6

La ceremonia religiosa iba a tener lugar en la iglesia de las Carmelitas Descalzas, junto al templo de Debot. Era una iglesia bonita, que tenía el encanto de las antiguas. Sus techos abovedados, los bancos de madera y aquel olor característico denotaban perdurabilidad. Al llegar el coche, todo el mundo ya estaba dentro. Mick, nervioso, esperaba en el interior. Aída, ayudada por su padre y sus amigas, salió del coche, se colocó el vestido y el velo y se propuso entrar. Pero antes, miró a sus amigas, les guiñó el ojo y con decisión, agarrada del brazo de su padre, entró en la iglesia donde comenzó a sonar la marcha nupcial de Mendelssohn.

En el primer banco se sentaron Cecilia, Javier y las chicas. Bernard, desde un discreto asiento trasero, sonrió a Celine. Mientras, los padres de Elsa y Rocío, emocionados, las observaban. Los padres de Celine y Shanna se habían disculpado por no asistir con una nota. Elsa estaba tan emocionada observando a su amiga que no se había dado cuenta de que estaba sentada al lado de Javier. Éste, por el rabillo del ojo, se pasó gran parte de la ceremonia observándola. Tenerla cerca le encantaba. Aquella amiga de su hermana siempre le había gustado, y sentir el aroma que ella desprendía y ver dibujada una sonrisa en su boca le volvían loco.

Durante la ceremonia, cuando el cura pidió que se dieran la paz, Elsa se percató de que Javier estaba ahí. Sus miradas se encontraron durante una fracción de segundo y Elsa sintió un latigazo de calor que casi la hizo saltar del banco. A partir de ese momento, ya no se enteró de nada más. Estaba tan nerviosa que no se pudo volver a concentrar en lo que su amiga leía, cuando, supuestamente, todo el mundo estaba escuchando. Una vez finalizada la ceremonia, y tras el maravilloso y romántico beso que Mick le dio a Aída una vez que el cura dijo que ya eran marido y mujer, pasaron a la sacristía para firmar, mientras sonaba el Ave Verum Corpus de Mozart. Tras la firma de los testigos, el arroz voló por los aires. Todo el mundo acabó lleno de arroz, mientras las risas estallaban por doquier.

Cecilia, más tranquila al ver a su hija casada, organizó el lanzamiento del ramo de novia. Consiguió, a pesar de las protestas, poner a todas las muchachas delante de Aída que, feliz y muerta de risa, cogió impulso. El ramo voló por los aires. Con guasa lo tiró hacia donde estaban sus amigas pero ellas, al ver lo que pretendía su amiga, fueron más rápidas y en dos zancadas se apartaron. Al final, tras una lucha encarnizada entre varias solteras, el ramo acabó en manos de Almudena, una prima de la novia, que se puso a saltar como una loca para enseñárselo a todo el mundo.

Candela y Bárbara, junto a sus maridos, no dejaban de reír tras ver el rápido y gracioso movimiento de las muchachas. Después, todos se montaron en los coches para dirigirse hacia el hotel Ritz de Madrid.

Los trescientos invitados fueron llegando poco a poco al glamuroso hotel, cercano al Museo del Prado. Mientras todos esperaban la llegada de los novios, los camareros pasaban bandejas con bebidas y aperitivos. Anthony y Cecilia, los orgullosos padres de la novia, llegaron unos segundos antes que los novios, que fueron recibidos por los aplausos y vítores de los invitados.

La cena se organizó en los salones Alfonso XIII y Felipe IV. Todos los invitados no cabían en el mismo salón. Sin embargo, al estar conectados entre sí, no hubo problema. En una mesa grande se colocaron los novios acompañados por sus respectivos padres, Javier y sus abuelos, Aiyana y Patrick. Bernard una vez en el Ritz, buscó a Celine, que, encantada y con descaro, le besó delante de todos, lo que hizo a sus amigas reír. Las chicas no pasaron desapercibidas para los amigos de Mick, y Elsa, no pudo dejar de sentirse extraña cuando su mirada en diferentes ocasiones se cruzó con la de Javier, que siempre le sonreía.

