no sé si sabré.

Los ojos de Steven habían adoptado una expresión más cálida.

—Invocar a las Anunciadoras es como pedir una especie de deseo, pero no es que deseemos nada material, son más bien las ansias de entender mejor el mundo, nuestra función en él, y lo que va a ser de nosotros en el futuro.

Luce pensó de inmediato en Daniel y en lo que ella quería para su relación, y no le pareció que tuviera un papel decisivo en su futuro, y quería tenerlo. ¿Acaso no era ese el motivo por el que había logrado invocar a las Anunciadoras incluso sin darse cuenta?

Nerviosa, se acomodó en su asiento y cerró los ojos. Se imaginó una sombra desprendiéndose de la alargada oscuridad que se extendía por los troncos de los árboles en el exterior, una sombra que se separaba y alzaba, ocupando el espacio de la ventana abierta. Y luego, la vio flotando hacia ella.

Primero percibió un suave olor a moho, como el de las aceitunas negras, y al notar la caricia de la oscuridad en la mejilla abrió los ojos. La temperatura de la estancia había descendido unos grados. Steven se restregaba las manos en el despacho, que súbitamente se había vuelto húmedo y ventoso.

—Así es, ya está —murmuró.

La Anunciadora se hallaba suspendida en la habitación, fina y transparente, no más grande que una bufanda de seda. Se deslizó hacia Luce y luego rodeó con un zarcillo difuminado un pisapapeles de vidrio soplado que había en el escritorio. Luce, asombrada, profirió un grito ahogado. Steven se le acercó con una sonrisa y guió la sombra hasta colocarla en vertical y convertirla en una pantalla negras.

Entonces Luce se la puso en las manos y empezó a tirar de ella cuidadosamente, como si intentara estirar una masa de hojaldre sin romperla, tal como había visto hacer a su madre por lo menos un centenar de veces. La oscuridad se arremolinó hasta adoptar una tonalidad gris apagada; a continuación, apareció una imagen borrosa en blanco y negro.

Un dormitorio oscuro con una cama. Luce —esto es, una Luce anterior— estaba tumbada sobre un costado mirando por la ventana abierta. Tendría unos dieciséis años. La puerta que había detrás de la cama se abría y una cara iluminada por la luz del pasillo se asomaba. Era su madre.

¡La madre a la que Luce había ido a visitar con Shelby! Era más joven, mucho, tal vez cincuenta años atrás, y llevaba las gafas en la punta de la nariz. Sonreía, como si le gustara ver dormida a su hija y cerraba la puerta.

Instantes después, unos dedos se agarraban a la parte baja de la ventana. Luce abrió los ojos con sorpresa mientras la Luce del pasado se incorporaba en la cama. Fuera, los dedos se tensaban para mostrar a continuación un par de manos, seguidas de dos brazos iluminados por la luz azul de la luna. Finalmente asomó el rostro brillante de Daniel entrando por la ventana.

A Luce el corazón le latía con fuerza. Le hubiera gustado poder meterse en la Anunciadora, igual que lo había querido hacer el día anterior con Shelby. Pero entonces Steven chasqueó los dedos y la imagen se desvaneció, igual que una persiana al ser levantada, luego se quebró y se desintegró.

La sombra quedó rota en pequeños fragmentos sobre la mesa. Luce fue a coger uno, pero se le deshizo en las manos.

Steven estaba sentado en su escritorio escrutándola fijamente, como queriendo adivinar qué le había provocado la visión. De pronto a Luce le pareció que lo que acababa de mostrar la Anunciadora era muy privado y no estaba segura de querer que Steven supiera lo mucho que aquello la había conmocionado. A fin de cuentas, técnicamente él pertenecía al bando contrario. En los últimos días ella había podido ver cada vez más el demonio que albergaba en su interior. No solo su carácter feroz, que iba en aumento hasta literalmente hacerle echar humo, sino también sus alas doradas, imponentes y oscuras. Steven era atractivo y encantador, como Cam, y, tal como Luce se recordó, era un demonio, igual que Cam.

—¿Por qué me ayudas con esto?

—Porque no quiero que te hagas daño —susurró Steven.

—¿Esto ocurrió de verdad?

Steven apartó la mirada.

—Es la representación de algo, y quién sabe lo distorsionada que puede estar. Es la sombra de un acontecimiento pasado, no la realidad. Aunque siempre hay algo de cierto en una Anunciadora, nunca es la simple verdad. Por eso son tan problemáticas y resultan tan peligrosas para quienes carecen de la formación adecuada.

