Intenté concentrarme en la clase, pero sólo podía pensar en la conversación que Daemon quería mantener conmigo aquella noche. Por suerte, sólo tuve que aguantar medio día porque por la tarde me quitaban el vendaje.
Como era de esperar, mi brazo estaba perfecto.
De camino a casa, me paré en la oficina de correos. En nuestro buzón teníamos mucho correo basura, pero también algunos sobres amarillos, cosa que me hizo sonreír. Más libros para mí. Los recogí y me marché. Ya en casa, estuve perdiendo el tiempo un rato. Estaba tan agitada que parecía que me hubiera tomado una bebida energética.
Me cambié varias veces de ropa. Después de revolver todo el armario y no encontrar nada que ponerme, opté por un vestido de verano. No me quité los nervios de encima a pesar del cambio de ropa.
¿De qué querría hablarme Daemon?
Para matar el tiempo me dediqué a cambiar totalmente la configuración de mi blog. Y sólo conseguí ponerme más nerviosa porque estaba segura de que me había cargado el encabezamiento y el banner a pie de página. Sólo cuando despareció la aplicación que calculaba los días que faltaban para el lanzamiento de un libro, perdiéndose para siempre en el reino de Internet, me di por vencida y apagué el portátil.
Resultó que tuve que esperar bastante. Daemon no se presento hasta pasadas las ocho, poco después de que mi madre se marchara a Winchester. Estaba apoyado contra la barandilla y tenía la vista perdida en el cielo, como de costumbre. La luz de la luna le iluminaba la mitad del rostro y el resto quedaba sumido en las sombras. No parecía real.
Y entonces me miró. Primero bajó la vista hacia mi vestido, para después volver a mirar hacia arriba. Parecía que estaba a punto de hablar, pero se lo pensó.
Hice de tripas corazón y salí al porche. Me puse a su lado.
—¿Está Dee en casa?
—No. —Volvió a mirar al cielo. Había miles de estrellas centelleantes aquella noche—. Se ha ido a ver el partido con Ash, pero no creo que se quede mucho rato. —Daemon se quedó callado y me miró—. Le he dicho que había quedado contigo esta noche. Creo que vendrá pronto para comprobar que no nos hemos estrangulado mutuamente.
Aparté la vista para ocultar la sonrisa.
—Bueno; si no me estrangulas, entonces será Ash la que te estrangule a ti.
—¿Por lo de los espaguetis? —me preguntó.
Lo miré de soslayo.
—Bueno, parecías estar bastante cómodo con ella en el regazo.
—Ah, ya veo. —Se apartó de la barandilla, acercándose más a mí—. Ahora lo entiendo.
—¿Ah, sí? —Mantuve la compostura.
Los ojos le brillaban en la oscuridad.
—Estás celosa.
—Ya, claro. —Me esforcé por reírme—. ¿Por qué iba a estar celosa?
Daemon me siguió escalones abajo hasta que estuvimos en el vado para coches de delante de casa.
—Porque pasamos tiempo juntos.
—Que pases tiempo con ella no es motivo para que esté celosa, especialmente teniendo en cuenta que tú pasaste tiempo conmigo por obligación. —Que yo estuviera un poco celosa era lo peor—. ¿De eso es de lo que querías hablar?
Se encogió de hombros.
—Anda, vamos a dar una vuelta.
Lo miré y me pasé las manos por el vestido para alisarlo.
—Es un poco tarde ¿no?
—Pienso y hablo mejor cuando camino. —Me ofreció una mano—. Si no, me convierto en el Daemon gilipollas que tan poco te gusta…
—Ja, ja. —Me quedé mirando la mano. Sentí un revoloteó en el estómago—. Oye, no pienso darte la mano.
—¿Por qué no?
—Porque no me gustas y no pienso ir de la mano contigo.
—Touché. —Daemon se llevó la mano al pecho con una mueca de dolor—. Ahí te has pasado.
Sí, claro. Sus dotes de actor no eran demasiado buenas.
—No vas a llevarme hasta el bosque para después dejarme allí tirada, ¿no?
—Bueno, creo que como venganza no estaría nada mal, pero no, no voy a hacer eso. Creo que no durarías mucho tú sola por ahí. Alguien tendría que rescatarte.
