1

No estaba segura de qué me había despertado. El viento huracanado de la primera tormenta de nieve fuerte del año se había calmado durante la noche y en mi habitación reinaba el silencio. Todo estaba en calma. Me puse de costado y parpadeé.

Unos ojos del color de las hojas cubiertas de rocío se encontraron con los míos. Unos ojos inquietantemente conocidos, pero apagados en comparación con aquellos que yo adoraba.

Dawson.

Me incorporé despacio, con la manta apretada contra el pecho, y me aparté el pelo enmarañado de la cara. Puede que siguiera dormida, porque no se me ocurría ningún motivo para que Dawson (el hermano gemelo del chico del que estaba perdida, profunda y puede que incluso locamente enamorada) estuviera sentado en el borde de mi cama.

—Esto… ¿Pasa algo?

Carraspeé, pero las palabras sonaron roncas, como si intentara sonar sexy y, a mi modo de ver, fracasara estrepitosamente. Había gritado de tal forma cuando el señor Michaels (el novio psicópata de mi madre) me encerró en una jaula en aquel almacén que los efectos todavía se reflejaban en mi voz una semana después.

El hermano de Daemon bajó la mirada. Las espesas pestañas negras le acariciaron los pómulos altos y marcados, que estaban más pálidos de lo que deberían. En mi opinión, Dawson había quedado algo tocado.

Le eché un vistazo al reloj. Eran casi las seis de la mañana.

—¿Cómo has entrado?

—Abrí sin más. Tu madre no está en casa.

Si se hubiera tratado de cualquier otra persona, me habría acojonado, pero no tenía miedo de Dawson.

—Se ha quedado atrapada por la nieve en Winchester.

Él asintió con la cabeza.

—No podía dormirme. Aún no he dormido.

—¿Nada de nada?

—No. Y eso está afectando a Dee y a Daemon.

Se quedó mirándome, como si me instara a que comprendiera lo que no podía expresar con palabras.

Los trillizos (y todo el mundo, maldita sea) estaban alerta, esperando a que el Departamento de Defensa se presentara en cualquier momento, mientras transcurrían los días desde que Dawson escapó de la prisión para Luxen. Dee seguía esforzándose por aceptar la muerte de Adam, su novio, y la reaparición de su querido hermano. Mientras, Daemon intentaba apoyar a su hermano y cuidar de ellos. Y, aunque las tropas de asalto todavía no habían irrumpido en nuestras casas, ninguno de nosotros se había relajado.

Todo había sido demasiado fácil, y eso era mala señal.

A veces… a veces me sentía como si nos hubieran tendido una trampa y hubiéramos caído directamente en ella.

—¿Qué has estado haciendo? —le pregunté.

—Caminar —contestó mirando por la ventana—. Jamás pensé que volvería aquí.

Las cosas por las que Dawson había pasado y las que lo habían obligado a hacer eran demasiado espantosas para siquiera imaginarlas. Noté un intenso dolor en el pecho. Intenté no pensar en ello, porque cuando lo hacía me imaginaba a Daemon en la misma situación y no podía soportarlo.

Pero Dawson… Dawson necesitaba a alguien. Levanté la mano y rodeé con los dedos el collar de obsidiana, del que nunca me desprendía.

—¿Quieres hablar de ello?

Él negó de nuevo con la cabeza y unos enmarañados mechones de pelo le ocultaron parcialmente los ojos. Tenía el pelo más largo que Daemon, más rizado, y probablemente le hiciera falta cortárselo. Dawson y Daemon eran idénticos, pero, en ese instante, no se parecían en nada, y no se trataba solo del pelo.

—Me recuerdas a ella: a Beth.

No tenía ni idea de qué responder a eso. Si la quería la mitad de lo que yo quería a Daemon…

—Sabes que está viva. La he visto.

Dawson me miró a los ojos. En ellos vislumbré un pozo infinito de tristeza y secretos.

—Sí, lo sé. Pero ya no es la misma. —Se quedó callado un momento mientras inclinaba la cabeza. La misma sección de pelo que siempre le caía a Daemon sobre la frente cubrió la suya—. ¿Quieres… quieres a mi hermano?

