23

Daemon y yo fuimos juntos a clase el lunes. El vehículo todavía olía a humedad y moho, un doloroso recordatorio de dónde había terminado nuestra misión: en un río. Durante el camino, Daemon se mostró convencido de haberle sacado de la cabeza a su hermano la idea de irrumpir a lo loco en Mount Weather, pero yo sabía que teníamos que encontrar otra forma de rescatar a Beth y Chris. Dawson no esperaría eternamente, y yo podía entenderlo. Si fuera Daemon el que estuviera encerrado, no creo que nadie lograra detenerme.

En cuanto nos bajamos del todoterreno, vi a Blake apoyado contra su camioneta un poco más allá. Cuando nos divisó, se enderezó y se acercó trotando.

Daemon soltó un gruñido.

—No es la primera persona a la que me apetece ver cuando llego al instituto.

—Ni que lo digas —contesté mientras le rodeaba la mano con la mía—. Pero recuerda que estamos en público.

—Qué rollo.

Blake redujo la velocidad cuando llegó hasta nosotros. Su mirada se posó en nuestras manos unidas y luego ascendió rápidamente.

—Tenemos que hablar.

Seguimos caminando… o, más bien, Daemon siguió caminando.

—No me apetece ni pizca hablar contigo.

—Lo entiendo. —Nos alcanzó—. Pero de verdad que no sabía que había escudos de ónice en las puertas. No tenía ni idea.

—Te creo —contestó Daemon.

Blake perdió el paso.

—Me diste un puñetazo.

—Eso fue porque le apeteció —respondí por Daemon, con lo que me gané que me guiñara un ojo—. Mira, no confío en ti, pero puede que no supieras lo de los escudos. De todas formas, eso no cambia el hecho de que no vamos a poder entrar.

—Estuve hablando con Luc anoche. Él tampoco sabía lo de los escudos. —Blake se metió las manos en los bolsillos y se detuvo delante de nosotros. Tuvo suerte de que Daemon no lo noqueara allí mismo—. Está dispuesto a hacerlo otra vez: a desconectar las cámaras y demás.

Daemon soltó un largo suspiro.

—¿Y eso de qué nos sirve? No podemos atravesar esas puertas.

—Y puede que todas estén equipadas igual —añadí estremeciéndome.

No podía imaginarme tener que pasar por eso tres o cuatro veces. Había estado en aquella jaula más tiempo, por supuesto, pero el ónice pulverizado lo cubría todo.

Los tres estábamos apiñados junto a la valla que rodeaba el camino y procurábamos mantener la voz baja para que los otros alumnos no nos oyeran y se preguntaran de qué demonios estábamos hablando.

—Bueno, he estado pensando en ello —dijo Blake mientras pasaba el peso del cuerpo de un pie al otro—. Mientras estuve con Dédalo, solían exponernos a un mineral todos los días. Los cubiertos y la vajilla estaban recubiertos de eso. Muchas cosas lo estaban, casi todo con lo que entrábamos en contacto. Quemaba una pasada al tacto, pero no teníamos alternativa. Ya he atravesado esas puertas en otras ocasiones, y hace poco además. Y no pasó nada.

Daemon se rió mientras apartaba la mirada de Blake.

—¿Y ahora se te acaba de ocurrir que sería buena idea contárnoslo?

—No sabía qué era. Ninguno de nosotros lo sabía. —Blake me suplicó con la mirada—. No le di importancia.

Estupefacta, comprendí que habían estado preparando a Blake. Probablemente los hubieran estado exponiendo a él y a los otros al ónice una y otra vez. Pero, igual que anoche, algo no cuadraba. ¿Por qué los expondrían a la piedra? ¿Era un castigo enfermizo y retorcido o querían que desarrollaran tolerancia? Y ¿por qué querrían que los Luxen o los híbridos desarrollaran tolerancia a la única arma que se podía usar contra ellos?

—No irás a decirme que nunca habías oído hablar del ónice y lo que podía hacer —repuse.

Me miró directamente a los ojos.