—Gracias por el voto de confianza.
Me dedicó una sonrisa fugaz y caminamos en silencio unos minutos, atravesando la carretera principal. Había refrescado bastante y empezaba a arrepentirme de no haberme puesto medias. Octubre estaba a la vuelta de la esquina.
Muy pronto nos habíamos adentrado ya en el bosque. A la luna le costaba llegar más allá de los densos árboles. Daemon sacó una linterna de bolsillo y la encendió. Para lo pequeño que era, aquel chisme daba mucha luz. Cada poro de mi piel era consciente de lo cerca que estábamos el uno del otro, rodeados de una oscuridad solo rota por el halo de luz que se movía ante nosotros a cada paso que dábamos. Malditos poros.
—Ash no es mi novia —dijo al fin—. Antes salíamos juntos, pero ahora sólo somos amigos. Y antes de que me lo preguntes, no somos amigos con derecho al roce, aunque ayer se me hubiera sentado encima. No sé explicar por qué lo hizo.
—¿Y por qué dejaste que se te sentara? —pregunté, arrepintiéndome al segundo. No era asunto mío y me daba igual.
—Pues no lo sé. Supongo que porque soy buen chico. ¿Te vale esa razón?
—No —respondí, mirando al suelo. Apenas me veía los pies.
—Ya me lo figuraba —me contestó. No le veía la cara, y era una pena porque nunca sabía lo que pensaba en realidad y, bueno, a veces los ojos traicionan lo que decían sus palabras—. Bueno, yo… siento lo que pasó en la cafetería.
Sorprendida por aquella disculpa, me tropecé con una piedra. Daemon me cogió al vuelo y sentí su cálido aliento en la mejilla antes de que se apartara. Sentí un escalofrío, pero me eché hacia atrás. Que Daemon se disculpara por el numerito de la comida era un jarro de agua fría: no sabía que era peor, que no se hubiera dado cuenta de que se había portado como un cretino o que fuera totalmente consciente de lo mal que había estado portándose conmigo.
—Oye, Kat —me dijo en voz baja.
Lo miré.
—Me humillaste.
—Ya lo sé.
—No; creo que no lo sabes. —Me puse a caminar con los brazos cruzados para resguardarme del frío—. Y me pusiste de mal humor. No te entiendo: a veces no era mal tío y otras, eres de lo peor.
—Bueno, pero he hecho méritos, ¿no? —Avanzó hasta ponerse a mi lado. En todo momento enfocaba con la linterna las piedras y raíces del suelo para que yo pudiera verlas—. Por lo del lago y el paseo del otro día. ¿No he ganado puntos por haberte salvado la vida aquel día?
—Hiciste méritos ante tu hermana. —Negué con la cabeza—. No ante mí. Y, si fuera por mí, el contador se te habría quedado casi a cero.
Se quedó en silencio unos instantes.
—Pues que mal; lo digo en serio.
Me paré.
—¿De qué estamos hablando ahora?
—Mira, de verdad que lo siento. —Respiró hondo—. Nos hemos portado muy mal contigo y no te lo mereces.
No sabía que contestarle. Parecía que hablaba en serio y que casi estaba triste; pero nadie le había obligado a comportarse así, que yo supiera… Pensé en qué podía decirle y sólo se me ocurrió hablar de algo que no iba a encajar demasiado bien.
—Siento lo de tu hermano, Daemon.
Se quedó quieto, casi oculto en las sombras. Se hizo tal silencio que pensé que no iba a contestarme.
—Tú no tienes ni idea de lo que le pasó a mi hermano.
Me puse tensa.
—Lo único que sé es que desapareció…
Daemon abría y cerraba la palma de la mano que no sostenía la linterna.
—Fue hace mucho tiempo.
—El año pasado, ¿no? —puntualicé con tacto.
—Sí, es verdad. Tienes razón. Tengo la sensación de que fue hace mucho más tiempo. —Apartó la vista y la mitad del rostro le quedó oscurecida por las sombras—. ¿Cómo te has enterado de lo de mi hermano?
El aire frío me hizo tiritar.
