La risa enloquecida de Baruck retumbó dentro de mi cabeza.
—¿Has venido a morir con ella? Perfecto. Me pones las cosas mucho más fáciles, porque creo que a ella ya me la he cargado.
Daemon ensombrecía los violentos movimientos de Baruck, desdibujándose y adquiriendo su verdadera forma. La forma con la que era vulnerable.
—Por cierto, tenía un sabor interesante. Diferente, diría yo —detalló para provocarlo—. No sabe como un Luxen, pero no está mal.
Daemon se abalanzó sobre Baruck y lo lanzó varios metros en el aire con un poderoso estallido de luz que surgía de su brazo.
—Estás muerto.
Baruck se incorporó, atragantándose por la risa.
—¿Crees que vas a poder conmigo, Luxen? He acabado con otros más poderosos que tú.
El gruñido de rabia de Daemon no me dejó escuchar ninguna palabra más. Le lanzó otra explosión de luz y sentí que la tierra temblaba mientras intentaba poner los codos en el suelo. Cada movimiento que realizaba, por muy pequeño que fuera, hacía que me estremeciera de dolor. Sentía lo mucho que le costaba latir a mi corazón. Veía estallidos de luz que se enfrentaban a la oscuridad del Arum. Intercambiaban golpes sin llegar al suelo.
De los dedos de Daemon salían unas bolas de luz naranja que pasaban al lado de Baruck y se esfumaban antes de chocar contra los árboles. El mundo se había vuelto dorado y ámbar. Noté una oleada de calor. Algunas ascuas crepitaron en el aire y se desvanecieron antes de llegar al suelo.
Cada ataque hacía que temblara el suelo y que yo acabara de bruces contra la húmeda hierba con un gruñido. Me apoyé en los codos para levantarme y vi una veta de luz que avanzaba por encima del campo, como si fuera una estrella fugaz, con la diferencia de que avanzaba a una velocidad vertiginosa.
La luz fue a parar entre Daemon y Baruck, y se volvió frágil al llegar a mí. Unas cálidas manos me cogieron de los hombros y me levantaron.
—Katy, Katy, háblame —suplicó Dee—. ¡Háblame, por favor!
Intenté hablar pero no me salieron las palabras.
—Dios mío… —Dee lloraba amargamente. Las lágrimas le resbalaban por el hermoso rostro e iban a parar a mi pecho, que apenas emitía ningún sonido. Me abrazó con fuerza mientras gritaba el nombre de su hermano.
Daemon apareció a la vez que Baruck, a quien le bastó una mirada para enviarnos un relámpago de tiniebla que hizo diana en Dee, quién gritó de dolor y acabó de rodillas en el suelo. Levantó la vista. Los ojos le brillaban y se le habían vuelto de un blanco intenso.
Se puso en cuclillas y su forma humana empezó a desvanecerse hasta convertirse en pura luz.
Daemon respondió con más dureza y la tierra retumbó. Baruck esquivó el ataque de Daemon y fue a por Dee, quien gritó furiosa y le plantó cara.
Pero Baruck volvió a atraparla y, durante unos segundos, un manto de oscuridad la engulló, lanzándola instantes después contra el suelo. Daemon arremetió contra Baruck y lo lanzó contra el suelo con tanta rabia que hizo que las ramas se agitaran y las hojas se cayeran como en una lluvia macabra. El aire estaba cargado de electricidad.
Lo sentí en los huesos. Gemí y luché por ponerme de pie y respirar. No iba a morirme así. Y mis amigos tampoco.
Dee se había puesto de pie y parpadeaba. De la nariz le salía un reguero de sangre. Agitó la cabeza y avanzó a duras penas.
Vi a cámara lenta lo que iba a pasar a continuación. Me acerqué a toda prisa mientras Daemon miraba a su hermana por encima del hombro. Baruck alargó entonces el brazo, preparado para lanzar otro chorro de aquella materia oleosa. Vi el árbol partiéndose a la mitad ante mis ojos, como en un fogonazo.
Avancé a toda prisa y me abalancé sobre la forma de luz que era Dee justo en el momento en que Baruck soltó el chorro de energía. La oscuridad me rodeó y entonces oí un grito aterrador que no era mío. Y en ese momento volé. Vi el cielo ante mis ojos, y las estrellas y la oscuridad giraban a mi alrededor con un ritmo incesante. El mundo brillaba.