—No sabía que podía incapacitarnos.

Apreté los labios.

—¿Sabes qué? Tenemos que aceptar tu palabra sobre muchas cosas. Que de verdad trabajas contra Dédalo y no para ellos. Que Beth y Chris están donde dices que están. Y, ahora, que no sabías lo del ónice.

—Ya sé lo que parece.

—Creo que no —dijo Daemon. Me soltó la mano mientras apoyaba la cadera contra la valla—. No tenemos ningún motivo para confiar en ti.

—Y nos has chantajeado para que te ayudemos —agregué.

Blake exhaló bruscamente.

—Vale. No tengo un brillante historial, pero lo único que quiero es alejar a mi amigo de sus garras. Por eso estoy aquí.

—Y ¿por qué estás aquí ahora mismo? —preguntó Daemon. Era evidente que se le estaba acabando la paciencia.

—Creo que podemos sortear el ónice —anunció mientras sacaba las manos de los bolsillos y las colocaba delante de él—. Vale, escuchadme. Sé que esto os va a sonar descabellado.

—Lo que me faltaba —murmuró Daemon.

—Creo que tenemos que desarrollar tolerancia al ónice. Si eso era lo que estaba haciendo Dédalo, tiene sentido. Los híbridos tienen que entrar y salir por esas puertas. Si nos exponemos a…

—Pero ¿tú estás mal de la cabeza? —Daemon se dio la vuelta mientras se pasaba la mano por el pelo y se sujetaba la nuca—. ¿Quieres que nos expongamos al ónice?

—¿Se te ocurre otra alternativa?

Sí, había una: no volver. Pero ¿de verdad era una alternativa? Daemon se había puesto a caminar de un lado a otro. Mala señal.

—¿Podemos seguir con esto luego? Vamos a llegar tarde.

—Claro. —Blake se apartó del camino de Daemon—. ¿Después de clase?

—Puede —contesté concentrándome en Daemon—. Ya hablamos luego.

Blake captó la indirecta y se largó. No se me ocurría qué decir a todo eso.

—¿Exponernos al ónice?

Daemon resopló.

—Está pirado.

Sí que lo estaba.

—¿Crees que funcionaría?

—¿No estarás…?

—No lo sé. —Me cambié la mochila de hombro y empezamos a caminar hacia el instituto—. Sinceramente, no lo sé. No podemos darnos por vencidos, pero ¿qué otras opciones tenemos?

—Ni siquiera sabemos si va a funcionar.

—Pero si Blake de verdad ha desarrollado cierta inmunidad, podemos comprobarlo con él.

Una amplia sonrisa se le extendió por la cara.

—Me gusta cómo suena eso.

Me reí.

—¿Por qué no me sorprende? Pero, hablando en serio, si él tiene tolerancia al ónice, ¿no podríamos hacer lo mismo nosotros? Ya es algo. Solo nos faltaría averiguar cómo conseguir un poco.

Daemon guardó silencio unos segundos.

—¿Qué pasa? —le pregunté.

Él entrecerró los ojos.

—Creo que tengo resuelta la parte del ónice.

—¿Qué quieres decir? —Me detuve de nuevo, haciendo caso omiso del débil sonido del timbre.

—Después de que Will te atrapara y un par de días después de que Dawson regresara, volví al almacén y arranqué la mayor parte del ónice del exterior.

Me quedé estupefacta.

—¿Que tú qué?

—Ya, no sé por qué lo hice. Supongo que fue una forma de rebelarme contra el sistema, de decirles: «que os jodan». —Soltó una carcajada—. Imagínate la cara que pondrían cuando regresaron y vieron que no quedaba nada.

No sabía qué decir. Me pellizcó la nariz y le aparté la mano de un manotazo.

—Serás idiota. ¡Podrían haberte pillado!

—Pero no lo hicieron.

Volví a pegarle, esta vez más fuerte.

—Estás loco.

—Pero te encanta mi locura. —Se inclinó y me besó la comisura del labio—. Vamos, que llegamos tarde. Solo nos faltaría que nos castigaran.

