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Dieciséis días

—Vamos, sorpréndeme, hasta ahora, ¿qué es lo que te ha parecido más increíble de la Escuela de la Costa?

Era miércoles por la mañana, antes de ir a clase, y Luce estaba sentada tomando el desayuno bajo el sol en una mesa de la zona ajardinada de la cantina, compartiendo una taza de té con Miles. Él llevaba una camiseta amarilla de diseño vintage con el logo de Sunkist, una gorra de béisbol calada hasta justo encima de sus ojos azules, chanclas y vaqueros desgastados. Luce, inspirada por la vestimenta informal de la Escuela de la Costa, había dejado a un lado su indumentaria negra habitual. Llevaba un vestido de tirantes de color rojo con una pequeña torera blanca, y eso le hacía sentirse como si aquel fuera el primer día de sol tras un largo período de lluvias.

Echó una cucharadita de azúcar en la taza y se rió.

—No sabría qué decir. Quizá mi compañera de habitación, que ha entrado a hurtadillas justo antes de que amaneciera y se ha marchado antes de que me levantara. ¡Oh, no, espera! Tal vez asistir a clases impartidas por una pareja formada por un demonio y un ángel. O quizá… —Tragó saliva—. El modo extraño en que me mira la gente aquí, como si fuera una especie de rareza legendaria. Estoy acostumbrada a ser una rarita anónima, pero eso de ser famosa además de rara…

—Pero tú no eres famosa. —Miles dio un gran bocado a su cruasán—. Me tomaré uno después del otro —dijo masticando.

Mientras él se pasaba la servilleta por la comisura de los labios, Luce admiró entre maravillada y divertida sus impecables modales a la mesa. No pudo evitar imaginárselo de pequeño tomando lecciones de etiqueta en el club de golf.

—Shelby es una persona aparentemente antipática —dijo Miles—, pero cuando le apetece es buena gente. Y no es que yo pueda presumir de conocer esa parte de ella. —Se echó a reír—. Pero es lo que se dice. También a mí al principio el dúo Francesca / Steven me pareció muy raro, pero de algún modo logran que funcione. Es como un acto celestial de equilibrio. Por algún extraño motivo, el hecho de tener delante representantes de ambos bandos da a los estudiantes la máxima libertad para desarrollarse.

Otra vez la palabrita. «Desarrollarse». Luce recordó que Daniel la había empleado cuando le dijo que no iba a acompañarla en la Escuela de la Costa. ¿Qué se suponía que tenía que desarrollar? Tal vez fuera algo aplicable a los estudiantes nefilim, pero desde luego a Luce no, que era la única humana auténtica en una clase de seres casi angelicales y que solo esperaba que su ángel acudiera a rescatarla.

—Luce —prosiguió Miles interrumpiendo su pensamiento—, la gente te mira porque todo el mundo conoce tu historia con Daniel, pero nadie sabe la historia de verdad.

—Así que en lugar de preguntarme…

—¿Qué? ¿Que si os lo montáis en las nubes? ¿O si su… su «gloria» desenfrenada alguna vez supera tu mortal…? —Se calló al ver la expresión horrorizada de Luce y luego tragó saliva—. Lo siento. Lo que quiero decir es que tienes razón, que lo han convertido en una gran leyenda. Los demás, claro. En cuanto a mí, bueno, yo intento no hacer conjeturas. —Miles dejó la taza de té y se quedó mirando la servilleta—. Quizá es demasiado personal para preguntar sobre ello.

Miles volvió los ojos y se la quedó mirando sin incomodarla lo más mínimo. De hecho, sus nítidos ojos azules y la sonrisa ligeramente torcida a Luce le parecieron una puerta abierta, una invitación a hablar de cosas que no había sido capaz de contar a nadie hasta ese momento. Aunque le fastidiaba mucho, Luce entendía por qué Daniel y el señor Cole le prohibían establecer contacto con Callie o sus padres. En cualquier caso, Daniel y el señor Cole eran los que la habían matriculado en la Escuela de la Costa afirmando que estaría bien allí. Así que no veía motivo alguno para mantener su historia en secreto ante alguien como Miles, más aún cuando ya conocía una versión de los hechos.

—Es una historia muy larga —dijo—. De veras. Y todavía no la conozco toda. Al parecer, Daniel es un ángel importante. Supongo que era alguien destacado antes de la Caída. —Nerviosa, tragó saliva y rehuyó la mirada de Miles—. Por lo menos lo fue hasta que se enamoró de mí.

