4

Cuando las máquinas quitanieves salieron y se abrieron paso a través del centro del pueblo y por las carreteras secundarias, Matthew se encargó de que una empresa de reparación de cristales viniera justo a tiempo. Se marcharon minutos antes de que mamá llegara a casa el viernes, con pinta de haber comido, dormido y salvado vidas sin quitarse su uniforme de lunares.

Me rodeó con los brazos con tanto entusiasmo que casi me hace caer.

—¡Cariño, cómo te he echado de menos!

La abracé igual de fuerte.

—Y yo a ti… —La solté, parpadeando para contener las lágrimas. Aparté la mirada y carraspeé—. ¿Te has duchado esta semana?

—No. —Intentó abrazarme de nuevo, pero me aparté de un salto. Mamá se rió, pero capté un destello de tristeza en sus ojos justo antes de que se volviera hacia la cocina—. Era broma. Hay duchas en el hospital, cielo. Estoy limpia. ¡Lo juro!

La seguí e hice una mueca cuando fue directamente hacia la nevera vacía. Abrió la puerta, luego retrocedió y me miró por encima del hombro. Unos mechones de pelo rubio se le habían escapado del moño.

Frunció las delicadas cejas y arrugó su bonita nariz.

—Katy, pero ¿qué…?

—Lo siento. —Me encogí de hombros—. Estaba atrapada. Y me dio hambre. Mucha hambre.

—Ya lo veo. —Cerró la puerta—. No pasa nada. Luego iré a la tienda. Las carreteras ya están mejor. —Hizo una pausa, frotándose la frente—. Bueno, para moverte por algunas parece que hiciera falta una moto de nieve, pero puedo llegar al centro.

Lo que significaba que el lunes habría clase. Qué rabia.

—Puedo ir contigo, si quieres.

—Eso estaría bien, cariño. Siempre y cuando me prometas que no meterás cosas en el carrito y luego te cabrearás cuando las saque.

La miré con cara de póquer.

—Ya no tengo dos años, ¿sabes?

Me sonrió con aire travieso, pero la interrumpió un bostezo.

—Apenas he podido descansar. La mayoría de las enfermeras no consiguieron llegar. Tuve que cubrir urgencias, la sala de maternidad y mi favorita —dijo cogiendo una botella de agua—: la planta de desintoxicación.

—Vaya tela.

Volví a pisarle los talones. Hoy tenía un grave caso de mamitis.

—Ni te lo imaginas. —Dio un sorbo y se detuvo al pie de la escalera—. Me han manchado de sangre, orinado y vomitado encima. En ese orden unas veces, y otras, no.

—Qué asco —contesté.

Nota mental: enfermera se unía a administrativa en un centro escolar en mi lista de «Profesiones que no pienso ejercer ni de coña».

—¡Ah! —Mamá había empezado a subir por la escalera, pero se dio la vuelta a medio camino y se tambaleó en el filo del escalón. Ay, Dios—. Antes de que se me olvide. Voy a cambiar los turnos la semana que viene. En lugar de trabajar en Grant los fines de semana, estaré en Winchester. Hay más trabajo en la ciudad, y más ajetreo los fines de semana que aquí. Además, de todas formas, Will trabaja los fines de semana, así que resulta mejor.

Lo que también quería decir que pasaría más tiempo fuera… ¿Cómo? Se me aceleró el pulso y me dio un mareo.

—¿Qué acabas de decir?

Mamá frunció el ceño.

—Cielo, tu voz… Quiero echarle un vistazo a esa garganta, ¿vale? O podemos pedírselo a Will. Estoy segura de que no le importará.

Me quedé helada.

—¿Has… has sabido algo de Will?

—Sí, hemos hablado unas cuantas veces mientras está en el oeste para asistir a una conferencia sobre medicina interna. —Sonrió despacio—. ¿Estás bien?

No. No estaba bien.

—Ven. Sube y deja que te mire la garganta con el laringoscopio…

—¿Cuándo… cuándo hablaste por última vez con él?

La confusión se reflejó en el bello rostro de mi madre.

—Hace un par de días. Pero tu voz…

—¡A mi voz no le pasa nada! —exclamé, aunque, naturalmente, se me quebró a media frase y mi madre se quedó mirándome como si le estuviera diciendo que estaba planteándome hacerla abuela. Esa era mi oportunidad para contarle la verdad.

