25

En medio de mi aturdimiento, sentí aquel cálido cosquilleo en la nuca y, acto seguido, Daemon apareció en la puerta con las cejas levantadas y la boca abierta.

—No puedo dejarte sola ni dos segundos, gatita.

Me levanté de un salto del revoltijo de ropa y me lancé a sus brazos. Toda la historia escapó en un incoherente balbuceo de palabras y frases inconexas. Tuvo que pedirme varias veces que hablara más despacio y que repitiera algo antes de comprender a grandes rasgos lo que había ocurrido.

Me llevó a la planta baja y se sentó a mi lado en el sofá mientras me acariciaba el labio inferior con los dedos y los ojos entrecerrados en un gesto de concentración. La calidez sanadora se extendió por mis labios y por las mejillas doloridas.

—No entiendo qué ha ocurrido —dije, pendiente de sus movimientos—. La semana pasada estaba normal. Daemon, tú la viste. ¿Cómo es que no nos habíamos enterado?

Daemon apretó la mandíbula.

—Creo que la pregunta adecuada sería: ¿por qué vino a por ti?

El nudo que tenía en el estómago ascendió y se acomodó en mi pecho impidiéndome respirar.

—No lo sé.

Ya no sabía nada. No dejaba de repasar mentalmente cada conversación con Carissa, desde el momento en que la conocí hasta que faltó a clase por «la gripe». ¿Dónde estaban las pruebas, los indicios? No podía encontrar nada que destacara.

Daemon frunció el ceño.

—Puede que conociera a un Luxen… que conociera la verdad y supiera que no podía contárselo a nadie. Después de todo, nadie dentro de la colonia sabe que tú estás al tanto de la verdad.

—Pero no hay otros Luxen por aquí de nuestra edad —repuse.

Daemon levantó la mirada.

—Nadie fuera de la colonia, pero dentro hay unos cuantos que solo tienen un par de años más o menos que nosotros.

Era posible que Carissa siempre lo hubiera sabido y no nos hubiéramos enterado. Yo nunca se lo había contado a ella ni a Lesa, así que no hacía falta mucha imaginación para suponer que Carissa lo sabía pero nunca se lo dijo a nadie. Pero ¿por qué había intentado matarme?

Era perfectamente posible que yo no fuera la única persona por aquí que estuviera al corriente de quiénes vivían entre nosotros; pero, santo cielo, ¿qué había salido mal? ¿Había resultado herida y un Luxen había intentado curarla?

—¿Crees que…?

No pude terminar la pregunta. Era demasiado escalofriante, pero Daemon comprendió a qué me refería.

—¿Que Dédalo la atrapó y obligó a un Luxen a curarla como hicieron con Dawson? —La ira oscureció el tono verde de sus ojos—. Sinceramente, ruego que ese no sea el caso. Porque, si es así, es demasiado…

—Repulsivo —añadí con voz quebrada. Me temblaban las manos, así que me las metí entre las rodillas—. Ella no estaba allí. No había ni un atisbo de su personalidad. Era como una zombi, ¿sabes? Pero estaba fuera de control. ¿Eso es lo que provoca la inestabilidad?

Daemon apartó las manos y el calor de la curación fue apagándose. Cuando desapareció, también lo hizo la barrera que impedía que la realidad de todo aquello saliera a la luz y me consumiera.

—Dios mío, está… está muerta. ¿Eso quiere decir que…? —Tragué saliva, pero el nudo estaba abriéndose paso por mi garganta.

A Daemon se le pusieron tensos los brazos.

—Si fue uno de los Luxen de por aquí, me enteraré, pero no sabemos si la mutación funcionó. Blake dice que a veces la mutación es inestable y lo que has descrito sonaba bastante inestable. Creo que el vínculo solo ocurre si es una mutación estable.

—Tenemos que hablar con Blake —dije, y me recorrió un estremecimiento. Parpadeé, pero la vista se me volvió aún más borrosa. Tomé aire y me atraganté—. Ay… ay, Dios mío, Daemon… Era Carissa. Era Carissa, y eso no debió pasar.

Otro estremecimiento me sacudió los hombros y, antes de darme cuenta de lo que estaba ocurriendo, me eché a llorar. Lloré con esos enormes sollozos que te dejan sin aliento. Vagamente, me di cuenta de que Daemon me había apretado contra él y me sostenía la cabeza contra su pecho.

