7

Doce días

—No entiendo por qué te comportas de un modo tan raro —dijo Shelby a Luce la mañana siguiente—. ¿Cuánto llevas aquí? ¿Seis días? Y ya eres la heroína de la Escuela de la Costa. Tal vez al final consigas mejorar tu reputación.

El cielo de esa mañana de domingo estaba salpicado de cúmulos de nubes. Luce y Shelby paseaban por la diminuta playa de la Escuela de la Costa mientras compartían una naranja y un termo de té chai. El fuerte viento traía el aroma terroso de las viejas secuoyas de los bosques. La marea estaba agitada y alta y arrojaba al paso de las chicas marañas de algas negras, medusas y madera podrida a la deriva.

—No fue nada —musitó Luce.

En realidad, no era verdad. Lanzarse a esas aguas heladas para salvar a Dawn sí que había sido algo. Pero Steven —la severidad de su tono de voz, la fuerza con que la había asido del brazo— había asustado tanto a Luce que ni siquiera osaba hablar del rescate de Dawn.

Contempló la espuma salada que dejaba la estela de una ola al retirarse. Procuraba no mirar las aguas profundas y oscuras más allá para no tener que pensar en las manos que habitaban en sus profundidades gélidas. «Por seguridad». Steven seguro que se había referido a la de todos, esto es, a la seguridad de todo el alumnado. Sin embargo, también podía haber hecho alusión solo a Luce.

—Dawn está bien —dijo ella—. Eso es lo importante.

—Hum, sí, claro, pero eso es gracias a ti, la vigilante de la playa.

—No empieces a llamarme vigilante de la playa.

—¿Prefieres verte a ti misma como la salvadora Liendre, que todo lo sabe y de nada entiende? —Shelby usaba un estilo de burla deliberadamente inexpresivo—. Francesca dice que las dos últimas noches un tipo misterioso ha estado rondando por los jardines de la escuela. Deberías darle su merecido…

—¿¿¿Cómo dices??? —Luce estuvo a punto de escupir su té—. ¿Y quién es?

—Repito: un tipo misterioso. No se sabe. —Shelby se sentó sobre la superficie de una piedra caliza desgastada y empezó a arrojar piedras al océano haciéndolas botar con habilidad—. Será algún imbécil. Oí sin querer a Francesca hablando de ello en el barco con Kramer ayer, después de todo el alboroto.

Luce se sentó junto a Shelby y empezó a hurgar en la arena en busca de piedras.

Alguien merodeaba en torno a la Escuela de la Costa. ¿Y si se trataba de Daniel?

Sería muy propio de él. Era lo bastante testarudo como para mantener su promesa de no verla, y a la vez incapaz de permanecer alejado. Pensar en Daniel hizo que deseara aún más estar con él. Se sintió prácticamente al borde del llanto. Eso era de locos. Se dijo que aquel tipo misterioso no podía ser Daniel. Tal vez fuera Cam. O cualquier otra persona. O bien podía tratarse de un Proscrito.

—¿Francesca parecía preocupada? —preguntó a Shelby.

—¿Tú no lo estarías?

—Un momento, ¿por eso anoche no te escapaste?

Aquella había sido la primera noche que Shelby no había despertado a Luce al entrar por la ventana.

—No.

El brazo con que Shelby arrojaba las piedras estaba bien tonificado gracias al yoga que practicaba. La piedra siguiente botó seis veces describiendo un arco amplio que casi dio la vuelta hacia ellas, como un bumerán.

—Por cierto, ¿adónde vas cada noche?

Shelby se metió las manos en los bolsillos de su chaleco rojo de esquí, con la vista clavada en las olas grises con tal intensidad que parecía que hubiera atisbado algo en ellas, o simplemente que ignoraba la pregunta. Luce le siguió la mirada, aliviada de no ver en las aguas nada más que olas grises y blancas hasta perderse en el horizonte.

—Shelby.

—¿Qué? No voy a ningún sitio.

