Capítulo 26

—Cielo, ¿seguro que te encuentras bien? —Mamá asomó la cabeza por encima del sofá y frunció el ceño. Llevaba toda la mañana igual—. ¿Necesitas alguna cosa? ¿Un poco de sopita? ¿Un abrazo? ¿Un beso?

Me reí.

—Mamá, no me pasa nada.

—¿Seguro? —preguntó, tapándome los hombros con una manta de ganchillo—. ¿Pasó algo en el baile, hija?

—No, mamá. —Si obviaba el billón de mensajes que me había enviado Simon, disculpándose por su actitud, y el ataque alienígena que vino después. No; no había pasado nada de nada—. Estoy bien.

Estaba cansada después de pasarme casi todo el sábado rodeada de extraterrestres cabreados. Dos de ellos no confiaban en mí y otro pensaba que yo iba a suponer el final de Daemon. Adam no me odiaba, pero tampoco era especialmente amable conmigo. Me había escapado antes de que llegaran las pizzas que habían encargado. Ash tenía razón: ellos eran una familia y yo sencillamente no encajaba allí.

Cuando mamá se marchó a trabajar, me tapé con la manta e intenté quedarme en casa viendo una peli en la tele, pero resultó que iba de una invasión extraterrestre. En este caso, no eran seres de luz sino insectos gigantes devorahumanos. Me dio mal rollo y cambié de canal.

Llovía a cantaros. Tanto que casi no se oía nada más que el sonido de la lluvia. Sabía que Daemon andaba cerca. Lo estaría hasta que descubrieran una manera de que mi rastro desapareciera. Todas sus sugerencias tenían que ver con el ejercicio extremo al aire libre, cosa que era imposible llevar a la práctica hoy.

El sonido de la lluvia me reconfortaba. Al cabo de un rato empezaron a cerrárseme los ojos. Estaba a punto de quedarme dormida cuando alguien llamó a la puerta y me sobresalté.

Aparté la manta y fui hacia la puerta. No creía que los Arum fueran por ahí llamando a las puertas, por lo que abrí. Allí estaba Daemon, quién apenas se había mojado a pesar de que llovía tanto que se formaban cortinas de agua detrás de él. Apenas tenía un par de gotas en la camiseta de manga larga que llevaba puesta. Seguro que había usado su velocidad alienígena. ¿Y qué narices hacía con pantalones de chándal?

—¿Qué pasa?

—¿Vas a invitarme a entrar o no? —me preguntó.

Apreté los labios con fuerza antes de apartarme y dejarle pasar. Pasó a mi lado y empezó a mirar en las habitaciones.

—¿Se puede saber qué buscas?

—Tu madre no está, ¿no?

Cerré la puerta.

—Como ves, su coche no está en la entrada.

Entrecerró los ojos.

—Tenemos que conseguir que desaparezca tu rastro.

—Está diluviando. —Pasé a su lado y cogí el mando de la tele para apagarla. Daemon fue más rápido: la tele se apagó sola antes de que pudiera apretar el botón—. Mira que eres fantasma —dije entre dientes.

—Me han llamado cosas peores. —Frunció el ceño y después se rió—. ¿Se puede saber que llevas puesto?

Bajé la vista y me puse roja como un pimiento. Lo que no llevaba seguro era sujetador. ¿Cómo podía haberme olvidado de ponérmelo?

—Déjame en paz.

Se rió otra vez.

—¿Qué son, los enanitos de Blancanieves?

—¡Pues no! Para que lo sepas son los enanitos de Santa Claus y me encantan estos pantalones de pijama porque me los regaló mi padre.

Su sonrisa de satisfacción se atenuó.

—¿Los llevas porque te recuerdan a él?

Asentí.

No dijo nada. Se limitó a poner las manos en los bolsillo frontales de los vaqueros.

—Mi gente cree que, cuando morimos, nuestra esencia ilumina las estrellas del universo. Parece una tontería creer algo así, pero cuando miro al cielo por la noche me gusta pensar que al menos dos de esas estrellas son mis padres. Y otra de ellas es Dawson.

