Era la tarde antes del baile y Dee estaba en mi cuarto rizándome el pelo con unas tenacillas. Aunque al principio la conversación fue un poco incómoda, se volvió más fluida como a mitad del proceso de peinado. Para cuando me recogió el pelo en un complejo diseño que le sacaba el máximo partido a sus esfuerzos, ya estábamos charlando de manera espontánea.
Dee se sentó en el borde de mi cama, con las manos entrelazadas sobre el regazo, mientras yo me maquillaba los ojos. Ella había optado por algo sencillo: una coleta con el pelo enrollado alrededor formando un grueso moño; un look clásico que resaltaba su rostro anguloso a la perfección.
Me froté con el meñique debajo del ojo, difuminando el delineador marrón.
—¿Estás emocionada por lo de esta noche? —pregunté.
Dee se encogió de hombros.
—Simplemente quiero hacerlo porque, ya sabes, es nuestro último curso. Es probable que sea el último año que estemos juntos, todos nosotros, y quiero experimentarlo. Sé que Adam habría querido que fuera y me divirtiera.
Guardé el delineador en la bolsa y rebusqué el rímel.
—Claro que sí —dije mirando hacia el cuarto—. Parecía de esa clase de chicos que querría lo mejor para ti, sin importar lo que significara para él.
Esbozó una sonrisa fugaz.
—Así es.
Me volví de nuevo hacia el espejo con tristeza y clavé la mirada en el tubito dorado. Dee debería estar con Adam esa noche.
—Dee, lo…
—Ya lo sé. —Primero estaba sentada en la cama y, un segundo después, estaba de pie en la puerta. La parte inferior de su cuerpo se desvaneció y, caramba, fue una imagen muy rara—. Sé que lo sientes. Sé que nunca quisiste que Adam muriera.
Me volví hacia ella, haciendo girar el fragmento de obsidiana entre los dedos.
—Lo cambiaría todo si pudiera.
Su mirada se apartó de mí y se posó en algún punto situado por encima de mi hombro.
—¿Te da miedo lo de mañana por la noche?
Me volví de nuevo hacia el espejo y parpadeé para intentar contener las lágrimas. Durante un momento, había dado la impresión de que habíamos avanzado mucho, pero entonces la puerta se había cerrado de golpe en mi cara. Bueno, tal vez habíamos avanzado un poco, pero no tanto como yo quería.
«Así que deja de portarte como una llorica», me ordené a mí misma. «Vas a malgastar un montón de maquillaje».
—¿Katy?
—Sí, me da miedo —admití con una pequeña carcajada—. ¿A quién no? Pero intento no pensar en ello. Eso es lo que hice la última vez, y estaba de los nervios.
—Yo estaría de los nervios de todas formas. En realidad, ya lo estoy y lo único que tengo que hacer es quedarme esperando en el todoterreno. —Desapareció de la puerta de repente y volvió a aparecer junto al armario. Desenvolvió mi vestido de fiesta con delicadeza—. Tú ten cuidado y mantén a mis hermanos a salvo. ¿Vale?
El corazón se me aceleró y no lo dudé.
—Vale.
Cambiamos de sitio y Dee terminó de maquillarse mientras yo me ponía el vestido. Mamá apareció en el cuarto, cámara en mano, y ya estábamos otra vez. Nos sacó fotos a Dee y a mí y se le llenaron los ojos de lágrimas cuando se puso a hablar de cuando yo solía jugar a disfrazarme con sus zapatos y corría desnuda por la casa… Y todo eso fue antes de que Dee se marchara y llegara Daemon.
Las cosas solo podían ir de mal en peor.
Sin embargo, cuando Daemon entró en la sala de estar donde yo esperaba jugueteando con un bolsito que mamá me había prestado, me quedé estupefacta.
A Daemon le sentaba bien prácticamente cualquier cosa: vaqueros, chándal, ropa de leñador…; no obstante, con un esmoquin negro hecho a la medida de sus hombros anchos y caderas estrechas, estaba absolutamente imponente.
