Aquel era uno de esos momentos en la vida en los que no sabes si reír, llorar o salir corriendo.
La sonrisa de Daemon era tensa.
—Sé lo que estás pensando. No es que pueda leerte la mente, pero se te ve en la lengua. Crees que soy peligroso.
Y un idiota… y un tío bueno. Pero no pensaba admitirlo. ¿Era una forma de vida alienígena? Negué con la cabeza.
—¿Ah, no?
—No. —Mi risa no resultó convincente por lo alterada que sonaba—. ¡No pareces alienígena! —Creí importante comentárselo.
Arqueó una ceja.
—¿Y qué aspecto suelen tener los alienígenas, si puede saberse?
—Pues no… no se parecen a ti —farfullé—. No están así de buenos…
—¿Crees que estoy bueno? —Sonrió.
Lo miré con cara de pocos amigos.
—Anda, cállate. Como si no supieras que todo el mundo piensa lo mismo. —Mi cara era un poema. Aquella conversación era totalmente surrealista—. Los extraterrestres, si es que existen, son hombrecillos verdes o… o insectos gigantes. O quizás son criaturas pequeñas y chatas.
Daemon se rió con ganas.
—¿Cómo E. T., quieres decir?
—Sí, exacto, como E. T., pedazo de memo. Me encanta que todo esto te divierta. Es muy divertido que quieras seguir metiéndote conmigo después de lo mucho que tú y los tuyos me habéis amargado la existencia. Quizá es que me he dado un golpe en la cabeza y no me he dado cuenta. —Empecé a ponerme de pie.
—Siéntate, Kat.
—¡No me digas lo que tengo que hacer!
Se quedó allí quieto, con los brazos extendidos a lo largo del cuerpo. Los ojos empezaron a reflejar aquel brillo aterrador: eran dos órbitas de luz.
—Siéntate.
Me senté, no sin antes hacerle un gesto con el dedo corazón, claro. Por mucho que fuera del rollo alienígena malote, yo sabía que no iba a hacerme daño.
—¿Vas a enseñarme cuál es tu verdadero aspecto? ¿Brillas o algo por el estilo? Dime que no estuve a punto de besar a un insecto gigante comecerebros, por favor, porque creo que voy a…
—¡Kat!
—Perdón —farfullé.
Daemon cerró los ojos y respiró hondo. Una luz le apareció en medio del pecho y, como había sucedido en la carretera, empezó a vibrar y a desaparecer hasta que lo único que lo rodeó fue una luz de un amarillo rojizo muy brillante. Y entonces la luz tomó forma humana: las piernas, los brazos, la cabeza y el torso estaban hechos de pura luz. Era un resplandor tan intenso que lo iluminó todo y convirtió la noche en día.
Me protegí los ojos con una mano temblorosa.
—¡Joder!
Y entonces me habló. Oía su voz dentro de mi cabeza. «Así somos nosotros. Somos seres de luz. Incluso aunque adoptemos forma humana, podemos movernos con total libertad. —Se hizo una pausa—. Como ves, no soy un insecto gigante ni brillo». Aunque me estaba hablando dentro de la cabeza, supe que decía esto último con fastidio.
—No —susurré. En todos los libros de temática paranormal que había leído y reseñado, no aparecía ningún ser que brillara tanto. Algunos resplandecían y otros tenían alas, pero ninguno resplandecía tanto como el sol.
«Tampoco somos criaturas pequeñas y chatas, cosa que me ha ofendido bastante, la verdad. —Un brazo hecho de luz apareció ante mí. Después vi la forma de una mano que habría la palma—. Puedes tocarme si quieres. No te dolerá. Creo que a los humanos os resulta agradable».
¿A los humanos? Madre mía. Tragué saliva, nerviosa, y levanté la mano. En parte no quería tocarlo, pero por estar cerca de algo tan… increíble tenía que hacerlo. Nuestros dedos se rozaron y sentí que se me llenaba de electricidad la mano, y después el brazo. Aquella luz me hacía vibrar.