—No es ninguna tontería. —Me quedé en silencio, sorprendida por lo conmovedora que era aquella presencia. ¿Acaso no creemos nosotros lo mismo, que nuestros seres queridos velan por nosotros desde el cielo?—. Quizá otra estrella sea mi padre.

Me miró y nuestros ojos se encontraron un instante antes de que los apartara.

—Bueno, la verdad es que esos enanitos son bastante sexys.

Y de ese modo se ponía punto y final a un momento serio y profundo.

—¿Se os ha ocurrido algún otro modo de eliminar el rastro?

—La verdad es que no.

—Tenéis pensado que haga ejercicio, ¿no?

—Bueno, es un modo de lograr que desaparezca.

Me senté en el sofá. Mi irritación iba en aumento.

—Pues ya ves que hoy poco hay que hacer.

—¿No te gusta salir cuando llueve?

—Como estamos a finales de octubre y hace frío, pues no, la verdad es que no me gusta nada. —Cogí la manta y me la puse en el regazo—. No pienso salir ahí fuera a correr.

Daemon suspiró.

—No podemos esperar, Kat. Baruck está ahí fuera. Cuanto más esperemos, más peligroso será.

Sabía que estaba en lo cierto, pero, aún así, no creía que salir a correr y pelarme de frío con la lluvia torrencial que caía fuera la mejor solución.

—¿Y qué pasa con Simon? ¿Les hablaste a los demás de él?

—Andrew se encarga de vigilarlo. Ayer tuvo partido, así que casi todo su rastro ha desaparecido. Lo que prueba que nuestra idea funciona.

Lo miré. En vez de ver su expresión seria, en aquel momento veía la del día anterior, antes de que se diera cuenta de que estaba en la cama conmigo. Sentí un calor repentino. Malditas hormonas.

Buscó algo y sacó el puñal de obsidiana.

—Esta es otra razón por la que he venido a verte.

La negra obsidiana brilló al colocarla sobre la mesilla de café. No se había vuelto de color rojo, como cuando estaba cerca de los Arum.

—Quiero que te la quedes, por si acaso. Llévala en la mochila, en el bolso o lo que sea que lleves.

—¿En serio?

Daemon evitó mirarme a los ojos.

—Sí. Aunque consigamos deshacernos de tu rastro, llévala siempre contigo. Por lo menos hasta que nos libremos de Baruck.

—¿No la necesitas tú más que yo? ¿Y que hay de Dee?

—No te preocupes por nosotros.

Era muy fácil decirlo. Contemplé la obsidiana y me pregunté cómo demonios iba a esconder eso en la mochila.

—¿Crees que Baruck sigue merodeando por aquí?

—Está cerca, sí —aseguró—. El cuarzo beta disimula nuestra presencia, pero sabe que estamos aquí. Que yo estoy aquí.

—¿Crees que va a ir a por ti? —Sentí un nudo en el estómago sin razón aparente al pensar en eso.

—Maté a dos de sus hermanos y te di un arma con el que matar al tercero. —No parecía demasiado alterado con la idea de que un extraterrestre loco andaba por ahí buscándolo para matarlo. La verdad es que los tenía bien puestos. Era algo que me gustaba de él—. Los Arum son criaturas vengativas, gatita. No parará hasta encontrarme. Y te utilizará a ti para encontrarme, sobretodo después de ver que acudiste a mi rescate. Llevan suficiente tiempo en la Tierra para darse cuenta de lo que implica eso. Que serás una debilidad.

—No soy ninguna debilidad. Puedo defenderme solita.

No me respondió, pero la intensidad de su mirada me abrasó por dentro. La seguridad que yo tenía en mí misma empezó a desmoronarse. Yo era una debilidad para él, y quizá incluso Dee lo pensara. El resto de los Luxen, seguro.

Pero yo maté a un Arum… cuando este estaba de espaldas a mí, claro. Tampoco había utilizado ninguna técnica ninja.

—Bueno, no hablemos más del tema. Tenemos cosas que hacer —me dijo mientras miraba a su alrededor—. No sé que podemos hacer para quitarte ese rastro… Quizás podrías ponerte a dar saltos, ¿no?