Unas ondas oscuras le caían sobre la frente, peinadas hacia la derecha. Sostenía un bonito ramillete en una mano. Mientras se enderezaba la corbata, su mirada se posó en las puntas de mis zapatos y fue ascendiendo lentamente, entreteniéndose en ciertas zonas (cosa de lo que esperaba que mi madre no se hubiera dado cuenta). Los dedos se le quedaron inmóviles en torno a la corbata y me sonrojé al sentir la intensidad de su mirada y su aprobación.
Sí que le gustaba el color rojo.
A esas alturas, mis mejillas tenían que hacer juego con el vestido.
Daemon se acercó con ese andar arrogante de estrella del rock, se detuvo a unos treinta centímetros de mí, inclinó la cabeza y me susurró:
—Estás preciosa.
Un intenso aleteo me brotó en el estómago y se propagó.
—Gracias. Tú tampoco estás nada mal.
Mamá revoloteaba a nuestro alrededor como un pajarito errático, sacándonos fotos y agobiándonos. Cada vez que miraba a Daemon, ponía ojos de corderito. La tenía completamente embobada.
Nos hizo un montón de fotografías mientras Daemon sacaba el ramillete de la caja y me lo ataba a la muñeca. El ramillete consistía en una simple rosa en plena floración rodeada de hojas verdes y velo de novia. Era precioso. Posamos para las fotos de mamá y todo el proceso fue natural, ni punto de comparación con lo de Simon durante el baile de comienzo de curso. Mis pensamientos vagaron hasta Simon mientras nos sacábamos un par de fotos más y luego Daemon se hacía con la cámara para sacar algunas de madre e hija.
¿Simon estaría vivo? Blake había jurado que, la última vez que lo había visto, el otro chico seguía con vida mientras el Departamento de Defensa se lo llevaba. Fuera lo que fuera lo que le había ocurrido a Simon, se debía a que me había visto perder el control de la Fuente. Otra posible muerte ligada a mí. Y Simon tenía que estar muerto, porque ¿para qué lo querría vivo el Departamento de Defensa o Dédalo? No era más que un humano…
Pensé en Carissa.
Daemon me colocó una mano en la parte baja de la espalda.
—¿Dónde estás?
Parpadeé, volviendo al presente.
—Estoy aquí, contigo.
—Eso espero.
Mamá se acercó y me dio un abrazo.
—Cielo, estás tan guapa… Los dos os veis guapísimos juntos.
Daemon se apartó y me sonrió por encima del hombro de mi madre.
—No puedo creerme que esto esté pasando. Tu baile de graduación —dijo sorbiéndose la nariz mientras retrocedía y se volvía hacia Daemon—. Ayer mismo iba corriendo por la casa, sacándose el pañal…
—Mamá —espeté, poniéndole fin a la conversación. Ya era bastante malo que contara historias de cuando yo era un bebé. Que alguien las oyera era humillante. Pero, tratándose de Daemon, era mil veces más espantoso.
Un brillo de interés apareció en los ojos de Daemon.
—¿Tiene fotos? Por favor, dígame que tiene fotos.
Mamá sonrió de oreja a oreja.
—¡Pues resulta que sí! —Se volvió hacia una estantería que había en el rincón, abarrotada de fotografías humillantes—. Registré cada…
—Anda, mira qué hora es. —Agarré a Daemon del brazo y tiré. No se movió ni un centímetro—. Tenemos que irnos ya.
—Siempre hay un mañana —le dijo a mi madre, guiñándole un ojo—. ¿Verdad?
—No me voy a trabajar hasta las cinco —contestó ella con una amplia sonrisa.
Eso no estaba pasando. De camino a la puerta, mamá me detuvo y me dio otro abrazo.
—Estás guapísima, cariño. Lo digo en serio.
—Gracias —contesté devolviéndole el abrazo.
