14

Martinsburgo no era exactamente un pueblo, aunque tampoco se lo podría llamar ciudad; por lo menos, comparado con Gainesville. Se encontraba en pleno crecimiento, a una hora aproximadamente de la capital del estado. Estaba ubicado a la derecha de la carretera interestatal, enclavado entre dos montañas, lo que lo convertía en una puerta de entrada hacia ciudades más grandes como Hagerstown y Baltimore. La parte sur de la población estaba muy desarrollada: había centros comerciales, restaurantes por los que daría mi libro favorito a cambio de que estuvieran en Petersburgo y edificios de oficinas. Incluso había un Starbucks, y maldije mi suerte por tener que pasarlo de largo. Pero estaba haciéndose tarde.

El viaje ya había comenzado mal, lo que presagiaba que la noche no progresaría bien.

Para empezar, Blake y Daemon habían discutido incluso antes de salir de Petersburgo. Tenía algo que ver con la manera más rápida de llegar al «mango de sartén» oriental del estado. Blake decía que había que ir al sur; Daemon, al norte. Y se montó una buena.

Daemon acabó ganando, porque él conducía, lo que hizo que Blake se pusiera de morros en el asiento trasero. Luego nos encontramos con una tormenta de nieve en los alrededores de Deep Creek que nos obligó a aminorar la velocidad, y Blake sintió la necesidad de señalar que las carreteras del sur probablemente estarían despejadas.

Además, la cantidad de obsidiana que llevaba encima y la falta de ropa me tenían de los nervios. Había seguido el consejo de Lesa en cuestión de vestuario, para gran alegría de Daemon. Si hacía otro comentario más sobre la longitud de la falda, iba a darle un puñetazo.

Y si lo hacía Blake, Daemon acabaría mutilándolo.

Yo seguía esperando que un ejército de Arum saliera de la nada y sacara nuestro vehículo de la carretera; pero, por el momento, el collar, la pulsera y el cuchillo de obsidiana que llevaba dentro de la bota (por el amor de Dios) se habían mantenido fríos.

Para cuando llegamos a Martinsburgo, tenía ganas de saltar del vehículo en marcha. Cuando nos aproximamos a la salida de Falling Waters, Daemon preguntó:

—¿Cuál?

Blake se asomó, apoyando los codos en los respaldos de nuestros asientos.

—La siguiente: Spring Mills. Tienes que girar a la izquierda en la salida, como si regresaras a Hedgesville o Back Creek.

¿Hedgesville? Negué con la cabeza. Cada vez estábamos más cerca de la civilización, pero los nombres de algunos de esos pueblos parecían indicar lo contrario.

A unos tres kilómetros de la salida, Blake dijo:

—¿Ves esa vieja gasolinera más adelante? ¿Ves los surtidores?

Daemon entrecerró los ojos.

—Sí.

—Gira ahí.

Me incliné hacia delante para ver mejor. Unos hierbajos altos rodeaban los viejos surtidores, ya inservibles. Detrás había una construcción, o más bien una choza.

—¿El club está en una gasolinera?

Blake se echó a reír.

—No. Rodea el edificio y sigue por el camino de tierra.

Daemon siguió las vagas indicaciones de Blake mientras mascullaba que Dolly iba a ensuciarse. El camino de tierra era más bien una senda abierta por miles de ruedas. Aquello estaba tan sombrío que quise exigir que diéramos la vuelta.

Cuanto más avanzábamos, más aterrador se volvía el paisaje. Densos árboles se aglomeraban a lo largo del camino, salpicados de edificios destartalados con ventanas cubiertas con tablas y huecos negros y vacíos donde antes estaban las puertas.

—Esto no me gusta —admití—. Creo que he visto este sitio en La matanza de Texas.