Y empezó a contárselo todo. Desde su primer día en Espada & Cruz hasta cómo Arriane y Gabbe se habían ocupado de ella; le contó cómo Molly y Cam se habían mofado de ella y la sensación desgarradora que había tenido al ver una fotografía suya en otra vida. Le habló de la muerte de Penn y de cómo le había afectado, y se refirió también a la batalla surrealista en el cementerio. Aunque Luce omitió algunos detalles sobre Daniel, momentos íntimos que habían compartido, cuando hubo terminado, creyó haber proporcionado a Miles una imagen bastante completa de lo ocurrido, y confió también en haber puesto punto final al halo de misterio en lo que a su persona se refería.

Al terminar se sintió mucho mejor.

—Uau. En realidad nunca había explicado esto a nadie. La verdad es que va muy bien expresarlo en voz alta. Ahora que lo he admitido ante alguien me resulta más real.

—Puedes continuar si te parece —sugirió él.

—Sé que estoy aquí por poco tiempo —dijo ella—. Y, en cierto modo, creo que la Escuela de la Costa me ayudará a acostumbrarme a esta gente, me refiero a los ángeles como Daniel. Y también a los nefilim, como tú. Pero no puedo evitar sentirme fuera de lugar. Es como si pretendiera ser algo que no soy.

Durante el relato de Luce, Miles no había dejado de asentir y mostrarse de acuerdo, pero esta vez negó con la cabeza.

—Para nada. De hecho, el que seas mortal hace que todo resulte aún más impresionante.

Luce echó un vistazo a su alrededor. Por primera vez se dio cuenta de la clara línea que separaba las mesas de los nefilim de las del resto de los estudiantes. Los nefilim se habían adjudicado las mesas del lado oeste, las más próximas al agua. Eran pocos, no más de una veintena, pero ocupaban muchas más mesas que los otros; incluso en algunas había una sola persona cuando en ellas habrían podido caber seis. El resto del alumnado se apretujaba en las mesas del lado este que quedaban. Shelby, por ejemplo, estaba sentada sola a una mesa, peleándose contra la ventolera con el periódico que pretendía leer. Había muchas sillas desocupadas, pero nadie que no fuera nefilim parecía haber considerado la posibilidad de cruzar la línea y sentarse con los alumnos «aventajados».

El día anterior, Luce había conocido a algunos alumnos no privilegiados. Después del almuerzo, las clases habían proseguido en el edificio principal, que tenía una estructura arquitectónica menos impresionante y que era el lugar donde se impartían las asignaturas más tradicionales. Biología, geometría, historia europea… Algunos estudiantes le habían parecido agradables, pero Luce percibió cierto distanciamiento no verbal por el mero hecho de que ella formaba parte del grupo de estudiantes avanzados, y eso impedía cualquier posibilidad de conversación.

—No te lo tomes mal, por favor. Tengo amigos entre algunos de ellos. —Miles señaló una mesa atestada de gente—. Para jugar al fútbol preferiría a Connor o Eddie G. antes que a cualquier nefilim. Pero, en serio, ¿crees que alguno de ellos podría haber hecho frente a lo que tú y vivir para contarlo?

Luce se frotó la nuca y notó que las lágrimas amenazaban con anegarle los ojos. Aún tenía muy presente en su memoria el puñal de la señorita Sophia, y no podía pensar en esa noche sin que el corazón se le encogiera de dolor por Penn. Su muerte carecía de sentido. Nada de aquello había sido justo.

—Yo apenas sobreviví —musitó.

—Sí —dijo Miles estremeciéndose—. Conozco esa parte. Es curioso: Francesca y Steven son fabulosos enseñándonos cosas acerca del presente y del futuro, pero no hablan del pasado, que, al parecer, guarda relación con nuestra capacitación.

—¿Qué quieres decir con eso?

—Pregúntame cualquier cosa sobre la gran batalla que va a empezar, y sobre el papel que un joven y fornido nefilim como un humilde servidor puede tener en ella. Pero no sé nada de las cosas del pasado de las que hablas. En realidad, ninguna lección ha tratado jamás sobre eso. Y, por cierto… —Miles señaló que la terraza se estaba vaciando—, deberíamos irnos. ¿Te gustaría repetirlo alguna otra vez?

—¡Por supuesto!

A Luce le salió del corazón. Miles le caía bien. Charlar con él resultaba mucho más fácil que con cualquier otra persona que había conocido hasta el momento. Era amigable y tenía un sentido del humor que lograba que Luce se sintiera cómoda de inmediato. Sin embargo, le había dicho algo sobre la batalla que estaba próxima que la había preocupado. La batalla de Daniel y de Cam. ¿O acaso era una batalla contra el grupo de los Ancianos de la señorita Sophia? Si incluso los nefilim se estaban preparando para ello, ¿en qué lugar dejaba eso a Luce?