Respiré hondo. Daemon Tenía razón: no me dolió. El contacto con él resultaba agradable y estimulante. Era como tocar la superficie del sol sin quemarse. Nuestros dedos se entrelazaron y la luz se hizo tan intensa que no pude verme la mano. De las suyas brotaban pequeños haces de luz que me pasaban por la muñeca y me llegaban al antebrazo.
«Me imaginaba que te gustaría». Apartó la mano y dio un paso atrás. La luz empezó a desaparecer hasta que volví a tener ante mí a Daemon; en su forma humana, quiero decir. Sentí inmediatamente que el calor se desvanecía.
—Kat —me dijo esta vez en voz alta.
Lo único que puede hacer fue mirarlo fijamente. Quería saber la verdad, pero verla y experimentarla en primera persona era algo totalmente diferente.
Daemon parecía leerme el pensamiento, porque se sentó despacio frente a mí. Parecía tranquilo, pero yo sabía que por dentro era más parecido a un animal salvaje, preparado para saltar sobre mí si hacía algo inadecuado.
—¿Kat?
—Eres alienígena. —Mi voz era apenas audible.
—Sí. Es lo que intento explicarte.
—Joder… —Me llevé una mano al pecho y me quedé mirándolo, aturdida—. ¿Y de dónde eres, de Marte?
Se rió.
—Frío, frío. —Cerró un instante los ojos—. Voy a contarte una historia, ¿vale?
Asintió y se pasó los dedos por el pelo; lo tenía bastante alborotado.
—Todo lo que te cuente te parecerá una locura, pero intenta recordar lo que acabas de ver y lo que sabes. Me has visto hacer cosas teóricamente imposibles. Ahora debes pensar que nada lo es. —Se quedó un momento en silencio, como poniendo sus ideas en orden—. Nuestro hogar está más allá de Abell.
—¿Abell?
—Es la galaxia más lejana a la vuestra; está a unos trece billones de años luz de aquí. Y nosotros estamos a otros diez billones de años luz más, aproximadamente. No hay telescopio ni lanzadera especial lo suficiente potente para llegar a nuestro hogar. Jamás lo habrá. —Se miró las palmas de las manos, pensativo—. Y si se inventara, daría igual porque nuestro hogar ya no existe. Fue destruido cuando éramos apenas unos niños; por eso tuvimos que marcharnos y buscar un lugar que pudiera compararse al nuestro en lo relativo a la alimentación y a la atmósfera. No es que tengamos que respirar oxígeno, pero no nos hace ningún mal. Lo hacemos por costumbre, más que otra cosa.
Otro recuerdo me vino a la mente.
—¿No tienes que respirar?
—No. —Parecía un poco avergonzado—. Lo hacemos porque nos hemos acostumbrado, pero a veces se nos olvida. Como, por ejemplo, cuando nadamos.
Vale. Eso explicaría por qué Daemon había estado tanto tiempo debajo del agua.
—De acuerdo. Sigue.
Me miró unos instantes antes de seguir.
—Éramos demasiado pequeños para saber cómo se llamaba nuestra galaxia, o si los nuestros habían sentido la necesidad de ponerle nombre, pero lo que si recuerdo es el nombre de nuestro planeta. Se llamaba Lux. Y nosotros nos llamamos Luxen.
—Lux —repetí en un susurro mientras recordaba lo que me explicaba en clase de primero—. En latín significa «luz».
Se encogió de hombros.
—Vinimos aquí en una lluvia de meteoritos, hace quince años, con otros como nosotros. Pero muchos llegaron a la tierra antes que nosotros, seguramente en los últimos mil años. No todos nuestros iguales se quedaron aquí; algunos quisieron seguir por la galaxia. Supongo que algunos llegaron a planetas en los que no pudieron sobrevivir, pero, cuando se supo que la tierra reunía las condiciones perfectas para nuestra especie, más y más decidieron venir. ¿Me sigues?
Lo miraba con los ojos como platos.
