La noche del baile estaba nerviosísima. Una parte de mí quería llamar a Simon y cancelar la cita, especialmente porque desde el primer momento rechazó la idea de ir todos juntos en coche a la celebración, pero mamá me había comprado el vestido y Dee había hecho un excelente trabajo poniéndome guapa.
Me había rizado y recogido el pelo para que se me viera el cuello. Había soltado y colocado estratégicamente algunos rizos cerca de las sienes y sobre los hombros. Además, había vaporizado una especie de esencia de vainilla con purpurina sobre el recogido, de modo que al girarme el pelo brillaba y se veía muy sedoso. Dee también me había perfilado los ojos con una sombra ahumada marrón. Creo que además me puso pestañas postizas, porque las mías nunca habían sido tan largas y espesas. El toque final que me aplicó antes de que se marchara a reunirse con Lesa fue el brillo de labios, que les dio un tono de rubí perfecto.
Me miré en el espejo antes de bajar y sentí que ante mis ojos tenía a una extraña. Me dije que tenía que maquillarme más a menudo.
Mamá se puso a llorar tan pronto como me vio.
—Ay, cielo, estás preciosa… —Se acercó a mí para abrazarme pero se detuvo—. No quiero estropear nada; espera, que cojo la cámara.
Ni siquiera alguien como yo tenía derecho a estropearle ese momento a mamá, de modo que esperé a que volviera y me hiciera una docena de fotos. Llevaba puesto el uniforme del hospital, y era curioso verla de esa guisa haciendo fotos.
—Y ese tal Simon… —empezó a decir, arrugando la frente—, nunca me habías hablado de él.
«Ya empezamos», pensé.
—Somos amigos y nada más. No tienes de qué preocuparte.
Me miró con cara de preocupación materna.
—¿Y qué ha pasado con le vecino, Daemon? ¿No quedaste con él un par de veces?
Me encogí de hombros. Era una conversación que ni siquiera quería iniciar con mi madre.
—Somos enemigos amistosos o amigos que se odian, lo que mejor te parezca.
—¿Cómo? —Arqueó una ceja.
—Nada. —Suspiré, mirándome la mano. No quedaba ni rastro de la herida en el dedo. Aunque sí tenía un pequeño rastro, según me había dicho—. Somos amigos.
—Pues qué pena, hija. —Alargó la mano para colocar un rizo en su lugar—. Parecía tan buen chico…
¿Daemon, buen chico? Como que no. El rugido de un motor interrumpió nuestra conversación. Me acerqué a la ventana y eché un vistazo. Madre mía. La camioneta de Simon tenía el tamaño de un submarino.
—¿Por qué no has ido a cenar, como te dijo Dee? —me preguntó mi madre mientras preparaba la cámara para la segunda tanda de fotos.
Como Simon había dicho que no a lo de ir todos juntos en coche, yo había dicho que no a la cena. Simon venía a casa a buscarme, cosa que no me emocionaba en absoluto, pero encontrarnos en el baile directamente parecía bastante absurdo. Eso por no mencionar que él tenía las entradas.
No le respondí porque fui a abrir la puerta. Ahí estaba Simon, vestido con esmoquin. Me sorprendió ver que tenían trajes de su talla. Tenía los ojos un poco vidriosos, y se le fueron directamente a mi cuerpo de tal manera que las mejillas se me pusieron del color del vestido.
—Estás cañón —me dijo sacando uno de eses ramilletes que se anudan a la muñeca.
Me estremecí al oír el carraspeo de mi madre. Cogí el ramillete, me aparté y dejé que Simon entrara.
—Mamá, te presento a Simon.
Simon entró y le estrechó la mano a mi madre.
—Ya veo de dónde le viene a Katy su hermosura.
Mi madre arqueó una ceja. No estaba nada receptiva y no parecía muy impresionada con Simon.
—Qué simpático eres.
Me acerqué a su lado mientras me anudaba el ramillete. Menos mal que no era uno de esos que se ponían con un alfiler. Simon aguantó bien el trago de que mi madre nos hiciera miles de fotos. Me agarró de la cintura con el brazo y sonrió a la cámara.
—Ay, casi se me olvida. —Mamá desapareció en la sala de estar y volvió con un chal negro de encaje. Me lo pasó por los hombros—. Por si tienes frío.