Solté un resoplido.

—Ya, como si ese fuera nuestro mayor problema.

Carissa todavía no había regresado a clase el lunes. Debía de tener una gripe espantosa. Lesa parecía un poco celosa de todo aquello.

—A mí me sobran unos tres kilos —se quejó antes de que empezara Trigonometría—. ¿Por qué no puedo pillar algo? Qué rabia.

Solté una risita y nos pusimos a cotillear. Durante un rato, me olvidé de todo. Fue un respiro agradable y necesario a pesar de que estábamos en el instituto. La mañana se me pasó volando y, cuando Blake entró en clase de Biología, me negué a dejar que me estropeara el buen humor.

Pero entonces abrió la boca y soltó una barbaridad:

—¿Le contaste a Daemon lo que te dije en el bosque? ¿Lo de que me gustas?

«Pero ¿tú de qué vas, tío?»

—Eh… no. Te mataría. —Blake se rió—. Lo digo en serio —repuse con el ceño fruncido.

—Ah. —Se le borró la sonrisa y se puso pálido. Supuse que estaría imaginándose la situación: yo le contaba a Daemon su vergonzoso secretito y a este se le iba la olla. Llegó a la misma conclusión que yo—. Sí, buena idea.

»En fin —continuó—. Sobre lo que os he dicho esta mañana…

—Ahora no —lo interrumpí abriendo el cuaderno—. No quiero hablar de eso ahora mismo.

Sonreí cuando Lesa se sentó y, por suerte, Blake respetó mi petición. Se puso a charlar con ella como lo haría una persona normal. Se le daba bien eso: fingir.

Se me hizo un nudo en el estómago mientras le dedicaba una mirada severa. Le estaba hablando a Lesa de diferentes tipos de técnicas para hacer surf. Yo estaba casi segura de que mi amiga ni siquiera estaba escuchando, teniendo en cuenta que tenía la mirada clavada en la forma en la que la camiseta se le tensaba sobre los bíceps.

Blake se rió con naturalidad, integrándose a la perfección. Como un buen infiltrado. Y yo sabía por propia experiencia que era muy hábil aparentando. No había forma de saber de qué lado estaba de verdad, y era una estupidez intentar adivinarlo siquiera.

Al frente de la clase, Matthew sacó la lista de asistencia. Sus ojos se encontraron con los míos un instante y luego pasaron al chico sentado a mi lado. Me pregunté cómo conseguía Matthew conservar la calma todo el tiempo. Cómo lograba ser el pegamento que los mantenía a todos unidos.

Al final del día, me detuve en mi taquilla y cogí el libro de Historia estadounidense. Había muchas posibilidades de que mañana nos pusieran un examen sorpresa. La señora Kerns seguía un calendario, por lo que el examen en realidad no era una gran sorpresa. Cerré la puerta de la taquilla y me volví mientras me guardaba el libro en la mochila. La multitud iba disminuyendo a medida que todo el mundo se apresuraba a salir del instituto. Yo no estaba segura de si quería darme prisa o no. Blake ya me había enviado un mensaje durante la clase de Gimnasia diciendo que teníamos que reunirnos todos para hablar del tema del ónice, y sinceramente no me apetecía.

Quería un día en el que pudiera irme a casa y no hacer nada: ni conspirar ni lidiar con líos alienígenas. Tenía libros que leer y comentar, y a mi pobre blog le vendría muy bien un cambio de imagen. No se me ocurría mejor forma de terminar un lunes.

Pero seguramente aquello no ocurriría.

Salí y seguí al último grupo de alumnos que se dirigía al aparcamiento. Desde mi posición estratégica, pude oír la aguda voz de Kimmy, que iba al frente.

—Mi padre dice que el padre de Simon ha estado hablando con el FBI. Les ha exigido una investigación completa y no va a parar hasta que Simon vuelva a casa.

Me pregunté si el FBI sabría lo de los extraterrestres. La mente se me llenó de imágenes de Expediente X.