Me apretujó como si no fuera a soltarme nunca y no me importó, porque después de mañana por la noche existía la posibilidad de que no regresara. Así que necesitaba abrazar a mi madre y no me avergonzaba admitirlo.
—Me alegro por ti —susurró—. Es un buen chico.
Le dediqué una sonrisa llorosa.
—Lo sé.
—Bien. —Se apartó dándome palmaditas en los brazos con ambas manos—. ¿Toque de queda?
—Esto…
—Esta noche no hay. —Para mi sorpresa, sonrió—. Tú simplemente compórtate y no hagas nada de lo que te arrepientas por la mañana. —Su mirada se desvió por encima de mi hombro y musitó—: Aunque no creo que fuera el caso.
—¡Mamá!
Me dio un empujoncito, riéndose.
—Estoy vieja, no muerta. Ahora ve y diviértete.
Me fui lo más rápido que pude.
—No has oído la última parte, ¿no?
Daemon sonrió.
—Ay, Dios…
Daemon echó la cabeza hacia atrás y soltó una carcajada mientras me cogía de la mano.
—Venid, milady, vuestro carruaje os aguarda.
Me subí a Dolly riéndome y, en cuanto Daemon entró, discutimos sobre la emisora de radio hasta que estuvimos a medio camino del instituto y Daemon me miró de reojo.
—Estás preciosa, gatita. Lo digo en serio.
Sonreí mientras pasaba los dedos sobre las cuentas del bolso.
—Gracias.
Hubo una pausa.
—También me pareció que estabas preciosa la noche del baile de comienzo de curso.
Volví la cabeza bruscamente hacia él, olvidándome del bolso.
—¿De verdad?
—Ya lo creo. No soportaba que estuvieras con otro. —Se rió al ver la expresión de mi cara y luego volvió a concentrarse en la oscura carretera. Aquella sonrisa sincera me derritió el corazón—. ¿Y cuando te vi con Simon? Quise hacerlo picadillo y secuestrarte.
Me eché a reír. A veces me olvidaba de que, durante aquellos primeros y tumultuosos meses tras conocernos, una parte minúscula de él podría haberse sentido atraída por mí.
—Así que, sí, me pareció que estabas preciosa.
Me mordí el labio y, acto seguido, esperé que el brillo de labios no se hubiera corrido.
—A mí siempre me has parecido… —«Precioso» no era una palabra demasiado varonil para describir a un chico, así que me decidí por—: Muy guapo.
—Lo que quieres decir es que siempre has pensado que estaba como un tren y no podías quitarme los ojos de encima.
—Vamos a tener que trabajar en el tema de tu modestia. —El bosque era un borrón fuera de las ventanillas y pude ver mi sonrisa en el reflejo—. Por el amor de Dios, siempre acabas sacándome de mis casillas.
—Es parte de mi encanto.
Resoplé.
El baile de graduación se celebraba en el mismo sitio que el de comienzo de curso: el gimnasio del instituto. ¡Qué sofisticado! El aparcamiento estaba abarrotado y, como llegábamos un poco tarde, tuvimos que dejar a Dolly en el quinto pino.
Daemon me cogió de la mano mientras nos dirigíamos tranquilamente al instituto. El aire era fresco. Por allí en mayo todavía hacía bastante frío por las noches, pero no me hacía falta un chal ni nada por el estilo teniendo a Daemon a mi lado. Él siempre irradiaba una increíble cantidad de calor.
En el baile de principio de curso, habían transformado el gimnasio con adornos de temática otoñal; sin embargo, para el de graduación, habían colgado unas luces blancas que recorrían el techo y bajaban por las gradas cerradas formando un deslumbrante efecto de cascada. Habían traído unas enormes y frondosas plantas en macetas y las habían colocado en torno a las mesas cubiertas con manteles blancos situadas al borde de la pista de baile.
La música era estruendosa y apenas podía oír lo que Daemon estaba diciéndome mientras me llevaba a rastras. Lesa apareció de la nada, me cogió de la mano y me llevó a la pista de baile. Estaba impresionante con un vestido de corte sirena en color azul oscuro que realzaba su cuerpo con forma de guitarra. Otras chicas nos rodearon en la pista. Las risas se mezclaron con el ritmo de la música y me acordé del club de Martinsburgo y las jaulas.
