Mi cuerpo se convulsionó de manera incontrolable mientras me sacudían oleadas de dolor. A lo lejos, pude oír unas voces cargadas de pánico e intenté procesar lo que decían. Nada tenía sentido salvo la profunda y cortante agonía del ónice.
Unas manos fuertes me agarraron por los brazos y el suplicio se disparó. Abrí la boca y escapó un jadeo ronco. A continuación, me levantaron en el aire y mi cara se apretó contra algo cálido y sólido. Reconocí el fresco aroma.
Entonces echamos a volar.
Tenía que ser eso, porque nos movíamos tan rápido que el viento aullaba y rugía en mis oídos. Tenía los ojos abiertos, pero todo era oscuridad, y sentía como si estuvieran despellejándome con navajas diminutas.
Cuando redujimos la velocidad, me pareció oír que Dee soltaba un grito de horror y luego alguien dijo «río». Estábamos volando otra vez y me pregunté dónde estaría Dawson y si habrían podido llegar hasta él al otro lado de la puerta.
De lo único que era consciente era del dolor que me bombeaba por el cuerpo, el veloz ritmo de mi pulso y el martilleo de mi corazón.
Me pareció que transcurrieron horas hasta que nos detuvimos de nuevo, pero sabía que debían de haber sido solo unos minutos. Nos envolvió un aire frío y húmedo que olía a almizcle.
—Agárrate a mí. —La voz de Daemon me sonó áspera en los oídos—. Vas a sentir frío, pero tienes ónice por toda la ropa y el pelo. Tú, aguanta, ¿vale?
No pude responder y pensé que, si yo lo tenía por todo el cuerpo, también debía de tenerlo Daemon. Había estado en contacto con el ónice todo el camino desde Mount Weather hasta el río, que estaba a kilómetros de distancia. Tenía que dolerle muchísimo.
Daemon avanzó, resbaló como un metro y luego soltó una palabrota entre dientes. Un momento después, noté el impactante contacto del agua helada contra las piernas e, incluso en medio del dolor, intenté trepar por el cuerpo de Daemon para escapar; pero él siguió adentrándose más y el gélido líquido me llegó a la cintura.
—Aguanta —me repitió—. Aguanta por mí.
A continuación, nos sumergimos y me quedé sin aliento de nuevo. Sacudí la cabeza violentamente, agitando los sedimentos en el agua turbia, y el pelo me flotó alrededor de la cara, cegándome. Pero el fuego del ónice… estaba apagándose.
Unos brazos me apretaron con fuerza y luego salimos propulsados hacia arriba. Cuando mi cabeza salió a la superficie, inhalé aire a bocanadas. Las estrellas dieron tumbos en el cielo y se volvieron borrosas mientras Daemon me sacaba del agua y me llevaba a la orilla.
Oí el chapoteo del agua a unos metros de distancia y, cuando se me despejó la vista, vi a Blake y Andrew sacar a rastras a Dawson del agua y tenderlo en la orilla. Blake se sentó a su lado y se pasó las manos por el pelo empapado.
Se me cayó el alma a los pies. ¿Estaba…?
Entonces, Dawson se colocó un brazo sobre la cara mientras doblaba una pierna y exclamó:
—¡Mierda!
El alivio me inundó. Sentí las manos de Daemon en las mejillas y luego me volvió la cara hacia él. Unos brillantes ojos verdes se encontraron con los míos.
—¿Estás bien? —me preguntó—. Di algo, gatita. Por favor.
Obligué a mis labios congelados a moverse.
—Vaya…
Daemon frunció el ceño mientras negaba con la cabeza, confundido, y a continuación me rodeó con los brazos y me apretó tan fuerte que solté un chillido.
—Dios, ni siquiera sé… —Me agarró la nuca con una mano mientras le daba la espalda al grupo y decía en voz baja—: Estaba muerto de miedo.
—Estoy bien. —Mi voz sonó amortiguada—. ¿Y tú? Has tenido que…
—Ya se ha lavado todo. No te preocupes por eso. —Lo recorrió un estremecimiento—. Maldita sea, gatita…
Me mantuve callada mientras me apretaba de nuevo y me recorría con las manos como si estuviera asegurándose de que todavía conservaba los brazos y los dedos. No obstante, cuando me besó los párpados, pensé que iba a echarme a llorar, porque le temblaban las manos.
