Lesa prácticamente se abalanzó sobre mí en cuanto me senté en clase.
—¿Te has enterado?
Negué con la cabeza, medio dormida. La noche anterior me había costado Dios y ayuda dormirme después de todo lo que había pasado con Daemon. El revoloteo que sentía en el estómago tenía que ser consecuencia de no haber desayunado.
—Simon ha desaparecido —me anunció Lesa.
—¿Desaparecido? —No presté atención cuando un cálido hormigueo me recorrió el cuello ni cuando Daemon entró en clase con paso despreocupado—. ¿Desde cuándo?
—Desde el pasado fin de semana. —Lesa miró algo situado detrás de mí y puso cara de sorpresa—. Vaya, eso me lo esperaba todavía menos.
Noté un aroma dulce y conocido y me volví, confundida. Una rosa grande y abierta, de un rojo vibrante, me rozó la punta de la nariz. Unos dedos bronceados sostenían el tallo verde.
Levanté la mirada y allí estaba Daemon, cuyos ojos relucían como espumillón verde. Me dio otro golpecito en la nariz con la rosa.
—Buenos días.
Me quedé mirándolo, totalmente alucinada.
—Es para ti —añadió cuando no dije nada.
Envolví con los dedos el frío y húmedo tallo mientras el resto de la clase nos observaba. Daemon se sentó antes de que pudiera decir nada. Me quedé allí inmóvil, sujetando la rosa, hasta que el profesor entró y empezó a pasar lista.
La risita ronca de Daemon me provocó una sensación cálida en el pecho.
Roja como un tomate, dejé la rosa sobre el pupitre y creo sinceramente que no le quité la vista de encima ni un momento. Cuando Daemon había dicho que no iba a rendirse, no se me pasó por la cabeza que fuera a sacar la artillería pesada de buenas a primeras. ¿Por qué se comportaría así? Quizá solo quería acostarse conmigo. Tenía que tratarse de eso, ¿no? El odio se había transformado en lujuria. Hace unos meses no me soportaba, ¿y ahora quería estar conmigo, oponiéndose a los deseos de su raza? Tal vez le diera en secreto a las drogas.
La luz se reflejó en la humedad de la rosa. Levanté la vista y vi que Lesa estaba mirándome. En sus labios pude leer «guay».
¿Guay? Era guay, dulce, romántico y otro montón de cosas que hacían que el corazón me latiera como loco. Miré a Daemon con disimulo por encima del hombro y observé cómo garabateaba en una hoja de libreta en blanco, frunciendo el ceño en un gesto de concentración. Las espesas pestañas negras le ocultaban los ojos, pero entonces levantó la vista y en sus labios se dibujó una amplia sonrisa.
Ay, Dios, estaba en un buen lío.
Los siguientes días hubo policías por todas partes haciéndoles preguntas a estudiantes y profesores sobre Simon. Daemon y yo fuimos de las primeras personas con las que hablaron: como si fuéramos unos Bonnie y Clyde de hoy en día que conspiraban para acabar con todos los deportistas del instituto. Bueno, había que admitir que el hecho de que Daemon le hubiera dado una paliza a Simon no pintaba bien, pero los polis no nos trataron como sospechosos. Después de mi primer y único interrogatorio en la oficina del director, llegué a la conclusión de que dos de los agentes eran alienígenas. Y también me dio la impresión de que sospechaban que conocía su secreto.
Me pregunté si alguien se habría ido de la lengua. Ash era la sospechosa con más papeletas, sobre todo desde que Daemon se había dedicado a hacerme regalos. Un día me trajo un café con leche aderezado con calabaza (mi favorito), luego un cruasán con huevo y beicon, donuts el jueves y un lirio el viernes. No se molestaba en ocultar sus intenciones.
La verdad era que una parte de mí lo sentía por Ash, que se había pasado toda la vida esperando estar con Daemon. No podía ni imaginarme lo que estaría pensando: si se lamentaba por el final definitivo de su relación o si se trataba simplemente del hecho de perder algo que creía que le pertenecía. Si acababan encontrándome en alguna cuneta, yo apostaría por Ash o Andrew. Adam había abandonado el lado oscuro y ahora se sentaba con Dee a la hora de comer. Literalmente, no podían apartar las manos el uno del otro… ni de nuestra comida.