Steven y Francesca se complementaban tanto en el colorido de su vestimenta que parecía más que fueran a una sesión fotográfica que a dar clases. El segundo día de estancia de Luce en la Escuela de la Costa, Francesca llevaba unas sandalias de tacón muy altas estilo gladiador y de color dorado, y un moderno vestido acampanado de color calabaza. Llevaba un lazo suelto en el cuello que combinaba, casi a la perfección, con la corbata naranja que Steven lucía en su camisa oxford de color marfil y su blazer azul marino.

Su aspecto era fabuloso, y Luce se sintió fascinada por la pareja, y no rendida como había predicho Dawn el día anterior. Al ver a sus profesores desde su pupitre, sentada al lado de Miles y Jasmine, Luce se sintió atraída por Francesca y Steven porque le recordaban su relación con Daniel.

Aunque nunca había visto que se tocaran, cuando los dos estaban juntos, lo cual era habitual, su magnetismo casi hacía doblar las paredes. Evidentemente, eso guardaba relación con sus poderes como ángeles caídos, pero también tenía que ver con el modo único en que estaban conectados. Luce no podía evitar sentirse un poco incómoda viéndolos. Eran el recuerdo constante de lo que en ese momento ella no podía tener.

La mayoría de los estudiantes ya habían tomado asiento. Dawn y Jasmine le insistieron para que entrara a formar parte del comité de iniciativas y las ayudara a planificar todos esos fabulosos eventos sociales. Luce nunca se había destacado por su actividades extra-académicas. Sin embargo, esas chicas habían sido tan amables con ella, y a Jasmine se le iluminaba tanto el rostro al hablar de la excursión en yate que habían planificado para la semana siguiente, que Luce decidió dar una oportunidad al comité. En el momento en que ella anotaba su nombre en la lista, Steven dio un paso al frente, arrojó el blazer sobre la mesa que tenía detrás y, sin decir nada, extendió los brazos a los lados.

Entonces, como invocado, un trozo de profunda oscuridad pareció escindirse de la sombra de una de las secuoyas que había justo al otro lado de la ventana. Se alzó del césped, tomó forma y penetró rápidamente en el aula por la ventana abierta. Se movía con rapidez y por donde pasaba dejaba todo sumido en la penumbra.

Luce dio un grito ahogado, pero no fue la única. De hecho, la mayoría de los estudiantes retrocedieron nerviosos en sus pupitres cuando Steven empezó a hacer girar la sombra. Este se limitó a extender las manos hacia ella y comenzó a tirar cada vez con más rapidez, como si estuviera forcejeando con algo. Al poco rato, la sombra giraba sobre sí misma ante él con tal rapidez que se volvió borrosa, como los radios de una rueda al girar. Una ráfaga fuerte de viento con olor a rancio salió despedida del centro y apartó el pelo a Luce de la cara.

Steven manipuló la sombra con los brazos extendidos y convirtió la forma confusa y amorfa en una esfera compacta y negra no más grande que una uva.

—¡Queridos alumnos! —dijo lanzando tranquilamente la bola de oscuridad al aire a pocos centímetros de los dedos—. ¡Os presento el tema de la lección de hoy!

Francesca dio un paso al frente y pasó la sombra a sus manos. Sus tacones la hacían tan alta como Steven. Y, además, supuso Luce, tenía exactamente la misma habilidad que él en la manipulación de sombras.

—Todos habéis visto en alguna ocasión a las Anunciadoras —dijo ella moviéndose lentamente por la media luna que formaban los pupitres para permitirles que vieran mejor—. Y entre vosotros —prosiguió mirando a Luce— hay incluso quien tiene cierta experiencia en su manipulación. Pero ¿sabéis realmente lo que son? ¿Sabéis lo que pueden hacer?

«Son unas chismosas», se dijo Luce recordando lo que Daniel le había dicho la noche de la batalla. Se sentía todavía una recién llegada en la Escuela de la Costa como para responder sin más, pero ninguno de sus compañeros parecía saberlo. Lentamente levantó la mano.

Francesca volvió la cabeza.

—Luce.

—Transmiten mensajes —dijo adquiriendo más seguridad conforme hablaba y recordando la afirmación de Daniel—. Pero son inofensivas.

—En efecto, actúan como mensajeras. Pero ¿son inofensivas?

Francesca miró a Steven. El tono empleado no dejaba entrever si Luce tenía o no razón, y eso la hizo sentir un poco incómoda.

