—Katy, estás muy callada hoy. ¿Te pasa algo?
Me estremecí. Ojalá mi madre no me conociera tan bien.
—Estoy un poco cansada. —Forcé una sonrisa para tranquilizarla.
—¿Seguro?
La culpa me carcomía por dentro. Apenas pasaba tiempo con mi madre, y me dolía tener la cabeza en otra parte.
—Lo siento, mamá, creo que hoy estoy un poco out.
Se puso a lavar los platos de la cena.
—¿Qué tal va todo con Daemon y Dee?
Había conseguido que no habláramos de ellos en todo el día.
—Bien, bien. Creo que luego iré a ver una peli con ellos.
Sonrió.
—¿Con los dos?
Entrecerré los ojos.
—Mamá, por favor.
—Cielo, soy tu madre. Tengo derecho a preguntar.
—Pues no sé si iré con los dos; era una idea, nada más. —Cogí una manzana del frutero y le di un mordisco—. ¿Qué vas a hacer esta tarde, mamá?
Intentó hacerse la indiferente.
—He quedado para tomar un café con el señor Michaels.
—¿Y quién es el señor Michaels? —pregunté entre mordisco y mordisco—. Ah, un momento… ¿Es ese doctor tan guapo del hospital?
—Sí, el mismo.
—¿Es una cita? —Me apoyé en la encimera y sonreí—. ¡Esa mamá!
Mi madre se puso colorada. Mi madre, la mujer de hielo.
—Vamos a tomar un café y nada más.
Eso explicaba por qué se había pasado la mañana eligiendo qué vestido ponerse, hasta el extremo de hacerme escoger dos de los más bonitos.
—Bueno, pues espero que te lo pases muy bien en tu no cita; aunque a mí me sigue pareciendo que sí lo es.
Sonrió y se puso a hablar de los planes que tenía para la tarde y de un paciente que tuvo el día anterior. Antes de que se marchara para prepararse, me trajo un par de vestidos de su armario.
—Bueno, si sales esta noche, ¿por qué no te pones uno de estos? Te quedan muy bien. Yo soy demasiado mayor para ponérmelos.
Arrugué la nariz.
—Mamá, no soy yo la que tiene una cita hoy.
—Yo tampoco —se burló.
—¡Lo que tú digas! —exclamé mientras subía las escaleras.
No tardó casi nada en arreglarse y marcharse. Como se suponía que no era una cita, había quedado con él en una cafetería del centro. Deseé que se lo pasara bien: se lo merecía. Desde lo de papá, creo que no había vuelto a fijarse en nadie. Lo que quería decir que el señor Michaels debía ser especial.
Dee había comentado que nos viéramos aquella noche, pero no habíamos quedado en nada en firme. Sabía que Daemon me vigilaba constantemente desde la puerta de al lado, pero no le había dejado que estuviera merodeando por casa. Me habían dicho que los Arum eran más fuertes de noche, y que entonces atacaban, de modo que me sentía bastante segura durante el día. Por eso quise pasar un día tranquilo, leyendo y actualizando el blog y haciéndole compañía a mamá.
Pero era muy raro seguir con tu vida normal después de que te revelaran un secreto así. Sentí que su obligación era estar ahí fuera evitando accidentes, acabando con la hambruna o salvando a gatitos que se habían quedado atrapados en los árboles.
Tiré el corazón de la manzana a la basura y me puse a juguetear con el anillo que llevaba en el dedo mientras miraba los vestidos que descansaban sobre la mesa. No pensaba ponérmelos para ir a ninguna cita.
Alguien llamó a la puerta y me sacó de mi ensimismamiento. Abrí y ahí estaba Daemon, con sus vaqueros y una camiseta blanca que se le ajustaba al cuerpo. Estaba espectacular. Su presencia me ponía nerviosa. Y mucho más cuando encima se quedaba mirándome fijamente de aquella manera, con esos ojos verdes como el jade que me consumían por dentro.
—¿Hola? —le dije.
Hizo un gesto con la cabeza a modo de saludo. Era imposible saber de qué humor estaba.
Ay, madre.
—Esto… ¿quieres pasar?
Negó con la cabeza.
—No, se me ha ocurrido que quizá podemos quedar y hacer algo.
—¿Algo?