Noté una opresión en el pecho al oír la desolación que tiñó su voz; como si no esperase volver a amar de nuevo, como si ya no creyera en el amor.

—Sí.

—Lo siento.

Me sobresalté y se me escapó la manta de las manos.

—¿Por qué te disculpas?

Dawson levantó la cabeza y dejó escapar un suspiro de cansancio. Acto seguido, se movió más rápido de lo que hubiera podido imaginar y me pasó los dedos por la piel… sobre las tenues franjas rosadas que me rodeaban ambas muñecas tras forcejear con las esposas.

Odiaba aquellas marcas y estaba deseando que se desvanecieran por completo. Cada vez que las veía, recordaba el dolor que me había provocado el ónice al entrar en contacto con mi cuerpo. Ya me había resultado bastante difícil explicarle a mi madre por qué tenía la voz destrozada, por no mencionar la repentina reaparición de Dawson. La expresión de su cara al ver a Dawson con Daemon antes de la tormenta de nieve fue todo un poema, aunque parecía alegrarse de que el «hermano fugitivo» hubiera regresado a casa. Sin embargo, me veía obligada a ocultar esas cicatrices con camisas de manga larga. Eso serviría en los meses más fríos, pero no sabía cómo me las arreglaría para esconderlas en verano.

—Vi a Beth con ese tipo de marcas —dijo Dawson en voz baja, apartando la mano—. Acabó dándosele muy bien escapar, pero siempre la atrapaban y siempre tenía esas marcas. Aunque normalmente alrededor del cuello.

Sentí náuseas y tuve que tragar saliva. ¿Alrededor del cuello? Ni me…

—¿La… la veías a menudo?

Yo sabía que les habían permitido verse al menos una vez durante su encierro en las instalaciones del Departamento de Defensa.

—No lo sé. Perdí la noción del tiempo. Al principio, llevaba la cuenta, usando a los humanos que me traían. Los curaba y, normalmente, si… sobrevivían podía contar los días hasta que todo se iba a la mierda. Cuatro días.

Volvió a mirar por la ventana. A través de las cortinas abiertas, lo único que yo podía ver era el cielo nocturno y las ramas cubiertas de nieve.

—Odiaban que todo se fuera a la mierda.

Ya me lo suponía. El Departamento de Defensa (o, más bien, Dédalo, un grupo que supuestamente formaba parte de Defensa) se había propuesto usar a los Luxen para conseguir mutar humanos. A veces funcionaba.

Otras, no.

Observé a Dawson mientras intentaba recordar lo que Daemon y Dee me habían contado de él. Era simpático, divertido y encantador: el equivalente masculino de Dee y el polo opuesto de su hermano.

Pero ese Dawson era diferente: taciturno y distante. Además de no hablar con su hermano (que yo supiera), no le había contado nada a nadie de lo que le habían hecho. Matthew, su tutor extraoficial, opinaba que era mejor no presionarlo.

Dawson ni siquiera le había dicho a nadie cómo había escapado. Yo sospechaba que el doctor Michaels (aquel mentiroso de mierda) nos había hecho perder el tiempo buscando a Dawson en el lugar equivocado para así poder largarse y luego lo había «liberado». Era lo único que tenía sentido.

Mi otra teoría era muchísimo más siniestra e inquietante.

Dawson se miró las manos.

—¿Daemon… también te quiere?

Parpadeé y regresé al presente.

—Sí. Eso creo.

—¿Te lo ha dicho?

No con esas palabras.

—No exactamente. Pero creo que me quiere.

—Debería decírtelo. Todos los días. —Echó la cabeza hacia atrás y cerró los ojos—. Hacía muchísimo tiempo que no veía la nieve —comentó, con tono casi nostálgico.