—Gracias —le dije, más agradecida por tener algo con lo que taparme de lo que ella pudiera imaginar. Antes me sentía cómoda con el vestido, pero desde que Simon había empezado a babear con mi escote me sentía incómoda enseñando tanta piel.
Mientras Simon esperaba fuera, mamá me apartó un instante.
—No te olvides de llamarme cuando vuelvas a casa. Si pasa cualquier cosa me llamas, ¿vale? Esta noche trabajo en Winchester. —Miró hacia la puerta, frunciendo el ceño—. Pero puedo salir antes si quieres.
—Mamá, no pasa nada. —Me acerqué a ella y la besé en la mejilla—. Te quiero.
—Y yo, cielo. —Me acompañó a la puerta—. Estás preciosa.
Salí de casa antes de que se pusiera a llorar por segunda vez. Para entrar en la camioneta era necesario saber escalar. Me sorprendí a mi misma logrando subir sin necesitar una escalera plegable.
—Madre mía, estás como un tren. —Simon se llevó un caramelo mentolado a la boca antes de echar marcha atrás para salir del vado de delante de casa.
Esperaba que no tuviera intención de utilizar esos caramelos mentolados más tarde.
—Gracias. Tú también estás muy favorecido.
Y hasta ahí llegó nuestra conversación. Simon no era precisamente un as en el arte de la retórica. Qué sorpresa. El trayecto hacia el instituto se me hizo muy largo y tenso. Me aferraba a mi chal como si no hubiera un mañana. Simon me echaba una ojeada, me sonreía y se llevaba otro caramelo mentolado a la boca.
Tenía unas ganas inmensas de llegar al baile.
Cuando llegamos al aparcamiento, descubrí el por qué de aquella ingesta desaforada de caramelos de menta. Se sacó una petaca de bolsillo del interior de su esmoquin y le dio un buen trago antes de ofrecérmela.
Había estado bebiendo. Qué mal empezaba la noche. Decliné la oferta y mentalmente empecé a buscar modos alternativos de regresar a casa después del baile. No me importaba que la gente bebiera, pero sí que lo hiciera alguien que conducía.
Simon volvió a colocarse la petaca en el bolsillo interior, indiferente a mi negativa.
—Espera, te ayudo a bajar.
Bueno, que detalle. No sabía como narices iba a conseguir bajar… Abrió la puerta y sonrió.
—Gracias.
—¿Quieres dejar el bolso aquí? —me preguntó.
Ni en broma. Negué con la cabeza y me colgué el minúsculo bolso de la muñeca. Simon me ofreció su mano y me ayudó a bajar de la camioneta. Tiró con demasiada fuerza y acabé dándome de bruces contra su pecho.
—¿Estás bien? —me preguntó sonriendo.
Asentí, intentando ignorar la repugnante sensación que empezaba a notar en el estómago.
Desde fuera de la camioneta se oía perfectamente el retumbar de la música que venía del gimnasio. Nos detuvimos delante de las empañadas puertas y Simon me atrajo hacia sí con un abrazo forzado.
—Me alegra que quisieras venir al baile conmigo. —El aliento le olía a caramelos mentolados y a alcohol.
—A mí también —le dije, intentando creérmelo. Le coloqué las manos sobre el pecho y me aparté de él—. Tendríamos que entrar.
Sonrió y apartó los brazos. Una de sus manos se deslizó por mi espalda, por encima de la curva de la cadera. Me puse muy tensa y me dije a mí misma que era un accidente. Tenía que serlo; no podía estar metiéndome mano de forma tan flamante. Ni siquiera habíamos empezado a bailar.
La temática del baile era el otoño: del techo colgaban hileras de hojas otoñales, que también cubrían las puertas. Había cuernos de la abundancia llenos de hojas en las esquinas y en el escenario, además de calabazas.
Tan pronto como entramos, los amigos de Simon nos rodearon. Algunos me miraron y chocaron las cinco con él sin ninguna discreción. Parecía que, como de repente se había dado cuenta de que tenía tetas, ya era una tía guay. Los tíos pueden ser bastante infantiles si se lo proponen. Mientras se pasaban la petaca que Simon había llevado, saludé a las acompañantes de los demás chicos. Todas eran animadoras. Qué diversión.
