El miedo crecía en mi interior tan rápido que no me dejaba reaccionar. Me sentía mareada; adormecida. ¿Cómo podía sentirme así cuando en mi interior experimentaba mil y una sensaciones?
Daemon buscó algo con la mano en la pernera del pantalón. Se oyó un sonido parecido al del velcro al separarse y sacó un objeto largo, oscuro y brillante. Sólo cuando me lo puso en las manos me di cuenta de que era una especie de cristal oscuro con forma de daga. Aquel objeto se había moldeado de manera que tuviera una punta afilada en un extremo y una empuñadura de cuero en el otro.
—Esto es obsidiana: cristal volcánico. La punta está tan afilada que podría cortar cualquier cosa —me explicó rápidamente—. Es lo único en este planeta capaz de matar a los Arum, además de nosotros. Es su kryptonita.
Lo miré mientras rodeaba con los dedos la empuñadura de cuero.
—¡Venga, guapito de cara! —gritó el Arum que encabezaba la comitiva. Su voz era afilada como una cuchilla y, a la vez gutural. Tenía un marcado acento extranjero—. ¡Sal a jugar!
Daemon hizo caso omiso de la provocación y me puso las manos en las mejillas.
—Escúchame, Kat: cuando te diga que corras, corre, y pase lo que pase no mires atrás. Si alguno de ellos te persigue, lo único que tienes que hacer es clavarle la obsidiana en cualquier parte del cuerpo.
—Daemon…
—No. Cuando te diga que corras, tienes que correr, Kat. Dime que lo entiendes.
Había tres de ellos y sólo un Daemon. Las probabilidades no eran demasiado buenas para él.
—¡No lo hagas, por favor! Ven conmigo…
—No puedo. Dee está en la fiesta. —Nuestros ojos se encontraron un instante—. Tienes que correr cuando yo te lo diga.
Y entonces se volvió, suspirando, y abrió la puerta del coche. Daemon recuperó de repente toda su chulería: la sonrisa burlona, aquella que tantas veces querría haberle borrado de la cara de un guantazo, volvió a sus labios.
—Caramba —dijo Daemon—. Sois igual de feos que los humanos en vuestra forma natural. Pensaba que eso era imposible. ¿Habéis estado viviendo en una cueva o algo así? ¿Echáis de menos un poco de sol?
El Arum que estaba delante, probablemente el líder, gruñó.
—Qué arrogante eres; como todos los Luxen. Ya veremos dónde acaba tu arrogancia cuando absorbamos tus poderes.
—Ya te lo digo yo: acabara en mi zapato —le contestó Daemon, apretando con fuerza los puños.
El líder parecía perplejo.
—Acabará ahí porque te lo meteré por el culo. —Daemon sonrió y los Arum reaccionaron emitiendo un silbido—. Un momento, vuestra cara me suena. Ah, claro, que tonto soy. Me suena porque me he cargado a vuestro hermano, mira que no acordarme… ¿Cómo se llamaba? Para mí todos sois iguales.
Los Arum empezaron a parpadear: sus cuerpos aparecían y desaparecían; adoptando forma humana, luego volviéndose sombras, y así sucesivamente. Puse la mano en la manivela de la puerta y apreté con fuerza la daga. El corazón me iba tan deprisa que todo a mi alrededor parecía ir muy despacio.
—Despojaré a tu cuerpo de su esencia —gruñía el Arum— y me suplicarás clemencia.
—Ya, igual que hizo tu hermano, ¿no? —respondió Daemon con tono frío y seco—. Él sí que suplicó por su vida. Lloró como una niña pequeña antes de que acabara con él.
Eso fue la gota que colmó el vaso. Los Arum gritaron al unísono: era un bramido impregnado de viento y de muerte. Me quedé sin respiración.
Daemon extendió las manos y se oyó un gran rugido por debajo del coche. La carretera comenzó a moverse y los árboles, a agitarse. Se oyó un crujido inmenso, como el retumbar de un trueno, seguido de otros más. La tierra parecía moverse y retumbar.
Miré por la ventana y ahogué un grito. Había árboles que estaba siendo arrancados del suelo por aquella fuerza. Sus raíces lanzaban montañas de tierra húmeda al aire, que se llenó de un intenso olor a campo.
Virgen santa. Daemon era quien desplazaba aquellos árboles.