Luce iba a levantarse enfadada porque Shelby no le contaba nada y empezó a sacudirse la arena húmeda de la parte posterior de las piernas cuando su compañera tiró de ella para que volviera a sentarse sobre la piedra.

—Está bien, iba a ver a mi patético novio. —Shelby suspiró con fuerza y arrojó sin más una piedra al agua que a punto estuvo de dar a una gaviota que caía en picado para atrapar un pez—. Eso era antes de que se convirtiera en mi patético ex novio.

—¡Oh, Shelby! Lo siento. —Luce se mordió el labio—. No sabía que tuvieras novio.

—Tuve que pararle los pies. Se puso muy pesado con eso de que tuviera una compañera de habitación nueva. No dejaba de insistir para que le dejara venir a nuestro cuarto por la noche. Quería conocerte. No sé qué tipo de chica se piensa que soy. Mira, no te ofendas, pero para mí tres son multitud.

—¿Quién es? —preguntó Luce—. ¿Va a esta escuela?

—Es Phillip Aves. Un alumno de último curso de la escuela principal.

Luce no creía conocerlo.

—Ese chico pálido, de pelo casi blanco —dijo Shelby—. La versión albina de David Bowie. —Torció los labios—. Por desgracia, realmente llama la atención.

—¿Por qué no me dijiste que habíais roto?

—Prefiero descargarme canciones de Vampire Weekend y luego hacer que las canto cuando no estás aquí. Es mejor para mis chacras. Por otra parte… —Dirigió entonces un dedo acusador hacia Luce—, hoy eres tú la que está taciturna y rara. ¿Daniel no te trata bien o qué?

Luce se reclinó sobre los codos.

—Para eso tendríamos que vernos, lo cual, al parecer, no nos está permitido.

Al cerrar los ojos, el sonido de las olas la transportó de vuelta a la primera noche en que había besado a Daniel. En esa vida. El húmedo abrazo de sus cuerpos en el entarimado podrido de Savannah. La presión ansiosa de sus manos al atraerla hacia sí. En ese momento todo les había parecido posible. Abrió los ojos. ¡Qué lejos estaba de todo aquello!

—Así que ese patético novio tuyo…

—No. —Shelby la hizo callar con un gesto—. No quiero hablar sobre él más de lo que me imagino que tú quieres hablar de Daniel. Cambiemos de tema.

Era justo. Con todo, no era totalmente cierto que Luce no quisiera hablar de Daniel. Pero sabía que, si empezaba a hablar de él, posiblemente no podría callar. De hecho, su cabeza ya parecía un disco rallado que no paraba de dar vueltas en torno a las… cuatro experiencias físicas que había tenido con él en esta vida. (Contando solo a partir de cuando Daniel dejó de fingir que ella no existía). Aquello sin duda aburriría sobremanera a Shelby, que probablemente había tenido montones de novios y vivencias. En el caso de Luce, en cambio, las experiencias eran prácticamente nulas.

Solo recordaba un beso que había dado a un chico que luego había ardido y unos pocos momentos muy apasionados con Daniel. Era todo. No podía decirse que Luce fuera una experta en el amor.

De nuevo se lamentó lo injusta que era su situación: mientras que Daniel tenía recuerdos fabulosos de los dos a los que aferrarse cuando la situación se ponía difícil, ella no tenía nada.

Hasta que levantó la vista hacia su compañera de habitación.

—Oye, Shelby…

Shelby se había levantado la capucha roja y hundía un palo en la arena mojada.

—Ya te he dicho que no quiero hablar de él.

—Lo sé. Me preguntaba… ¿Te acuerdas de cuando dijiste que sabías vislumbrar tus vidas pasadas?

Era lo que había ido a preguntar a Shelby cuando Dawn cayó por la borda.

—Yo nunca he dicho eso.

El palo se hundió más profundamente en la arena. Shelby tenía el rostro ruborizado y la espesa cabellera rubia se le soltaba de la cola.