—Oí por televisión que, cuanto más tiempo lleve desaparecida una persona, menos probable es que la encuentren con vida —dijo una de sus amigas.

—Pero mira a Dawson. Estuvo desaparecido más de un año, y ha vuelto —apuntó otra.

Tommy Cruz se pasó una mano rolliza por la nuca.

—¿A que es raro? Llevaba desaparecido una eternidad. ¿Uno de los Thompson se esfuma y, acto seguido, Dawson aparece? Algo no cuadra.

Ya había oído suficiente. Caminé entre los coches, poniendo distancia entre el grupo y yo. Dudaba que sus sospechas los llevaran a nada, pero no andaba buscando más cosas de las que preocuparme. Ya teníamos bastantes problemas.

Daemon esperaba junto a su vehículo con las largas piernas cruzadas por los tobillos. Sonrió al verme y se apartó del lateral del todoterreno.

—Estaba empezando a preguntarme si ibas a quedarte aquí.

—Lo siento. —Abrió la puerta del pasajero e hizo una reverencia. Me subí con una sonrisa. Esperé hasta que se colocó detrás del volante para continuar—. Blake quiere hablar esta tarde.

—Sí, ya lo sé. Al parecer, localizó a Dawson y le contó todo el asunto de la tolerancia al ónice. —Salió marcha atrás con la mano en la palanca de cambios. La rabia le iluminó los ojos—. Y Dawson, por supuesto, apoya completamente la idea. Fue como darle un billete de lotería premiado.

—Genial.

Apoyé la cabeza contra el asiento. Definitivamente, Dawson era como un conejito de Duracell suicida.

Y, de repente, me di cuenta. Esa era mi vida… toda esa locura. Los altibajos, las situaciones cercanas a la muerte y aquellas aún peores, las mentiras y el hecho de que probablemente nunca podría confiar en nadie con quien trabara amistad sin preocuparme de si sería un infiltrado. Por Dios, ¿cómo podría hacerme amiga de alguien normal? Ahora entendía lo que le había pasado a Daemon al principio: mantuvo las distancias y quiso que Dee hiciera lo mismo para que no me viera atrapada en su mundo.

Yo tendría que hacer lo mismo con todas las personas a las que conociera.

Mi vida no me pertenecía. Constantemente, estaba esperando que ocurriera algo malo. Me hundí en el asiento, agobiada, y suspiré.

—Ahí van mis planes de hacer reseñas y leer.

—¿No debería ser leer y luego hacer reseñas?

—Lo que sea —musité.

Daemon se incorporó suavemente a la carretera.

—¿Y por qué ya no puedes hacerlo?

—Si Blake quiere hablar esta tarde, eso va a absorber todo el tiempo. —Tenía muchas ganas de ponerme de morros. Puede que incluso de patalear.

Daemon me dedicó una media sonrisa con una mano en el volante y la otra sobre el respaldo de mi asiento.

—No hace falta que estés allí, gatita. Podemos hablar con él sin ti.

—Ya, claro. —Solté una carcajada—. Es probable que alguien mate a Blake si no estoy yo allí para impedirlo.

—¿Y eso te partiría el corazón?

Hice una mueca.

—Bueno… —dije, y Daemon se rió—. También está el hecho de que, con su muerte prematura, le llegaría una carta a Nancy Husher. Así que lo necesitamos vivo.

—Tienes razón —asintió cogiéndome un mechón de pelo entre los dedos—. Pero podemos asegurarnos de que sea breve. Tendrás una tarde de lunes normal llena de cosas normales y sin rollos extraterrestres.

Las mejillas me ardieron de vergüenza mientras me mordía el labio. Por mucho que se hubieran complicado las cosas, tenía que admitir que podría ser peor.

—Estoy siendo una egoísta.

—¿Qué? —Me dio un tironcito de pelo—. No eres egoísta, gatita. Toda tu vida no puede girar en torno a esta mierda. Y no lo hará.

Extendí los dedos y sonreí.

—Pareces muy decidido.

—Y ya sabes lo que pasa cuando estoy decidido a hacer algo.