Toda la clase se sorprendió cuando Francesca retrocedió para colocarse al lado de Steven, asió un lado del borde de la sombra mientras él sostenía el otro y tiró firmemente de ella.

—Lo que vamos a hacer se conoce como «vislumbrar» —prosiguió.

La sombra se hinchó y se extendió como un globo. En cuanto su forma oscura se deformó, emitió un fuerte gorgoteo y pasó a mostrar los colores más nítidos que Luce había visto jamás. Amarillos intensos, dorados resplandecientes, veteados amarmolados de color rosa y púrpura… un abanico oscilante de colores empezó a brillar cada vez con mayor intensidad y claridad detrás de la malla de sombras que se desvanecía. Steven y Francesca continuaron tirando a la vez que retrocedían despacio para que la sombra adquiriera el tamaño y la forma de una gran pantalla de proyección. Entonces se detuvieron.

No avisaron de nada, ni dijeron: «Lo que ahora veréis…». Tras un momento de angustia, Luce supo por qué. No había preparación posible para algo así.

La maraña de colores se separó y finalmente se convirtió en un lienzo de formas definidas. Se veía una ciudad antigua, amurallada… que era pasto de las llamas. Se trataba de una ciudad populosa y corrompida que estaba siendo consumida por unas violentas llamaradas. Se veía a gente acorralada por el fuego, con las bocas negras y vacías y los brazos levantados al cielo en un gesto desesperado. Y por doquier saltaban chispas brillantes y pequeñas llamas de fuego, una lluvia de luz letal que lo cubría todo y prendía todo cuanto tocaba.

Luce casi podía oler la podredumbre y la muerte que atravesaba la pantalla de la sombra. Era horrible ver todo aquello, pero lo más raro con diferencia es que no se oía nada. Sus compañeros de alrededor tenían la cabeza agachada, como intentando bloquear algún alarido, algún grito que resultaba imperceptible para Luce. Mientras se veía morir a la gente, no había más que silencio.

Cuando ya empezaba a dudar sobre si su estómago podría resistir algo más, el foco de la imagen cambió y se alejó en cierto modo, lo cual permitió a Luce verlo todo de lejos. No solo ardía una ciudad. Eran dos. De pronto le vino a la memoria algo raro, como si fuera un recuerdo que siempre hubiera tenido y en el que no hubiera pensado durante tiempo. Supo que lo que estaban viendo era Sodoma y Gomorra, las dos ciudades de la Biblia, las dos ciudades destruidas por Dios.

Luego, como si apagaran el interruptor de la luz, Steven y Francesca chasquearon los dedos y la imagen desapareció. Los restos de la sombra se desvanecieron formando una pequeña nube negra de ceniza que se depositó finalmente en el suelo del aula. En torno a Luce, todos los alumnos parecían intentar recuperar el aliento.

Ella no podía apartar la vista del sitio donde había estado la sombra. ¿Cómo había logrado algo así? Ahora empezaba a consolidarse de nuevo, los pedazos de oscuridad se iban uniendo otra vez y lentamente recuperaban la habitual forma de la sombra. Terminada su misión, la Anunciadora deambuló lentamente sobre las tablas de madera del suelo y luego se deslizó fuera del aula, como la sombra proyectada por una puerta al cerrarse.

—Sin duda os preguntaréis por qué os hemos hecho pasar por esto —dijo Steven dirigiéndose a la clase. Él y Francesca se miraron con preocupación al observar el aula. Dawn gimoteaba inclinada sobre el pupitre.

—Como sabéis —prosiguió Francesca—, en esta clase preferimos dedicar la mayor parte del tiempo a lo que vosotros, como nefilim, sois capaces de hacer; al modo en que podéis cambiar las cosas para mejor, independientemente de lo que entendáis vosotros como mejor. Preferimos mirar hacia delante que hacia atrás.

—Pero lo que habéis visto hoy —apuntó Steven— ha sido más que una simple lección de historia acompañada de unos efectos especiales increíbles. No han sido tampoco unas cuantas imágenes conjuradas por nosotros. En absoluto. Lo que habéis visto eran, de hecho, las ciudades de Sodoma y Gomorra cuando el Gran Tirano las destruyó…

—¡Cuidado! —le interrumpió Francesca con un gesto admonitorio con el dedo—. En esta aula no están permitidas las ofensas verbales.