Cuatro faros nos iluminaron y nos envolvió una avalancha de voces y preguntas. Dee fue la primera en llegar. Se dejó caer al lado de Dawson y le agarró la mano.
—¿Qué ha pasado? —exigió saber—. Que alguien nos cuente qué ha pasado.
Matthew y Ash aparecieron, con cara de curiosidad y preocupación. Fue Andrew quien tomó la palabra.
—No lo sé. Tenían algo que salió de las puertas cuando se abrieron. Era una especie de espray, pero no olía ni pudimos verlo.
—Dolía una barbaridad. —Dawson se sentó, frotándose los brazos—. Y solo hay una cosa que provoca esa sensación: ónice.
Él también lo había reconocido, por supuesto. Me estremecí. Quién sabe cuántas veces lo habrían utilizado contra él.
—Pero nunca lo había visto así —continuó mientras se ponía en pie poco a poco con la ayuda de Ash y Dee—. Estaba en el aire. Qué locura. Creo que me tragué un poco.
—¿Estás bien? ¿Y tú, Katy? —nos preguntó Matthew.
Ambos asentimos. La piel me dolía un poco, pero ya había pasado lo peor.
—¿Cómo supiste que tenías que traernos al río? —pregunté.
Daemon se apartó unos rizos mojados de la frente.
—Supuse que era ónice cuando no vi ninguna herida y me imaginé que lo tendríais en la ropa y en la piel. Recordé que habíamos pasado un río y se me ocurrió que era nuestra mejor opción.
—Bien pensado —lo felicitó Matthew—. Dios Santo…
—Ni siquiera conseguimos atravesar el primer grupo de puertas. —Andrew soltó una carcajada—. ¿En qué diablos estábamos pensando? Tienen ese sitio protegido a prueba de Luxen y, por lo visto, también de híbridos.
Daemon me soltó y se acercó al resto del grupo con paso decidido. Se detuvo detrás de Blake.
—Tú ya habías estado antes en Mount Weather, ¿no?
Blake se puso en pie despacio. Sus mejillas se veían pálidas bajo la plateada luz de la luna.
—Sí, pero no…
Daemon atacó veloz como una cobra. Lanzó el puño y lo estrelló contra la mandíbula de Blake. Este retrocedió tambaleándose y se cayó de culo. A continuación, se inclinó hacia delante y escupió un poco de sangre.
—No lo sabía… ¡no sabía que tenían algo así!
—Me cuesta creerlo. —Daemon observó los movimientos del otro chico con aire amenazador.
Blake levantó la cabeza.
—¡Tenéis que creerme! Nunca había pasado nada como eso. No lo entiendo.
—¡Gilipolleces! —exclamó Andrew—. Nos tendiste una trampa.
—No. De ninguna manera. —Blake se puso en pie de espaldas al río en calma. Se llevó una mano a la mandíbula—. ¿Por qué iba a tenderos una trampa? Mi amigo está…
—¡Me importa un bledo tu amigo! —gritó Andrew—. ¡Tú has estado allí! ¿Cómo es que no sabías que tenían puertas equipadas con esa cosa?
Blake se volvió hacia mí.
—Debes creerme. No tenía ni idea de que iba a pasar eso. Nunca os metería en una trampa.
Contemplé el río, sin saber qué creer. Parecía una estupidez que nos hubiera tendido semejante trampa, y si lo hubiese hecho, ¿el Departamento de Defensa no nos tendría ya rodeados? Algo no cuadraba.
—¿Y Luc tampoco lo sabía?
—En ese caso, nos lo habría dicho. Katy…
—No —le advirtió Daemon en voz tan baja que me llamó la atención. Un resplandor le recorría las líneas del cuerpo—. No hables con ella. No hables con ninguno de nosotros de momento.
Blake abrió la boca, pero no dijo nada. Negó con la cabeza mientras regresaba a los vehículos con actitud airada.
Hubo un momento de silencio y luego Ash preguntó:
—¿Y ahora qué hacemos?
—No lo sé. —La mitad del rostro de Daemon quedaba en sombras mientras observaba cómo su hermano caminaba de un lado a otro—. No tengo ni idea.
Dee se levantó.
—Esto es una mierda. Una mierda monumental.
—Tenemos que volver a empezar de cero —dijo Andrew—. Joder, estamos en menos uno.
Dawson se movió bruscamente hacia su hermano.