El salón Alfonso XIII tenía unas impresionantes puertas acristaladas que conectaban con el jardín. Aquella elegante estancia contaba con unos maravillosos tapices del siglo XVII, y una impresionante alfombra hecha a mano por la Real Fábrica de Tapices. El salón Felipe IV era más sobrio que el anterior, aunque no menos impactante.

Una vez ubicados todos los comensales, los camareros comenzaron a servir delicias de salmón y jamón ibérico, pastelitos de caviar, yemas de espárragos de Tudela y cigalas. Todo ello regado por estupendos vinos de la Rioja y el Penedés, además de cavas españoles. Tras aquello se sirvió rape con habitas a la menta y perdices con manzana y cordero asado. Acabados los platos principales, llegó el postre. Se sirvieron tartaletas de manzanas, helado de turrón y el tradicional pastel de boda, una enorme tarta de nueve pisos de trufa, nata y finas virutas de chocolate, adornada con preciosas flores de azúcar, y la figura de unos flamantes novios en la parte superior.

Las muchachas comían divertidas tarta y helado, cuando Aída, la novia, se levantó y, con una sonrisa, se dirigió hacia ellas.

—¿Qué tal todo? ¿Lo pasáis bien?

—Maravillosamente bien —asintió Shanna, y levantando la copa de cava señaló—: El cava es espectacular.

Feliz como nunca en su vida, Aída sonrió y tras contemplar la alegría de sus padres, dijo:

—Ya sabéis que mis papis lo hacen todo a lo grande o no hacen nada. —Y con gesto divertido susurró—: Ahora pondrán música y despejarán el salón para que quede espacio para bailar. Por lo tanto, chicas, quiero que seáis las reinas de la pista.

En ese momento se acercó Mick, el flamante y rubio novio, hasta la mesa de sus amigos, que prorrumpieron en gritos y silbidos.

—Esta noche la reina de la pista, querida Amitola, tienes que ser tú —señaló Celine—. Por cierto, menudos son estos yankees. ¿Mick se comporta siempre así cuando está con sus amigos?

Aída vio reír a George, Mark y Spencer por algo que comentaba Mick, mientras bebían como cosacos.

—Más o menos —respondió ésta, divertida—. Son muy buenos chicos, no os dejéis engañar por las apariencias. Pero creo que han bebido un poquito.

—¿Un poquito? —exclamó Rocío haciéndolas reír—. Pero si se han bebido todo el Penedés.

Luego se retiraron las mesas y comenzó a sonar música de Strauss en el salón. Era el Danubio Azul. Con ese vals unos felices Aída y Mick abrieron el baile e invitaron a todos a acompañarles.

—¡Virgencita! —exclamó Rocío sentándose acalorada tras bailar varias piezas—. Ese Spencer se debe de apellidar «pulpoman». ¡Madre mía! Me mete mano a la más mínima oportunidad.

—¿En serio? —rió Shanna—. Pues baila muy bien y es muy mono.

—Es un experto bailarín —confirmó Elsa al verle bailar un rock and roll con una prima de Aída.

Sin ningún disimulo, las muchachas se fijaron en cómo Spencer bailaba. Realmente, sabía hacerlo y llevaba el ritmo en la sangre.

—¿Lo pasáis bien? —dijo una voz tras ellas. Todas se volvieron a mirar y se encontraron a Javier con tres muchachos más.

—Maravillosamente, chiquillo —asintió Rocío.

—¿Y tú cómo estás pasando tu cumpleaños? —preguntó Shanna, que se había dado cuenta durante la cena de que Javier miraba mucho hacia su mesa e, incrédula, había comprobado que era a Elsa a quien miraba. Sin embargo, no dijo nada.

—Diferente y divertido —respondió éste sonriendo—. Hoy es un día grande. Mi hermana se casa, consigo toda la casa para mí y, por fin y lo más importante, dejo de ser un crío.

Al decir aquello, Elsa le miró a los ojos y vio que él la obsequiaba con una sonrisa pícara y sensual.

—¿Un crío? —voceó Shanna—. Ojalá todos los críos que yo conozco fueran como tú, sería maravilloso.

En ese momento, Celine se acercó a ellas junto a Bernard y preguntó:

—¿Quién es un crío?

