Trece días
—Aquí está. —Una voz chillona atronó al otro lado de la puerta de Luce a primera hora de la mañana siguiente. Alguien estaba golpeándola—. ¡Por fin está aquí!
Los golpes eran cada vez más insistentes. Luce no sabía qué hora era, pero sí que era demasiado pronto para las risitas tontas que se oían al otro lado de la puerta.
—Tus amigas —exclamó Shelby desde la parte alta de la litera.
Luce salió de la cama refunfuñando. Levantó la vista hacia Shelby, que estaba tumbada boca abajo en la litera, completamente vestida con vaqueros y un chaleco rojo grueso, haciendo el crucigrama del sábado.
—¿Alguna vez duermes? —musitó Luce acercándose al armario para coger la bata de cuadros de color violeta que su madre le había hecho cuando cumplió trece años y que todavía le quedaba bien.
Apretó la cara junto a la mirilla y vio las caras deformadas y sonrientes de Dawn y Jasmine. Iban vestidas con bufandas de colores y orejeras peludas. Jasmine sostenía una bandeja con cuatro tazas de café, mientras Dawn, que llevaba una gran bolsa de papel marrón en la mano, volvía a aporrear la puerta.
—¿Piensas hacer que se marchen, o llamo al servicio de seguridad del campus? —preguntó Shelby.
Luce, sin hacerle caso, abrió la puerta, y las dos chicas entraron como una exhalación en la habitación hablando a toda prisa.
—¡Por fin! —dijo Jasmine riendo y entregando a Luce una taza de café antes de dejarse caer en la cama deshecha—. Tenemos tantas cosas de que hablar…
Aunque ni Dawn ni Jasmine la habían visitado antes en su habitación, a Luce le gustó que se comportasen como si estuvieran en su casa. Le recordaron a Penn, que había «tomado prestada» la copia de llave de la habitación de Luce para poder entrar en ella cuando surgiera la necesidad.
Luce bajó la vista hacia su café y tragó saliva, a sabiendas de que no podía ponerse sentimental ahora ante aquellas tres.
Dawn estaba en el baño hurgando en los armarios junto al lavamanos.
—Como miembro del comité de planificación, creemos que deberías participar en el discurso de bienvenida de hoy —dijo y, levantando la vista hacia Luce con incredulidad, preguntó—: ¿Cómo es que no estás vestida aún? El yate va a zarpar en menos de una hora.
Luce se frotó la frente.
—¿De qué estás hablando?
—¡Oh, vaya! —Dawn gruñó de forma exagerada—. ¿Amy Branshaw? ¿Mi compañera de laboratorio? ¿La del padre con un yate enorme? ¿Te suena algo de lo que he dicho?
Entonces a Luce le vino todo a la cabeza. La excursión en yate por la costa. Jasmine y Dawn habían presentado su fantasioso proyecto como una propuesta educativa al comité de eventos de la Escuela de la Costa, esto es, a Francesca, y, no se sabía como, habían conseguido su aprobación. Luce se había mostrado dispuesta a colaborar, pero no había hecho nada. En ese momento recordó la expresión de Daniel cuando se lo contó y cómo rechazó al instante la idea de que Luce pudiera pasárselo bien sin él.
Dawn hurgaba en el armario de Luce. Al final sacó un vestido de manga larga y de color berenjena, se lo lanzó a Luce y la empujó hacia el baño.
—No olvides ponerte leggins debajo. En el mar hace frío.
Entretanto, Luce desconectó el móvil del cargador. La noche anterior, después de que Cam la llevara a la escuela, se había sentido tan aterrorizada y sola que había roto la regla número uno del señor Cole y había enviado un mensaje de texto a Callie. Si el señor Cole supiera cuánto necesitaba escuchar una voz amiga… seguramente se enfadaría mucho con ella, pero ya era demasiado tarde.
Abrió la carpeta de los mensajes de texto y se acordó de cómo le habían temblado los dedos mientras escribía ese texto plagado de mentiras:
¡Por fin tengo móvil! Mala recepción. Llamaré cuando pueda. Aquí todo va bien, pero te echo de menos. ¡Escribe pronto!
Callie no había respondido.
¿Estaba enferma? ¿Ocupada? ¿Fuera de la ciudad?
¿La ignoraba por haberla ignorado?