Me miró, divertido.
—Sí, siempre que no tengas que escribir la reseña de algún libro o trasplantar algún matorral, claro.
—Ja, ja, ja. Me parto. —Empecé a cerrarle la puerta en las narices.
Puso una mano en el marco de la puerta para evitarlo sin tocarla.
—Vale, déjame que vuelva a intentarlo. ¿Te apetece que hagamos algo?
La verdad era que no, pero sentía cierta curiosidad. Y una parte de mí empezaba a comprender por qué Daemon siempre era tan distante. Quizá era posible quedar sin que acabáramos matándonos.
—¿En qué habías pensado?
—Vamos al lago.
—Esta vez, miraré a los lados antes de cruzar la carretera. —Lo seguí y esquivé su mirada. El comentario parecía haberle hecho gracia. Metí las manos en los bolsillos de los pantalones cortos y decidí no andarme con rodeos—. No me habrás invitado a dar una vuelta por el bosque porque crees que tu secreto no está a salvo conmigo, ¿no?
A Daemon le dio un ataque de risa.
—Está totalmente paranoica.
—Ya, claro, paranoica… Me lo dice un alienígena que puede hacer que yo salga volando por los aires sin tocarme —me burlé.
—¿Has tenido algún ataque de pánico o algo así? —me preguntó.
—No, Daemon, pero gracias por preocuparte por mi salud mental.
—Oye —dijo mientras extendía las manos—, sólo quiero asegurarme de que no pierdes los nervios y le cuentas a todo el pueblo lo que somos.
—Creo que hay varios motivos por los que eso no debería preocuparte —le contesté, bastante seca.
Daemon me miró con cara de pocos amigos.
—¿Sabes de cuánta gente hemos estado cerca? Realmente cerca, quiero decir…
Puse una cara rara. No era difícil imaginar a lo que se refería. Y no me gustaba lo que me venía a la mente.
Se rió con una voz profunda y ronca.
—Y va una mocosa y nos descubre… ¿No ves lo difícil que es para mí… confiar en alguien?
—No soy ninguna mocosa, pero, si pudiera viajar en el tiempo, te aseguro que lo último que haría sería ponerme delante de aquel camión.
—Es bueno saberlo —respondió.
—No me arrepiento de haber descubierto la verdad. Explica muchas cosas. Oye… ¿podéis viajar en el tiempo? —le pregunté completamente en serio. No había pensado en esa posibilidad, pero en aquel momento me surgió la duda.
Daemon suspiró y negó con la cabeza.
—Podemos manipular el tiempo, sí. Pero no solemos hacerlo, y además sólo podemos modificarlo hacia delante. Jamás he sabido de nadie que haya podido alterar el pasado.
Casi se me salen los ojos de las cuencas.
—Dios mío, supermán a vuestro lado se queda en nada.
Sonrió mientras agachaba la cabeza para evitar una rama.
—Bueno, pero no creas que voy a decirte cuál es nuestra kryptonita.
—¿Puedo hacerte una pregunta? —inquirí después de llevar un rato caminando por el sendero cubierto de hojarasca. Asintió y respiré hondo—. La tal Bethany que desapareció… estaba con Dawson, ¿verdad?
Me miró de refilón con una expresión dura.
—Sí.
—¿Ella también averiguó quienes erais?
Pasaron unos segundos.
—Sí.
Lo miré. Su expresión era inescrutable y no apartaba la vista del frente.
—¿Y por eso desapareció?
Otro lapso de silencio.
—Sí.
Vale. Sólo iba a responderme con monosílabos. Pues qué bien.
—¿Se lo dijo a alguien? Quiero decir que… ¿por qué desapareció?
Daemon suspiró hondo.
—Es complicado, Kat.
«Complicado» podía significar muchas cosas.
—¿Está… muerta?
No me respondió.
Me detuve para quitarme una piedrecilla de la sandalia.
—¿No piensas decírmelo?
Me sonrió con una tranquilidad que me puso de los nervios.
—¿Por qué querías venir aquí? —Agité la sandalia y volví a ponérmela—. ¿Te lo pasas bien dándome evasivas o qué?
—La verdad es que me divierte ver que se te ponen las mejillas rojas de la frustración.
Le lancé una mirada de odio.
