Capítulo 19

De repente, toda la rabia que sentía comenzó a disiparse. No pude hacer otra cosa que mirarlo. Sentía que ya sabía lo que pasaba, pero que no había querido reconocerlo. Daemon era un gilipollas integral, pero el enfado desapareció y en su lugar sólo quedaba incertidumbre.

—¿Qué pasó?

Me miró por encima del hombro. Tenía la vista perdida en los árboles que quedaban detrás de mí.

—Dawson conoció a Bethany y, te lo digo completamente en serio, fue amor a primera vista. Sólo tenía ojos para ella. Matthew, el señor Garrison, quiero decir, le advirtió el peligro que corrían. Yo mismo le dije que no funcionaría. Que no podemos salir con humanos.

Apretó los labios y se quedó cayado un instante.

—No sabes lo duro que es, Kat; tenemos que ocultar lo que somos e incluso entre los nuestros debemos andarnos con ojo. Hay muchas normas que seguir… Ni al Departamento de Defensa ni a los Luxen les gusta que nos relacionemos con humanos. —Se hizo un silencio y negó con la cabeza—. Tengo la impresión de que creen que somos animales, que estamos por debajo de ellos…

—Pero eso no es verdad, no sois animales —le respondí. Era obvio que eran diferentes de nosotros, pero de ninguna manera inferiores.

—¿Sabes que cada vez que queremos pedir algo tenemos que informar a Defensa? —Sus ojos denotaban preocupación. Enfado—. Tenemos que hablar con ellos cuando queremos sacarnos el carné de conducir o ir a la universidad. Lo saben todo. Y casarse con un humano es imposible. Incluso cuando queremos mudarnos, tenemos que comunicárselo y pasar por un censo especial.

Pestañeé.

—Pero ¿tienen derecho a haceros eso?

Se rió con amargura.

—Es vuestro planeta, no el nuestro. Tú misma lo has dicho antes… A cambio de que estemos calladitos, nos lo financian todo. Hay controles aleatorios de tanto en tanto para que no podamos escondernos ni intentar nada. Una vez que nos han localizado, no hay nada que podamos hacer.

No sabía qué decir, así que me quedé callada. Era muy triste que tuviera que vivir una vida completamente supervisada y controlada por otros. Asustaba.

—Y eso no es todo. En teoría debemos unirnos a otro Luxen y quedarnos aquí.

Oí una voz de alarma en mi interior. ¿Estaba obligado a quedarse con Ash? No me parecía apropiado preguntárselo. Y mucho menos que la pregunta viniera de mí.

—Qué injusto…

—Lo es. —Daemon se sentó, ágil. Dejó caer los brazos sobre las rodillas flexionadas—. Es muy fácil sentirse humano. Sé que no lo soy, pero quiero lo mismo que querría un humano. —Se cayó y negó con la cabeza—. Bueno, el caso es que algo pasó entre Dawson y Bethany; no sé exactamente el qué porque nunca me lo explicó. Se fueron de excursión un sábado y volvieron tarde con la ropa rasgada y cubiertos de sangre. Estaban más unidos que nunca. Matt y los Thompson, que no las tenían todas consigo antes, estaban ya totalmente recelosos. El siguiente fin de semana, Dawson y Bethany fueron al cine y nunca volvieron.

Apreté los ojos con fuerza.

—El Departamento de Defensa encontró su cuerpo al día siguiente en Moorefield, tirado como un perro en mitad del campo. —Hablaba con voz grave, dura—. No pude despedirme de él. Se llevaron el cuerpo antes de que pudiera verlo, por miedo a que alguien pudiera descubrirnos. Cuando morimos o nos hieren, volvemos a nuestra forma original.

Sentí una profunda pena por él y por Dee.

—¿Estás segura de que está muerto? Nunca llegaste a verlo…

—Sé que un Arum llegó a él. Le quitó sus poderes y lo mató. Si estuviera vivo, habría hallado una manera de llegar hasta nosotros. Se llevaron su cuerpo y el de Bethany antes de que alguien pudiera verlos. Sus padres nunca sabrán lo que le pasó. Todo lo que sabemos es que debía hacer algo que debía dejar un rastro en ella y por eso el Arum la encontró. No hay otra posibilidad. Aquí no pueden sentir nuestra energía. Mi hermano debió usar su energía por algún motivo que desconocemos… pero debió de ser algo grande.

