Aquello no implicaba necesariamente que viniera hacia nosotras, sino que se dirigía a esta zona, pero había muchas probabilidades de que fuera así. Por eso Dee rondaba por toda la sala de estar como si fuera un tigre enjaulado. No tenía miedo, pero estaba lista para el combate.
—Si Baruck viene aquí, ¿podrás enfrentarte a él? —le pregunté.
La mirada de Dee era férrea; se había convertido en una persona totalmente diferente. Parecía una especie de princesa guerrera con mala leche. ¿Por qué nunca había visto esa parte de su personalidad?
—No soy tan rápida ni tan poderosa como mi hermano, pero seré capaz de aguantar el fuerte hasta que Daemon llegue.
Se me cayó el alma a los pies. Aguantar el fuerte no bastaba. ¿Y si Daemon no llegaba a tiempo? Dee se paró delante de la ventana, tensa. Me di cuenta de golpe de que todo lo que me había dicho Daemon era verdad: yo era un lastre para Dee; una debilidad. Pero no iba a permitirlo.
—Mi rastro es lo suficiente fuerte para que me vea aquí, en tu casa.
Se quedó callada.
—Supongo que no.
—¿Y desde la carretera o desde el bosque podría verme?
Se hizo otra pausa.
—Katy, no lo sé, pero pienso detenerlo antes de que llegue hasta ti.
—No; tengo una idea. —Di un paso adelante y casi tiro la montaña de DVDs—. Es una locura, pero puede que funcione.
Me miró con recelo.
—¿Qué?
—Si haces que mi rastro se vuelva más fuerte, podré llevármelo lejos de aquí. Así no vendrá y Daemon…
—Ni hablar —me dijo, inquieta—. ¿Te has vuelto loca o qué?
—Quizá —respondí mordiéndome el labio—. Mira, es mejor que quedarnos aquí sentadas. Existe el riesgo de que yo lo guíe hasta vuestra casa, ¿no te das cuenta? Entonces jamás estaréis a salvo. Tengo que llevármelo lejos de aquí.
—No. —Dee negó con la cabeza—. No pienso permitirlo, puedo luchar.
—Pero ¡yo no puedo hacer nada! No puedo enfrentarme a él. ¿Y qué pasa si escapa y va a buscar refuerzos? ¿Qué pasa si le dice a los demás dónde vivís? —Las palabras de Daemon resonaron en mi cabeza. «Eres una debilidad». Pero no para Daemon, sino para su hermana. Y eso no podía permitirlo—. Baruck sabe que soy tu punto débil. Por eso tienes que quedarte. Si Baruck nos encuentra juntas, me usará para destruirte. Lo mejor que podemos hacer es que yo atraiga al Arum a otra parte y que los chicos vayan a mi encuentro, en el campo. Así acabaremos con él.
—Katy…
—¡No acepto un no por respuesta! No tenemos demasiado tiempo. —Fui hacia la puerta y cogí las llaves y el móvil—. Venga, haz eso con la luz y las bolas de fuego. La última vez funcionó. Iré hacia… hacia el lugar de la fiesta. Dile a Daemon que voy para allá. —Dee se quedó mirándome y tuve que gritarle—: ¡Vamos!
—Esto es una locura. —Dee negó con la cabeza, pero se apartó y comenzó a volverse borrosa. Un segundo más tarde había adquirido su verdadera forma: una bella silueta de luz. «Esto es una locura». Me susurró su voz en mis pensamientos.
—¡Date prisa! —Ya no podía esperar.
Extendió los brazos y se le formaron dos esferas de una luz chisporroteante. Salieron disparadas por la sala de estar, haciendo que explotaran las lámparas y la tele, pero acabaron rebotando contra las paredes de forma inofensiva. El aire se cargó de electricidad y se me erizó el vello del cuerpo.
—¿Brillo ya? —le pregunté.
«Como el sol».
Bueno, mi truco había funcionado. Respiré hondo y asentí.
—Llama a Daemon y dile adónde voy.
«Ten cuidado, por favor». Su luz empezó a volverse más débil.
—Y tú también. —Me di la vuelta y salí corriendo hacia mi coche antes de pensarme dos veces lo que estaba haciendo.
Porque la verdad era que mi plan era una auténtica locura; lo más descabellado que había hecho en toda mi vida. Mucho más que darle una estrella a una novela, pedirle una entrevista a un autor con el que me moría de ganas de quedar o besar a Daemon.
