7

No dormí mucho esa noche, así que al día siguiente Trigonometría me resultó más pesada de lo normal. Había un extraterrestre de casi metro noventa detrás de mí; aunque no me hablaba, solo respiraba suavemente contra mi nuca. Y por mucho que intentaba apartarme, aún podía sentirlo. Era muy consciente de su presencia: cuándo se movía, cuándo escribía algo o cuándo se rascaba la cabeza. A media clase, consideré la posibilidad de echar a correr hacia la puerta.

También era el segundo día que no me daba golpecitos con el boli.

Simon, por otro lado, no dejó de mirar por encima del hombro durante toda la clase. Necesitaba distraerme, así que le clavé una mirada hostil. Un lento rubor empezó a subirle por la nuca; podía sentirme taladrándolo con la mirada. Chúpate esa, imbécil.

El pelo castaño se le ondulaba sobre la piel ligeramente colorada. Por lo general lo llevaba rapado; supuse que necesitaba cortárselo, pues aquí la mayoría de los chicos no se lo dejaba crecer más de unos centímetros. La sosa camiseta gris que llevaba se estiró sobre sus anchos hombros mientras se ponía tenso bajo mi escrutinio.

Me miró por encima del hombro y yo enarqué una ceja.

Simon se volvió con rigidez y respiró hondo levantando los hombros. Me cabreé y noté calor en los dedos. Aquel idiota le había hecho creer a medio instituto que era una chica fácil.

Me concentré en el libro que Simon tenía delante. El pesado libro de texto salió despedido del pupitre y le dio en plena cara.

Me quedé boquiabierta mientras me sentaba recta. «Mierda…»

Simon se levantó de un salto y se quedó mirando el libro (que ahora estaba tirado en el suelo) como si fuera algún tipo de criatura desconocida. El profesor entrecerró los ojos buscando el origen de la interrupción.

—¿Le gustaría comunicarle algo al resto de la clase, señor Cutters? —preguntó con voz cansada y aburrida.

—¿Qué? —balbuceó Simon. Miró a su alrededor de modo frenético y luego posó la mirada en el libro—. No, solo se me ha caído el libro del pupitre. Lo siento.

El profesor dejó escapar un profundo suspiro.

—Bueno, pues recójalo.

Algunos alumnos se rieron entre dientes y Simon se puso rojo como un tomate mientras cogía el libro del suelo. Lo colocó en el centro del pupitre y siguió mirándolo fijamente.

Después de que la clase se tranquilizara y el profesor se volviera de nuevo hacia la pizarra, Daemon me dio un toquecito con el bolígrafo. Me giré.

—¿Qué ha sido eso? —susurró con los ojos entrecerrados, aunque la sonrisa ladeada delataba que le había parecido divertido—. Gatita mala…

Blake llegó a Biología minutos antes de que sonara la campana. Ese día llevaba una camiseta retro de Super Mario Bros.

—Pareces…

—¿Un zombi? —sugerí apoyando la mejilla en el puño.

No tenía ni idea de cómo prepararme para verlo después del incidente de la rama. Lo de hacer como si nada no se me daba especialmente bien.

—Iba a decir cansada. —Me observó entrecerrando los ojos—. ¿Estás bien?

Asentí con la cabeza.

—Oye, en cuanto a lo de ayer… Siento haberme puesto así. La rama…

—¿Te asustó? —me preguntó mirándome a los ojos—. No pasa nada. A mí también me impresionó. Todo pasó muy rápido, pero juraría que la rama se detuvo. —Inclinó la cabeza a un lado—. Como si se hubiera quedado suspendida unos segundos.

—Ah… —¿Qué se suponía que debía responder a eso? «Disimula, disimula»—. Pues no sé. Tal vez fue cosa del viento.

—Sí, tal vez. En fin, se acerca la gran fiesta.

Esbocé una leve sonrisa, aliviada por el cambio de tema. ¿Sería así de fácil? Vaya, era mejor mentirosa de lo que Daemon creía.