Daemon soltó un resoplido. El vehículo fue dando botes por el terreno desnivelado, y entonces vimos coches. Estaban por todas partes, aparcados en hileras irregulares junto a los árboles, apretujados en un claro. Más allá de las interminables filas de coches había un edificio cuadrado y achaparrado sin iluminación exterior.

—Vale. Creo que en realidad lo vi en Hostel… en la uno y en la dos.

—No va a pasarte nada —me aseguró Blake—. Este lugar está escondido para mantenerse fuera del mapa, no porque secuestren y maten a turistas confiados.

Me reservé el derecho a no estar de acuerdo con eso.

Daemon aparcó lo más lejos posible. Era evidente que le preocupaba más que le abollaran los laterales a Dolly que nos devorara un Bigfoot. Un tipo salió tambaleándose de entre un grupo de coches y la luz de la luna se reflejó en su collar con pinchos y en la cresta verde. Puede que quien nos devorara fuera un punki.

Abrí la puerta y salí apretándome el chaquetón alrededor del cuerpo.

—¿Qué clase de sitio es este?

—Uno muy diferente —fue la respuesta de Blake. Cerró de un portazo y Daemon por poco le arranca la cabeza. Blake puso los ojos en blanco y se acercó a mí—. Vas a tener que dejar la chaqueta.

—¿Qué? —Lo fulminé con la mirada—. Hace un frío que pela. ¿No ves mi aliento?

—No vas a congelarte en los segundos que tardemos en llegar a la puerta. No van a dejarte entrar así.

Me dieron ganas de propinar una patada de frustración en el suelo mientras miraba a Daemon con impotencia. Al igual que Blake, llevaba unos vaqueros oscuros y una camisa. Sí, eso era todo. Al parecer, a esa gente le traía sin cuidado el código de vestuario masculino.

—No lo entiendo —me quejé. Aquella chaqueta era mi salvación. Ya era bastante malo que las medias rotas no consiguieran cubrirme las piernas—. No es justo.

Daemon se acercó despacio a mí y colocó sus manos sobre las mías. Un mechón de pelo ondulado le cayó sobre los ojos.

—No tenemos que hacer esto si no quieres. De verdad.

—Si no lo hace, esto habrá sido una enorme pérdida de tiempo.

—Cierra el pico —gruñó Daemon por encima de su hombro y luego se volvió hacia mí—. En serio. No tienes más que decirlo y nos vamos a casa. Debe de haber otra forma.

Pero no la había. Blake, que Dios me perdonara, tenía razón: estaba perdiendo el tiempo. Negué con la cabeza, di un paso atrás y empecé a desabotonarme la chaqueta.

—Estoy bien. Ya soy mayorcita.

Daemon me observó en silencio mientras me despojaba de mi armadura. Me saqué la chaqueta y él contuvo bruscamente el aliento cuando la tiré sobre el asiento del pasajero. A pesar del frío, de algún modo sentí como si me ardiera todo el cuerpo.

—Ya —murmuró Daemon mientras se colocaba delante de mí como si fuera un escudo—. No sé si esto es buena idea.

Blake echó un vistazo por encima de su hombro y enarcó las cejas.

—Madre mía.

Daemon dio media vuelta con el brazo extendido, pero Blake se lanzó a la izquierda esquivando su mano por los pelos. Saltaron unas chispas rojas y blancas que iluminaron el oscuro aparcamiento como si fueran petardos.

Crucé los brazos sobre mi abdomen desnudo, que quedaba expuesto por el jersey corto y la falda de talle bajo. Me sentía desnuda, lo que era una estupidez porque me ponía bañador a menudo. Negué con la cabeza y rodeé a Daemon.

—Entremos de una vez.

Blake me dio un repaso con la mirada lo bastante rápido para evitar una muerte segura a manos del extraterrestre cabreado que iba detrás de mí. Me moría de ganas de arrearle un buen sopapo.

Llegamos enseguida a la puerta de acero situada en la esquina del edificio. No había ventanas ni nada por el estilo; pero, a medida que nos acercábamos, el fuerte ritmo de la música podía sentirse desde fuera.