Miré por la ventana, bostezando. La tormenta que todo el mundo había predicho había llegado a ese pequeño rincón del mundo y se había apoderado del condado de Grant durante todo el fin de semana. Habían cancelado las clases el lunes y hoy, y anoche en las noticias habían dicho que tardarían toda la semana en limpiar la nieve. La tormenta no podría haber llegado en mejor momento. Al menos, disponíamos de una semana entera para decidir qué diablos íbamos a hacer con Dawson.

No podía presentarse de nuevo en el instituto como si nada.

—Nunca había visto nevar así —dije.

Yo era del norte de Florida. Habíamos sufrido un par de tormentas de hielo, pero allí nunca caía nieve de verdad: blanca y esponjosa.

En sus labios se dibujó una sonrisa triste.

—Será precioso cuando salga el sol. Ya lo verás.

Sin duda. Todo estaría cubierto de blanco.

Dawson se levantó bruscamente y apareció de pronto en el otro extremo del cuarto. Un segundo después, noté un cálido hormigueo en el cuello y se me aceleró el corazón. Dawson apartó la mirada.

—Viene mi hermano.

Apenas diez segundos después, ahí estaba Daemon, de pie en la puerta de mi habitación. Se notaba que acababa de despertarse porque tenía el pelo revuelto y el pantalón del pijama de franela arrugado. No llevaba camiseta. Fuera había un metro de nieve y él seguía medio desnudo.

Casi pongo los ojos en blanco, pero eso habría requerido apartarlos de su pecho… y su estómago. Definitivamente, tenía que ponerse camisetas más a menudo.

La mirada de Daemon pasó de su hermano a mí y luego regresó a su hermano.

—¿Habéis montado una fiesta de pijamas y no me habéis invitado?

Su hermano pasó a su lado en silencio y desapareció por el pasillo. Unos segundos después, oí cerrarse la puerta principal.

—Vale —suspiró Daemon—. Así ha sido mi vida estos últimos días.

Sentí pena por él.

—Lo siento.

Se acercó despacio a la cama con la cabeza ladeada.

—Quiero saber qué hacía mi hermano en tu cuarto.

—No podía dormir. —Vi cómo se inclinaba y tiraba de las mantas. Había vuelto a agarrarlas sin darme cuenta. Tiró una vez más y las solté—. Me dijo que eso os molestaba.

Se metió bajo las mantas y se colocó de costado, mirándome.

—Dawson no nos molesta.

La cama era demasiado pequeña con él allí. Siete meses atrás (por Dios, cuatro meses atrás) me habría partido de risa si alguien me hubiera dicho que el chico más cañón y taciturno del instituto acabaría en mi cama. Pero habían cambiado muchas cosas. Y, siete meses atrás, yo no creía en extraterrestres.

—Ya lo sé —le aseguré mientras me colocaba también de lado.

Recorrí con la mirada sus pómulos marcados, el carnoso labio inferior y aquellos ojos verdes sorprendentemente brillantes. Daemon era guapo, aunque tenía mal carácter, como un león. Nos había costado mucho llegar a ese punto: estar en la misma habitación y no sucumbir al impulso de matarnos mutuamente. Daemon había tenido que demostrar que sus sentimientos hacia mí eran reales, pero, al final, lo había logrado. Se había portado bastante mal conmigo cuando nos conocimos y había tenido que compensarme por ello. Después de todo, mi madre no había criado a una pusilánime.

—Me dijo que le recordaba a Beth. —El ceño de Daemon me hizo poner los ojos en blanco—. No de la forma que estás pensando.

—Sinceramente, aunque quiero mucho a mi hermano, no sé si me gusta que ande por tu cuarto.

Estiró un brazo musculoso, me apartó unos mechones de pelo de la mejilla con los dedos y me los colocó detrás de la oreja. Me estremecí y él sonrió.

—Siento como si tuviera que marcar mi territorio.

—Cierra el pico.

—Ah, me encanta cuando te pones mandona. Es sexy.

—Eres incorregible.

Daemon se acercó unos centímetros más y apretó su muslo contra el mío.

—Me alegro de que tu madre esté atrapada por la nieve en otro sitio.

—¿Y eso por qué? —pregunté enarcando una ceja.