Mundos completamente diferentes.
Daemon volvió a aparecer y me apartó de las chicas. Era un baile lento y su brazo encajó a la perfección alrededor de mi cintura. Apoyé la mejilla en su hombro y me alegré de que él y Dee me hubieran convencido para que fuera. Salir y hacer ese tipo de cosas sentaba genial, como si me hubieran quitado un peso enorme de los hombros.
Daemon estaba tarareando la canción y me rozaba de vez en cuando la mejilla con el mentón. Me gustaba la forma en la que su pecho vibraba contra el mío, recordándome lo natural que me resultaba sentir su cuerpo pegado a mí.
Hacia el final de la canción, mis ojos se abrieron y se encontraron con los de Blake.
Inhalé bruscamente. No había esperado que viniera, así que verlo me asombró un poco. ¿Estaría con alguien? No había ninguna chica cerca de él, pero eso no significaba nada. La forma en la que estaba ahí plantado observándonos daba demasiada grima para mi gusto.
Una pareja se interpuso, riendo mientras el chico le manoseaba las caderas a la chica. Cuando pasaron, Blake había desaparecido, pero una sensación extraña y repugnante se me había instalado en el estómago. Sentía lo mismo cada vez que veía a Blake, por lo que intentaba no pensar en él.
No obstante, verlo me hizo pensar en otra persona. Levanté la cabeza.
—¿Dawson no ha venido?
Daemon negó con la cabeza.
—No, creo que sentiría que estaba traicionando a Beth si lo hiciera.
—Vaya —susurré, sin saber qué pensar de eso. Su dedicación a Beth era más que digna de admiración: era casi sobrecogedora. Puede que tuviera que ver con el ADN alienígena.
El brazo de Daemon me apretó con más fuerza y el esmoquin se le tensó sobre los hombros.
Sí, definitivamente el ADN alienígena intervenía en muchísimos aspectos.
Después del baile lento, Andrew y Dee se unieron a nosotros. Dee estaba tan maravillosa como me imaginaba que lo estaría con su vestido y su look fresco y limpio. Me percaté de que mantenían una discreta distancia entre ellos. Para mí, era evidente que solo eran amigos, simplemente porque compartían una pérdida.
Cuando Daemon se marchó para buscar algo de beber, me atacaron por la espalda Ash, su pareja humana… y aquel vestidito negro.
Ash sonrió más contenta que unas pascuas.
—David, esta es Katy. No te preocupes por aprenderte su nombre. Probablemente se te olvide.
La ignoré y le ofrecí la mano al chico.
—Encantada.
David era guapo, muy guapo, tanto que podría competir con los Luxen. Tenía el pelo castaño y rizado y sus cálidos ojos color whisky eran cordiales.
Me dio un buen apretón de manos.
—Mucho gusto.
Y educado. ¿Qué estaba haciendo con Ash?
—Tengo ciertos talentos —me susurró ella al oído, como si me hubiera leído la mente, y la miré con cara de pocos amigos—. Pregúntale a Daemon. Él puede contártelo. —A continuación, se enderezó riéndose.
En lugar de darle un puñetazo, que era algo que me apetecía muchísimo (podía sentir la Fuente rogándome que la utilizara), sonreí con dulzura mientras pasaba junto a ella y coloqué una mano sobre su esbelta espalda descubierta. Un impulso eléctrico de alto voltaje pasó de mi mano a su piel.
Ash dio un respingo, dejando escapar un chillido bajo, y se volvió de repente.
—Serás…
A su lado, David parecía confundido; pero, detrás de él, Dee soltó una carcajada. Seguí sonriendo y le guiñé un ojo a Ash antes de darme la vuelta. Daemon estaba allí con dos vasos en las manos y una ceja levantada.
—Gatita mala —murmuró.