—Que te sales con la tuya. —Me miró enarcando las cejas y me reí—. Pero ¿y qué pasa contigo? Tu vida tampoco puede girar en torno a esta mierda.

Apartó la mano y la colocó sobre su muslo.

—Yo nací en medio de todo esto. Estoy acostumbrado y, además, se trata de saber administrar el tiempo. Por ejemplo, como administramos el tiempo anoche. Hicimos lo de la misión…

—Y fracasamos.

—Cierto, pero ¿y el resto de la noche? —Levantó una comisura de la boca y noté calor en las mejillas por una razón completamente diferente—. Tuvimos lo malo: lo no-normal. Y luego tuvimos lo bueno: lo normal. De acuerdo, lo bueno se vio interrumpido por lo malo, pero supimos administrar el tiempo.

—Haces que parezca tan fácil… —Estiré las piernas, relajándome.

—Es así de fácil, Kat. Solo necesitas saber cuándo trazar la línea, cuándo has tenido suficiente. —Se quedó callado un momento mientras reducía la velocidad y entraba en la solitaria carretera que conducía a nuestras casas—. Y si has tenido suficiente por hoy, ya está. No tienes que sentirte culpable ni preocuparte.

Daemon se detuvo suavemente delante de su casa y apagó el motor.

—Y nadie va a matar a Bill.

Me reí en voz baja mientras me desabrochaba el cinturón de seguridad.

—Blake. Se llama Blake —lo corregí.

Daemon sacó las llaves del contacto y se recostó con un brillo de diversión en los ojos.

—Se llamará como yo quiera que se llame.

—Qué malo eres. —Cubrí la distancia que nos separaba y lo besé. Cuando me aparté, quiso cogerme, y yo solté una risita mientras abría la puerta—. Y, por cierto, no he tenido suficiente hoy. Solo necesitaba una patada en el culo. Pero tengo que estar en casa a las siete.

Cerré la puerta y me volví. Daemon estaba delante de mí. Dio un paso al frente y no tuve adónde ir, si hubiese querido. Y no quería.

—¿No has tenido suficiente? —me preguntó.

Reconocí el tono de su voz y los huesos se me derritieron a modo de respuesta.

—No, ni por asomo.

—Bien. —Me colocó las manos en las caderas, empujándome hacia delante—. Eso es lo que me gusta oír.

Coloqué las manos sobre su pecho e incliné la cabeza hacia atrás. Eso era definitivamente un ejercicio de administración del tiempo. Nuestros labios se rozaron y me invadió una sensación de calidez. Era un ejercicio muy divertido. Me puse de puntillas y deslicé las manos por las firmes líneas de su pecho, maravillada por la forma vacilante en la que se elevó.

Daemon me susurró algo y entonces el suave beso, que era poco más que una caricia, me dio fuerzas y a él lo hizo perder el control. Me envolvió entre sus brazos y pude sentir su corazón palpitando a toda velocidad a la par que el mío.

—¡Eh! —gritó Dawson desde la puerta principal—. Creo que Dee le prendió fuego al microondas. Otra vez. Así que he intentado hacer palomitas con las manos y ha salido mal. Muy, muy mal.

Daemon apretó su frente contra la mía y gruñó.

—Mierda.

No pude evitar reírme.

—Administrar el tiempo, ¿no?

—Administrar el tiempo —murmuró.

Sorprendentemente, casi todos estuvieron de acuerdo con lo del ónice. Estaba convencida de que debían de habernos invadido los ladrones de cuerpos, porque hasta Matthew estaba asintiendo, como si exponernos al terriblemente doloroso ónice fuera una buena idea.

Tuve el presentimiento de que cambiaría de opinión la primera vez que entrara en contacto con él.

—Esto es una locura —dijo Dee, y tuve que estar de acuerdo—. Esto equivale a automutilarse.

En eso tenía razón.

Dawson echó la cabeza hacia atrás y suspiró.

—Eso es exagerar un poco.