Elsa, consciente de que todas debían de intuir algo, puso los ojos en blanco haciéndolas sonreír.

—¡Javier! —respondió Rocío, que escuchaba al tiempo que observaba a Spencer bailar.

Celine miró a un Javier risueño y, tras mandar a Bernard a por una copa de cava, se acercó a él en plan provocativo. Sus amigas no se lo podían creer cuando le dijo casi al oído:

—¿Tú eres el crío? —Él asintió con una sonrisa y Celine dijo—: Pues quiero que sepas que para mí, y seguro que para muchas, eres un crío altamente peligroso.

—¡Celine, por Dios! —gritó en ese momento Aída, que la había oído—. ¡Qué le estás haciendo a mi hermano!

—Hacerle, hacerle… no le he hecho nada —dijo separándose de él. El muchacho, a pesar de no demostrarlo, estaba alucinado por las cosas que Celine decía, mientras observaba a Elsa y veía cómo ésta miraba hacia otro lado.

—Oh, Celine… eres tremenda —dijo Shanna con guasa al ver la cara de Aída y sus amigas.

Javier, consciente de que Celine podía ser también bastante peligrosa, preguntó al oír que ponían una balada.

—¿Alguna de vosotras quiere bailar conmigo?

—Yo no puedo —dijo Rocío que, sorprendiéndolas a todas, se fue hasta donde estaba Spencer, le agarró del brazo y se puso a bailar con él.

—¡Vaya con Rocío! —murmuró Celine mirándola.

—Ya te dije, Celine —bromeó Elsa—, que a veces las apariencias engañan y nuestra andaluza de tonta no tiene un pelo.

—Tienes toda la razón, las apariencias engañan —asintió Javier, y tomando a Elsa de la mano le preguntó—: ¿Te apetece bailar conmigo?

Pero Elsa no pudo responder. Un empujón de Shanna hizo que se plantase en medio de la pista mientras continuaba agarrada a Javier. Cuando iba a protestar, uno de los jóvenes amigos del muchacho invitó a bailar a Shanna, y Anthony, el padre de Aída, que en ese momento pasaba por ahí, arrastró a Celine a la pista, mientras Aída cogía la copa de cava que Bernard traía para Celine, se la bebía, y charlaba con él. Sin mediar palabra, Elsa se dejó llevar por la música, mientras sentía junto a ella el cuerpo fibroso de aquel joven.

—Bailas muy bien —dijo Elsa sin mirarle.

—Gracias. Pero sácame de una duda, ¿bailo como un crío o como un adulto?

Al escuchar aquello, Elsa le miró y se puso roja como un tomate.

—Oh… Javier —se lamentó—. Siento haber dicho lo de crío. Es que para mí siempre has sido el hermanito pequeño de Aída, y entonces…

Al ver y, en especial, sentir el mal rato que la chica estaba pasando, el muchacho dijo:

—Vale… vale. Te perdono, pero sólo porque eres tú.

El olor a masculinidad de aquel muchacho se le había metido en las fosas nasales y le estaba comenzando a gustar, y tras aquel «sólo porque eres tú» Elsa, con una sonrisa tonta, murmuró:

—Uff… menos mal —bromeó—. ¡Qué peso me quitas de encima!

—¿Sabes que estás muy guapa hoy?

Elsa tragó con dificultad. Si seguía en los brazos de Javier se iba a ahogar.

—Tú también —pudo articular.

—Gracias, Elsa —respondió arrastrando su nombre, mientras disfrutaba de ella, de su olor, su cercanía y su desconcierto—. Pero sigo creyendo que tú eres una preciosidad.

Incapaz de centrarse en nada, para desviar la conversación, Elsa preguntó:

—¿Has decidido ya qué carrera vas a hacer?

Con una encantadora sonrisa, él respondió, acercándose más de lo necesario:

—Lo he pensado mucho, y ya sabes que mi familia está llena de médicos. —Ella asintió—. Hubo un momento en que pensé estudiar derecho. Pero hoy por hoy, pienso que la justicia no es justa, y me traería más problemas que beneficios —comentó mirándola a los ojos y, por una vez, ella no apartó la mirada—. Y al final he decidido continuar con la tradición familiar. Seré médico.

—Eso está bien —sonrió—. Tus padres estarán muy contentos.