Luce se miró al espejo. Tenía mal aspecto y se sentía fatal. Pero se había comprometido a ayudar a Dawn y a Jasmine, así que se puso el vestido y se recogió el pelo rubio con un par de horquillas.
Cuando salió del baño, Shelby se estaba sirviendo el desayuno que las chicas habían traído en la bolsa de papel. Realmente resultaba apetitoso: pastas danesas de cereza y buñuelos de manzana; bollos y rollitos de canela, y tres tipos de zumo distintos. Jasmine le pasó un enorme bollo de salvado y un canuto de crema de queso.
—Alimento para el cerebro.
—¿Qué es todo esto?
Miles asomó la cabeza por la puerta levemente entornada. Luce no le veía los ojos, que estaban ocultos bajo la gorra de béisbol que llevaba, pero el pelo castaño se le salía por los lados y en la cara se le dibujaban unos grandes hoyuelos al sonreír. Dawn lanzó unas cuantas risitas de inmediato por el simple motivo de que Miles era mono y de que Dawn era así.
Pero Miles, sin embargo, no se dio por enterado. De hecho, en un grupo de chicas propiamente dicho él se mostraba más relajado y tranquilo que la propia Luce. Tal vez se debiera a que tenía muchas hermanas, o algo así. No era como los otros chicos de la Escuela de la Costa, que mantenían una reserva fingida. Miles era auténtico.
—Y tú, ¿es que no tienes amigos de tu mismo género? —preguntó Shelby fingiendo estar más molesta de lo que se sentía en realidad. Ahora que Luce conocía un poco mejor a su compañera de habitación, empezaba a considerar casi encantador el humor negro de Shelby.
—Por supuesto. —Miles entró en la habitación tranquilamente—. El problema es que mis amigos no acostumbran aparecer en mi cuarto con el desayuno.
Cortó un enorme rollito de canela de la bolsa y le pegó un gran bocado.
—Estás muy guapa, Luce —dijo con la boca llena.
Luce se sonrojó, Dawn dejó de reírse, y Shelby tosió contra su manga.
—¡Qué incómodo!
Luce pegó un respingo al oír el aviso de los altavoces del pasillo. Los demás la miraron como si estuviera loca, pero ella seguía acostumbrada a los anuncios de castigo que comunicaba la secretaría del director en Espada & Cruz. En lugar de eso, la voz cristalina de Francesca se coló en la habitación.
«Buenos días, Escuela de la Costa. Para quienes queráis acompañarnos en la excursión de hoy en yate, el autobús que nos llevará al club náutico partirá dentro de diez minutos. Nos reuniremos en la entrada sur. ¡No olvidéis abrigaros!»
Miles cogió otra pasta para el camino. Shelby cogió un par de botas impermeables de topos. Jasmine se apretó la cinta de sus orejeras de color rosa y se encogió de hombros.
—¡Adiós a los preparativos! Tendremos que improvisar el discurso de bienvenida.
—¡Siéntate con nosotras en el autobús! —le ordenó Dawn—. Lo planificaremos todo camino de Noyo Point.
Noyo Point. Luce tuvo que esforzarse para tragarse un bocado del bollo de salvado. La expresión de la Proscrita muerta cuando aún estaba viva. El desagradable regreso a casa en coche con Cam… Esos recuerdos le ponían la carne de gallina. De nada servía que Cam le hubiera refregado en la cara haberle salvado la vida. Y, además, justo después de decirle que no abandonara el campus de nuevo.
Era raro que le hubiera dicho eso. Parecía casi como si él y Daniel estuvieran confabulados.
Luce se quedó sentada en el borde de la cama con gesto de incredulidad.
—¿Así que vamos todos?
Ella nunca había roto una promesa hecha a Daniel. Pero, en realidad, jamás le había prometido que no iría en yate. Esa prohibición le parecía tan severa y fuera de lugar que, por su bien, estaba decidida a no hacerle caso. Por otra parte, si accedía a seguir las normas impuestas por Daniel, tal vez no tendría que encontrarse en la desagradable situación de que alguien fuera asesinado. Pero quizá eso no eran más que paranoias suyas. Aquella nota la había hecho salir expresamente del campus. En cambio, una salida en barco con la escuela era algo totalmente distinto. Los Proscritos no iban a pilotar el yate.
—¡Pues claro que vamos todos! —Miles tomó a Luce por la mano, la hizo levantarse y la condujo hasta la puerta—. ¿Por qué no íbamos a ir?