Daemon sonrió, socarrón, y reanudó el paso. No nos dijimos nada hasta que llegamos al lago. Se acercó a la orilla y me buscó con la mirada. Me había parado unos pasos más atrás.
—Pensé que, además de hacerme esa pregunta tan rara que me has hecho antes, tendrías más cosas que preguntarme.
Que a Daemon le gustara cabrearme era de locos. Y todavía era más de locos que a mí me encantara enfadarle.
—Sí las tengo.
—Te contestaré a algunas preguntas, y a otras no. —Daemon se quedó en silencio, pensativo—. Te aconsejo que aproveches la ocasión para preguntarme todo lo que se te haya pasado por la cabeza, porque así no tendremos que volver a hablar del tema. Pero tendrás que hacer algo a cambio para que yo te responda.
Ya; nunca volveremos a comentar que es un extraterrestre, ¿no? Que risa, María Luisa.
—Vale. ¿Qué tengo que hacer?
—Reúnete conmigo en esa roca. —Se volvió hacia el lago y se quitó los zapatos.
—¿Qué? ¡No llevo bañador!
—¿Y qué? —Se dio la vuelta, sonriente—. Puedes quitártelo casi todo y…
—Ni en sueños. —Me crucé de brazos.
—Ya me lo imaginaba —me contestó—. ¿Te has bañado vestida alguna vez?
Pues claro. ¿Y quién no? Pero no hacía calor.
—¿Por qué tengo que meterme en el agua para poder preguntarte cosas?
Daemon me miró un instante antes de bajar sus gruesas y oscuras pestañas.
—No lo hago por ti, sino por mí. Me parece lo normal. —El sol le teñía las mejillas de rosa—. El día que fuimos a nadar…
—¿Sí? —dije, dando un paso adelante.
Me miró y nuestros ojos se encontraron. El verde de los suyos cambió de tonalidad y lo hizo parecer vulnerable.
—¿Lo pasaste bien?
—Cuando no te portabas como un memo conmigo, y si dejo aparcado el hecho de que te obligaron a quedar conmigo, sí.
Sonrió y miró al infinito.
—No sé cuanto hacía que no lo pasaba tan bien. Puede que te parezca una tontería, pero…
—No es ninguna tontería. —El corazón me dio un vuelco: entendí inmediatamente lo que quería decir. En el fondo, lo único que Daemon deseaba era ser normal—. Vale, venga, vamos a meternos en el agua un rato.
Daemon se rió.
—Hecho.
Me quité las sandalias y él, la camiseta. Intenté no mirarlo, porque Daemon había decidido mirarme fijamente por si cambiaba de opinión. Le sonreí y me acerqué a la orilla para remojarme los dedos.
—¡Madre mía, qué fría está!
Me guiñó un ojo.
—Observa. —Los ojos se le pusieron de aquel verde tan fantasmagórico, todo el cuerpo comenzó a temblarle y se convirtió en una bola de luz… que surcó el cielo y se zambulló en el lago, iluminándolo como una piscina de noche. Rodeó como una bala las rocas del centro del lago. Unas dos veces, en apenas segundos. Qué fantasma.
—¿Ya estamos con los truquitos marcianos? —le pregunté, muerta de frío.
Se asomó entre las rocas. El agua le caía a borbotones por el pelo. Me ofreció la mano.
—Venga, que ahora está un poco más calentita.
Apreté con fuerza los dientes, preparándome para entrar en contacto con el agua helada, pero me sorprendió que la temperatura fuera bastante agradable. No estaba templada del todo, pero tampoco fría. Me zambullí y me dirigí hacia las rocas.
—¿Tienes más poderes chulos que confesar?
—Puedo volverme invisible.
Le di la mano y me ayudó a salir del agua. Me senté en la roca, con la ropa mojada. Me soltó la mano y se echó hacia atrás. Yo tiritaba, y acepté de buen grado el calor que emanaba de aquella roca, bañada por el sol durante todo el día.
—¿Cómo puedes hacer cosas sin que yo lo vea?
Se apoyó sobre los codos. Parecía que el frío no le afectaba.
—Estamos hechos de luz. Podemos manipular los espectros que nos rodean y utilizarlos. ¿Cómo puedo explicarlo…? Es como si fracturáramos la luz; ¿lo entiendes?