Daemon encogió uno de sus anchos hombros.

—Dudo mucho que esto le pareciera bien.

—Eso seguro.

Otro ligero cambio de posición y nuestros cuerpos quedaron a apenas unos milímetros de distancia. El calor que siempre emanaba de su cuerpo me envolvió.

—¿Tu madre ha comentado algo de Will?

Se me heló la sangre y regresé de golpe a la realidad. Una aterradora e impredecible realidad donde nada era lo que parecía. Y, concretamente, el señor Michaels.

—Solo lo que contó la semana pasada: que le había dicho que se iba del pueblo para asistir a algún tipo de conferencia y visitar a la familia. Lo que sabemos que es mentira.

—Está claro que lo tenía todo planeado para que nadie sospechara de su ausencia.

Era necesario que Will desapareciera, porque, si la mutación forzosa funcionaba en cualquier sentido, necesitaría un tiempo para adaptarse.

—¿Crees que volverá?

Me pasó los nudillos por la mejilla y contestó:

—Tendría que estar chalado.

«En realidad, no», pensé cerrando los ojos. Daemon no había querido curar a Will, pero se había visto obligado. La curación no había sido de la importancia necesaria para cambiar a un humano a nivel celular y, además, la herida de Will no había sido mortal. Así que o la mutación permanecía o desaparecía. Y, si desaparecía, Will regresaría. Me apostaría cualquier cosa. Aunque había conspirado contra el Departamento de Defensa en beneficio propio, sabía que había sido Daemon quien me había mutado, y eso era una información valiosa para Defensa, por lo que no les quedaría más remedio que volver a aceptarlo en sus filas. Will era un problema… un problema enorme.

Así que estábamos esperando. Esperando a que todo saltara por los aires.

Abrí los ojos y descubrí que Daemon no me había quitado la vista de encima.

—En cuanto a Dawson…

—No sé qué hacer —admitió mientras me deslizaba los nudillos por el cuello y bajaba hacia el pecho. Se me cortó la respiración—. No quiere hablar conmigo y apenas le dirige la palabra a Dee. Se pasa la mayor parte del tiempo encerrado en su cuarto o caminando por el bosque. He estado siguiéndolo, y él lo sabe. —Su mano llegó a mi cadera y se detuvo allí—. Pero…

—Necesita tiempo, ¿vale? —Le besé la punta de la nariz y me aparté—. Lo ha pasado muy mal, Daemon.

Sus dedos se tensaron.

—Sí, lo sé. En fin… —Se movió tan rápido que no me di cuenta de lo que estaba haciendo hasta que me colocó de espaldas y se irguió sobre mí, apoyando las manos a ambos lados de mi cara—. He descuidado mis obligaciones.

Y, así sin más, todo lo que estaba pasando, todas nuestras preocupaciones, temores y preguntas sin respuestas se desvanecieron. Daemon tenía ese efecto sobre mí. Lo miré y me costó respirar. No estaba segura al cien por cien de cuáles eran esas «obligaciones», pero mi imaginación era muy productiva.

—No he pasado mucho tiempo contigo. —Presionó los labios contra mi sien derecha y luego la izquierda—. Pero eso no quiere decir que no haya estado pensando en ti.

El corazón me subió a la garganta.

—Sé que has estado ocupado.

—¿Ah, sí? —Sus labios se deslizaron por el arco de mi ceja. Cuando asentí con la cabeza, cambió de posición y aguantó la mayor parte de su peso sobre un codo. Me sostuvo el mentón con la mano libre y me hizo inclinar la cabeza hacia atrás. Me miró fijamente a los ojos—. ¿Cómo lo llevas?

Necesité todo el autocontrol del que disponía para concentrarme en lo que estaba diciéndome.

—Estoy bien. No hace falta que te preocupes por mí.

No parecía convencido.

—Tu voz…

Hice una mueca y volví a carraspear, aunque no sirvió de nada.

—Ya está mucho mejor.

Se le ensombreció la mirada mientras me pasaba el pulgar por la mandíbula.

