El corazón se me subió a la garganta. Conseguí levantar la cabeza, esperando encontrar un ejército de agentes del Departamento de Defensa rodeándonos.
No vi nada.
—¿De qué hablas? —le pregunté en un murmullo—. Yo no veo…
—Calla.
Me enfurecí, pero guardé silencio. No obstante, después de unos segundos, estaba segura de que solo quería divertirse un rato.
—Si no te apartas, voy a darte una buena…
Y luego vi a qué se refería. Un hombre con un traje negro avanzaba sigilosamente por un lado de mi casa. Tenía algo que me resultaba familiar, y entonces recordé dónde lo había visto.
Iba con Nancy Husher el día que el Departamento de Defensa apareció mientras Daemon y yo estábamos en el campo donde nos habíamos enfrentado a Baruck.
El agente Lane.
A continuación, vi su todoterreno aparcado calle abajo.
Tragué saliva rápidamente.
—¿Qué está haciendo aquí?
—No lo sé. —Noté el cálido aliento de Blake contra el cuello y apreté los dientes—. Pero es evidente que está buscando algo.
Como un segundo después, me llamó la atención un movimiento en casa de Daemon. La puerta principal se abrió y Daemon salió. Para los ojos humanos, fue como si se hubiera desvanecido del porche y hubiera reaparecido en el camino de entrada de mi casa, a un metro del agente. Pero simplemente se había movido tan rápido que resultaba imposible seguirlo.
—¿Puedo ayudarte en algo, Lane? —Su voz llegó hasta nosotros, firme y carente de emoción.
Lane retrocedió un paso, sorprendido por su repentina aparición, y se llevó una mano al pecho.
—Por el amor de Dios, Daemon, odio que hagas eso.
Daemon no sonrió y, lo que fuera que el agente vio en sus ojos, lo hizo ir directo al grano.
—Estoy investigando.
—Vale.
Lane introdujo una mano en el bolsillo interior de la chaqueta, sacó una libretita y la abrió. La chaqueta se le enganchó en la funda del revólver y no supe decir si fue a propósito o no.
—El agente Brian Vaughn lleva desaparecido desde antes de Año Nuevo. Estoy comprobando todas las posibles pistas.
—Mierda —murmuré.
Daemon se cruzó de brazos.
—¿Y por qué iba a saber yo qué le ha pasado? ¿O por qué iba a importarme?
—¿Cuándo fue la última vez que lo viste?
—No lo he visto desde el día que os presentasteis aquí para la vista de control y quisisteis comer en aquel asqueroso buffet chino —respondió Daemon con un tono tan convincente que casi me lo creí—. Todavía no me he recuperado.
Lane sonrió a regañadientes.
—Sí, la comida era horrible. —Anotó algo y luego volvió a guardarse la libreta en el bolsillo—. ¿Así que no has visto a Vaughn?
—Pues no.
El otro hombre asintió con la cabeza.
—Sé que vosotros dos no os caíais demasiado bien y no creo que hiciera visitas no autorizadas; pero, llegados a este punto, tenemos que comprobar todas las posibilidades.
—Es comprensible. —La mirada de Daemon se posó en los árboles detrás de los cuales estábamos escondidos—. ¿Por qué estabas inspeccionando la casa de las vecinas?
—Estoy inspeccionando todas las casas —contestó—. ¿Sigues siendo amigo de la chica con la que te vimos?
«Ay, no».
Daemon no dijo nada, pero, incluso desde donde estaba tendida, pude ver la mirada hostil que le dedicó al agente.
Lane se rió.
—Daemon, ¿cuándo vas a relajarte? —Le dio una palmada en el hombro mientras pasaba a su lado—. No me importa con quién… pases el tiempo. Solo hago mi trabajo.
Daemon siguió los movimientos del agente y se volvió hacia él.
—Entonces, si decidiera salir únicamente con humanas y sentar la cabeza con una, ¿no darías parte?
—Mientras no vea pruebas innegables, me da igual. Esto no es más que un trabajo con una buena jubilación, y espero poder llegar a cobrarla. —Empezó a dirigirse hacia su vehículo, pero se detuvo y se volvió hacia Daemon—. Aunque hay una diferencia entre pruebas e instinto. Por ejemplo, mi instinto me decía que tu hermano tenía una relación seria con la humana con la que desapareció, pero no había pruebas.