—La verdad es que no. —Tenía que estar más atenta en clase de Ciencias.
—Me has visto transformarme a mi estado natural, ¿verdad? —Asentí y siguió hablando—. Vibro hasta que me descompongo en pequeñísimas partículas de luz. Bueno, pues entonces lo que hago es eliminar a mi antojo la luz. Así nos volvemos transparentes.
Me llevé las rodillas al pecho.
—Vaya, que pasada, Daemon.
Antes de tumbarse sobre la roca, me sonrió y se le dibujó un hoyuelo en la mejilla. Se pasó las manos por detrás de la cabeza.
—Sé que tienes más preguntas. Dispara.
Quería preguntarle tantas cosas que no sabía por donde empezar.
—¿Creéis en Dios?
—Parece un tipo bastante guay.
Pestañeé; no sabía si reírme o no.
—¿Tenéis vuestro propio Dios?
—Recuerdo que teníamos algo parecido a una iglesia, pero nada más. Nuestros mayores no nos hablan de religión —añadió—. Aunque ahora ya no vemos a ningún mayor, claro.
—¿A qué te refieres con «mayor»?
—A lo mismo que te referirías tú. A una persona mayor.
Lo miré con cara rara.
Sonrió.
—¿Siguiente pregunta?
—¿Por qué eres tan gilipollas? —Se me escapó antes de que pudiera darme cuenta.
—Cada uno tiene un talento especial, ¿no?
—Pues, chico, se te da fenomenal.
Me miró con los ojos muy abiertos. Un segundo después los cerró.
—No te caigo nada bien, ¿no?
Dudé.
—No es eso, Daemon. Es difícil… entenderte.
—Tampoco resulta fácil entenderte a ti —me respondió con los ojos cerrados, bastante relajado—. Has aceptado lo imposible. Te portas bien con mi hermana y conmigo, aunque haya sido un capullo. Podías haberle contado a todo el mundo lo que sabes de nosotros, pero no lo has hecho. Y cuando me meto contigo no te quedas callada —añadió con una risita—. Eso me gusta de ti.
Un momento…
—¿Te caigo bien?
—Siguiente pregunta.
—¿Está permitido que salgáis con humanos?
Se encogió de hombros.
—«Permitir» es una palabra demasiado fuerte, quizá. ¿Es algo que pasa? Sí. ¿Es aconsejable? No. Podemos salir con humanos pero… ¿para qué? Si tenemos que esconder nuestra verdadera identidad, una relación no puede durar mucho.
—¿Sois como nosotros en determinados… ejem, aspectos?
Daemon arqueó una ceja.
—¿A qué te refieres?
Me puse como un tomate.
—Al sexo, quiero decir… Con eso de que brilláis y tal… No sé cómo debe funcionar la cosa.
A Daemon se le dibujó en la cara media sonrisa, la única advertencia que me dio. Se movió a una velocidad increíble y pronto me encontré de espaldas contra la roca y él, encima de mí.
—¿Me estás preguntando si me atraen las humanas? —dijo. El pelo le caía hacia delante en hondas. Unas gotitas de agua le recorrían los mechones y acababan salpicándome la mejilla—. ¿O si eres tú la que me atrae?
Con las manos apoyadas en la roca, fue acercándose a mí lentamente. Muy pronto nos separaban sólo unos milímetros. Cuando nuestros cuerpos se tocaron, me quede sin respiración. Él estaba duro en aquellas zonas en las que yo no lo estaba. Me alteraba estar tan cerca de él; un torbellino de sensaciones se apoderó de mí y me estremecí; no por el frío, sino por lo agradable que era estar en contacto con su piel. Sentía su respiración como si fuera la mía, y cuando movió las caderas abrí los ojos y ahogué un grito.
Vaya que si funcionaba la cosa… Me despejó la duda de un plumazo.
Daemon se apartó y volvió a tumbarse sobre la roca, a mi lado.
—Siguiente pregunta —dijo con voz grave y profunda.
No me moví; me quedé con la mirada fija en el cielo azul.
—Podías haberte limitado a explicármelo, ¿sabes? —Lo miré—. No hacía falta que lo llevaras a la práctica.
—Si te lo explico pierde la gracia. —Se volvió para mirarme—. ¿Siguiente pregunta, gatita?
