18

El coche verde enderezó zumbando por el empalme del aeropuerto hacia la rampa de entrada de la Northway. Detrás del volante, Norville Bates estaba sentado con las manos firmemente colocadas en la posición de las dos menos diez. Del receptor de FM fluía una melodía atenuada y suave de música clásica. Ahora llevaba el pelo corto y peinado hacia atrás, pero la pequeña cicatriz semicircular de su mentón no había cambiado: allí era donde se había cortado en su infancia con el fragmento mellado de una botella de Coca Cola. Si Vicky hubiera estado viva, lo habría reconocido.

—Tenemos una unidad en camino —anunció el hombre del traje Botany 500. Se llamaba John Mayo—. El tipo es un agente múltiple. Trabaja para la DÍA, la Agencia de Inteligencia de Defensa y, además, para nosotros.

—Una puta común y corriente —comentó el tercer hombre, y los tres soltaron una risa nerviosa, atiplada. Sabían que estaban cerca y casi olían la sangre. El tercer hombre se llamaba Orville Jamieson, pero prefería que lo llamaran OJ, o mejor aún, El Jugo. Todos los informes de su oficina los firmaba OJ. Uno lo había firmado El Jugo y el hijo de perra de Cap lo había amonestado. No sólo verbalmente, sino por escrito, y la amonestación figuraba en su hoja de servicios.

—¿Crees que están en la Northway, eh? —preguntó OJ.

Norville Bates se encogió de hombros.

—En la Northway o van rumbo a Albany —dijo—. Le adjudiqué al palurdo local los hoteles de Albany porque al fin y al cabo ésta es su ciudad, ¿correcto?

—Correcto —asintió John Mayo.

El y Norville se llevaban bien. Su colaboración se remontaba hasta muy atrás. Hasta la época del Aula 70 del Pabellón Jason Gearneigh, y esto sí que había sido peliagudo, amigo, si alguna vez te lo preguntan. John no quería volver a pasar nunca por una situación tan peliaguda. El había sido el encargado de aplicarle la corriente al chico que había sufrido el paro cardíaco. Había sido paramédico en los primeros tiempos de Vietnam y sabía manejar el desfibrilador… en teoría, por lo menos. En la práctica no había funcionado tan bien, y el chico se les había ido de las manos. Aquel día doce chicos habían recibido sendas dosis del Lote Seis. Dos de ellos habían muerto: el del paro cardíaco y una chica que había muerto seis días después en su residencia estudiantil, aparentemente víctima de una súbita embolia cerebral. Otros dos habían terminado irremisiblemente locos: uno había sido el chico que se había cegado a sí mismo, y la otra una chica que más tarde había quedado totalmente paralizada del cuello para abajo. Wanless había dicho que era una parálisis psicológica, ¿pero quién carajo lo sabía? Ésa había sido una buena jornada de trabajo, sí señor.

—El palurdo local lleva consigo a su esposa —explicó Norville—. Ella dirá que está buscando a su nieta. Su hijo huyó con la pequeña. Una fea historia de divorcio. No quiere denunciar el hecho a la policía, a menos que sea indispensable, pero teme que su hijo se esté volviendo loco. Si sabe mentir, en toda la ciudad no habrá un conserje que no le informe si los dos se han alojado en su hotel.

—Si sabe mentir —comentó OJ—. Cuando se trata de estos agentes múltiples, nunca puedes estar seguro de nada.

—¿Nos dirigimos a la rampa más próxima, verdad? —preguntó John.

—Sí —respondió Norville—. Ahora faltan tres o cuatro minutos.

—¿Han tenido tiempo suficiente para bajar allí?

—Sí, si andan deprisa tal vez podremos recogerlos mientras hacen autostop en la rampa. O quizá tomaron un atajo y bajaron por el terraplén al carril de desaceleración. En uno u otro caso, nos bastará con ir y venir hasta que los encontremos.

—Vayas donde fueres, hermano, te llevaremos —exclamó El Jugo, y se rió. Llevaba un Magnum 357 en una funda de sobaco, bajo el brazo izquierdo. Lo llamaba la Turbina.

—Si ya los han recogido, estamos jodidos, Norv —murmuró John.

Norville hizo un ademán de indiferencia.

—Es una cuestión estadística. Es la una y cuarto de la mañana. Con el racionamiento hay menos tráfico que nunca. ¿Qué pensará el señor Magnate si ve a un hombrón y una chiquilla haciendo autostop?

—Pensará que son aves de mal agüero —contestó John.

—Exactamente.

El Jugo volvió a reír. Más adelante el semáforo intermitente que marcaba la rampa de la Northway refulgía en la oscuridad. Por si acaso, OJ apoyó la mano sobre la culata de nogal de la Turbina.