Subí un escalón y me detuve. Las palabras —la verdad— se enmarañaron en algún punto entre mis cuerdas vocales y mis labios. No había comentado con nadie lo de contarle la verdad a mi madre. Ni siquiera había puesto a ninguno de ellos sobre aviso. Además, ¿me creería? Peor aún… Yo sabía que estaba enamorada de Will.

Tenía un nudo en el estómago, pero procuré que no se me notara el pánico en la voz.

—¿Cuándo vuelve Will?

Mamá me observó atentamente, con los labios apretados.

—Todavía queda una semana, pero… ¿estás segura de que eso es lo que querías decirme?

¿De verdad iba a volver? Y, si había estado hablando con mi madre, ¿eso quería decir que había conseguido superar la mutación y ahora Daemon y yo estábamos ligados a él? ¿O la mutación había desaparecido?

Debía hablar con Daemon ya mismo.

Tenía la boca tan seca que no podía tragar saliva.

—Sí. Lo siento, tengo que irme…

—¿Adónde? —me preguntó.

—A ver a Daemon.

Retrocedí hacia donde estaban mis botas.

—Katy. —Esperó hasta que me detuve—. Will me lo contó.

Se me heló la sangre en las venas mientras me volvía despacio.

—¿Qué te contó?

—Lo tuyo con Daemon… Que habíais decidido empezar a salir. —Se quedó callada un momento y adoptó esa expresión tan típica de las madres, la que decía: «estoy muy decepcionada»—. Me dijo que lo habías mencionado, pero ojalá me lo hubieras contado a mí. No quería enterarme por otra persona de que mi hija tiene novio.

Me quedé boquiabierta.

Me dijo algo más, y creo que asentí con la cabeza. Pero ya no estaba prestándole atención. Sinceramente, podría haber estado contándome que Thor y Loki tenían montada una batalla campal en plena calle y no me hubiera enterado. ¿Qué estaba tramando Will?

Cuando mamá por fin se rindió y dejó de intentar mantener una conversación conmigo, me puse las botas a toda prisa y me fui pitando a casa de Daemon. Antes de que la puerta se abriera bruscamente, ya sabía que no se trataba de él. No había sentido aquella dichosa conexión alienígena: el calor que se me extendía por la nuca cada vez que lo tenía cerca.

Pero no esperaba encontrarme con los centelleantes ojos color océano de Andrew.

—Tú —dijo con un tono cargado de desprecio.

Me quedé sin palabras.

—¿Yo?

Andrew se cruzó de brazos.

—Sí, tú. Ya sabes: Katy, el bebé híbrido de humano y alienígena.

—Eh… vale. Tengo que ver a Daemon. —Me dispuse a entrar, pero él se movió rápido y me bloqueó el paso—. ¿Qué haces?

—Daemon no está aquí —dijo con una sonrisa, pero el gesto no transmitía ni pizca de calidez.

Me crucé de brazos y me negué a retroceder. Nunca le había caído bien a Andrew. Aunque creo que no le gustaba la gente en general. Ni los cachorritos. Ni siquiera el beicon.

—¿Y dónde está?

Andrew salió y cerró la puerta detrás de él. Estaba tan cerca de mí que las puntas de sus botas tocaban las de las mías.

—Salió esta mañana. Supongo que está siguiendo a «Rain Man».

Aquel comentario me hizo cabrear.

—A Dawson no le pasa nada.

—¿En serio? —comentó arqueando una ceja—. Porque creo que, como mucho, dice tres frases coherentes al día.

Apreté los puños a los costados. Una suave brisa me movió el pelo, agitando los mechones que me rodeaban los hombros. Tenía muchísimas ganas de darle un puñetazo.

—Quién sabe por lo que habrá tenido que pasar. Ten un poco de compasión, capullo. En fin, no sé ni por qué estoy hablando contigo. ¿Dónde está Dee?

La sonrisa burlona se le borró de la cara y fue reemplazada por una fría y dura expresión de odio.

—Aquí.

Esperé a que entrara en detalles, pero, como no lo hizo, dije:

—Eso ya me lo imaginaba. —Cuando siguió sin responder, estuve a punto de demostrarle lo que podía hacer un bebé híbrido de humano y alienígena—. ¿Qué haces tú aquí?

—Me han invitado. —Se inclinó hacia mí, lo bastante cerca para besarme, y no me quedó más alternativa que retroceder un paso. Pero me siguió—. Y a ti, no.

