24

A la mañana siguiente, Sanuye y Rocío se levantaron muy pronto.

—¿Sabes, muchachita, que levantarse cuando el día despierta te bendice para toda la jornada? —comentó Sanuye observando los colores azulados y rojos del cielo.

—Más que por bendición, es una costumbre. No suelo dormir mucho —respondió Rocío—. ¡Qué bonito amanecer! Nunca había visto nada igual.

—Los amaneceres aquí en Oklahoma son maravillosos. ¿Ves aquellas nubes enrojecidas encima de las montañas? —preguntó la anciana—. Mi madre me contaba de pequeña que aquellas nubecillas eran los ancestros de la familia, que acudían para contemplar junto a nosotros el amanecer y así nos bendecían.

—Qué cosas más curiosas me cuentas, Sanuye —susurró Rocío con cariño.

La mujer, divertida por cómo hablaba aquella muchacha, preguntó tras admirar su corto cabello oscuro y sus profundos ojos negros.

—¿En serio que no tienes ningún familiar indio?

Rocío sonrió mientras gesticulaba.

—Ya sé que soy muy morena pero eso se lo debo a la familia de mi padre —comentó entre risas—. En España no todos son rubios como la madre de Javier, Cecilia. Los españoles solemos ser de piel morena, y más en una familia como la mía en que todos somos andaluces.

—¿Los andaluces son una tribu?

—Más o menos —respondió Rocío con una sonrisa.

—¿Es bonita España?

—Maravillosa. —Suspiró la muchacha al acordarse de su familia, de los olores de su casa los sábados, cuando su madre hacía la comida—. España es un lugar estupendo para vivir. No descarto que algún día regrese allí. Aquí en Estados Unidos no me ata nada ni nadie.

—Toma esto —dijo Sanuye dándole un café solo en un pequeño vaso.

—Vaya, lo siento. Yo lo prefiero con leche —dijo mirándola.

La mujer la miró a los ojos.

—Da tres tragos. Es para intentar aclarar tu futuro —dijo.

Aquello le pareció divertido, por lo que Rocío decidió hacerle caso. Dio tres sorbos.

Ozú… No me diga que sabe usted leer los posos del café como mi tía Eulalia —preguntó ésta devolviéndoselo.

La mujer asintió, y tomando la taza dijo:

—Veo que tienes una familia muy numerosa, pero te falta afecto en tu corazón.

Ozú… Lleva usted toda la razón —bromeó Rocío—. Aunque, sinceramente, vivo muy bien y muy tranquila en mi situación. La que se preocupa es mi madre. ¡Oh, Dios, mi madre! Yo, en cambio, estoy muy tranquila. No busco nada y si alguna vez aparece mi superhéroe, pues me encontrará.

—Veo algo caliente —dijo la anciana cerrando los ojos, y abriéndolos para clavarlos en ella, indicó—. Un amor. Un amor valiente. Un amor que aparecerá con el fuego y que te hará muy dichosa.

—¡Perfecto! —siguió la broma Rocío—. Eso quiere decir que quizá esta noche puede que encuentre al hombre de mis sueños en alguna de las hogueras. Vaya… ¡Qué bien!

Sanuye sonrió al escuchar a aquella alocada muchacha. Al ver que se reía se levantó y continuó preparando el desayuno. Poco a poco todos fueron haciendo lo mismo. Rocío les contó lo que la anciana le había relatado: que veía un amor valiente, un amor que aparecería con el fuego. A todas les pareció muy divertido.

Por la tarde comenzaron de nuevo las danzas. Asistieron ensimismadas a una tradicional llamada la «danza de la gamuza», en la que las mujeres, con sus tradicionales vestidos de flecos confeccionados en gamuza, bailaban lentamente al compás de la música. Luego vieron a otro grupo representar la «danza de los hombres», que vestidos para la ocasión con pieles o plumas recreaban la estampa de una cacería. Aunque la más espectacular de todas fue la «danza de la fantasía de los hombres». En ella se percibía la fiereza de sus movimientos, que parecían salvajes. Sin embargo, lo más espectacular de todo fue cómo acabó aquella envolvente pieza, en la que todo era calor. Terminó con un último golpe de tambor que provocó que todos los participantes se quedaran quietos como estatuas.

—Uff… ¡Por Dios! Me estoy dando cuenta de que me gustan los hombres con el pelo largo y no corto y engominado, como los ejecutivos que estoy acostumbrada a tratar —señaló Rocío tras mirar a varios.