—Tiene razón, como casi siempre. Incluso yo a veces caigo en los rumores infundados. —Steven miró fijamente a sus alumnos—. Sin embargo, como os decía, las Anunciadoras son más que meras sombras. Pueden contener información muy valiosa, son sombras, en cierto modo… pero del pasado, de acontecimientos antiguos y otros no tan remotos.

—Lo que habéis visto —terminó Francesca— solo ha sido una demostración de una habilidad extremadamente valiosa que tal vez algunos de vosotros podáis utilizar algún día.

—Por el momento no vais a intentarlo siquiera. —Steven se restregó las manos con un pañuelo que se había sacado del bolsillo—. De hecho, os prohibimos que lo intentéis, pues podríais perder el control y disolveros con ellas. Pero quizá algún día podáis hacerlo.

Luce cruzó la mirada con Miles, que le correspondió con una sonrisa divertida, como si oír aquellas palabras le hubieran tranquilizado un poco. No parecía sentirse en absoluto abatido, no al menos del modo en que Luce se sentía.

—Por otro lado —dijo Francesca—, puede que la mayoría os sintáis agotados. —Luce miró a su alrededor y contempló las caras de sus compañeros mientras Francesca hablaba. Su voz tenía el efecto del aloe sobre las quemaduras de sol. La mitad de los alumnos tenían los ojos cerrados, como si estuvieran sedados—. Es normal. La visión de las sombras requiere mucho esfuerzo. Si retroceder un par de días exige ya mucha energía, ¿qué no costará retroceder unos milenios? En fin, ya veis los efectos que provoca. En vista de lo cual… —prosiguió mirando a Steven—, hoy podéis salir antes para descansar.

—Mañana recuperaremos, así que aseguraos de terminar la lectura sobre el fenómeno de la desaparición —añadió Steven—. ¡Podéis marcharos!

En torno a Luce, los alumnos se levantaron lentamente de los pupitres, exhaustos y con aspecto aturdido. Cuando ella se puso de pie, solo notó las rodillas un poco flojas, y le pareció que estaba menos debilitada que los demás. Se arrebujó la chaqueta en los hombros y salió del aula detrás de Miles.

—¡Qué duro ha sido! —dijo él bajando los escalones de dos en dos desde la terraza—. ¿Estás bien?

—Sí, estoy bien —dijo Luce—. ¿Y tú?

Miles se frotó la frente.

—Daba la impresión de estar ahí de verdad. Me alegro que hayan terminado la clase antes. Creo que necesito una siesta.

—¡Oh, en serio! —añadió Dawn, que los seguía por el camino serpenteante que llevaba a la residencia—. Es lo último que esperaba este miércoles por la mañana. Estoy hecha polvo.

Tenía razón: la destrucción de Sodoma y Gomorra había sido horripilante. Había resultado tan real que Luce aún notaba la piel caliente por las llamaradas.

Tomaron un atajo para llegar al edificio de la residencia; bordearon la cantina por la parte norte y se sumergieron en la sombra de las secuoyas. Resultaba extraño ver el campus tan vacío, con todos los demás alumnos de la Escuela de la Costa aún en clase en el edificio principal. Uno a uno, los nefilim fueron saliendo del camino y se dirigieron directamente a la cama.

Excepto Luce, que no se sentía cansada en absoluto. En realidad, se notaba extrañamente llena de energía. Deseó de nuevo que Daniel estuviera allí. Tenía muchas ganas de hablarle de la demostración de Francesca y Steven y también de saber por qué él no le había dicho antes que las sombras albergaban más de lo que ella era capaz de ver.

Frente a Luce estaba la escalera que llevaba a su habitación. Detrás de ella, el bosque de secuoyas. Paseó frente al acceso a la residencia sin ganas de entrar, sin ganas de dormir ni de fingir que no había visto todo aquello. Sin duda, Francesca y Steven no pretendían asustar a sus alumnos; seguramente, habían querido enseñarles algo que ellos no podían explicar sin más. Pero, si las Anunciadoras eran portadoras de mensajes y reminiscencias del pasado, ¿qué sentido tenía lo que les acababan de mostrar?

Se marchó al bosque.

El reloj marcaba las once de la mañana, pero bajo el dosel penumbroso de árboles bien habría podido ser medianoche. Al adentrarse en el sombrío bosque sintió que se le erizaba el vello en las piernas desnudas. No quería dar muchas vueltas a lo sucedido; pensar no hacía más que aumentar las posibilidades de acobardamiento. Estaba a punto de penetrar en un territorio desconocido. En territorio prohibido.

Iba a invocar a una Anunciadora.

