El ensordecedor eco de un espectacular trueno resonó por todo el valle. Fue una explosión sónica que me estremeció. Era imposible que el conductor pudiera verme y mucho menos frenar. Estiré los brazos, como si de aquella forma pudiera protegerme del impacto. El rugido del motor de aquel camión lo invadió todo y me preparé para recibir el golpe. Mi último pensamiento fue para mi madre y lo mucho que la destrozaría verme hecha papilla, pero el impacto nunca llegó.
Tenía el parachoques tan cerca que habría podido darle un beso tranquilamente. Mis manos estaban a apenas unos centímetros de la rejilla, que estaba al rojo vivo. Levanté la cabeza lentamente. El conductor estaba totalmente inmóvil detrás del volante y tenía los ojos abiertos como platos. Sin expresión alguna. No se movía. No pestañeaba. No estaba segura de que respirara.
En la mano derecha sostenía una taza de café que quería llevarse a los labios, pero que se había quedado paralizada a medio camino. Nada se movía. Todo estaba paralizado.
Noté un sabor metálico en la boca. No entendía nada; la cabeza no me funcionaba.
El motor rugía a escasos centímetros de mi rostro.
Me di la vuelta y vi a Daemon. Estaba muy concentrado en algo porque respiraba con dificultad y apretaba con fuerza los puños.
Había algo diferente en sus preciosos ojos. Di un paso atrás y me aparté del recorrido del camión. Levanté el brazo en un intento de que no se acercara a mí.
—Ay, Dios mío… —susurré. El corazón, que me latía a toda velocidad, me dio un vuelco.
Los ojos de Daemon brillaban, iridiscentes, en la oscuridad. Parecía que estuviera encendido desde dentro. La luz se volvía cada vez más intensa y los puños empezaron a temblarle. Muy pronto aquel temblor se le propagó por todo el cuerpo, que parecía agitarse en minúsculas olas.
Y entonces comenzó a desaparecer. Su cuerpo y su ropa se desvanecieron… En su lugar apareció una luz amarilla y roja que se lo tragó entero.
Seres de luz.
Dios mío…
El tiempo se había detenido.
De algún modo había conseguido detener aquel camión para que no me atropellara. Pero ¿cómo se consigue parar un camión de siete toneladas que me habría roto todos los huesos del cuerpo en cuestión de segundos? ¿Con una palabra? ¿Con el pensamiento?
Aquel poder era brutal.
El aire que nos rodeaba vibraba de un modo extraño. La tierra temblaba bajo tal concentración de energía. Se que si me hubiera agachado para tocarla, habría sentido el temblor de tierra.
A lo lejos oí a Dee; en su voz se reflejaba la confusión mientras nos llamaba. ¿Cómo nos había encontrado?
Ah, vale. Ahora caía: Daemon había iluminado toda la calle con su cuerpo brillante.
Miré de nuevo hacia el camión y vi que no sólo estaba temblando el vehículo, sino también lo hacía el conductor, en un intento de romper la barrera invisible que lo había congelado en el tiempo. La bestia metálica se estremecía y rugía porque el pie del conductor seguía pisando el acelerador.
Eché a correr, no sólo para apartarme de la carretera, sino para salir de allí. Oí vagamente el ruido del camión al pasar detrás de mí como una exhalación. Corrí y corrí por el camino serpenteante que llevaba a nuestras casas, ocultas en la oscuridad. Dee también corría hacia mí, pero logré esquivarla. Seguro que era como él.
¿Qué eran? Humanos, no. Lo que acababa de ver no era posible. Ningún ser humano podía hacer algo así.
Nadie podía detener un camión a voluntad, estar debajo del agua tantísimos minutos y, mucho menos, desaparecer. Todas las cosas extrañas que habían estado sucediendo a mí alrededor cobraban ahora sentido.
