33

No recordaba haberme caído, pero estaba mirando al techo mientras intentaba mantener presionada la herida de bala, porque había visto a la gente hacer eso en la tele. No obstante, no podía sentirme las manos, así que no estaba segura de si las tenía allí o a los costados.

Tenía la cara húmeda.

Iba a morir en cuestión de minutos, puede que menos, y les había fallado a Daemon y a mi madre. Les había fallado, porque Daemon también moriría y mamá… ay, Dios, mamá llegaría a casa y me encontraría muerta. Mi madre no iba a sobrevivir a eso, no después de lo de papá.

Un estremecimiento me recorrió el cuerpo. Me costaba respirar. No quería morir sola en el suelo frío y duro. No quería morir y punto. Parpadeé y, cuando volví a abrir los ojos, el techo estaba borroso.

Aunque ya no me dolía nada. Los libros tenían razón en eso. Llegó un momento en que experimenté tanto dolor que no pude procesarlo o dejó de importarme. Probablemente lo segundo…

La puerta principal se abrió y una voz conocida gritó:

—¿Katy? ¿Dónde estás? Le pasa algo a Daemon…

Mis labios se movieron, pero no salió ningún sonido. Lo intenté de nuevo.

—¿Dee?

Unos pasos se acercaron poco a poco y luego oí:

—Ay, Dios mío… Ay, Dios mío.

Dee apareció de repente en mi campo visual con el rostro borroso en los bordes.

—Katy. Madre mía, Katy… aguanta. —Me apartó las manos manchadas de sangre y colocó las suyas sobre la herida. Cuando levantó la mirada, vio a Will desplomado junto a la nevera—. Dios santo…

Me esforcé por pronunciar una palabra.

—Daemon…

Dee parpadeó rápidamente, su forma desapareció un segundo y luego tuve su cara delante de la mía. Los ojos le brillaban como diamantes y no pude apartar la mirada. Sus ojos, sus palabras, me consumían.

—Andrew está trayéndolo. No le pasa nada. No va a pasarle nada, porque a ti no va a pasarte nada. ¿Entendido?

Respondí tosiendo y algo húmedo y caliente me cubrió los labios. Tenía que ser algo malo —sangre—, porque Dee se quedó aún más pálida mientras colocaba ambas manos sobre la herida y cerraba los ojos.

Los párpados me pesaban demasiado y la repentina calidez que irradió de sus manos fluyó rítmicamente a través de mí. Su cuerpo se desvaneció y adquirió su verdadera forma (brillante y luminosa como un ángel), y pensé que, si iba a morir, por lo menos habría visto algo hermoso antes del final.

Pero tenía que aguantar, porque no era únicamente mi vida la que pendía de un hilo. También estaba la de Daemon. Así que me obligué a abrir los ojos y a mantenerlos clavados en Dee mientras observaba cómo su luz parpadeaba sobre las paredes, iluminando la habitación. Si me curaba, ¿quedaríamos vinculadas? ¿Los tres estaríamos vinculados? Algo así no me cabía en la cabeza. Y no sería justo para Dee.

Y entonces oí voces. Reconocí las de Andrew y Dawson. Oí un ruido sordo junto a mi cabeza y entonces ahí estaba él, con su hermoso rostro pálido y tenso. Nunca lo había visto tan pálido y, si me concentraba, podía sentir su corazón latiendo tan trabajosamente como el mío. Las manos le temblaron cuando me tocó las mejillas; las noté suaves bajo mis labios entreabiertos.

—Daemon…

—Calla —me dijo, sonriendo—. No hables. Todo va bien.

Se volvió hacia su hermana y le apartó las manos manchadas con suavidad.

—Ya puedes parar.

Ella debió de responderle directamente a él, porque Daemon agitó una mano.

—No podemos arriesgarnos a que lo hagas. Tienes que parar.

Alguien, creo que Andrew, dijo:

—Tío, tú estás demasiado débil para hacerlo.

Y entonces me di cuenta de que era él, y que estaba a mi otro lado. Creo que me cogía de la mano. Aunque podría estar alucinando, porque vi dos Daemon.