Me di un golpe seco al aterrizar y supe que era demasiado tarde.
Un cuerpo chocó contra el suelo junto al mío. Un brazo flácido y delgado me cayó encima. Era Dee. No había conseguido salvarla… El brazo se volvió muy ligero y menos… sólido. Su luz me inundaba. La pena me atravesaba el corazón como una cuchilla. No se movía, pero su pecho sí.
Daemon, preocupado, se dio la vuelta y cometió un error fatal. «Lo matarán por protegerte», me había dicho Ash. Baruck echó el brazo hacia atrás y proyectó una explosión que le dio de lleno en la espalda a Daemon. Este salió volando por los aires, cambiando de aspecto de manera intermitente. Aterrizó a sólo unos metros de nosotras.
Baruck se rió y mutó a su forma espectral.
«Tres por el precio de uno».
Las lágrimas me abrasaban los ojos mientras guarecía el rostro contra la húmeda hierba. Daemon intentó sentarse, pero no pudo y acabó cayendo de espaldas contra el suelo, con gesto de gran dolor.
«Se acabó. Los tres moriréis». Baruck avanzó hacia nosotros.
Daemon se volvió para mirarme y nuestros ojos se encontraron. Vi tanto arrepentimiento en esa mirada… Su rostro se volvió borroso, irreconocible. No era capaz de mantener su apariencia humana. Segundos más tarde, adoptó su forma verdadera: la de un hombre recubierto por la luz más hermosa e intensa posible.
Extendió un brazo hacia mí y se le formaron unos dedos. Con el corazón roto, acerqué la mano y mis dedos desaparecieron bajo la luz. Sentí calor en los dedos y la ligera presión de su mano contra la mía. Me la apretó con fuerza, en un intento de tranquilizarme, y tuve que ahogar un sollozo en la garganta.
La luz de Daemon parpadeaba, pero empezó a recorrerme el brazo, envolviéndome en aquel agradable calor. Como el día del primer ataque Arum, mi cuerpo comenzó a sanar solo.
Daemon estaba gastando lo que le quedaba de energía para salvarme.
—¡No! —grité, aunque lo único que se oyó fue un gruñido. Intenté apartar la mano, pero Daemon no me la soltaba. No sabía lo que yo había hecho… Estaba demasiado mal para que me salvara; tenía que utilizar su energía para salvarse a si mismo. O a Dee…
Le supliqué con los ojos, pero él me apretó la mano todavía con más fuerza.
No era justo. Aquello no estaba bien. No se merecían aquel final. Y yo tampoco… Y Daemon… seguía sin entender el por qué de todo aquello. ¿Por qué tenían los Arum aquella sed de poder? ¿Justificaba acaso todas las vidas perdidas? Aquella injusticia me desgarraba por dentro. Una corriente de energía empezó a crecer en mi interior y a propagarse por todo mi cuerpo.
No pensaba morir así. Y Daemon y Dee tampoco iban a morir en medio de un campo de Virginia Occidental, perdido de la mano de Dios. Con la energía que Daemon había insuflado en mí, conseguí sentarme y coger a Dee de la mano sin soltar la de Daemon. Quería que se levantaran, que lucharan.
Baruck se acercó a Daemon. Quería acabar con él primero; era el más poderoso de los tres. Se pasaría horas torturándolo. Y yo no era más que una miguita para él.
La mano de Daemon flaqueó y su luz se volvió más intensa cuando la sombra de Baruck lo rozó.
Y entonces sucedió algo inesperado.
Una luz lo recorrió por dentro. Brillaba tanto que tuve que entrecerrar los ojos. El rastro de luz trazó un arco en el cielo, chisporroteante. Encontró a su otra mitad al reconocer al ser que yacía a mí lado: Dee también brillaba intensamente, a pesar de estar inconsciente. Su luz surcó el cielo y conectó con la de Daemon.
Baruck se quedó quieto.
El arco de luz vibró y, de repente, salió disparado hacia el centro de mi pecho. Sentí que el impacto me lanzaba contra el suelo, pero… lo que sucedió fue que me elevó de él. Estaba suspendida en el aire y sentía que el pelo me flotaba en el vacío. Entre los tres habíamos conseguido formar una energía que resplandecía y crepitaba. Por el rabillo del ojo vi que los dos hermanos recobraban su forma humana. Dee se desplomó en el suelo, con un quejido, y Daemon intentaba ponerse de rodillas, volviéndose hacia mí.
