Llegué tarde a Trigonometría el último día de clases antes de las vacaciones y, cuando ocupé mi asiento, hice una mueca de dolor. Era muy posible que me hubiera roto el trasero anoche. Sentarme me dolió muchísimo. Lesa enarcó una ceja mientras observaba mi lucha por ponerme cómoda.
—¿Estás bien? —me preguntó Daemon, haciéndome dar un saltito del susto.
—Sí. —Exhalé mientras me giraba a medias con cuidado, sorprendida de que no me hubiera dado un golpecito en la espalda—. Es que he dormido en una mala postura.
Me dedicó una mirada severa.
—¿Has dormido en el suelo o qué?
Solté una risa seca.
—Me siento como si lo hubiera hecho.
Daemon me detuvo cuando quise volverme.
—Kat…
—¿Qué? —Me invadió la inquietud. Cuando me miraba así, me sentía expuesta hasta la médula.
—Da igual. —Pegó la espalda al respaldo de la silla y me miró entrecerrando los ojos mientras se cruzaba de brazos—. ¿Sigue en pie lo de esta noche?
Asentí con la cabeza mordiéndome el labio y tomé nota mental de comprar unas cuantas bebidas energéticas de camino a casa. Cuando regresé anoche, arrasé la reserva secreta de chocolate de mamá; aunque no me ayudó a reponer energía. Me di la vuelta apretando los dientes e ignoré la oleada de dolor. Podría ser peor. Ahora mismo, podría estar muerta.
Mantenerme en la silla durante las clases fue una auténtica tortura. Me dolía el cuerpo tras chocar contra el frío y duro suelo la noche anterior. El único respiro fue que Blake no apareció en clase de Biología, y no estaba segura de cómo me hacía sentir eso. Anoche me había quedado tumbada en la cama despierta, repasando todo lo que había sucedido. ¿Blake habría permitido que resultara herida de gravedad o que muriera si no hubiera podido usar la Fuente para acabar con el Arum? No sabía la respuesta, y eso me preocupaba.
Cuando salía de Biología, Matthew me llamó. Esperó a que la clase estuviera vacía antes de hablar.
—¿Cómo estás, Katy?
—Bien —respondí, sorprendida—. ¿Y tú?
Matthew esbozó una sonrisa tensa mientras se apoyaba contra la esquina de su mesa.
—Parecía como si te doliera algo durante la clase. Espero que mi lección no fuera tan mala.
Me puse colorada.
—No, no era por eso. Anoche dormí mal y ahora me duele todo.
Matthew apartó la mirada.
—No quiero entretenerte, pero ¿cómo está…?
Ahora entendía por qué me había parado. Eché un vistazo hacia la puerta abierta.
—Daemon está bien. Quiero decir que está todo lo bien que puede estar, supongo.
Mi profesor cerró los ojos un momento.
—Ese chico es como un hijo para mí… tanto él como Dee lo son. No quiero verlo cometer ninguna locura.
—No hará nada —le aseguré, deseando tranquilizarlo. Y tampoco quería que Matthew se enterase de que Daemon estaba acechando a Vaughn. Dudaba que se lo tomara bien.
—Eso espero. —Me miró con los ojos inyectados en sangre—. Algunas cosas es mejor… no saberlas. La gente busca respuestas y no siempre le gusta lo que encuentra. A veces la verdad es peor que la mentira. —Se volvió de nuevo hacia la mesa y se puso a ordenar un montoncito de papeles—. Espero que duermas mejor, Katy.
Me di cuenta de que había dado la charla por terminada y salí de la clase completamente alucinada. ¿Matthew estaría bebiendo en el trabajo? Porque había sido la conversación más extraña que había tenido con él. Y la más larga a solas.
A la hora del almuerzo, me reuní con mis amigas e intenté olvidarme de lo de anoche. Ver cómo Dee y Adam se daban el lote fue una buena distracción. Durante los escasos momentos en los que Dee no tenía la boca pegada a la de él, estuvo hablando de ese fin de semana y del día de Navidad. Sin embargo, cada vez que me miraba había tristeza en sus ojos. Se había abierto un abismo entre nosotras, y la echaba de menos. Echaba de menos a mis amigas.
Cuando terminaron las clases, me dirigí a mi taquilla para coger el libro de Inglés, ya que había que entregar un trabajo en cuanto se reiniciaran las clases. Oí que alguien me llamaba justo mientras lo metía en la mochila.