Sentí un nudo en la garganta. No podía ni imaginar lo que debieron de sentir él y Dee. Lo de mi padre fue muy diferente: yo sabía que iba a morir. Me dolió muchísimo; tanto que pensé que su enfermedad me estaba matando a mí, pero nadie lo asesinó.

—Lo siento —susurré—. Sé que no puedo decir nada para consolarte. Yo… lo siento tanto.

Se movió casi imperceptiblemente y levantó la cabeza para mirar al cielo. La máscara se le cayó y ahí estaba el Daemon de verdad. Con sus prontos de siempre, pero con una expresión nueva que reflejaba un profundo dolor. Era vulnerable, y dudaba mucho de que nadie lo hubiera visto jamás así. De repente sentí que era una intrusa y que no debería estar allí ni ser testigo de aquel momento. Que fuera yo quien viera más allá de su caparazón no me parecía apropiado. En un momento así él debía estar con alguien que le importara de verdad.

—Lo cierto es que… echo mucho de menos al muy idiota —dijo con voz temblorosa.

El corazón me dio un vuelco. Verlo tan afectado me dolía. Sin pensar en lo que hacía, me volví hacia él y le rodeé con los brazos. Lo abracé tan fuerte como pude. Me aparté antes de que le diera un puntazo de los suyos y me lanzara roca abajo.

Pero Daemon no se movió. Me miró con los ojos muy abiertos, como si aquella fuera la primera vez que alguien lo abrazaba. Quizá los Luxen nunca lo hacían.

Bajé la vista.

—Yo también echo de menos a mi padre. Y el tiempo no lo cura…

Respiró hondo.

—Dee me dijo que se puso enfermo, pero no que le pasó. Lo siento… mucho. Nosotros no estamos acostumbrados a las enfermedades. ¿Qué le pasó?

Le hablé del cáncer de mi padre, cosa que me resulto sorprendentemente fácil. También le expliqué cosas de él de antes de la enfermedad; aficiones que teníamos en común y cosas así. Le dije que a los dos nos gustaba la jardinería y que en primavera solíamos pasarnos los domingos por la mañana buscando nuevas plantas y flores.

Él me habló de Dawson; de la primera vez que fueron a Seneca Rocks, de una vez que Dawson se transformó en otra persona y no sabía volver a su forma humana… Estuvimos hablando sobre la roca y encontrando una pequeña paz interior hasta que el sol empezó a ponerse y la roca perdió su calidez. Estábamos solos, él y yo, bajo la luz del atardecer, contemplando las estrellas que iluminaban el cielo.

No tenía ganas de marcharme, porque el agua estaría fría y porque sabía que ese pequeño mundo que habíamos creado él y yo, en el que no nos peleábamos ni nos odiábamos, no duraría demasiado. Parecía que Daemon necesitara a alguien con quien hablar, y aquel era el lugar ideal para hacerlo. Todo fluyó: las preguntas, la comunicación… Sentí que podía contar con él. Por lo menos, eso era lo que me repetía a mí misma, porque sabía que todo cambiaría al día siguiente.

Teníamos que regresar al mundo real. En el que Daemon deseaba no haberme conocido jamás.

Ninguno de los dos habló hasta que llegamos a mi porche. Había luz en la sala de estar, así que hablé en voz baja:

—¿Y ahora, qué?

Daemon apretaba con fuerza los puños y tenía la vista perdida. No me contestó.

Empecé a darme la vuelta y, en lo que tardé en pestañear, Daemon ya había desaparecido.

—¿No hiciste nada el día del Trabajo? —Lesa señaló a Carissa, que estaba detrás de ella—. Tu vida es tan emocionante como la de Carissa.

Esta puso los ojos en blanco y se colocó bien las gafas.

—No todas tenemos unos padres que nos llevan de fin de semana a Carolina del Norte, bonita. No somos tan superguay como tú.

No podía decirles que había pasado el fin de semana lleno de emociones, que casi me atropella un camión, y tampoco que había descubierto que los extraterrestres existían, de modo que me encogí de hombros y garabateé algo en el cuaderno.

—No, me quedé en casa.

—Te entiendo perfectamente. —Lesa hizo un gesto con la barbilla hacia la pizarra—. Yo también me quedaría en casa si viviera al lado de ese monumento.