—Sí, lo están —afirmó deseando besarla—. Para mi abuelo es un orgullo tener otro futuro médico en la familia.

—¿Has pensado la especialidad?

—Eso todavía está por decidir. Pero el año que viene me iré a Estados Unidos e iniciaré mis estudios allí. Aún tengo tiempo para decidirlo. ¿Tú qué planes tienes?

—En septiembre viajaré a Los Ángeles.

—¿Los Ángeles? —repitió, sorprendido por su respuesta. Ella asintió.

—La familia de mi madre tiene negocios allí. Quizá te suene la empresa Pikers. —Él asintió—. En Estados Unidos es muy conocida.

Con una sonrisa que desconcertó a Elsa, Javier le dijo acercando su boca al oído:

—Ya sabía que la empresa Pikers era de tu familia, me lo dijo Aída. —Elsa sonrió—. El abuelo siempre la contrata para organizar los cócteles o las fiestas de Navidad y queda muy contento. ¿Hace mucho que tu familia posee la empresa?

—Oye… me alegro mucho de que tu abuelo esté contento con nosotros —rió—. La empresa la puso en marcha la abuela Estela cuando se quedó viuda, para ganar unos dólares. Comenzó a preparar tartas de manzana que vendía en las cafeterías y pastelerías de San Diego. Cuando la abuela enviudó, mamá tenía cinco años, el tío Robert siete, la tía Shamanta dos y el tío Brad diez. La abuela siempre nos cuenta que trabajó muy duro para sacar a sus hijos adelante. Poco a poco, sus tartas fueron más solicitadas y, con el tiempo, la gente comenzó a encargarle también los platos para sus fiestas. Pasados unos años la abuela, con la ayuda de algunos trabajadores, empezó a organizar eventos como el 4 de Julio o Navidad. —Javier la escuchaba con atención, apenas parpadeaba, y ella prosiguió—. Mamá siempre dice que recuerda a la abuela trabajando incansablemente toda la vida y que, cuando ella tenía diez años, inauguró su propia empresa, a la que bautizó con el apellido del abuelo, Pikers. Desde entonces, la empresa ha ido creciendo, y se ha expandido por todo Estados Unidos.

—Sí. Sí, lo sé —afirmó Javier, mirándola—. Recuerdo haber visto, creo que en Los Ángeles, un edificio con el logotipo de Pikers.

Elsa, feliz al hablar de su familia, asintió y dijo:

—Sí. En Los Ángeles el tío Brad dirige la empresa. Aunque es la abuela desde San Diego quien lo controla todo. ¡Menuda es! —rió al recordarla—. Las oficinas centrales están en Los Ángeles. Allí se canalizan los trabajos y se reparten dependiendo de dónde se tengan que realizar. Sé por mi tía Samantha que a veces le ha tocado viajar a México. Allí también les contratan para algún que otro evento, y hace poco hablé con ella y me dijo que tenía previsto un viaje a China o Japón, no sé bien adónde. Espero que cuenten conmigo para ese viaje. Me atrae conocer otras culturas.

—Entonces, ¿organizáis todo tipo de eventos?

—Sí. Desde una celebración de Acción de Gracias hasta una maravillosa Navidad, una estupenda boda o lo que quieras encargar. Mamá comprobó cuando llegó a España que aquí, por cultura, no se suele contratar a ninguna empresa para la organización de eventos y por eso montó la tienda y el taller de vestidos de novia Bárbara Pikers. Su propia empresa.

Como sentía curiosidad por saber de su vida, a pesar de que sonaba una canción distinta no la soltó y continuó bailando.

—¿Y qué harás en Los Ángeles?

Elsa resopló y retirándose un mechón de la frente dijo:

—Pues si te soy sincera, no lo sé. —Ambos sonrieron—. Cuando hablé con la abuela me dijo que quería que estudiase todo lo que pudiera sobre celebraciones, bodas, compromisos y demás. Ella sabe cómo soy y siempre ha dicho que yo era emprendedora, igual que ella. Además, sabe que ayudo a mi madre en la tienda y que soy una excelente relaciones públicas. Me gusta que las clientas se vayan contentas y vuelvan tras su boda, para encargarnos cualquier tipo de vestido, de noche, de cóctel, etcétera. Me encanta que la gente que viene a Bárbara Pikers se vaya satisfecha por el trato que ha recibido aquí.