—No podemos rendirnos. Prométeme que no vamos a rendirnos.
—Claro que no —se apresuró a tranquilizarlo Daemon—. No vamos a rendirnos.
No me había dado cuenta de que estaba temblando hasta que Matthew me colocó una manta sobre los hombros. Me miró a los ojos y luego se concentró en las luces de los faros.
—Siempre llevo una manta por si acaso.
Me arrebujé en la manta, castañeteando los dientes.
—Gracias.
Él asintió mientras me colocaba una mano sobre el hombro.
—Venga. Entra en el vehículo, donde se está calentito. Hemos terminado por esta noche.
Permití que me guiara hacia el todoterreno de Daemon. La ráfaga de calor que me recibió fue maravillosa, pero no había nada de lo que alegrarse. La decepción aumentó. A menos que se nos ocurriera una forma de sortear el ónice, no solo habríamos terminado por esa noche.
Entraríamos en barrena. Habríamos terminado para siempre.
Empleando las palabras de Dee, el viaje de regreso fue una mierda monumental. Era casi medianoche cuando aparcamos delante de casa. Blake salió del todoterreno sin decir nada y se dirigió a su camioneta. El motor rugió y los neumáticos chirriaron cuando se puso en marcha.
Empecé a caminar hacia mi casa, pero Daemon me lo impidió y me guió hacia la suya.
—Tú no te vas todavía —me dijo.
Esa afirmación y el brillo de sus ojos me hicieron enarcar las cejas, pero no estaba de humor para discutir. Era tarde, mañana había clase y esa noche había sido un auténtico fracaso.
Entré en su casa, todavía envuelta en la manta de Matthew. Tenía la piel tan fría bajo la ropa húmeda que estaba entumecida. Estaba agotada y me temblaban las piernas por el esfuerzo de mantenerme en pie, pero todo el mundo estaba hablando: Dee, Andrew, Ash y Dawson. Matthew intentaba mantener la calma, pero no lo estaba consiguiendo. La ira y los restos de adrenalina los tenían a todos acelerados; pero creo que Dawson no paraba de hablar porque, si dejaba de hacerlo, tendría que hacerle frente a lo que había sucedido esa noche.
Beth seguía en manos de Dédalo.
—Vamos a buscarte algo de ropa seca —dijo Daemon en voz baja cogiéndome de la mano.
Al pie de la escalera, fue a levantarme en brazos, pero lo aparté.
—Estoy bien.
Daemon hizo un sonido en el fondo de la garganta que me recordó a un león descontento, pero me siguió en mi lento ascenso. Cuando entramos en su cuarto, cerró la puerta. Rezumaba determinación por todos los poros.
Suspiré. Esa noche había sido una tragedia.
—Nos lo merecíamos —dije.
Se acercó a mí con paso decidido, cogió los bordes de la manta y me la sacó. A continuación, agarró la camiseta térmica prestada.
—¿Y eso por qué? —preguntó.
A mí me parecía evidente.
—Somos un puñado de adolescentes y ¿pensábamos que podríamos colarnos en unas instalaciones dirigidas por Seguridad Nacional y el Departamento de Defensa? Vamos, venga ya. Esto tenía que salir mal… ¡Para! —Tenía la camiseta subida a medio vientre. Le rodeé las muñecas con los dedos congelados—. ¿Se puede saber qué haces?
—Desvestirte.
Me quedé boquiabierta al mismo tiempo que el corazón me daba un vuelco. Una embriagadora calidez me invadió las venas.
—Eh… caramba. Vaya manera de ir al grano.
Una sonrisa torcida asomó a sus labios.
—Tienes la camiseta y los pantalones empapados y fríos. Y es probable que todavía queden rastros de ónice en ellos. Debes quitarte la ropa.
Le aparté las manos de un manotazo.
—Puedo hacerlo solita.
Daemon se inclinó hacia mí y me dijo al oído:
—¿Y eso qué tiene de divertido? —Pero me soltó y se dirigió a su cómoda—. ¿De verdad crees que estábamos condenados al fracaso?
Como se había dado la vuelta, me apresuré a sacarme la ropa. Todo salvo el frío fragmento de obsidiana que me colgaba del cuello se había estropeado y tuve que sacármelo. La ropa tenía un olor almizcleño a agua de río. Crucé los brazos sobre el pecho, tiritando.
—No… no te des la vuelta.