Un momento. El segundo era Dawson. Estaba sujetando a Daemon y lo mantenía erguido. Daemon nunca necesitaba ayuda. Él era el más fuerte… es el más fuerte. Me invadió el pánico.

—Deja que Dee lo haga —insistió Andrew.

Daemon negó con la cabeza y, después de lo que me pareció una eternidad, Dee se apartó y asumió su forma humana. Se quitó de en medio a toda prisa, con los brazos temblorosos.

—Está loco —protestó Dee—. Está completamente loco.

Cuando Daemon adquirió su verdadera forma y colocó las manos sobre mí, solo existió él. El resto de la habitación desapareció. No quería que me curara si ya estaba débil, pero entendía por qué no quería que Dee lo hiciera. Era demasiado arriesgado, no sabíamos cómo o si nos vincularía a los tres juntos.

Una sensación de calor fluyó a través de mí y, entonces, dejé de pensar. Oí la voz de Daemon en mi mente, murmurando palabras tranquilizadoras una y otra vez. Me sentí ligera, etérea y completa.

«Daemon…»

Repetí su nombre una y otra vez. No sé por qué, pero oír su nombre me servía de ancla.

Cuando cerré los ojos, no volvieron a abrirse. Noté la calidez renovadora en cada célula, corriéndome por las venas, depositándose en mis músculos y mis huesos. El calor y la seguridad me arrastraron y lo último que oí fue la voz de Daemon.

«Ya puedes relajarte».

Y eso hice.

Cuando abrí los ojos de nuevo, una vela titilaba y danzaba entre las sombras en algún lugar de la habitación. No podía mover los brazos y, durante un segundo, no supe dónde estaba. Sin embargo, cuando realicé una respiración profunda y entrecortada, me envolvió un aroma a naturaleza.

—¿Daemon? —Mi voz sonó ronca y seca por el pánico.

La cama —estaba en una cama— se hundió y Daemon apareció de la oscuridad. La mitad de su rostro quedaba bañada en sombras. Los ojos le brillaban como diamantes.

—Estoy aquí —me dijo—. Justo a tu lado.

Tragué saliva sin apartar la mirada de él.

—No puedo mover los brazos.

Oí una risita profunda y ronca y pensé que era horrible que se riera cuando yo no podía mover los brazos.

—A ver, déjame que lo solucione.

Las manos de Daemon buscaron a tientas a mi alrededor hasta encontrar los bordes de las mantas y las aflojó.

—Ya está.

—Ah.

Moví los dedos y luego saqué los brazos. Un segundo después, me di cuenta de que estaba desnuda… completamente desnuda bajo las mantas. Un fuego me recorrió la cara y me bajó por el cuello. ¿Habíamos…? ¿Qué narices no podía recordar?

Aferré el borde de la manta e hice un gesto de dolor al sentir un tirón en la piel del pecho.

—¿Por qué estoy desnuda?

Daemon me miró sin decir nada. Transcurrió un segundo, luego dos, tres…

—¿No te acuerdas?

Mi cerebro tardó un momento en procesarlo todo; pero, cuando lo hizo, me senté y empecé a apartar la manta. Daemon me lo impidió con la mano.

—Estás bien. Solo hay una marca minúscula… una cicatriz, pero es muy tenue —me aseguró mientras su mano grande y fuerte rodeaba la mía—. Sinceramente, dudo mucho que nadie se dé cuenta a menos que mire muy de cerca, y me inquietaría que alguien mirase tan de cerca.

Mi boca se movió, pero no emitió ningún sonido. A nuestro alrededor, la vela proyectaba sombras en la pared. Era el cuarto de Daemon, porque mi cama no era ni de lejos tan cómoda ni tan grande como la suya.

Will había vuelto. Me había disparado… me había disparado justo en el pecho y yo… No pude terminar ese pensamiento.

—Dee ayudó a limpiarte. Y también Ash. —Me recorrió el rostro con la mirada—. Ellas te metieron en la cama. Yo no… ayudé.

¿Ash me había visto desnuda? Absurdamente, de entre todo lo que había pasado, eso me hizo desear esconderme de nuevo bajo las mantas. Por el amor de Dios, necesitaba ordenar mis prioridades.