Levanté la mirada y me puse tensa al ver a Blake.
—Hola… No has ido a Biología.
—Se me ha hecho tarde —dijo apoyándose en la taquilla a mi lado—. No voy a poder entrenar esta noche ni durante las vacaciones de Navidad. Voy a visitar a unos parientes con mi tío.
Me inundó un alivio maravilloso que me dejó mareada. Después de lo de anoche, no estaba segura de querer seguir entrenando con Blake, a pesar de la necesidad de ser capaz de defenderme. Pero ese no era el momento de hablar de ello.
—Vale. Espero que te diviertas. —En sus ojos vi una mirada distante y fría cuando asintió con la cabeza. Carraspeé—. Bueno, tengo que irme. Nos vemos cuando…
—Espera. —Se acercó más—. Quería hablar contigo de lo de anoche.
Cerré la puerta de la taquilla con cuidado en vez de dar un portazo, como me habría gustado.
—¿Qué pasa?
—Sé que estás cabreada.
—Pues sí. —Me volví hacia él. ¿De verdad no entendía por qué estaba de mala leche?—. Anoche pusiste mi vida en peligro. ¿Y si no hubiera usado la Fuente? Ahora estaría muerta.
—Yo no habría permitido que te hiciera daño. —Sus palabras y sus ojos estaban llenos de sinceridad—. Estabas a salvo.
—Los moratones que tengo por todo el costado me dicen que sí me hice daño.
Blake dejó escapar un suspiro de exasperación.
—Sigo sin entender por qué no te alegras más por esto. El poder que demostraste… fue alucinante.
Me aparté la mochila de la espalda magullada.
—Mira, ¿podemos hablar del entrenamiento cuando vuelvas?
Dio la impresión de que quería discutir, porque sus ojos se oscurecieron y se agitaron; pero entonces volvió la cara y soltó un suspiro áspero. Estaba deseando largarme del instituto, meterme en la cama y alejarme de él. Alejarme de ese chico que una vez creí que era normal, que una vez creí que quería ayudarme porque éramos iguales, y ahora no estaba segura de si le importaba siquiera si sobrevivía a sus técnicas de entrenamiento.
Cuando llegué a casa, me puse un pantalón de chándal ancho y una camiseta térmica. Lo primero que hice después fue echar una siesta, y me pasé la mayor parte de la tarde durmiendo. Mamá ya se había marchado cuando me levanté. Me preparé un sándwich y luego reuní todos los libros que había adquirido en el último mes.
Los apilé al lado del portátil y estaba intentando configurar la webcam para que no me sacara un primer plano de la nariz cuando sentí aquel conocido hormigueo que era como un aliento cálido contra la nuca. Le eché un vistazo al reloj. Todavía no eran ni las diez.
Me levanté con un suspiro, fui hacia la puerta principal y la abrí antes de que Daemon pudiera llamar. Él se quedó allí, con la mano levantada en el aire.
—Está empezando a molestarme que sepas cuándo llego —dijo frunciendo el ceño.
—Pensaba que te encantaba. Te convierte en un gran acosador.
—Ya te he dicho que no te acoso. —Me siguió hasta la sala de estar—. Solo lo uso para echarte un ojo.
—¿Hay alguna diferencia? —repuse mientras me sentaba en el sofá.
Daemon se sentó a mi lado, con el muslo pegado al mío.
—Claro que sí.
—Tu lógica me asusta a veces. —Deseé haberme puesto otra cosa. Él llevaba simplemente unos vaqueros y un jersey, pero estaba muy guapo. Y mi camiseta térmica tenía fresitas pintadas. Qué vergüenza—. Bueno, ¿qué haces aquí tan pronto?
Se recostó contra los almohadones y quedó aún más cerca que antes. Su aroma me recordó a una vigorizante mañana otoñal. ¿Por qué, ay, por qué tenía que acercarse siempre tanto?
—¿Bill no ha venido esta noche?
Me coloqué el pelo detrás de la oreja e ignoré la descabellada oleada de deseo que me pedía que me echara a sus brazos.
—No. Tenía algo que hacer con su familia.
Clavó la mirada en el portátil con los ojos entrecerrados.
—¿Qué haces? ¿Otro de esos vídeos?