Una carcajada silenciosa le sacudió los hombros mientras rebuscaba algo que pudiera ponerme. O eso esperaba.
—No lo sé —dije respondiendo por fin a su pregunta—. Era un proyecto enorme para espías adiestrados. A nosotros nos supera.
—Pero íbamos bien hasta que llegamos a esas puertas. —Sacó una camiseta—. Odio decirlo, pero no creo que Blake lo supiera. La expresión de su cara cuando Dawson y tú os desplomasteis… fue demasiado real.
—Entonces, ¿por qué le diste un puñetazo en la cara?
—Me apetecía. —Se volvió, tapándose los ojos con una mano, y me ofreció una camiseta—. Aquí tienes.
Se la arrebaté de la mano y me la pasé rápidamente por encima de la cabeza. El suave material gastado me quedaba enorme y me llegaba a los muslos. Cuando levanté la vista, descubrí que Daemon tenía los dedos separados sobre los ojos.
—Estabas mirando.
—Puede. —Me cogió la mano y tiró de mí hacia la cama—. Métete. Voy a comprobar cómo está Dawson y vuelvo enseguida.
Debería haberme ido a casa y haberme metido en mi propia cama, pero me convencí de que esa noche era diferente. Además, mamá no volvería a casa antes de que empezaran las clases y no quería estar sola. Hice lo que me indicó, me metí en la cama y me subí el edredón hasta la barbilla. Olía a limpio y a Daemon. No tardó mucho en volver, pero en ese corto lapso de tiempo se me cerraron los párpados. El ónice había consumido la mayor parte de mi energía, como era su función. Habíamos tenido tantísima suerte de conseguir salir de allí antes de que el guardia recobrara el conocimiento…
Daemon regresó y empezó a moverse por la habitación sin hacer ruido, pero me dio pereza abrir los ojos para comprobar qué estaba haciendo. Oí el susurro de la ropa al caer al suelo y la temperatura de mi cuerpo subió un grado. Otro cajón se abrió y luego apartó las mantas y se metió en la cama.
Se tendió de costado, me pasó un brazo alrededor de la cintura y me apretó contra su pecho desnudo. La franela de su pantalón de pijama me acarició las piernas y dejé escapar un suspiro de satisfacción.
—¿Cómo está Dawson? —pregunté acercándome más hasta que prácticamente estuve pegada a él.
—Bien. —Me apartó el pelo de la mejilla y mantuvo allí la mano—. Aunque está de mala leche.
Ya me lo suponía. Habíamos estado demasiado cerca de Beth para luego tener que dar media vuelta. Es decir, si es que Beth de verdad se encontraba allí. Puede que Blake no supiera nada del maldito sistema de defensa con ónice, pero no me fiaba de él. Ninguno de nosotros lo hacía.
—Gracias por sacarnos de allí.
Incliné la cabeza hacia atrás para buscar su rostro en la oscuridad. Los ojos le brillaban con suavidad.
—Tuve ayuda. —Presionó los labios contra mi frente y me apretó más fuerte con el brazo—. ¿Cómo te sientes?
—Estoy bien. Deja de preocuparte por mí.
Me miró a los ojos.
—No vuelvas a ser la primera en cruzar una puerta, ¿entendido? Y no discutas conmigo sobre ello ni me acuses de ser un machista. No quiero volver a verte sufrir de esa manera.
En lugar de discutir, me giré entre sus brazos, acerqué mis labios a los suyos y lo besé suavemente. Sus pestañas descendieron, ocultándole los ojos. Me devolvió el beso y fue tan dulce, tierno y perfecto que era probable que en cualquier momento me pusiera a llorar como un bebé.
Pero entonces los besos… cambiaron. Se hicieron más profundos cuando me tendí de espaldas y él me siguió. La sensación de su peso contra mis piernas era deliciosa y aquellos besos eran de todo menos dulces. Me abrasaron en lo más hondo de mi ser, llevándose los acontecimientos de las últimas horas igual que el río se había llevado el horrible ardor del ónice. Cuando me besaba así, con todos los músculos del cuerpo en tensión, era mi perdición.