—Sí, sí lo dijiste. —Luce negó con la cabeza—. Lo escribiste en mi hoja el día del ejercicio para romper el hielo. Me la arrebataste de las manos y dijiste que sabías hablar más de dieciocho lenguas y también vislumbrar vidas pasadas, y entonces me preguntaste cuál prefería que rellenases…

—Me acuerdo de lo que dije, pero me malinterpretaste.

—Vale —dijo Luce lentamente—. Entonces…

—Que haya vislumbrado una vida pasada en una ocasión no significa que sepa hacerlo y no significa tampoco que fuera la mía.

—¿Así que no era la tuya…?

—¡Oh, no, por supuesto que no! La reencarnación es cosa de gente rara.

Con el gesto torcido, Luce metió las manos en la arena mojada, deseando hundirse en ella en ese instante.

—¡Eh, que era una broma! —Shelby dio un codazo amigable a Luce—. Especialmente pensada para una chica que ha tenido que pasar por la adolescencia miles de veces. —Hizo una mueca—. Yo con una vez he tenido bastante, gracias.

Así que Luce era esa chica, la que había tenido que pasar por la adolescencia miles de veces. Nunca lo había visto de ese modo. Resultaba casi divertido: visto desde fuera, atravesar un número infinito de pubertades parecía lo peor de su suerte. Pero era mucho más complicado. A Luce le hubiera gustado decir que tendría gustosa los granos y cambios hormonales mil veces si tenía la ocasión de ver sus vidas anteriores y de comprender más cosas sobre sí misma, pero entonces levantó la vista hacia Shelby.

—Y si no era tu vida, ¿de quién era la vida que vislumbraste?

—¡Maldita sea!, ¿por qué eres tan entrometida?

Luce notó cómo le subía la presión de la sangre.

—¡Shelby, caramba, ayúdame un poco!

—Está bien —accedió Shelby al fin haciendo un gesto con las manos para que se tranquilizara—. Fue una noche en una fiesta en Corona. El ambiente se descontroló bastante, con sesiones de espiritismo medio desnudos y toda esa mierda… Pero, bueno, esa no es la historia. Recuerdo que salí a dar un paseo para tomar un poco el aire, pero como llovía era difícil saber adónde me dirigía. Doblé la esquina de un callejón y me encontré con un tipo con aspecto andrajoso llorando inclinado sobre una esfera de oscuridad. Yo nunca había visto nada parecido. Tenía forma de globo brillante y parecía flotar encima de sus manos.

—¿Y qué era?

—En ese momento no lo sabía, pero ahora sé que era una Anunciadora.

Luce se quedó pasmada.

—¿Y viste lo que él vislumbraba de una vida pasada? ¿Qué era?

Shelby miró a Luce directamente a los ojos y tragó saliva.

—Fue bastante desagradable, Luce.

—Lo siento —dijo Luce—. Solo preguntaba porque…

Admitir lo que iba a admitir cambiaba mucho las cosas. No cabía duda de que Francesca se opondría por completo a la idea. Pero Luce necesitaba respuestas y también ayuda, sobre todo la ayuda de Shelby.

—Necesito vislumbrar algunas de mis vidas pasadas —añadió Luce—, o por lo menos intentarlo. Últimamente me han ocurrido cosas que se supone que tengo que aceptar porque no me queda más remedio, pero creo que sería mucho más positivo si supiera al menos de dónde vengo o dónde he estado. ¿Lo entiendes?

Shelby asintió.

—Necesito saber qué tuve en el pasado con Daniel para sentirme más segura de lo que tengo ahora con él. —Luce cogió aire—. Ese tipo, el del callejón… ¿viste lo que hacía con la Anunciadora?

Shelby se encogió de hombros.

—Se limitó a darle forma. Entonces yo no sabía lo que era y no sé cómo dio con ella. Por eso la demostración de Francesca y Steven me asustó tanto. Comprendí lo que había ocurrido esa noche y desde entonces intento olvidarlo. No tenía ni idea de que lo que había visto era una Anunciadora.