—Ese era el plan. Hace tiempo que no hago ninguno, pero has aparecido y el plan se ha ido a la porra.
Daemon sonrió de oreja a oreja.
—Todavía puedes grabarlo. Te prometo que me portaré bien.
—Ya, ni de coña.
—¿Por qué no? —Levantó una mano y el libro situado en la cima del montón salió disparado hacia él—. Oye, tengo una idea. Podría fingir ser él.
—¿Qué? —Fruncí el ceño, confusa, mientras me mostraba al chico rubio de la cubierta—. Un momento. ¿No querrás decir…?
Daemon desapareció con un resplandor y en su lugar apareció una réplica exacta del modelo de la cubierta: desde el rizado cabello rubio hasta los ojos azul celeste y la mirada perturbadora. «Madre mía, menudo bombón.»
—Hola…
—Virgen santa. —Le toqué la mejilla dorada con un dedo. Era real. Me eché a reír—. No puedes hacer eso. La gente fliparía.
—Pero llamaría muchísimo la atención. —Me guiñó un ojo—. Sería divertido.
—Pero este modelo —le quité el libro de las manos y lo agité— es una persona de verdad que está por ahí en alguna parte. Es probable que se pregunte cómo acabó en un vídeo para mi sección de «In My Mailbox».
Torció los labios carnosos.
—Tienes razón. —El modelo de la cubierta se desvaneció y Daemon reapareció—. Pero que eso no te detenga. Vamos, graba. Seré tu ayudante.
Me quedé mirándolo, intentando decidir si hablaba en serio o no.
—No sé yo…
—Me quedaré aquí tranquilito. Simplemente te sostendré los libros.
—No creo que sepas cómo quedarte tranquilito.
—Te lo prometo —me aseguró, sonriendo.
Era probable que aquello acabara siendo un desastre, pero la idea de tenerlo en el vídeo me divertía y me hacía sentir maripositas en el estómago. Ajusté la cámara para incluirlo en el encuadre y pulsé la tecla de grabar.
Respiré hondo y empecé con mi videoblog.
—Hola, soy Katy, deKaty’s Krazy Obsession. Siento haber estado perdida tanto tiempo. Las clases y… —mi mirada se posó en Daemon durante una fracción de segundo— otras cosas me han impedido conectarme más a menudo; pero, en fin, hoy tengo un invitado. Este es…
—Daemon Black —respondió por mí—. Soy el chico que le quita el sueño y con el que fantasea.
Me puse colorada y lo aparté de un codazo.
—Eso no es verdad para nada. Es mi vecino…
—Y el chico con el que está completamente obsesionada.
Forcé una débil sonrisa.
—Es muy egocéntrico y le gusta oír su propia voz, pero ha prometido quedarse tranquilito. ¿Verdad?
Daemon asintió con la cabeza y le dedicó una sonrisa angelical a la cámara, pero tenía un brillo de diversión en los ojos. Sí, había sido una mala idea.
—Creo que leer es sexy. —Daemon le sonrió a su propia imagen.
Levanté mucho las cejas.
—¿En serio? ¿Desde cuándo?
—Oh, sí, ¿y sabéis qué más me parece sexy? —Se inclinó hacia delante de modo que su cara llenó toda la pantalla e hizo un gesto con la cabeza hacia mí—. A los blogueros les gusta esto. Es ardiente.
Puse los ojos en blanco y le di una palmada en el brazo.
—Aparta —susurré.
Daemon se sentó e intentó quedarse quieto los siguientes cinco minutos. Me fue pasando cada libro, incapaz de abstenerse de hacer algún comentario y apoderarse de toda la grabación. Cosas como: «este tipo parece idiota» o «¿de qué va esta obsesión con los ángeles caídos?». Mi momento favorito fue cuando me puso un libro delante de la cara y soltó: «Este segador de almas parece un tipo interesante. Su trabajo es matar gente».
Al final de la grabación, ya ni siquiera podía sacarme aquella sonrisita tonta de la cara.
—Y eso es todo por hoy. ¡Gracias por vuestra atención!
Daemon prácticamente me pasó por encima para hacer un último comentario:
—Y no lo olvidéis. Hay cosas más guays ahí fuera que ángeles caídos y tíos muertos. Aunque solo es mi humilde opinión. —Guiñó un ojo y me imaginé a toda una legión de mujeres desmayándose.
