Una semana después…
—¿Cómo que no vendrás? —preguntó Shanna enfadada, mientras hablaba por teléfono con su amiga y visionaba junto a Luis lo grabado en el acuario.
—Es que tengo mucho trabajo —protestó Celine desde Bruselas—. Te juro Shanna que me sale por las orejas —intentó bromear.
—Por las orejas es por donde te cogerá Aída como no acudas a la comunión de las gemelas. Mira, Tempanito —amenazó Shanna—, compóntelas como quieras pero te quiero aquí. ¡Me has oído! Aída no está pasando por un buen momento con Mick y creo que nos va a necesitar ese día a su lado. ¡Se lo habíamos prometido!
«Elsa tiene razón, Shanna está demasiado irascible», pensó Celine. Sin embargo, dijo:
—De acuerdo, hija. No te pongas así. No sé cómo lo haré, pero iré. Reorganizaré mi agenda y aprovecharé la comunión para ir a visitar a un cliente en California.
Algo más tranquila, y feliz por haber convencido a Celine, Shanna dijo:
—Ésa es mi chica. Por cierto, ¿vendrás sola? —preguntó.
—Sí.
—¿No hay nadie importante en tu vida, Tempanito? —bromeó Shanna, intentando no pensar en sus propios problemas.
Celine sonreía cada vez que una de sus amigas la llamaba «tempanito». Pero al oír aquella pregunta, se sintió culpable por no haberle contado lo que le había pasado.
—No, nadie importante. —Y tras suspirar señaló—: Mira, Shanna, no me apetece aguantar a ningún tío. Me acuesto con Joel y así me va bien.
—¿Es bueno en la cama? —preguntó Shanna.
—Superior —bromeó Celine—. Oye, cambiando de tema, ¿qué me dices de lo de Elsa y el hermano de Pocahontas? ¡Qué fuerte después de tantos años!
Aquello le volvió a recordar a George, pero tras apartarlo de su mente sonrió y dijo:
—A mí me encanta esa relación —dijo Shanna al recordar a su amiga—. Te acuerdas en la boda de Aída, cuando nos enteramos de que las flores que le regaló Javier se llamaban nomeolvides.
Ambas rieron.
—Claro que me acuerdo. ¡Qué momentazo! —recordó Celine—. Por eso, cuando me llamó Aída y me lo contó, me quedé pillada.
—¿Pillada? Así es como está Elsa, ¡pilladísima! Pero no me extraña, cuando veas al indio lo entenderás.
—Mujer, no le llames así —añadió riendo.
—Lo digo con cariño, ya verás cómo la trata. —Y al ver en la pantalla de su ordenador imágenes del acuario de Seattle, dulcificó la voz—. La verdad es que encontrar a alguien que te trate de esa manera es para estar pillada.
Tras encenderse un cigarrillo, Celine dijo:
—Hablé con Rocío hace un par de días. Me comentó lo del regalo para las niñas.
—Yo les hubiera comprado otra cosa, pero bueno, a ella le pareció buena idea regalarles las dos bicicletas de la Barbie con sus complementos.
—A mí también me parece bien —asintió Celine—. Siempre y cuando a las niñas les gusten.
—Si de algo estoy segura es de que les gustarán. Rocío siempre acierta con los regalos, y con ella las niñas se vuelven locas.
Celine sonrió al pensar en su amiga. Rocío era la que menos había cambiado de todas. Seguía siendo ella, la andaluza simpática de siempre.
—Rocío tiene una manera de ser que se gana a todo el mundo. Será toda una madraza.
Aquello hizo reír a Shanna que dijo:
—Pues no sé cuándo. Sigue esperando la llegada de su superhéroe. Ése que según ella debe de estar muy ocupado.
—Por cierto, ¿qué tal tu reportaje en Seattle? —preguntó Celine tras aspirar una calada.
—Inquietante —susurró Shanna al ver una imagen de ella junto a George.
—Explícame el significado de «inquietante» —dijo Celine levantándose para mirar a la calle a través de los cristales de su despacho.
Intentando que su voz no se derrumbara Shanna tomó aire y prosiguió:
—En un mismo día vi al idiota de Phil —Celine se carcajeó—, me enteré que Marlon había organizado una orgía en mi casa y me reencontré con George O’Neill.
—Rocío me llamó para contarme lo de Marlon. ¡Olvídate de ese imbécil! En cuanto a Phil, prefiero omitir lo que siempre he pensado de semejante ser. Por cierto, oye, George… ¿Quién es George?
«¡Mierda!», pensó Shanna. Tras tragarse el nudo de emociones que se hacía en su garganta, preguntó:
—¿Te acuerdas de cuando vivía en Toronto con mamá?
—Sí —asintió Celine.
—Recuerdas ese amor imposible que…
—¿Tu vecino? —recordó Celine—, ése al que siempre has adorado a pesar de que no te hacía caso. No me digas que le has vuelto a ver. ¡Qué fuerte, por Dios! Y dónde vive, ¿en Seattle?
—Sí, mi vecino —asintió Shanna cerrando el ordenador. La imagen de George y ella sonriendo en el acuario la ponía melancólica—. Él es el veterinario del zoo y el acuario de Seattle, y… —Pero al ver llegar a Brooke Garsen, su jefa, dijo—: Oye Celine, te dejo. Ha llegado mi jefa. Ya hablaremos. Besos.
Tras aquello, ambas cortaron la comunicación.