Capítulo 30

Me dio mucha rabia no poner ninguna entrada en «Waiting on Wednesday», pero todavía faltaban algunas semanas para mi cumple y, aunque Dee me dejaba su ordenador, no quería usarlo para escribir en mi blog. Me fui de morros a la nevera de Dee, cogí un refresco y volví a la sala de estar.

A los alienígenas no les ganaba nadie comiendo.

—¿Quieres más pizza? —preguntó Dee mientras me ofrecía el último trozo con un ansia que me hacía pensar que ella y Adam tenían que replantearse su relación.

Negué con la cabeza. Dee había comido lo suficiente como para alimentar a un pueblo entero, y yo, la verdad, no tenía hambre. Comer mientras Dee y Adam me miraban fijamente me resultaba incómodo y fastidioso. Creo que Dee no se daba cuenta, y Adam en ese momento estaba a punto de preguntarme algo más sobre lo sucedido aquella noche con Baruck.

La versión que todos conocían era que Daemon había matado a Baruck y que yo no estaba tan malherida como Dee pensaba. No sé como lo hizo, pero Daemon había logrado convencerla de que simplemente estaba aturdida. Los miré.

Pero había sido yo. Había matado a alguien. Otra vez.

Me sorprendió no sentir tanto malestar ni tanto miedo como la primera vez. En los últimos dos días había llegado a comprender en cierto modo mis acciones. Estaba aceptándolas (con mis dudas), y eso me ayudaba a seguir adelante, aunque jamás pudiera olvida lo sucedido.

Era él o mis amigos y yo.

Ese capullo alienígena tenía que desaparecer.

Todos seguían observándome. Pues qué bien.

Dee se sentó a mi lado y le dio un sorbo a su refresco. No sé si la convenció la versión de los hechos que le dio su hermano, pero supo que pasaba algo cuando volví con Daemon a la mañana siguiente… Y no se equivocaba.

Chocó su pierna contra la mía para que le hiciera caso.

—¿Cómo estás?

Si me hubiera dado un dólar por cada vez que me había preguntado eso, ahora tendría un portátil nuevo. No es que no supiera que tenía que dar gracias por estar viva y que debería sufrir estrés postraumático, pero la verdad es que me encontraba perfectamente bien. Sentí que era capaz de escalar una montaña o correr una maratón. No quería darle muchas vueltas a aquel tema porque ya había flipado demasiado últimamente con todo lo que me había sucedido.

Alguien carraspeó, sacándome de mi ensimismamiento. Levanté la vista y vi que Dee y Adam me miraban expectantes. No recordaba lo que me habían dicho.

—¿Qué?

Dee sonrió con demasiado entusiasmo.

—Sólo queríamos saber cómo te encuentras y cómo lo llevas… ¿estás preocupada por si vienen más Arum?

—¿Crees que vendrán más? —le contesté de inmediato.

—No —declaró Adam para tranquilizarme. Desde lo de Baruck había empezado a hablarme. Las cosas había cambiado para bien… aunque Ash y Andrew eran harina de otro costal—, no lo creemos.

Me moví en el sofá, inquieta. Me picaba todo. No sabía cuanto tiempo más iba a ser capaz de estar allí, con ellos mirándome como si fuera un experimento que hubiera salido mal.

—Me has dicho que Daemon iba a volver pronto, ¿no? —Adam se sentó en el sillón reclinable.

Dee me miró y después dirigió la vista a Adam.

—Llegará en cualquier momento.

No había vuelto a ver a Daemon desde aquella mañana. Le había preguntado a Dee unas cuantas veces adónde se había marchado, pero no me contestaba, así que me había dado por vencida.

Los dos se pusieron a hablar de lo que iban a hacer en Acción de Gracias, festividad que tendría lugar en sólo unas semanas. Yo puse la mente en blanco, como llevaba haciendo los últimos tres días. Era curioso: no podía concentrarme en nada, era incapaz. Parecía que me faltara una parte de mí.

Sentí un calor en la piel, como si soplara una cálida brisa. Vino de la nada. Levanté la vista para ver si alguien más la había sentido, pero seguían enfrascados en la conversación. Me agité en el sofá mientras esa sensación se intensificaba.

Se abrió la puerta de la casa de Dee, y me quedé sin respiración.

En unos segundos, Daemon había entrado en la sala. Llevaba el pelo enmarañado y tenía ojeras. Sin mediar palabra, se sentó en el sofá. Las pestañas le cubrían los ojos, pero aún así sentía su mirada.

—¿Dónde has estado? —pregunté con una voz demasiado chillona.

Se hizo el silencio mientras dos hermosos pares de ojos más me observaban. Me puse como un tomate y me eché hacia atrás, sintiéndome como una mema total. Me crucé de brazos y no despegué los ojos de las manos. Qué torpe había sido, ahora yo era el centro de atención.