—Tendrías que haber nacido hombre —comentó Carissa. Me aguanté la risa. Aquellas dos eran un verdadero terremoto: el nivel de contención de la una era idéntico al nivel de desmadre de la otra. Me daba la sensación de que el ángel de mi hombro izquierdo y el demonio del derecho jugaban al tenis y yo asistía en silencio al espectáculo.

No tuve que mirar hacia la pizarra para saber que hablaban de Daemon. Casi no había podido dormir aquella noche. Lo único que sabía con total seguridad era que ese día, martes, no iba a comportarme de un modo diferente. Pasé de él, como solía hacer antes de descubrir que venía del espacio exterior.

Y la jugada me salió bien, porque se sentó detrás de mí y volvió a darme su toquecito característico con el boli. Dejé el mío sobre la mesa y me di la vuelta.

—¿Qué?

Los ojos le brillaron un segundo antes de que bajara sus largas y oscuras pestañas.

—En mi casa. Después de clase.

Lesa ahogó un grito con tan poco disimulo que sentí vergüenza ajena.

Sabía que tenía que estar cerca de Daemon hasta que el maldito rastro desapareciera, pero no me gustaba que me dijeran lo que tenía que hacer.

—Ya tengo planes.

Ladeó la cabeza.

—¿Perdona?

No pude evitar sentir cierta satisfacción al ver su cara de sorpresa.

—He dicho que ya tengo planes.

Se hizo el silencio. Al fin, sacó su artillería pesada y me sonrió. No me desarmó por completo, pero casi.

—No tienes ningún plan que yo sepa.

—¿Y cómo estás tan seguro?

—Porque lo sé.

—Bueno, pues te equivocas. —No se equivocaba. No tenía ningún plan.

Miró a las chicas.

—¿Ha quedado con vosotras después de clase?

Carissa abrió la boca para contestar, pero Lesa la interrumpió.

—No.

Tener amigas para esto…

—Puede que no haya quedado con ellas, ¿sabes?

Daemon inclinó el pupitre hacia delante, acortando el espacio que quedaba entre nosotros.

—Aparte de ellas y de Dee, ¿qué otras amigas tienes?

Lo fulminé con la mirada.

—Pues otras.

—¿Cómo se llaman?

Maldita sea. Me había pillado.

—Vale, lo que tú digas.

Me dedicó una sonrisa sexy antes de acomodarse en la silla y empezar a dar golpecitos contra la mesa con el boli. Lo miré con cara de odio y me di la vuelta. Efectivamente, no había cambiado nada.

Daemon me siguió a casa después del instituto. Literalmente. Empezó a pisarme los talones con su todoterreno nuevecito. Mi pobre coche, con su tubo de escape en estado comatoso y con el silenciador en muy baja forma, no era rival para él.

Frené en seco delante de él varias veces.

Él me respondió tocando el claxon.

Sentí un extraño calor en mi interior.

Salí del coche y casi choco con él de bruces.

—¡Por Dios! —Me llevé una mano al corazón—. ¿Puedes dejar de hacer eso?

—¿Por qué? —Bajó la cabeza—. Ahora ya sabes como somos.

—Ya, pero eso no quiere decir que no puedas caminar como todo hijo de vecino, en vez de teletransportarte. ¿Qué pasaría si te viera mi madre, por ejemplo?

Sonrió.

—Usaría mis armas de seducción para convencerla de que son imaginaciones suyas.

Pasé a su lado.

—Hoy ceno con mi madre.

Daemon apareció de la nada delante de mí, otra vez. Solté un chillido. Intenté darle una colleja, pero se apartó.

—¡Por Dios! ¿Te gusta cabrearme o qué?

—¿A quién? ¿A mí? —Me puso ojitos de cordero degollado—. ¿A qué hora es la cena?

—A las seis. —Subí los escalones haciendo bastante ruido—. Y no estás invitado.

—Ya, como si quisiera cenar contigo —me respondió. Le enseñé el dedo anular sin molestarme en darme la vuelta.

—Te doy hasta las seis y media para que vengas a casa. Si no, vendré a buscarte.

—Menos lobos, Caperucita. —Entré en casa sin volverme.