Daemon absorbía mi tiempo por las noches, aunque me aseguraba que lo que hacía era vigilarme por si volvía a atacarme otra silla. Para él, eso se traducía en perder el tiempo de cualquier forma que implicara acercarse a mí. Y me refiero a acercarse lo suficiente como para doblegarme la voluntad y provocarme un hormigueo por todo el cuerpo.
En cuanto a Blake… Bueno, me hablaba en clase. Me envió un par de mensajes al móvil por la noche y siempre tenía que esperar hasta que Daemon decidiera marcharse para contestarle, pero no habíamos hablado de volver a quedar. Daemon había conseguido asustarlo, de lo que se enorgullecía descaradamente.
El sábado por la tarde, estaba escribiendo reseñas de manera compulsiva cuando alguien llamó a la puerta de casa. Terminé la última frase («El círculo oculto es un debut fascinante, lleno de acción trepidante y con una historia de amor de ensueño, que hará que te olvides de hacer los deberes, darles de comer a los niños o ir a trabajar hasta que lo termines de una sola sentada») antes de cerrar el portátil.
Mientras me acercaba a la puerta, sentí aquel hormigueo en el cuello: Daemon. Tropecé con una esquina levantada de la alfombra y me tomé un segundo para colocarme bien el jersey acanalado, que se me había subido, antes de abrir la puerta bruscamente.
Me invadió una conocida sensación de ansiedad. ¿Qué me tendría reservado hoy? Dicho de otro modo: ¿todavía podría complicarme más la vida? Desde el lunes, me había mantenido firme en mi política de «nada de besos»; sin embargo, aunque pareciera mentira, por muy inocentes y clandestinos que fueran nuestros encuentros, aún había un nivel de intimidad que no se podía negar.
Daemon estaba cambiando.
Me había acostumbrado a su lado sarcástico y maleducado. Curiosamente, me resultaba más fácil lidiar con esa versión, con la que podía intercambiar insultos todo el día. Pero ese Daemon… ese que no quería rendirse, era amable, tierno, divertido y… atento, por el amor de Dios.
Esperaba en el porche, con las manos metidas en los bolsillos de los tejanos, mirando al infinito, pero giró sobre los talones en cuanto abrí la puerta. Entró, rozándome al pasar, y dejó tras él un olor a aire libre y sándalo. Un aroma embriagador: su aroma.
—Hoy estás muy guapa —comentó de repente.
Me miré la sudadera gris y me coloqué un mechón de pelo enredado detrás de la oreja.
—Ah, gracias. —Carraspeé—. Bueno… ¿qué hay?
Su excusa para pasar tiempo conmigo siempre era un impreciso «aquí, echándote un ojo», así que hoy no esperaba nada diferente.
—Me apetecía verte.
—Oh. —«Mira tú por dónde…»
Daemon soltó una risita grave.
—He pensado que podríamos ir a dar un paseo. Se está bien fuera.
Volví la mirada hacia el portátil mientras consideraba la invitación. No debería pasar tiempo con él, eso no hacía más que alentar su… comportamiento mejorado.
—Me portaré bien —me aseguró—. Te lo prometo.
Eso me hizo reír.
—Vale, vamos.
Fuera hacía fresco, aunque ni comparación con el frío que haría cuando se pusiera el sol. En lugar de dirigirse hacia el bosque, me llevó hacia su todoterreno.
—¿Dónde vamos a dar ese paseo, exactamente?
—Al aire libre —contestó con tono seco.
—Eso ya lo suponía.
—¿Sabes que haces muchas preguntas?
—Dicen que soy una persona curiosa
Se inclinó hacia delante y me susurró:
—Eso ya lo suponía.
Le hice una mueca, pero estaba intrigada, así que subí al asiento del pasajero.
—¿Has sabido algo de Simon? —le pregunté después de que saliera de la entrada dando marcha atrás—. Yo no he oído nada.
—Yo tampoco.
Un borroso despliegue de hojas doradas, rojas y marrones pasó junto a las ventanillas a medida que Daemon recorría la carretera a toda velocidad.
—¿Crees que un Arum ha podido tener algo que ver con su desaparición?