—Hola, cariño. Pues mira, me he ido de fiesta y de putas. Ya sabes lo que me gusta desfasarme.

Apreté los labios.

—Gilipollas —dije entre dientes.

Dee gruñó.

—Daemon, no seas idiota.

—Sí, mamá. Me he pateado todo el Estado con otro grupo de Luxen para asegurarme de que no hay ningún Arum más —dijo Daemon. Sentí que su voz aplacaba una necesidad extraña que sentía en mi interior a la vez que me moría de ganas de darle un puñetazo.

Adam se inclinó hacia delante.

—No queda ninguno más, ¿no? Le hemos dicho a Katy que no tiene de qué preocuparse…

Daemon me miró un instante.

—No hemos visto a ninguno.

Dee soltó un gritito, contenta, y dio unas palmaditas. Se volvió hacia mí, y esta vez me sonrió de verdad.

—¿Lo ves? No tienes de qué preocuparte. Se ha acabado.

Sonreí.

—Qué alivio…

Oí que Adam le preguntaba a Daemon sobre el viaje, pero me costaba entender lo que decían. Cerré los ojos. Cada célula de mi ser sentía a Daemon; como el día que nos besamos en mi casa, pero a otro nivel.

—¿Katy? ¿Sigues con nosotros?

—Eso creo. —Me obligué a sonreír para no disgustar a Dee.

—¿Os habéis pasado con ella haciéndole un millón de preguntas? —preguntó Daemon, suspirando.

—¡No! —exclamó Dee antes de reírse—. Bueno, quizá un poco…

—Me lo imaginaba —dijo Daemon entre dientes mientras estiraba las piernas.

No pude detenerme y me volví hacia él. Nos miramos fijamente. El aire pareció cargarse de electricidad y subió la temperatura. La última vez que lo había visto nos habíamos besado. Y no sabía en que situación estábamos ahora.

Noté que Dee se movía y carraspeaba.

—Adam, me he quedado con hambre…

Este se rió.

—¡Eres peor que yo!

—Es verdad. —Dee se puso en pie de un salto—. Vamos a Smoke Hole. Creo que hoy tienen pastel de carne casero. —Pasó a mi lado, se inclinó sobre Daemon y le dio un beso en la mejilla—. Me alegro de que hayas vuelto. Te he echado de menos.

Daemon sonrió a su hermana.

—Yo a ti también.

Cuando la puerta se cerró detrás de Adam y Dee, solté el aire que había estado conteniendo en los pulmones.

—¿De verdad que todo esto está controlado? —le pregunté.

—Casi todo. —Estiró un brazo y me paso los dedos por la mejilla. Daemon respiró hondo—. Joder.

—¿Qué?

Se acomodó en el sofá, acercándose más a mí y rozándome con la pierna.

—Tengo algo para ti.

Me pilló desprevenida.

—¿Va a explotarme en la cara o algo así?

Se echó hacia atrás, riéndose, y metió la mano en el bolsillo delantero del tejano. Sacó una bolsita de cuero y me la dio.

Tiré de las cuerdecillas, curiosa, y vacié el contenido de la bolsa en la palma de la mano. Lo miré y, al ver que sonreía, el corazón me dio un vuelco. Era un fragmento de obsidiana de poco más de cinco centímetros, pulida y moldeada con forma de colgante. Me pareció que vibraba al entrar en contacto con mi piel. Su tacto era frío y agradable. Colgaba en su parte superior de una delicada cadena de plata y tenía el otro extremo pulido en una forma de punta.

—Parece increíble —empezó a decir Daemon—, pero algo tan pequeño puede perforar la piel de un Arum y matarlo. Cuando notes que se calienta, sabrás que un Arum anda cerca aunque no lo veas. —Cogió la cadena delicadamente, sosteniendo el cierre—. Me ha costado un montón encontrar un fragmento como este, porque la hoja se fue al cuerno… No quiero que te la quites, ¿vale? Por lo menos cuando… Bueno; llévala casi siempre.

Aturdida, me aparté la melena del cuello para que pudiera ponerme la cadena. Cuando la cerró, lo miré fijamente.

—Gracias… por todo.

—No pasa nada. ¿Te ha dicho alguien algo sobre tu rastro?

Negué con la cabeza.

—Creo que, después de la pelea, les parece normal que lo tenga.

Daemon asintió.

—Ahora mismo brillas como un cometa. Tendremos que librarnos de ese rastro o volveremos a estar como al principio…

Sentí un calor creciente en mi interior. Y no del bueno.

—¿Y cómo estábamos al principio, exactamente?

—Bueno, ya sabes… condenados a estar juntos hasta que el rastro desapareciera. —Apartó la mirada.

¿Condenados a estar juntos? Clavé los dedos en la pernera de los pantalones.

