Odiaba a Daemon Black; si es que se llamaba así de verdad. Lo odiaba con la misma fuerza que la de mil soles juntos. «Ahora ya casi no brillas», me había soltado antes de recoger su camiseta del suelo y marcharse de casa.
El muy cabrón se había cargado mi portátil.
El olor a quemado venía de allí. Al parecer, su libido alienígena tiene un efecto directo en casi todos los aparatos eléctricos. Así que ahora debía recurrir a los ordenadores del instituto para poder actualizar mi blog. Vaya lata. Además, me había pasado una hora después de conseguir levantarme del sofá cambiando bombillas. Por suerte, la tele no estaba frita.
Lo que si estaba frito era mi cerebro. ¿En qué narices estaba pensando? ¿Qué acababa de hacer? Supongo que la discusión debió ser el desencadenante. Nos habíamos peleado tanto que esa debía ser la razón de que nos enrolláramos de repente, con tanta intensidad. Y yo sabía que no estaba tan indiferente como fingía. Lo que había pasado no era teatro.
Mi rastro se había vuelto mínimo, para sorpresa de todos. A ver cómo explicaba aquello. Seguro que estaba impaciente por contárselo a todos.
Lo odiaba.
No sólo porque había probado que yo mentía, ni porque me había dejado sin portátil hasta mi cumpleaños; tampoco por avivar las sospechas de Dee al ver que mi rastro casi había desaparecido, sino por lo que me hacía sentir. Y encima conseguir que lo dijera en voz alta.
Si pensaba darme un golpecito con el boli otra vez, iba a ser yo quien lo entregara directamente a los Arum.
Mi móvil sonó en la mochila mientras iba hacia el coche, agazapada para protegerme del viento que soplaba con fuerza por debajo de Seneca Rocks. No tuve que mirarlo para saber que era un mensaje de Simon. Llevaba una semana entera mandándome mensajes de disculpa. No se atrevía a hablarme en clases ni en público; no después de que Daemon lo amenazara. De momento, no pensaba perdonarlo. Estuviera bebido o no, no era excusa para que se comportara como un gilipollas que no acepta un no por respuesta.
—¡Katy!
Me sobresalté al oír la voz de Dee. Me puse la mochila al hombro, me volví y esperé.
Como de costumbre, Dee estaba preciosa. Llevaba unos tejanos oscuros ajustados y un jersey fino de cuello alto. El pelo azabache le brillaba y los ojos le resplandecían. Era sencillamente espectacular. En el rostro tenía una franca sonrisa que se difuminó al llegar junto a mí.
—Hola. Creía que no ibas a pararte —me dijo.
—Perdona, estaba pensando en otra cosa. —Me puse a caminar de nuevo, mirando mi coche de reojo—. ¿Qué tal estás?
Dee carraspeó.
—¿Me estás evitando, Katy?
Los había estado evitando a todos; cosa que era bastante difícil porque eran mis vecinos, mis compañeros de clase y de comedor. Echaba de menos a Dee.
—No.
—¿En serio? Pues desde el sábado no has estado demasiado comunicativa —señaló—. El lunes no te sentaste con nosotras a comer porque dijiste que tenías que estudiar para un examen, y ayer creo que no me dijiste ni dos palabras seguidas.
La culpa me reconcomía por dentro.
—He estado un poco… a mi aire.
—Es demasiado para ti, ¿verdad? Lo que somos… —me dijo con una vocecilla casi de niña—. Tenía miedo de que pasara esto. Somos unos monstruos y…
—No sois ningunos monstruos —le respondí con total seguridad—. Sois mucho más humanos de lo que creéis.
A Dee aquello pareció aliviarla. Se puso delante de mí.
—Los chicos siguen buscándole la pista a Baruck.
Pasé a su lado y abrí la puerta del coche. La obsidiana se movió en el compartimento de la puerta. Si la llevaba en la mochila me sentía como una asesina en potencia, y por eso había preferido dejarla en el coche.
—Bien.
Asintió.
—Van a seguir buscándolo y controlándolo todo, aunque tanto Simon como tú casi no tenéis rastro. —Dee se quedó en silencio un momento—. La verdad es que me gustaría saber como te lo quitaste tan rápido…
El estómago se me revolvió.
—Bueno; hice mucho… ejercicio.
Arqueó las cejas.