Me puse de puntillas, sin dejar de sonreír, y lo besé. Fue un beso inocente (por lo menos por mi parte), pero Daemon lo llevó a otro nivel completamente diferente. Cuando nos separamos, me había quedado sin aliento.
Dejamos al grupo atrás y nos pusimos a bailar otra vez, tan pegados que estaba segura de que en cualquier momento aparecería un profesor y nos separaría. Bailé con Lesa varias veces e incluso Dee se nos unió una vez. Teníamos una pinta ridícula, dando vueltas y divirtiéndonos.
Cuando regresé a los brazos de Daemon, ya llevábamos unas dos horas en el baile. Algunos chicos estaban empezando a marcharse para dirigirse a las famosas fiestas que se celebraban en los campos de las granjas.
—¿Estás lista para irnos ya? —me preguntó.
—¿Tienes algo planeado? —Madre mía, la imaginación se me desbocó.
—Sí. —Me sonrió con picardía—. Tengo una sorpresa para ti.
Y en ese momento mi imaginación se volvió mucho más creativa. Por lo general, Daemon y la palabra «sorpresa» en la misma frase suponían una aventura la mar de entretenida.
—Vale —dije esperando sonar adulta y sofisticada mientras por dentro brincaba de alegría como una tonta.
Encontré a Lesa, le dije que nos íbamos y le di un abrazo.
—¿Habéis reservado una habitación de hotel? —me preguntó, y los ojos le relucieron bajo las luces blancas.
Le di una palmada en el brazo.
—Por el amor de Dios, no. Bueno… creo que no. Dice que me tiene preparada una sorpresa.
—¡Eso es una habitación de hotel seguro! —exclamó—. Ay, Dios mío, vais a hacerlo. Ya sabes, esa palabra de cuatro letras.
Sonreí.
Lesa entrecerró los ojos y luego los abrió como platos.
—Un momento. ¿Ya habéis…?
—Tengo que irme. —Empecé a alejarme, pero me siguió.
—¡Tienes que contármelo! Necesito saberlo. —Detrás de ella, Chad nos miraba con curiosidad.
Negué con la cabeza, escabulléndome.
—De verdad que tengo que irme. Ya hablaremos luego. Diviértete.
—Oh, más te vale que hablemos. Te lo exijo.
Tras prometerle que la llamaría, fui en busca de Dee, pero solo encontré a Ash, que, después del chispazo de antes, tenía cara de querer vengarse. Di media vuelta y recorrí la pista de baile con la mirada buscando a la esbelta chica de pelo negro.
Me di por vencida cuando vi de nuevo a Daemon.
—¿Has visto a Dee?
Él asintió con la cabeza.
—Creo que se fue con Andrew. Decidieron ir a comer algo.
Me quedé mirándolo y él se encogió de hombros.
Ahora ya no estaba tan convencida de la naturaleza de su relación. Adam y Dee solían hacer ese tipo de cosas todo el tiempo. Aunque también había que tener en cuenta que a los Luxen les gustaba comer… muchísimo.
—¿Crees que están…?
—No quiero saberlo.
Yo tampoco, decidí. Cogí la mano que me tendía, volvimos a salir del gimnasio lleno de vapor y bajamos por el pasillo abarrotado de serpentinas. La temperatura había descendido fuera, pero el aire frío me resultó agradable contra la piel enrojecida.
—¿Vas a contarme de qué va la sorpresa?
—Si te lo dijera, no sería una sorpresa —respondió.
Me puse de morros.
—Pero es una sorpresa ahora.
—Buen intento. —Se rió mientras me abría la puerta del vehículo—. Entra y compórtate.
—Lo que tú digas.
Pero me subí y crucé las piernas remilgadamente. Daemon se rió de nuevo mientras rodeaba trotando la parte delantera de su todoterreno y entraba.
Me echó un vistazo y negó con la cabeza.
—Te mueres por saberlo, ¿verdad?
—Sí. Deberías contármelo.