—¿Después de todo lo que he hecho por vosotros, es una condena tener que estar cerca de mí?

Daemon se encogió de hombros.

—¿Sabes qué? Que te den, colega. Gracias a mí Baruck no encontró a tu hermana. Y casi muero por lo que hice. La culpa de que tenga un rastro es tuya: tú me curaste. No es culpa mía.

—¿Entonces es mía? ¿Qué tendría que haber hecho, dejar que murieras? —Sus eran dos piscinas de esmeraldas. Brillaban con fuerza—. ¿Es eso lo que habrías querido?

—¡Qué pregunta más idiota! No me arrepiento de que me hayas curado, pero no pienso consentir que siempre estés dándome una de cal y otra de arena.

—Creo que protestas demasiado teniendo en cuenta que te gusto. —Sonrió maliciosamente—. Parece que intentes convencerte de lo contrario.

Respiré hondo y exhalé despacio. Me costaba decírselo, porque una parte de mí lo deseaba, pero lo hice:

—Creo que lo mejor es que me dejes en paz para siempre.

—Me temo que no puedo.

—Otro Luxen puede vigilarme o lo que sea —protesté—. No tienes por qué ser tú.

Me miró intensamente.

—Eres responsabilidad mía.

—No soy nada tuyo.

—Sí que lo eres.

Me moría de ganas de darle un bofetón.

—Me repugnas.

—No es verdad.

—De acuerdo. Quiero quitarme ya este rastro y que me dejes en paz. Ahora mismo.

Sonrió con malicia.

—Podemos enrollarnos otra vez… Parece que la última vez funciono, ¿no?

A mi cuerpo le encantó la idea. Pero a mí no.

—Ya, claro. Como que va a pasar eso otra vez.

—Sólo era una sugerencia.

——Una que nunca… sucederá —pronuncié muy despacio cada palabra, intencionadamente— otra vez.

—No me digas que no te gustó tanto como…

Le di un golpe en el pecho. Él se rió y yo empecé a apartarme, pero… Un momento. Estaba apretando la mano contra su pecho mientras lo miraba fijamente.

Daemon arqueó una ceja.

—¿Me estás metiendo mano, gatita? Creo que me gusta por donde empiezan a ir las cosas…

Era una sensación bastante agradable… Pero eso no era lo que quería decirle. Su corazón latía con fuerza debajo de mi mano, un tanto acelerado. Pum, pum, pum… Me llevé la mía al pecho y noté que mi corazón también hacía pum, pum, pum.

Empecé a sentirme mareada.

—Nos late el corazón… a la vez. —Los dos corazones se habían sincronizado y empezaban a desbocarse—. Pero… ¿cómo puede ser?

Daemon se puso pálido como el papel.

—Mierda…

Levanté la vista y nos miramos fijamente. El aire se llenó de tensión y parecía que iban a saltar chispas. Mierda… Desde luego.

Me puso una mano encima de la mía y me apretó.

—Bueno… no te preocupes. A ver… creo que he hecho que te transformaras en algo y esto que nos pasa con el corazón no hace sino confirmar que estamos conectados. —Sonrió—. Podría ser peor.

—¿Qué es lo que podría ser peor, exactamente? —pregunté, aturdida.

—Que estemos juntos… No está tan mal. Podría ser peor. —Se encogió de hombros.

Pensé que no lo había entendido bien.

—Un momento, ¿crees que tenemos que estar juntos porque una conexión extraterrestre rarísima nos ha conectado? Pero si hace dos minutos te estabas quejando por estar condenado a estar conmigo…

—Ya, bueno, tampoco estaba quejándome. Sólo decía que teníamos que estar juntos. Esto es diferente, y además yo te atraigo.

Lo miré con recelo.

—Me reservo lo último que has dicho para luego, pero ¿estás intentando decirme que quieres estar conmigo porque te sientes… obligado?

—No diría que me siento obligado… Me gustas.

Me quedé mirándolo. Recordé lo que me había dicho mientras me curaba. En parte pensaba que lo que Daemon sintió era verdad, pero que también podía haberlo dicho como consecuencia de lo que fuera que hubiera hecho para curarme. Y no era una idea nada descabellada, al ver lo que me decía ahora.

Daemon frunció el ceño.

—Ay, ay, ay… Conozco esa miradita. ¿Qué estas pensando?

—Que es la declaración de atracción más penosa que he escuchado en mi vida —le dije, poniéndome en pie—. Qué patético, Daemon. ¿Me estás diciendo que quieres estar conmigo sólo por lo que ha pasado?

Puso los ojos en blanco y también se levantó.

—Nos gustamos, Kat. Lo sé. Es absurdo que sigamos negándolo.

—Ya, y esto me lo dice el chico que me dejó sin camiseta en el sofá y se marchó tan tranquilo, ¿no? —Negué con la cabeza—. No nos gustamos y punto.