Eché una ojeada a la multitud y vi a Lesa con su acompañante.
—Ahora mismo vuelvo.
Antes de que Simon pudiera detenerme, salí a toda prisa hacia ella. Se volvió al ver que su pareja hacía un gesto en dirección a mí. Sonrió.
—Estás increíble. —La música estaba muy alta y tuve que gritar para que me oyera.
—¡Tú también! —Me dio un abrazo rápido y después se apartó—. ¿Se está portando bien?
—Hasta ahora parece que sí. ¿Te importa que lo deje aquí? —Coloqué mi chal y mi bolso sobre la mesa. Lesa negó con la cabeza—. Se lo han currado con la decoración, ¿eh?
—Pero sigue siendo un gimnasio. —Lesa se rió—. Tiene ese olor característico…
Era verdad. Carissa se unió enseguida a nosotras, arrastrándonos a la pista de baile sin nuestros acompañantes. No me importó; bailamos juntas, haciendo el tonto y riéndonos sin parar. Lesa se animó con un baile subidito de tono en plan de cachondeo y Carissa, en cambio, se decantó por un baile ochentero.
Vi a Dee hablando con Adam cerca del escenario. Me despedí de las chicas y me acerqué a mi amiga.
—¡Dee!
Se volvió hacia mí. Los ojos le brillaban bajo las cegadoras luces.
—Hola.
Me paré en seco y los miré. Adam me sonrió tenso antes de desaparecer entre la gente que bailaba.
—¿Va todo bien? —Le cogí la mano y se la apreté—. ¿Has llorado?
—¡No, no! —Se secó la mejilla con el dedo meñique de la mano que tenía libre—. Es que… no creo que Adam quisiera venir conmigo, ni que yo quisiera venir al baile. Y todo es tan… —Negó con la cabeza y liberó la otra mano—. Bueno, ¡lo que importa es que estás verdaderamente preciosa! ¡Ese vestido es para morirse!
Me entristecí mucho por ella en aquel momento. No me parecía justo que no pudiera elegir con quien ir al baile. Especialmente teniendo en cuenta que la sección masculina de los Luxen no se caracterizaba por su amabilidad y su buen talante… Debía de ser como ir al baile con un hermano, ya que todos se conocían desde pequeños.
—Oye —le dije cuando se me ocurrió una idea—, ¿por qué no pasamos de todo esto, alquilamos una peli, compramos helado y la vemos con los vestidos puestos? Puede ser divertido, ¿no? Podemos alquilar Braveheart, que te encanta.
Dee se rió y los ojos se le llenaron de lágrimas al abrazarme.
—No, vamos a pasárnoslo bien aquí, en el baile. ¿Cómo va con tu acompañante?
Miré alrededor y no lo vi.
—Pues seguramente estará como una cuba.
—Oh, no. —Se apartó un mechón de pelo. Lo llevaba suelto y se lo había alisado: le caía sobre los hombros como si fuera una oscura cortina de agua—. ¿Está muy pedo?
—Creo que todavía no, pero… ¿Podréis llevarme vosotros a casa en coche?
—Pues claro que sí. —Empezó a arrastrarme hacia la pista de baile—. Luego iremos a lo de las hogueras. Si quieres, puedes venir con nosotros, pero si lo prefieres te dejamos en casa.
Simon no me había dicho que después había una fiesta. Quizá tenía suerte y se olvidaba de mí. Dee y yo rodeamos la pista de baile de la mano. Casi había renunciado a buscar a Lesa entre la multitud, pero de repente me quedé completamente quieta.
En una mesa con tablero de cristal, brillaba una vela que proyectaba un resplandor sobre los marcados pómulos de Daemon e iluminaban sus carnosos labios. Ash no estaba con él; la verdad es que me importaba un pimiento dónde estuviera.
Daemon me miraba con tal intensidad que, sin darme cuenta, di un paso atrás, sin dejar de mirarle. En mi estómago sentí un deseo que me recorrió el cuerpo con la velocidad de un relámpago, propagando un intenso calor. Era un sentimiento que no se podía explicar, provocar o copiar aunque se quisiera.
Entonces apareció Simon. Me cogió de la mano y me apartó de Dee, llevándome a la pista de baile. No había que bailar agarrado en aquel momento, pero aún así él me rodeo la cintura con su enorme brazo, clavándome la petaca en las costillas.