Era el momento de elegir. Podía quedarse a salvo en el campus tal como Daniel (y Cam) le había dicho que hiciera, como si fuera una prisionera. O podía cruzar el umbral y demostrarse a sí misma que su vida le pertenecía.
Una hora y media más tarde, Luce y la mitad de los alumnos de la Escuela de la Costa se encontraban frente a un yate de lujo blanco y resplandeciente de unos cuarenta metros de eslora.
En la zona de la Escuela de la Costa el día era despejado, pero abajo, en las aguas del club náutico situado junto a los muelles, aún reinaba la fina capa de niebla del día anterior. Cuando Francesca bajó del autobús, susurró: «Ya basta», y levantó las manos al aire.
Con un gesto muy natural, como si descorriera las cortinas de una ventana, Francesca separó literalmente la niebla con los dedos, dejando a la vista una gran superficie de cielo despejado justo sobre la reluciente embarcación.
Lo hizo de un modo tan discreto que ninguno de los estudiantes o profesores no nefilim habría podido afirmar otra cosa aparte de que era obra de la naturaleza. Luce no daba crédito a lo que sus ojos habían visto, hasta que Dawn empezó a aplaudir con discreción.
—Asombroso, como siempre.
Francesca sonrió levemente.
—Sí. Así está mejor, ¿verdad?
Luce cayó en la cuenta de todos los detalles que podrían ser obra de un ángel. El trayecto en el autobús de alquiler había resultado mucho más agradable que el que había hecho ella misma bajo la lluvia en un autobús público el día anterior. Los escaparates de las tiendas parecían renovados, como si toda la localidad hubiera recibido una mano de pintura.
Los alumnos se dispusieron en fila para subir al yate, que, como todas las cosas caras, era despampanante. Su diseño elegante tenía la forma curva de una concha de mar y sus tres pisos disponían cada uno de una amplia cubierta de color blanco. Desde la cubierta de proa por la que entraron, Luce vio por los enormes ventanales tres camarotes lujosamente equipados. Bajo el cálido sol del club náutico, las preocupaciones de Luce sobre Cam y los Proscritos parecían ridículas y se sorprendió al ver que se desvanecían.
Siguió a Miles al camarote del segundo piso del yate. La estancia tenía las paredes de color marrón oscuro, muy sobrias, con unas banquetas largas de color blanco y negro apostadas en las paredes curvas. Había ya media docena de estudiantes desplomados en los asientos tapizados picando de la abundante comida que había sobre las mesitas.
En la barra, Miles abrió una lata de cola, la sirvió en dos vasos de plástico y le entregó uno a Luce.
—Y entonces el demonio le dice al ángel: «¿Demandarme? ¿Y dónde crees que vas a encontrar un abogado?». —Le dio un codazo—. ¿Lo captas? Se supone que los abogados…
Un chiste. Luce se había distraído y no se había dado cuenta de que Miles le estaba contando un chiste. Se forzó a reaccionar con una gran risotada, e incluso dio un golpecito en la barra. Miles la miró aliviado, tal vez también con cierto recelo ante aquella reacción tan exagerada.
—Uau —dijo Luce incómoda tras abandonar su risa fingida—. ¡Qué bueno!
A la izquierda de ambos, Lilith, la melliza alta y pelirroja a la que Luce había conocido el primer día de clase, se quedó a medio morder el tartar de atún.
—¿Qué asco de chiste es ese? —Miraba directamente a Luce con el ceño fruncido, y sus labios brillantes denotaban disgusto—. ¿De veras te parece divertido? ¿Acaso has estado alguna vez en el Infierno? Pues te aseguro que no tiene ninguna gracia. De Miles era de esperar, pero yo creía que tú tenías mejor gusto.
Luce se sorprendió.
—No pensaba que fuera cuestión de gusto —contestó—. En cualquier caso, estoy por completo con Miles.
—Chist. —Las manos bien cuidadas de Francesca se posaron de pronto en los hombros de Luce y de Lilith—. Sea cual sea la cuestión, recordad: estáis en un barco con setenta y tres alumnos no nefilim. La palabra del día es «discreción».
Esa seguía siendo para Luce una de las cosas más asombrosas de la Escuela de la Costa: el tiempo que pasaban con los alumnos normales de la escuela, fingiendo no hacer lo que en realidad hacían en el pabellón nefilim. Luce aún quería hablar con Francesca de las Anunciadoras, explicarle lo que había hecho días atrás en el bosque.