Él miró su reloj. En el piso de abajo se oyó una puerta que se abría y se cerraba en el rellano. Steven se puso tenso cuando oyó las pisadas de unos tacones en la escalera.

Era Francesca.

Luce intentó interpretar la expresión de Steven. Él le entregó La República y ella se metió el libro en la mochila. Justo antes de que el rostro bello de Francesca asomara por la puerta, Steven dijo a Luce:

—La próxima vez que Shelby y tú optéis por no terminar vuestros deberes, os pediré que escribáis un trabajo de investigación de cinco páginas con citas. Esta vez os habéis librado, pero quedáis advertidas.

—Comprendo.

Luce se topó con la mirada de Francesca en la puerta.

La mujer le sonrió, pero Luce no supo adivinar si se trataba de una sonrisa de despedida, o bien de un modo amable de advertirla de que a ella no se le podía tomar el pelo. Luce se puso en pie temblando un poco, se echó la mochila al hombro, se encaminó hacia la puerta y dijo a Steven:

—Gracias.

Cuando Luce regresó a su dormitorio, Shelby había encendido la chimenea. La fondue china estaba enchufada junto a la lamparilla de noche en forma de Buda, y toda la habitación olía a tomate.

—Nos hemos quedado sin macarrones con queso, pero te he preparado sopa. —Shelby le sirvió un cuenco muy caliente, le echó un poco de pimienta fresca negra encima y se lo pasó a Luce, que se desplomó sobre su cama—. ¿Ha sido muy terrible?

Luce contempló el vapor que se elevaba del cuenco mientras pensaba cómo podía expresarlo. Raro, confuso, un poco terrorífico y… revelador.

Pero, no, no había sido terrible.

—Ha estado bien. —Steven parecía confiar en ella, por lo menos hasta el punto de permitirle continuar invocando a las Anunciadoras. Y los demás alumnos parecían confiar en él, incluso admirarlo. Nadie se mostraba aparentemente preocupado por sus filiaciones. Sin embargo, en el caso de Luce, él resultaba críptico y difícil de comprender.

Luce ya había confiado otras veces en la gente equivocada. «En el mejor de los casos, confiar en las personas es una actividad inútil; en el peor, es una buena forma de que te maten». Eso era lo que la señorita Sophia le había dicho sobre la confianza la noche en que la había intentado matar.

Daniel le había aconsejado dejarse guiar por su instinto. No obstante, a Luce le parecía que sus sentimientos eran poco fiables. Se preguntó si cuando le había dicho eso él ya conocía la Escuela de la Costa, si aquel consejo había sido un modo de prepararla para aquella separación tan prolongada, cuando ella cada vez tendría menor certidumbre sobre su vida. Su familia. Su pasado. Su futuro.

Levantó la vista por encima del cuenco y miró a Shelby.

—Gracias por la sopa.

—No permitas que Steven te desbarate los planes —espetó Shelby—. Deberíamos continuar trabajando con las Anunciadoras. Estoy tan harta de todos esos ángeles y demonios y sus afirmaciones de poder: «¡Oh! Nosotros lo sabemos todo mejor que tú, porque somos ángeles completos y tú, en cambio, no eres más que el hijo bastardo de un ángel que echó una canita al aire».

Luce se echó a reír, pero recordó la minisesión sobre Platón de Steven y se dijo que el hecho de haberle dejado esa noche La República era todo lo contrario a una afirmación de poder. Pero por supuesto ahora no era el momento de explicarle eso a Shelby, no cuando andaba ya metida en su diatriba habitual contra la Escuela de la Costa en la cama de Luce.

—Quiero decir que… Bueno, ya sé que tú tienes una historia con Daniel —prosiguió Shelby—, pero, de verdad, ¿qué ha hecho de bueno por mí un ángel en mi vida?

Luce se encogió de hombros a modo de disculpa.

—Ya te lo diré yo: nada. Nada aparte de dejar embarazada a mi madre y luego abandonarnos a las dos antes de que yo naciera. Sin duda, una auténtica obra celestial. —Shelby resopló—. Lo sorprendente es que mi madre no deja de decirme que debería sentirme agradecida. ¿Por qué? ¿Por esos poderes diluidos y la enorme inteligencia que he heredado de mi padre? No, gracias. —Abatida, propinó una patada a la litera superior—. Daría cualquier cosa por ser normal.