—¿Seguro que estás bien? —Estiró un brazo para tocarme, pero se detuvo y su mano quedó suspendida en el aire a unos centímetros de mi mejilla.

Asentí. Me habían disparado… me habían disparado en el pecho. Ese pensamiento se repetía una y otra vez. Ya había estado a punto de morir antes, cuando nos enfrentamos a Baruck, pero recibir un disparo era algo completamente diferente. Me iba a costar un tiempo asimilarlo, sobre todo porque no parecía real.

—No debería poder estar aquí sentada hablando contigo —dije, anonadada, mirándolo a través de las pestañas—. Esto es…

—Lo sé. Es mucho. —Entonces me tocó, rozándome los labios con las puntas de los dedos de manera reverencial. Dejó escapar un suspiro entrecortado—. Es muchísimo.

Cerré los ojos un momento, absorbiendo la suave vibración y la calidez que me provocó su caricia.

—¿Cómo lo supiste?

—Sentí que me faltaba el aire de repente —contestó mientras dejaba caer la mano y se acercaba unos centímetros—. Y noté una sensación abrasadora en el pecho. Los músculos no funcionaban bien. Supe que había pasado algo. Por suerte, Andrew y Dawson consiguieron sacarme de allí sin montar un numerito. Lo siento, no te traje el filete de pollo frito.

No creía que pudiera volver a comer en la vida.

Una sonrisa se dibujó en sus labios.

—Nunca en toda mi vida había tenido tanto miedo. Hice que Dawson llamara a Dee para que comprobara cómo estabas. Yo… me encontraba demasiado débil para llegar aquí por mí mismo.

Recordé lo pálido que estaba y que Dawson lo sostenía.

—¿Cómo te sientes ahora?

—Perfectamente. —Ladeó la cabeza—. ¿Y tú?

—Estoy bien. —Solo notaba una ligera molestia, pero no era nada—. Me salvaste la vida… nuestras vidas.

—No fue nada.

Me quedé boquiabierta. Solo a Daemon se le ocurriría pensar que algo como eso no era nada. Y, entonces, me vino una nueva preocupación. Me giré en la cama y busqué en la oscuridad el reloj que había sobre la mesita de noche. La luz verde del reloj digital mostraba que solo era un poco más tarde de la una de la madrugada. Había dormido unas seis horas.

—Tengo que irme a casa —dije mientras me envolvía con una manta—. Tiene que haber sangre por todas partes y, cuando mi madre llegue por la mañana, no…

—Ya se han encargado de todo —me explicó, deteniéndome—. Se ocuparon de Will y la casa está bien. Cuando tu madre regrese, no notará que ha pasado nada.

El alivio fue potente y me relajé, pero no duró mucho. En mi mente una imagen surgió en la que me vi de pie en la cocina, sonriéndole a Will y aguijoneándolo, y me recorrió un escalofrío. Se hizo el silencio entre nosotros mientras yo contemplaba la habitación a oscuras, reviviendo la tarde una y otra vez. Siempre me asombraba lo tranquila que me había quedado, lo fría que me había sentido cuando esa parte de mí decidió que iba a tener que… tener que matar a Will.

Y lo había hecho.

Un sabor amargo me llenó el fondo de la garganta. Había matado gente, y contaba también a los Arum. Una vida era una vida, había dicho Daemon. ¿A cuántos había matado? ¿A tres? Así que había matado a cuatro criaturas vivientes.

La respiración se me aceleró y se me atascó alrededor del nudo cada vez mayor que se me había formado en la garganta. Lo que me resultaba aún peor que saber que había arrebatado vidas era lo fácil que había aceptado tener que hacerlo. Cuando ocurrió, no había tenido ningún reparo con lo que hice, y yo no era así… no podía ser así.

—Kat —me dijo en voz baja—. Gatita, ¿en qué estás pensando?

—Lo maté. —Los ojos se me llenaron de lágrimas que se derramaron por mis mejillas antes de poder detenerlas—. Lo maté, y no me importó en absoluto.

Me colocó las manos sobre los hombros desnudos.