Francesca se marchó y Shelby apareció junto a Luce y Miles.
—Decidme, ¿hasta qué punto tengo que ser discreta para hacer que setenta y tres alumnos no nefilim metan la cabeza en el váter?
—¡Qué mala eres! —Luce se echó a reír y luego miró con sorpresa la bandeja de aperitivos que Shelby les ofrecía—. ¡Pero mira quién está compartiendo! ¡Y tú te jactas de ser hija única!
Shelby retiró bruscamente la bandeja después de que Luce tomara una aceituna.
—Sí, bueno, pero no te acostumbres.
Cuando el motor se puso en marcha, todos los alumnos estallaron en vítores. A Luce le gustaban especialmente esos momentos en la Escuela de la Costa, cuando no podía distinguir quién era nefilim y quién no. Fuera había una fila de chicas enfrentándose al frío, riéndose mientras su pelo ondeaba al viento. Unos compañeros de su clase de historia estaban organizando una partida de póquer en un rincón del camarote principal. Luce supuso que encontraría a Roland en esa mesa, pero curiosamente no lo vio por ningún lado.
Cerca del bar, Jasmine tomaba fotografías de todo, mientras Dawn, agitando al aire un papel y un bolígrafo, le hacía señas a Luce para recordarle que tenían que escribir el discurso. Luce se dispuso a ir hacia ellas cuando por el rabillo del ojo vio a Steven al otro lado de la ventana.
Estaba solo, apoyado en la barandilla, envuelto en una larga gabardina negra y tocado con un sombrero fedora que le cubría el pelo entrecano. Todavía le inquietaba pensar que era un demonio, especialmente porque al menos lo que sabía de él le gustaba. Por otra parte, su relación con Francesca confundía a Luce aún más. Formaban una unidad especial. Recordó lo que Cam había dicho la noche anterior acerca de que él y Daniel no eran tan distintos. La comparación aún le inquietaba cuando corrió la puerta corredera de cristal tintado para abrirla y salió a cubierta.
Desde el barco, al oeste solo veía el azul infinito del océano superpuesto al azul del cielo despejado. Las aguas estaban tranquilas, pero una fuerte brisa recorría los costados de la embarcación. Al acercarse a Steven, Luce tuvo que agarrarse a la barandilla, entrecerrar los ojos por el brillo del sol y protegerse la vista con la mano. Francesca no se veía por ningún lado.
—Hola, Luce. —Steven sonrió y se quitó el sombrero cuando ella alcanzó la barandilla. Aunque era noviembre, tenía la piel bronceada—. ¿Cómo va todo?
—Menuda pregunta —respondió ella.
—¿Te has agobiado mucho esta semana? ¿Nuestra demostración con la Anunciadora te impresionó mucho? ¿Sabes?… —Bajó la voz—, eso no lo habíamos enseñado nunca.
—¿Impresionarme? No, me encantó. —Se apresuró a responder Luce—. Quiero decir… Fue difícil verlo, pero a la vez también fue fascinante. De hecho, me gustaría hablar de ello con alguien…
Mientras Steven la miraba fijamente, Luce recordó la conversación que había oído de sus dos profesores con Roland. Sabía que era Steven, y no Francesca, el más dispuesto a incluir las Anunciadoras en el programa de estudios.
—Me gustaría saberlo todo de ellas.
—¿Todo? —Steven ladeó la cabeza de modo que el sol le dio completamente en la piel ya de por sí bronceada—. Eso requiere tiempo. Existen trillones de Anunciadoras, una prácticamente por todos y cada uno de los momentos de la historia. Es un campo infinito. La mayoría de nosotros ni siquiera sabemos por dónde empezar.
—¿Y por eso no lo habíais enseñado antes?
—Es una cuestión controvertida —dijo Steven—. Hay ángeles que no conceden ningún valor a las Anunciadoras. O que creen que lo malo que con frecuencia proclaman es superior a lo bueno. Consideran que quienes las defendemos, como un servidor, somos un hatajo de ratas de la historia, demasiado obsesionados con el pasado como para prestar atención a los pecados del presente.
—Pero eso es como decir que el pasado carece de valor.