Yo… flotaba en el aire. Por lo menos, eso es lo que sentía. Pero en ese momento no pensaba en eso ni en lo que hacía Daemon. Sólo pensaba en acabar con Baruck.
Quería que se marchara, que desapareciera de la faz de la Tierra y no quedara ni rastro de su presencia. Lo deseé con una intensidad que jamás había experimentado antes. Cada fibra de mi ser pensaba en él. Saqué todas las emociones que tenía en mi interior: todos los miedos, todas las lágrimas derramadas por papá, todos los momentos de mi vida en los que fui una simple espectadora.
Aquella energía me recorrió por dentro hasta llegar al centro de mi ser. Grité con todas mis fuerzas y la solté. La cuerda se rompió y sentí que algo sucedía en mi interior.
Un relámpago explosionó por encima de nosotros. Lo sentí salir de mí, y oí el crujir de los árboles a su paso. Los recios robles, incapaces de esconderse ante su furia, se quebraron en dos. Aquel fogonazo atravesó a Daemon y a Dee y se dirigió a su objetivo sin vacilar: le dio de lleno a Baruck en el pecho.
Su forma espectral se agitó. Se oyó un chasquido y la luz explotó, envolviéndolo por completo.
Daemon se echó hacia atrás y se protegió de la explosión. La luz se volvió más intensa para después atenuarse, y, sin mediar palabra, Baruck dejó de existir. Daemon bajó el brazo lentamente y observó perplejo el lugar que antes ocupaba el Arum. Se volvió hacia mí.
—¿Kat?
No me había dado cuenta, pero estaba echada en el suelo. Empecé a ver el cielo borroso. No sabía lo que había pasado ni lo que había hecho, pero sentía que la energía abandonaba mi cuerpo y, junto a ella, algo más importante se marchaba también.
No sentía nada, y exhalé, cansada. El sonido que hizo el aire al salir de mis pulmones era preocupante, pero todo me daba igual. Estaba envuelta en la oscuridad. Era una oscuridad cálida que me adormecía; muy diferente de la del Arum.
Daemon se dejó caer sobre las rodillas, a mi lado, abrazándome.
—Vamos, Kat, dime algo; métete conmigo.
A lo lejos oía a Dee, poniéndose de pie y con el pánico reflejado en la voz. Sin apartar la vista, Daemon me acarició el rostro y dijo algo:
—Dee, vete a casa ahora mismo. Llama a Adam: no anda lejos.
Dee se rodeaba la cintura con las manos y por la inclinación de su cuerpo supe que se había roto algunas costillas.
—¡No quiero irme, sangra sin parar! Tenemos que llevarla a un hospital.
¿Estaba sangrando? Vaya, no me había dado cuenta. Noté que tenía los labios y la nariz mojados, y sentí una extraña humedad alrededor de los ojos, pero no me dolía. ¿Lloraba? ¿Era sangre? Sentía que Daemon me rodeaba con sus brazos, pero todo parecía tan lejano…
—¡Vuelva a casa ahora mismo! —gritó Daemon mientras me apretaba con más fuerza. Su voz, sin embargo, era más dulce—: Por favor, vete. No le pasará nada. Sólo necesita… unos minutos.
Qué mal se le daba mentir. No iba a ponerme bien.
Daemon le dio la espalda a su hermana y me apartó los mechones de pelo de la cara. Sólo cuando Dee se había ido me habló con dulzura.
—Kat, no vas a morirte. No te muevas no hagas nada. Confía en mí y relájate. No luches contra lo que va a pasarte.
Observé a Daemon mientras bajaba la cabeza. Descansando la frente sobre la mía, su forma humana desapareció y tomo su forma verdadera. Cerré los ojos por la intensidad de su luz. El calor era excesivo para mí. Estaba muy cerca.
«Aguanta. No te vayas». Oí su voz. «Aguanta».
Me dejé llevar y sentí que me sostenía la cabeza con las manos. Daemon exhaló profundamente contra mis labios. Sentí que su calor se propagaba dentro de mí, por la garganta primero y después por los pulmones, llenándome de un precioso calor. No había mejor modo de abandonar el mundo.