—Hiciste lo que tenías que hacer, Kat.

—No. No lo entiendes. —Se me cerró la garganta y me esforcé por respirar—. No me importó. Y ese tipo de cosas debería importarme. —Solté una carcajada ronca—. Oh, Dios…

Un atisbo de dolor apareció en su brillante mirada.

—Kat…

—¿Qué me pasa? Porque me pasa algo malo. Podría haberlo desarmado sin más y detenerlo. No tenía que…

—Kat, él intentó matarte. Te disparó. Actuaste en defensa propia.

Todo aquello sonaba razonable para él. Pero ¿había ocurrido así? Will estaba débil y frágil. En lugar de provocarlo, pude haberlo desarmado. Pero lo maté…

Mi control resbaló y se hizo añicos. Sentí que las entrañas se me retorcían, enredándose de tal manera que pensé que nunca más volverían a enderezarse. Todo ese tiempo había estado tan convencida de que podría hacer lo que fuera necesario, de que podría matar con facilidad, y a la hora de la verdad había matado. Pero Daemon tenía razón. Matar no era la parte difícil. Era lo que venía después: la culpa. Era demasiado. Los fantasmas de todos aquellos que habían muerto a manos mías y los de los difuntos que estaban ligados a mí aparecieron, rodeándome y asfixiándome hasta que el único sonido que pude emitir fue un grito ronco.

Daemon emitió un sonido desde el fondo de la garganta y me estrechó entre sus brazos, con mantas y todo. Lloré y lloré mientras él me mecía, abrazándome con fuerza. No me parecía bien ni justo que me consolara. Él no sabía lo fácil que me había resultado accionar ese interruptor, convertirme en otra persona. Ya no era la misma chica. Ya no era la Katy que lo había cambiado y lo había inspirado para ser diferente.

Yo no era ella.

Forcejeé para liberarme, pero no me soltó, y odié esa situación… odié que no viera lo que veía yo.

—Soy un monstruo. Soy como Blake.

—¿Qué? —La incredulidad hizo que su voz sonara grave—. No te pareces en nada a él, Kat. ¿Cómo puedes decir eso?

Tenía la cara surcada de lágrimas.

—Es la verdad. Blake… mató porque estaba desesperado. ¿Por qué es diferente lo que hice yo? ¡No lo es!

Daemon negó con la cabeza.

—No es lo mismo.

Tomé una bocanada de aire.

—Volvería a hacerlo. Lo juro. Si alguien amenazara a mi madre o a ti, lo haría. Lo supe después de todo lo que pasó con Blake y Adam. La gente no reacciona así… No está bien.

—No tiene nada de malo proteger a tus seres queridos —argumentó—. ¿Crees que yo he disfrutado matando cuando he tenido que hacerlo? Claro que no. Pero no volvería atrás para cambiarlo.

Me limpié las mejillas mientras me temblaban los hombros.

—Daemon, esto es diferente.

—¿Y eso por qué? —Me sujetó la cara con las manos, obligándome a mirarlo a través de las pestañas empapadas de lágrimas—. ¿Te acuerdas de cuando me cargué a aquellos dos agentes de Defensa en el almacén? Odié hacerlo, pero no tuve alternativa. Si informaban de que nos habían visto, todo habría terminado y no iba a permitir que te atraparan.

Siguió las lágrimas con los dedos y agachó la cabeza, atrapando mi mirada cuando intenté apartar la vista.

—Y odié lo que había hecho… Lo he odiado cada vez que he tenido que quitar una vida, Arum o humana, pero a veces no hay alternativa. No lo aceptas. No te parece bien, pero llegas a entenderlo.

Le agarré las muñecas. Eran tan gruesas que mis dedos apenas se tocaban.

—Pero ¿y si… y si me pareciera bien?

—No te parece bien, Kat. —Su convicción en aquella declaración, en mí, sonó verdadera en su voz, y no pude entender esa fe ciega—. Lo sé.

—¿Cómo puedes estar tan seguro? —musité.

Daemon esbozó una leve sonrisa. No era de aquellas amplias e imponentes, pero aun así me llegó a lo más hondo y me rodeó el corazón.