Daemon negó con la cabeza.
—Lo dudo. No he visto a ninguno, pero no podemos confiarnos.
No tenía sentido que un Arum se hubiera llevado a Simon, pero por aquí los chavales no desaparecían así como así a menos que estuvieran involucrados los Luxen y los Arum. El paisaje que vi por la ventanilla me resultó familiar y no tardé en darme cuenta de adónde nos dirigíamos. Confundida, observé cómo Daemon sacaba el todoterreno del camino y aparcaba en la entrada del campo donde celebraban fiestas los adolescentes.
El mismo lugar donde nos habíamos enfrentado a Baruck.
—¿Por qué aquí? —le pregunté mientras bajaba.
El suelo estaba cubierto de hojas muertas de diferentes colores. Cada vez que daba un paso, los pies se me hundían tres o cuatro centímetros en ellas. Durante un rato, lo único que oímos fue el susurro que hacían nuestros pies al abrirnos paso por el colorido mar de hojas.
—Este lugar podría contener un montón de energía residual debido a la pelea y la muerte de Baruck —comentó mientras rodeaba una rama de un árbol caído—. Ten cuidado, hay ramas desperdigadas por todas partes.
Me aparté de una llena de nudos.
—Puede que te parezca una locura, pero llevo tiempo queriendo venir. No sé por qué. Qué tontería, ¿eh?
—No —repuso con voz suave—. Para mí tiene sentido.
—¿Es por el tema de la energía?
—La que queda. —Se agachó y retiró otra rama caída del camino—. Quiero ver si siento algo. Si el Departamento de Defensa ha venido aquí para comprobarlo, deberíamos estar al tanto.
Recorrimos el resto del camino en silencio. Yo lo seguía unos pasos por detrás, pisando con cuidado el terreno irregular. En cuanto tuvimos el claro a la vista, noté una extraña agitación en mi interior. El lugar estaba cubierto de hojas, pero los árboles seguían torcidos; su aspecto era aún más grotesco a medida que se retorcían hacia el suelo. Me detuve e intenté encontrar el punto exacto donde había estado Baruck por última vez.
Empujé el follaje muerto con el pie y el terreno marcado no tardó en quedar a la vista. La tierra parecía recordar lo que había sucedido aquella noche y se negaba a que el recuerdo se olvidara. Aquel lugar era como una tumba truculenta.
—La tierra nunca sanará —dijo Daemon con suavidad detrás de mí—. No sé por qué, pero absorbió la esencia del Arum y nunca crecerá nada en este punto. —Continuó lo que yo había empezado y apartó las hojas hasta que la zona quedó completamente al descubierto—. Al principio, me preocupaba tener que matar.
Aparté la mirada del trozo de terreno quemado. El poco sol que asomaba entre las nubes creaba reflejos caoba en su pelo oscuro.
Daemon esbozó una sonrisa forzada.
—No me gustaba arrebatar una vida. Sigue sin gustarme. Una vida es una vida.
—Tienes que hacerlo, no puedes cambiarlo. Darle demasiadas vueltas solo te hará sufrir. A mí me preocupa saber que he matado… a dos de ellos, pero…
—No hiciste nada malo. Que ni se te pase por la cabeza. —Me miró a los ojos un instante y luego carraspeó—. No siento nada.
Metí las manos en el bolsillo frontal de la sudadera y agarré el móvil.
—¿Crees que Defensa encontró algo?
—No lo sé. —Recorrió la pequeña distancia que nos separaba y se detuvo cuando tuve que inclinar la cabeza hacia atrás para mirarlo—. Depende de si están usando un equipo con el que no estoy familiarizado.
—Y si así fuera, ¿qué significaría? ¿Debemos preocuparnos?
—No lo creo, ni siquiera aunque los niveles de energía sean más altos de lo normal. —Estiró una mano y me apartó un mechón de pelo que se me había escapado de la coleta—. Eso no les dice nada. ¿Has sufrido algún incidente últimamente?
—No —le aseguré, pues no quería que se preocupara sin necesidad. Pero, en realidad, hoy había reventado la bombilla de mi cuarto y había desplazado la cama casi un metro.