Mamá estaba de pie junto a la ventana de la sala de estar. En las manos tenía el marco de una foto al que estaba sacándole el polvo. Era su foto favorita de las dos. Había parado a un chico que pasaba por ahí y le había pedido que nos sacara una foto de nosotras en la playa. Mi madre no tuvo más que sonreír y el chaval la obedeció al instante. Mi cara era un poema: estaba enfadada, frustrada y ofendida. Odiaba esa fotografía.

—¿Cuánto tiempo llevas ahí de pie?

—Lo suficiente para haber visto el gesto que le has dedicado a Daemon.

—Se lo merecía —gruñí. Dejé la mochila en el suelo—. Voy a ir a su casa después de cenar.

Arrugó la nariz.

—¿Pasa algo entre vosotros?

Suspiré.

—Eso jamás de los jamases.

Cuando me presenté en su casa, a las 18.34, parecía que allí hubiera estallado la Tercera Guerra Mundial. Entré sin preguntar, porque nadie salía a recibirme.

—¡Daemon, es increíble que te hayas zampado toda la tarrina de helado!

Di un respingo y me quedé inmóvil en la sala de estar. No pensaba entrar en la cocina ni por todo el oro del mundo.

—Te digo que no me la he comido yo.

—¿Ah, no? ¿Y entonces quién se la ha comido? ¿O el helado ha desaparecido solo? —Dee gritaba tanto que pensé que las vigas del techo habían empezado a moverse—. Ah, ya lo sé. Ha sido la cuchara la que se ha comido el helado. ¡No, no, espera! ¡Ha sido el envase!

—Ahora que lo dices, creo que ha sido el congelador —le respondió Daemon fríamente.

Sonreí al oír que algo de plástico parecía entrar en contacto con la piel de alguien.

Me di la vuelta y regresé a la sala de estar. Estuve allí haciendo tiempo hasta que oí unas pisadas.

Daemon estaba apoyado en el marco de la puerta que conectaba la sala de estar con el comedor. Estaba bastante despeinado y la tenue luz de la lámpara le bailaba en los marcados pómulos. En sus labios se dibujaba su característica media sonrisa e incluso llevando unos tejanos y una camiseta sencilla estaba… No había palabras para definirlo.

Su presencia llenaba toda la sala, y ni siquiera estaba en ella. Arqueó una ceja.

—¿Kat?

Hice un esfuerzo sobrehumano para apartar la vista.

—¿Has recibido el impacto de una tarrina de helado? —dije.

—Sí.

—Qué pena habérmelo perdido.

—Seguro que a Dee le encantaría repetir la jugada para que no te la pierdas.

No pude evitar sonreír.

—Ah, ¿te parece gracioso?

Dee entró hecha una furia en la sala de estar. Llevaba las llaves del coche en la mano.

—Ahora tendría que obligarte a que fueras a comprarme más helado, pero, como aprecio a Katy y quiero que esté a salvo, voy a ir yo misma a buscarlo.

Eso quería decir que Daemon y yo íbamos a quedarnos otra vez solos… Oh, no.

—¿Y no puede ir Daemon?

Este me sonrió.

—No. Si vienen los Arum, verán tu rastro. —Dee cogió el monedero—. Tienes que quedarte con Daemon; es más fuerte que yo.

Me di por vencida.

—¿Y no puedo irme a casa?

—¿No te das cuenta de que el rastro es visible desde el exterior? —Daemon se apartó de la puerta—. Si te vas, será para ir a tu propio funeral.

—Daemon —le contestó Dee—, todo esto es culpa tuya. ¡Cuántas veces te he dicho que no quiero que te comas mi helado, que te comas sólo el tuyo!

—Sí que es importante el helado —dije.

—Es mi vida entera. —Dee le tiró el monedero a Daemon, pero erró el objetivo—. ¡Y tú me lo has quitado!

Daemon puso los ojos en blanco.

—Vete ya, anda, y no tardes en volver.

—¡Sí, señor! —le respondió su hermana con un saludo militar—. ¿Quéréis que os traiga algo?

Negué con la cabeza.

Daemon volvió a poner en práctica su truquito de desaparecer antes de que me diera tiempo a pestañear. Estaba al lado de Dee, dándole un abrazo.

—Ten cuidado.

Era evidente que Daemon idolatraba a su hermana y daría su vida por ella sin dudarlo. Su instinto de protección era algo digno de admirar. En esos momentos deseaba haber tenido un hermano.