—¿Llamamos o…?

Un tipo descomunal apareció de las sombras. El peto desgarrado que llevaba dejaba al descubierto unos brazos gruesos como troncos. Iba sin camisa, como si afuera estuviéramos a cuarenta grados. Llevaba el pelo de punta y dividido en tres secciones en el centro del cráneo y rapado en el resto. El pelo era de color púrpura.

Me gustaba el púrpura.

Tragué saliva, nerviosa.

Tenía piercings por toda la cara: nariz, labios y cejas. Dos gruesos pernos le perforaban las orejas. Se detuvo frente a nosotros sin decir nada, recorrió con la mirada a los chicos y luego sus ojos oscuros se posaron en mí.

Di un paso atrás y choqué con Daemon, que me colocó una mano en el hombro.

—¿Ves algo que te guste? —preguntó Daemon.

Aquel tipo, que era enorme como un luchador profesional, sonrió de forma burlona, como si estuviera decidiendo si hacer picadillo a Daemon o no. Y yo sabía que Daemon seguramente estaría haciendo lo mismo. Las probabilidades de salir de allí sin vernos involucrados en una pelea bestial eran escasas.

Blake intervino.

—Hemos venido a divertirnos. Eso es todo.

El luchador profesional no dijo nada durante un segundo y luego estiró la mano hacia la puerta. La abrió sin quitarle la vista de encima a Daemon y salió una música atronadora. A continuación, nos dedicó una reverencia burlona.

—Bienvenidos a El Heraldo. Que os divirtáis.

¿El Heraldo? Qué nombre tan… bonito y tranquilizador para un club.

Blake echó un vistazo por encima del hombro y dijo:

—Creo que le gustas, Daemon.

—Cierra el pico —contestó el aludido.

Blake soltó una risa baja y entró. Lo seguimos por un angosto pasillo que nos transportó de repente a otro mundo. Un mundo lleno de rincones en sombras y parpadeantes luces estroboscópicas y donde solo el olor ya resultaba casi abrumador. No es que oliera mal, sino que más bien era una potente mezcla de sudor, perfume y otros aromas cuestionables. El sabor amargo del alcohol flotaba en el aire.

Unas luces azules, rojas y blancas iluminaban y deslumbraban a una multitud de cuerpos ondulantes en mareantes intervalos. Si yo fuera propensa a sufrir ataques epilépticos, habría acabado en el suelo en un santiamén. Toda la piel desnuda (en su mayoría femenina) brillaba como si les hubieran espolvoreado purpurina encima a las chicas. La pista de baile estaba abarrotada; algunos cuerpos se movían con ritmo y otros simplemente se sacudían. Más allá, había un escenario de baile elevado. Una chica con el pelo largo y rubio daba vueltas en el centro del caos. Era baja y delgada, pero se movía como una bailarina; todos sus movimientos eran elegantes y fluidos mientras giraba.

No podía quitarle los ojos de encima. La chica dejó de dar vueltas, aunque siguió balanceando la parte inferior del cuerpo al compás de la música mientras se apartaba el pelo húmedo de la cara. Su rostro rebosaba inocencia y tenía una sonrisa amplia y bonita. Era joven… demasiado joven para estar en un sitio como ese.

Aunque, mientras recorría a la multitud con la mirada, descubrí que muchos de esos chicos todavía no tenían la edad legal para beber. Algunos sí, pero la mayoría parecía de nuestra edad.

No obstante, la parte más interesante era lo que había encima del escenario. Del techo colgaban jaulas ocupadas por chicas ligeras de ropa. Mi madre las habría llamado gogós. Yo no estaba segura de cómo se llamaban ahora, pero esas chicas llevaban unas botas de la leche. Tenían la parte superior de la cara cubierta con máscaras relucientes y el pelo pintado con todos los colores del arco iris.