Uno de ellos fue a parar directamente contra la espalda de un Arum, que acabó tirado en el suelo. Los árboles caían uno tras otro; algunos acabaron en la carretera. De aquel modo era imposible que ningún conductor pudiera llegar hasta nosotros. Las ramas volaban por el aire como si fueran dagas. Los otros dos Arum lograron esquivarlas. Aparecían y desaparecían mientras iban acercándose más a Daemon. Las ramas los atravesaban cuando se transformaban en sombras.
Sentí que la tierra temblaba bajo el todoterreno. A mi lado, el arcén empezaba a cuartearse y salía volando en enormes pedazos, que se volvían naranjas por el calor y acababan siendo lanzados hacia los Arum.
Dios mío. La próxima vez me lo pensaría muy seriamente antes de enfadar a Daemon.
Los Arum esquivaban los pedazos de asfalto y los árboles a la vez que lanzaban unos enormes pegotes de lo que parecía ser aceite. Cuando estos caían sobre el asfalto, lo quemaban. El olor a alquitrán lo invadió todo.
Daemon ya no era más que una luz cegadora; un ser que no era humano, sino de otro mundo. Hermoso y aterrador a la vez. El resplandor se extendía por las alargadas extremidades, formando una enorme bola de energía que emitió un sonido y llegó hasta la carretera. Los cables de alta tensión que había encima de la carretera crujieron y estallaron. Los Arum se volvieron sombras, pero estas no podían esconderse de la luz que emanaba Daemon. Los veía acercarse a él lentamente. Uno de ellos se fue hacia un lado, persiguiéndolo.
Daemon juntó las manos y la explosión que siguió agitó el coche. Un rayo de luz salió de él y fue directo hacia el Arum más cercano, mandándolo por los aires. Por un instante recuperó su forma humana: las gafas de sol se le hicieron añicos. Las piezas salieron volando por los aires, suspendidas. Se oyó otro estruendo y el Arum estalló en una miríada de lucecitas parpadeantes. Uno menos.
Daemon extendió un brazo y otro Arum se apartó unos metros, pero salió disparado y dio unas cuantas vueltas en el aire, aunque consiguió aterrizar en cuclillas.
«Corre». Oí aquella voz en mi cabeza. «Corre, Kat. ¡No mires atrás, corre»!
Abrí la puerta del coche y salí dando un traspié. Me caí de rodillas al suelo. Me agazapé en la cuneta y me estremecí al oír los aullidos de los Arum. Conseguí llegar al primer árbol que todavía se sostenía en pie y me detuve. El instinto me decía que debía salir corriendo, como me había ordenado Daemon, pero no podía dejarlo allí. No podía marcharme.
El corazón me iba a mil por hora. Me di la vuelta. Los dos Arum que quedaban rodeaban ahora a Daemon. Tan pronto eran unas sombras que se cernían sobre él como recuperaban aquella forma humana imponente.
Unos espesos pegotes de aceite pasaron a toda velocidad junto a Daemon, evitando por muy poco el halo de luz que lo rodeaba. Parte de aquella masa aceitosa fue a aparar contra un árbol que había al otro lado de la carretera, partiéndolo en dos.
Daemon respondió a la ofensiva lanzándoles unas esferas de luz que viajaban por el aire a gran velocidad, creando paredes de llamas que se disipaban cuando no golpeaban a algún Arum. Estos no eran más rápidos que Daemon, pero conseguían esquivar cada uno de sus proyectiles. Había lanzado ya unos treinta, y eso empezaba a hacer mella en su apariencia lumínica: el tiempo que transcurría entre proyectil y proyectil cada vez era mayor. Me acordé de lo que me dijo después del incidente del camión: usar sus poderes lo agotaba. No podía aguantar así demasiado tiempo.
El terror me invadió cuando vi que se acercaban cada vez más a Daemon y que empezaban a envolverlo en sus sombras casi por completo. En ese momento se formó una bola de lenguas de fuego que salió disparada hacia los Arum, pero que erró en su objetivo y acabó deslizándose, inofensiva, sobre el asfalto.
Uno de los Arum desapareció por completo mientras el otro iba lanzándole pegotes de aceite sin cesar a Daemon, una y otra vez, sin detenerse. Daemon desaparecía y volvía a aparecer para esquivar los proyectiles. Se movía tan rápido que tenía la sensación de estar viendo aquella escena bajo una luz estroboscópica.
