12

Lo prometido era deuda y al día siguiente, su compañero Tony, junto a Conrad, fue a visitarla. Tony sabía lo mucho que a Elsa le gustaban las palomitas y el helado de vainilla con nueces de macadamia, así que decidió llevarle un tarro enorme, junto a un cubo de palomitas. Y allí estaban los tres, tirados en el sillón del salón de Elsa tomando helado, mientras veían un programa de televisión y Estela preparaba algo para cenar. A las ocho de la tarde sonó el timbre del portero automático. Estela abrió y pocos minutos después un guapísimo Javier aparecía con una encantadora sonrisa, dejando a Conrad, Tony y Elsa sin saber qué decir. Estela, al ver la cara de desconcierto de su nieta, comentó con alegría.

—Pero bueno. ¡Qué ilusión! Ha venido a verte el doctor Thorton.

«Abuela…, lo tuyo es muy fuerte», pensó Elsa mirándola con enfado.

—Hola, soy Javier —saludó éste al ver cómo los demás le miraban y Elsa no hacía nada por presentarle.

Tony, que se había quedado de piedra al ver aparecer a aquel tipo tan atractivo con el ramo de flores, reaccionó rápidamente y levantándose le saludó.

—Encantado, Javier. Soy Tony, amigo y compañero de trabajo de Elsa, y él es mi novio Conrad.

Éste, al ver cómo Tony le hacía una señal, se levantó y le saludó, mientras Elsa seguía mirándoles sin decir nada.

—Pues digo yo —dijo la anciana acercándose a Tony y a su novio— que como voy a ir a ver a mi hija Samantha, quizá os pille de paso dejarme en su casa.

«No me hagáis esto», pensó Elsa, incapaz de decir ni una sola palabra.

Tony y Conrad, divertidos por los aspavientos que la mujer hacía, la entendieron rápidamente y, a pesar de que Tony miró a Elsa y ésta negó con la cabeza, Conrad cogió de la mano a su novio y dando un tirón de él dijo:

—Sí, por supuesto Estela, nosotros te llevamos.

«Esto es increíble», pensó Elsa al ver la jugada de su abuela, mientras Javier, incrédulo, les miraba sin entender nada.

—¿Dónde dices que vas, abuela? —preguntó Elsa con ojos de querer asesinarla.

—Pues a ver a mi hija y a su pequeñita —respondió Estela con tranquilidad.

Y tras coger su bolso y empujar a Tony hacia la puerta, para desconcierto de los que se quedaban en la casa, aclaró:

—Ah, perdona, cariño, se me había olvidado decirte que invité a Javier. Uff, esta cabeza mía cada día está peor —dijo Estela para sorpresa de todos. Luego, mirando a Javier, preguntó—: No te importa cenar solo con mi nieta, ¿verdad?

Ahora lo entendía todo y, tratando de no soltar una carcajada, dijo mirando a la mujer:

—No se preocupe. Estoy seguro de que su nieta es una excelente compañía.

Elsa miró a su amigo Tony implorando su ayuda, pero éste, tras sonreír y hacer un gesto de aprobación, ni se movió.

—Javier, podrías quedarte aquí hasta que yo vuelva de mi visita —volvió a atacar la anciana.

Elsa no pudo más y gruñó.

—¡Pero abuela, por Dios!

No pudo continuar. Javier, plantándose entre las dos, dijo mirando a la anciana:

—No se preocupe. Me quedaré aquí hasta que usted regrese.

—Pues no se hable más. —Y cogiendo del brazo a dos divertidos Tony y Conrad, se despidió—. Me llevan estos hombretones. Tenéis la cena en la cocina, sólo hay que calentarla. Hasta luego.

Y dicho esto, cerró la puerta mientras Elsa se tapaba la cara con un cojín del sofá y chillaba. Javier, sorprendido, por aquel gesto, la miró, pero al final tuvo que taparse la boca para no reírse delante de ella.

—Lo siento, Elsa. He intuido que ha sido todo una encerrona —dijo Javier aún de pie con el ramo de flores en la mano.

Verde por la rabia y la impotencia, Elsa susurró con furia:

—La voy a descuartizar. Lo juro. La descuartizaré.

Incapaz de reprimir una sonrisa, Javier se sentó junto a Elsa, y comprendiéndolo todo, señaló:

—No te preocupes, las abuelas son así.