Me miré la piel expuesta entre la falda vaquera y el jersey corto. Sí, podría haberme puesto algo más exagerado sin ningún problema.

Me resultó aún más extraño que no hubiera mesas ni sillas a la vista. Unos sofás asomaban de los oscuros laterales, pero ni por lo mejor del mundo pensaba sentarme en una de esas cosas.

Daemon, que mantenía la mano firmemente apoyada en mi espalda, se inclinó y me dijo al oído:

—¿Te sientes un poco fuera de lugar, gatita?

Lo curioso era que Daemon seguía destacando en esa multitud. Le sacaba una cabeza a la mayoría y nadie se movía como él ni se parecía a él.

—Creo que deberías haberte puesto delineador de ojos.

Las comisuras de los labios se le curvaron hacia arriba.

—Ni en sueños.

Blake iba delante de nosotros mientras lo seguíamos rodeando la pista de baile. El rápido ritmo tecno se fue apagando y lo reemplazó otro con una fuerte base de batería.

Todo el mundo se detuvo.

De repente se alzaron puños en el aire, seguidos de gritos, y me quedé boquiabierta. ¿Iba a haber un mosh pit? A una parte de mí le apetecía probarlo. Puede que el ritmo frenético tuviera algo que ver. Las chicas de las jaulas golpeaban los barrotes con las manos y la otra tan guapa del escenario con la mata de pelo rubio había desaparecido.

La mano de Daemon se deslizó hasta la mía y me la apretó. Me esforcé por entender la letra por encima de los gritos. «Safe from pain and truth and choice and other poison devils…» Los gritos aumentaron, ahogándolo todo salvo la batería.

Se me erizó el vello de la nuca.

Decididamente, en ese club pasaba algo. Algo raro… Muy raro.

Rodeamos la barra y entramos en un estrecho pasillo. Había personas apoyadas contra las paredes, tan cerca unas de otras que no podía distinguir dónde terminaba un cuerpo y dónde empezaba otro. Un tipo levantó la mirada del cuello con el que estaba ocupado y sus ojos fuertemente delineados se encontraron con los míos.

Me hizo un guiño.

Miré hacia otro lado rápidamente. Nota mental: no hacer contacto visual.

Antes de darme cuenta, nos habíamos detenido frente a una puerta en que ponía: «SOLO EMPLEADOS»; aunque alguien había tachado la palabra «EMPLEADOS» y había escrito «FRIKIS» con rotulador permanente.

Qué bonito.

Blake levantó los nudillos para llamar, pero la puerta se entreabrió primero. No pude ver quién estaba al otro lado. Eché un vistazo por encima del hombro y comprobé que el tío de los ojos pintados seguía mirando. Menudo repelús.

—Hemos venido a ver a Luc —dijo Blake.

Fuera lo que fuera lo que respondió la misteriosa persona que había detrás de la puerta no parecía nada bueno, porque la espalda de Blake se puso rígida.

—Dile que soy Blake y que me debe una. —Hubo una pausa y se le puso roja la nuca—. Me da igual lo que esté haciendo. Necesito verlo.

—Genial —musitó Daemon, cuyo cuerpo se iba tensando y relajando a intervalos—. Como siempre, no tiene amigos.

Otra respuesta incomprensible y la puerta se abrió un poco más. Entonces Blake gruñó:

—Mierda, me lo debe. Esta gente es legal. Confía en mí. Aquí no hay topos.

¿Topos? Ah, claro, estaba obsesionado con la seguridad.

Al final, Blake se volvió hacia nosotros con el ceño fruncido.

—Quiere hablar conmigo primero. A solas.

Daemon se irguió cuan alto era.

—De eso nada.

Blake no se amilanó.

—Entonces no conseguiremos nada. O hacéis lo que quiere y alguien vendrá a buscaros o hemos hecho este viaje en balde.