Antes ya había tenido contacto con ellas. La primera vez pellizcó a una en clase para evitar que se le colara en el bolsillo. También estuvo aquella vez en la biblioteca, cuando apartó una de Penn. Pobre Penn. Luce no pudo evitar preguntarse qué mensaje podría haber albergado esa Anunciadora. Si entonces hubiera sabido manipularlas tal y como Francesca y Steven habían hecho en clase… ¿podría haber evitado todo lo ocurrido?

Cerró los ojos. Vio a Penn desplomada contra la pared con el pecho cubierto de sangre. Su amiga herida. No. Rememorar esa noche le resultaba demasiado doloroso y no era bueno para ella. Todo cuanto podía hacer ahora era mirar adelante.

Tuvo que enfrentarse al temor gélido que la atenazaba interiormente. Apenas a diez metros de ella había una forma deslizante, oscura y familiar apostada junto a la sombra de una rama baja de secuoya.

Dio un paso hacia ella y la Anunciadora se replegó. Procurando no hacer ningún gesto brusco, Luce se acercó cada vez más, deseando que la sombra no se escabullera.

Ahí.

La sombra se agitó debajo de la rama, pero no se movió.

Aunque el corazón le latía con fuerza, Luce intentó tranquilizarse. Sí, el bosque estaba oscuro. Sí, nadie sabía dónde se encontraba ella, y sí, de acuerdo, era muy posible que nadie la echara de menos durante un buen rato si le ocurría algo… pero no había motivo alguno para ceder al pánico, ¿no? Entonces, ¿por qué se sentía asustada? ¿Por qué tenía el mismo miedo que cuando veía las sombras de pequeña, a sabiendas de que eran inofensivas?

Era hora de actuar. Podía quedarse allí paralizada para siempre, podía huir aterrada y regresar más tarde a su cuarto de mal humor, o bien…

Extendió el brazo, que ya no le temblaba, y asió la sombra. La arrastró y la apretó con fuerza contra el pecho, sorprendida de su peso y el tacto frío y húmedo. Era como una toalla mojada. Los brazos le temblaban por el esfuerzo. ¿Qué se suponía que tenía que hacer con ella?

Le vino a la memoria la imagen de aquellas ciudades incendiadas y se preguntó si podría soportar la visión del mensaje. Dudó también de si sería capaz de desentrañar sus secretos. ¿Cómo funcionaba todo eso? Lo único que habían hecho Francesca y Steven había sido estirar.

Contuvo el aliento y deslizó los dedos por los bordes de la sombra, la asió y le propinó un tirón suave. Para su asombro, la Anunciadora era flexible y maleable como la plastilina y podía adoptar cualquier forma que ella le diera con los dedos. Con una sonrisa, intentó manipularla para darle una forma cuadrada, esto es, para convertirla en algo parecido a una pantalla, tal como había visto hacer a sus profesores.

Al principio le resultó fácil, pero la sombra parecía endurecerse cuanto más intentaba extenderla. Y cada vez que cambiaba la posición de las manos para tirar de otro lado, el resto se replegaba formando una masa fría, negra e irregular. Al cabo de poco se encontró casi sin aliento y tuvo que limpiarse el sudor de la frente con el brazo. No estaba dispuesta a abandonar. Pero entonces la sombra empezó a vibrar y Luce gritó arrojándola al suelo.

Al instante aquel pedazo de oscuridad se escabulló a toda velocidad entre los árboles. Solo cuando hubo desaparecido, Luce se dio cuenta de que lo que vibraba no había sido la sombra, sino el teléfono móvil que llevaba en la mochila.

Se había acostumbrado a no llevar teléfono y hasta ese momento se había olvidado de que antes de dejarla en el avión que la había llevado a California el señor Cole le había dado un móvil viejo que él tenía. Estaba prácticamente inservible, pero era un modo para que él pudiera contactar con ella y ponerla al día de las historias que contaba a sus padres, que seguían creyéndola en Espada & Cruz. De esa forma, cuando Luce hablara con ellos podría seguir la farsa de forma coherente.

Nadie excepto el señor Cole tenía ese número. Y por motivos de seguridad realmente molestos, Daniel no le había indicado ninguna manera de ponerse en contacto con él. Además, ahora el teléfono había entorpecido su primer avance auténtico con una sombra.

Abrió el aparato y leyó el mensaje que el señor Cole le acababa de enviar:

Llama a tus padres. Creen que has tenido sobresaliente en un examen de historia que te acabo de hacer. La semana que viene vas a intentar entrar en el equipo de natación. No olvides fingir que todo va bien.

Y un segundo mensaje, recibido un minuto más tarde:

¿Va todo bien?