—Has desaparecido sin decirme nada —me dijo rozándome la oreja con los labios y rociándome el cuello de vapores etílicos—. Pensaba que me habías abandonado.
—No, vi a mis amigas y me fui. —Intenté apartarme, pero no podía—. ¿Y tus amigos?
—¿Qué? —gritó. No me había oído porque la música estaba otra vez muy alta—. Hay una fiesta esta noche cerca de los terrenos, todo el mundo va a ir. —Una de sus manos descansaba en la parte inferior de mi espalda, y su dedo pulgar prácticamente en el inicio de mi trasero—. Tendríamos que ir.
Maldita sea.
—No lo sé. Tengo toque de queda —le grité mientras intentaba librarme de su mano.
—¿Y eso? Si esta noche es el baile… Hoy toca salir de fiesta.
Ni me molesté en contestarle, estaba demasiado ocupada quitándome sus manos de encima. No dejaba de manosearme. Bailamos otra canción antes de que pudiera zafarme, gracias a Carissa, que vino a rescatarme.
Todo parecía ir de mal en peor. Espié a Ash, que parecía de mal humor, sentada junto a Daemon, quien a su vez no apartaba la vista del suelo. Después de algunos bailes y pausas para ir al aseo, acabé otra vez junto a Simon.
Para ser humano, no se le daba nada mal aparecer de la nada y sin hacer ruido.
No apestaba a alcohol, pero se le iban las manos cada vez más. Lo tenía completamente pegado a mí, como una lapa. Empezaron a entrarme sudores fríos cuando una de sus manos se le resbaló de mi hombro y esquivó mi pecho por muy poco.
Me aparté de golpe y lo miré con cara de pocos amigos.
—Simon.
—¿Qué? —Me miró como si nunca hubiera roto un plato—. Lo siento, se me ha resbalado la mano.
La otra mano se le resbaló también cerca de mi trasero. Aparté la vista, pensando en qué hacer. Necesitaba esfumarme. Y rápido.
—¿Puedo? —preguntó una voz grave detrás de mí.
Simon puso los ojos como platos y me di la vuelta. Allí estaba Daemon, mirándolo con cara de pocos amigos, como retándolo a que dijera que no.
Pasaron unos tensos segundos y Simon me soltó.
—Justo a tiempo. Ahora mismo iba a ir a beber algo.
Daemon arqueó una ceja y me miró.
—¿Bailas?
No sabía que tramaba, de modo que le puse las manos en los hombros con delicadeza.
—Qué sorpresa.
No dijo nada mientras me rodeaba la cintura con el brazo y me cogía la mano con la suya. La música se volvió más lenta, hasta convertirse en una melodía que hablaba de un amor perdido y recuperado. Me perdí en aquellos ojos tan extraordinarios, sorprendida al ver que me rodeaba en sus brazos con tanta… ternura. El corazón me latía con fuerza y sentía un hormigueo intenso por todo el cuerpo. Seguro que me sentía así por el baile, por llevar aquel vestido, por lo bien que le quedaba el esmoquin…
Me atrajo más hacia él.
Dentro de mí sentía emoción y miedo. Las luces se le reflejaban en los oscuros cabellos.
—¿Lo estás pasando bien con… Ash?
—¿Y tú con tu amiguito el pulpo?
Me mordí el labio.
—Qué simpático eres, como siempre.
Se rió entre dientes cerca de mi oído. Sentí escalofríos.
—Hemos venido los tres juntos: Ash, Andrew y yo. —Me puso la mano encima de la cadera y yo sentí algo completamente distinto a lo de antes. Sentí un hormigueo por debajo de mi vestido de gasa. Daemon carraspeó y apartó la mirada—. Estás… muy guapa, por cierto. Demasiado guapa para estar con ese idiota.
Me sonrojé y bajé la vista.
—¿Te has tomado algo?
—Pues no, la verdad. ¿Por qué me lo preguntas, si puede saberse?
—Porque nunca me dices nada agradable.
—Touché —suspiró. Daemon se acercó un poco más y volvió la cabeza. Me rozó la mejilla con la mandíbula y me sobresalté—. No voy a morderte, y tampoco a manosearte; puedes relajarte.