—Vale, tendría que disculparme por lo que hice. Perdona. —Daemon dio un paso adelante—. Nos atraíamos antes de que te curara. Y no puedes decirme que es mentira porque tú… siempre me has atraído.

Di un paso atrás.

—Que yo te atraiga es una razón igual de patética que la del rastro para decirme que quieres esta conmigo.

—Bueno; es más que eso. —Se quedó callado—. Sabía que ibas a traerme problemas desde que llamaste a mi puerta la primera vez.

Me reí con frialdad.

—Ya, pues yo pienso lo mismo, pero eso no justifica esa especie de doble personalidad que tienes.

—Pues yo esperaba que sí la justificara, pero está claro que no… —Sonrió—. Kat, sé que te atraigo. Sé que yo…

—Que tú me atraigas no basta —le contesté.

—Nos llevamos bien.

Lo miré con cara de póquer.

Sonrió de nuevo, separando los labios y mostrando unos dientes blanquísimos.

—A veces, no me digas que no…

—No tenemos nada en común —protesté.

—Tenemos mucho más en común de lo que tú crees.

—Lo que tú digas.

Daemon me cogió un mechón de pelo y se lo enredó en el dedo.

—Sabes que estás deseándolo…

El recuerdo del dulce beso que nos habíamos dado en el campo regresó. Presa de la frustración, recuperé mi mechón e intenté no perder el norte.

—Tú no sabes lo que yo quiero: no tienes ni idea. Quiero estar con alguien que de verdad quiera estar conmigo, y que no se sienta obligado por algún extraño sentido de la responsabilidad.

—Kat…

—¡No! —interrumpí, apretando con fuerza los puños. «Adelante, Kat, no seas una simple espectadora». No pensaba quedarme mirando la vida pasar; lo que significaba que no iba a sucumbir ante Daemon. Y mucho menos cuando sus razones para querer estar conmigo eran tan patéticas—. No, lo siento. Llevas meses comportándote como un cretino conmigo, y no tienes derecho a decir que te gusto de repente y olvidar todo lo que ha pasado. Quiero estar con alguien que me quiera tanto como mi padre quiso a mi madre. Y tú no eres esa persona.

—¿Cómo puedes saberlo? —Lo ojos le brillaban como joyas.

Negué con la cabeza y me fui hacia la puerta de atrás, pero Daemon se me adelantó y se puso frente a la puerta, bloqueándome la salida.

—¡Cuántas veces te he dicho que odio que hagas eso!

No se rió ni soltó una carcajada, como habría sido lo habitual. Me miraba con los ojos muy abiertos, brillantes; abrasadores.

—No puedes seguir fingiendo que no quieres estar conmigo.

Podría intentarlo, aunque, en lo más profundo de mi ser yo quería estar con él. Pero no quería que estuviera conmigo porque estábamos condenados a estar juntos o porque tuviéramos una conexión paranormal o algo parecido. A veces había visto a su yo de verdad. Y ese sí que me gustaba. Yo podría estar con ese Daemon. Podría amarlo. Pero nunca se quedaba mucho tiempo a mi lado: siempre le podían el sentido de la obligación hacia su familia y su especie. Me entristeció ese pensamiento y apreté los labios con fuerza.

—No estoy fingiendo —le respondí.

Me buscó con la mirada.

—Mientes.

—Daemon…

Me puso las manos en las caderas y me atrajo hacia sí con delicadeza. Sentí su aliento cálido muy cerca de la sien.

—Si yo quisiera estar… —Se quedó callado y apretó las manos—. Si yo quisiera estar contigo… me lo pondrías difícil, ¿no?

Levanté la cabeza.

—No quieres estar conmigo.

Curvó los labios, formando una sonrisa.

—Creo que… puede que sí quiera.

Sentí que a una parte de mi cuerpo le complacían aquellas palabras. Sentí que el pecho se me inflamaba y algo revoloteaba en mi interior.

—Decir «creo que» y «puede que sí» no es lo mismo que decir que lo sabes.

—Tienes razón, pero es un principio. —Bajó los párpados, ocultando los ojos—. ¿No te parece?

Pensé en el amor que sentían mis padres el uno por el otro y me aparté mientras negaba con la cabeza.

—No me basta.

Daemon me miró y suspiró.

—Me lo vas a poner muy difícil.

No le dije nada. El corazón me iba a mil por hora cuando esquivé a Daemon y fui hacia la puerta principal.

—¿Kat?

Respiré hondo y le miré.

—¿Qué?

Una sonrisa pícara se le asomó a los labios.

—¿Te das cuenta de que me encantan los retos?

Me reí entre dientes y me volví hacia la puerta mientras le dedicaba un gesto grosero con el dedo corazón.

—Y a mí, Daemon; y a mí.