—Katy…
—Bien —respondí rápido—, me alegro de que Simon ya no tenga rastro, especialmente porque no tiene ni idea de todo esto, así que supongo que son buenas noticias, si olvidamos lo baboso que fue…
—Te estás yendo por las ramas, Katy —me dijo con una sonrisa en el rostro.
—Sí, es verdad.
—¿Qué haces mañana? —me preguntó, esperanzada—. Es sábado y, además, Halloween. Quizá podríamos alquilar algunas pelis de miedo, ¿no?
Negué con la cabeza.
—Le prometí a Lesa que iría a repartir caramelos con ella. Vive en un terreno, lejos, por eso… —Vi que Dee me miraba dolida. ¿Qué estaba haciendo? Pasar de una amiga por culpa del idiota de su hermano no era propio de mí—. Puedo ir a tu casa luego y ver alguna peli si tú quieres.
—¿Si yo quiero? —dijo entre dientes.
Me acerqué a ella y la abracé.
—Pues claro que quiero. No te olvides de comprar toneladas de palomitas y caramelos. Es una orden.
Dee me devolvió el abrazo.
—No hay problema.
Me aparté, con una sonrisa.
—Bueno, pues te veo mañana. ¿A qué hora te va bien que vaya?
—Un momento. —Me cogió del brazo. Tenía los dedos muy fríos—. ¿Qué ha pasado entre Daemon y tú?
Puse cara de póquer.
—No ha pasado nada, Dee.
Me miró recelosa.
—Te conozco, Katy. Tendrías que haberte pasado toda la tarde corriendo para que se te quitara todo el rastro de una vez.
—Dee…
—Y Daemon está más insoportable de lo normal. Entre vosotros ha pasado algo. —Se apartó el pelo de la cara, pero los rizos volvían a tapársela una y otra vez—. Ya sé que la última vez me dijiste que no había pasado nada, pero…
—En serio: no ha pasado nada. Te lo prometo. —Me metí en el coche y me obligué a sonreír—. Te veré mañana por la noche.
No me creyó. Yo tampoco me lo creía, pero ¿qué iba a hacer? Admitir lo que había pasado entre Daemon y yo no era algo que quisiera compartir con su hermana.
Cada vez que llegaba Halloween echaba de menos ser una niña para disfrazarme y comer toneladas de caramelos. Lo único que podía hacer ahora era… comer toneladas de caramelos. Bueno, tampoco estaba tan mal.
Lesa se rió al ver que sacaba otra bolsa de chocolatinas.
—¿Qué pasa? —Le di un codazo—. Es que me encantan…
—Ya, y también te encantan los Kit Kat, los chicles, los bombones…
—¡Mira quién fue a hablar! —Hice un gesto hacia la montaña de envoltorios que tenía a sus pies, en el escalón—. ¡Tú tampoco has parado! ¿Eh, bonita? Pareces una aspiradora.
Nos quedamos calladas al ver que un niño subías los escalones vestido como uno de los Kiss. Que elección más rara…
—¡Truco o trato! —gritó el pequeño.
Lesa le hizo unas cuantas carantoñas y le dio bastantes chocolatinas.
—Está claro que no has venido por los niños… —me comentó mientras observaba como el pequeño se marchaba con una carretilla hacia sus padres.
Me metí un caramelo en la boca.
—¿Por qué lo dices?
—¿Te ha parecido mono el niño que acaba de marcharse? —Apartó el bol para que no cogiera más chocolatinas y caramelos.
Me encogí de hombros.
—Supongo, no sé. Olía un poco a… niño.
A Lesa se le escapó una carcajada.
—¿Te gustan los niños?
—Me dan miedo. —Una momia y un vampiro se acercaron a nosotras. Lesa les hizo carantoñas hasta que se marcharon—. Especialmente los más pequeños —añadí con cara de mala uva al ver que ya no quedaban más chocolatinas de almendra—. Hacen ruiditos y tal, y no sé de qué hablan, pero tu hermano pequeño es bastante mono.
—Mi hermano pequeño se hace caca encima.
Me reí.
—Ya, claro, ¿será porque sólo tiene un año?
—Bueno; por lo que sea, pero da bastante asquito. —Le dio algunos caramelos a un vaquero del Lejano Oeste que tenía la cabeza travesada por una flecha. Qué bien—. Oye, ¿qué te pasa últimamente, por cierto?