Daemon estaba totalmente concentrado en esquivar los proyectiles que provenían de uno de los Arum, y no vio al otro reaparecer detrás de él. Aquellos brazos de sombra rodearon lo que parecía ser la cabeza de Daemon y lo golpearon de modo que este acabó de rodillas en la cuneta de la carretera. Me puse a llorar, pero mi lamento quedo ahogado por las risas de los Arum.
—¿Estás listo para suplicar? —se burló el Arum que tenía delante de él, que ya había recobrado su forma humana—. Espero que sí. Me encantaría escuchar de tus labios un «por favor» mientras te quito todo lo que posees.
Daemon no respondió, pero su luz chisporroteó y se volvió más intensa.
—Así que vas a quedarte calladito hasta el final, ¿eh? —dijo adelantándose el Arum. Levantó la cabeza—. Baruck, ha llegado la hora.
Baruck obligó a Daemon a levantarse.
—¡Ahora, Sarefeth!
Una parte de mi cerebro desconectó en ese momento. Me moví sin pensar y comencé a correr hacia aquellos seres, haciendo completamente lo contrario de lo que me había ordenado Daemon. Mientras subía a toda prisa por la cuneta, sentía el calor que desprendía la obsidiana que llevaba en la mano. Quemaba tanto como brasas de carbón. Se me rompió un tacón al enredarse en unas ramas caídas, pero no me importó y seguí avanzando.
Aquel no era un acto de valentía, sino de desesperación.
Sarefeth se convirtió en una sombra que alargó un brazo y golpeó a Daemon en el centro del pecho. El grito desgarrador de Daemon me atravesó y convirtió el miedo que sentía en rabia y desesperación. La luz de Daemon se intensificó y se volvió cegadora. El temblor de tierra fue sobrecogedor.
Estaba ya muy cerca de Sarefeth. Impulsé el brazo hacia atrás, con la obsidiana en la mano, y di un salto hacia delante para clavárselo con toda la fuerza de mi cuerpo. Esperaba hallar resistencia, notar la piel y los huesos, pero la obsidiana traspasó limpiamente la sombra, como si Sarefeth no estuviera hecho más que de humo y aire, y me caí de rodillas al suelo.
Sarefeth se echó hacia atrás y apartó el brazo de Daemon. Giró sobre si mismo y me buscó con los brazos. Me aparté hacia atrás como pude, cayéndome en el intento. La obsidiana me brillaba con fuerza en la mano, rebosante de energía.
En ese momento, Sarefeth se detuvo. Empezaron a desprenderse de su cuerpo unos fragmentos que se convertían en segmentos de sombra que se desplazaban lentamente hacia el cielo, oscureciendo las estrellas hasta que desapareció por completo.
Baruck liberó a Daemon, dando un paso atrás. Por un instante recuperó su forma humana: llevaba tejanos oscuros y una chaqueta. Tenía una expresión de horror en el rostro y no apartaba la vista de la obsidiana que yo sostenía en la mano. Me miró tan sólo un segundo, y durante ese segundo vi la sed de venganza reflejada en sus ojos. Un instante después invocó a la oscuridad y se convirtió en una sombra. Huyó hacia el otro lado de la carretera como si fuera una serpiente que se pierde en la noche.
Me abrí paso a trompicones entre las ramas y pedazos de calzada para llegar hasta Daemon. No había cambiado de forma y mantenía todavía su apariencia lumínica, por lo que no sabía donde podía tocarlo ni si estaba gravemente herido.
—Daemon —le susurré mientras me ponía de rodillas, que todavía me sangraban, delante de él. Todo me temblaba: los labios, las manos…—. Daemon, por favor, dime algo.
La luz se volvió más intensa y noté una oleada de calor, pero no se movió ni dijo nada; ni siquiera sentí que susurraba en mis pensamientos. ¿Qué pasaría si alguien aparecía de repente? ¿Cómo iba a explicar todo aquello? ¿Y si estaba muriéndose? Sentí que estaba a punto de ponerme a llorar.
¡Mi móvil! Podía llamar a Dee, ella sabría que hacer. Empecé a ponerme en pie cuando sentí una mano en el hombro.
Me volví y vi que era Daemon, en su forma humana. Estaba de rodillas e inclinaba la cabeza, pero me sostenía con fuerza.
—¡Daemon! ¡Dios mío! ¿Estás bien? —Me arrodillé y le acaricié la mejilla con la mano—. ¡Dime que estás bien, por favor!
Levantó la cabeza, colocando su mano sobre la mía.