Y, por supuesto, nosotros sabíamos cómo había descubierto el Departamento de Defensa lo de Beth y Dawson: por Will. Pero ¿ese tipo estaba insinuando que él no sabía nada de Dawson?
Daemon se apoyó contra el todoterreno de Lane.
—¿Viste el cuerpo de mi hermano cuando lo encontraron?
Se produjo un momento de tensión y Lane bajó la barbilla.
—Yo no estaba allí cuando dijeron que habían encontrado su cuerpo junto con el de la chica. Solo me contaron lo que pasó. No soy más que un agente. —Levantó la cabeza—. Y nadie me ha dicho lo contrario. Yo aquí ni pincho ni corto, pero no estoy ciego.
Contuve la respiración, y sentí que Blake hacía lo mismo.
—¿Qué quieres decir? —preguntó Daemon.
Lane esbozó una sonrisa forzada.
—Sé a quién tienes en casa, Daemon. Sé que me mintieron… A muchos de nosotros nos han mentido y no tenemos ni idea de lo que está pasando de verdad. Solo hacemos nuestro trabajo. Cumplimos y agachamos la cabeza.
Daemon asintió.
—¿Y eso es lo que haces ahora? ¿Agachar la cabeza?
—Me pidieron que comprobase el posible paradero de Vaughn, nada más. —Hizo un gesto hacia su todoterreno y Daemon se apartó—. He aprendido que no debo investigar nada a menos que me lo ordenen. Me interesa mucho ese plan de jubilación. —Se subió al vehículo y cerró la puerta—. Cuídate.
Daemon retrocedió.
—Hasta la vista, Lane.
Los neumáticos giraron y levantaron gravilla mientras el vehículo se reincorporaba a la carretera escupiendo humo por el tubo de escape.
¿Qué narices acababa de pasar? Más aún, ¿por qué Blake seguía encima de mí?
Eché el codo hacia atrás, se lo hundí en el estómago y se oyó un gruñido.
—Quítate de encima.
Blake se puso en pie con un destello en los ojos.
—Mira que te gusta pegar.
Me levanté a toda prisa, fulminándolo con la mirada.
—Tienes que largarte. Ahora mismo, no está el horno para bollos.
—Entendido. —Retrocedió y se le borró la sonrisa—. Nos vemos esta noche.
—Vale —murmuré mientras me volvía hacia donde Daemon subía por el camino. Salí del bosque trotando y llegué a su lado—. ¿Va todo bien?
Daemon asintió.
—¿Has oído algo?
—Sí, estaba regresando cuando lo he visto. —Supuse que sería mejor que Daemon no supiera que Blake se había puesto baboso antes de que asaltáramos Mount Weather—. ¿Le crees?
—No lo sé. —Me colocó un brazo sobre los hombros y me guió hacia su casa—. Lane siempre ha sido un tío decente, pero esto no me gusta.
Le pasé un brazo por la cintura y me apoyé contra él.
—¿Qué parte?
—Todo… Toda esta situación —dijo mientras se sentaba en el último escalón de arriba. Tiró de mí para que me sentara en su regazo, sin dejar de abrazarme—. El hecho de que el Departamento de Defensa, incluido Lane, sepa perfectamente que Dawson ha vuelto y hayan tenido que darse cuenta de que sabemos que nos mintieron. Y no estén haciendo nada al respecto. —Cerró los ojos mientras apoyaba mi mejilla contra la suya—. Y lo que vamos a hacer esta noche… puede funcionar, pero es tan descabellado que una parte de mí se pregunta si no sabrán que vamos.
Le recorrí la mandíbula con el pulgar y le deposité un beso en la mejilla deseando poder hacer algo.
—¿Crees que estamos metiéndonos en una trampa?
—Creo que llevamos todo el tiempo dentro de la trampa y solo estamos esperando a que se cierre. —Tomó mi mano sucia con la suya y la sostuvo.
Solté un suspiro entrecortado.
—¿Y aun así vamos a seguir adelante?
La determinación que reflejaba la postura de sus hombros fue suficiente respuesta.
—No tienes que hacerlo.
—Tú tampoco —razoné en voz baja—. Pero los dos lo haremos.
Daemon echó la cabeza hacia atrás y me miró a los ojos.
—Así es.