—¿Qué? —Con mis habilidades de ninja conseguí hacerme con unos Smarties—. A mí no me pasa nada.
—Pero si está más claro que el agua… —Estaba todo tan oscuro que no le veía bien los ojos. En su barrio no creían en las farolas—. A ver, esta última semana pareces sacada de alguna novela de adolescentes con problemas como las que leo…
Puse los ojos en blanco.
—No es verdad.
Me dio un golpecito con la rodilla.
—No has hablado con nadie. Y has estado especialmente distante con Dee. Y es muy raro, porque sois buenas amigas.
—Y seguimos siéndolo. —Suspiré, entrecerrando los ojos y mirando a la oscuridad. Distinguía las siluetas de padres e hijos caminando por las calles—. No estoy enfadada con ella, ni nada de eso. Cuando acabemos aquí con las chocolatinas, me voy a verla a su casa…
Lesa agarró el cuenco.
—¿Pero?
—Pero algo pasó con su hermano —le confesé. Sentía la necesidad de hablar con alguien de lo que había sucedido.
—¡Lo sabía! —exclamó—. ¡Madre mía, tienes que contármelo todo! ¿Os habéis besado? Un momento… ¿os habéis acostado?
Una madre vestida de hada la miró mal mientras apartaba a su hijo del porche de Lesa.
—Lesa, tía, tranquilízate.
—Lo que tú digas; pero, oye, tienes que contármelo todo. Te odiaré eternamente si no lo haces. ¿A qué huele?
—¿Cómo? —Arrugué la frente.
—Ya me entiendes; parece que Daemon tenga que oler muy bien.
—Ah… —Cerré los ojos—. Sí, huele muy bien.
Lesa suspiró, embelesada.
—Quiero todos los detalles ya mismo.
—Bueno, tampoco hay tanto que contar… —Cogí una hoja del suelo y la retorcí. Al recordar sus labios, sentí un picor en los labios—. Vino a casa el domingo pasado y nos besamos.
—¿Y ya está? —Parecía muy decepcionada.
—Chica, no me he acostado con él. Jesús… Pero fue todo bastante… intenso. —Tiré la hoja al suelo y me pasé la mano por el pelo, echándomelo hacia atrás—. Estábamos discutiendo y, de repente… ¡pum! Nos estábamos morreando.
—Vaya… Qué morbo, ¿no?
Suspiré.
—Sí, la verdad. Pero de repente se marchó a su casa.
—Claro; eso es que sentís una pasión tan grande que es explosiva y no pudo soportar el calor…
La miré con cara de póquer.
—No sentimos nada, Lesa.
Lesa no me hizo ni caso.
—Me preguntaba cuanto tiempo ibais a aguantar con el rollo ese de ser archienemigos…
—No tenemos ningún rollo de ser archienemigos —dije entre dientes.
—¿Sobre qué discutíais?
¿Cómo podía explicárselo? No podía decirle que acabamos besándonos porque le había dicho que no me atraía y él necesitaba quitarme el rastro… Como que no.
—¿Katy?
—Creo que su intención no era besarme —anuncié al fin.
—¿Qué? ¿Entonces qué pasó, que se resbaló y sus labios fueron a parar a tu boca? Eso pasa porque tiene que pasar.
Me reí.
—No. Creo que no quería porque después parecía bastante enfadado. De hecho, lo estaba.
—¿Le mordiste la lengua o algo? —Lesa se echó el pelo hacia atrás mientras fruncía el ceño—. Tiene que haber un motivo por el que se enfadara después…
Como se estaba haciendo tarde y los niños comenzaban a escasear, cogí el cuenco de chucherías y empecé a escudriñar lo que quedaba.
—No lo sé. A ver, no hemos hablado del tema. Se fue, y desde entonces lo único que ha hecho ha sido darme golpecitos con el boli en clase.
—Seguramente porque lo que quiere es darte golpecitos con otra cosa. —Me soltó aquella burrada y se quedó tan pancha.
La miré con cara de sorpresa.
—¡No puedo creer que acabes de decir eso!