—Si yo fuera capaz de dar con una, ¿crees que sabrías manipularla?

—No te prometo nada —dijo Shelby—. Pero podría intentarlo. ¿Sabes localizarlas?

—No exactamente, pero no debe ser muy difícil teniendo en cuenta que llevan toda la vida acosándome.

Shelby posó su mano en la de Luce.

—Luce, quiero ayudarte, pero me da miedo. ¿Y si ves algo que… que no deberías ver?

—Cuando rompiste con tu patético novio…

—Creo que ya te he dicho que no…

—Escúchame un momento: ¿no te habría gustado saber cuanto antes lo que te llevó a romper con él? Quiero decir, en caso de que te hubieras comprometido con él o algo por el estilo y entonces…

—¡Basta! —Shelby levantó una mano para que Luce dejara de hablar—. Ya lo he captado. Vamos, busquemos una sombra.

Shelby siguió a Luce por la playa y subieron la escalera empinada de piedra, que estaba salpicada de verbenas maltrechas de color rojo y amarillo que habían logrado crecer en aquel suelo húmedo y arenoso. Atravesaron luego la cuidada zona de césped procurando no molestar a un grupo de alumnos no nefilim que jugaban a Ultimate Frisbee. Pasaron por delante de la ventana de su habitación en el tercer piso de la residencia y giraron por la parte trasera del edificio. Cuando llegaron al linde del bosque de secuoyas, Luce señaló un punto entre los árboles.

—Ahí es donde encontré una la última vez.

Shelby penetró en el bosque delante de Luce y, apartando las largas hojas de arce que, como garras, pendían entre las secuoyas, se detuvo bajo un helecho gigante.

Entre las secuoyas reinaba la más completa oscuridad y Luce se alegró de que Shelby la acompañara. Se acordó del otro día, de lo rápido que había pasado el tiempo mientras acosaba sin éxito a la sombra, y se sintió abrumada.

—Si encontramos y atrapamos una Anunciadora y logramos vislumbrar algo —elucubró—, ¿qué posibilidades crees que tenemos de que pueda revelarnos algo sobre mí y sobre Daniel? ¿Y si solo damos con otra escena horripilante de la Biblia como la que vimos en clase?

Shelby negó con la cabeza.

—Sobre Daniel no lo sé. Pero si logramos invocar a una Anunciadora y luego vislumbrarla, tendrá relación contigo. Al parecer, son específicas del que las invoca… aunque uno no siempre esté interesado en lo que tienen que decirle. Es como recibir spam entre mensajes electrónicos importantes: el mensaje siempre va dirigido a ti.

—¿Cómo es posible que sean específicas del que las invoca? ¿Acaso eso significa que Francesca y Steven estuvieron presentes en la destrucción de Sodoma y Gomorra?

—Bueno, así es. Llevan aquí desde siempre. Se dice que sus currículums son impresionantes. —Shelby dirigió una mirada extraña en Luce—. A ver si dejas de poner los ojos en blanco y piensas un poco. ¿Cómo si no habrían conseguido su trabajo en la Escuela de la Costa? Esta es una escuela realmente buena.

Una forma oscura y resbaladiza se deslizó hacia ellas: la envoltura pesada de una Anunciadora se estiraba perezosamente entre las sombras alargadas de una rama de secuoya.

—Ahí —indicó Luce sin pérdida de tiempo.

Se encaramó a continuación a una rama baja que se extendía detrás de Shelby. Tuvo que aguantarse con un solo pie e inclinarse por completo hacia la izquierda, pudiendo solo así rozar la Anunciadora con las yemas de los dedos.

—No llego.

Shelby entonces cogió una piña y la arrojó al centro de la sombra.

—¡Para! —susurró Luce—. La vas a fastidiar.

—Lo único que fastidia es que seas tan timorata. Extiende la mano.

Luce hizo lo que le decía con un mohín.