—Sé que eres buena por dentro. Eres calidez y luz y todo lo que no me merezco; pero tú… tú crees que sí te merezco. Aun sabiendo todo lo que les he hecho en el pasado a otras personas y a ti misma, todavía crees que te merezco.

—Yo…

—Y eso es porque eres buena por dentro… siempre lo has sido y siempre lo serás. —Sus manos se deslizaron por mi garganta y a lo largo de la curva de mis hombros—. Nada de lo que puedas decir o hacer lo cambiará. Así que aflígete por lo que tuviste que hacer. Llora por ello, pero nunca, jamás, te culpes por cosas que están fuera de tu control.

No sabía qué decir.

Su sonrisa se transformó en aquella mueca petulante que me enfurecía y me hacía estremecer.

—Así que sácate toda esa mierda de la cabeza, porque eres mucho mejor que eso. Eres más que eso.

Sus palabras… bueno, quizá no lo hubieran borrado todo ni hubieran cambiado esa parte de mí que no era tan perfecta como él pensaba, pero me envolvieron como un suave edredón. Me bastaron en ese momento para… para entender lo que había hecho, y eso era importante, era suficiente. No se podía expresar con palabras cuánto valoraba lo que había dicho y lo que había hecho. Un «gracias» no era suficiente.

Todavía temblando y con los puños apretados, me incliné hacia delante y presioné mis labios contra los suyos. Sus dedos se aferraron a mis hombros mientras el pecho se le elevaba bruscamente. Noté el sabor de mis lágrimas saladas en sus labios y, cuando el beso se hizo más profundo, también probé mi propio miedo.

Pero había algo más.

Estaba nuestro amor… estaba nuestra esperanza de que saldríamos de eso con un futuro. Estaba nuestra aceptación mutua: de lo bueno, lo malo y lo horrible. Había tanto anhelo reprimido… Tanta emoción que fue como un puñetazo directo a mi alma, y sabía que también a la suya, porque pude notar cómo se le aceleraba el corazón. El mío latía igual de rápido… hecho a su medida. Todo eso estaba contenido en un simple beso y era demasiado, no era suficiente, y era simplemente perfecto.

Me aparté, jadeando. Nuestras miradas se encontraron. En sus brillantes ojos verdes vi un mar de emociones. Me acunó la mejilla con una mano con ternura y dijo algo en su precioso idioma. Sonó como dos palabras llenas de lirismo: un verso corto y hermoso.

—¿Qué has dicho? —le pregunté mientras mis dedos se iban aflojando alrededor de la manta.

Me dedicó una sonrisa enigmática y luego sus labios volvieron a posarse sobre los míos y se me cerraron los ojos. Solté la manta, la sentí caer y amontonarse alrededor de mis caderas, y noté que Daemon dejaba de respirar un momento.

Me guió hacia atrás y lo rodeé con los brazos. Nos besamos durante lo que me pareció una eternidad, pero no fue suficiente. Podría seguir y seguir, sin parar nunca, porque en ese momento estábamos creando un mundo en el que no existía nada más. Nos perdimos un rato el uno en el otro y el tiempo transcurrió a toda velocidad y a paso de tortuga a la vez. Nos besamos hasta que me faltó el aliento, deteniéndonos únicamente para explorarnos mutuamente. Teníamos la piel caliente y enrojecida y nos retorcíamos entrelazándonos. Mi cuerpo se arqueó contra el suyo y, cuando gemí, Daemon se quedó inmóvil.

Levantó la cabeza, pero no dijo nada. Me miró durante tanto tiempo y con tanta intensidad que todo mi cuerpo pareció extenderse demasiado. Noté una opresión en el pecho. Estiré el brazo y le coloqué una mano temblorosa en la mejilla.

Daemon inclinó la cabeza contra mi mejilla y su voz sonó áspera y cruda.

—Dime que pare y lo haré.

No pensaba hacerlo. No ahora. No después de todo. Ya no había nada que negar, y mi respuesta fue besarlo y, sin necesidad de palabras, lo entendió.