Mantuvo los dedos contra mi mejilla un momento más, y luego me apresó la mano y se la llevó a los labios. Me depositó un suavísimo beso en el centro de la palma que hizo que un estremecimiento abrasador me subiera por el brazo. Me observó a través de sus oscuras pestañas y me lanzó una mirada ardiente.
Separé los labios y mi corazón se agitó igual que la multitud de hojas que caía al suelo a nuestro alrededor.
—¿Me has traído hasta aquí para tenerme completamente a solas?
—Puede que eso haya sido parte del plan.
Daemon bajó la cabeza y el pelo le cayó hacia delante, rozándome la mejilla. Ladeó la cara y, un excitante instante después, apretó los labios contra los míos y el corazón me dio un vuelco. Me aparté bruscamente, jadeando.
—Nada de besos —susurré.
—Eso intento —dijo apretándome los dedos.
—Pues esfuérzate más. —Me solté la mano y retrocedí un paso mientras volvía a meter las manos en el bolsillo de la sudadera—. Creo que deberíamos volver a casa.
Daemon suspiró.
—Como quieras.
Hice un gesto afirmativo con la cabeza y emprendimos el camino de regreso al coche en silencio. Mantuve la mirada clavada en el suelo, debatiéndome entre lo que quería y lo que necesitaba. Daemon no podía ser ambas cosas.
—Estaba pensando… —dijo después de un momento.
Lo miré con recelo.
—¿El qué?
—Que deberíamos hacer algo juntos. Fuera de tu casa y que no sea solo pasear —contestó mirando al frente—. Deberíamos salir a cenar o tal vez a ver una peli.
Mi estúpido corazón empezó a saltar de nuevo.
—¿Me estás pidiendo una cita?
Daemon se rió entre dientes.
—Eso parece.
Los árboles comenzaron a escasear y aparecieron grandes pacas de heno.
—Tú no quieres salir conmigo.
—¿Por qué no dejas de decirme lo que quiero o no quiero? —En su tono se reflejaba la curiosidad.
—Porque es así —insistí—. En el fondo, no puedes querer seguir con esto conmigo. Tal vez con Ash…
—No quiero estar con Ash. —Sus facciones se endurecieron mientras se detenía y se volvía hacia mí—. Si fuera eso lo que quiero, estaría con ella. Pero no es así. No es con ella con quien quiero estar.
—Ni tampoco conmigo. No puedes decirme con sinceridad que te arriesgarías a que todos los Luxen de la zona te dieran la espalda por mi culpa.
Daemon movió la cabeza con incredulidad.
—Y tú tienes que dejar de suponer que sabes lo que quiero y lo que haría.
Me puse a andar de nuevo.
—No es más que el desafío y la conexión, Daemon. Sea lo que sea lo que sientes por mí, no es real.
—Menuda tontería —me soltó.
—¿Cómo puedes estar seguro?
—Porque lo sé. —Apareció delante de mí, con los ojos entrecerrados. Se golpeó el pecho con una mano, justo sobre el corazón—. Porque sé lo que siento aquí dentro. Yo no soy de los que huyen de las cosas, por muy duras que sean. Preferiría darme de narices contra una pared que pasar el resto de mi vida preguntándome cómo podría haber sido. Y ¿sabes qué? Tampoco pensé nunca que tú fueras de las que huían. Aunque quizá me equivoqué.
Saqué las manos, anonadada, y me aparté el pelo. Sentí un nudo en el estómago: de los buenos y cálidos.
—Yo no huyo.
—¿En serio? Porque eso es lo que estás haciendo —argumentó—. Finges que lo que sientes por mí no es real o no existe. Y sé de sobra que no sientes nada por Bobby.
—Blake —lo corregí automáticamente. Lo rodeé y me dirigí al coche—. No quiero hablar de…
Nos detuvimos en seco en el límite del bosque. Había dos enormes todoterrenos negros aparcados a ambos lados del de Daemon, bloqueándole el paso. Junto a uno de los vehículos había dos hombres vestidos con trajes negros. Una sensación de inquietud me inundó como si fuera una ola gélida y oscura. Daemon se situó delante de mí, con las manos a los costados y los músculos tensos. No me hizo falta preguntar para saber de quién se trataba.
El Departamento de Defensa estaba allí.