—Bueno, me lo comentaron en clase. Me llamó la atención que ni tú ni Dee me hubierais hablado de él ni de esa chica.
—¿Tú crees que tendríamos que haberte hablado de eso? —me preguntó.
Lo miré en un intento por descifrar lo que pensaba, pero estaba todo demasiado oscuro.
—No lo sé. Es algo bastante fuerte de lo que creo que es normal hablar…
Daemon se puso a caminar otra vez.
—No nos gusta hablar del tema, Kat.
Algo completamente comprensible, supongo. Me esforcé por seguirle el paso.
—No he querido meterme donde no me llaman.
—¿Ah, no? —Su tono de voz era cortante y se había puesto tenso—. Mi hermano ha desaparecido, la familia de esa pobre chica probablemente jamás vuelva a verla… ¿Y tú quieres saber porque nadie te ha dicho nada?
Me mordí el labio, sintiéndome mal.
—Perdóname, es que todo el mundo es tan… reservado. No sé nada de vuestra familia, por ejemplo. Nunca he visto a vuestros padres, Daemon. Y Ash me odia porque sí, sin motivo. Y es raro que dos familias con trillizos se hayan mudado justamente aquí a la vez. Ayer te tiré una bandeja de comida por la cabeza y no me pasó nada; algo insólito. Además, resulta que Dee tiene un novio del que nunca me había hablado. La gente del pueblo es rara; mira a Dee como si fuera una princesa o como si tuvieran miedo de ella. Y encima se me quedan mirando; por no hablar de…
—Lo dices como si todas esas cosas estuviera relacionadas.
Me costaba muchísimo caminar a su ritmo. Cada vez nos adentrábamos más en el bosque y ya casi habíamos llegado al lago.
—¿Lo están?
—¿Por qué iban a estarlo? —respondió con un tono grave y lleno de frustración—. Quizás estás un poco paranoica. Yo también lo estaría si acabara de mudarme y alguien me hubiera atacado.
—¿Lo ves? Ya lo estás haciendo otra vez —señalé—. Te has puesto nervioso porque te he hecho una pregunta. Dee hace exactamente lo mismo.
—¿Y no crees que lo hacemos porque sabemos que lo has pasado mal y no queremos empeorar las cosas?
¿Y por qué ibais vosotros a empeorar las cosas?
Ralentizó el paso.
—No lo sé. Supongo que no podemos.
Negué con la cabeza cuando se detuvo cerca de la orilla del lago y apagó la linterna. De noche, el agua brillaba como una resplandeciente gema ónice. Cientos de estrellas se reflejaban sobre su superficie, semejante al cielo pero no infinito. Tenía la sensación de que si estiraba el brazo podría tocarlas.
—Hubo momentos del día que fuimos al lago en que lo pasé bastante bien —me dijo Daemon pasados unos minutos.
Casi me quedo sin respiración al oír aquello. A mí me había pasado lo mismo. Me recogí el pelo.
—¿Eso fue antes de que te convirtieras en Aquaman?
Daemon se quedó callado. La tensión se le reflejaba en la espalda.
—El estrés hace que veas cosas que en realidad no han sucedido.
Contemplé aquellos rasgos perfectos iluminados por la luz de la luna. No parecía real. El exotismo de aquellos ojos o la curva de la mandíbula se le acentuaban más. La mirada de Daemon se perdía, pensativa y melancólica, en la negra noche.
—No; no es verdad —añadí al fin—. Aquí hay gato encerrado.
—¿Otra gatita que no eres tú?
Me vinieron a la mente varias respuestas ingeniosas, pero decidí no seguir por ese camino. No me apetecía especialmente ponerme a discutir con él en mitad del bosque, por la noche.
—¿De qué querías hablar, Daemon?
Se pasó una mano por detrás de la nuca.
—Lo que pasó ayer en la cafetería es sólo el principio. No puedes ser amiga de Dee. Por lo menos, no el tipo de amiga que tú quieres ser.
Me puse roja de la ira. Sentí un fuerte calor en las mejillas y en el cuello.
—¿Estás hablando en serio?
Daemon bajó la mano.