—¿Sabes, Elsa? Creo que triunfarás —aseguró Javier muy convencido.

—Gracias —sonrió ella—. Pero más que triunfar, yo lo que quiero es estar contenta conmigo misma.

—Quizá podamos vernos alguna vez en Estados Unidos —soltó el chico asustándola—. Ambos estaremos en Los Ángeles.

Elsa le miró. No quería ser antipática, era el hermano de su amiga. Pero no quería nada con él, ni con nadie. Así que, tras tomar aire, respondió:

—Quizá… Pero sé que cuando llegue allí me espera un trabajo duro, y a ti igual. Vas a ser médico, no lo olvides. Además, piensa que no tendrás tiempo para nada y olvidarás muchas cosas.

—Tienes razón, ambos tendremos que trabajar duro. Sin embargo, las cosas importantes no se suelen olvidar.

Al borde del infarto, Elsa pensó qué responder mientras se acercaban hasta un gran centro de flores, donde sobresalían unas florecillas pequeñas de color azul y blanco. Javier, al ver la confusión en sus ojos, alargó la mano y cogió un pequeño ramo azul cielo.

—Toma, Elsa. Son para ti.

—Gracias —murmuró al cogerlas—. ¡Qué bonitas! Me encantan.

Javier sonrió y mirándola se perdió en sus ojos mientras le decía:

—Mi padre las hizo traer. Esta flor representa mucho para mamá y para él. —Ella, al escucharle, se sorprendió y él prosiguió—: Si recuerdas el ramo de flores que llevaba Aída, recordarás que había unas cuantas en azul.

—¿Cómo se llama esta flor? —preguntó al observar un ejemplar de cinco pétalos con el centro rosáceo.

—Myosotis palustris —respondió Javier sonriendo, mientras ella se prendía con un alfiler las flores en el vestido, justo encima del corazón.

—Mucho nombre para tan poca flor, ¿no crees?

Javier asintió y, hechizado por ella, susurró:

—Tienes razón, pero ése es su nombre científico.

Al decir aquello, Elsa le miró. Observó sus labios, y sintió el mismo deseo que él. Se sentía extrañamente atraída por Javier, algo que no le había ocurrido desde que su ex novio la dejara para casarse con la asturiana. Los ojos del muchacho le decían lo que su boca no era capaz de articular, pero su juventud, sus dieciocho años, hacían que le rechazase, a pesar de que le parecía mucho más maduro que otros a los que había conocido.

En ese momento apareció Mark, uno de los amigos de Mick, y rompió la tensión que entre ellos se había creado al pedir permiso a Javier para bailar con ella. Javier, apartando la mirada de ella, asintió y la soltó, y ella sintió una extraña sensación de euforia y tristeza pero, con rapidez, apartó los brazos del cuello de Javier, para ponerlos sobre el de Mark. Con una sonrisa, Javier se alejó y Elsa continuó bailando con Mark. A partir de ese momento, el muchacho no volvió a acercarse a Elsa. Quería que ella se acercara hasta él, pero no lo hizo. Aunque sí le sonreía, cuando las miradas de ambos coincidían y se alegró al ver que las flores azules seguían prendidas en su vestido.

—Javier es una monada, ¿verdad? —preguntó Shanna directamente a Elsa, que estaba apoyada en una mesa tomándose un refresco.

—Es un chico de veras encantador —respondió escuetamente.

Shanna, acercándose a ella, dijo con complicidad.

—¿Sabes? Creo que le gustas.

—¿Tú crees? —intentó hacerse la sorprendida.

Su amiga, divertida por cómo ella disimulaba mirando alrededor, le susurró:

—Y también creo que él te gusta.

Con rapidez, Elsa se volvió hacia su amiga, a quien encontró con una sonrisa pícara, y, tras retirarse el pelo de la cara, dijo levantando la barbilla:

—¡Anda ya!, no digas tonterías. Es un crío.

—Hablo de chispazo, no de amor eterno —aclaró Shanna—. Intuyo que entre vosotros existe ese algo inquietante. Lo percibo en vuestros ojos, en vuestras miradas.