Me daba cuenta de que a Daemon no le gustaba la idea, pero yo no había aguantado ese viaje infernal y había sacado a mi stripper interior para nada. Me puse de puntillas y me pegué a su espalda.

—Bailemos. —Daemon se volvió a medias, con los ojos centelleantes. Le tiré de la mano—. Vamos.

Daemon cedió y, cuando se giró del todo, por encima de su hombro vi que la puerta se abría y Blake entraba. Un mal presentimiento se me asentó en el estómago, pero no podíamos hacer nada ahora que ya estábamos aquí.

El ritmo de la batería se había apagado y había empezado una canción que me sonaba de algo. Respiré hondo y llevé a Daemon a la pista de baile, esquivando cuerpos en busca de un sitio libre. Cuando encontré un hueco, me di la vuelta.

Daemon me miraba con curiosidad, como diciéndome: «¿De verdad vamos a hacer esto?». Pues sí. Ponerse a bailar parecía una locura cuando tantas cosas dependían de la información que habíamos venido a buscar, pero hice a un lado las razones para venir aquí. Cerré los ojos, me armé de valor y me acerqué a él. Le pasé un brazo alrededor del cuello y coloqué la otra mano en su cintura.

Empecé a moverme contra él, como hacían las otras chicas; porque en realidad, cuando los tíos bailaban, prácticamente se quedaban allí parados y dejaban que las chicas hicieran todo el trabajo. Si la memoria no me fallaba, por lo que había visto las pocas veces que me había colado en los clubes de Gainesville con mis amigas, las chicas hacían quedar bien a los chicos.

Tras unos segundos de rigidez, di con el ritmo de la canción y se me desentumecieron los músculos, que no habían visto demasiada acción últimamente. Sin embargo, cuando lo conseguí, el ritmo de la música me resonó en la cabeza y luego por todo el cuerpo y las extremidades. Me di la vuelta balanceándome al compás de la música y moviendo los hombros a la vez que las caderas. Daemon me rodeó la cintura con un brazo y noté que me rozaba el cuello con la barbilla.

—Vale. Puede que tenga que darle las gracias a Blake por no tener amigos —me dijo al oído.

Eso me hizo sonreír.

Me sujetó con más fuerza mientras el ritmo se aceleraba al igual que mis movimientos.

—Creo que esto me gusta.

A nuestro alrededor, los cuerpos tenían un aspecto brillante y resbaladizo por el sudor, como si llevaran siglos bailando. Eso era lo que pasaba con los sitios como ese: te dejabas llevar y trascurrían las horas, aunque parecían apenas unos minutos.

Daemon me hizo girar de nuevo y quedé de puntillas frente a él. Bajó la cabeza y pegó su frente a la mía de modo que nuestros labios se rozaron. Una descarga de poder lo recorrió y se transfirió a mi piel, y nos perdimos en ese mundo bajo las luces intermitentes. Nuestros cuerpos se mecieron al compás de la música, encajando con fluidez mientras que los demás parecían sacudirse a nuestro alrededor, sin poder encontrar la sincronización correcta.

Cuando los labios de Daemon se apretaron con más fuerza contra los míos, los abrí sin perder el ritmo a pesar de que me estaba dejando el aliento. Mi… nuestros corazones latían a mil por hora. Nos abrazamos, aferrándonos el uno a la otra, mientras la mano de Daemon se deslizaba por la curva de la espalda, y, detrás de los párpados, vi un leve destello de luz blanca.

Le acaricié las mejillas y le devolví el beso. La energía estática fluyó, brotando de nuestros cuerpos en torrentes de luz roja blanquecina que quedaron ocultos bajo las parpadeantes luces estroboscópicas y deslizándose por el suelo como una onda de electricidad. Y mientras tanto, a nuestro alrededor, la gente siguió bailando, ajena a las descargas o impulsada por ellas; pero a mí me daba igual. Daemon tenía las manos en mis caderas y me apretaba contra él. Estábamos a punto de acabar como una de esas parejas ambiguas del pasillo.