—¿De verdad?

Luce se había pasado toda la semana sintiéndose inferior a sus compañeros de clase nefilim. Consciente de que lo que tienen los demás siempre parece mejor, le resultaba increíble lo que acababa de oír. ¿Qué ventaja podía ver Shelby en carecer de sus poderes de nefilim?

—Espera… —dijo Luce—. Ese patético ex novio tuyo… ¿Acaso él…?

—Estábamos meditando juntos y, no sé, de algún modo, durante el mantra, no me di cuenta y levité. No fue gran cosa, no sé, quizás un par de centímetros del suelo. Pero Phil no quería parar con el tema. No dejaba de importunarme sobre todas las cosas que era capaz de hacer, ni de preguntarme cosas muy raras.

—¿Como qué?

—No sé —dijo Shelby—. Cosas sobre ti, por ejemplo. Quería saber si me habías enseñado a levitar. Si tú también sabías.

—¿Por qué yo?

—Seguramente sería alguna de sus fantasías perversas sobre las compañeras de habitación. Deberías haber visto la cara que se le puso ese día. Me convertí en una especie de mono de feria. No me quedó más opción que cortar por lo sano.

—Eso es horrible. —Luce apretó la mano de Shelby—. Pero parece que el problema sea más suyo que tuyo. Sé que los otros chicos de la Escuela de la Costa miran a los nefilim con curiosidad, pero he estado en muchos institutos y empiezo a pensar que esa es la expresión natural de la mayoría de los chicos. Por otra parte, no hay nadie que sea «normal». Seguro que Phil tenía alguna rareza.

—De hecho, le pasaba algo extraño en los ojos. Los tenía de color azul, pero de un tono apagado, prácticamente desleído. Tenía que llevar unas lentes de contacto especiales para que la gente no se lo quedara mirando. —Shelby sacudió la cabeza a un lado—. Y luego estaba también… lo del tercer pezón.

Se echó a reír a carcajadas. Tenía el rostro enrojecido cuando Luce se le unió y prácticamente estaba llorando de risa cuando un leve toqueteo en el cristal de la ventana las hizo callar de golpe.

—Será mejor que no sea él.

Al instante Shelby adoptó un tono de voz grave, saltó de la cama, abrió la ventana y, con las prisas, hizo caer una maceta de yuca.

—Es para ti —dijo casi atontada.

Luce se acercó al instante a la ventana tras notar la presencia de él. Apoyó las palmas de las manos en el alféizar y se asomó a la brisa fresca de la noche.

Se encontró cara a cara, labio a labio, con Daniel.

Por un brevísimo instante, a Luce le dio la impresión de que él miraba detrás de ella, al interior de la habitación, a Shelby, pero entonces la besó, le cogió la cabeza por detrás con delicadeza entre las manos y la atrajo hacia sí dejándola sin aliento. Ella sintió la calidez de toda una semana recorriéndole el cuerpo, así como las disculpas silenciosas por las palabras que se habían pronunciado la otra noche en la playa.

—Hola —susurró él.

—Hola.

Daniel llevaba vaqueros y una camiseta blanca. Luce le miró el remolino del cabello. Sus enormes alas de color blanco perla se agitaban suavemente desafiando la noche oscura y cautivándola. Parecían batir contra el cielo casi al compás del corazón de Luce. Las quiso tocar, sumergirse en ellas como en la noche de la playa. Resultaba asombroso ver a Daniel suspendido en el aire frente a su ventana del tercer piso.

Él la cogió de la mano y tiró de ella para hacerla pasar por encima del alféizar de la ventana hasta sus brazos. Pero luego la dejó sobre una cornisa amplia y plana que había debajo de la ventana y que ella no había visto antes.

Cuando se sentía feliz siempre le entraban ganas de llorar.

—Aunque se supone que no deberías estar aquí, estoy muy contenta de que lo estés.

—Demuéstramelo —dijo él con una sonrisa atrayéndola de nuevo hacia su pecho hasta que la cabeza le quedó justo encima de los hombros de Luce. Le rodeó la cintura con un brazo. Sus alas irradiaban calor. Al mirar por encima de su hombro, ella no veía nada más que blanco: el mundo era blanco, todo tenía una textura suave y brillaba con la luz de la luna. Y entonces las enormes alas de Daniel empezaron a agitarse.