—¿Por qué me llamas así?
—Porque me recuerdas a una gatita peludita que maúlla mucho pero no araña.
—Ya; bueno, eso no tiene ningún sentido.
Se encogió de hombros.
Hice un esfuerzo por formular alguna preguntar más, porque tenía muchas dudas, pero me había desconcentrado tanto que ya no podía razonar con claridad.
—¿Crees que hay más Arum por aquí?
Algo se le pasó por la mente, pero fue apenas imperceptible. Ladeo la cabeza para observarme.
—Siempre están cerca.
—¿Y os buscan?
—Es lo único que les importa. —Volvió a mirar al cielo—. Sin nuestros poderes son como los humanos, solo que malignos e inmorales. Lo único que quieren es destruirlo todo.
Tragué saliva.
—¿Has… luchado contra muchos de ellos?
—Sí. —Se apoyó en un costado y con la mano se aguantó la cabeza. Un mechón de pelo le tapó un ojo—. No sé a cuantos he matado. He perdido la cuenta. Y teniendo en cuenta lo mucho que brillas ahora mismo, vendrán más.
Me moría de ganas de apartarle aquel mechón.
—Entonces, ¿por qué no dejaste que el camión me atropellara?
Se le marcó un músculo en la barbilla al mirarme.
—¿De verdad quieres saberlo?
—Sí.
—¿Me servirá para hacer méritos? —me preguntó con voz suave.
Contuve la respiración, me acerqué a él y le aparté el mechón de la frente. Mis dedos apenas le rozaron la piel, pero respiró hondo y cerró los ojos. Aparté la mano, sin saber por qué había hecho aquello.
—Depende de como respondas a la pregunta.
Abrió los ojos. Tenía las pupilas blancas, extremadamente bonitas. Volvió a estirarse sobre la roca y su brazo quedó justo al lado del mío.
—¿Siguiente pregunta?
Entrelacé los dedos por encima del estómago.
—¿Por qué vuestros poderes dejan rastro?
—Los humanos sois para nosotros como esas camisetas que brillan en la oscuridad. Cuando usamos nuestros poderes cerca de vosotros, no podéis evitar absorber nuestra luz. Ese brillo acaba desapareciendo, pero, cuanta más energía utilicemos, más evidente será el rastro. Cuando Dee difumina el brazo sin querer, por ejemplo, el rastro que deja es apenas perceptible. En cambio, el incidente del camión y el del oso sí dejaron un rastro muy visible. Curar a alguien, por ejemplo, es una acción que requiere mucha energía, y en ese caso el rastro dura mucho más a pesar de verse muy poco.
»Tendría que haber tenido más cuidado contigo —siguió diciendo—. Asusté al oso, por ejemplo, con una explosión de luz, que es algo así como un rayo láser. Y dejó un rastro en ti tan perceptible que hizo que los Arum te encontraran muy fácilmente.
—¿Estás hablando de la noche en que me atacaron? —balbuceé con voz ronca.
—Sí. —Se pasó la mano por la cara—. Los Arum no aparecen mucho por aquí, porque no creen que en esta zona haya ningún Luxen. El cuarzo beta de las rocas actúa de pantalla y oculta nuestra energía. Por eso muchos hemos acabado aquí. Pero entonces uno de los Arum merodeaba por la zona. Debió ver tu rastro y por eso supo que estábamos cerca. Todo fue culpa mía.
—No es culpa tuya. Tú no me atacaste.
—Pero prácticamente lo conduje a ti —me contestó con la voz tensa.
Por un instante no pude decir nada. Una horrible sensación de impotencia se me extendió por todo el cuerpo. Sentí que la sangre se me iba de la cabeza con tal velocidad que me mareé.
De repente, entendí lo que me había dicho aquel hombre: «¿Dónde están?». Estaba buscándolos.
—¿Dónde está? ¿Sigue por aquí? ¿Va a volver? ¿Qué…?
Daemon me cogió de la mano y me la apretó.
—Cálmate, gatita. Te va a dar un infarto.
Observé nuestras manos. Daemon no apartó la suya.
—No me va a dar ningún infarto.
—¿Seguro?
—Sí. —Puse los ojos en blanco.
—Ese tipo no va a molestarnos más —respondió segundos más tarde.