Puede que la música se hubiera detenido, hubiera cambiado o lo que fuera; pero nosotros seguíamos pegados, prácticamente devorándonos mutuamente. Y tal vez más tarde, mañana o la próxima semana, me avergonzara de habernos dado el lote en público, pero ahora no.

Una mano se posó en el hombro de Daemon, que se volvió bruscamente. Le agarré el brazo justo a tiempo, impidiendo que su puño se encontrara con la mandíbula de Blake.

Este sonrió y gritó para hacerse oír a pesar de la música atronadora:

—¿Estáis bailando o metiéndoos mano?

Me puse colorada. Vale, puede que ahora sí me hubiera dado vergüenza.

Daemon gruñó algo y Blake dio un paso atrás, levantando las manos.

—Lo siento —gritó—. Caray. Está listo para vernos si habéis terminado de morrearos.

Blake iba a acabar recibiendo un puñetazo en algún momento.

Daemon me cogió de nuevo de la mano y los seguí a ambos entre los cuerpos serpenteantes y por el pasillo. Todavía tenía el corazón acelerado y el pecho me subía y me bajaba demasiado rápido. Aquel baile…

El tipo de los ojos pintados no estaba y esta vez, cuando Blake fue a llamar, la puerta se abrió del todo. Lo seguí, rogando no tener la cara como un tomate.

No estoy segura de qué esperaba encontrar detrás de la puerta. Quizá una habitación oscura y llena de humo con hombres con gafas de sol que hacían crujir los nudillos u otro tipo grandote con peto, pero no me esperaba lo que vi.

La habitación era grande y el aire estaba limpio y olía a vainilla. Había varios sofás, en uno de los cuales estaba sentado un chico con el pelo castaño hasta los hombros recogido detrás de las orejas. Al igual que la chica que había visto bailar antes, era bastante joven. Debía de rondar los quince años, como mucho, y tenía unos agujeros enormes en los vaqueros. Alrededor de la muñeca, llevaba un brazalete de plata que rodeaba una piedra extraña. Era negra, pero no era obsidiana. En el centro de la piedra había una llama de color naranja rojizo y, debajo de esta, motas azules y verdes.

Fuera lo que fuera aquella piedra, era preciosa y parecía cara.

El chico levantó la vista de la Nintendo DS con la que estaba jugando y su belleza juvenil me dejó un tanto asombrada. Unos ojos del color de las amatistas se encontraron con los míos un instante y luego regresaron al juego. Ese chico iba a ser guapísimo algún día.

Entonces me di cuenta de que Daemon se había puesto rígido y miraba fijamente a un hombre sentado en una silla de cuero. Había fajos de billetes de cien desparramados por la mesa delante de un tío rubio platino que también miraba a Daemon, con los brillantes ojos plateados muy abiertos por la sorpresa.

El tipo tendría unos treinta y pocos años y, Dios mío, estaba como un tren.

Daemon dio un paso al frente. El hombre se levantó. Y el corazón se me desbocó. Mis peores temores se extendieron por mi mente como un reguero de pólvora.

—¿Qué pasa? —pregunté. Incluso Blake parecía nervioso.

El chico del sofá soltó una carcajada y cerró la DS.

—Extraterrestres. Poseen un extraño sistema interno que les permite reconocerse mutuamente. Supongo que ninguno de ellos esperaba ver al otro.

Me volví lentamente hacia el chico.

Este se incorporó y bajó las piernas del sofá. Habría tenido cara de niño si no fuera por la aguda inteligencia que se apreciaba en sus ojos o la experiencia que reflejaban las duras líneas de su boca.

—Así que vosotros sois los chiflados que quieren que los ayude a entrar en la fortaleza de Dédalo.

Me quedé pasmada. Joder, Luc era un niño.