No estoy segura de cuánto tiempo estuve llorando, pero me dolía hasta el alma de una forma que Daemon no podría reparar. Carissa era completamente inocente en todo ese asunto, o al menos eso creía yo, y quizá eso fuera lo peor de todo. No sabía hasta qué punto estaba involucrada Carissa. ¿Y cómo podría averiguarlo?

Las lágrimas fluyeron sin cesar, prácticamente empapándole la camiseta a Daemon, pero no se apartó. Más bien, me abrazó aún más fuerte y me susurró con esa voz suya tan llena de lirismo en un idioma que nunca llegaría a entender pero por el que, de todas formas, me sentía atraída. Las palabras desconocidas me calmaron y me pregunté si hacía tiempo alguien, uno de sus padres tal vez, lo había abrazado y le había susurrado esas mismas palabras. ¿Cuántas veces habría hecho él lo mismo por sus hermanos? A pesar de su mal carácter, tenía un talento innato para eso.

Su presencia apaciguó el oscuro abismo y atenuó los efectos del doloroso golpe.

Carissa… Carissa había muerto, y yo no sabía cómo lidiar con ello. Ni con el hecho de que lo último que hizo fue intentar matarme, algo absolutamente impropio de ella.

Cuando las lágrimas por fin dejaron de caer, me sorbí la nariz y me limpié la cara con las mangas. La de la derecha estaba chamuscada por la explosión de energía y me raspó la mejilla. La sensación áspera me trajo un recuerdo a la mente.

Levanté la cabeza.

—Llevaba puesto un brazalete que nunca le había visto. El mismo tipo de brazalete que tenía Luc.

—¿Estás segura? —Cuando asentí, se recostó contra el sofá sin dejar de abrazarme—. Esto es aún más sospechoso.

—Ni que lo digas.

—Tenemos que hablar con Luc sin nuestro pesado compinche. —Levantó la barbilla y dejó escapar un largo suspiro. La preocupación se le dibujó en la cara e hizo que su voz sonara más ronca—. Yo informaré al resto. —Fui a hablar, pero él negó con la cabeza—. No quiero que tengas que pasar por el mal trago de contarles lo ocurrido.

Apoyé la mejilla contra su hombro.

—Gracias.

—Y me ocuparé de tu cuarto. Nos aseguraremos de limpiarlo.

El alivio me invadió. Limpiar ese cuarto, ver la mancha en el suelo, no me apetecía ni por asomo.

—Eres perfecto, ¿lo sabías?

—A veces —murmuró rozándome la mejilla con el mentón—. Lo siento, Kat. Siento lo de Carissa. Era una buena chica y no se merecía esto.

Me temblaron los labios.

—No, no se lo merecía.

—Y tú no te merecías tener que pasar por eso con ella.

No dije nada al respecto, porque ya no estaba segura de qué me merecía y qué no. Algunas veces, ni siquiera creía merecerme a Daemon.

Planeamos ir a Martinsburgo el miércoles, lo que significaba que nos perderíamos nuestro segundo día de entrenamiento con el ónice; pero ahora mismo no podía pensar en eso. Averiguar cómo había acabado Carissa convertida en un híbrido y en posesión del mismo tipo de brazalete que llevaba Luc era de primordial importancia. Si lograba descubrir qué le había pasado, entonces habría algo de justicia.

No tenía ni la más mínima idea de lo que se suponía que debería decir en el instituto cuando Carissa no regresara nunca y comenzaran a surgir las inevitables preguntas. No me veía capaz de fingir que no tenía ni idea y contar más mentiras. Otro adolescente desaparecido…

Ay, Dios, Lesa… ¿Qué haría Lesa? Habían sido amigas íntimas desde la escuela primaria.

Cerré los ojos con fuerza y me acurruqué contra Daemon. Los dolores producto de la pelea se habían desvanecido hacía rato, pero me sentía completamente exhausta, agotada mental y físicamente. Era irónico que me hubiera pasado el último mes evitando la sala de estar y ahora le tocaría a mi cuarto. Ya casi no me quedaban habitaciones de las que ocultarme.

Daemon continuó hablando en su hermoso idioma, como si fuera una melodía ininterrumpida, hasta que me quedé dormida en sus brazos. Apenas me enteré cuando me colocó en el sofá y me arropó con la manta de ganchillo.