Molesta, Luce volvió a meter el móvil en la mochila y avanzó pesadamente por la espesa capa de hojas de secuoya hasta el lindero del bosque hacia su habitación. El mensaje le hizo preguntarse por los demás alumnos de Espada & Cruz. ¿Arriane seguiría aún allí y, en tal caso, a quién enviaría aviones de papel durante las clases? ¿Y Molly? ¿Habría encontrado ya a alguien con quien meterse ahora que Luce ya no estaba? ¿O tal vez las dos habían cambiado de colegio después de que Luce y Daniel se hubieran marchado? ¿Se habría creído Randy la historia de que los padres de Luce habían pedido un cambio? Luce resopló. Detestaba no poder contar la verdad a sus padres, no poder decirles lo lejos y sola que se sentía.

Pero ¿llamarles desde un móvil? Cualquier mentira que les contase —que si había tenido un sobresaliente en historia, o que iba a participar en un equipo de natación inventado— no haría más que hacer que todavía añorarse más su hogar.

El señor Cole tenía que estar loco para decirle que les llamara y mintiera. Sin embargo, si contaba a sus padres la verdad, pensarían que había perdido la cabeza. Y si no se ponía en contacto con ellos, pensarían que le había ocurrido algo. Seguramente, se acercarían en coche hasta Espada & Cruz, verían que ella no estaba ahí y, entonces, ¿qué?

Otra opción era enviarles un mensaje de correo electrónico. Mentir por e-mail no resultaría tan duro. Le permitiría ganar unos días antes de llamar por teléfono. Luce decidió enviarles un mensaje esa misma noche.

Cuando salió del bosque y llegó al camino, se quedó sorprendida al ver que era de noche. Miró atrás, hacia la espesa arboleda sumida en la penumbra. ¿Cuánto tiempo había estado allí con la sombra? Miró el reloj. Las ocho y media. Se había quedado sin almuerzo, sin las clases de la tarde y sin cena. El bosque era tan oscuro que no se había dado cuenta del tiempo que había pasado, pero entonces todo le vino de golpe y se sintió cansada, aterida y hambrienta.

Tras equivocarse tres veces dando vueltas por aquella residencia laberíntica, Luce dio al fin con su puerta. Con la esperanza de que Shelby estuviera dondequiera que iba cada noche, Luce metió la vieja llave en la cerradura y dio la vuelta al pomo.

Las luces se hallaban apagadas, pero la chimenea estaba encendida. Shelby estaba meditando sentada con las piernas cruzadas en el suelo y los ojos cerrados. Cuando Luce entró, abrió un ojo y la miró irritada.

—Lo siento —susurró Luce dejándose caer en la silla del escritorio cercano a la puerta—. Haz como si no estuviera.

Durante un rato, Shelby hizo exactamente lo que le pedía. Cerró el ojo abierto, regresó al estado de meditación y la estancia quedó en silencio. Luce encendió el ordenador que tenía en su escritorio y se quedó mirando la pantalla mientras intentaba redactar mentalmente el mensaje más inocuo posible para sus padres y, ya puestos, otro para Callie, que durante la semana anterior le había enviado un aluvión de mensajes de correo electrónico que seguían sin leer en la bandeja de entrada.

Con la máxima lentitud que le fue posible para que las teclas no dieran a Shelby otro motivo para odiarla, Luce escribió:

Queridos mamá y papá:

Os echo mucho de menos. Solo os quería escribir unas líneas. La vida en Espada & Cruz va bien.

Se le encogió el corazón mientras se esforzaba por contener los dedos y no escribir: «Por lo que sé, esta semana no ha muerto nadie». En cambio, se obligó a escribir:

Las clases me siguen yendo bien. Puede que me presente para entrar en el equipo de natación.

Luce miró por la ventana y contempló el cielo despejado y estrellado. Tenía que despedirse rápido. De lo contrario, perdería el hilo.

Me pregunto cuándo va a parar de llover… Aunque, bien mirado, es noviembre y esto es Georgia.

Besos,

Luce

Copió el texto para escribir un mensaje a Callie, cambió unas cuantas palabras, desplazó el ratón encima del botón de enviar, cerró los ojos, hizo doble clic y dejó caer la cabeza, abatida. Se sentía muy mal: era una hija falsa y una amiga mentirosa. ¿En qué estaría pensando? Eran los e-mails más insulsos y alarmantes que había escrito nunca. Lo único que lograrían sería preocupar a todo el mundo.

Entonces le rugió el estómago. Y lo volvió a hacer, esta vez con más fuerza. Shelby carraspeó.