No íbamos a hacerlo porque tuviéramos ganas de morir ni porque fuéramos idiotas, sino porque había dos vidas en juego, probablemente más, que valían tanto como las nuestras. Puede que todo eso fuera una empresa suicida, pero si no la llevábamos a cabo perderíamos a Beth, a Chris y a Dawson. Blake era una pérdida aceptable.
No obstante, un atisbo de pánico se fue apoderando de mi pecho. Tenía miedo… estaba muerta de miedo. ¿Quién no lo estaría? Pero yo era responsable de lo ocurrido y ahora eso era más importante que yo, más importante que mi miedo.
Realicé una inspiración vacilante, incliné la cabeza y lo besé en los labios.
—Creo que voy a pasar un rato con mi madre antes de irnos. —Notaba la garganta seca—. Debe de estar a punto de despertarse.
Daemon me devolvió el beso, prolongándolo. Aquel gesto fue en parte anhelo con un toque de desesperación y aceptación. Si las cosas salían mal esa noche, no habríamos dispuesto de tiempo suficiente para estar juntos. Aunque puede que nunca lo hubiera habido.
Al final, me dijo con voz ronca y áspera:
—Buena idea, gatita.
Cuando llegó el momento de apretujarnos en el todoterreno de Daemon y emprender el camino hacia la cordillera Azul, el ambiente era tenso. Y, por una vez, no tenía nada que ver con la presencia de Blake.
Hubo risas y palabrotas, pero todo el mundo estaba en ascuas.
Ash se estaba subiendo al asiento del pasajero del vehículo de Matthew. Iba toda vestida de negro: mallas negras, zapatillas negras y un jersey negro de cuello alto y muy ceñido. Parecía una ninja. Dee, que estaba a su lado, iba de rosa. Al parecer, le había quedado claro que debía quedarse en el todoterreno. A menos que Ash planeara mimetizarse con los asientos, no me explicaba por qué se habría vestido así.
Aparte del hecho de que estaba increíblemente sexy.
Yo, por el contrario, llevaba unos pantalones de chándal oscuros y una camiseta térmica negra que a Daemon ya no le servía (debía de ser de su etapa preadolescente, porque ahora ni siquiera le entraría por la cabeza). Parecía que iba de camino al gimnasio. Tenía una pinta horrible comparada con ella, pero Daemon comentó algo acerca de que usara ropa suya que me provocó tal hormigueo por todo el cuerpo que no me importó un pito parecer un orco al lado de Ash.
Dawson y Blake iban a ir con nosotros y el resto con Matthew. Mientras salíamos del camino de entrada, mantuve la mirada clavada en mi casa hasta que se perdió de vista. Las pocas horas que había pasado con mi madre habían sido geniales… realmente geniales.
Los primeros treinta minutos del viaje no estuvieron mal. Blake se mantuvo callado; pero, en cuanto empezó a hablar, las cosas fueron de mal en peor. Un par de veces pensé que Daemon iba a detener el vehículo y estrangularlo.
Y no creo que Dawson ni yo se lo hubiéramos impedido.
Dawson cambió de posición y apoyó la cabeza en la mano.
—¿Es que nunca paras de hablar?
—Cuando duermo —contestó Blake.
—Y cuando estés muerto —le espetó Daemon—. Dejarás de hablar cuando estés muerto.
Blake apretó los labios.
—Entendido.
—Bien. —Daemon se concentró en la carretera—. Intenta mantener la boquita cerrada un rato.
Disimulé una sonrisa mientras me volvía.
—¿Qué vas a hacer cuando veas a Beth?
Una expresión de sobrecogimiento se reflejó en las facciones de Dawson, que negó con la cabeza despacio.
—Oh, Dios, no lo sé. Respirar… por fin podré respirar.
Conmovida, le dediqué una sonrisa llorosa.
—Estoy segura de que ella sentirá lo mismo.
Por lo menos, eso esperaba. La última vez que yo había visto a Beth, no estaba muy bien de la cabeza. Pero si tenía claro algo acerca de Dawson era que él podría manejarlo, porque la quería. Dawson sentía por Beth el mismo tipo de amor que compartieron mis padres.
Por el rabillo del ojo, vi cómo Daemon curvaba las comisuras de la boca hacia arriba y algo en el fondo de mi pecho se agitó.