—Recuerdo perfectamente la pinta que tenías cuando te bajaron de la montaña. —Se retorció el pelo alrededor de la mano—. Y Katy se quedó sin voz un tiempo de tanto gritar. ¿Quién haría algo así voluntariamente?

—Los locos. —Daemon suspiró—. Dee, no quiero que lo hagas.

Su hermana lo miró como si pensara que era idiota.

—No te ofendas, Dawson. Te quiero muchísimo y quiero que veas a Beth y que la abraces, porque desearía… —Se le quebró la voz, pero enderezó la espalda—. Pero no quiero hacer esto.

Dawson se acercó como una exhalación y le colocó una mano en el brazo.

—No pasa nada. No espero que lo hagas.

—Quiero ayudar —dijo con voz temblorosa—. Pero no puedo…

—No te preocupes. —Dawson sonrió y se produjo un momento de comunicación entre los hermanos, como si Dawson le transmitiera más con ese simple gesto que con palabras. Fuera lo que fuera, funcionó, porque Dee se relajó—. No tenemos que hacerlo todos.

—Entonces, ¿quién se apunta? —Los ojos de Blake se posaron en todos nosotros—. Si vamos a hacerlo, tenemos que empezar ya mismo, porque no sé cuánto se tarda en desarrollar tolerancia.

Dawson se puso en pie, impaciente.

—No puede ser mucho.

Blake soltó una carcajada de sorpresa.

—Yo llevo años con Dédalo, así que cualquiera sabe en qué momento desarrollé tolerancia… o si de verdad la tengo.

—En ese caso, tendremos que comprobarlo —dije sonriendo.

Blake frunció el ceño.

—Vaya. ¿Y eso te emociona?

Asentí con la cabeza.

Dee se volvió, observando a Blake.

—¿Yo también puedo comprobarlo?

—Estoy seguro de que todo el mundo tendrá su turno. —La siniestra mueca que se dibujó en los labios de Daemon daba bastante miedo—. En fin, volviendo a lo importante: ¿quién se apunta?

Matthew levantó la mano.

—Quiero participar en esto. No te ofendas, Andrew, pero prefiero ocupar tu lugar esta vez.

Andrew asintió con la cabeza.

—No hay problema. Puedo esperar con Dee y Ash.

Ash, que no había dicho más de dos palabras, simplemente asintió. Me di cuenta de que la mitad de la sala estaba mirándome.

—Ah. Sí, me apunto. —A mi lado, Daemon me dedicó una mirada que dejaba claro que pensaba que estaba loca. Me crucé de brazos—. No empieces. Voy a hacerlo. Nada de lo que digas va a cambiarlo.

La siguiente mirada se traducía como: «Esto va a convertirse en una conversación (discusión) en privado». Blake me miró con aprobación; un apoyo que yo no quería ni necesitaba. Francamente, hizo que se me erizara la piel, ya que me recordó a cuando maté al Arum que prácticamente me había echado encima él mismo.

Dios, me dieron ganas de volver a pegarle.

Quedamos en reunirnos después de clase y, si el tiempo lo permitía, iríamos al lago para, en pocas palabras, empezar a causarnos a nosotros mismos un dolor espantoso. Yupi.

Puesto que aún quedaban algunas horas antes de irme a la cama, me despedí y me marché para estudiar un poco y, con suerte, hacer una dichosa reseña.

Daemon me acompañó y, aunque sabía que no era un simple acto de caballerosidad por su parte, lo invité a entrar y le ofrecí su bebida favorita: leche.

Se la bebió en cinco segundos exactos.

—¿Podemos hablar de esto?

Me senté en la encimera, abrí la mochila y saqué el libro de Historia.

—No.

—Kat…

—¿Hum? —Abrí el libro por el capítulo que habíamos estado leyendo en clase.

Daemon se acercó y colocó las manos a ambos lados de mis piernas cruzadas.

—No puedo ver cómo te hacen daño una y otra vez.

Saqué un subrayador.

—¿Volver a presenciar lo que pasó anoche y cuando Will te tenía esposada con esas cosas? Y se supone que tengo que quedarme ahí plantado… ¿Estás escuchándome?