Ponerme a saltar sin sujetador… Como que no. No le hice ni caso y abrí la tapa del ordenador en la mesilla de café para echarle un vistazo a mi última entrada. Había grabado un vídeo para la sección de «In My Mailbox» ayer, después de llegar a casa. Necesitaba recuperar la seguridad que me daban los libros y entrar en mi blog para saber cómo se sentía una teniendo una vida «normal». Sólo tenía dos libros de los que hablar, por lo que no tardé mucho en grabarlo. Tenía una pinta horrible. ¿Por qué se me había ocurrido hacerme coletas?

—¿Qué miras? —preguntó.

—Nada. —Hice el amago de cerrar la tapa, pero esta no se movió—. Oye, haz el favor de no usar ese poder rarito tuyo con mi ordenador: me lo vas a romper.

Arqueó una ceja, divertido, y se sentó a mi lado. Seguía sin poder cerrar la tapa. Y el ratón no se movía. No podía ni cerrar la maldita página. Me incliné hacia delante para que no lo viera y Daemon ladeó la cabeza.

—¿Esa eres tú?

—¿A ti qué te parece? —gruñí.

Una sonrisa se le dibujó en el rostro.

—¿Te grabas a ti misma?

Respiré hondo y solté el aire despacio.

—Por cómo lo dices parece que esté haciendo algo guarro.

Daemon emitió un sonido gutural.

—¿Es eso lo que haces?

—¡Anda, que ya te vale! ¿Me dejas que cierre el ordenador, por favor?

—Quiero verlo.

—¡No! —Me horrorizaba que Daemon pudiera verme haciendo el friki con mis libros. No iba a entenderme ni de coña.

Daemon me miró de soslayo. Miré con recelo hacia la pantalla. La flechita empezó a moverse sola y le dio al play.

—Maldito seas tú y tus poderes extraterrestres.

Unos segundos más tarde, el video se puso en marcha y allí estaba yo, en mi paraíso friki, enseñando portadas de libros delante de mi webcam cutre. Aparecían algunos puntos de libro y hasta hacía publicidad subliminal de la Diet Pepsi. Menos mal que por lo menos no salía cantando.

Me quedé allí sentada, de brazos cruzados, a la espera de la retahíla de comentarios chulescos. Nunca había odiado tanto a Daemon en toda mi vida. Ninguno de mis conocidos le prestaba la más mínima atención a mi blog: los libros era una pasión que compartía sólo con mis amigos virtuales. Y no con Daemon. Me ponía de los nervios que viera mis vídeos.

Por fin se acabó.

—Incluso en el video brillas —me dijo con tono serio.

Asentí sin abrir la boca. Y esperé.

—Si que te gustan los libros, ¿no? —Como no le dije nada, cerró la tapa del ordenador sin tocarla—. Qué graciosa.

Me volví para mirarlo.

—¿Graciosa?

—Sí, es graciosa la emoción que transmites al hablar de libros —respondió, encogiéndose de hombros.

Me quedé sin palabras.

—Pero, por muy graciosa que estés con coletas, eso no va a hacer que desaparezca tu rastro. —Se puso de pie y se desperezó. La camiseta se le subió y no pude evitar que se me fueran los ojos—. Tenemos que quitártelo como sea.

No daba crédito. No se había reído de mí y todavía no sabía cómo reaccionar. Acababa de ganarse unos cuantos puntos positivos.

—Cuanto antes consigamos que tu rastro desaparezca, menos tiempo tendremos que pasar juntos.

Puntos positivos que acababan de esfumarse.

—Mira, si tanto te desagrada estar cerca de mí, ¿por qué no viene otro de los tuyos? La verdad es que preferiría estar con cualquiera de ellos, incluso con Ash, antes de estar contigo.

—Tú no eres su problema. —Me miró fijamente—. Eres problema mío.

Solté una risita amarga.

—No soy problema tuyo.

—Sí que lo eres —aseguró—. Si hubiera conseguido que Dee me escuchara y no se hiciera amiga tuya, nada de esto habría pasado.

Puse los ojos en blanco.