El comentario ingenioso que pensaba soltarle se me murió en los labios cuando apartó la mano de mi cadera y me colocó la cabeza con delicadeza sobre su hombros. Cuando mi mejilla le rozó el hombro, sentí un torbellino de sensaciones. Colocó otra vez la mano en la parte baja de la espalda y nos movimos despacio, al compás de la música. Pasó un rato y empezó a tararear algo y yo cerré los ojos. Aquel momento no era agradable; era increíble.
—Ahora en serio, ¿qué tal va tu cita?
Sonreí.
—Bueno, el chico se toma demasiadas confianzas.
—Eso es precisamente lo que me imaginaba yo. —Volvió la cabeza y, por un instante, su barbilla descansó sobre mi pelo. Levantó la cabeza—. Ya te lo advertí.
—Daemon —le dije en voz baja, sin querer echar a perder el momento. Me sentía muy arropada, tranquila—: Lo tengo bajo control.
Se rió.
—Ya, claro, gatita. Por eso movía las manos a una velocidad de vértigo, ¿no? Empezaba a preguntarme si es humano o no.
Me puse tensa y abrí los ojos. Conté hasta diez. Cuando iba por el tres, habló de nuevo.
—Tendrías que salir de aquí y marcharte mientras esté distraído. —Noté que me apretaba la mano—. Si quieres, puedo decirle a Dee que se convierta en ti…
Me sorprendió aquel comentario, por lo que me aparté y lo miré.
—¿Y que le meta mano a tu hermana te da igual?
—Dee puede cuidarse solita. Pero ese tío es demasiado para ti.
Dejamos de hablar, sin hacerles ningún caso a las parejas que nos rodeaban. No daba crédito a lo que acababa de decirme.
—¿Perdona? ¿Qué es demasiado para mí?
—Escúchame: he venido en coche hasta aquí, así que puedo decirle a Dee que cuando vuelva con Adam te acompañen a casa. —Parecía que lo tuviera todo perfectamente planeado. Me miró con cara de incredulidad—. No me digas que estás pensando en ir a la fiesta con ese idiota.
—¿Y tú, vas a ir? —Le pregunté, apartando la mano. La otra la tenía todavía en su pecho, y él seguía rodeándome la cintura con el brazo.
—Da igual lo que yo haga o deje de hacer. —Sus palabras estaban teñidas de frustración—. No vas a ir a la fiesta, y punto.
—No tienes derecho a decirme lo que puedo hacer, Daemon.
Entrecerró los ojos, pero aun así podía ver el brillo fantasmagórico que empezaba a formarse en ellos, eclipsándole las pupilas.
—Dee te llevará a casa y te juro que si tengo que cargar contigo al hombro para sacarte de aquí, lo haré.
Apreté los dedos que tenía sobre su pecho en un puño.
—Inténtalo si te atreves, me gustaría verlo.
Sonrió. Los ojos empezaron a brillarle en la oscuridad.
—Ya sé que te gustaría.
—Lo que tú digas —le respondí, haciendo caso omiso de como empezaban a mirarnos todos. Por encima de su hombro vi al señor Garrison. Nos observaba, cosa que jugaba en mi favor—. Tú eres el que va a montar una escenita si me sacas de aquí a la fuerza.
Cualquiera medianamente normal se habría asustado ante tal situación, y yo también, teniendo en cuanta de lo que Daemon era capaz. Pero no tenía ningún miedo.
—Por si no te has enterado, tu querido profesor alienígena nos está mirando ahora mismo. ¿Qué crees que va a pensar cuando vea que cargas conmigo para sacarme de aquí?
Sentí que se ponía tenso.
Sonreí, satisfecha al ver que tenía razón.
—¿Ves como tengo razón? —le dije.
Entones hizo algo que me sorprendió: me sonrió.
—Siempre te subestimo, gatita.
Simon apareció subrepticiamente en escena antes de que pudiera regodearme en mi victoria.
—¿Lista para marcharte? —me preguntó Simon, mirándonos—. Todos se van ya a la fiesta.
Daemon me decía con la mirada que no escuchara lo que me decía, y precisamente por eso le dije que sí iría. Nadie controlaba mi vida por mí. Yo era la única que tenía la última palabra.