—Pero… pero tú has visto qué descaro. ¡Oh, Dios! —continuó gruñendo Elsa, hasta que Javier tomando con su mano la barbilla de la mujer hizo que la mirase y dijo:

—Siento todo esto, pero ya que estoy aquí, ¿por qué no intentamos pasar una velada agradable?

Consciente de que él no había tenido nada que ver, suspiró y asintió. Le gustara o no, reconocía que la presencia de Javier le agradaba y, por lo que había visto, también a su abuela, a Conrad y a Tony.

—Tienes razón. —Y, nerviosa por su cercanía, pidió—. Venga, ayúdame a levantarme. Te diré dónde tengo un jarrón para esas pobres flores, que se están muriendo de sed.

Javier sonrió y al ayudarla para que se levantase, volvió a oler el perfume que le había estado volviendo loco aquellos días. Casi en volandas éste la llevó hasta la cocina, y allí ella le señaló un jarrón. Mientras Javier lo llenaba de agua, ella se disculpó un segundo y fue al baño, donde se horrorizó al verse reflejada en el espejo despeinada y sin maquillaje. Pensó qué hacer, si cambiarse de ropa o continuar con la misma, y tras reflexionarlo, decidió continuar igual. Así, él no se haría ilusiones. Lo que sí hizo fue cepillarse los dientes y peinarse, antes de regresar al salón.

—Estás guapísima —dijo Javier sujetándola por la cintura para acompañarla hasta el sillón—. Estás mucho más guapa al natural que cuando te pintas.

—Gracias —sonrió agradecida. ¿A qué mujer no le gusta que le digan cosas bonitas?

Al sentarse en el sillón, los dos se quedaron callados, sin saber qué decir, al tiempo que en la televisión comenzaba la película Vanilla Sky.

—¿Has visto esa película? —preguntó Javier.

—No. Siempre he querido verla, pero mi trabajo apenas me permite ir al cine.

—Yo tampoco la he visto. ¿Quieres que la veamos?

Aquello pareció una buena idea, y Elsa, acomodándose en el sillón, cogió el bol de palomitas y dijo:

—¡Genial! Y encima, con palomitas.

Tirados en el sillón, junto al enorme bol de palomitas y las latas de Coca-Cola que Javier sacó de la nevera, vieron la película con tranquilidad. Sobre las diez, cuando el filme se acabó, se levantaron y fueron a la cocina, donde sonrieron al ver que Estela les había dejado preparada una riquísima y opípara cena.

—Vaya —dijo él sonriendo—, por lo que veo tu abuela piensa como la mía. Una buena comida relaja al guerrero.

Elsa asintió y sonrió al ver que incluso había metido una botella de champán en el congelador.

—Sí, esta mujer es increíble.

Comenzaron por el cóctel de gambas mientras hablaban acerca de los problemas matrimoniales de Aída. Elsa pudo comprobar que ésta no le contaba toda la verdad ni a su hermano, ni a sus padres, por lo que decidió no ser indiscreta y omitir ciertos detalles. Tras el cóctel, siguió una deliciosa carne y, en ese momento, la conversación entre ellos era ya fluida. Sin embargo, ninguno de los dos comentó lo ocurrido noches atrás.

—¿Y la bisabuela Sanuye? ¿Qué dijo cuando te vio llegar en esas condiciones? —preguntó mirándole con una copa en la mano, mientras se reía por lo que él contaba.

—Pobrecita —sonrió Javier—. Fue hasta la casa de Pájaro Azul, «Chimalis», y cogiéndole por la oreja le hizo prometer que nunca más robaría, ni usaría la pipa de su abuelo Árbol Grande, «Adoette», para fumar marihuana. Según ella, cada vez que lo hacía, los espíritus de sus antepasados se revolvían de vergüenza. Ni que decir tiene que «Chimalis» nunca más la volvió a usar. Mi abuela es tremenda.

—Sí, debe de serlo… —rió Elsa.

En ese momento, sonó el móvil de Javier. Éste, disculpándose, se levantó para contestar mientras miraba a través de la ventana. Con fingida tranquilidad, Elsa le observó, y cuando el hombre cerró el móvil, le oyó maldecir y, tras mirarla, dijo:

—Lo siento, pero tengo que regresar al hospital.