—No sé que decirte. Ahora mismo no podemos hacer nada para cambiar las cosas, así que será mejor que demos este día por perdido y nos ahorremos el duro trance de tener que respirar el mismo aire.

Me miró con cara de póquer.

—Me olvidaba, tú no tienes que respirar oxígeno. Error mío. —Me puse de pie. Me moría de ganas de que se marchara—. ¿No puedes volver cuando haya dejado de llover?

—No. —Daemon se apoyó contra la pared y se cruzó de brazos—. Quiero que zanjemos ya este tema, gatita. Estar todo el día preocupado por ti y por los Arum no es nada divertido. Tenemos que solucionarlo ya mismo. Y tenemos varias alternativas para ello…

Apreté con fuerza los puños.

—¿Cómo qué?

—Bueno; si te pasas más o menos una hora dando saltos el rastro se te irá. —Bajó la vista y algo brilló en sus ojos—. Puede que quieras cambiarte antes.

La necesidad de taparme me apremiaba, pero resistí. No pensaba permitir que me intimidara.

—No pienso pasarme una hora dando saltos.

—Bueno, pues entonces puedes correr por la casa y subir y bajar escaleras. —Se quedó un momento callado. Su sonrisa se volvió libidinosa cuando nuestros ojos se encontraron—. Y siempre nos queda el sexo. Tengo entendido que consume mucha energía.

No daba crédito. Sentí un torbellino de emociones: tenía ganas de reírme en su cara, me ofendía que sugiriera algo tan ridículo y a la vez a una parte de mi ser le gustaba la idea. Lo peor era que aquello no tenía ninguna gracia.

Daemon esperó.

—Ni en sueños, chaval. —Di un paso adelante y lo señalé con el dedo índice—. Ni aunque fueras el último… Anda, que no puedo decir «el último humano sobre la faz de la Tierra».

—Gatita —musitó, con una advertencia en los ojos.

No le hice caso.

—Ni aunque fueras el último ser con aspecto humano sobre la faz de la Tierra. ¿Ahora lo entiendes? ¿Capiche?

Ladeó la cabeza y varios mechones se le deslizaron sobre la frente. En su sonrisa había peligro, pero yo no pensaba callarme. Estaba decidida.

—Además, no me atraes nada. —Mentira podrida—. Pero vamos, nada de nada. Eres…

De repente Daemon estaba delante de mí, a apenas unos centímetros de mi rostro.

—¿Qué soy?

—Ignorante —contesté, dando un paso atrás.

—¿Y qué más? —Él dio un paso adelante.

—Prepotente, controlador… —Di otro paso atrás, pero él seguía invadiendo mi espacio personal y más—. Y un… cretino.

—Venga ya, gatita, seguro que puedes hacerlo mejor. —Su voz era cada vez más grave a medida que se acercaba a mí. Casi ni la oía por culpa de la lluvia y de los latidos de mi corazón—. Todavía no me creo que no te sientas atraída por mí.

Me obligué a reír.

—No me atraes en absoluto.

Daemon dio otro paso más y mi espalda chocó contra la pared.

—Mientes.

—Estás demasiado seguro de ti mismo. —Respiré hondo, pero todo olía a él y sentía algo raro en el estómago—. Ya te he dicho que eres un arrogante. Eso no me mola nada.

Daemon me puso las manos en las mejillas y se inclinó hacia mí. A un lado tenía una lámpara y, al otro, la tele. Estaba atrapada. Sentía su aliento sobre mis labios.

—Cada vez que mientes, te pones roja.

—No…

No era la respuesta más elocuente que había dado en mi vida, pero era lo mejor que se me ocurrió en aquel momento.

Deslizó las manos pared abajo y las detuvo junto a mis caderas.

—Yo creo que piensas en mí todo el tiempo. Sin parar.

—Estás mal de la cabeza. —Me apreté contra la pared. Casi no podía respirar.

—Seguro que hasta sueñas conmigo. —Bajó la vista hacia mis labios y sentí que se despegaban—. Seguro que escribes mi nombre en tus libretas, una y otra vez, rodeado por un corazoncito.