—Como siempre. —Sonrió, se despidió con la mano y salió por la puerta a toda pastilla.

—Vaya, recuérdame que nunca me coma su helado.

—Si lo haces, ni siquiera yo podré salvarte. —Sonrió, burlón—. Bueno, gatita, ya que voy a ser tu canguro, ¿qué me darás a cambio?

Lo miré con cara de pocos amigos.

—Oye, en primer lugar yo no te he pedido que me hagas de canguro. Y, en segundo lugar, has sido tú quien me ha hecho venir. Y no me llames gatita.

Daemon echó la cabeza hacia atrás y se rió. Aquel sonido me hizo sentir escalofríos. Recordé el día en que me había despertado a su lado, con la cabeza apoyada en su regazo.

—Veo que estás pletórica de formas.

—Pues todavía no has visto nada.

Sin dejar de reírse, se volvió hacia la cocina.

—Te creo. Cuando estás por aquí no existe el aburrimiento. —Se quedó callado—. ¿Vienes o no?

Respiré hondo y exhalé despacio.

—¿Adónde?

Abrió la puerta de la cocina.

—Tengo hambre.

—Madre mía, el estómago de un alienígena no tiene fondo —dije sin moverme.

Daemon me miró por encima del hombro.

—Fíjate, tengo ganas de vigilarte de cerca. Donde yo vaya, vendrás tú. —Esperó que diera un paso adelante y, como vio que no lo hacía, sonrió pícaro—. Bueno, y si no vienes por tu propia voluntad, tendré que traerte yo.

Como no tenía ganas de saber como llevaría a la práctica aquellas palabras, decidí ceder.

—Vale, vamos. —Pasé a su lado y me dejé caer en una silla.

Daemon cogió un plato de pollo que había sobrado.

—¿Quieres un poco?

Negué con la cabeza. A diferencia de ellos, no comía diez veces al día.

Se puso a trastear por la cocina sin decir nada. Desde la noche del lago, no nos habíamos metido el uno con el otro. No es que nos lleváramos bien, pero creo que nos habíamos declarado una tregua. Ahora que no nos pasábamos el rato tirándonos los trastos a la cabeza, no sabía como comportarme con él.

Apoyé la mejilla en la mano mientras intentaba con todas mis fuerzas apartar la vista de él. Tenía la espalda ancha y era alto, pero se movía con la gracia de un bailarín. Cada paso era delicado y ágil. Incluso el movimiento más sencillo parecía una manifestación artística.

Y con esa cara…

En ese momento levantó la vista del plato.

—¿Qué, cómo lo llevas?

Aparté la vista de él y me concentré en mirar su plato, ya medio vacío. ¿Cuánto rato había pasado mirándolo? Aquello empezaba a pasar de castaño oscuro. ¿Acaso el rastro me había convertido en una hormona andante?

—Bien.

Le dio un mordisco a un pedazo de pollo y lo masticó despacio.

—Ya lo veo. Me sorprende lo bien que has asimilado todo esto.

—¿Y qué pensabas que iba a hacer?

Daemon se encogió de hombros.

—Pues, siendo humana, cualquier cosa. Las posibilidades son infinitas.

Me mordí el labio.

—¿Crees que los humanos somos más débiles que vosotros o qué?

—No es que lo crea, es que lo sé. —Me miró por encima de su vaso de leche—. No intento hacerme el desagradable diciéndote esto; es que es un hecho.

—Quizá físicamente. Pero no mental ni moralmente —añadí.

—¿Moralmente? —Parecía confundido.

—Sí. Por ejemplo, no voy a delataros por dinero. Y si me capturara un Arum, tampoco les diría dónde puede encontraros.

—¿No?

Crucé los brazos, ofendida, y me eché hacia atrás.

—Pues no.

—¿Aunque te amenazara de muerte? —preguntó con tono incrédulo.

Negué con la cabeza y me reí.

—Que sea humana no quiere decir que sea una cobarde o no tenga moral. Nunca haría nada que pudiera poner en peligro a Dee. ¿Por qué mi vida tendría que se más valiosa que la suya? Si estuviera en peligro la tuya… Bueno, eso sería más discutible. Pero jamás pondría en peligro a Dee.

Me miró algunos segundos y siguió comiendo. Estaba claro que no tenía ninguna intención de disculparse… Qué sorpresa.