Seguí corriendo, más allá de la entrada de la casa, sin saber adónde iba ni por qué seguía alejándome a toda prisa. El cerebro no me funcionaba y el instinto había tomado las riendas. El pelo se me enredaba en las ramas, que me rasgaban el bonito vestido que me había puesto para ver a Daemon. Me tropecé con una roca, pero me puse de pie como pude para no detenerme.
De repente oí unos pasos detrás de mí. Alguien me llamaba, pero no me detuve y me adentré más en la negrura del bosque. No podía pensar. Sólo quería salir de allí.
Oí un insulto muy cerca, y de inmediato un cuerpo se abalanzó sobre mí. No sé como lo hizo, pero dando un giro en el aire y poniéndose debajo de mí consiguió amortiguar la caída. Acto seguido, se colocó encima y me agarró por los hombros, inmovilizándome.
Intenté liberarme dándole golpes en el pecho, sin éxito. No podía escapar. Cerré los ojos por miedo a ver aquel destello espeluznante en sus ojos.
—¡Suéltame!
Daemon, cogiéndome por los hombros, me zarandeó con delicadeza.
—¡Basta!
—¡Vete de aquí! —le grité mientras intentaba apartarme de él sin éxito.
—¡Kat, para! —bramó de nuevo—. ¡No voy a hacerte nada!
¿Cómo iba a creerle? Una parte de mi cerebro, la que todavía funcionaba, me recordó que me había salvado la vida. Dejé de resistirme.
Daemon también se tranquilizó.
—Kat, no voy a hacerte daño —me hablaba con suavidad, pero había un matiz de rabia en su voz mientras intentaba que me tranquilizara sin hacerme daño—. Nunca podría hacerte nada malo.
Aquellas palabras me hicieron sentir aquel revoloteo en el estómago. Algo dentro de mí le respondió; creyó en él a pesar de que mi mente se revelaba ante tal idea. No sabía que parte de mí podía ser tan ingenua, pero esa parte fue la que ganó en mi interior. Mi respiración era muy irregular e intenté tranquilizarme. Daemon me agarró con menos fuerza, pero no se apartó. Sentía su aliento en la mejilla.
Finalmente se apartó y me puso un dedo en la barbilla para obligarme a mirarlo.
—Mírame, Kat. Tienes que mirarme. —Cerré los ojos. No quería ver los suyos por si seguían teniendo aquel color irreal. Daemon se movió y traslado sus manos a mis mejillas. Tendría que haber aprovechado entonces para escapar, pero cuando sentí sus caricias no pude moverme—. Por favor… —Ya no me hablaba con ira.
Respiré hondo y abrí los ojos. Su mirada me correspondió. Sus ojos eran de un verde intenso y extraño, pero eran los de siempre, no los que había visto instantes atrás. La pálida luz de la luna se abría hueco entre los árboles, iluminando aquellos pómulos marcados y aquellos labios entreabiertos.
—No voy a hacerte nada —me dijo con tono suave—. Quiero hablarte. Necesito hablar contigo, ¿lo entiendes?
Asentí, incapaz de producir ningún sonido inteligible.
Cerró los ojos y un suspiro escapó de sus labios.
—Vale. Voy a dejar que te levantes pero, por favor, tienes que prometerme que no echarás a correr. No tengo ganas de ir por ahí persiguiéndote. El último truquito casi me deja sin energía. —Se quedó callado, a la espera de mi respuesta. La verdad es que sí tenía mala cara—. Dilo, Kat. Prométeme que no te marcharás corriendo. No puedo dejar que vayas por ahí sola. ¿Lo entiendes?
—Sí. —Mi voz sonó como un graznido.
—Bien. —Fue soltándome poco a poco y se apartó. Desplazó su mano izquierda por mi mejilla en un gesto del que no parecía ser consciente. Me quedé en el suelo, inmóvil, hasta que se puso de pie.
Daemon observaba con ojos cansados como me echaba hacia atrás hasta acabar apoyando la espalda contra un árbol. Cuando vio que no iba a marcharme, se sentó delante de mí.