Luce sintió un nudo en el estómago y notó que se elevaba, que en realidad salía despedida hacia el cielo. La cornisa a sus pies se fue volviendo cada vez más pequeña, y las estrellas en el firmamento brillaban con más fuerza, y el viento le arañaba el cuerpo, enredándole el pelo en la cara.

Ascendieron hacia las alturas, se sumergieron en la noche, hasta que la escuela no fue más que un punto negro a lo lejos. Hasta que el océano se convirtió solo en una manta plateada sobre la tierra. Hasta que atravesaron una capa liviana de nubes.

No sentía ni frío ni miedo. Se sentía libre de cualquier cosa que la atrajera hacia la tierra. Lejos del peligro y del dolor que alguna vez la habían atenazado. Y también muy enamorada. La boca de Daniel le dibujaba una línea de besos por el cuello. Él la abrazó con fuerza por la cintura y la hizo girar hacia él. Luce tenía los pies encima de los de él, igual que cuando habían bailado sobre el océano junto a la hoguera. Ya no había viento; el aire a su alrededor estaba en calma y tranquilo. Los únicos sonidos que había eran el batir de las alas de Daniel mientras se alzaban en el cielo y los latidos de su corazón.

—Momentos como este —dijo él— hacen que merezca la pena todo lo que hemos tenido que sufrir.

Y luego la besó como nunca lo había hecho antes. Con un beso largo y prolongado que parecía reclamar para siempre sus labios. Recorrió con las manos la silueta de su cuerpo, primero con delicadeza y luego de forma enérgica, deteniéndose en sus curvas. Ella se fundió en él, y él recorrió con los dedos la parte posterior de sus muslos, sus caderas y sus hombros. Daniel pasó a controlar todas y cada una de las partes de su cuerpo.

Ella le acarició los músculos por debajo de su camiseta de algodón, y también sus brazos y su cuello fornidos, la cavidad en la parte baja de su espalda. Le besó el mentón, los labios. Ahí, en las nubes, con los ojos de Daniel más brillantes que nunca… ese era el sitio al que Luce pertenecía.

—¿No podríamos quedarnos aquí para siempre? —preguntó ella—. Nunca tengo bastante de esto ni de ti.

—Eso espero. —Daniel sonrió, pero al poco tiempo, demasiado pronto, movió las alas y las aplanó. Luce sabía que lo que venía a continuación era un descenso lento.

Besó a Daniel por última vez y soltó los brazos de su cuello para prepararse para el vuelo, pero, sin darse cuenta, perdió asidero.

Y cayó.

Todo ocurrió como a cámara lenta. Luce saliendo despedida de espaldas, sacudiendo los brazos con fuerza y desesperación, y luego la ráfaga de frío y viento mientras caía y el aliento la abandonaba. Lo último que vio fueron los ojos de Daniel, que tenía el espanto escrito en la cara.

A continuación todo se aceleró y ella empezó a descender a tanta velocidad que no podía respirar. El mundo se convirtió en un vacío negro circulante. Luce se sentía mareada y asustada, le ardían los ojos a causa del aire y su visión se debilitaba cada vez más. Estaba a punto de perder el conocimiento.

Aquello era el fin.

Nunca sabría quién era en realidad, nunca sabría si todo aquello había merecido la pena. Jamás descubriría si merecía el amor de Daniel ni si él merecía el de ella. Todo había terminado. Era el fin.

El viento atronaba furioso en sus oído. Cerró los ojos y esperó el final.

Entonces él la cogió.

Notó que unos brazos fuertes la agarraban y la paraban suavemente. Ya no caía: alguien la sostenía en brazos. Daniel. Tenía los ojos cerrados, pero sabía que era él.

Empezó a sollozar, aliviada de que Daniel la hubiera atrapado y la hubiera salvado. Nunca, por muchas vidas que hubiera vivido, lo había amado tanto como en ese momento.

—¿Estás bien? —susurró Daniel con voz suave y los labios muy cerca de los de ella.

—Sí. —Luce oía el batir de sus alas—. Me has cogido.

—Yo siempre te cogeré cuando caigas.

Lentamente descendieron de regreso al mundo que habían dejado atrás. Hacia la Escuela de la Costa y el océano que rompía contra los acantilados. Al aproximarse a la residencia, él la apretó con fuerza y la dejó delicadamente sobre la cornisa, iluminada con la luz de las alas.

Luce posó los pies en ella y levantó la mirada hacia Daniel. Lo quería. Era lo único de lo que estaba segura.