Contrariada por aquello, aunque intentando que no se le notase, ella preguntó:

—¿Qué ocurre?

Mientras él recogía su chaqueta y se pasaba la mano por el pelo contestó:

—Ha habido una colisión en cadena y, por lo visto, están colapsadas las urgencias del hospital. —Sacando una tarjeta de su cartera, añadió—: Toma, Elsa. El otro día no te dejé una tarjeta mía. Si necesitas algo, me puedes localizar en estos teléfonos.

En ese momento se oyó la puerta de la calle.

—Buenas noches, muchachos —saludó la abuela, y Elsa guardó la tarjeta—. ¿Qué tal la cena?

Javier la miró con una sonrisa cautivadora y, para agrado de la mujer, señaló:

—Tengo que felicitarla. Es usted una maravillosa cocinera.

—Oh… gracias. —Y acercándose a él murmuró—: Pues verás cuando pruebes mis costillas guisadas.

Eso le hizo sonreír con agrado. Elsa intervino:

—Muy rico todo abuela, pero ya hablaremos tú y yo.

La mujer la miró con gesto de no entender nada. En ese momento, Javier dijo:

—Bueno, me quedaría con vosotras más tiempo, pero me tengo que ir.

—¿Tan pronto? —preguntó Estela, al pensar que se iba porque ella había llegado.

—Le han llamado del hospital. Ha habido un accidente y debe regresar —comunicó Elsa.

—Oh, Dios, qué horror —murmuró la mujer y, marchándose a toda prisa a su habitación, añadió—: Que tengas buena noche, hijo. Espero verte otro día por aquí. —Tras decir aquello, cerró la puerta de su cuarto.

Al ver aquello, ambos se miraron, sonrieron y Elsa suspiró.

—Verdaderamente, iba para actriz.

—Estoy seguro de que habría ganado muchos Oscar —bromeó él apoyado en la puerta mientras miraba a Elsa, que se había empeñado en levantarse para acompañarle hasta la puerta.

Cuanto más la contemplaba, más guapa y deseable la veía con aquel pijama de seda azul oscuro. Quería volver a verla, pero no quería agobiarla. Optó por no decir nada.

—Bueno, tengo que irme —bromeó él—. El deber me llama.

—Muchas gracias por las flores y por tu compañía.

Aquella encerrona por parte de su abuela había sido una de las mejores cosas que le había pasado en mucho tiempo. La compañía de Javier le agradaba, y mucho.

Sintiéndose como un tonto al verse allí parado, decidió ponerse en marcha y, mientras caminaba hacia el ascensor, Javier se volvió y dijo:

—No te olvides de ir al hospital dentro de tres días, por lo de tu tobillo.

Ella sintió deseos de que la besara como había hecho noches atrás pero, incapaz de decir nada, se limitó a apoyarse en su muleta, mientras lo veía esperar el ascensor.

—Te espera una noche ajetreada, ¿verdad?

Él asintió y retirándose el pelo de la cara apuntó:

—Sí, será dura. Durante varias horas estaré metido en un caos que en muchas ocasiones acaba trágicamente para algunas personas. —Al ver que ella le miraba con el cejo fruncido, intentó sonreír y añadió—: Aunque también la sonrisa de un paciente o ver que has aliviado su dolor resulta reconfortante. En fin, será una noche larga.

En ese momento se abrieron las puertas del ascensor. Los dos se miraron, indecisos, y al final Javier se acercó a ella, depositó un suave beso en sus labios y, volviendo con rapidez hacia el ascensor, dijo:

—Me ha encantado estar contigo.

Las puertas del ascensor se cerraron y Elsa se quedó como una tonta apoyada en la muleta y en la puerta, mientras sentía aún el dulce beso de Javier. Un par de minutos después, cerró la puerta de su casa y sus ojos miraron hacia la mesa donde momentos antes Javier y ella habían cenado juntos, entre risas. Cerró los ojos y, tras luchar contra ella misma, sacó la tarjeta que éste le había dado y después de escribir «¿Cuándo volvemos a ver una película?» en el móvil, le mandó el mensaje. Dos segundos más tarde su móvil pitó y sonrió al leer: «Mañana, pero esta vez las palomitas las llevo yo».