Una parte de mí quiso saltarse las clases al día siguiente, pero no podía esconderme para siempre. Sorprendentemente, Daemon no se presentó. Tampoco lo vi por los pasillos cuando saqué mis cosas de la taquilla antes de almorzar. No apareció.
Había conseguido echarlo del maldito instituto.
—Hola —dijo Blake acercándose a mí—. Todavía no tienes mejor cara.
Durante toda la clase de Biología, prácticamente había mantenido la cara pegada al libro. Cerré la puerta con un suspiro.
—Ya, no tengo un buen día.
—¿Tienes hambre? —Cuando negué con la cabeza, me tiró de la mochila—. Yo tampoco. Conozco un sitio, sin comida ni gente.
Me pareció una buena idea, porque en este momento no podría soportar ver cómo Adam y Dee se metían mano en la mesa de la cafetería. Resultó que el sitio que Blake tenía en mente era el auditorio vacío. Era perfecto.
Nos sentamos al fondo y apoyamos los pies en los asientos de delante. Blake sacó una manzana de la mochila.
—¿Al final Daemon se tranquilizó anoche?
Gemí para mis adentros.
—Pues… la verdad es que no.
—Me lo temía. —Hubo una pausa mientras le daba un mordisco a la brillante fruta roja—. Nunca estuviste en peligro. Si no lo hubieras parado, lo habría hecho uno de nosotros.
—Ya lo sé. —Me recosté y apoyé la cabeza en el respaldo del asiento—. Es que no quiere que acabe herida.
Me dolió decirlo, porque estaba segura de que detrás de sus palabras de anoche había un mundo de buenas intenciones, pero Daemon tenía que verme como a una igual, no como a alguien débil y que necesitaba que la rescatasen.
—Es admirable. —Sonrió con la manzana pegada a la boca—. Ya sabes que no me cae bien ese idiota, pero se preocupa por ti. Así que lo siento. No quería causar problemas entre vosotros.
—No es culpa tuya. —Le di una palmadita en la rodilla y no me sorprendió recibir una pequeña descarga—. Todo se arreglará.
Blake asintió con la cabeza.
—¿Puedo preguntarte algo?
—Claro.
Dio otro mordisco antes de continuar.
—¿Fue Daemon quien te curó? Lo pregunto porque saber quién te cambió podría ayudarme a entender mejor tu poder.
Me invadió la inquietud.
—¿Por qué piensas que pudo ser él?
Blake me lanzó una mirada mordaz.
—Eso explicaría lo unidos que estáis. Mi amigo y yo estábamos muy unidos después. Casi siempre sabía cuándo estaba cerca. Después de que me curara, éramos como dos mitades del mismo ser. Era un vínculo muy… fuerte.
Curarme estaba tan prohibido que ni un ejército de Arum conseguiría que admitiera que había sido Daemon.
—Es bueno saberlo, pero no es el caso. —Me picó la curiosidad—. ¿Dices que estabais muy unidos? ¿Eso te hizo sentirte… atraído por él?
—¿Qué? —Se rió—. No. Éramos como hermanos, pero la conexión (sea lo que sea lo que nos hace) no nos obliga a sentir nada. Crea una relación muy estrecha con quien nos cura. Es más fuerte que un vínculo familiar, pero no tiene nada de sexual, ni siquiera emocional a ese nivel.
Bajé las pestañas antes de que pudiera ver el mar de lágrimas que me quemaba los ojos. Genial, era la mayor imbécil sobre la faz de la tierra. Todo ese tiempo había estado echándole a Daemon en cara la conexión alienígena, y resulta que no era eso lo que motivaba sus actos.
—Bueno, está bien saberlo. —Mi propia voz me sonó extraña—. En fin… ¿por qué es tan importante quién me curó?
Me miró como si pensara que era bastante cortita al tiempo que se terminaba la manzana.
—Porque tengo entendido que la fuerza del Luxen que te cura da una idea de cuánta fuerza tendrás. Por lo menos, eso es lo que me contó Liz. Sus poderes y limitaciones estaban ligados a quien la curó. Igual que los míos.
—Ah.
Bueno, eso explicaba cómo había conseguido lanzar un satélite al espacio exterior. El ego de Daemon se pondría por las nubes si se enterase. Empecé a sonreír, pero pensar en él renovó el pesar que sentía en el corazón.
—Por eso creí que había sido Daemon, pero él es demasiado poderoso. No te ofendas, pero tú no has conseguido hacer nada extraordinario, así que…
—Vaya, gracias. —Me reí al ver su expresión de disgusto—. En fin, nunca te imaginarías quién fue, y eso es todo lo que pienso decir al respecto, ¿de acuerdo?
—Muy bien. —Sostuvo en alto el corazón de la manzana con el ceño fruncido—. No confías en mí, ¿verdad?