—Creo que sí. ¿Me estás diciendo que hay más como tú? ¿Los Thompson, por ejemplo?
Daemon asintió.
—Desde entonces siempre hemos estado juntos.
Supongo que es explicaba el carácter posesivo de Ash.
—¿Cuántos de vosotros hay aquí?
—¿Aquí? Pues… unos doscientos, por lo menos.
—Doscientos —repetí mecánicamente. Y entonces recordé las extrañas miradas que había recibido de la gente en la cafetería… porque estaba con Dee; una extraterrestre—. ¿Por qué elegisteis venir aquí?
—Porque… vamos siempre en grupos grandes. No… Bueno, eso no importa ahora.
—¿Dices que llegasteis en una lluvia de meteoritos? ¿Dónde está vuestra nave? —Me sentí idiota diciendo aquello.
Arqueó una ceja y me dedicó una de las típica miradas del Daemon que yo conocía.
—No necesitamos ninguna nave; somos seres de luz. Podemos propagarnos por la luz; es como si hiciéramos autoestop.
—A ver, pero si vienes de un planeta que está a millones de años luz de aquí y viajas a la velocidad de la luz… ¿entonces tardaste millones de años en llegar aquí? —Mi profe de física de mi antiguo instituto estaría orgulloso de mí.
—No; del mismo modo que hice cuando te salvé del camión, podemos deformar el tiempo y el espacio. No soy científico y no sé como funciona; sólo sé que tenemos esa capacidad. Algunos la controlan mejor que otros, eso sí.
Lo que decía parecía no tener ni pies ni cabeza, pero no le interrumpí. Como Daemon había dicho antes, lo que yo había visto era imposible, así que quizá no era la más apropiada para delimitar los límites de lo imposible.
—Envejecemos como los humanos, por lo que podemos adaptarnos con naturalidad al entorno. Cuando llegamos, elegimos nuestro… envoltorio. —Vio la cara que le ponía y se encogió de hombros—. No sé cómo explicártelo sin asustarte, pero no todos podemos cambiar de forma, y hemos tenido que quedarnos con lo que elegimos al llegar.
—Bueno, pues tú no elegiste nada mal, ¿no?
Se le dibujó una sonrisa tímida en las comisuras de los labios mientras rozaba con los dedos briznas de hierba.
—En la mayoría de los casos funcionó así: copiamos lo que vimos y así nos quedamos. Supongo que después el ADN se encargó de que nos pareciéramos. Siempre nacemos de tres en tres, por si te quedaba alguna duda. Siempre ha sido así. —Hizo una pausa y levantó la mirada—. Somos prácticamente iguales a los humanos.
—Ya, excepto que puedes convertirte en una bola de luz que se puede tocar. —Dejé escapar el aire de mis pulmones lentamente. Estaba perpleja.
Sus labios temblaron levemente.
—Sí, tenemos esa característica, y además estamos mucho más avanzados que los humanos.
—¿Cómo de mucho? —pregunté en voz baja.
Me sonrió y volvió a rozar con la mano las briznas de hierba.
—Digamos que si estallara una guerra contra los humanos, no ganaríais ni en un billón de años.
El corazón me dio un vuelco y me eché hacia atrás. Hasta entonces no me había dado cuenta de que estaba inclinada hacia delante, muy cerca de él.
—¿Qué cosas puedes hacer?
Daemon levantó la vista y me miró apenas un instante.
—Cuanto menos sepas, mejor.
Negué con la cabeza.
—No estoy de acuerdo: no es justo que me expliques algo tan gordo y que luego te quedes a medias. Me lo debes.
—Perdona, pero en todo caso tú eres la que me debe algo a mí: que te salvara la vida. Y multiplicado por tres —me contestó.
—¿Cómo que multiplicado por tres?
—Pues que te he salvado tres veces: la noche que te atacaron, hace un rato y el día que decidiste que a Ash le favorecía llevar un sombrero hecho de espaguetis. —A medida que las enumeraba iba dejando los dedos de la mano—. Y mejor que no haya una cuarta vez.