—Recuérdame —me dijo antes de quedarse callado un instante— que no te haga enfadar nunca más. ¡La leche! ¿Eres agente secreto en tus ratos libres?
Me reí y lloré a la vez antes de abrazarlo y casi tirarlo al suelo de espaldas. Enterré el rostro en su cuello y me empapé de su olor. No le quedó otra alternativa que abrazarme. Me recorrió la espalda con sus brazos y hundió una mano en los rizos que se me habían soltado del moño.
—No me has hecho caso —susurró contra mi hombro.
—Nunca te hago caso. —Lo abracé con más fuerza todavía. Tragué saliva y me aparté un poco para ver aquel rostro tan cansado pero tan hermoso—. ¿Estás herido? ¿Puedo hacer algo?
—Ya has hecho suficiente, gatita. —Se puso de pie y me ayudo para que hiciera lo mismo. Respiró hondo y miró a su alrededor—. Tenemos que salir de aquí antes de que venga alguien.
Dudaba que aquello fuera a servir de algo… Parecía que por allí hubiera pasado un tornado pero, de repente, Daemon dio un paso atrás y agitó la mano. En un abrir y cerrar de ojos, levantó los árboles caídos de la carretera, limpiándola por completo sin apenas esfuerzo.
—Vámonos —me dijo.
De camino al coche, recordé que todavía tenía la obsidiana en la mano. El motor se puso en marcha tan pronto como Daemon giró la llave, para alivio de los dos.
—¿Estás bien? ¿Tienes alguna herida? —me preguntó.
—No, me encuentro bien. —Estaba temblando—. Sólo que… todo esto es demasiado, ¿sabes?
Se rió, pero acto seguido le dio un golpe al volante, furioso.
—¡Tendría que haber sabido que vendrían más! Siempre viajan de cuatro en cuatro. ¡Maldita sea!
Apreté con fuerza la obsidiana mientras miraba hacia la carretera. El efecto de la adrenalina empezaba a disiparse, e intentaba digerir todo lo que había pasado aquella noche.
—Sólo había tres Arum.
—Sí, porque maté al primero. —Se sacó el teléfono del bolsillo—. Y seguro que estaban muy enfadados por ese motivo.
Habíamos matado a dos más, con lo que supe que el Arum que faltaba estaría fuera de sí. Qué bien; alienígenas enfadados. Era todo tan surrealista que me entró la risa floja y tuve que obligarme a cerrar la boca.
Daemon llamó a Dee y le ordenó que reuniera a los Thompson para que fueran todos juntos con el señor Garrison hasta que amaneciera. A diferencia de los Luxen, que eran más fuertes de día, los Arum eran más fuertes por la noche. Daemon le resumió lo sucedido y le oí decir a Dee que yo estaba sana y salva.
—Kat, ¿de verdad que te encuentras bien? ¿Estás segura? —me preguntó después de colgar, preocupado.
Asentí. Estaba viva. Daemon estaba vivo. Habíamos sobrevivido, pero no podía dejar de temblar ni se me borraba de la cabeza el grito desgarrador de Daemon.
Daemon quería que pasara la noche en su casa, y no por ningún motivo extraño, sino por la amenaza real que se cernía sobre nosotros. Había otro Arum merodeando por la zona y, hasta que pudieran localizarlo, era más seguro para mí quedarme con él. Por segunda vez aquella noche, no discutí. No me engañé a mí misma pensando que me lo pedía porque estaba preocupado por mí. Me lo pedía por necesidad.
Llamé a mi madre para decirle que me quedaba con Dee. Al principio protestó, pero al cabo de un rato se dio por vencida. Daemon me llevó a la habitación de invitados en la que me había despertado la mañana siguiente a que me revelara su verdadera naturaleza. Parecía que hiciera siglos de todo aquello.
Desde que llegamos a su casa, Daemon estaba muy callado. Tenía la cabeza en otra parte. Me dejó en la habitación de invitados y me dio unos pantalones de franela bastante gastados y una camiseta que parecía ser de Dee. Me cambié a toda prisa de ropa en el cuarto de baño de invitados. Me quité el vestido, que estaba hecho trizas, y lo tiré en su papelera. No quería volver a verlo ni en pintura.
El agua caliente no lograba calmar el dolor que sentía. Jamás me había sentido tan mal. Me dolían todos los músculos y no podía pensar por el cansancio. Salí de la ducha con las piernas temblorosas y, a pesar del calor que hacía en el cuarto de baño, tenía mucho frío.