Hice una mueca de dolor cuando lo aparté y apreté el botón de apagado en la página de la cámara web.
—Veo que te gusta que te graben.
Daemon se encogió de hombros.
—Ha sido divertido. ¿Cuándo harás otro?
—La próxima semana, si consigo más libros.
—¿Más libros? —Puso los ojos como platos—. Pero si tienes unos diez que acabas de decir que no has leído.
—Eso no significa que no vaya a conseguir más. —Sonreí al ver su expresión de incredulidad—. Últimamente no he podido leer mucho, pero lo haré, y entonces no voy a quedarme sin nada nuevo que leer.
—No has tenido tiempo por culpa de él, y eso es absurdo. —Apartó la mirada, apretando la mandíbula—. Te encanta leer. Igual que escribir en el blog. Y has abandonado esas cosas por completo.
—¡No es verdad!
—Mentirosilla —contraatacó—. He comprobado tu blog. Solo has publicado cinco entradas en el último mes.
Me quedé atónita.
—¿También has estado acosándome en el blog?
—Como ya te he dicho, no te acoso. Solo te echo un ojo.
—Y, como ya te he dicho antes, tu razonamiento deja mucho que desear. —Me incliné hacia delante y cerré el portátil—. Ya sabes lo que he estado haciendo. Prácticamente absorbe todo mi tiempo…
—Pero ¿qué diablos…? —exclamó mientras me agarraba la parte posterior de la camiseta térmica y la levantaba.
—Oye. —Me volví rápidamente haciendo caso omiso de la nueva punzada de dolor—. ¿Qué haces? Aparta las manos, capullo.
Daemon levantó la mirada y en sus ojos vi un brillo de desesperación y sed de venganza.
—Dime por qué tienes la espalda como si te hubieras caído por la ventana de un segundo piso.
«Ay, mierda.» Me puse en pie y me dirigí a la cocina buscando un poco de espacio. Tenía a Daemon justo detrás cuando saqué una Coca-Cola de la nevera.
—Me… me caí entrenando con Blake. Pero no tiene importancia. —Sonaba creíble y la verdad le provocaría una furia asesina que no nos convenía a ninguno ahora mismo. Además, Daemon no necesitaba otra cosa más de la que preocuparse—. Te dije que había dormido en una mala postura porque me imaginé que te burlarías de mí.
—Sí, es probable que me hubiera burlado… un poco. Pero, por el amor de Dios, Kat, ¿estás segura de que no te has roto nada?
No del todo.
—Estoy bien.
La preocupación se dibujó en las líneas de su rostro mientras me seguía alrededor de la mesa sin quitarme la vista de encima.
—Últimamente acabas herida cada dos por tres.
—Eso no es verdad.
—Tú no eres torpe, gatita. Así que ¿por qué sigue pasando? —Avanzó, moviéndose como un depredador a punto de abalanzarse sobre su presa. De pronto no supe qué era peor: que se moviera a la velocidad de la luz o con pasos lentos y calculados que me provocaban un escalofrío en la espalda.
—Me tropecé en el bosque la noche que me enteré de lo que eras —le recordé.
—Buen intento —dijo negando con la cabeza—. Corrías a toda pastilla por el bosque en medio de la noche. Hasta yo… —Me guiñó un ojo—. Bueno, tal vez yo no, pero la gente normal se habría tropezado. Yo soy demasiado guay.
—Bueno… —Dios, qué creído se lo tenía.
—Parece que te duele.
—Sí, un poco.
—Pues déjame que lo solucione. —Extendió una mano y los dedos empezaron a volvérsele borrosos.
—Espera. —Retrocedí—. ¿Te parece una buena idea?
—A estas alturas, curarte no puede empeorar más las cosas. —Trató de tocarme de nuevo, pero le aparté la mano—. ¡Solo intento ayudar!
—No necesito que me ayudes.
Volvió la cabeza apretando tanto los dientes que empezó a palpitarle un músculo. Dio la impresión de que se había dado por vencido, pero entonces me rodeó las caderas con el brazo y un segundo después estaba sentado en el sofá de la sala de estar conmigo en su regazo.
Lo miré atónita.
—¡No es justo!
—No habría tenido que hacerlo si no fueras tan testaruda y me dejaras ayudarte. —Me mantuvo inmóvil, ignorando mis protestas, mientras me deslizaba una mano por debajo de la camiseta térmica y la colocaba sobre la parte baja de mi espalda. Me sobresalté al notar la descarga que me produjo al tocarme—. Puedo hacerte sentir mejor. Es ridículo que no me lo permitas.