—¿Me salvaste la vida con lo de Ash?
—Ya lo creo. Cuando te dijo que iba a acabar contigo lo decía completamente en serio. —Suspiró, echó la cabeza atrás y cerró los ojos—. Maldita sea, ¿por qué no explicártelo? Total, ya lo sabes. Podemos controlar la luz y manipularla para no ser vistos si queremos. Podemos hacer que las sombras desaparezcan; cosas así. Además, podemos utilizar la luz a nuestra voluntad. Y créeme si te digo que es un arma letal, cuyos efectos no querrías padecer… Dudo que un humano pudiera sobrevivir.
—Vale… —Casi no podía respirar—. Un momento… Cuando vimos aquel oso, también vi una luz…
—Era yo. Y, antes de que me lo preguntes, no maté al oso. Lo asusté para que se marchara. No sé por qué te desmayaste, supongo que estabas muy cerca de mi luz y debió afectarte. Bueno, el caso es que todos tenemos ciertas dotes curativas, aunque a algunos se les da mejor que a otros —siguió diciendo con la cabeza gacha—. A mí no se me da mal, pero Adam, uno de los Thompson, puede curarlo prácticamente todo siempre que la persona siga viva. Y somos casi indestructibles. Nuestra debilidad es ser atrapados en nuestra forma verdadera. O quizá que nos corten la cabeza cuando tenemos forma humana. Supongo que eso también sería posible…
—Sí, es lo que suele pasar cuando te cortan la cabeza. —Estaba totalmente superada: sólo podía procesar lo que me iba explicando. Creo que asimilaba una frase por minuto, más o menos. Me llevé las manos a la cara y me quedé así, moviendo la cabeza adelante y atrás—. Eres un extraterrestre…
Me miró, arqueando las cejas.
—Podemos hacer muchas cosas, pero no hasta que llegamos a la adolescencia. E incluso entonces tenemos bastantes problemas para controlarlo todo bien. A veces… se nos descontrola todo un poco.
—Ya, tiene que ser difícil…
—Lo es.
Bajé las manos y las retorcí sobre el pecho.
—¿Y qué más puedes hacer?
Me miró atentamente mientras hablaba.
—Prométeme que no echarás a correr otra vez.
—Prometido —acordé, pensando que de perdidos al río. Era bastante difícil flipar todavía más.
—Podemos manipular objetos. Podemos mover cualquier cosa, esté viva o no. Pero hay más… —Cogió una hoja caída y la sostuvo entre las dos—. Mira.
Inmediatamente comenzó a salir fuego de ella. Unas brillantes llamas naranjas salían de la punta de los dedos de Daemon y se retorcían al llegar a la hoja, que en cuestión de segundos había desaparecido. Pero las llamas seguían sobre sus dedos.
Me acerqué y puse los dedos cerca de la llama. Los suyos irradiaban calor. Aparté la mano, mirándolo.
—¿No te quemas?
—¿Cómo puede quemarme algo que es parte de mí? —Colocó los dedos, todavía llameantes, en el suelo. De su mano saltaron ascuas, pero el suelo seguía intacto. Agitó la mano—. ¿Lo ves? Ya no queda nada.
Me acerqué a él, con los ojos como platos.
—¿Qué más puedes hacer?
Daemon sonrió y desapareció de repente. Di un paso atrás para buscarlo, y lo vi apoyado contra el árbol, a unos metros.
—Pero… ¿cómo…? ¡Claro! Es el movimiento rápido y silencioso que has hecho varias veces. Pero no es que no hagas ruido… es que te mueves tan rápido que no se oye nada… —Me senté con la espalda apoyada contra el árbol. Me costaba procesar la información.
—Me muevo a la velocidad de la luz, gatita. —Reapareció ante mí y se sentó—. Algunos de nosotros podemos manipular nuestro cuerpo y convertirnos en cualquier ser animado; ya sea humano, animal u otro ente…
Lo miré fijamente.
—¿Por eso Dee se vuelve borrosa a veces?