—No estoy diciendo que dejes de ser amiga de Dee; sólo que te retires un poco. Puedes ser amable, hablar con ella en el instituto y todo eso; pero no vayas más allá de lo correcto. Sólo conseguirás empeorar las cosas para ella y para ti.
Se me erizaron todos los pelos del cuerpo.
—¿Me estás amenazando, Daemon?
Nuestras miradas se encontraron. En sus ojos se reflejaba algo… ¿Arrepentimiento, tal vez?
—No. Sólo te estoy diciendo cómo van a ser las cosas a partir de ahora. Tendríamos que volver ya.
—No —insistí, clavando la mirada en él—. ¿Por qué no puedo ser amiga de tu hermana?
Un instante después, vi que apretaba la mandíbula antes de contestarme.
—No tendrías que estar aquí conmigo. —Respiró hondo y me miró con los ojos muy abiertos. Dio un paso adelante. La cálida brisa jugueteó con las hojas caídas y con mi pelo, echándolo hacia atrás. Aquella corriente parecía provenir de detrás de Daemon, como si la rabia que sentía en aquel momento la alentara—. Tú no eres como nosotros. No te pareces en nada a nosotros. Dee se merece algo mejor; tiene que estar con gente que sea como ella. Así que olvídate de mí. Y deja a mi familia en paz.
Aquello era peor que recibir una bofetada en plena cara. Se había pasado tres pueblos. Esperaba que me soltase alguna bordería, pero aquello… era demasiado. Me costaba respirar. Di un paso atrás y parpadeé con fuerza para evitar que se me saltaran las lágrimas.
Daemon no apartó la vista de mí.
—Querías saber el motivo. Pues ahí lo tienes.
Tragué saliva.
—¿Por qué… me odias tanto?
Por un instante pareció que la máscara se le caía y el dolor se le reflejaba en el rostro. Pero fue tan rápido que no supe si lo había imaginado.
Estaba a punto de ponerme a llorar. No pensaba hacerlo delante de él y darle esa satisfacción.
—¿Sabes qué? ¡Qué te jodan, Daemon!
—Kat, no puedes… —Apartó la vista.
—¡Cállate! —bramé—. No me digas nada. —Pasé al lado de Daemon y empecé a caminar. La piel me ardía y notaba escalofríos a la vez. Sentía que algo me quemaba en el interior y me helaba la sangre. Sabía que estaba a punto de ponerme a llorar. Por eso tenía aquel nudo en la garganta que me estaba estrangulando y no me dejaba respirar.
—Kat —me llamó Daemon—, espérame, por favor.
Apreté tanto el paso que casi me había puesto a correr.
—Vamos, Kat, no vayas tan deprisa que vas a perderte. ¡Por lo menos coge la linterna!
Como si eso le importara una mierda. Quería alejarme de él todo lo posible porque si no iba a acabar perdiendo los nervios, dándole un puñetazo o llorando, porque lo que acababa de decirme me había hecho daño, independientemente de lo que yo sintiera por él.
Me tropecé con algunas ramas y piedras que era imposible ver en aquella oscuridad, pero sabía que podría encontrar el camino que llevaba a la carretera. Oía a Daemon detrás de mí por el ruido de las ramitas que iban quebrándose al intentar atraparme.
Sentí que tenía una herida en carne viva en el pecho. Avanzaba a trompicones; necesitaba llegar a casa, llamar a mamá y convencerla de que teníamos que marcharnos de allí mañana mismo.
Quería escapar.
Apreté los puños. ¿Por qué tenía que marcharme? ¡No había hecho absolutamente nada malo! Enfadada conmigo misma, no vi una raíz que sobresalía de la tierra y tropecé, casi cayendo de bruces.
Solté un quejido.
—¡Kat! —Oí que Daemon soltaba un exabrupto detrás de mí.
Recuperé el equilibrio y volví a ponerme en marcha, aliviada al vislumbrar ya la carretera. Casi echo a correr con todas mis fuerzas. Oía el ecos de sus pisadas en la distancia. Llegué a la carretera y me pasé el reverso de la mano por la mejilla. Mierda, estaba llorando.
Daemon gritó, pero un camión que, a menos de quince metros, avanzó a toda prisa hacia mí amortiguó el sonido. Estaba paralizada.
Iba a atropellarme.