Observó entonces cómo la piña rebotaba en el lado expuesto de la sombra; a continuación, oyó el sonido suave y sibilante que normalmente la aterrorizaba. Un lado de la sombra se desprendió de la rama, deslizándose muy suavemente. Luego se soltó y fue a parar al brazo extendido y tembloroso de Luce, que agarró los bordes con los dedos.

Luce bajó de un salto de la rama sobre la que estaba y se acercó a Shelby con la ofrenda fría y viscosa en las manos.

—Trae —dijo Shelby—. Yo cogeré una mitad y tú la otra, igual que en clase. ¡Puaj! Es viscosa. Está bien, ahora suelta. No se irá a ninguna parte, deja simplemente que se enfríe y tome forma.

Pasó un largo rato hasta que la sombra hizo algo. Luce tuvo la sensación de estar jugando con el viejo tablero de la güija de cuando era pequeña. Notó una energía inexplicable en la punta de los dedos. Antes de apreciar alguna diferencia de forma en la Anunciadora, percibió un movimiento leve y continuo.

Entonces se produjo un zumbido: la sombra se contrajo y se replegó de nuevo en su oscuridad. Al poco había adoptado el tamaño y la forma de una caja grande y se mantenía suspendida justo encima de las yemas de sus dedos.

—¿Has visto eso? —preguntó asombrada Shelby, cuya voz apenas se oía por encima del zumbido de la sombra—. Mira el centro.

Igual que había ocurrido en clase, fue como si un velo oscuro se retirara de la Anunciadora y dejara ver un estallido asombroso de color. Luce se protegió los ojos mientras contemplaba cómo la luz brillante se acomodaba en la pantalla formada por la sombra y mostraba una imagen nebulosa y desenfocada. Luego, al fin, empezaron a apreciarse formas diferenciadas en colores apagados.

Se veía una sala de estar. La parte posterior de una butaca reclinable de cuadros de color azul con el reposapiés levantado y un borde deshilachado. Había una televisión vieja panelada en madera que emitía una reposición de Mork and Mindy sin volumen. Enroscado en una alfombra de patchwork redonda había un jack russell terrier rechoncho.

Luce vio oscilar la puerta de lo que parecía ser la cocina. Entró una mujer mucho mayor que la abuela de Luce cuando murió; sujetaba una bandeja con fruta cortada. Llevaba un vestido rosa y blanco, zapatillas de tenis y unas gafas gruesas que le colgaban en un cordón por el cuello.

—¿Quién es esa gente? —se preguntó Luce en voz alta.

Cuando la anciana dejó la bandeja sobre la mesita, una mano manchada asomó en la butaca y cogió un trozo de plátano.

Luce se inclinó para ver mejor, y el centro de la imagen cambió. Era como si la imagen estuviera en 3D. Luce todavía no había advertido la presencia del anciano de la butaca reclinable. Era una persona frágil, con escasos mechones de pelo blanco y manchas de edad en la frente. Movía la boca, pero Luce no lograba oír nada. Una serie de fotografías enmarcadas ocupaba toda la repisa de la chimenea.

El zumbido en los oídos de Luce se intensificó, tanto que le obligó a contraer el rostro. Mientras ella se limitaba a observar esas fotografías con asombro, la Anunciadora centró la imagen en ellas. Luce sintió una especie de latigazo, y tuvo un primer plano de una de las fotografías enmarcadas.

Era un marco fino chapado en oro que se encontraba cerca de un plato de cristal de color; la fotografía pequeña del interior tenía los bordes finamente festoneados en torno a una imagen en blanco y negro algo amarillenta. En ella se veían dos caras: la suya y la de Daniel.

Luce, conteniendo el aliento, escrutó su propia imagen. Parecía apenas un poco más joven que ahora. Melena oscura y larga hasta los hombros peinada con unas ondas anticuadas. Camisa blanca con cuello redondo estilo Peter Pan. Falda amplia acampanada hasta las pantorrillas. Manos con guantes blancos cogidas a las de Daniel, que la miraba sonriente.

La Anunciadora empezó a vibrar y temblar, y la imagen de su interior comenzó a parpadear hasta desaparecer.