Elsa sonrió y miró el bonito pelo de Javier, que le llegaba por los hombros.

—Hoy en día el llevar el pelo largo es para nosotros un símbolo de orgullo indio —comentó Javier mientras la miraba.

—¿En serio? Pues yo siempre había pensado que era algo hippie, incluso moderno —comentó Rocío.

Javier, tras ver como Elsa le miraba, la besó en los labios con rapidez y añadió:

—Puede que lo sea para mucha gente, pero para mí y para los integrantes de la comunidad el significado es el orgullo indio.

—Muy indio me estás saliendo tú, ehhh —bromeó Elsa besándole en los labios, mientras le pasaba la mano por el cabello haciéndole sonreír.

—Hola, Javier —dijo la voz de una mujer a sus espaldas.

Rocío y Elsa se volvieron para mirar a aquella enigmática morena, que ataviada con ropa india, estaba tras ellos.

—¿Qué haces tú aquí? —preguntó Javier, incrédulo. ¿Qué hacía Belén, su ex, allí?

—He venido al Pow Pow —dijo ella acercándosele para darle un beso que Javier no agradeció—. Creo que ésta es una fiesta abierta a todo el mundo.

—Por supuesto —asintió él con una mirada dura.

Tras observar durante un segundo a Elsa, y pedirle con la mirada que no se moviera, cogió del brazo a Belén y se la llevó aparte.

—¿Quién será esa víbora? —preguntó Rocío.

Elsa no lo sabía. Sólo se movió cuando su amiga la tomó del brazo. Al poco se detuvo al ver que aquella mujer intentaba abrazar a Javier. Sin embargo éste se deshizo con brusquedad de su abrazo.

—Es su ex, Belén. Y la verdad, no sé qué hace aquí —dijo Aída acercándose a ellas junto a su bisabuela. Habían dejado a los niños en la guardería del Pow Pow.

—Lo único que nos traerá esa terrible mujer serán problemas —dijo la anciana, y cogiendo a Elsa y Rocío del brazo dijo—: Vayamos a ver los quioscos. Allí podremos encontrar algo de comida.

Elsa no se quería mover, pero ninguna le permitió seguir observando a Javier mientras discutía con aquella atractiva mujer. Sin protestar, se dirigió hacia los remolques que ofrecían todo tipo de recuerdos y comida. Rocío compró unas cuentas de colores y una pipa de la paz para su padre. Mientras, Elsa seguía observando con disimulo a Javier, que en ese momento estaba solo, apoyado sobre un árbol y muy pensativo. Elsa, escapando del control de las mujeres, fue hasta él.

—¿Estás bien? —le preguntó.

Al verla, intentó sonreír. Sabía que Elsa necesitaba una explicación.

—Sí, cariño —dijo mirándola a los ojos—. Era Belén. No sé por qué tiene que aparecer ahora por aquí. Odiaba venir al Pow Pow. Por lo visto, ha roto con el tío con el que estaba y, de pronto, se ha dado cuenta de lo mucho que me quiere —dijo escupiendo las palabras mientras con sus ojos escudriñaba a su ex, que había ido allí con un grupo de amigos.

Elsa quiso salir corriendo al escuchar aquello, pero, respirando primero, preguntó al ver cómo él no le quitaba ojo a la atractiva morena vestida de india.

—¿Qué piensas hacer?

—¿Cómo? —preguntó él, desconcertado—. ¿Por qué dices eso?

Clavando sus ojos azules en él, apostilló:

—Quizá porque te noto indeciso.

Javier dejó que el enfado se reflejara en su cara.

—¡No digas tonterías, por favor Elsa! —gruñó.

—No estoy diciendo tonterías. Te miro y veo que no sabes qué hacer. ¿Sientes algo por ella todavía?

—Elsa, por favor. No me agobies tú también —dijo levantando la voz más de la cuenta.

No podía creerse lo que acababa de oír.

—¡A mí no me chilles! —gritó ella con los ojos encendidos en llamas, sin darse cuenta de que sus amigas y Sanuye, que les observaban, parecían no creerse lo que veían.

Javier la miró y maldijo el desconcierto que veía crecer por momentos en los ojos de Elsa. Intentó cogerla del brazo pero ella se deshizo de él con rapidez.

—Discúlpame si te he gritado, cariño. —Dando un paso hacia ella, le susurró—: Perdóname, por favor.

Elsa y Javier se miraron unos segundos y, sin necesidad de decir nada más, se abrazaron y besaron. Belén, no muy lejos de allí, les observaba con odio.