—¿Por qué tenías que ponerte delante de ese camión? —Aquella era una pregunta retórica—. Quería mantenerte al margen de todo, pero tú lo has echado a perder.
—No lo he hecho a propósito. —Levanté una temblorosa mano y me la llevé a la frente.
—Pero el caso es que lo has hecho. —Negó con la cabeza—. ¿Por qué tuviste que venir aquí, Kat? ¿Por qué? Lo estaba… estábamos haciéndolo todo tan bien hasta que tú llegaste… Y ahora mis esfuerzos no han servido para nada. ¡Mierda! Pensé que tendríamos suerte y acabarías marchándote.
—Perdóname por seguir aquí. —Moví las piernas para apartarlas de él y me puse las rodillas contra el pecho.
—No hago más que empeorarlo todo. —Negó con la cabeza y por un instante pensé que iba a soltar alguna palabrota—. A ver, somos diferentes. Creo que ahora ya te has dado cuenta, ¿no?
Descansé la frente en las rodillas. Necesité un rato para ordenar mis ideas (las que me quedaban) y levanté la cabeza.
—Daemon… ¿qué eres?
Me sonrió, triste, y se pasó la palma de la mano por la cabeza.
—Es difícil de explicar.
—Pues explícamelo, por favor, porque creo que voy a ponerme de los nervios en cualquier momento —le advertí. No mentía. Mi autocontrol estaba más cerca de irse al traste con cada segundo que seguía en silencio.
Daemon me miró fijamente mientras hablaba:
—No creo que quieras saberlo, Kat.
Su expresión y su voz parecían tan sinceras que me llenaron de temor. Sabía que lo que iba a explicarme cambiaría mi vida para siempre. Cuando supiera lo que eran él y su familia no podría dar marcha atrás. Yo cambiaría. Sin embargo, no tenía alternativa. La Katy de antes habría echado a correr, estaba segura. Preferiría fingir que no había pasado nada. Pero yo ya no era la de antes, y necesitaba saberlo.
—¿Eres humano?
Daemon se rió, pero fue un gesto frío, sin humor.
—No somos de aquí.
—¿En serio?
Arqueó las cejas.
—Sí; supongo que te habrás dado cuenta de que no somos humanos.
Respiré hondo. Todavía estaba muy alterada.
—Esperaba estar equivocada.
Se rió de nuevo.
—No; venimos de muy lejos.
El estómago se me retorció y noté que me abrazaba a las rodillas con más fuerza.
—¿A qué te refieres con «muy lejos»? Porque ahora mismo me vienen a la cabeza fotogramas de La guerra de las galaxias.
Daemon me miró muy serio.
—No somos de este planeta.
Vale. Acababa de decirme lo que más o menos yo imaginaba, pero aquella información podía haberla deducido yo y no me aportaba nada nuevo.
—¿Qué eres, un vampiro?
Puso los ojos en blanco.
—¿Estas de coña?
—¿Qué? —Sentí una profunda frustración—. ¡A ver, si me dices que no eres humano, los límites de lo que puedes ser no son tan amplios! Fuiste capaz de parar un camión sin tocarlo.
—Me parece que lees demasiado. —Daemon suspiró—. No somos hombres lobo, ni brujos, ni zombies o cosas así.
—Bueno, me alegro de que no seas un zombie. Por lo menos mis sesos estarán a salvo —musité—. Esas criaturas no existen. Y los alienígenas tampoco.
Daemon se acercó a mí con un gesto rápido y me puso las manos en las rodillas. La intensidad de su mirada me atrapó.
—En este universo vasto e infinito, ¿de verdad crees que la tierra es el único planeta en el que hay vida?
—No… no —balbuceé—. ¿Estas cosas son… normales para tu…? ¿Cómo os llamáis?
Echó la cabeza hacia atrás y pasaron unos segundos. El corazón me iba a mil por hora. Parecía pensar en cuánta información podía darme. Estaba segura de que, me dijera lo que me dijese, aquello no iba a gustarme.