Solté un suspiro suave y me volví hacia Blake. Este tenía la cabeza apoyada contra la ventanilla mientras contemplaba la noche oscura.
—¿Y tú? —le pregunté.
Me miró, pero tardó unos segundos en responder.
—Nos marcharemos de aquí y nos dirigiremos al oeste. Lo primero que haremos es ir a hacer surf. A Chris le encantaba el mar.
Me di la vuelta y me miré las manos. A veces resultaba difícil odiar sin sentir pena. Y sentía mucha pena por su amigo. Incluso sentía pena por Blake.
—Eso… eso está bien.
Ninguno de nosotros habló después de aquello. Al principio, el ambiente fue sombrío; lleno de recuerdos y probablemente de un millar de «y si» y una docena de escenarios diferentes de cómo sería esa noche para Dawson y Blake. Sin embargo, en cuanto pasamos Winchester y cruzamos el río y pudimos ver las sombras oscuras de la cordillera Azul más adelante, el estado de ánimo cambió.
Los chicos se pusieron tensos, segregando testosterona. Le eché un vistazo al reloj, impaciente y lista para ponernos en marcha de una vez. Las nueve menos veinte.
—¿Cuánto queda? —preguntó Dawson.
—Tenemos tiempo.
El todoterreno cambió a una marcha más corta cuando empezamos a subir por la montaña. Por detrás, Matthew nos pisaba los talones, aunque conocía la ruta a seguir. Se suponía que el camino de acceso estaba a unos ochocientos metros de la entrada principal. Daemon había introducido los datos en el GPS, pero este no encontró ningún resultado.
Sonó un móvil y Blake sacó el suyo.
—Es Luc. Quiere asegurarse de que vamos según el horario previsto.
—Dile que sí —respondió Daemon.
Su hermano se asomó entre los asientos delanteros.
—¿Estás seguro?
Daemon puso los ojos en blanco.
—Sí, estoy seguro.
—Solo quería comprobarlo —refunfuñó Dawson, y volvió a sentarse.
Ahora fue Blake el que apareció entre los asientos.
—Muy bien, Luc está listo. Quería recordarnos que solo tenemos quince minutos. Si algo va mal, nos largamos y volvemos a intentarlo otro día.
—Yo no quiero volver a intentarlo otro día —protestó Dawson—. En cuanto entremos, tenemos que seguir adelante.
Blake frunció el ceño.
—Yo quiero sacarlos de ahí tanto como tú, tío, pero solo disponemos de un plazo de tiempo limitado. Eso es todo.
—Nos ceñiremos al plan. —La mirada de Daemon se encontró con la de su hermano en la ventanilla—. Y ya está, Dawson. No voy a perderte de nuevo.
—De todas formas, nada va a salir mal —tercié antes de que se armara una buena bronca dentro del vehículo—. Todo irá según lo planeado.
Me concentré en el paisaje. La carretera tenía cuatro carriles y densos árboles se apiñaban a lo largo de los caminos que salían de los carriles norte y sur. Todo era una masa borrosa de sombras. No tenía ni idea de cómo iba a encontrar Daemon el camino en cuestión, pero empezó a disminuir la velocidad y se incorporó al carril izquierdo.
Noté una opresión en el pecho cuando se desvió por un camino apenas visible. No había señalizaciones… nada que indicara que allí hubiera un camino siquiera. Dos faros nos siguieron por la estrecha abertura, que constaba más de tierra y grava que de pavimento. Unos setenta metros después, bajo la pálida luz de la luna, apareció una vieja granja a la derecha. Le faltaba la mitad del tejado y las malas hierbas se habían apoderado del frente y los laterales.
—Qué espeluznante —murmuré—. Seguro que tus cazafantasmas dirían que este lugar está embrujado.
Daemon se rió entre dientes.
—Ellos siempre dicen que todos los lugares están embrujados. Por eso me encantan.
—Ni que lo digas —añadió Dawson mientras aparcábamos y Matthew se detenía a nuestro lado.
Ambos vehículos apagaron las luces y los motores, y, sin otra fuente de luz, no se veía ni torta. Se me revolvió el estómago. Las nueve menos cinco. Ya no había vuelta atrás.
El móvil de Blake volvió a sonar.
—Solo se asegura de que estamos listos.