Me disponía a decirle que no era cierto, pero me detuve. Alguien al menos merecía que fuera sincera.
—No te lo tomes como algo personal, pero creo que ahora mismo, teniendo en cuenta la situación, es difícil confiar en los demás.
Blake me miró de reojo y sonrió.
—Buena idea.
Si volvía a ver otro cuchillo en los próximos diez años, necesitaría que me internaran en un psiquiátrico. Que me lanzaran cuchillos no era lo que yo consideraba pasarlo bien, precisamente.
Por suerte, había podido detenerlos todos. Y, sin Daemon por allí, Blake siguió de una pieza. Hacia finales de semana, pasó a lanzarme objetos no mortíferos a la cabeza, como cojines y libros. Después de varias horas, conseguí dominar el arte de no comer tela; aunque nunca permití que los libros me golpeasen ni cayeran al suelo. Eso me parecía un sacrilegio.
Empezar con los cuchillos y terminar con los cojines era como empezar la casa por el tejado, pero comprendía el plan. Mis habilidades estaban ligadas a mis emociones: como el miedo. Necesitaba aprender a canalizar esos sentimientos intensos y a usarlos cuando no estaba asustada. Y también necesitaba poder controlarlos cuando perdía los nervios.
Solté un gemido mientras recogía los cojines del suelo y los libros de la mesa de centro y colocaba de nuevo cada cosa en su sitio.
—¿Cansada? —me preguntó Blake, apoyado tranquilamente contra la pared.
—Sí —contesté bostezando.
—Ya sabes que los Luxen se cansan usando sus poderes, ¿no? —Cogió el último libro y volvió a ponerlo donde lo había encontrado: la base de la tele.
—Sí, recuerdo que dijiste algo de que nosotros nos cansamos más rápido que ellos.
—En ese sentido, somos como los Luxen. Ellos usan energía para hacer cosas: todo ese asunto de enviar una parte de su ser, ya sabes. Nosotros hacemos lo mismo, pero los Luxen pueden aguantar mucho más tiempo. No sé por qué, tiene algo que ver con el hecho de que solo tenemos medio ADN alienígena. Pero debemos andar con cuidado, Katy. Cuantas más habilidades usamos, más nos debilitamos. Y más rápido.
—Genial —mascullé—. ¿Así que Daemon sí podría haberte tenido toda la noche contra la pared?
—Pues sí. —Se detuvo a mi lado—. El azúcar ayuda. Y también la piedra de Melody.
—¿El qué? —Me masajeé la nuca mientras me dejaba caer en el sofá.
—Es un tipo de cristal: un ópalo muy raro. —Se sentó a mi lado, tan cerca que tenía el muslo pegado al mío. Me aparté un poco.
—¿Y qué hace?
Blake echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en el almohadón, y se encogió de hombros.
—Según tengo entendido, puede ayudarnos a aumentar nuestros poderes. Puede que incluso a estabilizarlos para que no nos cansemos como los Luxen.
No me tragaba todo aquel asunto de los cristales. Parecía un montón de tonterías New Age, pero ¿qué sabía yo?
—¿Tú tienes una?
Blake se rió.
—Qué va. Son muy difíciles de conseguir.
Cogí un cojín, me lo coloqué debajo de la cabeza y cerré los ojos, acurrucándome contra el brazo del sofá.
—En ese caso, supongo que solo cuento con el azúcar.
Hubo un momento de silencio.
—Lo has hecho muy bien, ¿sabes? Aprendes rápido.
—¡Ja! No decías eso la primera semana de entrenamiento. —Bostecé—. Puede que esto no sea tan difícil. Lograré controlar mis habilidades… y todo volverá a la normalidad.
—Nada volverá a ser normal, Katy. En cuanto salgas del alcance del cuarzo beta, los Arum te encontrarán. —Mi lado del sofá se hundió, pero estaba demasiado cansada para abrir los ojos—. Pero, si consigues controlar esto de verdad, entonces podrás defenderte.
Y eso era lo que quería. Apoyar a Daemon, no esconderme detrás de él.
—Eres un aguafiestas, ¿lo sabías?
—No es mi intención.
El almohadón que tenía debajo se inclinó aún más, y sentí los dedos de Blake apartándome el pelo. Abrí los ojos de golpe y me incorporé bruscamente volviéndome hacia él.
—Blake.
Él se sentó recto y se colocó la mano en el muslo.
—Lo siento. No pretendía asustarte. Solo quería asegurarme de que estabas bien.
¿Eso era todo? ¿O había algo más? Ay, Dios, qué situación más incómoda.
—Ahora mismo, las cosas son muy complicadas.
—Es comprensible —contestó, recostándose—. Él te gusta, ¿verdad?