—¿Vas a venir?

—No me la perdería por nada del mundo.

—Qué bien. —Jugueteé con el boli recordando lo que me había dicho Daemon acerca de no quedar con Blake. A la mierda—. Me alegro de que vengas.

La sonrisa de Blake resultaba contagiosa. Hablamos un rato sobre la fiesta mientras esperábamos a que empezara la clase. Me rozó la mano un par de veces; dudaba que hubiera sido un accidente, y eso me gustaba. No había nada que lo obligara a hacerlo, salvo que quizá quería tocarme. Parecía interesado en mí, y eso lo hacía mil veces más atractivo. Y, bueno, aquella sonrisa angelical ayudaba. Podía imaginármelo sin camiseta, deslizándose sobre las olas. Cualquier chica se moriría por salir con él.

Respiré hondo e hice algo que casi nunca hacía.

—Puedes pasarte por mi casa primero, antes de la fiesta, si quieres.

Blake bajó las pestañas, que le abanicaron las bronceadas mejillas.

—Guay. ¿Como una cita?

—Sí, algo así, supongo —contesté ruborizándome.

Blake se inclinó hacia mí y sentí su aliento sorprendentemente fresco contra las mejillas. Olía a menta.

—No sé si me gusta eso de «algo así». Prefiero considerarlo una cita.

Levanté la vista y lo miré a los ojos. Las motitas verdes no eran ni por asomo de un color tan vivo como las de los ojos de Daemon… ¿Por qué diantres pensaba en él?

—Podemos considerarlo una cita.

—Eso está mejor. —Blake se recostó en la silla.

Sonreí, con la mirada puesta en mi libreta. Una cita; no de las de cena y peli, pero una cita de todas formas. Nos dimos los números de teléfono y le expliqué cómo llegar a mi casa. Estaba entusiasmada. Lo miré de reojo y descubrí que me observaba con una sonrisa torcida en los labios.

Vaya, vaya, la fiesta acababa de ponerse mucho más interesante.

Me negué a pensar qué haría Daemon cuando me viera llegar con Blake. Una pequeña parte de mí se preguntó si le había pedido que me acompañara solo para averiguarlo.

El jueves después de clase, Dee estaba acurrucada en mi sofá jugueteando con el anillo que llevaba en el dedo. Hablábamos en voz baja porque mamá estaba arriba durmiendo.

—Parece que el nuevo está coladito por ti.

—¿Tú crees? —pregunté mientras me dejaba caer a su lado.

Dee sonrió con desgana.

—Pues sí. En realidad, me sorprende que te parezca bien que venga a la fiesta. Yo pensaba…

—¿El qué?

—Es que pensaba que tal vez había algo entre Daemon y tú —respondió apartando la mirada.

—Oh, no, entre nosotros no hay nada. —Aparte de una absurda conexión alienígena y muchos secretos. Carraspeé—. No quiero hablar de tu hermano, ¿vale? ¿Qué pasa con Adam?

Las pálidas mejillas se le tiñeron de carmesí.

—Adam y yo hemos estado intentando pasar más tiempo juntos, ¿sabes? Todo el mundo espera que estemos juntos, y a una parte de mí le gusta estar con él. Los ancianos saben que, puesto que los dos tenemos ya dieciocho años, estamos alcanzando la mayoría de edad.

—¿La mayoría de edad?

Dee asintió con la cabeza.

—Cuando cumplimos los dieciocho, somos lo bastante mayores para emparejarnos.

—¿Qué? —Casi se me salen los ojos de las órbitas—. ¿Emparejaros? ¿Te refieres a casaros y tener bebés?

—Sí —dijo suspirando—. Por lo general, esperamos a terminar el instituto; pero, como sabemos que nos queda poco tiempo, Adam y yo estamos intentando decidir qué queremos hacer.

Yo seguía dándole vueltas al asunto del emparejamiento.

—¿Los ancianos te dicen con quién puedes estar?

Dee frunció el ceño.