Pero era lo único que podía hacer.
Metí la llave para arrancar el coche con manos temblorosas. Di marcha atrás en el vado, esquivando por apenas unos centímetros el Volkswagen de Dee. Pisé el acelerador y salí a la calle principal con un buen chirriar de ruedas. Me agarraba al volante como si fuera una abuela, pero conducía como si estuviera en una carrera de Fórmula 1.
No dejaba de mirar el retrovisor mientras llegaba a la carretera principal, como si esperara ver al Arum en cualquier momento, pero, cada vez que miraba, la carretera seguía vacía.
¿Y si mi plan no había funcionado? ¿Y si Baruck iba de todos modos a casa de Dee y la encontraba allí? El corazón se me salía por la boca. Qué idea tan estúpida había tenido. Mi pie vacilaba en el acelerador. Por lo menos no podría utilizarme para llegar hasta Dee.
Mi teléfono móvil sonó en aquel momento desde el asiento del copiloto. ¿Número desconocido? Estuve a punto de no cogerlo, pero al final respondí.
—¿Diga?
—¿Estás loca o qué narices te pasa? —me gritó Daemon por el teléfono. Me estremecí—. Esta tiene que ser la locura más…
—¡Cállate, Daemon! —protesté. Lo neumáticos invadieron un poco el otro carril—. Lo hecho, hecho está. ¿Y Dee? ¿Está bien?
—Sí, Dee está bien, pero ¡tú no! Hemos perdido a Baruck, y como Dee me ha dicho que ahora brillas como la luna llena, seguro que anda detrás de ti.
El miedo hizo que el corazón se me disparara.
—Bueno, esa era la idea.
—Te juro por todas las estrellas del firmamento que cuando te vea te vas a enterar. —Daemon se quedó callado un instante. Respiraba muy aceleradamente—. ¿Dónde estás?
Miré por la ventanilla.
—Casi he llegado al sitio de la fiesta. No veo a Baruck por ninguna parte.
—Pues claro que no lo ves —respondió con dureza—. Está hecho de sombras y de noche, Kat. No lo verás hasta que él quiera.
Ay, Dios.
—No puedo creer que hayas hecho algo así —me dijo.
El mal genio se me disparó por culpa del miedo.
—Oye, mira, no me hables así. Me dijiste que yo era una debilidad, una carga. Y no quería que Dee sufriera por mi culpa. ¿Qué habría pasado si hubiera aparecido en vuestra casa? Tú mismo me dijiste que me utilizaría en su contra. ¡Es lo mejor que podía hacer! ¡Así que no seas tan cretino!
Se hizo un silencio tan largo que creí que había colgado el teléfono. Sin embargo, habló al fin con voz crispada.
—Pero nunca te dije que tenías que hacer algo así, Kat. Jamás.
Su voz me daba escalofríos. Miré hacia las formas borrosas de los árboles. Respiré hondo, pero se me quedó encallado.
—Que yo haya hecho esto no es culpa tuya.
—Sí lo es.
—Daemon…
—Lo siento, Kat. No quiero que nadie te haga daño… No podría vivir con eso. —Se hizo otro silencio, que me sirvió para asimilar lo que me decía—. No cuelgues el teléfono. Voy a ver dónde puedo dejar el coche e iré a buscarte. Sólo tardaré unos minutos. No salgas del coche.
Asentí mientras paraba el coche en mitad del terreno. La luna empezó a esconderse detrás de una nube y cualquier asomo de claridad desapareció. No veía nada. Sentí una desagradable sensación en la boca del estómago. Me incliné, cogí la daga de obsidiana y la apreté con fuerza.
—Vale, quizás no haya sido la mejor idea del mundo…
Daemon soltó una carcajada sombría y dura.
—No me digas.
Apreté los labios y miré el retrovisor.
—Bueno, eso que decías de no poder vivir con…
De repente vi una sombra que parecía mucho más sólida que las demás. Se movía por el aire y era espesa como el aceite. Resbalaba por los árboles y se extendía por el suelo. Algo trepó hacia la parte trasera del coche y se deslizó por el maletero. Se me secó la boca y los labios se me despegaron.
La temperatura de la obsidiana comenzó a subir.
—¿Daemon?
—¿Qué?
El corazón me iba a mil.
—Creo que…
El cierre automático se desbloqueó y mi puerta se abrió. Grité. De repente ya no tenía el teléfono en la mano: estaba volando por los aires en dirección al suelo y por poco pierdo la obsidiana. Sentí un intenso dolor en el brazo y en el costado al ocultar la daga detrás de mí, ya en el suelo.
