Capítulo 17

A través de las ventanas se filtraba una claridad que me sacó de la plácida oscuridad en la que me encontraba. Gruñí y me tapé la cabeza con la almohada. Tenía la boca seca y un martilleo terrible en la cabeza. No quería despertarme. No recordaba por qué quería dormir todo lo que pudiera, pero seguro que había una razón de peso.

Me di la vuelta y me dolieron todos los músculos. Abrí los ojos, y otros ojos, de un verde electrizante, me devolvieron la mirada. Solté un grito ahogado y di un respingo del susto: se me enredaron las piernas en el edredón y me caí de la cama.

—¡Por el amor de…! —grité.

Dee me agarró al vuelo y me sostuvo mientras yo intentaba sacar las piernas del edredón y me caí de la cama.

—Perdona, no quería asustarte.

Tiré del edredón hasta que conseguí arrastrarlo hasta mis pies. No llevaba nada en las piernas, y la enorme camiseta que vestía no era mía. Me ruboricé al recordar que Daemon la había lanzado a la habitación. Olía a él; a una mezcla de especias y aire libre.

—¿Qué haces aquí, Dee?

Se puso un poco colorada al sentarse en la chaise longue que había al lado de la enorme cama.

—Miraba como dormías.

Le puse una cara rara.

—Eso es bastante extraño.

Pareció todavía más avergonzada.

—No estaba mirándote en plan… ya sabes, mirándote; estaba mirándote para ver cuando ibas a despertarte. —Se apartó el pelo—. Quería hablar contigo. Necesito hablar contigo.

—Vale… Dame un minuto.

Asintió, echó la cabeza hacia atrás, apoyándola en los pálidos cojines, y cerró los ojos. Después de echarle un vistazo a su habitación de invitados, fui al baño. Allí estaba mi cepillo de dientes y otros enseres que me había llevado de casa después de que Daemon me acompañara.

Dejé que el agua corriera hasta que ese fue el único sonido que oía. Acabé de cepillarme los dientes y empecé a lavarme la cara. El espejo me reveló que yo no tenía mejor aspecto que Dee. De hecho, estaba horrible; tenía el pelo enredado y una línea roja que me atravesaba la mejilla. Puse la mano bajo el chorro de agua caliente y me salpiqué la cara. El rasguño me picaba.

El dolor que me causaba aquella heridita no era nada en comparación con lo que sentí al recordar lo sucedido la noche anterior. Me acordaba absolutamente de todo.

Y la cabeza me daba vueltas.

—Dios mío. —Me agarré con fuerza al mármol del lavabo hasta que se me pusieron los nudillos blancos—. Mi mejor amiga es alienígena.

Me di la vuelta y abrí la puerta de par en par. Allí estaba Dee, con los brazos cruzados en la espalda.

—Eres alienígena.

Asintió despacio.

La miré fijamente. Quizá tenía que sentir miedo o estar confundida, pero esas emociones no eran las que me abrasaban por dentro en aquel momento. Sentía curiosidad. Estaba intrigada.

—Hazlo.

—¿Qué haga el qué?

—El numerito alienígena ese vuestro con la luz —le dije.

Dee sonrió de oreja a oreja.

—¿No te doy miedo?

Negué con la cabeza. ¿Cómo iba a tener miedo de Dee?

—No. Quiero decir que todavía estoy flipando bastante con todo lo que ha pasado, pero que seas extraterrestre mola, ¿no? Es raro y tal pero…

Los labios comenzaron a temblarle y los ojos se le llenaron de lágrimas.

—¿No me odias? Me caes muy bien y no quiero que me odies o me tengas miedo.

—Pues claro que no te odio.

Dee se acercó a mí a una velocidad que mis ojos humanos no pudieron registrar. Me abrazo con una fuerza sorprendente y se apartó, sorbiéndose la nariz.

—He pasado una noche horrible; estaba muy preocupada porque Daemon no me dejó hablar contigo. Sólo podía pensar en que había perdido a mi mejor amiga…

Dee, extraterrestre o no, seguía siendo la Dee de siempre.

—No me has perdido; no voy a marcharme a ninguna parte.

Un segundo más tarde me apretó con tal fuerza que casi me ahoga.

—Oye, me muero de hambre. Venga, cámbiate que te preparo el desayuno.

Desapareció de la habitación en un abrir y cerrar de ojos. Tardaría en acostumbrarme a eso… Cogí la ropa que me había llevado a toda prisa de casa, después de decirle a mamá que iba a quedarme en casa de Dee, y me cambié rápidamente antes de bajar las escaleras.

Dee estaba preparando el desayuno mientras hablaba con alguien por el móvil. El jaleo de cacharros y el murmullo constante del agua corriente hacía ininteligible la conversación. Colgó el teléfono y se volvió hacia mí.

En cuestión de segundos la tuve delante. Me llevó hacia la mesa de la cocina.

—Ayer por la noche, después de que pasara todo, no hice más que darle vueltas a lo que debías de pensar de nosotros…

—Bueno —empecé a decir—, normales no sois.

Se rió.