—¿Nuestras miradas?

Shanna, cada vez más divertida por la cara de angustia de su amiga, se acercó más a ella y le indicó:

—Nos conocemos, Elsa, no intentes disimular conmigo. Ese crío, como tú lo llamas, ha despertado algo en ti que hasta hace poco estaba dormido. —Al ver que sonreía, remató—. Y no me extraña, en mí y en más de una que hay por aquí, Javier despierta muchas cosas. Si con dieciocho años es así, vaya, no quiero ni pensar cómo será con unos añitos más.

—¿Qué despierta en ti? —preguntó Elsa mientras miraba de reojo a Javier bailando con una chica de su edad.

—¡Deja de fruncir el cejo o todos se darán cuenta! —la reprendió Shanna.

—Pero ¿qué dices? —Y al decir aquello, ambas rieron. Elsa asintió. Su amiga tenía razón—. Vale… de acuerdo. El hermano de Aída me parece un chico encantador, pero de ahí a más…

—¿Sólo encantador? —preguntó Celine, que se unió a ellas con un vaso en la mano—. Para mí es un chico que tiene muchas cosas excitantes, además de encantador. Su cuerpo atlético, sus profundos ojos negros, esas manos grandes —dijo mientras todas, con descaro, le observaban—. Además, pensar en su puntito cherokee me hace imaginar estar con él en la cama… y esa parte india suya…

—¡Celine! —gritaron a la vez Shanna y Elsa, escandalizadas.

Ésta sonrió y preguntó:

—Pero ¿por qué os escandalizáis? Javier es un muchacho alto, guapo, atlético y con unas espaldas y unos brazos que te tienen que dejar sin sentido, y no hablemos ya de su vena india. Oh, Dios… Es más, porque estoy muy enamorada de Bernard, si no, ese morenazo pasaba esta noche por mi cama y no precisamente para dormir.

—¡Dios mío! ¿Eres una «asaltacunas»? —rió Shanna al escucharla.

Celine pestañeó y bebió de su copa sin contestar.

—¡Eres tremenda! —dijo Elsa tras escuchar aquel tórrido comentario de Celine.

En ese momento llegaron Rocío y una sonriente Aída, con alguna copilla de más.

—¿Quién es una «asaltacunas»? —preguntó la andaluza.

—Pues quién va a ser —balbuceó Aída—. Celine. ¿O acaso me equivoco?

La carcajada fue general, incluida la de la propia implicada que, mirándolas, indicó:

—¡Chicas! Porque os quiero mucho y sois mis amigas, de lo contrario, os mandaba a freír espárragos por tener esos pensamientos tan reales sobre mí. Y para que lo sepas, hablábamos del guaperas de tu hermano.

—¿Quieres beneficiarte a mi hermano? —gritó Aída.

Aquel grito hizo que todas se dieran cuenta de lo borracha que estaba la novia.

—¡Calla, loca! —rió Celine al ver cómo unos invitados volvían la mirada hacia ellas—. Sólo decía que tu hermano es un chico que está muy bien.

Entonces Aída, con una risa tonta, comenzó a canturrear para sorpresa de todas.

—A mi hermano le gusta Elsaaaaaaaaaaaaaa. Él no me lo ha dichoooooooo, pero yo le conozco muy biennnnnnnnnnnnnn.

—Oh… ¡Qué sorpresa! —gritó Shanna confirmando lo que ella pensaba.

Rocío, que hasta el momento había permanecido callada, al ver que Elsa se ponía roja como un tomate preguntó:

—¿A ti te gusta su hermano?

—¡Imposible! —gritó Aída, sin dejar hablar a Elsa—. Ella considera que es un crío porque tiene cuatro años menos que ella. ¡Ja, un crío!

De pronto, Cecilia, la madre de la novia, se acercó hasta el grupo, y al ver a su hija con una copita de más se horrorizó.

—Oh… Aída. Pero ¿qué te pasa, cariño?

Al oír la voz de su madre, se colgó de ella y, para horror de la mujer, confirmó:

—Nada, mamá. Que me he casado y estoy borracha perdida.