—No exactamente. Me refiero a que ellos quieren que nos unamos a otro Luxen y nos reproduzcamos lo antes posible. Sé que parece una locura, pero nuestra raza se está muriendo.

—Eso lo entiendo, pero ¿y si no quisieras tener hijos? ¿Y si te enamoraras de otro chico o… de un humano?

—Nos marginarían. —Desapareció y volvió a aparecer de pie al otro lado de la mesa de centro—. Todos nos darían la espalda. Es lo que le habrían hecho a Dawson si… si aún estuviera vivo y siguiera con Bethany. Y yo sé que seguiría con ella. Dawson amaba a Beth.

Y el amor de su hermano había acabado llevándolos a la muerte. Bajé la mirada, llena de compasión por Dee y Daemon.

—¿Te obligarían a marcharte?

Negó con la cabeza.

—Harían que quisiéramos irnos, pero no podríamos, necesitaríamos el permiso del Departamento de Defensa. Es mucha presión.

«Ya te digo.» Yo solo tenía que preocuparme de qué universidad elegir, no de quedarme preñada lo antes posible. ¿Y Daemon quería arriesgarse a todo eso por estar conmigo? Tenía que estar fumado.

—¿Qué pasó entre Adam y tú?

Dee se detuvo delante del televisor y se pasó las manos por el pelo rizado.

—Nos acostamos.

—¿Qué? —Hasta hacía cinco segundos estaba convencida de que a Dee ni siquiera la atraía Adam.

Dee agitó las manos a los costados.

—Ya. Sorprendente, ¿eh?

—Pues sí, sí que lo es. —Parpadeé.

—No sabía lo que sentía por él, aparte de que lo respeto muchísimo y me parece guapo. —Se puso a caminar de un lado a otro de la sala de nuevo—. Pero, en realidad, solo hemos sido amigos. O, por lo menos, eso es lo único que le he permitido. Ya no sé nada. De todas formas, decidí que quería ver si podíamos… ya sabes, hacerlo. Así que le dije que deberíamos intentar acostarnos. Y lo hicimos.

«¡Vaya, qué romántico!»

—¿Y qué tal?

Volvió a ponerse colorada.

—Estuvo… estuvo bien.

—¿Bien?

Dee apareció a mi lado, sentada en el sofá y retorciéndose las manos.

—Estuvo más que bien. Un poco raro al principio… vale, muy raro, pero… funcionó.

No estaba segura de si debería sentirme feliz por ella o no.

—Bueno, ¿y ahora qué?

—No lo sé. Ese es el problema. Me gusta, pero no sé si me gusta porque se supone que debe ser así o si es real. —Se dejó caer de espaldas, con un brazo colgando del sofá—. Ni siquiera sé lo que es el amor. Me pareció que lo amaba cuando estábamos haciéndolo pero ahora no lo sé.

—Dios, Dee, no sé qué decirte. Pero me alegro de que estuviera… bien.

—Estuvo genial —repuso con un suspiro—. ¿Quieres saber cuánto? Quiero repetir.

Solté una carcajada y Dee abrió uno de sus ojos verde jade.

—Pero ahora tengo este… nudo en el estómago. No puedo dejar de pensar en él, de preguntarme qué opina.

—¿Has probado a hablar con él?

—No. ¿Debería?

—Pues sí, acabas de acostarte con él. Probablemente deberías llamarlo.

Dee se incorporó con los ojos muy abiertos.

—¿Y si no siente lo mismo?

Resultaba extraño ver a Dee así, teniendo una reacción tan… humana.

—Seguro que él siente lo mismo.

—No lo sé… Éramos solo amigos. Ni siquiera queríamos ir al baile de comienzo de curso juntos. —Se puso en pie de nuevo—. Pero no estoy segura de si pensaba eso por cómo me comportaba yo. Quizá siempre haya sentido algo más por mí.

—Llámalo. —Ese era el mejor consejo que podía darle, puesto que yo carecía por completo de experiencia en el tema—. Un momento. ¿Usasteis protección?