Pestañeó.
—¿Lo has visto?
—Sí, pero pensaba que eran imaginaciones mías. —Estiré un poco las piernas—. Creo que lo hacía cuando se relajaba y estaba a gusto. La mano o el contorno del cuerpo se le borraba un poco.
Daemon asintió.
—No todos podemos controlar lo que hacemos. A algunos les cuesta.
—Pero ¿tú puedes?
—Ya ves, soy así de guay.
Puse los ojos en blanco. Me levanté.
—¿Y qué hay de tus padres? Me dijisteis que trabajaban en la ciudad, pero nunca los he visto.
Bajó la vista.
—Nuestros padres no consiguieron llegar.
Sentí una punzada de pena en el corazón por él y por Dee.
—Yo… lo siento.
—No te preocupes. Fue hace mucho tiempo. Ni siquiera recordamos cómo eran.
Aquello me entristeció. Aunque a veces tenía la sensación de que se me olvidaban cosas de papá, todavía conservaba mis recuerdos. Y tenía tantas cosas que preguntarle… Quería saber cómo habían conseguido sobrevivir sin sus padres, si alguien los cuidó de pequeños…
—Me siento idiota. Y yo que pensaba que trabajaban fuera…
—Kat, no digas eso. No eres ninguna idiota. Viste lo que queríamos que vieras. Eso se nos da muy bien. —Suspiró—. Bueno, tampoco tanto, visto lo visto.
Así que los extraterrestres existían… Las historias que me había contado Lesa no eran falsas. Seguramente alguien los había visto. Puede que el hombre polilla exista también, y que el chupacabras vaya por ahí dejando secas a las cabras.
Un brillo extraño apareció en los ojos de Daemon, quien me observó detenidamente.
—Lo llevas mejor de lo que esperaba…
—No te preocupes; seguro que más tarde me da un telele o me entra un ataque de pánico. Probablemente llegaré a la conclusión de que me he vuelto loca. —Me quedé callada porque un pensamiento me vino a la mente—. ¿Puedes controlar lo que piensan los demás o leer la mente?
Negó con la cabeza.
—No. Nuestros poderes están anclados en lo que somos. Quizás si la luz, nuestro poder, se manipulara de algún modo… Quién sabe. Entonces todo sería posible.
Lo miré fijamente y sentí que me invadía una oleada de rabia e incredulidad.
—Estaba convencida de que me estaba volviendo loca. Siempre me decías que veía cosas o que me las inventaba. Prácticamente me hiciste una lobotomía alienígena. Muchas gracias.
Un destello de rabia brilló en sus ojos, acompañado de algo más cuya naturaleza no supe descifrar.
—Tenía que hacerlo —insistió—. No podemos permitir que se sepa nada de nosotros. Quien sabe lo que nos pasaría.
Me obligué a aparcar mi malestar.
—¿Cuántos… humanos lo saben? —pregunté.
—Bueno, hay gente de aquí que cree que somos algo raro, Dios sabe qué —contestó—. Hay una rama del gobierno, dentro del Departamento de Defensa, que sabe de nuestra existencia. Nadie más. No saben que tenemos poderes: no pueden saberlo. —Sus palabras eran casi un gruñido—. Creen que somos unos frikis inofensivos. Mientras sigamos sus normas, nos dejarán tranquilos. Cuando a alguien se le va la castaña y usa su energía sin control, es fatal para nosotros por varios motivos. Intentamos no utilizar nuestros poderes, especialmente cerca de humanos.
—Es peligroso porque revela vuestra verdadera naturaleza.
—Sí, y además… —Se frotó la mandíbula—. Cuando usamos nuestros poderes cerca de algún humano, dejamos una especie de rastro en él. Y así podemos ver si ha estado cerca de alguno de nosotros. Intentamos no usar nuestros poderes cerca de vosotros, pero tú… Bueno, contigo siempre ha salido todo al revés.
—¿Dejaste un rastro en mí al detener el camión?
Pestañeó y miró a otro lado.