Me apreté el cojín contra el pecho, sin saber qué responder.
—No me mientas. —Se rió cuando fruncí el ceño—. Siempre te pones roja cuando mientes.
—No sé por qué todo el mundo dice eso. Mis mejillas no son un detector de mentiras humano. —Jugueteé con una hebra suelta. Sabía que debíamos tener esa conversación, sobre todo porque estábamos pasando mucho tiempo juntos—. Lo siento. Es que en este momento…
—No pasa nada, Katy. —Me cubrió la mano con la suya y me la apretó de modo tranquilizador—. De verdad. Me gustas. Eso es evidente. Pero te están ocurriendo muchas cosas, y es probable que algunas empezaran antes de que yo apareciera. Así que no pasa nada. En serio.
En mis labios se dibujó la primera sonrisa auténtica en dos días.
—Gracias por ser tan… comprensivo.
Blake se levantó del sofá y se pasó una mano por el pelo.
—Bueno, puedo permitirme ser paciente. No voy a irme a ninguna parte.
Estaba sentada en clase, intentando concentrarme en lo que decían Carissa y Lesa. La piel me pasaba del calor al frío.
—Bueno, Katy, últimamente estás quedando mucho con el surfista. —Lesa arqueó una ceja—. ¿Serías tan amable de compartir los detalles?
Me encogí en la silla.
—No. Solo pasamos el rato.
—Pasar el rato —repitió Lesa con picardía— es una especie de código para el sexo.
—¡Eso no es verdad! —dijo Carissa boquiabierta.
—Está claro que no has salido con muchos chicos de la zona. —Lesa se recostó en la silla mientras se tiraba de un rizo—. En realidad, para los chicos de la zona casi todo es un código para el sexo.
—Voy a tener que apoyar a Carissa en eso —dije—. Pasar el rato no implica sexo. La última vez…
Sentí un repentino hormigueo en el cuello y se me dispararon las pulsaciones. Vi de refilón a Daemon cruzando la puerta y me concentré en la cara de Lesa como si me fuera la vida en ello.
Daemon pasó a mi lado, moviéndose con esa fluidez tan característica en él, y ocupó su asiento. Me aferré a los bordes de la libreta esperando que el profesor no se entretuviera antes de entrar en clase.
Un boli me dio un golpecito en la espalda.
Me invadió una abrumadora avalancha de emociones y me volví despacio. No pude sacar nada en claro de su expresión reservada.
—Veo que has estado… ocupada —dijo con las pestañas bajadas.
La pega de vivir al lado de Daemon era que se enteraba de prácticamente todo lo que hacía. Y eso quería decir que sabía que seguía entrenando con Blake.
—Sí, más o menos.
Colocó los codos sobre el pupitre y apoyó el mentón en las manos.
—Bueno, ¿y qué anda haciendo Bobo?
—Es Blake —repuse en voz baja—. Y tú sabes perfectamente qué estamos haciendo. Puedes…
—Ni hablar. —Entonces se rió entre dientes, aunque el gesto carecía de humor, y se acercó un poco más. Se le oscurecieron los iris—. Desearía que te lo pensaras mejor.
—Y yo desearía que tú te lo pensaras mejor.
Daemon no respondió. Volvió a acercar los codos al cuerpo y se cruzó de brazos. Era evidente que la conversación había terminado, así que me di la vuelta, asqueada.
Las clases de la mañana se me hicieron eternas. Lesa me esperaba fuera del aula de Biología y me detuvo cuando iba a entrar.
—¿Puedo preguntarte algo? —dijo, mirando a su alrededor.
—Claro —contesté con un suspiro.
Me llevó a una taquilla libre.
—¿Qué está pasando? Te besaste con Daemon antes de Halloween, saliste con Blake una vez y ahora has vuelto con él otra vez, pero es innegable que hay algo entre Daemon y tú.
Hice una mueca.
—Dios, como si fuera un putón.
Lesa se encogió de hombros.
—Créeme, yo no soy la más indicada para hablar mal de nadie. Es simple curiosidad. ¿Sabes lo que haces?
Una de las razones por las que me caía bien Lesa era que no se andaba con rodeos. Decía lo que pensaba y, por ese motivo, era la persona con la que me mostraba más abierta.
—Sinceramente, ni idea. Bueno, sí. No estoy… saliendo con Blake. Ni con Daemon.
—¿En serio?
Me apoyé contra el frío metal y suspiré.
—Es complicado.
—No puede ser tan complicado —concluyó mi amiga—. ¿Quién te gusta?
Cerré los ojos y al fin lo dije en voz alta:
—Daemon.
—¡Ajá! —Me dio un golpecito con la cadera—. Un momento. ¿Y por qué es complicado? Daemon está coladito por ti. Es evidente, incluso cuando os tiráis los trastos a la cabeza. Y te gusta. ¿Dónde está el problema?