—¿Cuánto tardará el rastro este en desaparecer? —Mis ojos volvieron a desviarse hacia él. Qué rabia.

Su mirada era clara e intensa. Aquel resplandor verde me quemaba. Dio un buen sorbo de leche.

Tragué saliva. Tenía la boca seca.

—Una semana, quizá dos. O puede que menos —me dio entrecerrando los ojos—. Ya se te está empezando a ir.

Era raro que pudiera hablar de esa aura que supuestamente tenía y que yo no podía ver.

—¿Qué aspecto tengo? ¿Parezco una bombilla brillante?

Se rió y negó con la cabeza.

—Es un ligero brillo blanco. Lo tienes alrededor del cuello, como si fuera un halo.

—Bueno, supongo que no es tan grave entonces. ¿Has acabado ya? —Asintió con la cabeza y, por la fuerza de la costumbre, le retiré el plato. No quería tirárselo por la cabeza, sino ocuparme en algo—. Por lo menos nos parezco un árbol de Navidad.

—Te pareces a la estrella que corona el árbol. —Su aliento me agitó el mechón de pelo que me caía sobre la mejilla.

Respiré hondo y me di la vuelta.

Daemon estaba justo detrás de mí. Nuestros cuerpos estaban apenas separados por unos pasos. Puse las manos sobre la encimera y volví a respirar hondo.

—No me gusta nada cuando haces eso de ir tan rápido.

Sonrió y ladeó la cabeza.

—Gatita, ¿dónde nos estamos metiendo?

Mil imágenes se me pasaron por la cabeza. Gracias a Dios, sus poderes no incluían leer la mente. Una extraña pesadez inundó el aire a mí alrededor y mis deseos ocultos empezaron a cobrar vida.

—¿Por qué no me entregas a Defensa? —le espeté.

Daemon dio un paso atrás.

—¿Qué?

Ojalá no hubiera dicho eso, pero ya no había marcha atrás.

—¿No habría sido todo mucho más fácil si me hubieras entregado al Departamento de Defensa? Así no tendrías que preocuparte tanto por Dee ni por lo que pudiera pasar…

Daemon se quedó callado. El color de los ojos se le volvió más intenso, más brillante. Quise dar un paso atrás, pero no tenía espacio.

—No lo sé, gatita —me dijo con voz grave.

—¿No lo sabes? ¿Lo pones todo en peligro y no sabes por qué?

—Eso es lo que acabo de decir.

Me quedé mirándolo, sorprendida por saber que había puesto en peligro todo lo que tenía sin saber por qué. Qué locura, aquello era absurdo. Además, me ponía nerviosa, porque podía significar muchas cosas.

Cosas que no quería reconocer.

Sus manos fueron a parar a la encimera. Estaba atrapada por unos brazos musculosos que me inmovilizaban sin tocarme. Bajó la cabeza y las ondas de pelo le taparon los ojos.

—Vale. Ya sé por qué.

—¿Ah, sí? —Por un momento no supe de lo que estaba hablando.

Asintió.

—No podrías sobrevivir un solo día sin nosotros.

—Eso no lo sabes.

—Ya lo creo que lo sé. —Ladeo la cabeza—. ¿Sabes a cuántos Arum me he enfrentado? A cientos. Y a duras penas he conseguido escapar en varias ocasiones. Un humano no tiene nada que hacer frente a ellos o frente a Defensa.

—Vale, lo que tú digas. ¿Puedes apartarte?

Daemon sonrió pero no se apartó. Qué pesado era. Podía quedarme allí, mirándolo como una idiota, o pasar por su lado. Opté por la última opción. Mi plan era salir de allí lo más rápido posible.

Pero no llegué demasiado lejos.

Era como una pared de ladrillos que sólo un tren de mercancías pudiera destruir. Sonrió de oreja a oreja. Le divertía que no consiguiera salir de allí.

—Capullo —le dije entre dientes.

Daemon se rió.

—Pero mira que eres faltona. Parece mentira que uses esa boquita para besarte con algún chico… Por que lo haces, ¿no?

Me puse roja como un tomate.

—¿Y tú con Ash?

—¿Ash? —La sonrisa le desapareció del rostro y los ojos perdieron algo de brillo—. Ya te gustaría a ti saberlo, ¿no?