Si eso fuera cierto, significaría que todas las vidas anteriores de Luce no habían servido para nada y que su historia con Daniel carecía también de importancia. Por lo tanto, lo único que ella debía tener en cuenta era lo que sabía de Daniel en esta vida. ¿Y eso era suficiente?
No. No lo era.
Tenía que creer que había algo más que lo que sentía por Daniel: una historia valiosa y secreta con algo más que unas cuantas noches de besos felices y otras de disputas. A fin de cuentas, si el pasado carecía de valor, eso era todo lo que tenían.
—Por la cara que pones —dijo Steven—, diría que ya tengo a otra partidaria.
—Espero que no andes llenando la cabeza de Luce con alguna de esas guarradas demoníacas tuyas. —Francesca estaba detrás de ellos con los brazos en jarras y el ceño fruncido. Hasta que se echó a reír, Luce no supo si bromeaba.
—Hablábamos de las sombras… Bueno, quiero decir, de las Anunciadoras —explicó Luce—. Steven me decía que cree que hay trillones.
—Steven también cree que a él no le hace falta llamar al fontanero cuando el baño tiene un escape. —Francesca sonrió con calidez, pero en su voz había algo que incomodaba a Luce, como si hubiera hablado con demasiado atrevimiento—. ¿Tienes ganas de ver más escenas cruentas como la que vislumbramos en clase el otro día?
—No, no quería decir eso…
—Hay motivos por los que hay cosas que es mejor dejarlas en manos de los expertos. —Francesca miraba a Steven—. Igual que los escapes de agua en un baño… Me temo que las Anunciadoras, por tratarse de ventanas al pasado, son precisamente una de esas cosas.
—Por supuesto, entendemos por qué tú en particular estás tan interesada en ellas —añadió Steven, acaparando toda la atención de Luce.
Steven había dado en el blanco: sus vidas anteriores.
—Pero tienes que comprender —prosiguió Francesca— que vislumbrar sombras es tremendamente arriesgado sin el entrenamiento debido. Si te interesa, hay universidades y programas académicos rigurosos de los que me encantará hablarte en el momento oportuno. Pero por ahora, Luce, deberás disculpar el error de haberlas presentado prematuramente en una clase de instituto, así que tendrás que conformarte con cómo están las cosas.
Luce se sintió rara y escrutada; ambos mantenían la vista clavada en ella.
Al inclinarse un poco sobre la barandilla, vio a sus amigos debajo, en la cubierta principal del barco. Miles miraba por unos binoculares e intentaba señalarle algo a Shelby, que, pertrechada tras sus enormes gafas Ray-Ban, no le prestaba la menor atención. En la popa, Dawn y Jasmine estaban sentadas en un saliente con Amy Branshaw, todas ellas inclinadas sobre una carpeta y tomando notas a toda velocidad.
—Debería ir a ayudarlas con el discurso de bienvenida —dijo Luce, apartándose de Francesca y Steven. Mientras bajaba por la escalera de caracol sintió la mirada de ambos posada en su espalda. Una vez en la cubierta principal, pasó por debajo de una hilera de velas enrolladas y se abrió camino entre un grupo de estudiantes no nefilim que se encontraban de pie en un círculo aburrido en torno al señor Kramer, el delgado profesor de biología, que les explicaba algo acerca del frágil ecosistema que tenían justo a sus pies.
—¡Aquí estás! —Jasmine introdujo a Luce en el grupo—. Por fin el plan toma forma.
—¡Perfecto! ¿Qué puedo hacer para ayudaros?
—A las doce tocaremos la campana. —Dawn señaló una enorme campana de latón que colgaba de una polea en una vara blanca cerca de la proa del barco—. A continuación, daré la bienvenida a todo el mundo; luego Amy hablará de cómo surgió la idea del viaje, y Jasmine hará un repaso de los eventos sociales que van a celebrarse este semestre. Solo falta que alguien hable del medio ambiente.
Las tres dirigieron la mirada a Luce.
—¿El barco es un híbrido o algo parecido? —quiso saber Luce.
Amy se encogió de hombros y negó con la cabeza.
Dawn tuvo una idea y se le iluminó la cara.
—Podrías decir algo así como que estar aquí nos hace a todos más conscientes del medio ambiente, porque quien vive cerca de la naturaleza se comporta de acuerdo con ella.
—¿Sabes escribir poemas? —preguntó Jasmine—. Podrías hacer uno de risa.