Touché. Vale, eso me dolió. Antes de darme cuenta, mi espalda chocó contra la barandilla y me vi atrapada. No podía ir a ninguna parte y Andrew no se apartaba. Sentí cómo la Fuente, la energía pura que los Luxen (y ahora yo también) podían emplear, crecía en mi interior y se extendía por mi piel como si fuera electricidad estática.

Podía obligar a Andrew a moverse.

Él debió de ver algo en mis ojos, porque adoptó un aire despectivo.

—Ni se te ocurra emplear ese truquito conmigo; porque, si me atacas, te lo devolveré. Sin remordimientos.

Me costó Dios y ayuda contener el impulso de mi cuerpo de desatar la Fuente contra él. Mi parte humana y la otra parte (fuera lo que fuera) querían recurrir a ese poder y emplearlo… aprovecharlo. Era como un músculo que estaba preparándose para que lo utilizara.

Recordé el vertiginoso subidón de poder y lo que se sentía al liberarlo. A una parte de mí, una parte diminuta, le gustaba aquella sensación, y eso me acojonó.

Por suerte para Andrew, el miedo que me atenazó las entrañas me cortó las alas.

—¿Por qué me odias? —le pregunté.

Andrew ladeó la cabeza.

—Con Beth pasó lo mismo. Todo iba bien, y entonces llegó ella. Perdimos a Dawson, y sabes perfectamente que todavía no lo hemos recuperado del todo. Y ahora está pasando con Daemon, solo que esta vez perdimos a Adam en el proceso. Ha muerto.

Por vez primera, algo más aparte de un arrogante desdén asomó a sus ojos cristalinos. Se trataba de dolor: la clase de sufrimiento que yo conocía bien. Tenía la misma expresión de angustia y desesperación que yo después de que mi padre muriera de cáncer.

—Él no va a ser el único al que perdamos —continuó Andrew con voz ronca—. Y lo sabes. Pero ¿acaso te importa? No. Los humanos son la forma de vida más egoísta que existe. Y no te molestes en fingir que tú eres diferente. Si lo fueras, te habrías mantenido apartada de Dee al principio. Nunca te habrían atacado y Daemon no habría tenido que curarte. Nada de esto habría ocurrido. Es culpa tuya. Tú eres la responsable.

Como era de esperar, el resto del día fue un asco. Me preocupaba qué podría haber hecho Dawson para que Daemon se pasara todo el día persiguiéndolo y me daba miedo que el Departamento de Defensa estuviera a punto de detenernos a todos. Para colmo, no me quitaba de la cabeza qué estaría tramando Will y, después de mi conversación con Andrew, tenía ganas de esconderme debajo de las mantas.

Y lo hice durante una hora más o menos. Mis momentos de autocompasión siempre tenían un límite de tiempo porque, por lo general, me daba rabia comportarme así.

De modo que dejé de mirarme el ombligo, abrí el portátil y me puse a escribir reseñas. Puesto que me había quedado atrapada en casa por la nevada y Daemon había estado ocupado con Dawson la mayor parte del tiempo, había conseguido acabar cuatro libros. No era mi récord personal, pero estaba bastante bien teniendo en cuenta que tenía las reseñas superabandonadas.

Escribir una reseña sobre un libro que me había gustado siempre me hacía sentir bien, así que me puse manos a la obra. Incluso busqué fotos curiosas para enfatizar mi entusiasmo. Mis favoritas eran las de gatitos monos y llamas. Y las de Dean Winchester. Pinchar en el botón de «publicar entrada» me hizo esbozar una sonrisa.

Una, lista; quedaban tres más.

Pasé el resto del día escribiendo reseñas sin parar y luego siguiéndoles la pista a unos cuantos de mis blogueros favoritos. Uno de ellos tenía una cabecera en su blog por la que yo mataría. A mí nunca se me había dado demasiado bien diseñar páginas web, lo que explicaba el fondo cutre de mi blog.

Después de una rápida excursión al supermercado con mi madre y de cenar, estaba a punto de lanzarme a la búsqueda de Daemon cuando noté un cálido cosquilleo en la nuca.

Casi arrollé a mamá cuando salí disparada de la cocina. Abrí la puerta de golpe un instante después de que Daemon llamara y, a continuación, me arrojé —literalmente— a sus desprevenidos brazos.

Daemon no esperaba semejante ataque, por lo que retrocedió un paso tambaleándose. Pero entonces soltó una carcajada profunda contra mi coronilla y me rodeó con los brazos. Me aferré a él, apretándole los hombros con todas mis fuerzas. Estábamos tan pegados que podía sentir su corazón latiendo tan veloz como el mío.