—Dios, qué niño más pesado —murmuró Daemon volviéndose hacia donde había aparcado Matthew—. Preparémonos. ¿Andrew?
El aludido se bajó del vehículo mientras les susurraba algo a Dee y a su hermana. Luego se volvió y juraría que hizo señas de pandilleros.
—Listo para la acción.
—Por el amor de Dios —musitó Blake.
—Nos ceñiremos al plan. Bajo ningún concepto, nadie —Daemon le dirigió estas palabras a su hermano— se desviará del plan. Todos vamos a regresar esta noche.
Se oyeron murmullos de asentimiento. Abrí la puerta, con el pulso al borde del infarto.
Daemon me colocó una mano en el brazo.
—Pégate a mí.
Mis cuerdas vocales parecían haber dejado de funcionar, así que asentí. Entonces los cuatro salimos del vehículo y respiramos el frío aire de la montaña. Todo estaba oscuro, salvo por algunos rayos de la luna que cruzaban el camino de acceso. Probablemente estuviera parada al lado de un oso y no tuviera ni idea.
Rodeé la parte delantera del todoterreno y me situé junto a Daemon. Otra persona se colocó a mi lado y me di cuenta de que era Blake.
—¿Hora? —preguntó Daemon.
Vimos el rápido destello de la luz de un móvil y Blake contestó:
—Un minuto.
Realicé una inspiración entrecortada, pero se me cerró la garganta. Podía notar los latidos de mi corazón por todo el cuerpo. En medio de la oscuridad, Daemon encontró mi mano y me la apretó.
«Podemos hacerlo», me dije a mí misma. «Podemos hacerlo. Y lo haremos».
—Treinta segundos —anunció Blake.
Repetí mi mantra, porque recordé haber leído algo sobre las leyes del universo y que si creías en algo pasaría. Dios, esperaba que fuera verdad.
—Diez segundos.
Daemon me dio otro apretón y comprendí que no pensaba soltarme la mano. Eso lo haría ir más lento, pero no había tiempo para protestar. Un escalofrío me recorrió los brazos. Sentí cómo la Fuente vibraba y despertaba. Mi cuerpo se balanceó de delante atrás.
Junto a mí, Blake se inclinó hacia delante.
—Tres, dos, ¡ya!
Eché a correr, dejando que la Fuente me invadiera, expandiendo cada célula con luz. Ninguno de los chicos brillaba, sino que todos íbamos corriendo, prácticamente volábamos. Mis zapatillas se deslizaban sobre el terreno sin apenas rozarlo. Seguimos ascendiendo, manteniéndonos a un lado del camino y evitando los rayos de luz. En el fondo de mi mente, caí en la cuenta de que seguirles el ritmo nunca había sido la cuestión.
Era ver por dónde íbamos.
Pero la mano de Daemon se mantuvo en la mía. No tiraba de mí, sino que más bien me guiaba a través de la noche, rodeando baches del tamaño de cráteres y subiendo por el serpenteante camino de montaña.
Setenta y cinco segundos después, porque los conté, una valla de seis metros de alto apareció bajo los reflectores. Redujimos la velocidad y nos detuvimos por completo detrás del último grupo de árboles.
Inhalé con dificultad, asombrada. Unos letreros rojos y blancos indicaban que la valla estaba electrificada. Más allá, se extendía un espacio abierto del tamaño de un campo de fútbol americano y después una estructura enorme.
—¿Hora? —volvió a preguntar Daemon.
—Las nueve y uno. —Blake se pasó una mano por el pelo de punta—. Vale, veo un guardia en el portón. ¿Alguno más?
Esperamos aproximadamente otro minuto para comprobar si había más patrullando; pero, tal como había dicho Luc, era el cambio de turno. Solo estaba vigilada la puerta. No podíamos seguir esperando.
—Dadme un segundo —dijo Andrew, y, acto seguido, se alejó de los árboles y se acercó sigilosamente al guardia vestido de negro.
Estaba a punto de preguntar qué diablos estaba haciendo cuando lo vi agacharse y colocar una mano en el suelo. Unas chispas azules salieron volando y el guardia comenzó a volverse hacia él, pero la descarga de electricidad lo alcanzó.
Un violento temblor subió por el cuerpo del hombre, que dejó caer el arma. Un segundo después, estaba tendido junto a ella. Los chicos avanzaron y yo los seguí, echándole un vistazo al guardia al pasar. El pecho le subía y le bajaba, pero estaba fuera de combate.