Estaba subrayando una frase, pero me detuve dejándola a medias.

—Estoy escuchándote.

—Pues mírame.

Alcé las pestañas.

—Estoy mirándote.

Daemon frunció el ceño.

Suspiré y tapé el subrayador.

—Vale. No quiero verte sentir dolor.

—Kat…

—No. No me interrumpas. No quiero verte sentir dolor y solo con pensar en que tengas que experimentar lo que se siente al tocar el ónice me dan ganas de vomitar.

—Puedo soportarlo.

Nos miramos fijamente.

—Ya lo sé, aunque eso no cambia lo horrible que va a ser verte pasar por eso; pero no te pido que no lo hagas.

Daemon se apartó, dio media vuelta y se pasó los dedos por el pelo. Un manto de tensión y frustración envolvió la cocina.

Dejé mis cosas a un lado y bajé de un salto.

—No quiero discutir contigo, Daemon, pero no puedes decir que está bien que yo te vea pasar por eso y no al revés.

Me acerqué a él y le rodeé la cintura con los brazos. Se puso tenso.

—Sé que lo haces con buena intención, pero no puedo echarme atrás solo porque la cosa esté poniéndose fea. Y sabes que tú tampoco vas a hacerlo. Es lo justo.

—Odio tu lógica. —Pero colocó sus manos sobre las mías y me apreté contra su espalda, sonriendo—. Y voy a odiar esto muchísimo.

Lo apretujé como si fuera mi osito de peluche favorito, pues sabía cuánto le había costado ceder en eso. En realidad, era un paso gigantesco. Se giró en mis brazos y, cuando bajó la cabeza, pensé: «Caramba, así es como hacen las cosas los adultos». Pueden no estar de acuerdo todo el tiempo, pueden discutir; pero, al final, lo solucionan y siguen queriéndose.

Como mis padres.

Se me hizo un nudo en la garganta. Llorar sería un completo error, pero era difícil contener las lágrimas.

—Lo único bueno es que voy a sujetar a Buff y hacerlo besar el ónice una y otra vez —dijo.

Solté una carcajada estrangulada.

—Eres un sádico.

—Y tú tienes que estudiar, ¿no? Toca administrar el tiempo escolar… no el tiempo con Daemon; lo que es un asco, porque estamos solos y les costaría más interrumpirnos aquí.

Me solté, decepcionada.

—Sí, tengo que estudiar.

Hizo un puchero y resultó increíblemente sexy en él. Tenía que centrarme.

—Vale, me voy.

Lo seguí hasta la puerta.

—Te mando un mensaje cuando termine y puedes venir a arroparme.

—Hecho —dijo, y me dio un beso en la coronilla—. Estaré esperando.

Y saberlo me provocó una sensación cálida y reconfortante. Después de despedirme agitando los dedos, cerré la puerta y volví a la cocina, donde cogí mis cosas y un vaso de zumo de naranja. Contenta de haberme evitado una buena bronca con Daemon, fui al piso de arriba y abrí la puerta de mi cuarto con la cadera.

Me detuve en seco.

Había una chica sentada en mi cama, con las manos remilgadamente unidas en el regazo. Me costó un momento reconocerla, porque el pelo le colgaba en mechones lacios y mustios alrededor de la pálida cara y sus ojos almendrados no quedaban ocultos detrás de unas gafas moradas o rosadas.

—Carissa —dije, aturdida—. ¿Cómo… cómo has entrado?

Se levantó sin mediar palabra y extendió las manos. La luz del techo se reflejó en un brazalete que también reconocí: una piedra negra con fuego dentro.

Pero ¿qué rayos…? Luc tenía una piedra igual. ¿Por qué…?

La electricidad estática crepitó en el aire y se extendió un olor a ozono quemado un segundo antes de que una luz azul blanquecina irradiara de las manos de Carissa. Dejé de interesarme por el brazalete.

Paralizada de asombro, me quedé mirando a mi amiga sin dar crédito a lo que veía.

—Mierda.

Carissa atacó.