Levanté la vista y vi unos pantalones negros y el borde de una chaqueta de cuero. Mis ojos no me engañaban: vi la cara pálida, la marcada mandíbula y las gafas de sol que cubrían los ojos del Arum a pesar de que era de noche.
Baruck sonrió.
—Nos vemos otra vez.
—Mierda —dije entre dientes.
—Dime —intervino, agachándose y cogiéndome un mechón de pelo. Ladeaba la cabeza al hablar, moviéndose hacia delante y hacia atrás como si fuera un pájaro—: ¿Dónde está?
Tragué saliva mientras me arrastraba hacia atrás como podía.
—¿Quién?
—No te hagas la lista conmigo. —Se acercó y se quitó las gafas. Las puso dentro de la chaqueta. Sus ojos eran unas órbitas negras—. ¿Es que todos los humanos sois igual de idiotas?
Me costaba respirar. La daga sólo funcionaba en su forma verdadera, y empezaba a quemarme la mano a través de la empuñadura de cuero.
—Quiero al que mató a mis hermanos.
«Daemon». Todo el cuerpo me temblaba. Abrí la boca pero no me salieron las palabras.
—Y tú… tú mataste a uno de ellos para protegerlo a él. —El Arum desapareció, pero perdí mi oportunidad porque, antes de que pudiera moverme, apareció justos delante de mí—. Llévame hasta él o haré que me supliques que te mate.
Negué con la cabeza y apreté con más fuerza la obsidiana.
—Que te jodan.
Desapareció, transformándose en un grupo de sombras oscuras y retorcidas. Al intentar ponerme en pie grité de dolor. Blandí la obsidiana y la dirigí al centro de aquella masa oscura. La hoja brillaba y se había vuelto roja como una brasa ardiente.
Pero la hoja no llegó a su objetivo.
Un brazo de humo me atrapó antes. El contacto con aquel ser hizo que se me helaran los huesos. Dentro de mi cabeza oí su desagradable voz, entrometiéndose en mis pensamientos, como una serpiente. «¿Creías que iba a picar con ese truco? Por favor»…
Se giró y oí el crac antes de sentir el dolor. Los dedos me temblaron y la obsidiana cayó al suelo, rompiéndose en miles de esquirlas, como si no fuera más que un frágil cristal. Grité con todas mis fuerzas al sentir la oleada de dolor.
«Esto es por mi hermano».
Una mano tenebrosa me rodeó el cuello y me levantó del suelo.
«Y esto, por molestarme».
Baruck me empujó hacia atrás. Me di un golpe fuerte contra el suelo y me deslicé varios metros por encima del maíz aplastado. Aturdida, miré hacia el oscuro cielo.
«Dime dónde está».
Cogí aire, me puse de pie y empecé a correr hacia los árboles. Sostenía el brazo contra el pecho para protegerlo y corría con todas mis fuerzas. Mis zapatillas retumbaban contra la dura tierra, la aplastada hierba y las hojas caídas. No miré atrás: no era buena idea. Avancé por el bosque, golpeándome contra las ramas bajas durante el recorrido. Tuve un déjà vu al tropezarme con algunas raíces en aquel terreno irregular.
Baruck apareció de la nada, envuelto en un mar de sombras. Su forma se solidificó ante mí, desequilibrándome. Me paré y me di la vuelta. También estaba allí. Me tiró al suelo.
—¿Ya has quedado tranquila? —Una sonrisa cruel se le dibujó en los pálido labios—. ¿O quieres correr más?
Me eché hacia atrás en medio del barro mientras intentaba respirar. Estaba aterrorizada, y eso no me ayudaba a tener el control de la situación. Me estaba quedando sin tiempo.
Baruck arremetió contra mí. No llegó a darme con el brazo, pero salí disparada por los aires y me estrellé contra el suelo dándome un fuerte golpe. El aire abandonó mis pulmones y sentí que se me clavaban en la piel algunas piedrecillas a través de los vaqueros.
El Arum se inclinó hacia mí y me agarró la melena con el puño. Me mordí los labios para no llorar cuando empezó a arrastrarme por el suelo. El vaquero se me rompió por las rodillas y el dolor empezaba a ser insoportable. Estaba segura de que iba a arrancarme cada pelo de la cabeza mientras me arrancaba a tiras la piel de las rodillas.