Me reí.

—En tus sueños, Daemon. Eres la última persona a la que…

Daemon me besó.

No hubo espacio para la duda. Sus labios estaban sobre los míos y dejé de respirar. Se estremeció y de su garganta salió un sonido que era mitad quejido mitad gruñido. Sentí escalofríos de placer y el pánico me invadió al ver que me besaba con más intensidad, separándome los labios. Ya no pude pensar en nada más. Me aparté de la pared y sellé el minúsculo espacio que quedaba libre entre nosotros apretándome contra él y entrecerrando los dedos en su pelo; era tan suave y sedoso… Sentí que me encendía y que el corazón me iba a explotar. El abanico de emociones que experimentaba era enloquecedor. Me asustaba y me excitaba a la vez.

Me rodeó las caderas con sus manos y me levantó como si estuviera hecha de aire. Enredé mis piernas en su cintura y nos movimos hacia la derecha, tirando una lámpara por el camino. Ni pensé en eso. Una luz estalló en algún lugar de la casa. El televisor se encendía y se apagaba sin cesar. Nuestros labios no se despegaron en ningún momento; no teníamos suficiente. Nos estábamos devorando; nos ahogábamos el uno en el otro.

Hacía meses que lo esperábamos y vaya si había merecido la pena. Y yo quería más.

Bajé los brazos y tiré de su camiseta, pero estaba atrapada debajo de mis piernas. Me contorneé para poder poner los pies sobre el suelo. Conseguí llegar hasta su camiseta y tirar de ella. Daemon se apartó un instante para que pudiera pasársela por la cabeza y lanzarla a un lado.

Sus manos se deslizaron por mi cabeza y me atrajeron de nuevo a sus labios. Se oyó un chasquido en la casa. Algo pasó con la electricidad y empezó a oler a quemado. Pero todo me daba igual. Comenzamos a movernos hacia atrás. Me puso las manos por debajo de la camiseta y me recorrió la piel con ellas. Sentí que la sangre me bombeaba a gran velocidad. Mis manos hicieron lo mismo. Tenía los abdominales duros y firmes; muy marcados.

Y en ese momento mi camiseta acabó en el suelo, junto a la suya. Estábamos piel contra piel. La suya parecía vibrar, llena de energía. Le recorrí el torso con las manos hasta llegar al botón de los tejanos. Con las piernas toqué el sofá y acabamos cayéndonos sobre él en un remolino de piernas y brazos. No dejábamos de explorarnos; nuestras caderas se tocaban. Creo que susurré su nombre y entonces sentí que me abrazaba con más fuerza, apretándome contra su pecho y recorriendo el espacio que quedaba entre mis piernas con las manos. Estaba sumergida en un mar de sensaciones primitivas.

—Eres tan bonita… —contra mis labios hinchados. Y entonces empezó a besarme de un modo que no dejaba espacio al entendimiento. Allí sólo había deseo y sensaciones, nada más. Le rodeé las caderas con las piernas y lo atraje más hacia mí, diciéndole lo que quería con mis suaves quejidos.

Nuestros besos se volvieron más espaciados y tiernos. Parecía que estuviéramos conociéndonos a un nivel más íntimo. Estaba agitada y confusa. Me había pillado con la guardia baja, pero aún así mi cuerpo me pedía más que besos y caricias. Y yo sabía que él también quería más. Su cuerpo se agitaba igual que el mío. Era fácil perderse en él; perderse en la conexión que teníamos. El mundo, el universo, dejó de existir.

Y entonces Daemon se quedó quieto y se apartó. Respiraba agitado mientras levantaba la cabeza. Abrí los ojos, sorprendida. Tenía las pupilas blancas. Le brillaban desde dentro.

Respiró hondo. Tuve la sensación de que pasó una eternidad en el lapso de tiempo en que se quedó mirándome con los ojos muy abiertos. Recobró la compostura, la luz desapareció y apretó la mandíbula. Volvía a tener la máscara puesta: aquella sonrisa arrogante que tanto me disgustaba empezaba a dibujársele en los labios hinchados.

—Ahora ya casi no brillas.