Pero no dijo nada y se mantuvo callado todo el camino a casa, para mi gran sorpresa. Los nervios y la excitación se fueron apoderando de mí. Solo habíamos podido pasar a solas un par de minutos aquí y allá desde aquella fatídica noche de sábado.
Era curioso cómo algo tan horrible y algo tan hermoso podían suceder en la misma noche: comprendí que había sido el mejor y el peor día de mi vida.
No quería pensar en Will.
Daemon aparcó en la entrada de su casa. La luz de la sala de estar estaba encendida.
—Quédate aquí, ¿vale?
Cuando asentí, salió y desapareció; se esfumó en un instante. Me volví en el asiento, muerta de curiosidad, pero no lo vi ni a él ni a nadie. ¿Qué podría estar tramando?
La puerta de mi lado del vehículo se abrió de repente y Daemon extendió una mano.
—¿Lista?
Algo desconcertada por su repentina reaparición, le di la mano y dejé que me sacara en brazos del todoterreno.
—Bueno, en cuanto a mi sorpresa…
—Ya lo verás.
Nos pusimos a caminar cogidos de la mano. Pensé que iba a llevarme a su casa, pero no fue así, y, cuando dejamos atrás la mía y empezamos a bajar por la carretera, no tuve ni idea de qué habría planeado. Bueno, hasta que comprendí que nos dirigíamos a la carretera principal y, cuando nos detuvimos allí, mi mente retrocedió varios meses hasta el día en el que me enteré de la verdad sobre Daemon.
Por poco me atropella un camión.
Sí, una soberana estupidez, pero en ese momento estaba disgustada y no pensaba con claridad. Y toda la culpa había sido de la versión imbécil de Daemon.
Cuando cruzamos la carretera, empecé a hacerme una idea de adónde nos dirigíamos. El lago. Le apreté la mano mientras reprimía una sonrisa tonta.
—¿Crees que vas a poder caminar con esos tacones? —me preguntó con el ceño fruncido como si acabara de ocurrírsele.
Lo dudaba, pero no quería estropearle nada de aquello.
—Sí, no pasa nada.
De todas formas, se lo tomó con calma para asegurarse de que no me cayera de bruces ni me rompiera el cuello. Fue increíblemente dulce, la verdad. Se encargó de apartar todas las ramas bajas del camino y, en cierto momento, incluso dejó asomar una parte de su verdadero ser. Una luz blanca rodeó su mano alumbrando el terreno irregular.
¿Quién necesitaba una linterna cuando tenías a Daemon?
Tardamos un poco más de lo normal en llegar al lago, pero disfruté del paseo y de su compañía. Y, cuando salimos de la última hilera de árboles y la escena que tenía ante mí se desveló, no pude dar crédito a lo que veía.
La luz de la luna se reflejaba en las tranquilas aguas y, a un par de metros de la orilla, junto a las flores silvestres blancas que habían comenzado a florecer, había varias mantas extendidas y amontonadas unas sobre otras creando una zona para sentarse con pinta de ser bastante cómoda. También había unos cuantos almohadones y una nevera grande. Una hoguera crepitaba más cerca del lago, rodeada de piedras grandes.
Estaba anonadada.
Todo aquel despliegue era increíblemente romántico, dulce, asombroso y tan, tan perfecto que me pregunté si no estaría soñando. Sabía que Daemon era capaz de sorprenderme (siempre lo hacía), pero ¿eso…? El corazón se me hinchó tan rápido que estaba segura de que se me iba a salir del pecho.
—Sorpresa —dijo dando un paso al frente, de espaldas al fuego—. Se me ocurrió que esto estaría mejor que una fiesta de esas. Y te gusta el lago. Y a mí también.
Parpadeé para contener las lágrimas. Dios, tenía que dejar de llorar todo el rato; sobre todo esa noche, porque llevaba un kilo de rímel en las pestañas.
—Es perfecto, Daemon. Madre mía, es maravilloso.
