Lesa prácticamente me placó en cuanto pisé el instituto al día siguiente. Ni siquiera pude llegar a mi taquilla. Me agarró por el brazo y me llevó a rastras a un rincón cerca de la vitrina de trofeos.
En cuanto la vi, comprendí que sabía que había pasado algo malo. Estaba pálida, tenía ojeras y le temblaba el labio inferior. Nunca la había visto tan alterada.
—¿Qué pasa? —Me esforcé porque mi voz sonara tranquila.
Me clavó los dedos en el brazo.
—Carissa ha desaparecido.
Noté que me quedaba lívida y exclamé con voz ronca:
—¿Qué?
Lesa asintió con los ojos vidriosos.
—Tenía la gripe, ¿te acuerdas? Pues, al parecer, empeoró mucho en los últimos días, le dio una fiebre muy alta, así que sus padres la llevaron al hospital. Pensaban que tendría meningitis o algo por el estilo. —Dejó escapar un suspiro entrecortado—. Yo no sabía nada hasta que sus padres me llamaron esta mañana para preguntarme si la había visto o hablado con ella. Y yo en plan: «No. ¿Por qué? Ha estado demasiado enferma hasta para hablar por teléfono». Y entonces me contaron que desapareció del hospital hace un par de noches. Sus padres han estado buscándola, pero la policía no quiere presentar un informe por desaparición hasta que pasen cuarenta y ocho horas.
El horror que me invadió no fue fingido. Hice un par de comentarios, pero no recuerdo qué dije. De todas formas, Lesa no era capaz de procesar nada en ese momento.
—Creen que salió del hospital por su propio pie… Que estaba tan enferma que no sabía lo que hacía y probablemente esté por ahí en alguna parte, perdida y confusa. —Le tembló la voz—. ¿Cómo es posible que nadie la viera ni la detuviera?
—No lo sé —musité.
Lesa se rodeó el cuerpo con los brazos.
—Esto no puede estar pasando, ¿verdad? Es imposible. A Carissa no.
Se me partió el corazón. La mayor parte del tiempo, quería contarle la verdad a Lesa y confiar en ella; pero aquel era uno de esos momentos en los que por nada del mundo habría querido ser la portadora de esa noticia.
No había nada que pudiera decir para consolarla, así que la abracé y no la solté hasta que sonó el timbre. Nos dirigimos directamente a clase sin los libros. No importó. La noticia de la desaparición de Carissa había comenzado a propagarse y nadie estaba prestando atención en clase.
Al terminar la hora, Kimmy anunció que la policía estaba organizando una partida de búsqueda después de clase. Ella y Carissa no habían sido amigas, pero comprendí que eso daba igual. Habían desaparecido demasiados chicos y eso estaba afectando a las vidas de todos. Le eché un vistazo por encima del hombro a Daemon, que me dedicó una sonrisa tranquilizadora. No consiguió calmarme. Estaba hecha un manojo de nervios. Cuando acabó la clase, Lesa estaba esperándome.
—Creo que voy a irme a casa —me dijo parpadeando con rapidez—. No… Es que no puedo estar aquí ahora mismo.
—¿Quieres que te acompañe? —me ofrecí, pues no quería dejarla sola por si necesitaba hablar con alguien.
Lesa negó con la cabeza.
—No. Pero gracias.
Le di un abrazo rápido y luego, con el corazón en un puño, la vi salir a toda prisa del aula.
Daemon no dijo nada mientras me daba un beso en la sien. Él sabía que no había nada que decir.
—¿Crees que nos daría tiempo de participar en la partida de búsqueda antes de salir? —le pregunté.
Ambos sabíamos que era inútil, pero no hacerlo me parecía deshonrar la memoria de Carissa. ¿O estaba mal hacerlo sabiendo lo que había ocurrido de verdad? No estaba segura.
Al parecer, Daemon tampoco lo estaba, pero aceptó.
—Claro.
Yo también tenía ganas de saltarme las clases. Sobre todo porque todo el mundo estaba hablando de Carissa y de encontrarla. La gente tenía muchas esperanzas de dar con ella, porque parecía imposible que fuera a acabar como Simon.
La culpa y la ira batallaban en mi interior y, durante todo el día, fui pasando de una emoción a la otra. Sentarme en clase parecía algo absurdo cuando tantas cosas pendían de un hilo. Aquello gente —aquellos chicos— no tenía ni la más remota idea de lo que ocurría a su alrededor. Vivían en una feliz burbuja de ignorancia que ni siquiera las desapariciones podían romper. Cada desaparición simplemente abría un agujerito diminuto y yo estaba esperando que todo reventara por fin.
A la hora de comer, por primera vez, nos sentamos todos juntos. Incluso Blake se nos unió. Mi falta de apetito no tenía nada que ver con la misteriosa comida que ocupaba mi plato.
—¿Vais a ir a la partida de búsqueda? —preguntó Andrew.
Asentí.
—Aunque, de todas formas, después vamos a seguir con nuestros planes.
Blake frunció el ceño.
—Creo que deberíais esperar.
—¿Por qué? —pregunté antes de que Daemon pudiera arrancarle la cabeza de los hombros.
—Tenéis que practicar para desarrollar tolerancia, no es momento de citas. —Ash, que estaba sentada frente a él, asintió con la cabeza—. Ahora mismo, eso carece de importancia.
Daemon lo miró.
—Cállate.
Blake se inclinó sobre la mesa, con las mejillas coloradas.
—Necesitamos cada día del que dispongamos, si queremos hacer esto pronto.
Un músculo se tensó en la mandíbula de Daemon.
—Un día más o menos no va a cambiar nada. Vosotros podéis practicar sin nosotros si queréis. Me da igual.
Blake se dispuso a protestar, pero Dawson intervino.
—Déjalos. Lo necesitan. Nos irá bien.
Cogí el tenedor, con las mejillas ardiendo. Todos pensaban que necesitaba un respiro, evadirme, y yo no quería que sintieran lástima ni se preocuparan por mí. Pero esa noche no íbamos a tener una cita. Lo que Daemon y yo teníamos que hacer era tan arriesgado como jugar con ónice.
Como si intuyera mis sombríos pensamientos, Daemon se volvió hacia mí y su mano encontró la mía por debajo de la mesa. Me dio un apretón y, por algún motivo, me entraron ganas de llorar. Estaba convirtiéndome en una blandengue, y era culpa suya.
Puede que hubiera soñado que había venido a verme anoche; porque, cuando se hizo de día, ya no estaba y la otra almohada no tenía ese aroma que podría reconocer en cualquier parte. Pero me gustaba creer que había sido real. Que no había soñado que me abrazaba con fuerza, sus manos cálidas sobre mis caderas o sus labios recorriéndome el cuello.
Si me lo había imaginado… Ay, madre, mis sueños eran muy realistas. No podía preguntárselo, porque me daría demasiada vergüenza; por no mencionar que, si le decía que estaba soñando con él, no haría más que halagarle el ego, algo que no le hacía ninguna falta.
Esbocé una pequeña sonrisa al imaginarme cuál sería su reacción, los aires que se daría. Daemon lo notó y el corazón me palpitó más rápido, porque el suyo se había acelerado primero.
Algunas veces todo eso del vínculo alienígena tenía sus ventajas. Por ejemplo, me mostraba que yo tenía tanto efecto sobre Daemon como él sobre mí y, en días como ese, necesitaba todo el ánimo posible.