A Luce, que se sentía culpable por no haber asumido ninguna responsabilidad real, le pareció necesario mostrarse conforme con la idea.
—Poesía medioambiental —dijo pensando que lo único que se le daba peor que la poesía y la biología marina era hablar en público—. De acuerdo, lo haré.
—¡Perfecto! ¡Uf! —Dawn se pasó la mano por la frente—. Bien, lo que yo he pensado es…
Se subió de un salto al saliente donde estaba sentada y empezó a enumerar con los dedos una serie de cosas.
Luce sabía que debía prestar atención a las propuestas de Dawn («¿No sería fantástico ponernos en fila por orden de altura, de mayor a menor?»), sobre todo considerando que en breve ella tendría que decir algo inteligente, y que rimara, sobre el medio ambiente ante un centenar de compañeros. Sin embargo, su pensamiento estaba aún muy ofuscado por la extraña conversación que había mantenido con Francesca y Steven.
«Dejar a las Anunciadoras en manos de expertos». Si Steven estaba en lo cierto y realmente había una Anunciadora para todos y cada uno de los momentos de la historia, afirmar aquello era como decir que había que dejar todo el pasado en manos de los especialistas. Pero Luce no pretendía parecer una entendida en Sodoma y Gomorra; lo único que le interesaba era su pasado, el suyo y el de Daniel. Y si alguien tenía que ser experto en esas cuestiones, Luce entendía que tenía que ser ella misma.
Sin embargo, tal como Steven había dicho: había un trillón de sombras ahí fuera. Si ya resultaba prácticamente imposible localizar aquellas que guardaban cierta relación con ella y Daniel, menos aún podía saber qué hacer con ellas en caso de encontrarlas.
Levantó la mirada hacia la cubierta del segundo piso. Allí no se veían más que las coronillas de Francesca y Steven. Con algo de imaginación, Luce se podía figurar que estaban sumidos en una agria discusión sobre ella. Y también sobre las Anunciadoras. Probablemente estuvieran acordando no volver a hablarle de ellas nunca más.
Luce tenía la certeza de que, en las cuestiones referidas a su pasado, debía actuar sola.
Pero… un momento…
El primer día de clase, en el ejercicio para romper el hielo Shelby había dicho que…
Luce se puso de pie, ajena por completo al hecho de que se encontraba en medio de una reunión. Mientras atravesaba la cubierta oyó a su espalda un grito penetrante.
Tras girarse hacia el lugar de donde procedía el sonido, Luce vio el destello de algo blanco cayendo por la proa.
Al cabo de un segundo, la mancha desapareció.
Y luego se oyó el ruido de una salpicadura en el agua.
—¡Oh, Dios mío! ¡Dawn!
Jasmine y Amy gritaban, con el cuerpo doblado por encima de la proa y la vista clavada en el agua.
—¡Voy a buscar el bote salvavidas! —gritó Amy entrando en el camarote.
Luce subió de un salto al saliente junto a Jasmine. Lo que vio le hizo tragar saliva. Dawn había caído por la borda y se debatía en el agua. Al principio, se le veía el pelo negro y los brazos agitándose con desesperación, pero cuando levantó la vista Luce vio el terror escrito en su pálido rostro.
Un angustioso segundo más tarde, una ola enorme engulló el cuerpo diminuto de Dawn. El barco todavía se movía, apartándose cada vez más de ella. Las chicas temblaban, esperando que Dawn volviera a sacar la cabeza a la superficie.
—¿Qué ha ocurrido? —preguntó Steven, que apareció de pronto junto a ellas. Francesca, entretanto, desataba un salvavidas de espuma situado bajo la proa.
Los labios de Jasmine temblaban.
—Iba a tocar la campana para llamar la atención de todos y pronunciar el discurso. Apenas se ha inclinado hacia fuera. No sé cómo ha podido perder el equilibrio.
Luce volvió a mirar con angustia hacia la proa del barco. La caída a aquellas aguas gélidas era de unos nueve metros más o menos, y ni rastro de Dawn.
—¿Dónde está? —gritó Luce—. ¿Sabe nadar?
Sin aguardar la respuesta, arrebató el salvavidas de las manos de Francesca, pasó una mano por él y se encaramó a la proa.
—¡Luce! ¡Para!
Pero ya era demasiado tarde, Luce se precipitó al agua inspirando. Al hacerlo, pensó en Daniel y recordó su última zambullida en el lago.