—¿En serio? —Un poco de vulnerabilidad asomó en su voz—. ¿De verdad te gusta?
No podía creerme que tuviera que preguntarlo.
—Me encanta. —Y entonces me eché a reír, que era mejor que llorar—. Me encanta de verdad.
Daemon sonrió.
Me lancé sobre él, rodeándolo con brazos y piernas como si fuera una monita loca.
Él me agarró, riéndose, y no perdió el equilibrio.
—Te encanta de verdad —dijo caminando hacia atrás—. Me alegro.
Me invadían tantas emociones que no podía concentrarme en una sola, pero todas eran buenas. Cuando me dejó en el suelo, me saqué los zapatos sacudiendo los pies y me coloqué sobre las mantas. Las noté suaves bajo los dedos de los pies, espléndidas.
Me senté sobre las piernas.
—¿Qué hay en la nevera?
—Ah, cosas ricas. —Desapareció y volvió a aparecer arrodillado junto a la nevera. La entreabrió y sacó una botella de vino y dos copas—. Refresco de vino… con sabor a fresas. Tu favorito.
Me reí.
—Virgen Santa.
Sacó el corcho con algún truquito mental Jedi alienígena y sirvió una copa a cada uno. Cogí la mía y bebí un sorbo de aquel líquido con burbujitas. Me gustaban los refrescos de vino porque no sabían a alcohol, que además se me subía rápido a la cabeza.
—¿Qué más? —pregunté echándome hacia delante.
Sacó un bote, levantó la tapa con cuidado y lo inclinó hacia mí. Aparecieron unas tentadoras fresas cubiertas de chocolate.
Se me hizo la boca agua.
—¿Las has preparado tú?
—Ja, ja. No.
—Esto… ¿Las ha hecho Dee?
Eso le sacó una risa.
—Las he comprado en la pastelería del centro. ¿Quieres una?
Me comí una y creo mi boca murió y fue al cielo. Puede que hasta babeara un poco.
—Están buenísimas.
—Hay más. —Sacó un recipiente de plástico lleno de trozos de queso y galletitas saladas—. También de la tienda, porque no soy buen cocinero.
¿A quién le importaba de dónde lo hubiera sacado? Él había hecho eso… todo eso era obra suya.
También había sándwiches de pepino y pizza vegetal. Era comida perfecta para picar y nos lanzamos sobre ella, riendo y comiendo mientras el fuego iba consumiéndose lentamente.
—¿Cuándo has organizado todo esto? —le pregunté mientras me servía mi quinta porción, creo, de pizza vegetal.
Daemon cogió una fresa y la inspeccionó con los ojos entrecerrados.
—Ya tenía aquí las cosas en la nevera y las mantas enrolladas en una lona. Lo único que he tenido que hacer cuando hemos regresado fue venir superrápido, extender las mantas y encender el fuego.
Me terminé la porción de pizza.
—Eres asombroso.
—Estoy seguro de que no acabas de darte cuenta de eso.
—No. Siempre lo he sabido. —Lo vi rebuscar otra fresa—. Puede que no al principio…
Levantó la vista un instante.
—Mi asombrosa personalidad actúa con sigilo.
—¿Ah, sí?
La temperatura había descendido, así que me arrimé más a Daemon y al fuego mortecino, tiritando pero ni por asomo lista para regresar.
—Ajá.
Sonrió mientras cerraba el bote y volvía a guardar el resto de la comida en la nevera. Me lanzó un refresco y lo recogió todo. Ya habíamos pasado del vino hacía un rato.
—No puedo dejar ver todas mis increíbles facetas a la vez.
—Claro que no. ¿Dónde estaría el misterio?
Cogió una manta más pequeña.
—Exactamente.
Me colocó la manta sobre los hombros y luego volvió a acomodarse a mi lado.
—Gracias. —Me arrebujé con el suave material—. Creo que la gente se quedaría anonadada si descubriera lo dulce que eres en realidad.
Daemon se tumbó, colocándose de costado.
—No pueden enterarse nunca.