Empujó la camiseta con la mano, dejando un hombro al descubierto, y su boca siguió la misma ruta. El aire se llenó de energía estática y un temblor le recorrió el cuerpo. En ese momento, después de todo lo que había pasado, deseaba sentirlo contra mí sin barreras, sin nada que se interpusiera entre nosotros. Me incorporé, levanté los brazos y Daemon no dudó. Tomó lo que le ofrecía. Sin nada que se lo impidiera, sus manos se movieron por todas partes: alrededor del fino fragmento de obsidiana, por la curva de mi vientre, sobre mis caderas… y yo estaba convencida de que no habría otro momento tan perfecto como ese.
¿O quizá era lo cerca que habíamos estado de perderlo todo esa noche lo que nos impulsaba a ambos? No lo sabía ni estaba segura de cómo habíamos llegado a ese punto; pero lo único que importaba era que los dos estábamos allí, preparados. Completamente preparados. Y, cuando su ropa se reunió con la mía en el suelo, ya no hubo vuelta atrás.
—No pares —le dije por si acaso tenía alguna duda acerca de lo que yo quería.
Me dedicó una rápida sonrisa y entonces volvió a besarme, y me sumergí en la pureza de lo que estaba forjándose entre nosotros. La electricidad nos recorrió la piel y proyectó sombras danzarinas en las paredes cuando Daemon se irguió y estiró la mano hacia la pequeña mesita de noche que había a nuestro lado.
Me sonrojé al caer en la cuenta de lo que estaba buscando. Cuando se sentó y nuestras miradas se encontraron, solté una risita. Una sonrisa amplia y hermosa se dibujó en su rostro, suavizando unas líneas que poseían una belleza severa.
Daemon dijo algo en su idioma. Aquellas palabras cargadas de lirismo carecían de sentido para mí, pero eran preciosas, como música hablada con la que mi parte extraterrestre danzaba.
—¿Qué has dicho? —le pregunté.
Me miró a través de sus espesas pestañas con el paquetito de plástico en el puño.
—En realidad no tiene traducción, pero las palabras humanas que más se le acercan serían: «para mí, eres preciosa».
Contuve el aliento bruscamente y nuestras miradas se fundieron. Se me llenaron los ojos de lágrimas. Extendí los brazos hacia él y hundí los dedos en su cabello sedoso. El corazón me iba a mil por hora, y sabía que el suyo también.
Ese era el momento. Y era lo correcto. Era perfecto sin la cena, la peli y las flores, porque ¿cómo se podía planear algo así? Imposible.
Daemon se echó hacia atrás…
Un puño golpeó la puerta y la voz de Andrew nos interrumpió.
—Daemon, ¿estás despierto?
Nos miramos sin dar crédito.
—Si lo ignoro —me susurró—, ¿crees que se irá?
Dejé caer las manos a los costados.
—Puede.
Andrew volvió a aporrear la puerta.
—Daemon, te necesito abajo urgentemente. Dawson quiere volver ya a Mount Weather. Nada de lo que Dee o yo le decimos le importa un bledo. Es como un conejito de Duracell suicida.
Daemon apretó los ojos.
—Hijo de puta…
—No pasa nada. —Empecé a sentarme—. Te necesita.
Daemon dejó escapar un suspiro entrecortado.
—Quédate aquí y descansa un poco. Voy a ir a hacerlo entrar en razón… aunque sea a golpes. —Me dio un beso breve y luego me empujó con suavidad para que volviera a acostarme—. Luego vuelvo.
Me acomodé con una sonrisa.
—Intenta no matarlo.
—No prometo nada. —Se levantó, se puso el pantalón del pijama y se dirigió a la puerta. Se detuvo en seco antes de llegar, miró por encima del hombro y su intensa mirada me derritió los huesos—. Mierda.
Unos segundos después de que saliera al pasillo y cerrara la puerta a su espalda, se oyó un golpe como si le hubieran pegado a alguien y luego Andrew gritó:
—Ay. ¿A qué narices ha venido eso?
—No se puede ser más inoportuno —le espetó Daemon.
Sonreí somnolienta, me coloqué de costado y me ordené permanecer despierta; sin embargo, a medida que mi respiración volvía a la normalidad, el sueño se apoderó de mí. Al rato, oí abrirse la puerta y luego Daemon estaba a mi lado, apretándome contra él. Poco después, el constante subir y bajar de su pecho me arrulló hasta que volví a quedarme dormida. De vez en cuando me despertaba cuando sus brazos se apretaban a mi alrededor, abrazándome tan fuerte que me parecía que iba a cortarme la circulación. Me aferraba como si, incluso en sueños, lo atormentara el temor a perderme.