Primero sintió el frío en las costillas; notó una fuerte tensión en los pulmones a causa de la diferencia térmica. Esperó a que su descenso se detuviera y luego batió los pies para salir a la superficie. Las olas le pasaban por encima de la cabeza, metiéndole sal por la boca y la nariz, pero ella asía el salvavidas con fuerza. Aunque nadar con él le resultaba molesto, sabía que cuando encontrase a Dawn, si lo conseguía, ambas necesitarían mantenerse a flote hasta que apareciera el bote salvavidas.
De lejos oía ruidos procedentes del yate; la gente corría por la cubierta gritando su nombre. Si quería ser de ayuda a Dawn, tenía que hacer oídos sordos.
Entonces a Luce le pareció atisbar la forma oscura de la cabeza de Dawn en aquellas aguas gélidas. Nadó a contracorriente hacia allí. Notó algo en el pie, tal vez una mano, pero luego desapareció y Luce no supo si había sido Dawn o no.
No podía sumergirse y sostener a la vez el salvavidas; tenía la terrible sospecha de que Dawn estaba más abajo. Aunque sabía que no podía soltar el salvavidas, si no lo hacía no podría salvar a su amiga.
Finalmente lo dejó a un lado, se llenó los pulmones de aire y se zambulló dando grandes brazadas hasta que el calor de la superficie desapareció y el agua se volvió tan fría que dolía. No veía nada, así que se limitó a intentar agarrar cualquier cosa con las manos, con la esperanza de alcanzar a Dawn antes de que fuera demasiado tarde.
Lo primero que vio Luce fue el pelo de Dawn, la fina mata de ondas cortas y oscuras. Al tantear más abajo palpó la mejilla de su amiga, luego el cuello y finalmente el hombro. Dawn se había hundido mucho en poco tiempo. Luce le pasó los brazos por debajo de las axilas y luego la aupó con todas sus fuerzas, batiendo vigorosamente las piernas hacia la superficie.
Estaban a bastante profundidad y la luz del día brillaba a lo lejos.
Dawn resultaba más pesada de lo que era, parecía que llevara un enorme lastre atado a ella que las arrastraba hacia las profundidades.
Por fin alcanzaron la superficie. Dawn escupió, arrojó agua por la boca y tosió. Tenía los ojos enrojecidos y el pelo pegado a la frente. Luce, rodeándola con un brazo por el pecho, avanzó suavemente hacia el salvavidas.
—Luce… —susurró Dawn. Bajo aquel oleaje fuerte, Luce no podía oírla, aunque logró leerle los labios—. ¿Qué ocurre?
—No lo sé. —Luce sacudió la cabeza intentando mantenerse a flote.
—¡Acércate al bote salvavidas!
El grito venía de atrás. Sin embargo, nadar era imposible. Apenas podían mantener la cabeza fuera del agua.
Entretanto, la tripulación bajó un bote salvavidas con Steven a bordo. En cuanto la embarcación tocó las aguas del océano, empezó a remar con fuerza hacia ellas. Luce cerró los ojos y dejó que con la siguiente ola la invadiera una sensación de alivio. Solo tenía que resistir un poco más para que las dos estuviesen a salvo.
—¡Agarradme de la mano! —gritó Steven a las chicas.
Luce sentía las piernas como si llevara una hora nadando. Empujó a Dawn para que saliera primero.
Steven se había quitado toda la ropa excepto los pantalones y la camisa blanca, que ahora llevaba empapada y pegada al pecho. Cuando fue a ayudar a Dawn, sus brazos musculosos estaban muy hinchados. Gruñó con el rostro enrojecido por el esfuerzo, y la levantó. En cuanto Dawn quedó colgada en la borda de forma que no podía volver a caerse, Steven se volvió y se apresuró a coger a Luce de los brazos.
Ayudada por él, a ella le pareció que no pesaba, que prácticamente se elevaba del agua. No fue hasta que su cuerpo se deslizó dentro del bote cuando se dio cuenta de lo mojada y fría que estaba.
Excepto donde Steven había puesto los dedos.
Ahí, las gotas de agua de la piel emanaban vapor.