—No lo bastante, pero está empezando a gustarme.

—¿En serio? —dije con una sonrisa.

Daemon asintió y me besó en los labios. Fue un beso dulce y suave, y lo sentí en todo mi ser.

—Resulta bastante sexy. —Volvió a pegar su boca a la mía, esta vez de forma más larga y profunda—. Ese tono ronco tiene su puntito, pero ojalá…

—Basta. —Sostuve sus suaves mejillas entre mis manos—. Estoy bien. Y ya tenemos bastantes cosas de las que preocuparnos sin incluir mis cuerdas vocales. Con la que está cayendo, no tienen ninguna importancia.

Ostras, qué madura había sonado. Daemon arqueó una ceja y solté una risita al ver su expresión, echando a perder mi recién descubierta madurez.

—Te he echado de menos —le dije.

—Ya lo sé. No puedes vivir sin mí.

—Yo no diría tanto.

—Vamos, admítelo.

—Ya estás otra vez. Ese ego tuyo siempre lo estropea —bromeé.

Sus labios se desplazaron hasta la parte inferior de mi mandíbula.

—¿El qué?

—El momento perfecto.

Daemon soltó un resoplido.

—Puedo asegurarte que soy capaz de darte muchos momentos muy…

—No seas bruto. —Aunque me recorrió un escalofrío porque, cuando me besó a la altura de la garganta, fue perfecto.

Nunca se lo confesaría, pero, obviando ese lado suyo con mal carácter que asomaba de vez en cuando, no había conocido a nadie que se acercara más a la definición de perfección.

Daemon soltó una risita de suficiencia que me puso de los nervios mientras me deslizaba la mano por el brazo, sobre la cintura… Cuando llegó al muslo, me cogió la pierna y me la colocó sobre su cadera.

—Tienes una mente muy sucia. Iba a decir que soy perfecto en lo que de verdad importa.

Le rodeé el cuello con los brazos, riéndome.

—Ya, claro. Eres todo un angelito.

—Nunca he dicho que fuera un santo. —La parte inferior de su cuerpo se apretó contra la mía y contuve bruscamente la respiración—. Soy más bien…

—¿Malote? —Hundí la cara en su cuello e inhalé profundamente. Daemon siempre desprendía aquel olor a aire libre, como a hojas frescas y especias—. Sí, ya lo sé, pero eres bueno debajo de esa capa de malote. Por eso te quiero.

Se estremeció y luego se quedó inmóvil. Un instante después, se colocó de costado y me abrazó fuerte. Tan fuerte que tuve que retorcerme un poco para levantar la cabeza.

—¿Qué pasa?

—Nada —contestó con voz ronca, y me besó en la frente—. Estoy bien. Todavía es temprano. No hay clases y tu madre no va a volver a casa a soltar tu nombre completo a gritos. Podemos olvidarnos un ratito de la locura que nos rodea. Podemos dormir hasta tarde, como adolescentes normales.

Como adolescentes normales.

—Me gusta la idea.

—Y a mí.

—A mí más —murmuré.

Me acurruqué contra él hasta que prácticamente nos fundimos. Podía sentir su corazón latiendo al mismo compás que el mío. Perfecto. Eso era lo que necesitábamos: tranquilos momentos de normalidad. Donde solo estábamos Daemon y yo…

La ventana que daba al patio delantero se hizo añicos cuando algo grande y blanco la atravesó, desperdigando fragmentos de cristal y nieve por el suelo.

Mi grito de sorpresa se interrumpió cuando Daemon se volvió y se puso en pie de un salto. Adquirió su auténtico aspecto Luxen y se convirtió en una forma humanoide de luz que brillaba con tanta intensidad que solo pude mirarlo unos pocos segundos.

«¡Joder!», exclamó la voz de Daemon, filtrándose entre mis pensamientos.

Puesto que no se había lanzado al cuello de nadie, me puse de rodillas y eché un vistazo.

—Joder —dije en voz alta.

Nuestro ansiado momento de normalidad terminó con un cadáver tirado en el suelo de mi cuarto.