Pasé una mano por el cristal empañado y me sorprendió la imagen que me devolvió el espejo. Tenía los ojos abiertos como platos, unas mejillas pálidas como el papel y unos pómulos demasiado marcados. Yo sí que parecía una alienígena.
Me reí y al segundo me estremecí. Mi propia risa me asustó por lo ahogada y horrible que me parecía en el silencio del cuarto de baño.
Baruck volvería a por nosotros. ¿Por qué otro motivo iba a estar tan callado Daemon? Sabía que el Arum buscaría venganza, pero él no podía hacer nada. Y yo ni siquiera podía planteármelo.
—¿Va todo bien? —preguntó Daemon a través de la puerta cerrada.
—Sí. —Me pasé rápido los dedos por el pelo húmedo, apartándome algunos mechones de la cara—. Sí —repetí. Me puse la ropa que me había dado y sentí que se me pasaba un poco el frío. Olía ligeramente a detergente y a hojas frescas.
Daemon estaba sentado en el borde de la cama cuando regresé al dormitorio. Parecía cansado, y también muy joven. Se había puesto unos pantalones de chándal y una camiseta.
—¿Estás bien? —le pregunté.
Asintió.
—Cuando usamos nuestros poderes parece que… perdemos una parte de nosotros mismos. Nos cuesta recuperarnos. Cuando salga el sol, me encontraré mucho mejor. —Se quedó callado y me miró—. Siento mucho que hayas tenido que pasar por esto.
Me quedé quieta delante de él. Las disculpas no abundaban en su vocabulario. Y sospechaba que lo que iba a decirme a continuación, tampoco.
—No te he dado las gracias —me dijo, levantando la vista para mirarme—. Tendrías que haberte marchado de allí, Kat. Te habrían… matado en un abrir y cerrar de ojos. Pero en cambio volviste y me salvaste la vida. Gracias.
Me quedé sin habla. Lo miré.
—¿Puedes dormir conmigo esta noche? —Me froté los brazos—. No voy a intentar nada contigo, es sólo que…
—Ya lo sé. —Se puso de pie y frunció el ceño—. Voy a comprobar que todo está en orden y vuelvo ahora mismo.
Me metí en la cama y me tapé con el edredón hasta la barbilla antes de quedarme mirando el techo. Cerré los ojos y esperé a oír los pasos de Daemon. Abrí los ojos y lo vi en el umbral de la puerta, observándome.
Me había colocado en un lateral de la cama, dejándole espacio de sobra. Mientras nos mirábamos, un extraño pensamiento se me pasó por la cabeza: ¿alguna vez habría compartido cama con alguna humana? Mira que pensar en eso… Las relaciones con los humanos no estaba prohibidas, pero no tenían mucho sentido. Y después de todo lo que había pasado, ¿por qué pensar en eso?
Daemon cerró la puerta, comprobó que las ventanas estuvieran bien cerradas y se metió en la cama sin abrir la boca. Cruzó los brazos sobre el pecho, igual que yo. Nos quedamos así, mirando el techo. El corazón me iba a mil por hora; quizá por todo que había pasado, o quizá por tener a Daemon tan cerca. No sabía por qué, pero mi cuerpo estaba alerta y notaba su respiración; el calor que emanaba de su cuerpo. Y el mío necesitaba envolverse en ese calor.
Pasé los dedos por el borde de la manta, y se hizo un silencio tenso. Después, contra mi voluntad, me volví para mirarlo. Daemon me devolvió la mirada con una sonrisa.
—Qué… raro, ¿no? —Me reí.
Sonrió todavía más y se le formaron unas arruguitas alrededor de los ojos.
—Pues sí, ¿no?
—Sí —dije cogiendo aire. Me entró la risa floja. Reírme no me parecía bien, después de todo lo que había pasado, pero no podía contenerme. Una vez empecé, ya no pude parar. Acababa de tener una cita con un violador en potencia y después nos habían atacado una horda de alienígenas que casi acaba con Daemon. De locos.
Le pegué la risa a Daemon. Se me escaparon unas lágrimas y Daemon dejó de reírse para secarme las lágrimas con el dedo. Me calmé y lo miré. Apartó los dedos, pero no dejó de mirarme.
—Lo que has hecho esta noche ha sido… increíble —murmuró.
Sentí una alegría dulce.