—Ya sabes cómo me gusta que me saludes así, gatita —murmuró.

Mascullé algo ininteligible con la cabeza enterrada en el espacio entre su cuello y su hombro, que tenía un olor masculino y a especias.

Daemon me levantó en el aire.

—Estabas preocupada, ¿no?

—Ajá.

Entonces recordé que me había pasado todo el puñetero día muerta de preocupación. Me solté y le di un buen puñetazo en el pecho.

—¡Ay! —exclamó, aunque sonrió mientras se frotaba el pecho—. ¿A qué ha venido eso?

Me crucé de brazos e intenté no levantar la voz.

—¿Has oído hablar de los móviles?

Daemon enarcó una ceja.

—Sí, claro, son esos aparatitos con un montón de aplicaciones chulas…

—¿Y se puede saber por qué no llevabas el tuyo hoy? —lo interrumpí.

Se inclinó hacia mí y me rozó la mejilla con los labios al hablar, lo que me provocó escalofríos. Eso no valía.

—Pasarme todo el día cambiando entre mi auténtica forma y la humana fríe los aparatos electrónicos.

Vaya. Bueno, no había pensado en eso.

—Aun así deberías haber llamado. Pensé que…

—¿Qué pensaste?

Le lancé una mirada que dejaba bien claro que no hacía falta explicarlo.

El brillo de diversión desapareció de sus ojos. Me colocó las manos en las mejillas, acercó sus labios a los míos y me besó con dulzura. Cuando habló, lo hizo en voz baja.

—Gatita, no va a pasarme nada. Yo soy la persona por la que menos deberías preocuparte.

Cerré los ojos y me embebí de su calidez.

—Puede que esa sea la mayor estupidez que hayas dicho nunca, ¿sabes?

—¿En serio? Porque digo un montón de estupideces.

—Ya lo sé. Así que imagínate. —Respiré hondo—. No pretendo comportarme como una de esas novias obsesivas, pero las cosas… son diferentes con nosotros.

Hubo un momento de silencio y luego en sus labios se dibujó una sonrisa.

—Tienes razón.

El infierno se congeló y las ranas criaron pelo.

—¿Cómo has dicho?

—Que tienes razón. Debería haberte llamado en algún momento. Lo siento.

La Tierra dejó de girar. No sabía qué decir. Según Daemon, él tenía razón el noventa y nueve por ciento del tiempo. Caramba.

—Te has quedado muda. —Se rió entre dientes—. Me gusta. Y también me gusta cuando sacas las uñas. ¿Quieres volver a pegarme?

Solté una carcajada.

—Serás…

Mamá abrió la puerta detrás de mí, carraspeó y dijo:

—No sé por qué os gustan tanto los porches, pero será mejor que entréis. Ahí fuera hace un frío que pela.

Me puse roja como un tomate y no pude hacer nada para detener a Daemon, que me soltó y entró como si tal cosa. De inmediato, empezó a emplear todos sus encantos con mi madre hasta tenerla rendida a sus pies en medio del recibidor.

Le dijo que le encantaba su nuevo corte de pelo. ¿Se lo había cortado? En realidad sí parecía diferente, como si se lo hubiera lavado o algo así. Que sus pendientes de diamantes eran preciosos, que la alfombra al pie de la escalera era muy bonita y que el aroma que aún quedaba de la misteriosa cena (porque yo aún no había averiguado qué me había dado de comer) olía de maravilla. Cuando le aseguró que admiraba a las enfermeras de todo el mundo, ya no pude seguir disimulando mi cara de fastidio.

Daemon estaba portándose como un tonto.

Lo agarré del brazo y empecé a tirar de él hacia la escalera.

—Vale, ha estado bien, pero…

Mamá se cruzó de brazos.

—Katy, ¿qué te tengo dicho sobre tu cuarto?

Y yo que pensaba que no podía ponerme más colorada.

—Mamá… —Tiré del brazo de Daemon, pero él no se movió. Solté un suspiro cuando la expresión de mi madre se mantuvo inalterable—. Por el amor de Dios, ni que fuéramos a acostarnos estando tú en casa.

—Vaya, cielo, me alegra saber que solo os acostáis cuando yo no estoy en casa.

Daemon tosió para intentar contener una sonrisa.