Dee puso los ojos en blanco.

—No estoy preparada para tener un bebé. Claro que usamos protección.

El alivio me inundó.

Dee se quedó un rato más y luego se fue a llamar a Adam. Todavía estaba alucinada porque se hubiera acostado con un chico. Era un gran paso, incluso para… los alienígenas. Por lo menos había estado genial. Pero ¿acostarse con alguien solo para averiguar si te gusta? ¿Qué tenía eso de romántico? Aunque, claro, ¿quién era yo para juzgarla? Había invitado a salir a un chico y estaba segura de que había sido únicamente para ver si a otro le importaba. Estaba claro que yo no era la persona adecuada a la que acudir en busca de consejo sentimental. Pobre Dee.

Cuando mamá despertó, pedimos una pizza antes de que tuviera que irse a trabajar. Mientras esperábamos, nos relajamos en el sofá como solíamos hacer antes de que papá muriera.

Mamá me pasó una taza de chocolate humeante.

—No te olvides de que el sábado te tengo para mí todo el día hasta que me vaya a trabajar, así que no hagas planes.

Sonreí mientras rodeaba la taza caliente con las manos.

—Soy toda tuya.

—Genial. —Colocó los pies con zapatillas sobre la mesa de centro—. Quería comentarte algo.

Di un sorbo enarcando las cejas. Mamá cruzó los tobillos y luego volvió a cruzarlos para el otro lado.

—Will quiere cenar con nosotras el sábado, por tu cumpleaños.

—Vaya.

Una leve sonrisa le curvó los labios.

—Le dije que quería consultarlo contigo primero, para asegurarme de que te parecía bien. —Se quedó callada un instante, arrugando la nariz—. Después de todo, es tu cumpleaños.

—Y solo cumpliré dieciocho una vez, ¿no? —respondí con una sonrisa—. No pasa nada, mamá, podemos cenar con tu Will.

Me miró entrecerrando los ojos mientras yo tomaba otro sorbo de chocolate.

—¿Debería ponerme elegante? Como es médico y eso… ¡Ostras!, ¿iremos a un restaurante caro y hablaremos de política y actualidad?

—Cállate, anda. —Se recostó con una sonrisa—. Creo que te caerá bien. No es estirado ni arrogante. En realidad, es como…

El corazón me dio un vuelco.

—¿Como papá?

Mamá sonrió con tristeza.

—Sí, como papá.

Ninguna de las dos habló durante unos minutos. Mamá había conocido a papá en su primer año de residencia de enfermería en un hospital en Florida. Él era un paciente: se había caído de una terraza y se había torcido un pie intentando impresionar a una chica. Sin embargo, según mi padre, en cuanto miró a mi madre a los ojos, se olvidó hasta del nombre de la otra. Estuvieron saliendo seis meses, se prometieron y se casaron aquel mismo año. Yo vine al mundo poco después, y no había habido dos personas más enamoradas que ellos. Incluso cuando discutían, sus palabras estaban cargadas de amor.

Yo daría lo que fuera por tener una relación como esa.

Me terminé el chocolate y me acerqué a mi madre. Ella levantó el brazo y me acurruqué a su lado, inhalando el aroma a manzana de la loción corporal que usaba en otoño. Mamá tenía la manía de cambiar de perfume y loción según la estación.

—Me alegro de que lo hayas conocido —dije al fin—. Will parece un tipo muy agradable.

—Sí que lo es. —Me dio un beso en la coronilla—. Quiero creer que tu padre lo aprobaría.

Papá aprobaría a cualquiera que la hiciera feliz. Yo estaba en el hospital el día que nos comunicaron que no le quedaba mucho tiempo. Desde fuera de la habitación, lo oí pedirle a mamá que volviera a enamorarse; le dijo que eso era lo único que quería.

Cerré los ojos. Esa clase de amor debería haber podido derrotar a la enfermedad. Esa clase de amor debería haber vencido cualquier obstáculo.