Me incliné hacia delante, sonriendo, y lo besé en los labios.
—Me llevaré el secreto a la tumba.
—Bien. —Dio una palmadita en el suelo, a su lado—. Podemos volver cuando quieras.
—No me apetece irme.
—En ese caso, trae aquí ese culito híbrido.
Me deslicé cubriendo el espacio que nos separaba y me acosté a su lado. Daemon bajó un almohadón y me lo colocó debajo de la cabeza. Me acurruqué contra él y hubiera hecho falta un ejército de Arum para separarnos.
Hablamos del baile, del instituto y hasta de la universidad de Colorado. Estuvimos charlando hasta mucho después de medianoche.
—¿Te preocupa lo de mañana? —le pregunté mientras deslizaba las puntas de los dedos por la curva de su mandíbula.
—Sí, claro… pero sería una locura no preocuparse. —Me besó un dedo cuando este se acercó demasiado a sus labios—. Pero no por lo que tú crees.
—¿Y, entonces, por qué?
Mi mano bajó por su cuello y se posó en su camisa. Se había quitado la chaqueta hacía un rato. Pude notar su piel cálida y firme bajo la fina tela.
Daemon se acercó un poco más.
—Me preocupa que Beth no sea como Dawson la recuerda.
—A mí también.
—Pero sé que él puede manejarlo. —Se unió al juego. Metió la mano bajo la manta y la cerró sobre mi hombro desnudo—. Solo quiero lo mejor para él. Se lo merece.
—Es verdad. —Contuve el aliento cuando su mano descendió pasando sobre la hendidura de mi cintura y luego la curva de mi cadera—. Espero que Beth esté bien… que todo el mundo esté bien, incluso Chris.
Daemon asintió con la cabeza y me empujó con suavidad para que me tendiera de espaldas. Su mano se deslizó por la falda del vestido hasta llegar a la rodilla. Me estremecí y él sonrió.
—Te preocupa algo más —dijo.
Cuando pensaba en mañana y lo que podría depararnos el futuro, había un montón de cosas que me preocupaban.
—No quiero que te pase nada. —Se me quebró la voz—. No quiero que le pase nada a nadie.
—Chist. —Me besó con ternura—. No va a pasarnos nada a mí ni a nadie.
Le apreté la camisa con los puños, aferrándome a él; como si, simplemente con mantenerlo cerca, de algún modo pudiera impedir que el peor escenario posible se materializara. Era una tontería, lo sabía, pero abrazarlo mantenía a raya mi temor más espantoso.
Que yo consiguiera salir de Mount Weather, pero Daemon no.
—¿Qué pasa si lo logramos mañana por la noche?
—¿Te refieres a cuando lo logremos? —Su pierna rozó las mías y se introdujo en medio—. Volveremos a clase el lunes. Qué lata, lo sé. Luego con suerte aprobaremos los exámenes, que seguro que sí. Luego nos graduaremos. Y luego tendremos todo el verano…
Sentir el peso de su cuerpo sobre mí no me dejaba pensar con claridad, pero el pánico acechaba demasiado cerca.
—Dédalo vendrá a buscar a Beth y Chris.
—Y no los encontrarán. —Sus labios se apretaron contra mi sien y luego contra la curva de mi frente—. Es decir, si se acercan lo suficiente.
Se me revolvió el estómago.
—Daemon…
—Todo irá bien. No te preocupes.
Quería creerlo. Más bien, lo necesitaba.
—No pensemos en mañana —me susurró mientras sus labios me acariciaban la mejilla y después la mandíbula—. No pensemos en la próxima semana ni en la próxima noche. Solo importamos nosotros aquí y ahora, y nada más.
Eché la cabeza hacia atrás, con el corazón acelerado, y cerré los ojos. Parecía imposible poder olvidar todo lo que se avecinaba; sin embargo, cuando su mano me recorrió la rodilla y comenzó a ascender bajo el dobladillo del vestido, coincidí en que solo importábamos nosotros, y nada más.