—Ya, pero ser normal a veces es aburrido.

Me estremecí al escuchar aquello y me acerqué a la silla para sentarme. Antes de que pudiera tocarla, se movió sola. Levanté la vista.

—¿Lo has hecho tú?

Dee me sonrió.

—Pues qué práctico. —Me senté, deseando que no se moviera más—. ¿Tú también puedes moverte a la velocidad de la luz?

—Creo que en realidad vamos más rápido. —Se inclinó sobre los fogones y puso una mano en la sartén, que inmediatamente empezó a crepitar. Me sonrió por encima del hombro.

El fogón no estaba encendido, pero el aroma a beicon recién cocinado invadió la cocina.

Me eché hacia delante.

—¿Cómo lo haces?

—Con el calor —respondió—. Así acabo antes. Tardo unos segundos en preparar la carne.

Era cierto, porque tardó apenas unos minutos en servirme un plato de huevos fritos con beicon. Aquel movimientos superrápidos y la mano de efecto microondas estaban empezando a darme bastante envidia.

—¿Qué te contó Daemon ayer por la noche? —Se sentó delante de una montaña de huevos fritos.

—Bueno, me enseñó algunos de vuestros truquitos alienígenas. —La comida olía que alimentaba y estaba muriéndome de hambre—. Por cierto, muchas gracias por prepararme el desayuno.

—De nada. —Se recogió el pelo en un moño alborotado—. No sabes lo que es tener que fingir ser alguien que no eres… Es una de las razones por las que no tenemos amigos de verdad que sean… humanos. Por eso Daemon siempre dice que los humanos no pueden ser amigos nuestros y todo ese rollo.

Jugué con el tenedor mientras ella devoraba la mitad del plato en cuestión de segundos.

—Bueno, ahora ya no tienes que fingir.

Levantó la vista. Le brillaban los ojos.

—¿Quieres que te cuente algo guay?

Era imposible saber con que historia iba a sorprenderme.

—Sí, claro.

—Vemos cosas que los humanos no podéis ver. Como, por ejemplo, la energía que desprendes. Creo que la gente de la Nueva Era la llama «aura» o algo parecido. Representa la energía o la fuerza, que cambia al ritmo que las emociones; por ejemplo, cuando estás enfermo o te pasa algo.

—¿Ves la mía?

Negó con la cabeza.

—Ahora mismo tienes un rastro a tu alrededor, así que no puedo ver tu energía, pero cuando te conocí era de color rosa pálido; lo normal. El aura se volvía muy roja cuando hablabas con Daemon.

El rojo seguramente simbolizaba el enfado. O la lujuria.

—No se me da bien leerla. Algunos poderes se nos dan mejor que otros. Matthew es un as leyendo auras, por ejemplo.

—¿Qué? —Dejé el tenedor en el plato—. ¿Nuestro profe de Biología es un alienígena? Que fuerte… Me viene a la mente la película The Faculty… —Sin embargo, todo encajaba. Por eso había reaccionado tan mal al vernos a mí y a Daemon juntos y me miraba raro.

Dee se atragantó con el zumo de naranja.

—No vamos por ahí robando cuerpos, ¿eh?

Eso espero.

—O sea, que tenéis trabajos normales, ¿no?

—Sí. —Se puso en pie de un salto y miró hacia la puerta—. ¿Quieres saber lo que se me da bien a mí?

Asentí con la cabeza y Dee volvió a la mesa. Cerró los ojos y noté que el aire vibraba. Un segundo más tarde pasó de ser una chica a una forma luminosa y después a un lobo.

—Ejem —carraspeé—. Creo que acabo de descubrir el origen de la leyenda de los hombres lobo.

Se acercó a mí y me olfateó la mano. Tenía el hocico húmedo. No sabía que hacer, de modo que le di un par de palmaditas en la cabeza. El lobo me respondió con una especie de rugido que se parecía más a una risa y se apartó. Unos segundos después volvía a ser Dee.

—Y eso no es todo. Mira. —Agitó los brazos—. Pero no te asustes.

—Vale. —Apreté con fuerza mi vaso de zumo de naranja.

Cerró los ojos, se convirtió en la forma luminosa de antes y después… adoptó la forma de alguien que tenía el pelo castaño y la piel clara. Arqueó unas cejas que enmarcaban unos ojos grandes e inocentes y me sonrió con unos labios sonrosados. Se había vuelto más bajita y su aspecto era más normal.

—¡Soy yo! —chillé. Estaba viéndome a mí.

—¿Eres capaz de distinguirnos? —me preguntó mi doble.

El corazón me iba a mil. Quise ponerme de pie pero no pude. Moví los labios pero no logré decir nada.

—Que raro… —Entrecerré los ojos—. ¿Tengo la nariz así? Date la vuelta. —Se dio la vuelta. Me encogí de hombros—. Pues mi trasero no está mal.

Mi réplica estalló en una carcajada antes de desaparecer. Un instante después vi la silueta de un cuerpo, a través de cuyo centro se podía ver el frigorífico. En apenas un momento se había vuelto a convertir en Dee. Se sentó.