—Oh, no… —exclamó Luce dispuesta a meterse dentro. Todo cuanto logró fue tocar con los hombros el borde de la Anunciadora. Una sensación gélida y amarga la empujó hacia atrás, dejándole en la piel una sensación húmeda. Notó una mano en la muñeca.

—Nada de locuras —la advirtió Shelby.

Era demasiado tarde.

La pantalla se ensombreció, y la Anunciadora se desplomó en el suelo del bosque, resquebrajándose en pedazos como un cristal roto. Luce reprimió un gimoteo. Suspiró con fuerza. Era como si una parte de ella hubiera muerto.

Se puso a cuatro patas, apretó la frente contra el suelo y rodó sobre un costado. El frío y la oscuridad eran más intensos que al principio. El reloj de pulsera señalaba que eran más de las dos de la tarde, aunque habían entrado en el bosque por la mañana. Luce volvió la vista hacia el oeste, al lindero del bosque, apreciando así la diferencia de la luz en la residencia. Las Anunciadoras engullían el tiempo.

Shelby se tumbó a su lado.

—¿Estás bien?

—Estoy tan confusa. Esa gente… —Luce se apretó las manos en la frente—. No tengo ni idea de quiénes son.

Shelby se aclaró la garganta y la miró incómoda.

—¿No te parece que… que tal vez los conocías? Hace tiempo. Tal vez eran tus…

Luce esperó a que terminara.

—¿Mis qué?

—¿De verdad que no se te ha ocurrido que tal vez esa gente fueran tus padres en otra vida? ¿Que ese es su aspecto actual?

Luce abrió la boca con asombro.

—No. Un momento. ¿Quieres decir… que he tenido padres distintos en cada una de mis vidas pasadas? Yo creía que Harry y Doreen… habían estado siempre conmigo.

De pronto se acordó de que Daniel le había dicho que su madre en una vida pasada hervía mal la col. En ese momento no le había dado mayor importancia, pero de pronto cobró sentido. Doreen era una cocinera extraordinaria. Todo el mundo al este de Georgia lo sabía.

Lo que significaba que Shelby tenía razón. Era probable que Luce tuviera toda una serie de familias que ella no recordaba en absoluto.

—¡Qué tonta soy! —exclamó.

¿Por qué no había prestado más atención a la apariencia de aquel hombre y aquella mujer? ¿Por qué no se había sentido ni remotamente relacionada con ellos? Le pareció como si acabara de darse cuenta de que era adoptada. ¿Cuántas veces había sido entregada a padres diferentes?

—Esto es… es…

—Una confusión absoluta —terminó Shelby—. Lo sé. Si lo miras desde el punto de vista positivo, si pudieras echar un vistazo a todas tus familias pasadas y vieras los problemas que tuviste con los cientos de madres antes de esta, posiblemente te ahorrarías mucho dinero en terapia.

Luce hundió la cara en las manos.

—Si es que necesitas terapia. —Shelby suspiró—. Lo siento, ¿quién está hablando de nuevo sobre sí misma? —Levantó la mano derecha y luego la bajó lentamente—. Bueno, ya sabes que Shasta no está muy lejos de aquí.

—¿Qué es Shasta?

—El monte Shasta, de California. Está a unas pocas horas en esa dirección. —Shelby dirigió su pulgar en dirección norte.

—Pero las Anunciadoras solo muestran el pasado. ¿De qué serviría ir ahora allí? Seguramente están…

Shelby negó con la cabeza.

—El pasado es una palabra de significado amplio. Las Anunciadoras muestran tanto el pasado remoto como los hechos ocurridos apenas unos segundos atrás, así como todo cuanto queda entre medio. Vi un portátil en la mesa del rincón, así que es posible… bueno, ya sabes.

—Pero si no sabemos dónde viven…

—Puede que tú no. Pero yo he enfocado la vista en una carta y he visto la dirección. La he memorizado. 1291 Shasta Shire Circle. Apartamento 34. —Shelby se encogió de hombros—. Si quisieras visitarlos, podríamos ir y venir en coche en un día.