Se situó sobre mí, prácticamente sin tocarme. La electricidad que fluía entre nuestros cuerpos chasqueó y tiró de nosotros. Me recorrió una sensación palpitante y salvaje. Levanté las manos y las hundí en su pelo, acercándolo más. Le rocé los labios con los míos y su cuerpo se estremeció. Aquellos ojos ardientes se cerraron cuando pasé el pulgar por su labio inferior. Mis manos no dejaban de moverse: se deslizaron sobre los gruesos músculos de su cuello y su espalda, alrededor de su pecho y hacia abajo. Más abajo, sobre su firme vientre. Daemon inhaló bruscamente.

Los bordes de su cuerpo empezaron a brillar proyectando una suave luz por el cuarto. Su cuerpo irradiaba calor. Abrió los ojos de golpe y se sentó, colocándome en su regazo. Sus ojos ya no eran verdes, sino esferas de pura luz. El corazón me dio un vuelco. Un fuego brotó en mi estómago y se propagó por todo mi cuerpo como una ola de lava.

Las manos le temblaban en mis caderas y el repentino torrente de poder desenfrenado me envolvió. Era como tocar fuego o sufrir una descarga de mil voltios de electricidad. Era estimulante.

Nunca había estado más excitada, más preparada.

Cuando sus labios se encontraron con los míos, un millar de emociones estallaron en mi interior. Su sabor era delicioso y adictivo. Me apreté contra él y nuestros besos se volvieron más profundos hasta que me sumergí en un mar de embriagadoras sensaciones que lamían cada poro de mi cuerpo. Dondequiera que nos tocábamos, mi piel cobraba vida. Sus labios trazaron una senda ardiente desde los míos hasta mi garganta. Su luz titilaba a nuestro alrededor, como si las paredes estuvieran cubiertas de miles de estrellas que se apagaban y se encendían.

Nuestras manos estaban por todas partes. Sus dedos se posaron en mi vientre y fueron subiendo entre mis costillas. Era como si todo eso sucediera más despacio. Cada caricia era calculada y precisa. Respirar resultó cada vez más difícil a medida que nuestras exploraciones aumentaban. Estaba claro que no era la primera vez que él hacía algo así, pero no se apresuró y temblaba tanto como yo.

Sus vaqueros acabaron en el suelo y nuestros cuerpos se alinearon. Las manos fueron descendiendo cada vez más. Daemon se tomó su tiempo, incluso aunque yo lo presionaba para que fuera más rápido. Lo ralentizó, lo hizo durar durante lo que me pareció una eternidad… hasta que ninguno de los dos pudo esperar más. Recordé lo que Dee me había contado de su primera vez. Eso no resultó raro. La mayoría de las cosas me las esperaba. Daemon tenía protección y sentí ciertas molestias… al principio. Vale, me dolió. Pero Daemon… me alivió. Y entonces empezamos a movernos el uno contra el otro.

Estar así con él era como emplear la Fuente, salvo que más potente. La sensación de ir en una montaña rusa estaba presente, pero era diferente y más intensa, y Daemon estaba allí conmigo. Era absolutamente perfecto y hermoso.

Después de lo que me parecieron horas, y sinceramente podrían haberlo sido, Daemon me dio un beso suave y profundo.

—¿Estás bien?

Me sentía como si tuviera los huesos hechos papilla, pero en el buen sentido.

—Estoy genial. —Y entonces bostecé, justo en su cara. Qué romántico.

Daemon se echó a reír y hundí la mejilla en la almohada, intentando esconderme. Pero no me lo permitió. No me esperaba menos de él. Se colocó de costado, me apretó contra él y me hizo inclinar la cabeza hacia la suya.

Me buscó con la mirada.

—Gracias.

—¿Por qué? —Me encantaba la sensación de sus brazos rodeándome y cómo mi cuerpo encajaba contra el suyo, duro contra blando.

Me pasó los dedos por el brazo y me asombró con qué facilidad podía hacerme estremecer.

—Por todo —contestó.

El pecho se me hinchó de júbilo y, mientras yacíamos abrazados, con la respiración entrecortada y los cuerpos entrelazados, aun así no nos saciábamos el uno del otro. Nos besamos. Hablamos. Vivimos.