Tiró otra vez de mí con fuerza y grité.
—Uy. —Paró en seco—. Siempre se me olvida lo frágil que es tu especie. No querría arrancarte la cabeza en un descuido. —Su propio comentario le hizo reír—. Bueno, todavía no.
Lo agarré de los brazos con la mano sana, para intentar que el tirón me doliera menos, pero apenas noté el cambio. Me arrastró por un camino lleno de ramas, raíces y pedruscos. Me dolían todos los músculos del cuerpo y me encorvé. Empezaba a marearme. No tardaría mucho en sucumbir al dolor.
—¿Qué tal va por ahí abajo? —Preguntó en busca de conversación. Baruck me propulsó hacia arriba y sentí una punzada de dolor que me recorrió el cuello y la espalda—. Ah, nada mal, por lo que veo. —Volvió a pararse y noté la distancia que me separaba del suelo. Estábamos cerca del bosque otra vez. Se inclinó sobre mí—. Dime dónde está.
Apoyé la maltrecha mano en el suelo, jadeando.
—No.
Levantó una bota y me la clavó en el costado. Supe que me había roto algo. Y que era algo importante, porque un líquido caliente empezaba a recorrerme el cuerpo por debajo de la camiseta.
«Dímelo».
Me estremecí y me hice un ovillo. La frialdad de aquel ser me helaba el alma.
Se acercó más.
«Hay cosas mucho peores que el castigo físico. Quizá eso hará que te entren ganas de hablar».
Baruck me agarró del cuello otra vez y me levantó hasta ponerme de puntillas. Se acercó y me atrajo hacia él. Tenía su cara a sólo unos centímetros y me estaba matando.
«Puedo hacerme con tu esencia; secarte hasta que se te pare el corazón. Yo no gano nada con eso, pero imagínate el intenso dolor inacabable que sentirás. Dime dónde está».
No lo hacía por valentía, pero no pensaba permitir que encontrar a Daemon. Si Baruck lo vencía, Dee sería la siguiente y yo jamás podría vivir con ese remordimiento. No era tan débil y no quería ser una carga. No podía.
No abrí la boca.
Se apartó y me clavó la mano en el diafragma. Sentía aquella mano tenebrosa dentro de mí, helando cada célula de mi ser. Estaba cada vez más cerca. El aire escapó de mis pulmones en una ráfaga dolorosa.
Y ya no pude respirar más.
Los pulmones se me cerraban a medida que él absorbía todo el aire que me quedaba. La quemazón que sentía en la garganta y en los pulmones se volvió rápidamente un dolor intenso que se apoderaba de mis extremidades. Todas las células de mi cuerpo gritaban, pedían que alguien aliviara aquel dolor. El corazón, como protesta, empezó a fallarme. Estaba robándome no sólo el oxígeno, sino la energía misma que me mantenía con vida. Empezaba a perder fuerzas y el pánico que sentía no me ayudaba. No notaba las manos y el brazo que tenía sano me colgaba inerte a un lado del cuerpo. Todo se ralentizó y el dolor empezó a remitir un poco. Sentí que su mano abandonaba mi cuello, pero no podía moverme. Su poder me tenía atada a él mientras se alimentaba de mi energía.
Me dijo algo, pero yo ya no lograba distinguir las palabras. Estaba tan cansada y me sentía tan pesada… Sólo el intenso dolor que sentía en la boca del estómago evitaba que me dejara llevar por completo. Los ojos se me cerraban y noté que él volvía a inhalar mi aire. Un profundo dolor me paralizó.
Sentí que algo se rompía en mi interior, como una cuerda cuando se vuelve demasiado fina. Se rompió y se curvó a gran velocidad. Por detrás de los párpados explotó un fogonazo de luz y por unos instantes no vi nada. Un poderoso rugido me invadió los oídos. La Muerte había venido a buscarme.
La Muerte parecía enfadada, dolida y desesperada. Era injusto que me recibiera así después de todo lo que me había pasado… ¿No podía recibirme con los brazos abiertos y con imágenes de papá esperándome?
De repente, una figura apareció de la nada y chocó contra nosotros. Salí despedida por los aires y acabé en el suelo, tirada de cualquier manera. Abrí los ojos y allí estaba, agazapada como un animal delante de mí.
Aquella figura era Daemon, y gruñía enfadado mientras se ponía de pie como un ángel vengador bañado en una luz celestial.