—Está bien —rezongó Luce. Tenía muchas ganas de hacer esa visita, pero no le parecía posible—. ¿Y en qué coche?

Shelby profirió una risotada falsamente siniestra.

—Solo había una cosa que no era patética en mi patético ex novio. —Metió la mano en el bolsillo de su sudadera y sacó un llavero largo—: Su fabuloso Mercedes, que justamente está aparcado aquí, en el aparcamiento para estudiantes. Y estás de suerte, porque me olvidé de devolverle la copia de la llave.

Se marcharon antes de que alguien pudiera detenerlas.

Luce encontró un mapa en la guantera y dibujó con el dedo una línea hasta Shasta. Dio algunas indicaciones a Shelby, que conducía como alma que lleva el diablo, aunque el Mercedes granate no parecía protestar.

Se preguntó cómo Shelby era capaz de mantener tan bien la calma. Si ella hubiera roto con Daniel y hubiera «tomado prestado» su coche por la tarde, no habría podido dejar de recordar las excursiones que habían hecho, las peleas que habían tenido mientras iban al cine, o lo que habían hecho en el asiento de atrás con todas las ventanas subidas. Sin duda, Shelby pensaba en su antiguo novio. A Luce le hubiera gustado preguntar, pero su amiga ya había dejado muy claro que aquel tema estaba prohibido.

—¿Te vas a cambiar el peinado? —preguntó Luce al final, recordando lo que Shelby había dicho sobre cómo sobreponerse a las rupturas—. Si lo haces yo te podría ayudar.

Shelby hizo un mohín.

—Ese bicharraco ni siquiera se merece eso. —Tras una larga pausa añadió—: Pero gracias.

El viaje les llevó buena parte de la tarde, y Shelby se la pasó desahogándose, peleándose con la radio, buscando en el dial las cosas más raras. El aire se tornó más fresco; los árboles se volvieron menos espesos y la altura del paisaje fue subiendo. Luce se concentró en tranquilizarse mientras imaginaba cien encuentros distintos con aquellos padres. Intentó no pensar en lo que Daniel diría si supiera adónde se dirigía.

—Aquí está —indicó Shelby cuando una enorme montaña coronada de nieve apareció justo delante de la carretera—. La ciudad está a sus pies. Deberíamos llegar antes de la puesta de sol.

Luce no sabía cómo agradecer a Shelby que la hubiera acompañado hasta allí tan rápidamente. Fuera lo que fuese lo que había tras el cambio de actitud de Shelby, Luce se sentía enormemente agradecida: no habría sido capaz de hacerlo sola.

La ciudad de Shasta era estrambótica y pintoresca, llena de personas mayores paseando tranquilamente por sus amplias avenidas. Shelby bajó los cristales del coche y dejó que entrara la fresca brisa del anochecer. Aquello alivió el estómago de Luce, donde se formaba un nudo ante la perspectiva de tener que hablar con las personas que había visto en la Anunciadora.

—¿Qué se supone que he de decirles? «¡Sorpresa! Soy vuestra hija que regresa de la muerte». —Luce ensayó en voz alta mientras aguardaban ante un semáforo.

—A menos que quieras aterrorizar por completo a una entrañable pareja de ancianos, tendremos que elaborar un plan —dijo Shelby—. ¿Por qué no finges ser una vendedora, así te podrás acercar a la puerta y tantearlos un poco?

Luce se miró los vaqueros, las zapatillas de tenis gastadas y su mochila de color morado. Su aspecto no era el de una comercial eficiente.

—¿Y qué se supone que vendo?

Shelby reanudó la marcha.

—Lavados de coche, o chorradas por el estilo. Puedes decirles que llevas unos vales en el bolso. Yo hice eso un verano yendo de casa en casa. Estuvieron a punto de dispararme. —Se estremeció y luego miró el rostro pálido de Luce—. ¡Vamos, mujer! Mamá y papá no van a dispararte. ¡Oh, mira, ya hemos llegado!