—Ni se ha enterado. —Andrew sonrió mientras se soplaba los dedos—. Estará inconsciente unos veinte minutos más o menos.
—Eso ha estado bien —comentó Dawson—. Yo le habría frito el cerebro si lo hubiera intentado.
Abrí los ojos como platos.
Daemon se puso en marcha y se acercó al portón. El teclado blanco no parecía gran cosa, pero era la primera prueba. Solo nos quedaba rogar que Luc hubiera apagado las cámaras y nos hubiera dado los códigos correctos.
—Ícaro —dijo Blake en voz baja.
Daemon asintió con la cabeza y se le tensaron los hombros mientras introducía rápidamente el código. Se oyó un chasquido mecánico, seguido de un zumbido bajo, y luego el portón se sacudió. A continuación, se abrió, invitándonos a entrar.
Daemon nos hizo señas para que siguiéramos adelante. Cruzamos el campo corriendo y solo tardamos un par de segundos en llegar a las puertas de las que Luc y Blake habían hablado. Me coloqué detrás de Daemon mientras inspeccionaban la pared.
—¿Dónde está el maldito teclado? —soltó Dawson yendo de una puerta a otra.
Di un paso atrás y obligué a mis ojos a desplazarse despacio de izquierda a derecha.
—Ahí. —Señalé a la derecha. El teclado era pequeño y estaba metido detrás del revestimiento.
Andrew fue hacia él y echó un vistazo por encima del hombro.
—¿Listos?
Dawson me miró a mí y luego a la puerta del medio situada delante de nosotros.
—Sí.
—Laberinto —murmuró Daemon a nuestra espalda—. Y, por lo que más quieras, no vayas a escribirlo con «v».
Andrew soltó una risita burlona y tecleó el código. Quise cerrar los ojos con fuerza por si acaso acabábamos con una docena de armas apuntándonos a la cara. La puerta que teníamos delante se deslizó, dejando ver el espacio que se extendía detrás de ella centímetro a centímetro.
Ni armas ni gente.
Dejé escapar el aire que estaba conteniendo.
Al otro lado de la puerta, había un amplio túnel anaranjado y, al final, estaban los ascensores. No eran ni treinta metros, y lo único que teníamos que hacer era montarnos en esos ascensores y bajar seis plantas. Blake sabía dónde estaban las celdas.
Íbamos a hacerlo de verdad.
La puerta era lo bastante ancha para que dos personas la cruzaran a la vez, pero Dawson entró primero. Algo comprensible, teniendo en cuenta lo que podría conseguir al final de la noche. Lo seguí. Cuando Dawson pasó por debajo del marco de la puerta, se oyó una corriente de aire y un pequeño soplido.
Dawson se desplomó como si hubiera recibido un disparo, aunque no hubo ninguna detonación. Estaba de pie en la puerta y, un instante después, se encontraba al otro lado, estremeciéndose en el suelo, con la boca abierta en un grito silencioso.
—Que nadie se mueva —ordenó Andrew.
El tiempo se detuvo. Se me erizó el vello de la nuca. Levanté la mirada. Una hilera de diminutas boquillas, apenas distinguibles, apuntaban hacia abajo. Demasiado tarde, comprendí horrorizada. Se volvió a oír aquel soplido.
Un dolor abrasador me atravesó la piel, como si miles de minúsculos cuchillos me despedazaran desde dentro, atacando cada célula. Todo mi cuerpo estalló en llamas mientras realizaba a duras penas una dolorosa inspiración. Las piernas me cedieron y me fui de bruces, incapaz siquiera de amortiguar la caída. Mi mejilla se estrelló contra el hormigón, pero aquella punzada de dolor no fue nada comparado con el fuego que me arrasaba el cuerpo.
Entre mis neuronas reinaba un completo caos. Los músculos se me agarrotaron por el pánico y el dolor. Tenía los párpados completamente abiertos. Mis pulmones intentaron expandirse para tomar aire, pero había algo malo en el aire… algo que me quemó la boca y la garganta. En algún lugar, en esa recóndita parte de mí que todavía seguía funcionando, supe de qué se trataba.
Ónice. Ónice pulverizado convertido en un arma.