Los celos me quemaban por dentro, pero me hice a dura. Le dediqué una sonrisa socarrona.

—Pues no, gracias.

Daemon se inclinó todavía más sobre mí. Aquel olor a especias y a naturaleza me envolvió.

—No se te da demasiado bien mentir, gatita. Las mejillas se te ponen rojas cuando mientes.

¿Ah, sí? Vaya por Dios. Intenté pasar por su lado, pero él alargó la mano y me cogió del brazo. Sentí una vibración; un agradable hormigueo en la piel. No quería mirarlo a los ojos, pero no podía evitarlo.

Estábamos demasiado cerca, y entre los dos la tensión era casi insoportable. Su mirada me quemaba. Bajó la cabeza y se me olvidó respirar. Fascinada, miré como sus labios se curvaban hasta formar una sonrisa. Me costaba atender a lo que me decía, pero aún así lo conseguí, a pesar de que se me empezaba a nublar el entendimiento.

—Hace tiempo que le doy vueltas a la idea de que tengo que probarlo.

—¿Probar el qué? —Los ojos se me desviaban hacia sus labios. Sentía que me estaba dejando llevar.

—Creo que te gustaría saberlo… —Se acerco a mí y deslizó una mano hasta mi nuca—. Tienes un pelo muy bonito.

—¿Qué?

—Nada. —Con una mano aún en mi nuca, separó los dedos, que se abrieron paso a través de los mechones de pelo.

Movió los dedos hacia arriba, hasta la base de la cabeza. Separó los labios y yo esperé.

Apartó la mano de mi nuca y la alargó hacia mí. Yo seguía inmóvil y ansiosa (quizá demasiado) por saber si él sentía lo mismo que yo. Si estaba igual de alterado que yo.

Lo que hizo Daemon, en cambio, fue coger una botella de agua de la encimera.

Me apoyé contra la encimera. Pero que huevos le echaba.

Sus ojos me miraron, divertidos, antes de volverse hacia la mesa.

—¿Quérías algo, gatita?

—Deja de llamarme así.

Bebió.

—¿Sabes si Dee ha alquilado alguna peli?

Asentí con la cabeza.

—Sí, me lo dijo en clase.

—Vale. Pues venga, vamos a verla.

Me aparté de la encimera y lo seguí. Me quedé cerca de la puerta mientras él cogía el DVD y fruncía el ceño.

—¿Quién ha elegido esta peli?

Me encogí de hombros y lo observé mientras leía la sinopsis de la sobrecubierta con cara de incredulidad.

—En fin —dijo entre dientes.

Carraspeé y di un paso adelante.

—Mira, Daemon, no tienes que quedarte aquí viendo una peli conmigo. Si tienes otras cosas que hacer, adelante. Seguro que no me pasa nada.

Me miró y se encogió de hombros.

—No tengo nada más que hacer.

—Vale. —No sabía que pensar. Que lo pasara bien conmigo viendo una peli era algo más descabellado que pensar que los humanos y los alienígenas podían convivir en total armonía.

Me arrastré hasta la habitación y me senté en el sofá mientras él encendía el reproductor de DVD. Metió el disco y se sentó en la otra punta del sofá. El televisor se encendió de repente, aunque yo hubiera jurado que se había dejado el mando al lado del aparato. Menos mal que no tengo esos poderes. Acabaría volviéndome una vaga crónica.

Me miró e inmediatamente dirigí la vista hacia el televisor.

—Si te duermes, me deberás una.

Me volví para mirarlo.

—¿Y se puede saber por qué?

Daemon me sonrió maliciosamente.

—Tú estate atenta y punto.

Puse cara de pocos amigos, pero no le dije nada. Daemon cambió de posición, el sofá se hundió un poco y la distancia entre nosotros se acortó. Contuve la respiración hasta que no pude más. Creo que él no se dio cuenta. Aparecieron los créditos en la pantalla.

Lo miré y me pregunté por enésima vez qué se le estaría pasando por la cabeza en aquel momento. Como siempre, no llegué a ninguna conclusión. Frustrada, me giré y me concentré en la peli. Decidí que la extraña atracción que sentía por él eran imaginaciones mías y nada más.

Estaba nerviosa y desconcertada por lo que sentía. Se me hicieron eternos los minutos que tardó Dee en regresar.