—Tenemos cosas que hacer, gente a la que acechar. Déjame levantarme.
Me removí, intentando liberarme, y solté un quejido de dolor. No sabía por qué no quería que me curara; habíamos comprobado que estar cerca de él ya no me dejaba rastro. Pero ya había demasiadas personas que dependían de él.
—No —repuso tajante. Sentí calor en la espalda, una sensación agradable y embriagadora que amenazó con consumirme entera. Levantó una comisura de los labios al oírme inhalar suavemente—. No puedo estar contigo cuando sé que te duele, ¿vale?
Abrí la boca, pero no dije nada. Daemon desvió la mirada y se concentró en un punto vacío de la pared.
—¿De verdad te molesta que me duela algo? —pregunté.
—No lo noto, si te refieres a eso. —Hizo una pausa y exhaló con suavidad—. El simple hecho de saber que tienes dolores basta para molestarme.
Bajé la mirada y dejé de forcejear. Solo me tocaba con una mano, pero podía sentirlo en cada célula de mi cuerpo. Cuando Blake me había dicho que pensara en algo parecido al calor de un relámpago, había pensado en cuando Daemon me tocaba… en su forma de besar. Eso fue lo que sentí al canalizar la Fuente y destruir al Arum.
Todo ese asunto de la curación tenía un efecto adormecedor. Era como tumbarse al sol o acurrucarse bajo unas mantas cómodas y calentitas. La falta de sueño y el tacto de su mano me envolvieron en ondas regulares y reconfortantes. Me relajé en sus brazos, apoyé la cabeza en su hombro y cerré los ojos. La calidez sanadora de su mano me penetró en la piel, atravesando el músculo magullado y el hueso.
Un rato después, me di cuenta de que ya no me dolía nada, pero Daemon seguía abrazándome. Entonces se puso en pie, sosteniéndome en brazos, y me moví ligeramente para mirarlo a la cara.
—¿Qué haces?
—Te llevo a la cama.
Aquellas palabras me enardecieron el cuerpo.
—Sé caminar sola.
—Pero yo puedo llevarte más rápido. —Y así lo hizo. Estábamos en la sala de estar, rodeados por las titilantes luces del árbol de Navidad, y un segundo después nos encontrábamos en mi cuarto—. ¿Lo ves?
Su presencia me tenía medio embelesada cuando me colocó en la cama, apartando las mantas sin tocarlas. Una habilidad muy útil cuando tienes las manos ocupadas.
Daemon me subió el edredón y vaciló, mirándome.
—¿Te sientes mejor?
—Sí —susurré, incapaz de apartar la mirada. Ahí de pie, con sus ojos destacando en la oscuridad, parecía algo sacado de mis sueños… o de los libros que leía.
Tragó saliva despacio.
—¿Puedo…? —Se quedó callado y el corazón me dio un vuelco—. ¿Puedo abrazarte? Eso es todo… eso es todo lo que quiero.
Se me formó un nudo en la garganta y sentí una opresión en el pecho que me dejó sin voz. No quería que se marchara, así que asentí con la cabeza.
Una breve expresión de alivio cruzó su rostro estoico, suavizando las líneas duras. Entonces se dirigió a «su» lado, se quitó los zapatos y se metió en la cama junto a mí. Se acercó más, extendiendo un brazo, y yo me acomodé contra su cuerpo, apoyando la cabeza en el espacio entre su hombro y su pecho.
—Me gusta hacerte de almohada —admitió con una sonrisa en la voz—. Aunque me llenes de babas.
—Yo no babeo. —Sonreí y coloqué una mano sobre su corazón—. ¿Y qué pasa con lo de seguir a Vaughn?
—Eso puede esperar hasta mañana. —Inclinó la cabeza hacia un lado y noté sus labios contra mi pelo cuando habló—: Descansa un poco, gatita. Me habré ido antes de que amanezca.
Bajo mi mano, el latido constante de su corazón seguía el mismo ritmo que el mío, un poco acelerado. ¿Se debía a la curación o simplemente al hecho de estar tan cerca? No sabía la respuesta. El sueño me venció antes de darme cuenta. Hacía semanas que no dormía de manera tan plácida y profunda.