¿Cómo podría explicarle el lío en el que estaba metida?
—Es muy complicado. Créeme.
Lesa frunció el ceño.
—Bueno, voy a tener que fiarme de tu palabra, porque Blake viene por el pasillo —anunció, y se dio media vuelta tan rápido que parecía que la hubieran pillado mirándome el escote.
La clase de Biología transcurrió sin incidentes. Por lo general, Blake se comportaba como si no fuéramos mutantes mientras estábamos en el instituto, y yo se lo agradecía. Allí podía ser normal, por raro que sonase.
Descubrí que estaban sirviendo de almuerzo lasaña fría y una ensalada que olía raro. ¡Qué bien! Me eché un poco en el plato mientras me moría por un batido de fresa. No era muy probable que ese día recibiera uno. Daemon había dejado de traerme regalos más o menos al mismo tiempo que había empezado mi entrenamiento. Lo echaba de menos. Y a él también.
Dee y Adam estaban comiéndose la boca cuando me senté. Le eché una mirada a Carissa, que puso los ojos en blanco, aunque sonrió. Dejando de lado mi patética vida amorosa, todavía era una fan de Cupido. Lo único que no podía soportar era ver a mamá y Will enrollándose, lo que me había tocado presenciar ayer antes de que se fuera a trabajar. Puaj.
—¿Vas a comerte la ensalada? —preguntó Dee.
—Qué bien que hayas dejado de besar para comer algo —comenté, riéndome, mientras le pasaba la bandeja—. Hola, Adam.
—Hola, Katy —me respondió, colorado.
—Lo siento. Es que se me ha abierto el apetito —dijo Dee con una sonrisa.
—Y yo he perdido el mío —repuso Carissa entre dientes.
Blake no apareció por la cafetería, pero Daemon sí. Se había sentado con Andrew y Ash. No pude controlarme y lo miré. Él levantó la vista, sosteniendo un batido, y me dedicó una sonrisita burlona.
Qué cabrón.
Me volví hacia Dee.
—¿Cómo puedes comerte eso? La lechuga tiene los bordes marrones. Es asqueroso.
Adam soltó una carcajada.
—Dee es capaz de comerse cualquier cosa.
—Igual que tú. —Le ofreció una rodaja de tomate con el tenedor—. ¿Quieres?
—Se acabó. —Me recosté en la silla—. Si le das de comer, voy a tener que buscarme otra mesa.
—Lo mismo digo —añadió Carissa.
Dee puso los ojos en blanco, pero cedió.
—Me gusta compartir. ¿Qué tiene de malo? —Entonces me miró con una expresión de esperanza en el rostro—. Me alegro de que hoy comas con nosotros… sola.
Asentí con la cabeza, bastante incómoda, y me concentré en separar la lasaña. Odio la comida a capas, a menos que esas capas impliquen chocolate y mantequilla de cacahuete.
El almuerzo y las clases de la tarde terminaron al fin y me pasé por la oficina de correos para recoger la correspondencia antes de que llegara Blake.
Mientras colocaba las cartas y paquetes en el asiento de atrás, vi un todoterreno negro estacionado al borde del aparcamiento, como si hubieran parado de repente y hubieran dejado el motor en marcha.
«Podría ser un todoterreno cualquiera», me dije mientras cerraba la puerta; pero un escalofrío me recorrió la espalda y se me erizó el vello de los brazos. ¿Habría desarrollado una especie de sexto sentido raro junto con los poderes alienígenas?
Me dirigí al lado del conductor sin perder de vista el todoterreno. El silenciador escupía un humo asfixiante.
La puerta del pasajero se abrió de repente y vi a dos personas. Brian Vaughn, el agente del Departamento de Defensa con la risa más escalofriante del mundo, estaba inclinado sobre el acompañante, intentando coger la puerta. Apretaba los labios en una mueca de enfado mientras buscaba a tientas la manilla de la puerta con una mano a la vez que apretaba a una chica contra el asiento con el brazo.
Entrecerré los ojos para echarle otro vistazo a la chica, aunque lo que debía hacer era subirme a mi coche y largarme pitando de allí. Lo único que me faltaba era que Vaughn me pillara espiándolo, pero… conocía a aquella chica.
Había visto su cara en un cartel pegado con cinta adhesiva a los ventanales de cristal de FOOLAND. Llevaba el pelo castaño recogido en una coleta apretada dejando al descubierto un rostro pálido y menudo. Sus ojos no brillaban de alegría como en el cartel cuando se volvió hacia la puerta y vio cómo Vaughn la cerraba, dejándola dentro… y a mí fuera.
Tenía la expresión vacía. Pero era ella.
Era Bethany.