—Shelby, ¿podemos quedarnos un momento sentadas en silencio? Creo que necesito respirar.

—Lo siento. —Shelby entró en un gran aparcamiento que daba a un pequeño complejo de adosados de una sola planta—. Te dejaré respirar.

A pesar de su nerviosismo, Luce tuvo que admitir que se trataba de un lugar agradable y bonito. Se trataba de una hilera de bungalows dispuestos en semicírculo en torno a un estanque. Había un edificio de entrada principal con varias sillas de ruedas en el exterior junto a las puertas. En un gran letrero se leía BIENVENIDOS A LA RESIDENCIA PARA JUBILADOS DEL CONDADO DE SHASTA.

Se notaba la garganta tan seca que le dolía tragar saliva. No sabía si sería capaz de pronunciar dos palabras ante esas personas. Quizá, se dijo, era de esas cosas a las que no hay que dar muchas vueltas. Tal vez solo tenía que acercarse, llamar a la puerta y luego improvisar lo siguiente.

—Apartamento 34. —Shelby forzó la vista hacia un edificio cuadrado de paredes enyesadas con tejado de tejas rojas—. Parece que está por aquí. Si quieres yo podría…

—¿Esperar en el coche a que regrese? Fabuloso. Muchas gracias. ¡No estaré mucho rato!

Antes de que Luce perdiera por completo los nervios, abrió la puerta del coche y salió a toda prisa hacia la acera sinuosa que llevaba al edificio. El aire era cálido y estaba impregnado de un intenso perfume a rosas. Por todas partes había entrañables ancianos: en varios equipos en la cancha de tejo cercana a la entrada; dando un paseo vespertino por un jardín primorosamente cuidado de flores junto a la piscina. Bajo aquella luz crepuscular, Luce forzó la vista para localizar a la pareja entre los grupos, pero nadie le pareció familiar. Tuvo que dirigirse directamente a su casa.

Desde la acera que llevaba al bungalow, Luce vio luz vislumbrado en la ventana. Se acercó hasta poder ver mejor.

Era asombroso: la misma estancia que había vislumbrado antes en la Anunciadora. Incluso el pequeño perro blanco y gordo dormido en la alfombra. Oyó cómo se fregaban los platos en la cocina y vio los finos tobillos, con calcetines marrones, de quien años atrás había sido su padre.

No le parecía que fuera su padre, igual que tampoco la mujer tenía el aspecto de ser su madre. No es que tuvieran nada de malo. Parecían muy agradables. Unos perfectos y agradables… desconocidos. Si llamaba a la puerta y se inventaba una historia sobre lavados de coche, ¿le resultarían menos desconocidos?

No, decidió. Pero, además, aunque ella no reconociera a sus padres, si ellos realmente lo eran la reconocerían a ella.

Se sintió estúpida por no haber pensado antes en ello. Con solo mirarla una vez sabrían si era su hija. Sus padres eran mayores que la mayoría de la gente que había visto en la calle. El impacto podría ser demasiado para ellos. De hecho, ya resultaba chocante para Luce, no digamos para la pareja, que le llevaba unos setenta años.

Para entonces, Luce apretaba la cara contra la ventana de la sala de estar, oculta detrás de un cactus con espinas. Tenía los dedos sucios por haberlos posado en el alféizar de la ventana. Si su hija había muerto cuando tenía dieciséis años, seguramente llevaban cincuenta años llorándola. A esas alturas ya lo habrían superado. ¿O no? Lo último que necesitaban es que Luce se les apareciera inopinadamente detrás de un cactus.

Shelby se decepcionaría. La propia Luce también se sentía decepcionada. Fue doloroso percatarse de que eso sería todo lo cerca que podría estar de ellos. Agarrada del alféizar de la ventana de la casa de sus antiguos padres, Luce sintió que las lágrimas le rodaban por las mejillas. Ni siquiera sabía cómo se llamaban.