—¿Y cuando asustaste al oso? ¿Los tuyos pueden verlo? —Tragué saliva, aterrorizada—. Entonces los Thompson y los demás alienígenas de la zona saben que he estado expuesta a tus… encantos extraterrestres, ¿no?
—Pues sí —me contestó—. Y créeme si te digo que nos les hace ninguna gracia.
—¿Por qué paraste el camión, entonces? Está claro que soy una carga enorme para ti.
Daemon se volvió hacia mí, despacio. Su mirada era inescrutable. No me respondió.
Suspiré hondo, dispuesta a salir corriendo de allí o a pelearme con él.
—¿Qué vas a hacerme?
—¿Qué qué voy a hacerte? —Le tembló la voz.
—Sé lo que sois, y eso es un riesgo para vosotros. Si quieres puedes quemarme o sabe Dios qué.
—¿Por qué iba a explicarte todo esto, entonces?
Buena pregunta.
—No lo sé.
Se acercó a mí y, como me aparté, no llegó a tocarme.
—No voy a hacerte nada, ¿vale?
Me mordí el labio.
—¿Cómo sabes que puedes confiar en mí?
Se quedó en silencio otra vez y finalmente me acarició la barbilla con los dedos.
—La verdad es que no lo sé. Confío en ti y punto. Además, para serte sincero, creo que nadie te creería. Si causaras mucho revuelo atraerías la atención del Departamento de Defensa, lo que te perjudicaría. Son capaces de cualquier cosa para garantizar que los humanos no sepan que existimos.
Me quedé muy quieta y en silencio. Los dedos de Daemon seguían posados con delicadeza en mi barbilla. Dentro de mí se desataba un torbellino de emociones. Sentí que me rodeaba con su presencia; que era muy fácil dejarme llevar y entrar en el laberinto del que probablemente no conseguiría salir. Me aparté.
—¿Por qué me dijiste entonces todas esas cosas antes? ¿No me odias?
Daemon se miró la mano, todavía extendida hacia mí.
—Pues claro que no te odio, Kat.
—¿Por eso no quieres que sea amiga de Dee, porque tenías miedo de que descubriera la verdad?
—Por eso y porque eres humana. Los humanos sois débiles. Sólo nos traéis problemas.
Lo miré con ojos entrecerrados.
—No somos débiles. Y además vivís en nuestro planeta. Un poco de respeto, colega.
Me miró divertido con aquellos ojos esmeralda tan espectaculares.
—Tienes razón. —Se quedó callado y me recorrió el rostro con la mirada—. ¿Cómo llevas lo que te he explicado?
—Estoy intentando procesarlo todo; todavía no lo sé. Creo que ya nada me sorprende…
Daemon se puso de pie.
—Bueno, pues entonces volvamos antes de que Dee crea que te he asesinado.
—¿En serio creería eso?
Una expresión sombría se le dibujó en el rostro.
—Soy capaz de cualquier cosa, gatita. No dudaría en matar a alguien por proteger a mi familia, pero eso a ti no debe preocuparte.
—Pues gracias por comentármelo.
Ladeó la cabeza.
—Hay otros, ahí fuera, que harían cualquier cosa por tener los poderes de los Luxen; especialmente el mío. Y que serían capaces de cualquier cosa también por atraparme y darles caza a los míos.
Sentí que la ansiedad me agarrotaba el pecho.
—¿Y eso qué tiene que ver conmigo?
Daemon se puso de cuclillas y con la mirada estudió el denso bosque que nos rodeaba.
—El rastro que he dejado en ti al evitar que el camión te arrollara puede ser rastreado. Además, ahora mismo brillas más que Times Square.
Me quedé helada.
—Te utilizarán para llegar hasta mí. —Daemon se me acercó más y me quitó una hoja del pelo. La mano se le quedó inmóvil un segundo junto a mi mejilla. Finalmente se la llevó a la rodilla—. Y, si te atrapan, lo mejor que podría pasarte es que te mataran enseguida.