Horas después, abrí los ojos y vi a Dee sentada en el sillón reclinable, con las piernas pegadas al pecho, leyendo uno de mis libros. Era una de mis novelas favoritas de literatura juvenil paranormal sobre una chica cazademonios que vivía en Atlanta.

Pero ¿qué estaba haciendo Dee aquí?

Me senté y me aparté el pelo de la cara. El reloj situado debajo del televisor, un anticuado reloj de cuerda que a mamá le encantaba, indicaba que faltaba un cuarto de hora para la medianoche.

Dee cerró el libro.

—Daemon ha ido al centro comercial de Moorefield. Así que tardará una eternidad, pero es el único lugar abierto a estas horas en el que venden alfombras.

—¿Alfombras?

Se le tensaron las facciones.

—Para tu cuarto… No había ninguna de sobra en la casa y Daemon no quería que tu madre viera la mancha y pensara que habías intentado incendiar la casa.

¿La mancha…? El sueño se desvaneció por completo a medida que las últimas horas resurgían. La mancha en el suelo de mi cuarto donde Carissa, básicamente, se había autodestruido.

—Ay, Dios… —Bajé las piernas del sofá, pero me temblaban demasiado como para levantarme. Los ojos se me llenaron de lágrimas—. Yo no… yo no la maté.

No sé por qué dije eso. Quizá fue porque, en el fondo, me preguntaba si Dee habría dado por sentado que lo que le había sucedido a Carissa era culpa mía.

—Ya lo sé. Daemon me lo ha contado todo. —Desdobló las piernas y sus pestañas descendieron, rozándole las mejillas—. No puedo…

—¿No puedes creer que esto haya pasado? —Mientras Dee asentía con la cabeza, subí las piernas y me las rodeé con los brazos—. Yo tampoco. Ni siquiera me cabe en la cabeza.

Dee se quedó callada un momento.

—No había vuelto a hablar con ella desde… bueno, desde que pasó todo. —Agachó la cabeza y el pelo se le deslizó sobre los hombros, ocultándole la cara—. Me caía bien y me comporté como una auténtica bruja con ella.

Me dispuse a decirle que eso no era cierto, pero Dee levantó la mirada y se le dibujó una sonrisa irónica en la cara.

—No me mientas para hacerme sentir mejor. Te lo agradezco, pero eso no cambia la verdad. Creo que no le dirigí ni dos palabras desde que Adam… murió, y ahora…

Y ahora ella también estaba muerta.

Quise consolarla, pero entre nosotras había un abismo y una muralla de tres metros rematada con alambre de púas. La valla electrificada que rodeaba la muralla había desaparecido, pero todavía no nos sentíamos cómodas estando juntas y, ahora mismo, eso era lo que más me dolía.

Cerré los ojos mientras me masajeaba el cuello acalambrado. El cerebro me funcionaba demasiado lento y no estaba muy segura de qué debería estar haciendo en ese momento. Lo único que quería era llorar la pérdida de mi amiga, pero ¿cómo se suponía que iba a estar de duelo por alguien cuando nadie en el mundo exterior sabía que había muerto?

Dee carraspeó.

—Daemon y yo limpiamos tu cuarto. Esto… Algunas cosas ya no servían para nada. Tiré a la basura un par de prendas de ropa quemadas o rotas. Y… colgué un cuadro sobre la grieta de la pared. —Me echó un vistazo como si evaluara mi reacción—. Tu portátil… ya no… funciona.

Encorvé los hombros. La pérdida del portátil era lo de menos, pero no tenía ni idea de cómo iba a explicárselo a mi madre.

—Gracias —dije al fin con voz ronca—. No me veía capaz de hacerlo.

Dee se enrolló un mechón de pelo alrededor del dedo. Transcurrieron unos minutos de silencio y luego me preguntó:

—¿Estás bien, Katy? ¿Pero bien de verdad?

La sorpresa me impidió responder durante algunos segundos.

—No, no estoy bien —dije con sinceridad.

—Eso pensaba. —Se quedó callada un momento mientras se pasaba la palma de la mano por debajo de los ojos—. Me caía muy bien Carissa.

—A mí también —susurré, y no había nada más que decir.

Todo lo que había ocurrido antes de esa noche y todo en lo que habíamos estado tan concentrados casi parecía carecer de importancia, lo cual no era cierto; pero una amiga había muerto… otro amigo. Su vida y su muerte eran un misterio. Hacía seis meses que la conocía, pero no sabía absolutamente nada de ella.