—Ya está —dijo él con mirada seria. Su sonrisa se endureció y el brillo de los ojos pareció palidecer—. Espero que esto haya satisfecho tus ansias de conocer mundo al menos por un tiempo.

—¿Qué quieres decir?

—Que no paras de salir del campus. —La voz de Daniel carecía de la calidez de instantes atrás—. Tienes que dejar de hacerlo si no estoy cerca para vigilar.

—¡Oh, vamos! Solo fue una excursión estúpida. Todo el mundo estaba allí: Francesca, Steven… —Se interrumpió al recordar cómo había reaccionado Steven frente a lo que le había ocurrido a Dawn. No se atrevió a mencionar la salida con Shelby, ni el encontronazo con Cam bajo la terraza.

—Me estás poniendo las cosas muy difíciles —dijo Daniel.

—Yo tampoco estoy pasando por un momento fácil.

—Te dije que había unas normas. Te dije que no debías abandonar el campus. Pero no me escuchas. ¿Cuántas veces me has desobedecido?

—¿Desobedecido? —Ella se echó a reír, pero por dentro se sentía mareada—. ¿Quién eres tú, mi novio o mi amo?

—¿Sabes lo que ocurre cuando sales de aquí? ¿Sabes el peligro al que te expones solo porque te aburres?

—Mira, no hay secretos —dijo ella—. Cam sabe que estoy aquí.

—¡Por supuesto que Cam sabe que estás aquí! —exclamó Daniel exasperado—. ¿Cuántas veces tengo que decirte que ahora mismo él no es una amenaza? No intentará influir en ti.

—¿Por qué no?

—Porque es prudente. Y tú también deberías serlo y no escabullirte como lo haces. Hay peligros que no puedes ni imaginar.

Ella quiso abrir la boca para decir algo, pero no supo qué. Si contaba a Daniel que había hablado con Cam ese mismo día y que él había matado a varios miembros del séquito de la señorita Sophia, no haría más que confirmar lo que él le decía. Luce estalló de rabia contra Daniel, contra sus misteriosas normas, contra el modo que tenía de tratarla como a una niña. Habría dado cualquier cosa por estar con él, pero ahora tenía la mirada endurecida, sus ojos parecían dos chapas metálicas, planas y grises, y el tiempo que habían pasado en el cielo le parecía un sueño lejano.

—¿Sabes el calvario que sufro para que estés a salvo?

—¿Y cómo esperas que lo entienda si no me cuentas nada?

Las bellas facciones de Daniel compusieron una expresión de intenso temor.

—¿Es por culpa de ella? —preguntó señalando con el pulgar el dormitorio—. ¿Qué ideas siniestras te ha metido en la cabeza?

—Soy perfectamente capaz de pensar por mí misma, gracias. —Luce entornó los ojos—. Pero ¿cómo es que conoces a Shelby?

Daniel desoyó la pregunta. A Luce le costaba creer el modo en que le hablaba, como si fuera una mascota consentida. Todo el calor que la había embargado instantes atrás cuando Daniel la había besado y abrazado no bastaba para borrar la frialdad con que le hablaba.

—Tal vez Shelby esté en lo cierto —dijo ella.

Llevaba mucho tiempo sin ver a Daniel, pero el Daniel al que ella quería ver, al que ella quería más que a nada en el mundo, el que la había seguido durante miles de años porque no podía vivir sin ella… aquel quizá seguía en las nubes, pero desde luego no era ese que le daba órdenes. Posiblemente, a pesar de tantas vidas, no lo conocía de verdad.

—Tal vez los ángeles y los humanos no deberían…

Pero no pudo terminar la frase.

—Luce.

Él le rodeó la muñeca con los dedos, pero ella se los apartó. Daniel tenía los ojos abiertos y oscuros, y sus mejillas estaban blancas de frío. El corazón le decía que lo abrazara y se lo acercara para sentir su cuerpo contra el suyo, pero en su fuero interno sabía que ese tipo de luchas no se saldaban con un beso.

Pasó ante él, se dirigió a la parte más estrecha de la cornisa y abrió la ventana, sorprendida de encontrar la habitación a oscuras. Entró en ella y cuando se volvió hacia Daniel se dio cuenta de que las alas le temblaban. Parecía como si estuviera a punto de llorar. Quiso abrazarlo, consolarlo y quererlo.

Pero no podía.

Cerró los postigos y se quedó de pie y sola en la oscuridad de su dormitorio.