Luce se giró en la silla para mirar a la chica, que estaba en la postura del perro cara abajo. Luce notó que las lágrimas le anegaban los ojos.

—Tengo hambre, ¿vale? ¿Por qué no rellenas de una maldita vez el formulario de reclamaciones y haces que me trasladen a otra habitación?

Shelby se levantó tranquilamente de su esterilla de yoga, bajó los brazos en posición de plegaria y dijo:

—Iba a decirte que tengo en mi cajón una caja de macarrones orgánicos con queso. ¡Por el amor de Dios, no hacía falta que te pusieras como una magdalena!

Once minutos más tarde, Luce estaba sentada en la cama abrigada con una manta y con un cuenco humeante de pasta con queso en la mano, los ojos secos y una compañera de habitación que de repente había dejado de odiarla.

—No lloraba porque tuviera hambre.

Luce quería explicarse, pero los macarrones con queso estaban tan deliciosos y el ofrecimiento de Shelby había sido tan inesperado que casi le entraron ganas de llorar otra vez. Sentía una imperiosa necesidad de desahogarse y Shelby era la única que estaba allí. Aunque en realidad no se había vuelto más cordial, era evidente que compartir la comida que tenía escondida había sido un gran avance en alguien que hasta entonces apenas le había dirigido la palabra.

—El caso es que tengo… bueno, tengo ciertos problemas familiares. Es duro estar tan lejos.

—¡Oh, bua, qué pena! —dijo Shelby mientras masticaba los macarrones de su cuenco—. A ver si lo adivino… tus padres siguen felizmente casados.

—Eso no es justo —replicó Luce incorporándose—. No te imaginas por lo que he pasado.

—¿Acaso tienes idea de lo que he pasado yo? —Shelby miró a Luce con actitud desafiante—. No, estoy segura de que no. Aquí me tienes: una hija única criada por una madre soltera. ¿Problemas con papá? Podría ser. ¿Que convivir conmigo es algo terrible porque no soporto compartir? Casi seguro. Pero lo que no puedo soportar es que una niñita mona y consentida con una familia feliz y un novio de fábula acuda a mí para lamentarse sobre su desdichada historia de amor a distancia.

Luce se quedó sin aliento.

—No se trata de eso para nada.

—Ah, ¿no? Pues, venga, cuenta.

—Soy una falsa —dijo Luce—. Miento… miento a la gente a la que quiero.

—¿Mientes a tu novio de fábula?

Shelby frunció el ceño de un modo que hizo pensar a Luce que eso podría interesar a su compañera.

—No —musitó Luce—. Si ni siquiera hablo con él…

Shelby se tumbó en la cama de Luce y levantó los pies hasta posarlos en la parte baja de su litera.

—¿Y por qué no?

—Es una historia larga y complicada.

—Bueno, cualquier chica con un poco de cabeza sabe que lo único que se puede hacer cuando se rompe con un hombre es…

—No. No hemos roto —interrumpió Luce al mismo tiempo que Shelby decía:

—… cambiar de peinado.

—¿Cambiar de peinado?

—Empezar de nuevo —dijo Shelby—. Yo me lo corté y teñí de naranja… ¡Qué diablos! Una vez incluso llegué a afeitarme la cabeza después de que un capullo me rompiera el corazón en mil pedazos.

Al otro lado de la habitación había un tocador con un pequeño espejo oval en un marco de madera. Desde donde estaba, Luce contempló su reflejo, dejó a un lado el cuenco con la pasta, se levantó y se acercó.

Se había cortado el pelo después de lo de Trevor, pero a fin de cuentas lo había hecho porque gran parte lo tenía chamuscado. Al llegar a Espada & Cruz, fue ella la que cortó el pelo a Arriane. Con todo, a Luce le pareció entender lo que Shelby quería decir con «empezar de nuevo». Podía ser otra persona, fingir no ser la que había pasado por todo aquello. Incluso cuando, gracias a Dios, Luce no tenía que lamentar el final definitivo de su relación con Daniel, pero sí, en cambio, otro tipo de pérdidas: Penn, su familia, la vida que llevaba antes de que las cosas se complicaran tanto.

—Estás considerando la posibilidad, ¿verdad? Vamos, ahora me obligarás a sacar el tinte de debajo del lavamanos.

Luce se pasó los dedos por el corto pelo negro. ¿Qué pensaría Daniel? De todas formas, si él quería que fuera feliz allí hasta que estuvieran juntos de nuevo, era preciso que ella dejara atrás la chica que había sido en Espada & Cruz.

Se volvió hacia Shelby y dijo:

—Tráeme el tinte.