—Podemos quedarnos…

Lo fulminé con la mirada y conseguí que subiera un escalón.

—Por favor, mamá… —gimoteé.

Mi madre cedió al fin.

—Vale, pero deja la puerta abierta.

Sonreí de oreja a oreja.

—¡Gracias!

Entonces, di media vuelta y me llevé a Daemon a rastras hasta mi cuarto antes de que mi madre se uniera a su club de fans. Lo hice entrar de un empujón mientras lo reprendía con un gesto de la cabeza.

—Eres de lo que no hay.

—Y tú eres una pillina. —Retrocedió con una sonrisa—. ¿No ha dicho que no cerraras la puerta?

—Así es. —Hice un gesto hacia la puerta, a mi espalda—. Está entreabierta. No la he cerrado.

—Tecnicismos —dijo mientras se sentaba en la cama y me hacía señas con la mano para que me acercara. Un brillo pícaro oscureció el tono verde de sus ojos—. Vamos… ven aquí.

Conseguí resistirme.

—No te he hecho subir para meternos mano.

—Mierda —soltó dejando caer la mano sobre su regazo.

Me obligué a no reírme (porque eso no haría más que animarlo) y decidí ir al grano.

—Tengo que decirte algo. —Me acerqué lentamente a la cama, asegurándome de no levantar la voz—. Will ha estado hablando con mi madre.

Daemon entrecerró los ojos.

—Sigue.

Me senté a su lado, con las piernas pegadas al pecho. A medida que le contaba lo que había dicho mi madre, el músculo de la mandíbula empezó a palpitarle. La noticia no le sentó bien. Además, no había forma de que pudiéramos averiguar si la mutación se había mantenido o qué se traía Will entre manos, aparte de preguntárselo a él directamente. Sí, claro.

—No puede volver —sentencié mientras me masajeaba las sienes, que latían al ritmo del músculo de la mandíbula de Daemon—. Si la mutación no permaneció, sabe que lo matarás. Pero si funcionó…

—Él tendría la sartén por el mango —admitió Daemon.

Me dejé caer de espaldas.

—Dios, esto es un desastre… un desastre de padre y muy señor mío. —Era como si tuviéramos las de perder, pasara lo que pasase—. Si regresa, no puedo dejar que se acerque a mi madre. Tengo que contarle la verdad.

Daemon guardó silencio mientras cambiaba de posición hasta apoyar la espalda contra la cabecera de la cama.

—Preferiría que no lo hicieras.

Fruncí el ceño mientras ladeaba la cabeza para poder mirarlo a los ojos.

—Tengo que hacerlo. Está en peligro.

—Lo estará si se lo cuentas. —Cruzó los brazos—. Comprendo por qué quieres hacerlo, por qué lo necesitas, pero saber la verdad la pondrá en peligro.

Una parte de mí lo entendía. Cualquier humano que supiera la verdad corría peligro.

—Pero ocultárselo es peor. —Me incorporé y me giré hacia él, apoyándome sobre las rodillas—. Will es un psicópata. ¿Y si vuelve y retoma la relación? —Me subió la bilis a la garganta—. No puedo permitirlo.

Daemon se pasó una mano por el pelo y ese gesto le tensó la fina tela de la camisa de manga larga sobre el bíceps. Soltó un suspiro largo y profundo.

—Primero tenemos que averiguar si Will de verdad piensa volver.

—¿Y cómo propones que lo hagamos? —solté, enfadada.

—Todavía no lo he pensado. —Me sonrió de manera poco convincente—. Pero ya se me ocurrirá algo.

Me senté, frustrada. Pensándolo fríamente, aún teníamos tiempo. No eternamente (unos días o una semana, con suerte), pero había tiempo. Sencillamente, no me gustaba la idea de ocultarle a mamá lo que estaba pasando.

—¿Dónde has estado metido todo el día? ¿Persiguiendo a Dawson? —le pregunté, dejando el tema aparcado por el momento. Cuando asintió con la cabeza, sentí pena por él—. ¿Qué ha estado haciendo?

—Deambulando por ahí, pero intentaba despistarme. Estoy seguro de que quería volver a ese edificio de oficinas y, si no hubiera estado siguiéndolo, habría ido. La única razón por la que me he atrevido a dejarlo solo ahora es porque Dee lo tiene acorralado. —Apartó la mirada y se quedó callado un momento. Tensó los hombros como si soportara una carga enorme—. Dawson… va a conseguir que vuelvan a capturarlo.