—Ay, chica… —Agitó la mano en el aire para quitarle importancia—. No ha vuelto con Ash, ¿verdad? Quiero decir, que no salen…
—Salen y no salen; ya lo sé. Me parece que no están juntos, pero, vaya, me da igual. —Me metí otro caramelo en la boca. A ese ritmo iba a salir rodando del porche de Lesa—. Es sólo que…
—Te gusta. —Lesa acabó la frase por mí.
Me encogí de hombros mientras me hacía con otra chocolatina. Puede que me gustara… O puede que simplemente me atrajera, cosa que era obvia porque había estado a punto de acabar completamente desnuda…
—Es rarísimo, de verdad. Es la persona que más me saca de mis casillas de todo el planeta pero… Bueno, no quiero hablar del tema. —Agarré otra chocolatina—. En fin. Oye, ¿y tú qué tal con Chad?
—Estás cambiando de tema. A mí no me engañas.
Sin mirarla, agarré el cuenco con fuerza.
—Salisteis ayer por la noche, ¿no? ¿Te besó? ¿Huele bien?
—La verdad es que sí, huele muy bien. Me gusta su colonia, creo que es de la misma marca de la que lleva mi padre, pero no huele igual, porque eso sería horripilante.
Me reí. Nos quedamos un rato charlando y después me marché a casa. Dee había decorado toda la casa con calabazas. Cuando me fui no había ninguna… Me dijo que la siguiera hacia el interior. Olía a algo raro.
—¿A qué huele? —Arrugué la nariz.
—Estoy cocinando pepitas de calabaza —contestó—. ¿Las has probado?
Negué con la cabeza.
—No. ¿A qué saben?
—A calabaza.
Efectivamente, tenía las pepitas puestas en una bandeja; pero esta no estaba dentro del horno. Las estaba cocinando con sus manos. La mesa de la cocina, cubierta por papel de periódico, estaba llena de manchurrones de calabaza.
—Voy a tomarte prestadas las manos durante el invierno, cuando se me llene el parabrisas de hielo.
Dee se rió.
—Y yo te ayudaré encantada.
Sonreí y fui a ver qué películas había alquilado. Miré los lomos y se me escapó la risa.
—Madre mía, Dee, estas pelis son totales.
—Ya sabía yo que iba a gustarte que combinara toda la saga de Scream con la de Scary Movie. —Movía las manos por encima de la bandeja del horno. Las semillas se movían y saltaban y el olor a canela inundó el aire—. Ya veremos la saga de Halloween otro día.
Miré hacia la puerta.
—Esto… ¿Está Daemon en casa?
—No. —Cogió la bandeja y colocó las semillas dentro de una bola decorada con murciélagos y calaveras—. Ha salido con los chicos para ver si así Baruck aparece.
Nos llevamos las pelis y las cosas de picar a la sala de estar y pensé en lo que acababa de decirme.
—¿Han salido para ver si así aparece? ¿Quieren pelear con él?
Un DVD salió volando de la pila y fue a parar a su mano.
—No te preocupes. Adam y Daemon están echando un vistazo por el centro. Matthew y Andrew han ido a buscarlo por los campos. No les pasará nada.
Sentí una extraña agitación en el estómago.
—¿Estás segura?
Dee sonrió.
—No es la primera vez que lo hacen. Ya saben lo que tienen que hacer: no les pasará nada, de verdad.
Me acomodé en el sofá e intenté no preocuparme. Me costaba, especialmente porque había visto el odio que se reflejaba en los ojos de Baruck en primera persona. Dee se sentó a mi lado y probé las semillas de calabaza. No estaban mal. Habíamos visto la primera peli de Scream cuando sonó su móvil.
Dee levantó la mano, la agitó y el móvil salió volando de la mesa y fue a parar a su mano. Respondió poniendo los ojos en blanco.
—Daemon, espero que me llames para darme buenas noticias, porque estamos… —De repente, puso los ojos como platos y se levantó de un brinco. Apretaba con fuerza el puño—. ¿Qué quieres decir?
Sentí que el estómago se me revolvía mientras la veía agitarse nerviosa en torno a la mesilla de café.
—¡Katy está aquí, pero el rastro es casi imperceptible! —Se hizo una pausa y entonces Dee palideció—. Vale. Ten cuidado. Te quiero.
Tan pronto como colgó el teléfono, me puse de pie.
—¿Qué pasa?
Dee me miró fijamente.
—Es Baruck. Lo han encontrado. Y viene hacia aquí.