Como un globo que se infla paulatinamente, empecé a recuperarme. Los pulmones se me llenaban de aire a medida que su calor me recorría cada vena de mi cuerpo, y sentí un hormigueo en los dedos. La presión que notaba en la cabeza comenzaba a disminuir. Me sumergí en la embriagadora sensación que me poseía. Mis sentidos comenzaron a procesar de nuevo lo que sucedía a mi alrededor y poco a poco me alejé del mundo gris en el que había caído.
Siguió hasta que conseguí moverme, todavía abrazada a él. Me agarré a sus brazos y lo seguí para que me guiara más allá de aquel oscuro abismo. Lo busqué a ciegas, rozando sus labios con los míos. El mundo estalló en un mar de sensaciones que se agitaban, sin que yo lograra comprender lo que pasaba. Y esas sensaciones parecían no pertenecerme sólo a mí.
«¿Qué estoy haciendo? Si descubren lo que he hecho… Pero no puedo perderla. No puedo».
Respiré con dificultad. Sabía que lo que oía en mi cabeza eran los pensamientos de Daemon. Me hablaba de modo diferente; parecía que sus sentimientos y sus ideas bailaban a mi alrededor. El miedo me acechaba, como también lo hacía algo más dulce y más poderoso que el miedo.
«Por favor. Por favor… No puedo perderte. Abre los ojos. Por favor, no me dejes».
«Estoy aquí». Abrí los ojos. «Estoy aquí».
Daemon se echó hacia atrás. La luz palideció lentamente, marchándose de mi cuerpo y regresando al suyo.
—Kat. —Aquel susurro me hizo sentir escalofríos. Seguía sentado y yo descansaba contra su pecho. Sentía que el corazón le latía muy deprisa, a la misma velocidad que el mío, en perfecta sincronía.
Todo lo que nos rodeaba me parecía más… claro.
—Daemon, ¿qué has hecho?
—Necesitas descansar. —Se quedó callado. Tenía la voz ronca y cansada—. Todavía no estás bien. Tardarás unos minutos, creo. Nunca había curado a alguien a este nivel.
—En la biblioteca me curaste —murmuré—. Y en el coche…
Inclinó la cabeza cerca de la mía.
—Sólo eran algunos morados y un esguince. Esto es muy diferente.
El brazo roto apenas me dolió al levantarlo. Volví la cabeza hacia él y nuestras mejillas se rozaron. Lo miré sorprendida mientras los árboles caídos nos rodeaban en un perfecto círculo. Miré hacia el suelo y vi el lugar en el que había estado Baruck. Lo único que quedaba era la tierra abrasada.
—¿Cómo he podido hacer eso? —susurré—. No lo entiendo.
Enterró la cabeza en mi cuello y respiró hondo.
—Debo de haberte hecho algo al curarte. No sé el qué. No tiene sentido, pero algo debe de haber pasado cuando nuestras energías se han unido. No tendría que haberte afectado, porque eres humana.
Empezaba a dudarlo.
—¿Cómo te encuentras? —me preguntó.
—Bien. Cansada, ¿y tú?
—Igual.
Lo observé en silencio mientras su dedo pulgar me recorría el mentón y llegaba hasta mi labio inferior.
—Creo que por el momento lo mejor es que sea nuestro secreto. No hablemos con nadie de lo que ha pasado mientras te he curado ni de lo que has hecho, ¿vale?
Asentí, pero me quedé quieta cuando sus manos me recorrieron el rostro y me quitaron los restos de tierra de la batalla.
Una marea de olas negras se posó sobre su frente y en el rostro se le dibujó una sonrisa que llegó hasta sus ojos, volviéndolos de un verde intenso. Me acarició las mejillas y se inclinó hacia mí. No pude evitar pensar en lo que había oído mientras nuestros labios se rozaban. Sus labios eran increíblemente suaves y rebosaban ternura. Llegaban hasta mi interior y me desbocaban el corazón. Fue un gesto inocente, íntimo, que me quemó por dentro cuando inclinó mi cabeza hacia atrás y exploró mis labios como si fuera la primera vez que nos besábamos. Y quizá era así. Fue un beso de verdad.
Cuando al fin se apartó, se rió, inseguro.
—Parece que sí. —Miré cada centímetro de su cansado rostro—. Y tú, ¿te has recuperado?
Se rió.
—Casi.
Respiré hondo, un poco mareada.
—¿Y ahora, qué?
Una sonrisa cansada se le dibujó en los labios.
—Nos vamos a casa.