—¡Oh, Dios mío… qué horror! —dijo la mujer llevándose la mano a la cabeza—. Chicas, rápido, sacadla de aquí y que le dé el aire.

Todas se miraron e intentaron no sonreír. La mujer, señalando hacia un lateral del salón, murmuró:

—Sí salís por ahí, a la izquierda, hay un bonito jardín con bancos. —Y empujando a su hija comentó—. Venga tesoro, venga. Tus amigas y tú os salís un poquito al fresquito de la noche. Te vendrá bien.

Empujadas por Cecilia, salieron al jardín. Se metieron por un sitio donde no había nadie y, cuando fueron a sentar a Aída en el banco, ésta se negó y se tiró en el césped, sin pensar en su vestido de novia.

—Da igual —regañó a sus amigas, que se empeñaban en hacer que se sentara en el banco—. No me lo voy a volver a poner nunca más en mi vida. Dejad que lo disfrute y me siente donde yo quiera.

—Pues también tiene razón la muchacha —dijo Celine. Las demás asintieron, sentándose junto a ella.

—Prometedme que no cambiará nada entre nosotras —pidió Aída— y que siempre estaremos juntas para lo bueno y lo malo.

Con sonrisas cómplices todas se miraron y asintieron, mientras las estrellas lucían en el cielo. Tras un silencio, fue Rocío la que habló.

—Miarma, todavía no me creo que estés casada.

Aída, tirada en el césped junto a las demás, dijo:

—Pues lo estoy, y con un chico encantador que me cuidará toda la vida.

—Toda la vida es mucho tiempo —susurró Elsa—. Pero ojalá tengas razón.

De nuevo, todas miraron las estrellas hasta que Celine se quejó.

—Qué mierda. En dos días tengo que volver a Bruselas. ¿Cuándo volveremos a estar juntas otra vez?

—No lo sé, pero debemos hacer lo posible para no separarnos —puntualizó Shanna y, volviendo su mirada hacia Celine, preguntó—: ¿Qué vas a hacer ahora, cuando vuelvas a Bruselas?

—De momento —respondió Celine exhalando el humo del cigarro que se había encendido—, seguiré trabajando en Brujas, en la empresa de publicidad. Me gusta trabajar allí.

—¿Qué haces en esa empresa, además de fumar? —preguntó Aída.

—Ocuparme de satisfacer a los clientes que nos contratan. Hace unos días tuvimos una reunión con una firma de ropa interior. Me imagino que cuando vuelva, se hablará de cómo enfocar la campaña de publicidad. Ya os contaré.

—¿Cuánto tiempo estarás en España, Shanna? —preguntó Rocío.

—Dos semanas. Así veré a mi hermana Marlene. Me apetece mucho estar con ella. Luego volveré a Canadá. Tengo una entrevista de trabajo para el Canal 43 de Toronto a final de mes.

—¡Lo conseguirás! —rió Aída—. Y yo estaré contenta de tener una amiga que va a ser presentadora en un programa de televisión.

—¡Ojalá! Pero si no lo consigo, lo seguiré intentando. De momento trabajo para un canal de televisión desconocido, aunque eso me sirve para adquirir experiencia, cosa que en el mundo de la imagen se valora. —Luego, volviéndose a Rocío, preguntó—: ¿Tú volverás otra vez a Nueva York?

—Sí. Quiero terminar los cursos que comencé en la escuela de arte dramático. Allí seguiré presentándome a castings y quizá algún día tengáis la suerte de tener una amiga que gane un Oscar. Pero si en cinco años veo que mi carrera de actriz no sale adelante, volveré a España y trabajaré como profesora de inglés en cualquier colegio.

—¿Os la imagináis junto a Tom Cruise? —bromeó Elsa.

De nuevo, todas comenzaron a reír. Aquello parecía una locura.

—Prometo ir contigo a recoger el Oscar —se ofreció Celine que, mirando a Elsa, preguntó—: ¿Y tú qué planes tienes?

—En septiembre me trasladaré a San Diego y luego a Los Ángeles. Trabajaré en Pikers.

—Siempre he sabido que terminarías trabajando con tu familia —comentó Shanna mirándola con cariño.