—Siempre estoy al acecho. Oyes, ¿seguro que no estás herido?
Daemon esbozó su famosa sonrisa torcida.
—No, me encuentro bien. Y todo gracias a ti. —Se movió para apagar la lamparita de noche.
Pensé en algo que decir en aquella oscuridad.
—¿Y ahora brillo?
—Como si fueras un árbol de navidad.
—¿Y no sólo la estrella?
La cama se movió un poco y sentí que me rozaba el brazo con la mano.
—No; brillas mucho más. Es como si estuviera mirando directamente al sol.
Qué raro era todo aquello. Alargué la mano para mirármela y sólo alcancé a ver su contorno en la oscuridad del cuarto.
—Pues vas a tener problemas para dormir —bromeé.
—La verdad es que me reconforta. Me recuerda a mi gente.
Giré la cabeza y el seguía allí, echado sobre su costado, mirándome. Sentí un revoloteo en el pecho.
—Nunca me habías dicho nada sobre la obsidiana…
—Pensé que no sería necesario. Mejor dicho: deseaba que no lo fuera.
—¿Puede haceros daño a vosotros?
—No. Y antes de que me preguntes que cosas pueden dañarnos, quiero que sepas que es algo que no solemos decirles a los humanos —me respondió—. Ni siquiera el Departamento de Defensa lo sabe. La obsidiana anula los poderes de los Arum. Al igual que gran parte de la energía que producimos rebota en Seneca Rocks por acción de cuarzo beta, lo que hace la obsidiana es… ya sabes, fracturar la luz.
—¿Puede utilizarse cualquier cristal como arma contra los Arum?
—No, sólo los de ese tipo. Supongo que tiene que ver con su capacidad de cambiar de temperatura; Matthew me lo explicó una vez, pero no le escuché, la verdad. Sé que la obsidiana puede matarlos. Por eso la llevamos siempre encima, escondida. Dee lleva una en el bolso.
—No puedo creer que haya matado a alguien.
—No era una persona: has matado a un alienígena malvado que te habría matado sin dudarlo un segundo y que iba a matarme a mí —añadió mientras se pasaba la mano por el pecho, ausente—. Me has salvado la vida, gatita.
Saber que aquel personaje era malvado no me hizo sentir mejor.
—Fuiste como Snowbird —dijo Daemon al fin.
Cerraba los ojos y su rostro parecía tranquilo. Era la primera vez que me hablaba con tanta franqueza.
—¿Y eso?
Sonrió.
—Podrías haberme dejado morir y salir corriendo, como te pedí. Pero volviste y me ayudaste. No tenías por qué hacerlo.
—No… no podía dejarte allí. —Evité mirarlo a los ojos—. No habría sido correcto. Y jamás habría podido perdonármelo.
—Ya lo sé. Ahora duerme un poco, gatita.
Estaba cansada, agotada, pero sentía que el hombre del saco se escondía tras la puerta.
—¿Y si el último Arum viene a por nosotros? —Me quedé callada un instante. Sentí un nuevo temor—. Dee está con el señor Garrison: él sabe que yo estaba contigo cuando te atacaron. ¿Y si me entrega al Departamento de Defensa? ¿Y si…?
—Chist —murmuró Daemon. Me buscó la mano con la suya y me rozó con sus dedos. Era apenas una caricia, pero la sentí por todo el cuerpo—. No volverá. Todavía no. Y no dejaré que Matthew te entregue.
—Pero…
—Kat, no se lo permitiré, ¿vale? Te lo prometo. No voy a dejar que te pase nada.
Sentí de nuevo aquel revoloteo, pero esta vez parecía que una docena de mariposas había emprendido el vuelo a la vez. Intenté acallar aquella sensación. Dejando al margen las cuestiones alienígenas, Daemon y yo éramos como imanes que se repelían. Había ciertas cosas que no podía sentir hacia él, y sin embargo aquel maldito revoloteo no cesaba.
«No voy a dejar que te pase nada».
Sentí un revoloteo en el pecho. El contacto con su piel quemaba y aquellas palabras me llenaban de un deseo inesperado que me sobrepasaba. Me sentía bien a su lado. Mi cuerpo se relajaba. Segundos, minutos más tarde, quizá, me quedaba dormida al lado del único chico al que no soportaba.
Antes de caer presa del sueño, lo último que pensé fue si al día siguiente me despertaría al lado de ese Daemon o del Daemon que era un cretino.