Tras incorporarse para sentarse, se apresuró a ayudar a Steven a meter todo el cuerpo de Dawn dentro del bote. La muchacha estaba exhausta y apenas podía sostenerse. Luce y Steven tuvieron que agarrarla cada uno por un brazo para incorporarla. Cuando estaba prácticamente dentro, Luce notó como si algo tirara de Dawn tratando de sumergirla de nuevo en el agua.
Dawn abrió sus oscuros ojos y gritó mientras resbalaba hacia atrás, escurriéndose de las manos húmedas de Luce, a la que pilló desprevenida. Luce cayó repentinamente de espaldas, contra el costado del bote.
—¡Aguanta!
Steven logró agarrar a tiempo a Dawn por la cintura. Se puso de pie y la embarcación estuvo a punto de volcar. Mientras él se esforzaba en sacar a la chica del agua, Luce observó un delicado resplandor dorado que recorría la espalda del profesor.
Eran sus alas.
Asomaron al instante, casi involutariamente, justo cuando Steven más necesitaba todas sus fuerzas. Refulgían con el destello de las joyas caras que Luce solo había visto en las joyerías. Aquellas alas no se parecían a las de Daniel. Las de Daniel eran cálidas y agradables, magníficas y atractivas. Las de Steven, en cambio, eran salvajes e intimidatorias, irregulares y temibles.
Steven resopló; con los músculos de los brazos tensados solo tuvo que batir una vez las alas para obtener el impulso vertical necesario para sacar a Dawn del agua.
Aquel aleteo fue suficiente para pegar a Luce contra el otro costado del bote. En cuanto Dawn estuvo a salvo, Steven volvió a posar los pies en el bote y replegó de inmediato las alas. Solamente quedaron dos pequeños desgarrones en la parte posterior de su elegante camisa, la única prueba de que lo que Luce había visto era real. Tenía el rostro desencajado y las manos le temblaban de forma incontrolable.
Los tres se desplomaron en el bote. Dawn no se había percatado de nada, y Luce se preguntó si alguno de los del yate se había dado cuenta de algo. Steven contempló a Luce como si lo acabara de pillar desnudo. A ella le habría gustado decirle que ver sus alas había sido asombroso. Hasta entonces no sabía que incluso el lado oscuro de los ángeles caídos podía resultar sobrecogedor.
Se acercó a Dawn, en parte esperando ver sangre en algún lugar de su piel. De hecho, parecía como si algo la hubiera agarrado con sus mandíbulas. Pero la chica no tenía ni un rasguño.
—¿Estás bien? —susurró Luce al final.
Dawn sacudió la cabeza, arrojando gotas de agua del pelo a su alrededor.
—Yo sé nadar, Luce. Te aseguro que soy una buena nadadora. Algo me… Algo…
—¿Qué crees que era? —preguntó Luce aterrada—. ¿Un tiburón o…?
Dawn se estremeció.
—Eran manos.
—¿Manos?
—¡Luce! —espetó Steven.
Ella se volvió hacia él: no parecía en absoluto la persona con la que había estado hablando minutos atrás en la cubierta. Se apreciaba una aspereza en su mirada que hasta ese momento nunca le había visto.
—Eso que has hecho hoy ha sido… —Se interrumpió. Su rostro empapado tenía un aspecto feroz. Luce contuvo el aliento, expectante. «Imprudente». «Estúpido». «Peligroso.»—. Muy valiente —dijo al fin relajando las mejillas y la frente, con lo que adoptó su expresión habitual.
Luce suspiró aliviada. Apenas tenía voz para darle las gracias. No podía apartar la vista de las piernas temblorosas de Dawn, ni de aquellas marcas rojas, finas y crecientes que le trepaban por los tobillos, como si fueran marcas de dedos.
—Seguro que estáis muy asustadas —añadió Steven con tono tranquilo—. Pero no hay motivo para que cunda la histeria en toda la escuela. Dejad que hable yo con Francesca. Hasta que yo os lo diga no contéis ni una palabra a nadie. ¿Dawn?
La muchacha asintió aterrada.
—¿Luce?
Ella hizo una mueca. No estaba segura de poder guardar un secreto así. Dawn había estado a punto de morir.
—Luce.
Steven la asió por el hombro, se quitó las gafas de montura cuadrada y clavó sus ojos de color marrón oscuro en los de color avellana de Luce. Mientras el bote salvavidas era aupado en el cabestrante hasta la cubierta principal donde aguardaba el resto del alumnado, él le susurró al oído.
—Ni una palabra a nadie, por seguridad.