—Yo también, siempre lo intuí —asintió Elsa—. Quizá la sangre empresarial o trabajadora de mi abuela me empuje a mí a hacer lo mismo que ella.

—¡Genial! —aplaudió Aída—. Estoy feliz porque te tendré más cerca. Y ya verás como serás la organizadora más guapa y mejor pagada de Pikers, ya lo verás.

Todas asintieron. Conocían a Elsa y sabían el potencial de trabajo que podía ofrecer.

—Sinceramente, lo que de verdad quiero es demostrarme a mí misma que soy capaz de trabajar como lo hacen todos en mi familia.

—Yo sería incapaz, cariño —susurró Aída, que comenzó a tener frío. No había que olvidar que estaban en febrero—. Igual que tú llevas en los genes lo de ser empresaria, yo debo de llevar en los genes lo de ser una buena esposa que prepare deliciosos pasteles y tenga la casa llena de niños.

—Pues no es por desanimarte, pero siempre he oído decir que ése era uno de los trabajos más agotadores que puede haber para una mujer —dijo Celine con cariño—. Sin embargo, todas estaremos muy orgullosas de ti. Sabemos que harás los mejores pasteles del mundo y tendrás los niños más guapos y más cuidados que conozcamos.

—Me estoy empezando a congelar —susurró Rocío.

—Yo también —comentó Shanna—. Pero esperemos un poco para que Aída se despeje y a su madre no le dé un ataque.

—Por cierto, Elsa. Muy bonitas las flores que llevas en el vestido —dijo Aída sonriendo a las estrellas.

Elsa se miró la pechera y vio las pequeñas flores azules prendidas en su vestido.

—Se las regaló tu hermano —añadió Shanna y Elsa la regañó.

—¿En serio? —rió Aída al pensar en lo suspicaz que era su hermano—. ¿Por casualidad te ha dicho cómo se llaman esas flores?

Elsa asintió e intentó recordar aquel extraño nombre.

—Sí… me lo dijo, pero era complicado. Era algo como Myosotis o…

Las carcajadas escandalosas de Aída por el ingenio de su hermano hicieron que todas la miraran sin entender aquel estallido.

—Menuda cogorza que lleva la moza —rió Rocío al ver a su amiga reír.

—Pues yo no le veo la gracia —señaló Celine al ver a Aída, muerta de risa, revolcándose con su precioso vestido de novia por el césped.

Cuando consiguió calmarse, ésta miró a Elsa y preguntó:

—¿Sabes cuál es el nombre de esa flor? —Elsa la miró y negó con la cabeza. Aída prosiguió—. En el lenguaje de las flores, significa amante eterno. Pero el verdadero nombre de las flores que tienes ahí es nomeolvides.

Sorprendida por aquello, Elsa no supo qué decir, pero sus amigas sí.

—¡Qué bonito, por favorrrrrr! —rió Shanna—. ¿Por qué no me pasarán a mí esas cosas?

—¡Virgencita! ¡Qué romántico! —suspiró Rocío, devolviendo el cigarro a Celine mientras reía—. Yo quiero uno así, todito para mí.

—Pues lo llevas claro, amiga. Los románticos ya están repartidos y los superhéroes sólo existen en las películas norteamericanas —dijo Celine cogiendo el cigarro que le devolvía Rocío al tiempo que reía con ella por aquel último comentario.

Elsa, mientras oía las risas de sus amigas pensaba en cómo un chico como Javier, con sólo dieciocho años, podía ser tan caballeroso y galante. Con cuidado, desprendió el ramillete de su vestido, lo miró con curiosidad y sonrió.

El silencio se hizo el dueño del lugar mientras las muchachas continuaron tumbadas sobre aquel césped escarchado, mientras miraban las estrellas y se preguntaban si continuarían con su amistad, si serían felices o si conseguirían sus metas profesionales.

Pero todo aquello era algo que el tiempo, la vida y el no olvidar de corazón podría desvelar. Si de verdad se querían, ni el tiempo, ni la distancia, ni nada podría acabar con aquella amistad que comenzó un día en un colegio, en una aula, con simples miradas y sonrisas. Las mismas que aquellas cinco mujeres tenían en ese momento, tumbadas en el césped del Ritz con sus maravillosos vestidos mientras contemplaban las estrellas.