—¿Lo… mataste?
—Sí, más o menos.
—¿Cómo que «más o menos»? Que yo sepa no puedes matar «más o menos» a alguien.
—Vale, sí; lo maté. —No había ni un atisbo de arrepentimiento o duda en su voz. Era como si matar a alguien lo dejara frío. Aquello era mala señal: debía tener miedo de Daemon, que en ese momento suspiró.
—Somos enemigos, gatita. Si no lo hubiera matado, él nos habría matado a mí y a mi familia, después de haberme quitado los poderes. Y no sólo eso; habría traído aquí a más de los suyos. Y todos habríamos estado en peligro; incluso tú.
—¿Y qué hay del camión? Ahora brillo mucho más. —Hice caso omiso del nudo que tenía en el estómago—. ¿Vendrán más?
—Esperemos que no haya ninguno cerca. El rastro se te acabará yendo y no tendrás de que preocuparte.
Me acariciaba la mano con el dedo pulgar, como si fuera un lenguaje secreto entre los dos. Aquel gesto me relajaba y me calmaba.
—¿Y si no es así?
—Entonces mataré a los que vengan —dijo sin vacilar—. Vas a tener que estar cerca de mí un tiempo, hasta que desaparezca el rastro.
—Algo así me dijo Dee. —Me mordí el labio—. ¿Ya no quieres entonces que me aleje de vosotros?
—Qué más da lo que yo quiera. —Le echó un vistazo a su mano—. Si por mí fuera, estarías bien lejos de nosotros.
Respiré hondo y aparté la mano.
—No hace falta que seas tan sincero, ¿sabes?
—No lo entiendes —contestó Daemon—. Ahora mismo, puedes guiar a un Arum hasta mi hermana. Y yo tengo que protegerla: es todo lo que tengo. Además, debo proteger también a los demás; soy el más fuerte y es mi obligación. Mientras tengas ese rastro, no quiero que estés cerca de Dee si yo no estoy contigo.
Me senté y miré hacia la orilla.
—Creo que es hora de que volvamos a casa.
Me cogió del brazo y sentí un hormigueo extraño en la piel.
—Por el momento, no puedes andar sola por ahí. Tengo que estar contigo hasta que el rastro desaparezca.
—No necesito que me hagas de niñera. —Estaba apretando tanto los dientes que me dolía la mandíbula. Comprendía lo de no poder estar cerca de Dee. Me molestaba, pero sabía que era lo mejor. Aunque eso no significaba que sus palabras no me hicieran daño—. Me alejaré de Dee hasta que desaparezca el rastro.
—No lo entiendes. —No me apretó el brazo con más fuerza, pero sentí que tenía ganas de darme un buen meneo para que reaccionara, aunque sabía que nunca haría algo así—. Si un Arum te atrapa, no te matará. El que te encontró en la biblioteca estaba jugando contigo. Quería torturarte hasta que suplicaras por tu vida y entonces obligarte a que lo llevaras hasta nosotros.
Tragué saliva.
—Daemon…
—No tienes opción. Ahora mismo, eres un gran riesgo para nosotros y un peligro para mi hermana. No permitiré que le pase nada malo.
El amor que sentía por su hermana era francamente admirable, pero eso no evitaba que sintiera una oleada de rabia en mi interior.
—Y cuando el rastro haya desaparecido, ¿qué? ¿Qué pasa entonces?
—Preferiría que no estuvieras en contacto con nosotros, pero dudo bastante que eso vaya a suceder. Además, mi hermana te tiene mucho aprecio. —Me soltó el brazo y se apartó antes de apoyarse en los codos—. Mientras no acabes con otro rastro, no tengo ningún impedimento para que seáis amigas.
Apreté los puños.
—Pues muchas gracias por tu consentimiento.
Su media sonrisa no le llegó a los ojos. Estos casi siempre lo traicionaban.
—Ya he perdido a un hermano por culpa de sus sentimientos hacia un humano. Y no pienso permitir que eso vuelva a sucederme.
Seguía rabiosa, pero aquellas palabras me hicieron reflexionar.
—Hablas de tu hermano y de Bethany, ¿verdad?
Se quedó callado un instante antes de hablar.
—Mi hermano se enamoró de una humana… y ahora los dos están muertos.