—Puedo parecerme a todo el mundo, menos a mi hermano. A ver, si quisiera podría adoptar su forma, pero me daría bastante repelús. —Se estremeció—. Todos podemos cambiar de apariencia, pero yo soy la que aguanta más tiempo. Si quiero, puedo cambiar durante horas. Casi todos los demás sólo aguantan unos minutos —dijo con orgullo.

—¿Alguna vez habéis cambiado de apariencia estando yo delante?

Negó con la cabeza.

—Daemon se habría enfadado muchísimo conmigo si lo hubiera hecho. Habría dejado un rastro en ti, no demasiado grande, pero como ahora pareces un árbol de navidad no importa demasiado.

—¿Daemon también tiene la capacidad de transformarse? ¿En un canguro, por ejemplo?

Dee se rió.

—Daemon puede hacer prácticamente cualquier cosa. Es uno de los Luxen más poderosos. Casi todos podemos hacer una o dos cosas; más, nos cuesta. Pero a él todo le resulta sencillo.

—Es que Daemon es superguay, vaya.

—Una vez movió la casa unos centímetros —dijo Dee arrugando la nariz—. No veas, se cargó los cimientos…

Madre del amor hermoso.

Le di un sorbo a mi zumo de naranja.

—¿Y el Gobierno no sabe que podéis hacer todas estas cosas?

—Creemos que no —respondió Dee—. Siempre hemos escondido nuestros poderes. Los humanos se asustarían si supieran que podemos hacer todas estas cosas. Además, se aprovecharían de nuestras habilidades. Por eso no queremos que salga a la luz.

Intenté asimilar aquellas palabras mientras le daba otro sorbo al zumo. La cabeza estaba a punto de estallarme.

—¿Por qué vinisteis aquí? Daemon me dijo que algo pasó en vuestro hogar…

—Sí, pasaron cosas… —Dee recogió los platos y los llevó al fregadero. Tenía la espalda tensa mientras lavaba los cacharros—. Cosas como que los Arum destruyeron nuestro planeta.

—¿Los Arum? —Entonces lo comprendí—. ¿Esos que van de negro? ¿Son eses los que intentan robaros los poderes?

—Sí —respondió mirándome por encima del hombro y asintiendo con la cabeza—. Son nuestros enemigos. Los únicos que tenemos, además de los humanos si estos deciden que ya no quieren ser amables con nosotros. Los Arum son como nosotros; sólo que todo lo contrario. Vienen de nuestro planeta hermano. Destruyeron el nuestro. Mi madre me contaba cada noche una historia: cuando el universo fue creado, se llenó de una luz tan pura e intensa que hizo que las sombras tuvieran celos de ella. Los Arum son los hijos de las sombras. Su envidia los lleva a querer extinguir toda la luz del universo. No entienden que sombra y luz se necesitan mutuamente para existir. Muchos Luxen creen que cada vez que se le quita la vida a un Arum una luz de apaga en el universo. Es lo único que recuerdo de mamá.

—¿Tus padres murieron en esa guerra? —le pregunté, arrepintiéndome al instante—. Perdona, no tendría que habértelo preguntado.

No sabía por qué, pero la muerte de sus padres me asustaba… Empezaba a alarmarme lo que podía acabar descubriendo.

—Hay Arum en la Tierra. El Gobierno cree que son Luxen. Tenemos que fingir que es así porque de lo contrario Defensa podría saber de nuestros poderes a través de los Arum. —Dee puso las manos en el borde del fregadero y me miró—. Y, ahora mismo, tú eres como un faro para ellos.

Me quedé sin hambre de golpe y aparté el plato.

—¿Hay algún modo de deshacerme del rastro?

—Se te irá con el tiempo. —Dee forzó una sonrisa—. Hasta entonces, es mejor que no te separes demasiado de nosotros; especialmente de Daemon.

Lo que me faltaba. Aunque podría ser peor.

—Bueno… Dices que se va con el tiempo, ¿no? Si ese es el único problema que tengo creo que no estoy tan mal.

—No lo es —me respondió—. Tenemos que asegurarnos de que el Gobierno no sabe que conoces la verdad. Ellos se ocupan de que no nos expongamos. ¿Te imaginas lo que pasaría si los humanos supieran de nosotros?

Me vinieron a la cabeza imágenes de altercados en las calles. Así reaccionábamos a todo lo que no entendíamos…

—Y harán todo lo que esté en sus manos para garantizar que no salimos a la luz. —Dee me miró fijamente—. No puedes decírselo a nadie, Katy.

—No pienso hacerlo; jamás lo haría —dije sin poder contenerme—. Nunca os traicionaría. —Y lo decía de verdad. Dee era como una hermana para mí. Y Daemon… bueno, no sé lo que era, pero tampoco lo traicionaría. Mucho menos después de que me confesara algo tan extraordinario—. No se lo diré a nadie.

Dee se arrodilló a mi lado y me puso una mano encima de la mía.

—Confío en ti, pero no podemos permitir que Defensa sepa que lo sabes, porque, si se enteraran, desaparecerías.